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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.11 no.43 Toluca ene./mar. 2005

 

Mujeres jefas de hogar y su dinámica familiar

 

Women heads of households and their family dynamics

 

Brígida García y Orlandina de Oliveira

 

El Colegio de México

 

Resumen

Nuestro interés particular en este trabajo es complementar la discusión más frecuente sobre las condiciones materiales de vida que caracterizan a los hogares con jefas mujeres, con un análisis de dimensiones menos conocidas de su vida familiar, tales como la división del trabajo doméstico y del cuidado de los hijos, la participación de los diferentes miembros en la toma de decisiones y la presencia o ausencia de violencia, haciendo siempre hincapié en la diferenciación social que caracteriza a estas unidades. La fuente de información es la Encuesta sobre Dinámica Familiar (Dinaf) para las áreas metropolitanas de México y Monterrey. Las mujeres jefas de hogar son estudiadas en comparación con las esposas y las otras mujeres residentes, utilizando análisis de clasificación múltiple.

Palabras clave: mujeres jefas de hogar, dinámica familiar, división del trabajo doméstico, violencia doméstica.

 

Abstract

Our particular interest in this paper is to complement the most frequent discussion about material living conditions of women-headed households, with an analysis of less known dimensions of their family life, such as the division of domestic work and children's care, members participation in decision making and the presence or absence of violence, always emphasizing the social differentiation that is present in these residential families. The data come from the Survey on Family Dynamics for the metropolitan areas of Mexico and Monterrey (Dinaf). Women heads of households are studied in comparison with wives and other women residents, using multiple classification analysis.

Key words: women heads of households, family dynamics, division of domestic work, domestic violence.

 

Introducción

Uno de los temas controversiales en el estudio de la familia contemporánea es el de las unidades domésticas encabezadas por mujeres. Es materia de reflexión y análisis, por parte de académicos y encargados del diseño y ejecución de políticas públicas, el aumento de este tipo de hogares y su estado de pobreza y vulnerabilidad con relación a los demás. Hoy podemos afirmar que está más clara la diversidad de factores que dan origen al incremento de las unidades con jefas en diferentes sectores sociales, y además tenemos más elementos para dilucidar el grado de bienestar que las caracteriza.

Muchos hogares encabezados por mujeres surgen debido al mayor aumento en la esperanza de vida femenina, así como a la menor incidencia de uniones posteriores entre las viudas. Sin embargo, son motivo de interés especial aquellas unidades domésticas con hijos dependientes que responden al incremento de las separaciones, los divorcios, los abandonos masculinos y los embarazos en mujeres jóvenes que luego permanecen solteras o en uniones esporádicas, especialmente cuando el varón se desvincula de las responsabilidades que resultan de estos diferentes eventos. Esto ocurre debido a factores económicos, culturales y subjetivos, entre los cuales se destaca la fortaleza del vínculo social entre la madre y los hijos, la ausencia de sanciones efectivas contra los padres que no aportan a la manutención familiar y las dificultades crecientes que enfrentan los hombres para obtener empleos satisfactorios y ser proveedores económicos. Además, hay que tener en cuenta el incremento en la escolaridad y la participación laboral de las mujeres, lo cual puede facilitar hoy más que antes la ruptura de uniones conyugales no satisfactorias o violentas, y la constitución posterior de hogares encabezados por mujeres (Oliveira et al., 1999; García y Rojas, 2002).

En la actualidad también se cuenta con una amplia gama de investigaciones que documentan la heterogeneidad de los hogares con jefatura femenina y que analizan su bienestar desde distintas ópticas. Se hace hincapié no sólo en el ingreso y la posible prevalencia de la pobreza en estas unidades domésticas, sino en otras características económicas y sociales, como los rasgos ocupacionales de las propias jefas y de los integrantes de sus hogares, las horas dedicadas al mercado de trabajo y al trabajo doméstico, las características de la vivienda y de sus servicios, la posible existencia de trabajo de menores y deserción escolar, la salud infantil, el nivel nutricional, los diferentes aspectos de las relaciones familiares entre géneros y generaciones, y la violencia doméstica.

Nuestro interés particular es complementar la discusión más frecuente sobre las condiciones materiales de vida que caracterizan a los hogares con jefas, con un análisis más exhaustivo de las dimensiones menos conocidas de su vida familiar. Nos importa la división del trabajo doméstico y del cuidado de los hijos, la toma de decisiones con respecto a las compras, los gastos, las salidas, la educación y las enfermedades de los hijos, los tipos de convivencia prevalecientes y la presencia o ausencia de violencia entre los distintos miembros, haciendo siempre hincapié en la diferenciación social que caracteriza a estas unidades. En México, este tipo de aspectos han sido principalmente —aunque no de manera exclusiva— abordados por estudios cualitativos o con pequeñas muestras, y los resultados de dichas investigaciones constituirán importantes puntos de partida para nuestro análisis.

