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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.12 no.48 Toluca abr./jun. 2006

 

La importancia de tener un hijo varón y algunos cambios en la relación padre-hijo en México

 

The importance of having a male child and some changes in father-child relationship in Mexico

 

Olga Lorena Rojas Martínez

 

El Colegio de México.

 

Resumen

En un contexto de profundas transformaciones sociales y demográficas, este trabajo analiza los cambios que posiblemente se están dando en las actitudes de los hombres mexicanos respecto a dos cuestiones de la vida familiar: la importancia asignada al hecho de tener al menos un hijo varón y los cambios existentes en la forma de educar y disciplinar a los hijos. Para dar respuesta a estas dos interrogantes utilizamos los datos provenientes de dos fuentes de información. Por un lado, una investigación sociodemográfica de corte cualitativo basada en 16 entrevistas en profundidad a varones mexicanos, llevada a cabo a finales de la década pasada, y por otro, la Encuesta Nacional de Salud Reproductiva aplicada a población masculina en 2003. Nuestros resultados resultan interesantes al tomar en cuenta la distancia generacional y el estrato socioeconómico de los varones entrevistados.

Palabras clave: paternidad, preferencia de género, preferencia de hijo varón, descendencia, crianza infantil, México.

 

Abstract

In a context of significant social and demographic transformations, this work analyzes the changes that may exist in Mexican male attitudes towards two important family issues: the importance of having at least one male child; and the changes in the relationship between parents and their children regarding education and discipline. To answer these inquiries we analyze data coming from two sources: 1) a qualitative study based on 16 male in-depth interviews, made at the end of the last decade; and 2) a National Reproductive Survey on male population applied in 2003. Interesting findings we get when doing such research considering the social and economical inequalities of Mexican population as well as generational distances.

Key words: male child preference, offspring, infantile upbringing, Mexico.

 

Introducción

El interés por conocer el desempeño masculino en la vida doméstica es relativamente reciente y buena parte de su origen proviene de las preocupaciones expresadas en la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo de El Cairo en 1994, respecto a la necesidad de fomentar el involucramiento masculino tanto en las decisiones reproductivas como en las cuestiones de la vida doméstica (Germain y Kyte, 1995). Una de las propuestas más importantes en dicha conferencia fue la relacionada con la necesidad de realizar esfuerzos para propiciar que los varones adopten una responsabilidad compartida con sus parejas en torno a las tareas domésticas y promover que se involucren de una manera más activa en una paternidad responsable y en un comportamiento sexual y reproductivo también más responsable (Greene y Biddlecom, 2000).

El énfasis ha sido puesto ya no sólo en el comportamiento sexual y reproductivo de los varones, sino también en el compromiso y la responsabilidad de los padres hacia sus hijos e hijas una vez que han nacido. En este sentido resalta el interés que algunos organismos internacionales, como la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), están mostrando para definir estrategias de investigación, de monitoreo y de acción sobre las prácticas de responsabilidad paterna en la región latinoamericana. Desde esta línea de interés se ha propuesto definir la paternidad como un compromiso directo que los progenitores establecen con sus hijos e hijas, independientemente del tipo de arreglo familiar existente con la madre. Se pretende resaltar la indisolubilidad del vínculo paterno con los hijos y flexibilizar el papel del padre y de la madre en la crianza, tomando en cuenta el bienestar de los menores más allá de la manutención económica, considerada tradicionalmente como la única responsabilidad masculina hacia sus hijos.

Se ha planteado, desde esta perspectiva, que en la región latinoamericana la paternidad hoy en día está experimentando un proceso de transformación que implicaría un relajamiento de las obligaciones de protección y seguridad económica, y un redireccionamiento hacia un incremento de las contribuciones de tiempo paterno dedicado al cuidado de los hijos e hijas, hacia una mayor conciencia sobre el deseo de tener hijos, así como a mayores expresiones de afecto y cercanía hacia ellos. Se reconoce, sin embargo, que para la implantación de este nuevo modelo de paternidad siguen existiendo obstáculos importantes, tales como la persistente falta de equidad en la distribución de las responsabilidades domésticas entre padres y madres, y la violencia como medio para resolver los conflictos al interior de las familias.

Rastreando el origen de estas transformaciones y conflictos se ha puesto al descubierto que el acelerado proceso de industrialización y urbanización registrado a principios del siglo XX en América Latina propició que el ajuste de las estructuras familiares a las nuevas circunstancias estuviera sujeto — particularmente entre las familias migrantes del campo a la ciudad— a presiones contradictorias. Por un lado, la inercia de los patrones culturales tradicionales y el traspaso de pautas de fecundidad rurales a las ciudades empujaban hacia el mantenimiento de la mujer en el hogar y la asignación del papel de proveedor a los varones. Sin embargo, por otro lado, las dificultades para satisfacer las necesidades de los hogares —sobre todo de sectores populares— propiciaron, en buena medida, la necesidad de que las mujeres complementaran de alguna manera los insuficientes ingresos de sus compañeros. Aunado a estos procesos, han de tenerse en cuenta los avances en los niveles educativos de la población y la rápida reducción de la fecundidad, que amplió la disponibilidad laboral de las mujeres casadas (Kaztman, 1991).

Todos estos procesos están contribuyendo a cuestionar el rol del varón como proveedor único en las familias y la centralidad del poder y la autoridad familiares en la figura del jefe del hogar, así como al debilitamiento de la imagen paterna como modelo para las nuevas generaciones. La situación de crisis, iniciada en los ochenta, en las sociedades latinoamericanas, no ha hecho sino deteriorar aún más la capacidad de los hombres de estratos populares urbanos para satisfacer las necesidades básicas de sus familias e incrementar considerablemente la tasa de participación económica de las mujeres casadas (Kaztman, 1991).

