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Papeles de población

versão On-line ISSN 2448-7147versão impressa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.12 no.48 Toluca Abr./Jun. 2006

 

Embarazo en adolescentes del sureste de México*

 

Adolescent pregnancy in South-Eastern Mexico

 

Esperanza Tuñón Pablos

 

El Colegio de la Frontera Sur.

 

Resumen

A partir de una encuesta regional de hogares y entrevistas a profundidad realizadas entre 1997 y el año 2000 en los estados de Chiapas, Tabasco, Campeche y Quintana Roo, en este texto analizamos el tipo de familias que conforman o en las que se insertan adolescentes que han vivido la experiencia de haber o haberse embarazado y que han asumido su maternidad-paternidad, discutiendo si ésta es nuclear o extensa y, en este último caso, si se contribuye a hacer extensa la propia familia de origen o la del cónyuge. El análisis permite evaluar los cambios en las trayectorias de vida que enfrentan las y los jóvenes en esta situación, así como la mayor o menor vulnerabilidad genérica en que se colocan unas y otros a partir de la resolución dada ante un eventual embarazo.

Palabras clave: adolescentes, fecundidad adolescente, embarazo adolescente, formación familiar, género, sureste de México.

 

Abstract

We analyze in this text the kind of families that form or where adolescents who have lived the experience of being pregnant, and who have assumed their paternity-maternity, discussing if this is nuclear or extended, and in the latter case, if the extended family is that of the origin family or that of the spouse, all this based on a regional households' survey and deep interviews performed between 1997 and 2000 in the states of Chiapas, Tabasco, Campeche and Quintana Roo. The analysis allows the evaluation of the changes in the life trajectories that face the young men and women in this situation, as well as the lower or higher generic vulnerability they are placed into from the resolution given by a pregnancy.

Key words: adolescents, adolescent fecundity, adolescent pregnancy, familiar formation, gender, South-Eastern Mexico.

 

Introducción

La presencia de embarazo durante la adolescencia ha cobrado singular importancia durante los últimos años debido principalmente a la preocupación demográfica que se deriva de su incidencia y del fracaso de las políticas públicas de población y de salud diseñadas para atenuarlo.

La preocupación demográfica en torno al tema señala que 20 por ciento de las mujeres latinoamericanas inician la maternidad antes de los 18 años y 40 por ciento antes de cumplir los 20 (Population Reference Bureau, 1992); que en nuestro país, para el año 2000, 55 por ciento de las y los jóvenes de 15 a 29 años han tenido relaciones sexuales y 35 por ciento han estado embarazadas o han embarazado a alguien (Instituto Mexicano de la Juventud, 2000); y que, según las estadísticas vitales, 16 por ciento de los nacimientos anuales provienen de madres adolescentes, quienes aportan una cifra aproximada de 450 000 embarazos anuales al total nacional (Welti, 1992).

Por su parte, los programas diseñados para posponer la llegada del primer hijo y así retrasar el embarazo temprano no han tenido los efectos deseados, debido a que, a nuestro parecer, es todavía insuficiente e inadecuada la educación sexual en nuestro país, en tanto que sigue teniendo una fuerte carga biológico-anatómica que no atiende los aspectos de mayor interés de las y los adolescentes acerca de la sexualidad; a que no se ha diseñado un programa integral de formación de los docentes en el tema (Tuñón et al., 2004); a que las campañas de planificación familiar están destinadas a las parejas casadas o unidas, lo que excluye a una gran cantidad de adolescentes que, manteniéndose solteras y solteros, tienen vida sexual activa (Tuñón y Nazar, 2004), y fundamentalmente, a que siguen teniendo vigencia una serie de normas hegemónicas de género que impiden el empoderamiento de las mujeres, su acceso al placer y la regulación de la propia fecundidad.