La fuente de información que utilizaremos es la Encuesta sobre Dinámica Familiar (Dinaf) en la Ciudad de México y Monterrey, la cual fue diseñada por nosotras y se llevó a cabo hacia finales de 1998 y principios de 1999. Dicha encuesta incluyó dos muestras probabilísticas separadas: una de hombres, con 1 644 casos; y otra de mujeres, con 2 532 casos. Ambas muestras son representativas de las poblaciones masculina y femenina, de 20 a 50 años de edad, sin importar si la mujer está casada o soltera con hijos. En este trabajo utilizamos la muestra de mujeres (García y Oliveira, 2000).1

En una primera parte de este estudio analizamos los antecedentes de investigación existentes sobre los hogares encabezados por mujeres. Estamos especialmente interesadas en subrayar lo que se conoce o conjetura en diversos tipos de investigaciones sobre las dimensiones de la dinámica familiar, que son nuestro principal objeto de análisis. En una sección siguiente presentamos las principales características de las entrevistadas, señalando las diferencias entre las mujeres que sonjefas de sus unidades domésticas, y aquéllas que son esposas u ocupan otra posición en la estructura de parentesco. Esta comparación entre jefas, esposas y otras mujeres constituirá el eje analítico central de este trabajo, en vez de la comparación más frecuente entre mujeres y hombres jefes. Es decir, lo que ahora privilegiamos es la información proporcionada por las mujeres sobre la organización doméstica, los patrones de autoridad y la violencia intrafamiliar, teniendo en cuenta si dirigen sus hogares, o si en cambio son cónyuges, hijas u otras parientes.

En la parte central de este trabajo se analiza la división del trabajo doméstico y el cuidado de los hijos, considerados como trabajos reproductivos, y la toma de decisiones y presencia de diferentes tipos de violencia doméstica, mediante la construcción de índices que rescatan la diversidad de la información recolectada en la Dinaf en torno a estos aspectos. En este apartado, que es el de mayor importancia, no sólo estamos interesadas en describir y señalar diferencias entre los índices de jefas y no jefas de hogares —en caso de que existan— sino en examinar la medida en la que tales variaciones permanecen una vez que los índices son estandarizados, teniendo en cuenta las diferentes características de estos distintos grupos de mujeres. Para tal propósito recurrimos al análisis de clasificación múltiple y ajustamos los índices según la estructura por edad y participación laboral de las mujeres entrevistadas, su pertenencia a distintos sectores sociales, su residencia en la Ciudad de México o Monterrey, y la presencia de otras personas adultas en sus unidades domésticas.

Por último, discutimos nuestros resultados e indicamos en qué medida apoyan o no los hallazgos e hipótesis de investigaciones previas, y señalamos en el apartado de consideraciones finales su significado y posible relevancia en el contexto de lo que se conoce en el país sobre este tema.

 

Antecedentes

La relevante presencia de unidades domésticas con jefas mujeres ha sido durante mucho tiempo un aspecto conocido del sistema familiar de América Latina. Algunos autores mencionan que este tipo de hogares pudo haber llegado a representar entre 25 y 45 por ciento del total en varios asentamientos de la región, durante los siglos XVIII y XIX (Massiah, 1983; Quilodrán, 2001). Durante el siglo XX, la información proveniente de censos y encuestas ha permitido documentar claros incrementos de las unidades domésticas encabezadas por mujeres en América Latina, de la misma manera que ha ocurrido en otros contextos regionales. (García y Rojas, 2002). En el caso de México, los hogares jefaturados por mujeres representaron 14 por ciento del total en 1970, 17 por ciento en 1990, y se incrementaron de manera especial en el decenio 1990-2000, hasta representar 21 por ciento en este último año, según datos de los censos de población (López e Izazola, 1994; García y Rojas, 2002).

Además, se conocen diversos aspectos relacionados con la estructura y composición de estas unidades domésticas. Generalmente son de menor tamaño, aun cuando una parte importante de ellas son unidades extendidas que integran a diferentes tipos de parientes. Esto último se interpreta a menudo como una respuesta a la común ausencia del cónyuge, y a la necesidad de hacer frente, en estas circunstancias, a muy variadas tareas domésticas y extradomésticas. Además, se sabe que las jefas son mayormente mujeres separadas, divorciadas o viudas que tienen una edad promedio mayor a la del resto de las mujeres adultas (Oliveira et al., 1999).

Muchas de las características sociodemográficas de los hogares con jefas se derivan de la definición que se utiliza para identificar a estas unidades en las encuestas y censos en la mayoría de los países de América Latina, incluido México. El procedimiento más usual es recurrir a la jefatura declarada, esto es, designar como jefe a la persona reconocida como tal por los miembros del hogar. En un marco de desigualdad de género como el que nos caracteriza, es muy difícil que bajo estas circunstancias se identifiquen mujeres como jefas cuando el cónyuge esté presente, aun cuando ésta perciba una remuneración más elevada o ejerza mayor autoridad.

El grado de bienestar o vulnerabilidad de los hogares encabezados por mujeres y las ventajas o desventajas que representan para los hijos y otros parientes presentes en ellos han sido investigadas de diferentes maneras. La hipótesis sobre mayor pobreza relativa, basada principalmente en indicadores de ingreso, ha sido respaldada, por ejemplo, en estudios pioneros sobre el tema y en diversos diagnósticos llevados a cabo en la década del 1990 por organismos de Naciones Unidas en la región latinoamericana, como Celade y Cepal (Buvinic y Gupta, 1994; Cepal, 1994). No obstante, también existen trabajos de amplia cobertura temática o que comparan información o investigaciones para diversos países de América Latina, donde se cuestiona que exista una relación entre pobreza y jefatura femenina se presenta, más bien, un panorama heterogéneo en esta dirección (Arriagada, 2001; Lloyd, 1998).

En el caso específico de México, las investigaciones que se centran en indicadores de ingreso y gasto, o en características de la vivienda y servicios disponibles, generalmente han llegado a la conclusión de que los hogares con jefas no son necesariamente los más pobres. Dicha conclusión ha sido avalada con información de diferentes encuestas de hogares y de ingreso-gasto, y mediante la utilización de distintas metodologías e indicadores (Cortés, 1997; Cortés y Rubalcava, 1994; Echarri, 1995; Gómez de León y Parker, 2000). Cuando algunos de estos autores analizan las diferentes fuentes de ingreso, demuestran que lo que establece la diferencia a favor de los hogares con jefas son los ingresos no laborales, o la contribución de los otros miembros, o la ayuda de las personas que no viven en el hogar (Echarri, 1995; Gómez de León y Parker, 2000). Este resultado ha llevado a algunos de estos estudiosos a invertir la dirección del razonamiento, esto es, a conjeturar que tal vez en el caso de México muchos hogares encabezados por mujeres se forman o permanecen porque las mujeres pueden, de alguna manera, sostenerse económicamente.