Al respecto, Beatriz Schmukler (1996) comenta que los cambios en el sistema de autoridad familiar en diversos países de América Latina han estado vinculados a una flexibilización del sistema de roles familiares, puesto que la salida de la mujer al ámbito laboral contribuyó a cuestionar un ejercicio de la autoridad familiar claramente jerarquizado. Sin embargo, advierte que en estos procesos de cambio se observa una superposición de modos tradicionales de simbolizar la autoridad y la división sexual del trabajo, junto con comienzos de negociaciones por una mayor igualdad. Reflejo de ello es la diversidad de formas que está adquiriendo en algunas sociedades latinoamericanas el ejercicio de la paternidad según de Keijzer (1998).1

 

El contexto mexicano actual

México experimentó, durante las últimas décadas del siglo XX, cambios significativos en materia demográfica y social, reflejados en un sistemático incremento de la esperanza de vida, un pronunciado declive de la fecundidad, la disminución del tamaño medio de las familias, así como una modificación en su dinámica interna.

En cuanto al descenso en la fecundidad —que entre las décadas de 1960 y 1970 era del orden de siete hijos por mujer, en tanto que actualmente es de tan sólo de 2.21—, se comenta que ha sido un proceso tan intenso que no sería extraño que el país alcance en breve el nivel de reemplazo. Con frecuencia se señala que esta significativa transformación demográfica en materia de fecundidad ha descansado y sigue descansando principalmente en el avance de los programas de planificación familiar y salud reproductiva (Conapo, 2004).

La práctica de la planificación familiar en México por medio de uso de métodos anticonceptivos (modernos y tradicionales), ha sido incorporada plenamente por la mayoría de las parejas. Sin embargo, nosotros creemos que el alcance de los programas de planificación familiar en México ha sido tan importante porque entre la población femenina y masculina mexicana se ha dado al mismo tiempo de la aplicación de esos programas un proceso de reformulación de las valoraciones sobre los hijos, lo cual se ha reflejado en la emergencia de nuevas preferencias reproductivas. Actualmente se prefiere tener pocos hijos pero con un nivel de escolaridad al menos de secundaria.

En este sentido, es importante mencionar que diversas investigaciones centradas en la población masculina han encontrado que, para los hombres mexicanos, actualmente la valoración de la paternidad, en tanto demostración de virilidad y transición obligada hacia la adultez, ya no pasa por procrear el mayor número de hijos posible2 (Gutmann, 1993 y 1996; Lerner y Quesnel, 1994; Lerner, Quesnel y Yanes, 1994; Vivas, 1993; Nava, 1996, Hernández Rosete, 1996). Sin embargo, si la hombría ya no se demuestra en México con la procreación de proles numerosas, hay evidencias de que se da prueba de ella fecundando al primer hijo —preferentemente varón: el primogénito— inmediatamente después de realizada la unión matrimonial. Esto es particularmente frecuente en ámbitos rurales e indígenas, así como entre la población de estratos socioeconómicos bajos de ámbitos urbanos (Rojas y Figueroa, 2005).

En este sentido, destacan los hallazgos de investigación antropológica que señalan que en los pueblos indios de México la preferencia de los hombres por los hijos varones pareciera ser generalizada. Las razones son múltiples, desde la ayuda económica que los hijos hombres representan para sus padres, hasta la vigencia de las reglas de herencia y de tenencia de la tierra que excluye a las mujeres, pasando por la trascendental importancia adjudicada a la perpetuación del "nombre" de la familia (del padre) en los sistemas patrilineales y con residencia patrilocal (Ruz, 1998).

En México, este deseo masculino por encontrar en la descendencia un "reemplazo" tiene profundas raíces culturales. De hecho, en culturas como la tzotzil de Chamula se ha observado que las relaciones conyugales mejoran notablemente cuando nace un hombre, siendo en cambio común observar alcoholismo masculino y maltrato feroz contra las madres cuando sólo se tienen hijas, pues el hombre desprovisto de un heredero se verá privado de su "reposición" (keshol) (Pozas, 1977, citado en Ruz, 1998; Freyermuth, 2003).

En un sistema de parentesco patrilineal, haber procreado solamente hijas culturalmente significa: la desaparición de aquella rama del linaje de la cual un hombre es social e ideológicamente responsable, no sólo la ausencia de aceptación comunal sino el rechazo y la estigmatización social para hombres y mujeres, la pérdida de la posibilidad de una vida ultraterrena tranquila sin culto a la memoria de los fundadores del sublinaje (Ruz, 1998).3

Por lo que se refiere a la relación paterno-filial, diversas investigaciones han reportado que, a pesar de la vigencia de las valoraciones respecto al modelo tradicional en la división del trabajo en las familias —en donde el hombre ha de asumir la responsabilidad de la manutención de su hogar y la mujer la de hacerse cargo de la casa y los hijos—, pueden distinguirse ya modificaciones en las formas que asume el ejercicio de la paternidad. Se señala que es importante tener en consideración la diversidad en el ejercicio de la paternidad de acuerdo con la pertenencia a distintas generaciones. Se ha verificado que los varones más jóvenes urbanos, tanto de sectores medios como populares, asumen una paternidad más activa, participativa y cercana a sus hijos que aquéllos de generaciones más antiguas, quienes se caracterizan por centrar su desempeño paterno en la responsabilidad por el bienestar físico y material de sus hijos, así como por la formación de los hijos varones para ser futuros proveedores (Gutmann, 1993 y 1996; Hernández Rosete, 1996).

Entre los varones de sectores medios urbanos se reporta un cambio en las representaciones sobre sí mismos, sobre todo si se les compara con la figura tradicional del hombre fuerte, proveedor único del hogar que detentaba la autoridad familiar y ante el cual la esposa y los hijos se subordinaban (Vivas, 1993). Entre estos varones se empieza a generalizar el deseo de procrear una familia poco numerosa, de cuando mucho dos o tres hijos, a fin de asegurarles un buen nivel de escolaridad, mejores condiciones de vida y, sobre todo, dedicarles tiempo, atención y afecto suficientes (Rojas, 2002).

Al parecer estamos ante el surgimiento de una nueva norma de relación paterna, basada más en la amistad y el compañerismo con los hijos, que en el ejercicio de autoridad. Este reajuste de las funciones paternas se encuentra acompañado de otros cambios en la organización familiar, tales como un mayor respeto de la personalidad de los niños y hacia sus elecciones. Se constata un incremento en la participación de los padres de generaciones más jóvenes en la atención y el cuidado infantiles, así como en el apoyo en la realización de las tareas escolares y en el juego físico con los niños, a pesar de que estos padres reconocen que establecen relaciones distintas con sus hijos varones y con sus hijas. Hoy en día, los padres más jóvenes consideran la paternidad como un hecho de alta responsabilidad4 (Nava, 1996).

