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Papeles de población

versão On-line ISSN 2448-7147versão impressa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.10 no.41 Toluca Jul./Set. 2004

 

Espacio público y nuevas centralidades. Dimensión local y urbanidad en las colonias populares de la Ciudad de México*

 

Public space and polycentricity. Local dimension and urbanity in low class settlements of Mexico City

 

Emilio Duhau y Ángela Giglia

 

Universidad Autónoma Metropolitana.

 

Resumen

En el marco del debate sobre la naturaleza y la crisis y transformaciones contemporáneas de los espacios públicos, este artículo aborda la preocupación (referida tanto a ciudades europeas como latinoamericanas y mexicanas) manifestada por muchos autores en relación con el aislamiento de los habitantes de las periferias populares y la ausencia en dichas periferias del tipo de espacios públicos frecuentados por usuarios y paseantes anónimos y socialmente heterogéneos, propios de la ciudad moderna.. A tal efecto, en el artículo se analizan evidencias empíricas de primera mano, referidas a las formas de sociabilidad y a las prácticas sociespaciales que tienen lugar en un grupo de colonias populares de la ciudad de México, caracterizadas por diferentes grados de consolidación urbana.

Palabras clave: centralidad urbana, colonias populares, espacio publico, metrópoli, periferia urbana, Ciudad de México.

 

Abstract

Within the framework of the debate about the inherent qualities and the crisis and transformations of public urban spaces, this article addresses the concern (referred to European as well as Latin American and Mexican cities) about the urban isolation of the inhabitants of working-low class urban peripheries and the absence in such peripheries of those public spaces frequented by anonymous and socially heterogenous users and unknown walkers that have caracterized modern cities. To that end, there is analyzed the first-hand empirical evidences regarding to sociability patterns and of socio-spatial practices that take place in a sample of neighborhoods of Mexico City, characterized by different degrees of urban consolidation.

Key words: urban centrality, neighborhoods, public spaces, metropolis, urban peripheries, Mexico City.

 

Introducción

Una abundante literatura reciente acerca de las transformaciones experimentadas por las grandes metrópolis latinoamericanas en el marco de la globalización pone en relieve cambios de gran alcance en la organización espacial de esas urbes, así como en sus formas de expansión y las modalidades en las que se manifiesta en ellas la división social del espacio (Ciccolella, 1999; De Mattos, 1999; De Mattos, 2002; Hiernaux-Nicolás, 1999; Janoschka, 2002; Parnreiter, 2002).

En lo que respecta a la organización espacial y las nuevas modalidades adoptadas por el crecimiento periférico, diversos autores sostienen que las metrópolis latinoamericanas estarían transitando o habrían transitado ya del modelo de la ciudad compacta, organizada en torno a una centralidad claramente dominante, que es característico de la ciudad moderna de Europa continental y América Latina, hacia la conformación de un tejido urbano difuso y sin límites definidos, organizado como archipiélago policéntrico (De Mattos, 1999, Janoschka, 2002).

Se trata, desde esta misma perspectiva, de un proceso vinculado por una parte con la vertiginosa difusión de los artefactos urbanos de la globalización correspondientes fundamentalmente a las nuevas funciones de comando y gestión económicas, la telemática y las nuevas formas de consumo y recreación. Y, por otra, con la polarización y fragmentación social resultantes de la reestructuración económica iniciada en la década de 1980 y su reflejo en nuevas formas de organización del espacio residencial; formas que se presentan como alternativa para la gestión de las incertidumbres, los temores y aspiraciones de distinción y distanciamiento social, propagadas en una sociedad urbana en la cual los conflictos y luchas sociales propios de la modernidad habrían sido desplazados por la violencia individualizada en el marco de la ausencia de referentes comunes.

Así, las nuevas formas adoptadas por la división social del espacio (autosegregación, instauración de barreras físicas, privatización de los espacios de uso colectivo, gentrificación, marcada segmentación social de los equipamientos de uso público y del uso de los espacios públicos tradicionales, estigmatización de los espacios urbanos de la pobreza) configurarían un nuevo escenario urbano marcado simultáneamente por la privatización de la vida cotidiana para los que pueden pagarla, el repliegue a la esfera doméstica de la parte de las clases medias amenazadas por la incertidumbre laboral y la lucha inclemente e individualizada por la sobrevivencia entre los pobres (De Queiroz et al., 2003; Dockemdorff et al., 2000; Prévôt, 2001).