El panorama anterior pierde su homogeneidad cuando consideramos otros indicadores del bienestar de los hogares para acercarnos a un diagnóstico más amplio de la calidad de vida imperante en los hogares encabezados por mujeres. En un esfuerzo por ofrecer un panorama comprensivo en esta dirección, Acosta (2000) argumenta que el diagnóstico basado en el ingreso total o per cápita, en el caso de México, puede variar si se profundiza en la posible situación vulnerable de la propia jefa o de sus hogares, esto es, en qué medida su empleo es precario, su carga de trabajo doméstico es excesiva, sus hijos e hijas participan laboralmente o ayudan en las tareas reproductivas, así como su posible deserción escolar a edades tempranas. Para apoyar su punto de vista, este autor aporta información de encuestas probabilísticas de hogares, a nivel nacional en 1992 y 1997, la cual indica que las jefas tienen menores niveles de escolaridad, participan menos en el mercado de trabajo, y obtienen ingresos menores en promedio que los jefes varones, porque tienen acceso a empleos más precarios que ellos (Echarri, 1995).

Desde esta perspectiva, también ha encontrado respaldo en México la hipótesis de mayor carga de trabajo doméstico y extradoméstico en el caso de las jefas. Gómez de León y Parker (2000), con base en encuestas probabilísticas a nivel nacional para 1995 y 1999, documentan mayor cantidad de horas totales trabajadas en ambos tipos de actividades por las jefas en comparación con los jefes, así como el hecho de que los hijos de jefas tienen mayor probabilidad de haber ingresado a la fuerza laboral y abandonado la escuela a edades tempranas. No obstante, también trabajos más específicos sobre la población adolescente, basados en muestras probabilísticas a nivel nacional, no encuentran evidencia que indique que en los hogares de mujeres solas se acelere la salida de la escuela para dicho grupo poblacional, aunque cuando estas mujeres son económicamente activas hay más probabilidad de que sus hijos combinen la escuela y el trabajo (Giorguli, 2003). Basada en información de 1997, esta autora argumenta que la diferencia, en este último caso, se establece por el mayor acceso a redes de trabajo que tienen los hijos cuando las madres participan laboralmente.

En lo referente a otros aspectos de la dinámica interna prevaleciente en los hogares de jefas —tales como la existencia o ausencia de aportaciones de los diferentes miembros al presupuesto familiar, la división del trabajo doméstico y extradoméstico en esquemas más o menos igualitarios, los patrones de toma de decisión democráticos o autoritarios y la mayor o menor violencia doméstica— existe una línea de investigación que se ha consolidado tanto en México como en otros países de América Latina, la cual subraya las ventajas que pueden presentar los hogares encabezados por jefas en estas diversas dimensiones. Estos señalamientos se enmarcan en un esfuerzo de cuestionamiento de la vulnerabilidad de los hogares con jefas, y en una indicación explícita de los peligros en los que se cae cuando sólo se hace hincapié en los aspectos de mayor pobreza, desventajas para los hijos y anormalidades en la organización familiar, que supuestamente siempre caracteriza a las unidades domésticas con jefas mujeres. Se quiere de esta forma señalar la viabilidad económica y social de estos hogares, más que insistir en su vulnerabilidad, y al respecto destacar la necesidad de una mayor investigación concreta, que permita alejarnos de situaciones estereotipadas en un sentido o en otro (González de la Rocha, 1999a y Chant, 1997).

En este último tipo de análisis y reflexión se indica, con base en una investigación cualitativa o de pequeñas muestras para diversas ciudades mexicanas y países del Caribe, Costa Rica y Colombia, que los hogares encabezados por mujeres son contextos sociales más igualitarios.2 Aunque ha habido discusión sobre la medida en que se reproducen las asimetrías entre géneros y generaciones en los hogares de jefas, al parecer hay más acuerdo en visualizar a las unidades como ámbitos más equitativos y solidarios. Dentro de esta corriente de pensamiento ha recibido atención especial todo lo relacionado con el ejercicio del poder y la violencia doméstica. Se ha subrayado que las jefas sin cónyuge tendrían más poder, no padecerían la impotencia de estar presente en unidades domésticas con jefes varones donde predominan las desigualdades de género y, en términos generales, atenderían mejor los intereses y necesidades colectivas en sus familias. En particular, la violencia entre adultos y hacia los hijos tendería a estar menos presente. Esto no sólo se debería a la ausencia del cónyuge, sino al resultado del ambiente de cooperación, responsabilidad y cohesión que tendería a prevalecer, así como al mayor tiempo disponible con que contarían las jefas para atender las necesidades económicas y emocionales de sus hijos.3 Estos hallazgos y argumentaciones constituyen importantes puntos de partida para el análisis que llevamos a cabo a continuación.