Por lo que respecta a la figura paterna reflejada en la actualidad en las imágenes publicitarias, programas televisivos y radiofónicos, películas, revistas y aun en los periódicos, son evidentes en el país los pronunciamientos en favor de una nueva manera de ser padre. En diversas publicaciones5 que circulan en las grandes ciudades del país y que están dirigidas principalmente al público de sectores medios, se ha venido promoviendo desde hace algunos años una actitud más participativa de los padres en la crianza y el desarrollo de sus hijos. En ellas se señala que la pauta de que el padre es la ley y la madre el amor —que ha caracterizado a la familia durante siglos— hoy en día ha cambiado puesto que la imagen del padre es igualmente necesaria para la formación de los hijos.6 En estas publicaciones se afirma que hasta mediados del siglo XX, y sobre todo hasta la década de 1960, el padre era básicamente una figura de autoridad y sostén económico, que se mantenía al margen de los eventos fundamentales de la crianza de los hijos, pues los roles sociales habían asignado esta función a la mujer; sin embargo, actualmente se empieza a experimentar un cambio, ya que los padres modernos tienen un mayor interés por involucrarse en la esfera emocional, educativa y de atención de sus hijos.7

Se establece que el padre también debe cambiar pañales, platicar con el pequeño, sonreírle y darle el biberón, cuestiones que muchas veces olvidan o creen que no les corresponden. Se habla además de una diversidad de padres, pues mientras algunos siguen apartados de la crianza de los hijos, otros participan activamente en la misma y otros más son quienes cuidan directamente a los hijos. De acuerdo con algunas de estas publicaciones, en ello tienen que ver los diversos cambios económicos e ideológicos que tienen lugar en nuestra sociedad, que están propiciando una nueva definición de lo que es ser padre.8

Se habla también del establecimiento de una nueva relación paterna con los hijos, pues se ha de intentar ser más un amigo de los propios hijos, que un padre estricto y regañón.9 Se propone entonces que el vínculo del padre con los hijos, debe sustentarse más en la comunicación y la amistad que en la distancia y la autoridad. Se afirma que atrás quedaron los tiempos en que el cine mexicano reflejaba y promovía una imagen paterna —al estilo porfiriano— caracterizada por ser inflexible, dura, severa y autoritaria.10

Nosotros consideramos que esta importante transformación de la imagen paterna difundida a través de los medios masivos de comunicación es un factor que seguramente está trastocando las reflexiones y percepciones de las generaciones más jóvenes de varones respecto a su paternidad. A ello habría que agregar, por supuesto, que fenómenos tales como las dificultades que con mayor frecuencia enfrentan los varones mexicanos para desempeñar el papel de proveedores únicos del sustento familiar, la consecuente reestructuración en los arreglos laborales de los hogares, la creciente incorporación de la mujer al mercado de trabajo, así como el incremento en las oportunidades educativas, entre otros, están repercutiendo en la vida de las familias mexicanas —al trastocar los roles desempeñados tradicionalmente por hombres y mujeres, y generar muchas veces tensiones y conflictos11—, pero también, muy probablemente, en la percepción de las generaciones más jóvenes de varones respecto a su desempeño en la vida familiar.

Es nuestra opinión que los cambios generacionales que se están observando en la actitud de los varones como padres respecto a sus hijos están estrechamente relacionados con el deseo de procrear pocos hijos.12 Sin embargo, creemos que es importante conocer con mayor profundidad el alcance de estas transformaciones en la relación paterno-filial, así como indagar acerca de la importancia que los padres mexicanos asignan al hecho de tener al menos un hijo varón.

 

Características y objetivo del estudio

En este contexto de profundas transformaciones sociales, económicas y demográficas ocurridas en el país, nos interesa profundizar en el análisis del proceso de transformación de la figura paterna a través del análisis de dos dimensiones específicas de la relación paterno-filial, que creemos están muy vinculadas con las preferencias reproductivas de los varones mexicanos: a) la importancia que los padres mexicanos otorgan al hecho de tener al menos un hijo varón, y b) la participación de estos padres en la formación y en la corrección de los comportamientos de sus hijos. Estamos particularmente interesados en dar cuenta de las posibles transformaciones en estas dimensiones, teniendo en consideración las diferencias generacionales y las desigualdades socioeconómicas existentes entre los varones mexicanos.

Para llevar a cabo este análisis combinaremos dos tipos de fuentes de información, por un lado, los resultados provenientes de un estudio sociodemográfico de corte cualitativo realizado en la Ciudad de México, y por otro lado, los de una encuesta aplicada varones mexicanos a nivel nacional.

El estudio sociodemográfico se llevó a cabo a finales de la década de 1990 y en él se recogieron, mediante entrevistas en profundidad, los testimonios de 16 varones de la Ciudad de México, la mitad de los cuales pertenecía a sectores medios13 y la otra mitad a sectores populares.14 A su vez, estos dos grupos de varones fueron divididos en dos subgrupos generacionales: padres jóvenes15 (con edades de entre 20 y 44 años) y padres mayores (con edades entre 45 y 65 años).

Por otro lado, utilizamos los datos aportados por la Encuesta Nacional de Salud Reproductiva (Ensar) en población masculina, llevada a cabo en el año 2003 y cuya muestra, dispersa a nivel nacional, es de 994 varones mexicanos con edades entre los 20 y los 59 años. El esquema de muestreo de la Ensar 2003 fue probabilístico, polietápico y estratificado. Cada elemento de la población bajo estudio tiene una probabilidad conocida y diferente de cero de ser seleccionado en la muestra; esto hace factible la medición de la confianza y la precisión de cada una de las estimaciones que se consideren de interés. Sin embargo, cabe señalar que la muestra masculina de esta encuesta estuvo basada en la selección únicamente de los individuos unidos o alguna vez unidos consensual o matrimonialmente al momento de la encuesta.