En esta última dirección, al mismo tiempo que se afirma que los espacios públicos están cambiando de naturaleza debido a su fragmentación, especialización y privatización, en relación con las periferias pobres, tanto en las ciudades europeas y estadunidenses como latinoamericanas y mexicanas, diversos autores lamentan la ausencia de los espacios públicos propios de la ciudad moderna. Así, por ejemplo, en relación con las periferias de las ciudades francesas y estadunidenses, se ha sostenido que:

Los espacios públicos se caracterizan por su capacidad de distanciar al individuo de la comunidad y de enseñarle a reconocer las diferencias pero también las semejanzas con los demás. Esta capacidad de aprendizaje del otro y de lo que no es uno proviene esencialmente de la potencia del anonimato que pueden ofrecer los espacios públicos.

La construcción de la identidad del individuo es indisociable de esta capacidad simultánea de tomar distancia con respecto a uno mismo y a los suyos para tomar conciencia de sí mismo y del otro. Una gran parte de la población joven y menos joven que habita los barrios sensibles (problemáticos) no ha hecho realmente la experiencia de los espacios públicos y por lo tanto no tiene la oportunidad de tomar distancia con respecto a su barrio y a sus vecinos (Ghorra, 2001: 13)

Y respecto de la Ciudad de México, que:

Un efecto preocupante del tipo de ciudad que se está construyendo con el crecimiento de la expansión es la desaparición de lugares de encuentro social. Es difícil que los vecinos de los municipios conurbados identifiquen lugares de socialización más allá de los kioscos y las casas de cultura. El panorama es particularmente desolador para los jóvenes que sienten con frecuencia verdadera aversión hacia sus lugares de residencia por la falta de espacios de convivencia e identificación (Nivón, 2003: 2930).

Estas visiones que destacan el estado de carencia de las periferias populares de la Ciudad de México se inscriben en una amplia literatura distópica1 que vincula la ciudad con el imaginario de la catástrofe y el hábitat popular con la exclusión social.

A este respecto, nuestro propósito aquí consiste en reexaminar estas visiones a partir de evidencias propias sobre las formas de sociabilidad que tienen lugar en el espacio público de un grupo de colonias populares de la Ciudad de México que presentan diferentes grados de consolidación urbana.2 Quisiéramos así contribuir a la reflexión sobre la presunta ausencia del espacio público en las periferias populares de la Ciudad de México. Para ello recurriremos a algunos resultados de una investigación sobre las prácticas y las representaciones del espacio propias de los asentamientos producidos por la llamada urbanización popular, que como es bien sabido, implica la producción de vivienda unifamiliar autoconstruida y la introducción paulatina de los servicios urbanos a partir en gran medida de la gestión colectiva de los propios habitantes.3

Nuestro planteamiento parte de reconocer la importancia de las relaciones sociales que han hecho posible un determinado tipo de hábitat urbano. Es un enfoque que busca dar cuenta de la producción histórico-social del espacio urbano, lo cual nos ha permitido destacar diferencias importantes entre tipos de espacios metropolitanos que definimos como otras tantas ciudades contenidas y entremezcladas en la metrópoli.4

Al hacer esta exploración acerca del contenido de las relaciones sociales en el espacio local de un grupo de colonias populares de la zona metropolitana de la ciudad de México (ZMCM), nos proponemos dos objetivos. En primer lugar quisiéramos someter a la reflexión y poner en tela de juicio la pertinencia de la idea de una ausencia de espacios de encuentro que propician la experiencia de la heterogeneidad sociocultural en las colonias populares. En segundo lugar quisiéramos utilizar esta exploración como un ensayo más en nuestro esfuerzo por "deconstruir" el concepto de espacio público en cuanto sinónimo de una multiplicidad de relaciones anónimas que se dan entre sujetos heterogéneos, orientadas por la libre elección individual, el reconocimiento del otro y la tolerancia recíproca. Esta definición, apropiada para el espacio de la ciudad occidental e industrial moderna de finales del siglo XIX y principios del siglo XX, no logra hoy en día dar cuenta de las diferentes experiencias de lo público (y de las diferentes modalidades de la sociabilidad) que son posibles en una metrópolis como México. Creemos que es una definición que se ha quedado corta y que al no ser adecuadamente reformulada, impide reconocer las distintas modalidades públicas de interacción en el espacio urbano que existen en la actualidad.