 

Características de las jefas y de sus hogares en la Ciudad de México y Monterrey4

La categoría de jefes mujeres, como ya ha sido señalado en estudios previos, es muy heterogénea en términos de edad, estado civil, nivel de escolaridad y situación socioeconómica. El grupo de jefas que analizamos en este trabajo constituye un conjunto específico dentro de esta población, pues en la Dinaf sólo se entrevistaron mujeres de 20 a 50 años de edad. Las mujeres jefas de hogar, en la Ciudad de México y Monterrey, tienen muchas características que han sido ya señaladas en otras investigaciones sobre las mujeres que encabezan sus unidades domésticas. Se trata de mujeres de más edad, que en su mayoría son divorciadas, separadas o viudas que no viven con sus cónyuges; sus hogares son no nucleares en mayores proporciones que los de las entrevistadas que son esposas y pertenecen a unidades domésticas con jefes hombres. Además, las jefas, a diferencia de las otras mujeres, han tenido un mayor número de hijos nacidos vivos, aun cuando controlamos las diferencias por edad.

Las jefas que analizamos en este trabajo son en gran medida económicamente activas, con ingresos ligeramente por debajo de las esposas que trabajan, pero aquéllas reciben apoyos de otras fuentes para su manutención y la de sus familias en mayores proporciones que las demás mujeres. Vale la pena hacer notar además que las jefas —pero también las otras mujeres residentes— desempeñan actividades en los servicios personales en mayores proporciones que las esposas; son en mayor medida asalariadas y tienen jornadas de trabajo de más horas por semana. En contraste, las esposas trabajan más como comerciantes, son en mayor proporción no asalariadas y laboran más en actividades de tiempo parcial. Estos rasgos particulares de la inserción laboral de las esposas generalmente se atribuyen a la necesidad que tienen de desempeñar actividades laborales compatibles con sus mayores responsabilidades domésticas (García y Oliveira, 1994; Oliveira et al., 1999). Veremos más adelante en qué medida el grado de participación de los diferentes miembros del hogar en los quehaceres domésticos es o no diferencial en estos tres grupos.

En particular, nos interesa subrayar que las unidades domésticas encabezadas por mujeres cuentan con aportaciones económicas de los otros residentes en estos hogares, sobre todo de varones ubicados en los contextos metropolitanos estudiados. La presencia de varios contribuyentes al presupuesto familiar, aunada a los ingresos adicionales al trabajo extradoméstico de las jefas, es lo que probablemente contribuye a garantizar un nivel de bienestar similar al de las unidades encabezadas por varones, en un contexto generalizado de carencias como ha sido ya indicado en otros estudios llevados a cabo en el país (véase la sección de antecedentes). Finalmente, la ubicación de la población analizada en sectores sociales, según ocupación y escolaridad, indicó que más de dos terceras partes pertenecen a los sectores populares, pero que las jefas no están en peor situación que las demás mujeres.5 Todo lo anterior nos permite concluir que estas mujeres jóvenes y maduras, que encabezan sus familias en dos de las principales áreas metropolitanas del país, no son necesariamente las más desprotegidas entre los pobres, y constituyen una forma alternativa y viable de organización familiar que debe ser analizada en toda su diversidad, tal y como ha sido planteado por diversos autores (Echarri, 1995; Cortés y Rubalcava, 1994; Gómez de León y Parker, 2000; y González de la Rocha, 1999a).

 

La participación de los integrantes de los hogares en los trabajos reproductivos

Uno de los objetivos centrales de este trabajo es profundizar en aspectos menos conocidos de las mujeres jefas y sus unidades domésticas, tales como la división intrafamiliar de los trabajos reproductivos, como son el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos. Es frecuente que la investigación que se realiza en este campo esté principalmente orientada a evaluar la participación de los varones, en comparación con la de las mujeres, en dichos trabajos reproductivos. Los resultados de los estudios realizados en México corroboran la escasa participación de ellos en el trabajo doméstico y su mayor involucramiento relativo en el cuidado de los niños (Oliveira et al., 1999; García y Oliveira, 2003).

En este apartado damos una mirada distinta a la división de los trabajos reproductivos, pues estamos interesadas en contribuir a la discusión acerca de la mayor o menor igualdad, en la distribución de estas actividades al interior de los hogares con jefatura femenina. Nuestra atención no se dirige a las diferencias entre hombres y mujeres, sino más bien a examinar en qué medida la realización de este tipo de labores recae principalmente sobre las jefas, esposas u otras mujeres entrevistadas, si son delegadas a otras personas residentes o no, o si se cuenta con la participación de todos los miembros de los hogares por igual. Asimismo, para profundizar en el conocimiento de las variaciones que se presenten —si este es el caso— importa destacar si se deben o no a la relación de parentesco o a otros rasgos de las mujeres y sus hogares. Para tal propósito, será indispensable controlar o tener en cuenta el efecto de distintas variables, pues ya hemos visto que se trata de poblaciones con muy diferentes características.

En la Dinaf recabamos información sobre quién hace con más frecuencia una serie de actividades domésticas dentro y fuera del hogar, y tareas relacionadas con el cuidado, disciplina y recreación de los hijos y de las hijas, en caso de existir (doce rubros en total).6 Con base en estos datos construimos tres índices sumatorios que miden: a) el grado en que todos los miembros del hogar participan, por igual, en la realización de las actividades reproductivas; b) el grado en que la responsabilidad principal recae sobre la entrevistada, ya sea jefa, esposa u otra mujer residente; y c) el grado en que los otros residentes o no residentes de los hogares son quienes tienen la mayor responsabilidad en la realización de estas tareas. Al incluir doce tipos de actividades distintas, estos tres índices varían de cero a doce. El cero correspondería a la situación de ninguna responsabilidad y el doce a la de responsabilidad completa por todas ellas.