Para el estudio que nos ocupa, en este trabajo hay que comentar que seleccionamos únicamente a la población masculina, particularmente a la población masculina que al momento de la encuesta había tenido al menos un hijo. Esta submuestra fue dividida en dos estratos socioeconómicos: bajo y medio16; y en dos subgrupos generacionales: jóvenes (con edades entre los 20 y los 44 años) y mayores (con edades entre los 45 y los 59 años).

 

La importancia de tener un hijo varón

Si bien todo parece indicar que hoy en día los hombres mexicanos, sobre todo los jóvenes, prefieren tener pocos hijos y con buenos niveles educativos, o al menos con un grado de escolaridad mayor que aquél alcanzado por ellos mismos (cuadro 1 y Rojas, 2005a), creemos que es necesario saber si el alcance del cambio en sus preferencias reproductivas incluye también una actitud indiferente sobre el sexo de los hijos tenidos.

Con esta preocupación en mente, pretendemos responder a las preguntas ¿qué tan importante es, hoy en día, para los hombres mexicanos que entre estos tamaños reducidos de descendencias haya al menos un hijo varón? Y en caso de que así fuera ¿cuáles son las razones que les llevan a valorar de manera tan importante la procreación de un hijo varón?

Entre los testimonios de los hombres entrevistados en el estudio sociodemográfico de corte cualitativo, a pesar de haber segmentado nuestra muestra en dos sectores sociales (medios y populares) y dos grupos generacionales (jóvenes y mayores), encontramos un generalizado y claro deseo por tener al menos un hijo varón. Las razones señaladas por estos varones son diversas, pero entre ellas destacan el deseo de perpetuar su apellido y el interés por verse reflejados en otra persona a la que podrían transmitirle sus experiencias como hombres:

(...) sinceramente yo hubiera querido que (la primera de sus hijas) fuera hombre ¿no?, por mi tipo de educación y todo, pero fue niña y pues ¡qué bueno! ¿No?

P: ¿Por qué hubieras preferido que fuera hombre?

R: Porque de alguna manera yo hubiera querido transmitirle como hombre, como hijo, como padre, todas mis experiencias, todas mis enseñanzas, mis actividades, y de alguna manera darle continuidad a nuestra familia tanto en apellido como en costumbres. Es como todas las enseñanzas que me dio mi padre y momentos que disfrutamos tanto en el beisbol como en otros lugares que de alguna manera han sido para hombres. Son actividades fuertes, como que diseñadas para los hombres, entonces por esa especie de tradición, de educación, pues le hubiera querido dar a mi hijo, y que él siguiera (...) (sin embargo) Siendo una niña, mi carácter como padre me causaría un poquito más de complicaciones, pues yo en ningún momento vi cómo se educaba a una niña. Es distinto educar a una niña que a un niño y pues, lo estoy aprendiendo (...) obviamente actividades femeninas y todo eso pues se me van a complicar porque pues yo no sé mucho de eso. Mi compañera tendría que dárselas (...) de aspectos femeninos o de educación para que desde chiquita sea muy femenina, y que con faldas o cosas que las mujeres saben (Diseñador industrial, 33 años, dos hijos).

De hecho, algunos entrevistados señalaron expresamente que, en efecto, para ellos era muy importante haber tenido al menos un hijo varón, por razones de machismo y para satisfacer su ego, al saber que su apellido se perpetuaría:

Pues a la mejor para satisfacer el ego, sí, porque uno dice: "¿quién sigue el apellido?, pues el varón". El varón sigue sembrando el apellido, la mujer no, porque ya viene el apellido del marido. Pero el varón sí, porque si tiene otro hijo el apellido va a seguir (Auxiliar de restaurante, 62 años, tres hijos).

Otra razón señalada por estos varones es que sienten orgullo de haber procreado un hijo varón, y de preferencia el primogénito, porque si el hijo mayor es hombre entonces será más respetado que una mujer:

Sí, la verdad, yo en mí nunca, nunca sentí que íbamos a tener una niña, en mí siempre hubo que iba a ser niño, y gracias a Dios sí, fue niño.

P: ¿Y por qué querías que fuera niño?

R: Pues, no sé si es por egoísmo o es vanidad, o no sé, pero yo quería que fuera, por decir, hombre pues, el primer hijo. (...) Siento que un hombre en la familia que sea el mayor, pues es (...) más respetado, es más respetado que una niña o una mujer, yo eso siento (Albañil, 22 años, un hijo).

La preferencia por tener hijos varones, o al menos uno, parece estar relacionada también con la idea de que los padres, en tanto hombres, no pueden relacionarse de manera cercana con sus hijas porque no pueden salir con ellas cuando visitan a sus amigos, ni pueden participar directamente en su formación. Comentan, en cambio, sobre el gusto que le da hacerse acompañar preferentemente de sus hijos pequeños varones cuando van al trabajo o a visitar a sus amigos:

(...) Pus un hombre sí puede salir con uno y una mujer no. Una mujer con su mamá y un hombre con su papá, y así es. Porque luego mis hijos se van conmigo, cuando voy a jugar pus me los llevo a jugar, pero también están mis amigos, con ellos están jugando, da gusto, da gusto llevarlos (Albañil, 28 años, dos hijos).

Por otro lado, conviene dar lugar a las expresiones, aunque muy pocas, de disentimiento con esta norma masculina asociada al deseo de procrear un hijo varón. Al respecto, uno de los entrevistados comentó que había abandonado posturas machistas, porque para él no era importante tener un hijo varón, ya que la definición del sexo de los hijos era una cuestión azarosa sobre la que no podían incidir. De hecho, señaló que lo último que quería era preservar el apellido paterno:

No, fíjate que no. De hecho yo siempre creí en eso, y si lo pensé, que cuando yo tuviera hijos quería que fueran del mismo sexo, sin importar el sexo, pero que fueran del mismo sexo.

P: ¿Y si no hubiera tenido un hijo varón?

R: No hubiera sido importante, para mí no.

P: ¿Por qué?

R: Bueno, se dicen muchas cosas, que si el hijo va a perpetuar el apellido, etcétera, y si algo yo deseaba era no perpetuar el apellido, así que por ese aspecto no me llamaba la atención (tener un hijo varón), y por respecto a ser machista, tampoco, no me consideraba así muy muy macho (Microempresario, 45 años, dos hijos).