Siguiendo a Stern (1995, 1997, 2001), Szasz (1998a y 1998b) y Schmukler (1998), consideramos que resulta fundamental no generalizar como problema el embarazo en adolescentes, sino comprender los contextos particulares en los que éste sucede; incorporar la perspectiva de género en el análisis como condición para lograr una mejor comprensión de los comportamientos juveniles de cara a la obligatoriedad de cumplir con las normas genéricas dominantes en la sociedad, y diseñar políticas públicas asertivas y programas particulares de educación sexual, acceso a métodos anticonceptivos y apoyos para la asunción de la maternidad y paternidad, acordes a la realidad que viven los distintos grupos de adolescentes.

Si bien las investigaciones realizadas acerca del embarazo en adolescentes han tratado de responder a interrogantes importantes, tales como su incidencia, sus repercusiones sociales, económicas, culturales y de salud, así como la respuesta familiar al embarazo (Roman, 1999; Atkin et al., 1996), muchos temas relacionados con este evento siguen siendo escasamente abordados. En este texto analizamos uno de ellos, referido al tipo de familias que constituyen o en las que se insertan las y los adolescentes que han vivido la experiencia de haber o haberse embarazado y que han asumido su maternidad-paternidad. Este tema resulta crucial en la perspectiva de evaluar tanto los cambios en las trayectorias de vida que enfrentan las y los jóvenes en esta situación, como la mayor o menor vulnerabilidad genérica en que éstas y éstos se colocan a partir de la resolución dada ante la eventualidad del embarazo.

Si bien existen diversas pautas culturales por las que, por ejemplo, en Estados Unidos la respuesta más común frente a un embarazo no deseado es la interrupción del mismo y la práctica de un aborto legal, y en Argentina resulta común que las adolescentes embarazadas continúen viviendo con su familia de origen, incluyendo algunas veces a su pareja, en México se ha reportado que la resolución más aceptada es, sobretodo en las mujeres, el necesario matrimonio o unión seguido del posterior beneplácito de los abuelos ante el nacimiento del nuevo miembro de la familia (Guillén y Tuñón, 1999).

Aseveramos que las trayectorias de vida de las y los adolescentes se bifurcan una vez que inician su vida sexual activa, en tanto que para ellas el inicio del ejercicio de la sexualidad coital se encuentra fuertemente asociado con el matrimonio y la maternidad como proyecto de vida y el abandono de otras opciones de desarrollo personal, mientras que para ellos la iniciación sexual responde más bien a un necesario reconocimiento de la masculinidad por sus pares que no implica el rediseño de su proyecto de vida a futuro. (Tuñón y Ayús, 2003).

Esto nos remite a las distintas normas hegemónicas de género que rigen en nuestra sociedad y cultura por las que, mientras la pauta masculina común es no saber o no hacerse cargo de lo que sucede con las mujeres después de tener relaciones sexuales ocasionales con ellas, en las mujeres la vida sexual activa se encuentra fundamentalmente ligada a la procreación y a la posibilidad de una unión duradera. Lo anterior nos refiere al rasgo genérico de menor asunción de paternidad de los varones que de maternidad por parte de las mujeres.

De aquí que, mientras a nivel nacional alrededor de 90 por ciento de los varones que han iniciado su vida sexual activa se mantienen solteros y viven como tales con su familia de origen (94.1 y 86.9 por ciento, respectivamente), casi tres cuartas partes de las mujeres en la misma situación se declaran casadas o unidas (73.8 por ciento) y más de 60 por ciento viven en familias de corte extenso (62.4 por ciento) (Instituto Mexicano de la Juventud, 2000).

Consideramos que, para el caso de los varones, el punto de inflexión de sus biografías personales no pasa por el inicio de las relaciones sexuales —como sucede con las mujeres para quienes éstas se constituyen en el preámbulo de la vida conyugal y de la maternidad—, sino por el reconocimiento de haber embarazado a alguna mujer y la asunción de la paternidad. Estos dos hechos impactan en la escolaridad, el estado civil, las actividades dominantes a las que se abocan las y losjóvenes a partir de estos sucesos y también en el tipo de familia en el que se inscriben (Tuñón y Ayús, 2003).