El examen del cuadro 1 nos muestra que el número de tareas en las cuales todos los miembros del hogar participan, por igual, es muy reducido; las responsabilidades casi siempre recaen exclusivamente sobre las entrevistadas, sobre todo si ellas son jefas o esposas, o son divididas entre otros miembros del hogar. Llama la atención que las familias de jefas no presenten una participación más igualitaria de todos los miembros del hogar en un número importante de trabajos reproductivos, tal y como ha sido a veces postulado (Chant, 1999; Wartenberg, 1999). Más bien lo que sobresale es la mayor sobrecarga de trabajo de las jefas. Es importante subrayar que los índices ajustados mediante el método de análisis de clasificación múltiple, nos permite observar a las jefas en igualdad de circunstancias que las demás mujeres.7

Este resultado nos permite matizar el planteamiento de que en los hogares con jefatura femenina la distribución de las tareas domésticas es más igualitaria. En la actualidad, por lo menos en la Ciudad de México y Monterrey, las mujeres que encabezan sus hogares y asumen con frecuencia la responsabilidad de generar y aportar recursos económicos necesarios para su manutención y la de su familia tenderían —en igualdad de circunstancias que las demás mujeres— a hacerse cargo en igual o mayor medida que ellas, de las múltiples tareas al interior de sus unidades domésticas. Este resultado nos lleva a remarcar desde otro ángulo que la condición de jefa de hogar en sí misma implica una gran responsabilidad en la ejecución de las tareas del hogar, una vez tenidas en cuenta la edad, la condición de actividad o el sector social de las mujeres en estos contextos metropolitanos.

Los índices estandarizados muestran también que las mujeres más jóvenes, y las que no realizan actividades extradomésticas, son las que se hacen cargo de un mayor número de actividades (para resultados previos en esta dirección, véase De Barbieri, 1984, y García y Oliveira, 1994). Como contraparte, las tareas reproductivas se delegan mayormente a otros miembros del hogar o a no residentes cuando las entrevistadas son de mayor edad, trabajan en actividades extradomésticas, pertenecen a los sectores medios, o cuando otro adulto reside en el hogar.

 

Participación en la toma de decisiones

Una preocupación constante en la bibliografía nacional e internacional sobre las relaciones intrafamiliares ha sido la de delimitar los espacios de poder de hombres y mujeres al interior de los hogares. Para ello se utiliza como indicador la participación o exclusión de las mujeres de los procesos de toma de decisión en diferentes esferas de la vida familiar. No obstante lo anterior, en este apartado, al igual que en el precedente, nos ocupamos más bien de diferenciar entre la participación por igual de todos los miembros del hogar en la toma de decisiones, la participación principalmente de la entrevistada y la de los otros miembros de los hogares. Hacemos esta distinción entre diferentes patrones de toma de decisión debido a, por lo menos, dos razones. Por un lado, permite constatar si las mujeres jefas asumen de hecho una posición de mayor poder de decisión frente a los demás, y por el otro, brinda elementos para dilucidar en qué medida en los hogares de las esposas (que son dirigidos por varones) las decisiones se toman en forma igualitaria por todos los miembros o se delegan a otros, excluyendo a la entrevistada de este proceso.

En forma análoga al análisis de la división del trabajo reproductivo, construimos tres índices sumatorios que miden el grado de participación de todos los miembros del hogar en las decisiones por igual, de las entrevistadas, y de los demás miembros. Utilizamos para ello la información captada en la Dinaf acerca de quién tiene la última palabra, en cinco tipos distintos de decisiones (diez decisiones individuales en total): a) el trabajo extradoméstico de la entrevistada; b) la organización de la subsistencia cotidiana (gasto del dinero y compra de la comida); c) la planeación a más largo plazo (compra de bienes importantes, adónde vivir o cuándo mudarse); d) las actividades de recreación (salir de paseo), y e) las actividades relativas a los hijos (educación, disciplina, permisos, enfermedades) en caso de que estos existan. Cada uno de los índices tiene un campo de variación de cero a diez; el cero significa una participación nula en la toma de decisiones, y el diez, tener la última palabra en todos los rubros considerados.

De la comparación de los índices estandarizados (cuadro 2) surgen varios aspectos a destacar:

Las jefas mujeres gozan indiscutiblemente de un mayor poder de decisión al interior de sus hogares que las esposas y las otras mujeres residentes y, según ellas, el número de decisiones que toman por igual entre todos los miembros de sus unidades domésticas es muy reducido. Las esposas y las otras mujeres comparten más las decisiones con todos los demás miembros, o son excluidas de una gama considerable de ellas que recaen en otros integrantes del hogar. El número de veces que las jefas tienen la última palabra más que duplica el de las esposas — es claramente superior al de las otras mujeres—, quienes en buena medida delegan por voluntad o imposición la última palabra a los otros integrantes de las familias. Este análisis respalda entonces el planteamiento de que las mujeres jefas ejercen un importante poder de decisión al interior de sus unidades domésticas y que no experimentan la impotencia que muchas veces caracteriza en este sentido a las demás mujeres (Chant, 1999).

Nuestros datos también corroboran los resultados de diversas investigaciones —tanto de corte cuantitativo como cualitativo— en las que se destaca que las mujeres de mayor edad, así como las que participan en el mercado laboral, principalmente en áreas urbanas, tienen un papel más destacado en la toma de decisiones familiares. Es útil recordar que las mujeres con mayor autonomía —que se refleja en la toma de decisiones familiares— pueden ser las que mayormente tengan la calificación y la iniciativa necesarias para participar en el mercado de trabajo (García y Oliveira, 1994; Casique, 2001).

Estos resultados, aunados a los anteriores, ponen de manifiesto que gran parte de las mujeres jefas jóvenes y maduras, en dos de las principales áreas metropolitanas del país, son en realidad jefas de facto; esto es, asumen la búsqueda de la manutención económica de sus hogares, se hacen cargo de un importante número de labores reproductivas y tienen la última palabra en la toma de decisiones cruciales para la organización y reproducción de sus unidades domésticas.