Por lo que se refiere a los resultados de la Encuesta Nacional de Salud Reproductiva en población masculina, en el cuadro 2 puede apreciarse que del total de padres de cada estrato socioeconómico y grupo generacional, alrededor de 60 por ciento (en proporciones que van de 59.1 a 68.6) señaló que del total de hijos que han tenido, no hubieran preferido tener más hijos varones ni tampoco más hijas.

También se puede apreciar en el mismo cuadro que del resto de padres, que sí mostraron cierta preferencia por un determinado sexo de sus hijos tenidos (véanse las dos primeras columnas del cuadro 2), siempre son mayores las proporciones de aquellos padres (sin importar el estrato o grupo generacional) que hubieran preferido tener más hijos varones que hijas. Estas diferencias van desde 7.4 hasta 14.1 puntos porcentuales.

Lo más interesante de este cuadro es la apreciación de que los padres de estrato bajo (jóvenes y mayores) siempre muestran mayor predisposición que los de estrato medio a preferir haber tenido más niños que niñas en sus descendencias. Es de destacar también que son los padres mayores de estrato bajo quienes mostraron el porcentaje más bajo en su preferencia por haber querido tener más hijas que hijos varones.

Estos datos confirman que hoy en día sigue prevaleciendo entre los varones mexicanos una alta valoración por tener hijos varones, ya se trate de al menos un hijo —hallazgo del estudio cualitativo—, o se trate de desear haber tenido más hijos hombres que hijas —hallazgo del estudio cuantitativo.

Entre las razones señaladas de manera literal por los hombres entrevistados en la encuesta para preferir tener hijos varones antes que mujeres, destacan las siguientes (cuadro 3): "porque sufren menos que las mujeres", "porque las mujeres requieren de más cuidado", "porque me identifico más con otro hombre", "porque son un apoyo económico y ayudan a trabajar", "para preservar el apellido", "porque es lo que los hombres desean", "porque cuidan de su mamá o sus hermanas" y "porque tienen más carácter".

En este sentido hay que destacar que entre los varones de estrato bajo (tanto entre los jóvenes como entre los mayores) es más común señalar que se prefiere tener hijos varones por razones económicas, dado que constituyen un apoyo económico familiar al ayudar a trabajar (cuadro 3). En tanto que para los varones de estrato medio las razones de esta preferencia son un tanto diferentes. Entre los jóvenes es importante el porcentaje que señala como razón principal la identificación que sienten principalmente con otro hombre. En cambio, para los mayores es más importante la percepción que tienen de que las mujeres sufren más que los hombres para preferir tener más hijos hombres que mujeres (cuadro 3).

 

La actitud de los padres respecto a la formación y disciplina de los hijos

En un trabajo anterior (Rojas, 2005b), analizamos el grado de involucramiento masculino en los cuidados y la crianza de los hijos, así como el nivel de cercanía física y emocional establecida con ellos. Los hallazgos de ese estudio mostraron diferencias importantes entre los padres de generaciones mayores (de sectores medios y populares) —quienes se caracterizaron por establecer una relación de muy poca interacción física y emocional con sus hijos—, y los padres más jóvenes (de ambos sectores sociales), quienes han acortado de manera muy significativa la distancia que existía en la relación paterno-filial, ya que señalaron que les gustaba mucho convivir con sus hijos a través del juego, así como darles muestras de cariño y afecto.

En el trabajo que ahora nos ocupa buscamos analizar con más detenimiento dos particulares aspectos de la relación paterna con los hijos: la forma que asume su participación en la formación y crianza de sus hijos, por un lado; y por otro, la corrección y disciplina de los comportamientos infantiles.

En cuanto al primer aspecto de interés, es decir, la participación paterna en la formación y crianza de sus hijos, los testimonios provenientes del estudio cualitativo nos permitieron detectar actitudes heterogéneas de los padres que, al parecer, siguen más bien un patrón de diferenciación generacional que por sector social.

En un extremo encontraríamos a los padres mayores, tanto de sectores populares como medios, quienes se caracterizaron por haber tenido una relación de mucha distancia física y emocional con sus hijos, así como un nivel de involucramiento prácticamente nulo en los asuntos relacionados con la crianza y la formación de sus hijos. Particularmente los padres mayores de sectores populares señalaron que casi no tuvieron tiempo —excepto los domingos—para atender a su familia porque sus condiciones laborales no se los permitieron. Sin embargo, también comentaron que a pesar de que la relación con sus hijos no era mala y que se llevaban bien con ellos, siempre prefirieron establecer límites y cierta distancia mediante el respeto a su imagen como padres. Todos ellos consideraron que habían sido muy poco cariñosos y un tanto duros con sus hijos:

No creas que soy cariñoso, soy un tipo frío, no me gustan los detalles. (...) El padre quiere menos a los hijos que la madre, yo así lo entiendo. Los cuida menos, es menos cuidadoso, es un trabajo diferente del que no puedo opinar mucho (Auxiliar de intendencia, 53 años, cuatro hijos).

Por lo que toca a los padres mayores de sectores medios, fueron sus condiciones y horarios de trabajo —que normalmente concluían a las ocho o nueve de la noche— las que les impidieron convivir durante más tiempo con sus hijos. Para estos padres el tiempo asignado para estar con su familia era el que quedaba por las noches al regresar del trabajo, durante los fines de semana y las vacaciones. Por lo general, entre ellos prevalece la idea de que es la madre —que generalmente permaneció en casa cuando sus hijos eran pequeños— quien debe hacerse cargo de la crianza de los hijos y estar al tanto de sus cuidados y necesidades:

Pues yo heredo todos los defectos culturales de esta sociedad, donde yo llegué a pensar, y de alguna manera lo seguiré pensando, que gran parte de los hijos son hechura de la madre. Las buenas maneras, las buenas costumbres, la buena educación, si son empeñosos, si son estudiosos, si son dedicados en buena medida es hechura de la mamá. Es la figura más importante para ellos, y la figura del padre es un poco más lejana, es un poquito así como la fotografía que vemos de la persona que admiramos y obviamente pues es el soporte económico (Funcionario universitario, 57 años, tres hijos).