Así, según datos de nuestro propio estudio, aproximadamente tres cuartas partes de las y los adolescentes que se asumen madres y padres recibieron con mucha alegría la noticia de que estaban embarazadas o que habían embarazado a alguien (71 y 78.8 por ciento, respectivamente), pero resulta ilustrativo de las condiciones de género prevalecientes que, mientras los varones mencionan entre los cambios detectados tras el ser padres el que dejaron la escuela y comenzaron a trabajar, las mujeres añaden la consecuencia de dedicarse al trabajo doméstico y haberse tenido que cambiar de lugar de residencia.

 

Metodología

El presente estudio tiene un carácter exploratorio con base en una encuesta de hogares (en la cual se tomaron en cuenta tres niveles de marginalidad y tres tamaños de localidad) y la definición de un tamaño de muestra de 9 265jóvenes mujeres y varones de 12 a 19 años de los estados del sureste de México: Chiapas, Campeche, Quintana Roo y Tabasco, a los que se les aplicó un cuestionario de 130 reactivos, de los cuales cerca de 40 por ciento fueron preguntas abiertas.

El estudio partió de dos propósitos: por un lado, generar información cuantitativa y cualitativa para determinar las características sociodemográficas y de salud reproductiva de las mujeres adolescentes embarazadas y, por otro, indagar y comprender las representaciones simbólicas de la sexualidad, prácticas sexuales, pautas reproductivas, respuestas al embarazo y asunción de maternidad y paternidad de las y los adolescentes de la región.

La muestra consideró un total de 97 áreas geoestadísticas básicas (AGEB) y administraciones locales de recaudación (ALR) de los distintos municipios de los estados (33 en Chiapas, 12 en Campeche y Quintana Roo, 21 en Tabasco y 19 en Yucatán) con lo cual se logró un muestreo inferior a 7.5 por ciento con una confiabilidad de 95 por ciento a nivel estatal y un error inferior a 12 por ciento en los tres tamaños de localidad y en los tres niveles de marginalidad considerados, lo que la hace altamente representativa. El tamaño de la muestra se estimó sobre la base de cinco manzanas o su equivalente rural y de 26 hogares por manzana. El cálculo supuso que 50 por ciento de las y los adolescentes ha tenido relaciones sexuales y que 30 por ciento ha experimentado u ocasionado al menos un embarazo.1

También se realizaron entrevistas a profundidad con 130 jóvenes de contextos urbanos, semiurbanos y rurales, con y sin vida sexual activa, experiencia de embarazo y asunción de maternidad/paternidad. Cada entrevista tuvo un tiempo de duración promedio de cuatro horas, organizamos la información en nueve códigos temáticos y la analizamos a partir de construir sus narrativas con el programa Etnograph.

 

Resultados

Del total de los 9 265 adolescentes hombres y mujeres de 12 a 19 años de nuestra muestra que habitan en los cuatro estados referidos destaca, en primer lugar, que 9.9 por ciento de las mujeres y 25 por ciento de los varones declaró tener relaciones sexuales y que 323 jóvenes manifestaron haber experimentado la vivencia de, al menos, un embarazo, lo que corresponde a 3.5 por ciento del total de la muestra y a 58 por ciento de aquéllas y 3.9 por ciento de aquéllos que declaran tener una vida sexual activa.

Esta información llama de suyo la atención, ya que si bien menos de la mitad de mujeres que de hombres sostienen relaciones sexuales, casi 60 por ciento de éstas reporta haberse embarazado frente a menos de cuatro por ciento de aquéllos que reconocen o dicen saber que han embarazado alguna vez a alguna mujer.

La anterior se explica tanto por el uso diferenciado de métodos anticonceptivos en ellas y en ellos, como por su estado civil y por la edad y el tipo de pareja sexual con la que ambos sostienen relaciones. Así, las tres cuartas partes de las y los jóvenes (77.4 por ciento ellas y 73.7 por ciento ellos) declaran conocer sobre los métodos anticonceptivos, aunque sólo 38.7 por ciento de las y los que dicen conocerlos (20 por ciento de las mujeres y 48.3 por ciento de los varones) los utilizaron en su primera relación sexual.