 

La violencia en los hogares de origen y procreación

La violencia doméstica o intrafamiliar contra las mujeres constituye una forma de imposición del dominio masculino cuando los controles ideológicos se debilitan, cuando las mujeres no responden a las expectativas masculinas o cuando cuestionan la obediencia ciega hacia sus cónyuges, y el diálogo entre ellos no se establece. Sabemos que este tipo de violencia ha estado presente durante mucho tiempo en la sociedad mexicana, sin embargo, la información cuantitativa de cobertura nacional sobre las diferentes formas de violencia doméstica todavía es escasa.8 Lo que se sabe del tema es principalmente el resultado de análisis basados en la complementación de diferentes fuentes de información: expedientes judiciales, entrevistas a mujeres, a prestadores de servicios y a médicos, registros de prestadores de servicios y de médicos, y algunas encuestas realizadas a poblaciones abiertas y a derechohabientes del Instituto Mexicano del Seguro Social (Casique, 2003; Gónzalez Montes y Contreras, 2003).

De aquí la relevancia de contar con información para dos de las principales áreas metropolitanas del país (encuesta Dinaf), la cual nos permitirá analizar la presencia de violencia doméstica en dos momentos cruciales de las vidas de nuestras entrevistadas: cuando eran niñas y en su vida adulta. Mediante el análisis de distintos índices buscamos aportar nuevas evidencias acerca de las interrelaciones entre jefatura femenina y violencia doméstica. Nos interesa indagar en qué medida estas mujeres jefas —sobre las cuales recae una amplia gama de responsabilidades— experimentan o han experimentado, a lo largo de sus vidas, relaciones intrafamiliares más o menos conflictivas.

En la Dinaf se recabaron datos sobre las relaciones familiares en las familias de origen de las entrevistadas y en sus familias de procreación, teniendo en cuenta lo que sucedía entre los cónyuges y entre éstos y los hijos y las hijas. En todas las situaciones se indagó sobre la respuesta a situaciones de molestia entre los diversos integrantes de las familias, si se propiciaba el diálogo, se dejaban de hablar, había insultos o golpes.9 Con base en esta información construimos cuatro índices de violencia intrafamiliar que pueden variar desde cero (situación de diálogo generalizada), hasta tres (presencia continua de insultos y golpes). Ellos se refieren a: a) la violencia entre los padres de la entrevistada; b) de los padres hacia la entrevistada cuando ella era niña; c) entre los miembros de la pareja actual o la última; y d) de los integrantes de esta pareja hacia los hijos o hijas.

El examen de estos diferentes índices estandarizados muestra que la única diferencia significativa entre las jefas y las esposas se manifiesta en la violencia en la pareja, que puede ser la actual o la última, según preguntamos en la encuesta. No hay duda de que las jefas han estado más expuestas a situaciones violentas a lo largo de sus vidas de pareja (cuadro 3), pero que no podemos decir lo mismo de las relaciones que imperaban en sus familias de origen o de las relaciones entre ellas y sus hijos o hijas.

El resultado de mayor conflictividad en la vida de pareja de las mujeres jefas sugiere que puede haber una fuerte interrelación entre violencia doméstica, separaciones o divorcios, y jefatura femenina, ya que sabemos que muchas de las jefas han estado expuestas a estas transiciones familiares.10 Consideramos que, en este caso, la violencia doméstica podría ser vista como un factor que explicaría la disolución de la unión conyugal y la formación de unidades dirigidas por mujeres.

Pero tampoco habría que descartar que las jefas que viven con sus cónyuges puedan estar expuestas a mayores grados de violencia doméstica, como se ha señalado en estudios cualitativos, debido a los sentimientos de inseguridad de los cónyuges que sienten su autoridad amenazada al no cumplir con su papel de proveedores económicos, asignado socialmente (García y Oliveira, 1994).

En cuanto a las diferencias entre mujeres con distintas características, el resultado más visible y persistente se refiere a los más elevados niveles de violencia que han presenciado o sufrido las mujeres de los sectores populares a lo largo de sus vidas, tanto en las familias de origen como de procreación. En ambos casos, la violencia se manifiesta, sea en la relación entre los cónyuges, sea en la relación de éstos con sus hijos o hijas.

En el caso de las mujeres de sectores populares se corrobora mucho de lo que se ha dicho en la bibliografía especializada acerca de las desventajas acumuladas por mujeres que han vivido situaciones de violencia en su infancia. Se ha argumentado que aquéllas que provienen de hogares violentos están más propensas a casarse a edades más jóvenes, a establecer relaciones más inestables y a estar expuestas con más frecuencia a situaciones de maltrato en sus familias de procreación (Oliveira, 1995). La acumulación de desventajas radicaría en que, por ejemplo, las situaciones conflictivas en las familias de origen propiciarían de diversas maneras la repetición de formas violentas de actuar en las familias de procreación.

Las mujeres que desempeñan actividades extradomésticas han estado, de igual forma, expuestas a mayor violencia en sus familias de origen y procreación. Pero en este caso la violencia doméstica se manifiesta en las relaciones de pareja y no hacia los hijos o hijas. Las interrelaciones entre trabajo femenino extradoméstico y violencia doméstica son complejas. Como se ha visto en otros estudios, el trabajo femenino extradoméstico —aunque necesario para la sobrevivencia de los hogares— puede resultar ser una importante fuente de conflicto debido a las concepciones compartidas por hombres y mujeres de que los varones deben ser los responsables de la manutención económica de la familia, y que las madres que trabajan pueden descuidar a sus hijos (Benería y Roldán, 1992; García y Oliveira, 1994 y 2003; Casique, 2003). Es sumamente importante subrayar entonces que los niveles de violencia hacia los hijos o hijas no difieren significativamente cuando se comparan las mujeres que desempeñan actividades extradomésticas con aquéllas que solamente se dedican a los trabajos reproductivos.