En un punto intermedio podríamos ubicar a los padres jóvenes de sectores populares, para quienes las largas jornadas de trabajo que han de cumplir son las que les impiden convivir más tiempo con sus hijos. El deseo de brindar mejores condiciones de vida a sus hijos y garantizarles un buen nivel educativo —al menos de secundaria—, les obliga a estar lejos de casa y, por tanto, a tener un escaso nivel de involucramiento en la crianza y la formación de sus hijos que se manifiesta frecuentemente en supervisar las tareas escolares de sus pequeños:

Pues la responsabilidad mía es la de llevar el sustento para la casa y estar al pendiente de ellos (...). Cuando estaban en la escuela, pues en lo poco que yo sabía y podía ayudarles en hacer sus tareas y todo eso, verles sus tareas.

P: ¿Le tocó alguna vez cuidar a sus hijos?

R: No, porque nunca ha habido el... o sea, cuidarlos así que, no porque pues siempre ha habido, o sea, siempre he trabajado, siempre he trabajado, o sea que cuidarlos nunca, nunca los he cuidado (Chofer, 42 años, tres hijos).

A pesar de esta fuerte limitación, estos entrevistados intentan establecer un mayor nivel de cercanía con sus hijos que el mostrado por los padres mayores de ambos sectores sociales. Los momentos destinados por estos padres para estar con sus hijos normalmente son los sábados por la tarde y los domingos; y cuando están con ellos les gusta mucho jugar y ser cariñosos. De hecho, mencionaron que con frecuencia llevan consigo a sus pequeños —sobre todo a sus hijos varones, con lo que aparece nuevamente otra forma de manifestar una clara preferencia por los hijos antes que por las hijas— tanto a sus lugares de trabajo como a los partidos de fútbol o basketbol que disputan con sus amigos durante los fines de semana:

Pus un hombre sí puede salir con uno y una mujer no, una mujer con su mamá y un hombre con su papá, y así es. Porque luego mis hijos se van conmigo, cuando voy a jugar pus me los llevo a jugar, pero también están mis amigos, con ellos están jugando, da gusto, da gusto llevarlos (Albañil, 28 años, cónyuge no trabaja, dos hijos).

Esta preferencia por establecer un vínculo más cercano con sus hijos varones que con sus hijas, entre estos padres jóvenes de sectores populares, es más notoria cuando señalan que prefieren deslindarse de participar en la formación y crianza de sus hijas, ya que en su opinión, las niñas han de permanecer al lado de su madre, quien —en tanto mujer— tiene mayor responsabilidad en esta materia:

En mi caso, yo platicaba con mi esposa que, como eran niñas (sus hijas), ella tenía un poco más de responsabilidad en cuanto a ellas. Explicarles qué es el sexo e irles explicando cómo es la vida de la mujer. Yo sentía que no les podía decir porque yo era hombre y probablemente lo tomaran como que no era yo la persona idónea para poder platicarles en cuanto al sexo (Auxiliar de intendencia, 43 años, dos hijos).

Por lo que toca a los padres jóvenes de sectores medios, creemos que ellos están en el otro extremo opuesto a los padres mayores (tanto de sectores populares como medios), pues no sólo manifestaron que tenían una relación de mucha cercanía física y emocional con sus hijos, sino que también se mostraron muy participativos e involucrados, tanto en la crianza como en la formación y educación de sus hijos, independientemente de su sexo. De hecho, se mostraron particularmente interesados en enseñar a sus hijos e hijas ciertos principios morales que consideran básicos y en estimular su aprendizaje enseñándoles a dibujar, a leer y a realizar operaciones aritméticas:

Pues actualmente yo soy el que la cuida en las tardes, pues mi esposa trabaja en las tardes, entonces. ¿Que cómo reparto el tiempo con mi hija a la hora que la cuido? Bueno, lo repartimos generalmente (...) son como tres partes: lo que es juego, lo que es aprender algo y lo que es ver tele. Así en forma general, juegos, pues desde brincar en la panza de su papá, que le encanta todo el tiempo estar jugando luchitas [jugando a luchar], le enseñé por cierto a jugar luchitas, entonces se la pasa jugando luchitas conmigo, y a veces a la Barbie, a sus muñecas, o saca sus trastesitos, o sea que ahí tiene sus juguetes, entonces los saca e inventa sus juegos. Luego de eso, generalmente a veces la pongo a trabajar en el pizarrón, a hacer cuentas, ahorita ya sabe sumar y sabe leer y escribir su nombre y algunas palabras que ya tiene más reconocidas, pero en general todo lo que va en la formación de aprender va en ese sentido: un poco de hacer cuentas, aprender las letras, aprender a leer partes. Y ya en la noche es ver tele, tenemos nuestros programas favoritos (Analista de sistemas, 40 años, una hija).

Ahora, en cuanto a la disciplina y corrección de los comportamientos de sus hijos, también encontramos un panorama heterogéneo entre nuestros entrevistados, aunque las desigualdades encontradas en este aspecto parecen seguir un patrón más definido por el sector social de pertenencia que por la edad de estos padres. En efecto, los padres de sectores populares, tanto jóvenes como mayores, acostumbran cotidianamente corregir y disciplinar los comportamientos de sus hijos con el regaño fuerte y con gritos, además de los manazos, los jalones de orejas, las nalgadas y los cinturonazos (golpes con un cinturón o correa). De tal suerte que su imagen como padres es en cierta forma temida, aún entre los padres jóvenes:

Sí, a mí me tienen mucho miedo, porque luego hay veces que sí les pego, sí les pego, porque no por cualquier maldad que hagan (...) para que no se salgan unos golpes ahí, pero así: un manazo o un cinturonazo y ya (...) Luego les está uno hable y hable y no hacen caso, un jalón de orejas o una nalgada, y así es como se calman (Albañil, 28 años, dos hijos).