Así mismo, en las mujeres, el inicio de la vida sexual activa lleva de manera casi automática a la unión y al embarazo (68.6 por ciento), mientras que los varones en un altísimo porcentaje mantienen su soltería (96.6 por ciento). De la misma manera, mientras las mujeres se relacionan, unen y son madres generalmente con hombres mayores (que no fueron considerados en este estudio), los varones, si bien hacen lo propio generalmente con mujeres menores que ellos, el carácter de ocasional que impregnan a la mayoría de sus relaciones sexuales les hace desconocer qué pasa con las mujeres tras haber tenido sexo con ellas y mantenerse solteros.

De los 323 adolescentes de nuestro estudio que reportan tener experiencia de embarazo, destaca que casi 90 por ciento del total son mujeres (86.7 por ciento), mientras que sólo poco más de 10 por ciento son varones (13.3 por ciento). La información proporcionada por nuestra encuesta no permite establecer una relación causal entre el tipo de familia de origen y el comportamiento sexual de las y los adolescentes, pero sí nos permite analizar la relación entre las diferentes reacciones que tienen mujeres y hombres ante la resolución de un embarazo y el tipo de familia que se constituye a partir de este evento.

Así, nuestro estudio devela que, si bien tomados en conjunto2 la mitad de las y los adolescentes de la región que se asumen madres y padres han constituido una familia nuclear (50.2 por ciento),3 existe un comportamiento genérico divergente por el que, con cerca de diez puntos porcentuales, más mujeres han formado una familia nuclear y más jóvenes varones padres viven en familias extensas (cuadro 1).

En este comportamiento intervienen de manera especial las mujeres jóvenes madres de Tabasco y los padresjóvenes de Chiapas, quienes muestran una pauta divergente de sus respectivos pares del resto de los estados. Así, de las 95 mujeres adolescentes madres de la entidad, sólo 30.5 por ciento ha constituido familias nucleares y 69.5 por ciento ha contribuido a volver extensa la familia en la que vive actualmente. En el extremo opuesto se encuentran las mujeres de Chiapas y Quintana Roo que, en proporción de siete y seis por cada 10 mujeres, respectivamente, conforman familias nucleares. Cabe decir que, en el caso de Campeche, la proporción entre los dos tipos de familias que conforman las mujeres jóvenes madres es muy similar (cuadro 2). Por su parte, si bien el reducido número dejóvenes padres nos limita para hacer mayores interpretaciones, destaca que casi 80 por ciento de los chiapanecos en esta situación construyen familias nucleares a diferencia de sus pares de los demás estados (cuadro 2).

Al analizar la información anterior incorporando el criterio del ingreso familiar —hasta 1 200 pesos mensuales y más de 1 200 pesos mensuales4— resulta que, tomados los casos estatales en su conjunto, la situación de mayor pobreza se registra en los hogares que las y los adolescentes construyen nucleares. Lo anterior, sin duda, responde al hecho de que las familias extensas, por definición, pueden y de hecho suelen agrupar a más de un proveedor económico, con lo que este tipo de familia se constituye, incluso, en una estrategia peculiar de combate a la pobreza (cuadro 3).

Con respecto a la familia extensa que las y los jóvenes, (independientemente de su estado civil) contribuyen a formar, podemos decir que ésta puede adquirir tres modalidades, ya sea que vivan con sus hijas e hijos, ya sea con o sin su pareja, con su familia de origen, con la de su pareja o en núcleos sin o con otro parentesco. Destaca que más de la mitad de las mujeres en esta situación (51.5 por ciento) contribuyen a formar extensa su propia familia y que, a pesar del comportamiento dispar de las jóvenes madres tabasqueñas señalado más arriba, éstas, al igual que sus pares de los demás estados, contribuyen en mayor proporción a formar extensa a su familia de origen. Cabe decir que los pocos casos de hombres adolescentes que se asumen padres en el conjunto de la región impiden hacer mayores referencias a su comportamiento (cuadro 4).