Por último, las diferencias entre la Ciudad de México y Monterrey también son consistentes: en la capital del país las mujeres presenciaron mayormente relaciones conflictivas entre sus padres, han experimentado relaciones de pareja más violentas y en sus hogares sus hijos están expuestos a mayor violencia que en Monterrey. Si además de estos últimos resultados tenemos en cuenta que en la ciudad regiomontana todos los integrantes de los hogares participan más por igual en la realización de los trabajos reproductivos y en el proceso de toma de decisión (cuadros 1 y 2), podemos concluir entonces que en la Ciudad de México las familias, sean de las jefas, esposas u otras mujeres, enfrentan una situación de menor cooperación y mayor conflictividad. Tal parece que la Ciudad de México, por su mayor tamaño y diversidad económica y social, presenta mayor complejidad en las formas de organización doméstica y las relaciones familiares. Las tensiones derivadas de una vida urbana más densa e intensa, aunadas a un cierto debilitamiento de los controles sociales producto de una mayor diversidad y riqueza sociocultural, seguramente contribuyen a generar relaciones familiares menos pautadas socialmente y, por ende, más proclives al conflicto.

 

Síntesis y consideraciones finales

En lo que respecta al análisis de la dinámica familiar que recibió atención prioritaria en este trabajo, nuestros resultados permiten delinear un panorama bastante complejo, que además puede ser leído en más de una dirección. En términos generales hemos señalado mayor cantidad de problemas de los que algunas autoras observan en las unidades domésticas dirigidas por mujeres, pero también encontramos apoyo para algunos de sus planteamientos.

Inicialmente indicamos que si se observan las jefas en igualdad de circunstancias que las demás mujeres, tienden a hacerse cargo en igual o mayor medida que el resto, de las múltiples tareas reproductivas al interior de sus unidades domésticas. De modo que no encontramos, en lo referente a este aspecto, situaciones familiares que se caractericen por una particular solidaridad y donde se hubiesen replanteado de manera apreciable las normas sociales vigentes sobre la división del trabajo entre géneros y generaciones. Sin embargo, podría destacarse también otro ángulo de la misma situación y es que las mujeres jefas enfrentan y manejan grandes exigencias en lo que respecta a la ejecución de tareas económicas y reproductivas, una vez tenidas en cuenta la edad, la condición de actividad, la presencia de otros adultos o el sector social de pertenencia en estos contextos metropolitanos. Las jefas asumen la responsabilidad de labores que son centrales en la organización de la vida familiar, y combinan actividades femeninas (cocina y elaboración de la comida, cuidado de hijos y ancianos cuando éstos existen y realización de trámites) con aquéllas consideradas como más propias de los varones.

En segundo término, las jefas mujeres que hemos analizado gozan indiscutiblemente de un mayor poder de decisión al interior de sus hogares que las demás mujeres y, según ellas, el número de decisiones que toman por igual entre todos los miembros de sus unidades domésticas es muy reducido. Tampoco en este aspecto podríamos afirmar entonces que estamos ante situaciones familiares más equitativas; pero vistos desde otra perspectiva, nuestros resultados respaldan el planteamiento de que, por lo menos en lo que respecta a los patrones de autoridad, estas mujeres no experimentan la impotencia que muchas veces caracteriza a las demás mujeres. Las jefas tienen la última palabra, sobre todo en las cuestiones relativas a su propio trabajo extradoméstico y a la reproducción cotidiana (gasto de dinero y compra de comida), pero también tienen a su cargo, en una proporción elevada de los casos, las decisiones que involucran planeación a largo plazo (compra de bienes importantes y dónde vivir o cuándo mudarse) y enfermedad de las hijas o de los hijos cuando éstos existen.

Finalmente, uno de los resultados más relevantes a destacar es el que se refiere a la violencia doméstica. En este aspecto sobresale el grado de conflictividad en la pareja a que han estado expuestas las mujeres jóvenes y maduras que encabezan sus hogares en estas áreas metropolitanas, lo cual probablemente influyó de manera relevante en la constitución misma de este tipo de unidades domésticas. Por esto cobra una relevancia especial el hecho de que las relaciones de las jefas con sus hijos o hijas sean similares a las que prevalecen en el resto de los hogares. A partir de aquí podemos llegar a la conclusión de que la importante carga de trabajo que sobrellevan estas mujeres, su mayor poder de decisión, así como el haber estado expuestas a mayor violencia en la pareja, no se traducen en una apreciable desventaja para sus hijos o hijas en lo que respecta a la forma en que se enfrentan los conflictos intrafamiliares. Se trata de un resultado que llama positivamente la atención, en el contexto de las discusiones y hallazgos esbozados con anterioridad.

 

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Notas

1 El diseño de las muestras y la recolección de la información de nuestra encuesta estuvo a cargo del INEGI y contó con el apoyo de esa institución y de la Fundación MacArthur. Para la conformación y procesamiento de los archivos electrónicos principales nos hemos beneficiado del respaldo permanente de Virginia Levín, en la Unidad de Cómputo de El Colegio de México.

2 La menor asimetría que caracterizaría a estas unidades domésticas se extendería a muy variados ámbitos. Por ejemplo, el número de personas que aportan ingresos sería mayor, la contribución que cada uno hace al fondo de sostenimiento doméstico también sería más equitativa dentro de un esfuerzo conjunto por sobrevivir, las crisis económicas se administrarían mejor y las tareas domésticas se repartirían de forma menos desigual, pues todos tendrían que echar una mano y ayudar (Chant, 1997 y 1999; González de la Rocha, 1999a, 1999b; Safa, 1999; Wartenberg, 1999).