No es extraño entonces, que para tratar de impedir o corregir que sus hijos se droguen y vagabundeen, algunos padres sometieron a sus hijos a palizas ejemplares como único mecanismo para disuadirlos:

Algunas veces sí, sí les pegué, cómo no, me los cuerié (golpear con cinturón o correa de cuero), pero como decían mis gentes grandes de mi pueblo: "Si le vas a pegar, pégale bien, no nada más vayas a estar ahí sobándole, porque no te va a obedecer, y además lo vas a acostumbrar. No, una vez, pero bien, para que entienda" (Auxiliar de restaurante, 62 años, tres hijos).

En un punto intermedio estarían los padres mayores de sectores medios, quienes señalaron que aunque intentaron dar preferencia al diálogo y a la reflexión con sus pequeños, en aquellos casos en los que les resultaba difícil hacerse obedecer y ante las travesuras de sus hijos, tuvieron que recurrir a los regaños, a los castigos y, en última instancia, a los golpes para corregir y reprender a sus hijos:

También me los fui a sonar (golpear), sobre todo al mayor, porque también ¡hacía cada cosa el chamaco! Y no, nunca me lo ha reprochado (...) cuando molestaba a sus hermanos o por ejemplo hacía cosas (...). No, no, ¡hacía cada cosa el chamaco!, entonces me sacaba de mis casillas, me sacaba de quicio y entonces le llegué a pegar. Pero pues, yo creo que eran golpes así, dizque correctivos, pero no abusé, no sé qué digan ellos, obviamente (Funcionario universitario, 57 años, tres hijos).

Nuevamente en el otro extremo, opuesto al correspondiente a los padres de sectores populares —tanto jóvenes como mayores—, se encuentran los padres jóvenes de sectores medios, quienes señalaron que prefieren utilizar siempre el diálogo y el convencimiento en primera instancia, y en caso de que no funcione, recurren entonces a los regaños y al castigo, que generalmente implica que su hijo permanezca solo en su habitación. El último recurso son las nalgadas, aunque señalaron que prefieren no utilizarlo:

Yo no le pego a mi hija, hablo mucho con ella... Aunque hay momentos en que se ponen caprichosos, empiezan a manejarlo a uno con el berrinche, con el llorar, entonces cuando se me pone así, sí le hablo un poco más fuerte, empiezo a hablar bastante duro con ella, de tal manera que sienta el regaño y ya se me compone... El castigo común es que se vaya a su cuarto y ahí se queda un rato sola, pero no es muy común, prefiero negociar con ella.

P: ¿Y le has llegado a pegar?

R: Pues sí, una vez sí, una nalgada, una buena nalgada, que son muy buen remedio, nada más en casos muy extremos y eso muy rara vez... Pero no debe ser muy común porque entonces la relación se torna violenta y no conduce a nada más que a la distancia (Analista de sistemas, 40 años, una hija).

Los resultados de la Encuesta Nacional de Salud Reproductiva en población masculina confirman lo que hasta aquí hemos dicho, es decir, los padres de estrato medio —tanto jóvenes como mayores— parecen estar más involucrados con la formación de sus hijos e hijas al participar en mayor medida (véase segunda columna del cuadro 4) que los padres de estrato bajo. Hay que notar en el mismo cuadro que la participación de las madres en esta materia es siempre la más significativa en todos los estratos y en todos los grupos generacionales. Otro dato que resulta interesante es que en el caso de los padres mayores de estrato bajo, al parecer se prefiere que otra persona —que no es la madre ni el padre— auxilie a sus hijos con los deberes escolares.

Por lo que se refiere a la indagación respecto a la manera como los padres mexicanos acostumbran corregir a sus hijos (cuadro 5), creemos que en esta encuesta existe una subdeclaración de los varones entrevistados respecto al recurso de los castigos o los golpes, y una sobredeclaración en torno a la búsqueda del convencimiento hablando con ellos para disciplinarlos. A pesar de esta clara limitación de la encuesta, el cuadro nos muestra de manera porcentual, que es un tanto más frecuente entre los padres de estrato medio utilizar esta última forma de corrección de los comportamientos de sus pequeños.

Por otro lado, la información del mismo cuadro nos revela, aunque en bajísimos niveles, que los padres de estrato bajo declaran con más frecuencia que los de estrato medio, utilizar los golpes para corregir a sus hijos.

 

Consideraciones finales

En este trabajo nos centramos en el interés de detectar la existencia de cambios y diferencias significativos entre los padres mexicanos, atendiendo a su pertenencia a distintas generaciones y estratos socioeconómicos, en dos particulares dimensiones de la relación paterno-filial: a) la importancia que los hombres mexicanos otorgan al hecho de procrear un hijo varón; y b) el carácter que adquiere su participación en la formación y educación de sus hijos, así como en la disciplina y corrección de los comportamientos de sus pequeños.

En cuanto a la importancia que adquiere tener un hijo varón, nuestros hallazgos, tanto en el estudio cualitativo como en la encuesta, proveen indicios de que entre los hombres mexicanos, sin distinción de sector social ni grupo generacional, sigue teniendo una muy alta valoración tener al menos un hijo varón, preferentemente el primogénito. Sin embargo, la necesidad de reproducirse a través de un hijo hombre está relacionada con motivaciones diferentes. Es muy probable que debido a la precaria situación de sus hogares, los padres de estrato bajo (jóvenes y mayores) valoren tener hijos varones porque, en su opinión, pueden apoyarlos para conseguir el sustento familiar. Las valoraciones de los padres de estrato medio se separan claramente de esta preocupación y se centran, en el caso de los mayores, en la consideración de que las hijas mujeres sufren más que los hijos varones; mientras que para los jóvenes es la identificación que sienten con otro hombre lo que les lleva a preferir tener hijos de sexo masculino. El estudio cualitativo reveló que entre los entrevistados (de ambos sectores sociales y grupos generacionales) prevalece una clara preocupación porque su apellido se perpetúe a través de las generaciones.

Por lo que se refiere a la participación de nuestros entrevistados en la formación y educación de sus hijos, encontramos un claro panorama heterogéneo que recorre las generaciones de padres. Los padres mayores, de ambos sectores sociales, se mantienen al margen. En tanto que los padres jóvenes de sectores populares hacen un esfuerzo por participar en la crianza y educación de sus hijos, mostrando a final de cuentas una clara preferencia por relacionarse con sus hijos varones antes que con sus hijas. Los padres jóvenes de sectores medios, en cambio, declararon con mayor frecuencia que participan activamente en la formación tanto de sus hijos como de sus hijas, estimulando sus aprendizajes escolares.