Lo anterior, a partir de una perspectiva de género, nos indica que el hecho de que mayoritariamente las mujeres construyan familias nucleares o vuelvan extensa la familia propia, significa que ellas seguramente mantienen el apoyo cotidiano de sus redes familiares tras el evento del embarazo y eventual unión, a diferencia del caso de los varones, quienes una vez que se insertan en la familia de su pareja, seguramente recurren a otros dispositivos avalados por las normas hegemónicas de género, tales como posiblemente convertirse en uno de los proveedores de su nuevo hogar, para refrendar su ubicación y valoración social.

Al respecto, transcribimos a continuación algunos fragmentos de las narrativas producto de las entrevistas a profundidad de nuestro estudio que nos permiten corroborar lo aquí dicho. Destaca en primer lugar el cambio en la trayectoria de vida que implica para los jóvenes el asumir la paternidad:

El único fracaso que he tenido hasta ahorita en mi vida es no seguir estudiando. Ahorita, así como estoy, lo siento duro, porque ahorita el que no tiene estudio o que no está estudiando vale pa' pura madre, más que nada... Mis planes saliendo de la prepa [escuela preparatoria, educación media superior] eran entrar a la aviación, esa fue mi primera frustración que llevé, porque después de casados, ya que terminé la 'prepa', metí mi documentación, de hecho presenté dos exámenes. Pero después que checaron mis papeles y vieron que estaba casado me rebotaron, o sea, no se pudo. Después de eso, lo que hice fue buscar trabajo, porque dije: bueno lo que más me gusta no se puede. Hasta eso fui a la Policía Federal de Caminos, pero ahí de una vez dije que era casado y que ya tenía un bebé, 'no, menos —me dicen—, lo que pasa es que tú puedes tener un accidente y pues la compañía no se quiere hacer responsable ya teniendo familia'. Entonces me dije: bueno, ya qué más. Y me puse a trabajar, puse ese bar y ahí empecé (Héctor, Chiapas).

Así mismo, es notorio el peso del apoyo brindado por padres/suegros a la nueva pareja, apoyo que se convierte en un pilar fundamental para enfrentar la nueva etapa del ciclo de vida de las y los jóvenes y que puede incluir desde cobijarlos en su casa hasta facilitarles los insumos básicos o incorporar a los varones a diversas actividades laborales:

Apenas va a hacer un año que me la traje, vamos a tener un año. Cuando me traje a Monchi [su esposa] mi mamá estaba ahí en el cuarto. Ya nos invito a comer y ya no nos dijeron nada. Ya que pasó el tiempo le dije a mi papá, que ya estaba yo aburrido ahí, que había calor. Y como me dio una parte del terreno de aquí mismo, y ya mi papá me dio tablas y yo compré las tejas para hacer esta casita, y ya me dio mi mamá la cama, la mesa, la silla, el sofá...5 (Daniel, Tabasco).

Aunque hasta donde yo sé sí le emocionaba el hecho de que iba a ser madre, esperaba con alegría el bebé. En cambio a mí no me emocionó al principio, pero ya después que mis papás me dijeron que iban a apoyar y todo eso, pues ya cambié. Por lo mismo de que me dijeron que ya no me va a hacer falta nada ni a mi ni al niño y me van apoyar, pues ya me sentía más tranquilo hasta cierto punto. Más que nada era lo económico lo que me preocupaba, pero una vez que sentí el apoyo de mis padres me tranquilicé mucho (Héctor, Chiapas).

Como los papás de esta niña vieron que no llegó a dormir, la fueron a buscar a la escuela, y como no se presentó, preguntaron con los amigos más cercanos y uno de ellos dijo que nos habían llevado a dormir a tal lugar. Los señores nos fueron a buscar, nos sacaron, nos llevaron a mi casa, y ya desde esa vez ella se quedó ahí en la casa. Esa fecha fue un 15 de febrero y desde entonces se quedó viviendo conmigo. Después de esa fecha, como su papá tiene bares, yo le compré uno, bueno, mi papá, y yo me encargué del bar. Luego, como había problemas, tuve que traspasarlo. Como no había trabajo, bueno, sí había pero yo no hallaba, me dediqué a la compra y ventas de autos con mi papá (Héctor, Chiapas).