3 Hay que resaltar que cuando el cónyuge está presente y la mujer es la jefa económica, esto es, cuando ella es la que principalmente aporta al sustento familiar, las relaciones familiares pueden ser las opuestas a las que señalan estas investigaciones. En un trabajo anterior nuestro sobre jefas económicas basado en entrevistas en profundidad encontramos que se trataba de las familias con mayor violencia, tanto verbal como física (García y Oliveira, 1994). En ese estudio interpretamos ese resultado como una consecuencia de las dificultades que enfrentan las mujeres cuando los roles de género son exactamente los opuestos a los que prescriben las normas sociales prevalecientes.

4 Para un análisis más detallado de las jefas, esposas y otras mujeres analizadas en este trabajo, véase la versión ampliada de este texto (García y Oliveira, 2004).

5 Utilizamos como criterio de diferenciación entre los sectores medios y los populares urbanos el carácter no manual o manual de la ocupación desempeñada por las mujeres —y los varones según el caso— y sus niveles de escolaridad. Cuando se trató de mujeres que no participaban laboralmente recurrimos a la ocupación del jefe del hogar. Ubicamos en los sectores medios a los hombres y las mujeres que tienen una ocupación no manual (profesionistas, técnicos y personal especializado, maestros y afines, trabajadores del arte, directivos y funcionarios, personal administrativo, vendedores y dependientes) y que cuentan con secundaria completa por lo menos. En los sectores populares están aquellos que tienen ocupaciones manuales (obreros, supervisores, operadores de máquinas, trabajadores de los servicios y vendedores ambulantes) y no cuentan con la secundaria completa.

6 Estos son: cocinar, limpiar la casa, lavar trates, lavar y planchar ropa, hacer compras, cuidar hijos y ayudarlos en sus tareas escolares, participar en la recreación de los hijos, llevar a los hijos a la escuela, cuidar ancianos, reparar la casa, hacer trámites, y limpiar y reparar el auto, en caso de que éste exista.

7 Los índices sin estandarizar, no presentados en los cuadros, señalan que las jefas se responsabilizan por un menor número de tareas que las esposas. Pero esto no se debe a la jefatura per se, sino al hecho de que las jefas o sus hogares tienen en mayor medida algunas características que facilitan el compartir las tareas reproductivas, por ejemplo, mayor presencia de otras personas adultas. Si las jefas son observadas en igualdad de circunstancias que las demás mujeres —mediante un método como el análisis de clasificación múltiple— entonces podemos concluir que su carga de trabajo reproductivo tiende a ser considerable.

8 En el momento de escribir este trabajo (principios de 2004) hacía poco que se habían hecho públicos los resultados de la primera encuesta nacional de violencia doméstica, llevada a cabo por el INEGI.

9 La formulación general de la pregunta fue: si usted hace o hacía algo que a su esposo o compañero (o al papá de sus hijos le molesta o molestaba) ¿cómo reacciona o reaccionaba él?. La misma pregunta se hizo para los padres de la entrevistada, para saber la reacción de los padres hacia ella, y de ella y el esposo hacia los hijos y las hijas.

10 Los índices de violencia en la pareja para las divorciadas, separadas y viudas (datos de la Dinaf no presentados en los cuadros) alcanzan el nivel de 1.02, frente a 0.36 y 0.46 de las casadas y solteras con hijos respectivamente, una vez que se controla la edad, la condición de actividad, el sector social y la ciudad de residencia.

 

Información sobre las autoras

Brígida García. Desde 1971 es profesora investigadora en el Centro de Estudios Demográficos y de Desarrollo Urbano de El Colegio de México. Es maestra en Demografía por El Colegio de México y doctora en Sociología por la Universidad Nacional Autónoma de México. Es especialista en mercados de trabajo, familia y género, temas en los cuales ha publicado diversos libros y una amplia variedad de artículos y capítulos en libros especializados. Su último libro se titula Women and the labour market in changing economies: demographic issues (coeditori con Richard Anker y Antonella Pinnelli), el cual ha sido publicado por la Oxford University Press en mayo de 2003. Fue presidenta de la Sociedad Mexicana de Demografía (Somede) durante el periodo 1994-1996. Correo electrónico: bgarcia@colmex.mx

Orlandina de Oliveira. Doctora en Sociología por la Universidad de Austin. Es profesora-investigadora del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México desde su fundación. Ha publicado numerosos artículos y libros sobre mercados de trabajo, familia y género. Entre sus últimas publicaciones se encuentran: "Cambios y continuidades en el trabajo, la familia y la condición de las mujeres", en Elena Urrutia (coord.) Estudios sobre las mujeres y las relaciones de género en México: aportes desde diversas disciplinas, México, PIEM/ Colmex, pp. 43-86, 2002 (coautora Marina Ariza); "Mujer y legislación social mexicana", en Estudios Sociológicos, El Colegio de México, vol. 20, num. 60, 2003 (coautora Viviane Brächet); "Trabajo e ingresos de los miembros de las familias en el México metropolitano", en Enrique de la Garza y Carlos Salas (coords.), La situación del trabajo en México, México, AFL-CIO/TET/UAM/ Plaza y Valdés, 2003 (coautora Brígida García), e Imágenes de la familia en el cambio de siglo, Instituto de Investigaciones Sociales, Universidad Nacional Autónoma de México 2004, (coord, con Marina Ariza). Correo electrónico: odeolive@colmex.mx

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