En cuanto a la corrección y disciplina de los comportamientos de sus hijos, encontramos indicios de importantes diferencias entre nuestros entrevistados, atendiendo a su sector social de pertenencia. Los padres de sectores populares se caracterizaron por asumir cotidianamente actitudes severas y violentas, empleando los regaños fuertes y el maltrato físico para disciplinar la conducta de sus pequeños. Por ello, su imagen como padres es más bien temida. En cambio, los padres de sectores medios consideran preferible utilizar el diálogo y el convencimiento antes que los regaños, los castigos o los golpes para corregir a sus hijos.

 

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Notas

1 Algunas de estas variantes son: a) el padre ausente; b) el padre o patriarca tradicional; c) el padre "neomachista"; y d) el padre que pretende ser igualitario y que a veces lo logra.

2 Gutmann (1993 y 1996) señala que la transición de la fecundidad mexicana está indudablemente relacionada con los significados y las prácticas de la maternidad y de la paternidad, así como con las identidades de género. De tal suerte que los cambios relacionados con las mujeres, y que se hacen explícitos en más bajas tasas de natalidad, están implicando necesariamente reevaluaciones y cambios entre los varones.

3 Ello puede contribuir a explicar porqué entre los Chamulas se considera que todos los hijos, en principio, son hombres, pero un descuido de la mujer embarazada puede cambiar el sexo del producto, lo cual la expone a ser rechazada y suplantada pues arriesga la continuidad del grupo (Ruz, 1998).

4 En México hoy en día es muy común que se considere que de aquella "Gran familia mexicana", sustentada en una cohesión a toda prueba, en la obediencia ciega a la autoridad paterna y en el principio de tener los "hijos que Dios nos dé", queda muy poco en el presente (Medina, 2005).

5 Nos referimos a revistas como Padres e hijos, Kena, Men's Health en español, así como a los suplementos especiales del Día del Padre del periódico Reforma.

6 Jaime Torres (1997) "En el nombre del padre" Men's Health en español, año 4, núm. 6, junio, México D. F., pp. 44-45.

7 Claudia Cortázar (1996) "La experiencia de ser padre" Padres e hijos, año XVIII, núm. 06, México, D. F., pp. 14-20.

8 Liliana González (1998) "Los hijos no son atadura" en el suplemento especial del Día del Padre del periódico Reforma, domingo 21 de junio, México, D. F., p. 9.

9 Rodrigo Castillo (1998) "Más allá del ser padres... la amistad" en el suplemento especial del Día del Padre del periódico Reforma, domingo 21 de junio, México, D. F., p. 2.

10 David Ramón (1998) "Los padres pasan por el cine mexicano" en el suplemento especial del Día del Padre del periódico Reforma, sábado 20 de junio, México, D. F., p. 2.

11 Hallazgos de investigación reportan indicios de que entre las jóvenes generaciones de hombres mexicanos se está detectando el deseo de tener menos hijos para darles una mejor calidad de vida y para establecer con ellos una mejor y más cercana relación (Rojas, 2002).

12 Para este estudio consideramos pertenecientes a sectores medios aquellos varones con escolaridad superior a la secundaria, con ocupaciones no manuales (profesionistas) y que habitaban en colonias residenciales que cuentan con todos los servicios. Estos entrevistados, en su gran mayoría, nacieron en la Ciudad de México, lugar en el que han vivido toda su vida, de tal suerte que su ámbito de socialización ha sido eminentemente urbano. Todos son profesionistas con ocupaciones de diseñadores industriales, funcionarios universitarios, analistas de sistemas, arquitectos y coordinadores de ventas. A diferencia de los varones de sectores populares, estos hombres se unieron a edades no muy jóvenes, en promedio a los 27 años. El tamaño de sus familias es relativamente pequeño, ya que los padres jóvenes de estos sectores tienen en promedio dos hijos, en tanto que los mayores tienen tres hijos en promedio.

13 Fueron considerados pertenecientes a sectores populares, aquellos varones con escolaridad menor a la preparatoria, asalariados, con ocupaciones manuales y que residían en colonias populares con infraestructura urbana precaria. Estos entrevistados provienen en su totalidad de áreas rurales, en donde nacieron y vivieron buena parte de su infancia y adolescencia hasta que siendo jóvenes migraron a la ciudad de México en busca de trabajo. Todos tenían ocupaciones manuales al momento de la entrevista, pues se trató de albañiles, auxiliares de intendencia, choferes, jardineros y auxiliares de restaurante. El nivel de escolaridad de la mayoría es de primaria incompleta. Casi todos se unieron a edades muy jóvenes, en promedio a los 20 años, y fueron padres aproximadamente un año después. El tamaño promedio de las descendencias entre los padres jóvenes de estos sectores es de dos hijos, mientras que entre los padres mayores es de casi seis hijos.

14 Si ubicamos a todos nuestros entrevistados de acuerdo con su edad en el tiempo histórico y social, podemos decir que los padresjóvenes —que pertenecen a las generaciones nacidas entre 1954 y 1975— de ambos sectores sociales —a diferencia de los mayores— recibieron una clara influencia de diversos acontecimientos y procesos ocurridos en México durante las tres últimas décadas. Uno de ellos fue la extensa difusión —iniciada en 1974— de modernos métodos anticonceptivos, impulsada por los programas nacionales de planificación familiar y acompañada de intensas campañas publicitarias que han promovido la conveniencia de reducir el tamaño de la familia. La campaña más conocida y recordada por muchos en el país es aquella cuyo eslogan era "La familia pequeña vive mejor".

15 Estos estratos se construyeron a partir de un índice de desigualdad social basado en tres características fundamentales de los hogares a los cuales pertenecían los varones entrevistados: a) la calidad de la vivienda; b) la escolaridad media relativa de todos los miembros del hogar; y c) la ocupación mejor remunerada de los miembros del hogar.

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