Lo anterior, sin embargo, no elimina la serie de fuertes tensiones que ocurren entre la pareja allegada y los padres del cónyuge, ya que esta relación es particularmente conflictiva en el caso de las nueras-suegras, en la que las primeras comúnmente viven de manera muy aguda su situación de subalternalidad:

Después que nos casamos estuvimos un tiempo en casa de mi mamá, pero nos llevábamos un poco mal... Luego nos fuimos a casa de ella, pero tenemos que andar con precaución por tratar de no hablar demasiado rápido ni recio para que no le aturdamos sus pensamientos a su mamá, y ya ve que los niños no se pueden estar quietos y tocan cualquier cosa o lloran y eso a ella le molesta muchísimo... (Andrés, Chiapas).

A veces mi mamá se molesta cuando ella va a planchar. A veces ellos ven que, como dicen, nos levantamos tarde y más se encabrona mi mamá. Ahora se encabronó ella porque fuimos a comer allá y [Monchi] no lavó los platos y se encabronó mi mamá y vino a buscar a mi esposa y la fue a llevar allá a que le lavara los trastes, y le digo: ¿Sabes qué? Mejor lava los trastes porque esa señora se encabrona, se encabrona porque a veces no tiene los trastes limpios. Le agarra unas cosas y se pone mal. No le agarres nada, le digo. Mejor deja esas cosas ahí, le digo. No agarres nada. Na'más lo agarro y, le digo, y ya le digo: ¿Sabes qué? Yo lo agarré, pero tú no le agarres nada por que ya te va a agarrar odio (Daniel, Tabasco).

Por eso fue que nos casamos (estaba embarazada) y yo estuve enferma y me quedé con mi mamá. Después mi esposo le dijo a mi mamá que yo iba a llegar a la casa de él y pues eso no le gusto a mi mamá y se enojaron y él pues también se enojó. No puede ni ver a mi mamá tampoco y a mí me regañó por no saber pelear y me dijo mejor nos vamos a ir ya, porque no se puede. Es que mi suegra no puede ver a mi mamá, le cae mal, no se llevan... y ya me vine con él. ¡Ya estaba yo enferma! [embarazada]. Ya nos fuimos a vivir pues ya ahí [con los padres de él] después ahí tuvimos un problema con mi suegra y me fui, me fui a mi casa, es que ella le metía chismes a él, a veces le decía que yo me salía y era pura mentira y así. Hasta que un día me fui, como no tenía mucha ropa, me fui con mi mamá y ya al llegar allá él me fue a decir que yo regresara, pero ya no iba yo a regresar ahí en la casa de sus papás... (Fidelina, Chiapas).

Por último, es de señalarse el arraigado deseo que tienen las parejas jóvenes de superar el tiempo de estancia en la residencia de los padres de ellas o ellos y de conformar familias nucleares en su propia casa:

Ahora nos hemos organizado y compramos un terreno y decidimos apartarnos, hacer las cosas ya como una familia, una responsabilidad entre ella y yo (Andrés, Chiapas).

De hecho, nosotros ya éramos independientes de nuestras familias, rentábamos al lado de la casa de sus papás. Hasta dijimos que con el tiempo íbamos a comprar una casita del Infonavit para irla pagando mensual, así como renta. Pero eso ya lo pensamos como a los tres años de casados. (Héctor, Chiapas).

Tengo diecisiete años, soy de Tuxtla Gutiérrez, vivimos mi hijo, mi esposo y yo con mis papás. Yo me llevo bien con mis papás porque me ayudan con la niña, por ejemplo, si quiero salir o hacer un mandado muy importante, ellos se quedan con la niña, siempre y cuando estén acá ¿no? y yo salgo. Ellos siempre han estado conmigo en los momentos más difíciles, más que nada y sí, siempre ha sido así, me han apoyado en todo, pero yo quisiera vivir aparte, yo pienso que así separada [viviendo en otra casa] no tengo qué pedirle permiso a nadie y, este, pues mientras que yo esté aquí con mis papás pues sí tengo qué pedirles permiso, ¿no? Ahorita ya nos vamos a quedar solos. Mis papás construyeron por otro lado y se van, entonces, este, pues vamos a vivir aparte, o sea, ahora sí nuestras vidas. Y pues sí, hay momentos de que cosas que no hizo bien él [su pareja] o no hice bien yo, pues no nos sentimos a gusto de reclamarnos algo o discutir algo porque aquí están ya sean sus papás o mis papás. Viviéramos donde viviéramos no es igual a que vivamos solos y donde, o sea, con mucho coraje decirle: "Fíjate que esto...", en cambio, así no, porque despacito "¿Qué hiciste, por qué lo hiciste o qué? es muy diferente. (Mary, Chiapas).

 

Conclusiones

Al analizar nuestros resultados a partir de un enfoque de género, que privilegia la explicación de las iniquidades vividas entre hombres y mujeres, resulta que existen claros comportamientos diferenciados para cada uno de los géneros y que éstos se traducen en los análisis específicos que sobre inicio de la vida sexual activa, experiencia de embarazo, asunción de maternidad-paternidad y conformación de familias nucleares o integración a familias de corte extenso tienen las y los adolescentes de la región.

Con los resultados obtenidos podemos concluir que la mayoría de las adolescentes con experiencia de embarazo en el sureste de México tienden a constituir familias nucleares, con la excepción de lasjóvenes madres tabasqueñas, que mayoritariamente contribuyen a formar extensa su familia de origen. Los varones de la región, por su parte y con la excepción de los jóvenes chiapanecos, participan más en familias extensas que nucleares, si bien el reducido porcentaje que reconoce haber embarazado a alguna mujer y que se asume padre, impide hacer mayores referencias a su comportamiento.

Consideramos que estos hallazgos nos permiten señalar que, a raíz del embarazo y de la conformación de familias nucleares o de hacer extensa la familia de origen, las mujeres jóvenes de la región con hijas e hijos diseñan estrategias para enfrentar su nueva etapa del ciclo de vida y lograr el mantenimiento de las redes de apoyo parental que posibilitan enfrentar su nueva situación.

Lo anterior invita a continuar la investigación en esta línea para obtener un conocimiento más amplio acerca de las condiciones de la vida cotidiana y del lugar de poder que ocupan en las familias las y los jóvenes con experiencia de embarazo y que se asumen madres y padres, de manera que se puedan, tanto identificar los apoyos que necesitan, como sugerir líneas de acción específicas para las políticas públicas de atención integral a las y los jóvenes.

 

Bibliografía

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Notas

* Agradezco a Úrsula Espinosa y Susana Pineda, becarias del Verano de la Investigación Científica-Conacyt (2000) y a Armando Hernández de la Cruz, técnico académico de la línea de Género y Políticas Públicas de Ecosur, su colaboración para la elaboración de este texto.

1 Lo anterior fue definido conjuntamente con el Dr. Sergio Camposortega† y su Consultoría de Investigación Estadística y Demográfica.

2 La diferencia en la n total tiene que ver con jóvenes que se encontraban embarazadas al momento de aplicar la encuesta.

3 Entendemos por familia nuclear aquella conformada exclusivamente por la pareja conyugal y sus hijos consanguíneos y por familia extensa aquella constituida por alguien más.

4 Lo que equivale a 1.5 salarios mínimos mensuales en 2005.

5 Resulta interesante señalar que este patrón corresponde a lo que Robichaux (2003) ha denominado el "sistema familiar mesoamericano", por el cual la vida conyugal se inicia con un período de residencia virilocal: las hijas se van a residir a casa de los padres de sus respectivos maridos (mientras que) los hijos varones, después de un período inicial de residencia con su esposa en la casa paterna, construyen su propia vivienda generalmente en el mismo patio o en las cercanías de la casa.

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