 

Espacio público: ¿contenedor o contenido?

Cabe hacer algunas aclaraciones acerca de la manera de entender el término 'espacio público'. Entendemos espacio público como aquel espacio que no es privado (destinado al uso exclusivo de sus habitantes u ocupantes) y constituye el medio físico que permite poner en relación a los diferentes espacios privados. Es el espacio que está entre los espacios individuales de las viviendas y edificaciones privadas, el espacio físico entre las casas particulares, donde se encuentran los servicios y vialidades disponibles para todos los habitantes.5 Es un espacio material, definido en términos relacionales (es decir, en oposición con otro de otra índole) a partir de un criterio de tipo jurídico (Sabatier, 2002).

Nuestra definición de espacio público no contiene, por consiguiente, una valoración a priori del tipo y del contenido de las relaciones sociales que en él pueden observarse. Esto no significa negar que el espacio público sea teatro de relaciones sociales, al contrario. Pero la existencia de un espacio público en el sentido indicado no implica de antemano ni una cierta densidad ni un determinado carácter de dichas relaciones. Es decir, no se le considera a priori ni como sinónimo de 'anonimato', ni tampoco de 'encuentro con el otro', ni se alude a la experiencia de la heterogeneidad sociocultural.

En cambio, muchos autores que han trabajado sobre el concepto de espacio público usan este término como sinónimo de un tipo de relaciones y de experiencia urbana, de una forma de urbanidad asociada históricamente con la ciudad moderna. Según esta visión, se da por supuesto que los barrios marginados o las periferias populares no hacen posible ese "aprendizaje del otro y de lo que no es uno" que "proviene esencialmente de la potencia del anonimato que pueden ofrecer los espacios públicos" (Ghorra, 2003: 13). Ello porque los espacios aludidos serían lugares donde prevalecen situaciones de homogeneidad social y, por lo tanto, donde no hay realmente "otros" que permitan hacer la experiencia del encuentro con extraños diferentes.

Existen, en suma, por lo menos dos acepciones de 'espacio público'. En un caso se alude simplemente al espacio público físico definido a partir de un criterio jurídico y relacional (la oposición público/privado); en el otro se alude a un 'espacio público social', cargado de valores positivos. En buena parte de la literatura sobre este tema, existe la tendencia a confundir el espacio público como contenedor o entorno material de uso público, con el espacio público en cuanto contenido de relaciones sociales connotadas positivamente y que definen un tipo de sociabilidad que se considera como propiamente urbana. Con base en esta confusión se suele deducir automáticamente la ausencia de formas positivas de interacción social a partir de las deficiencias en los artefactos y lugares propios del espacio público. O, al contrario, se suele inferir que donde el entorno del espacio público es mejor (más central, con más funciones, con valores históricos y patrimoniales incorporados) de manera automática habrá modalidades de interacción en público caracterizadas por el anonimato y la heterogeneidad y por estar cargadas de valores positivos.

Este deslizamiento entre una y otra definición caracteriza la literatura reciente en torno al tema de la crisis del espacio público en las metrópolis del mundo, una literatura en la que los cambios en la forma de las ciudades son leídos como generadores directos de cambios en la sustancia (Sorkin, 1992). Aunque vale aclarar que efectivamente compartimos con esta perspectiva el considerar que existen diferentes razones y evidencias que abonan la idea de que los usos, los significados, las formas de apropiación y el diseño de los espacios públicos han venido experimentando cambios significativos durante las décadas recientes.

La legítima preocupación por las implicaciones negativas de ciertas transformaciones de las ciudades, tales como la creciente separación y especialización de los espacios, el cierre de muchos lugares públicos, la autosegregación de los sectores medios, el uso masivo del automóvil, etc., ha contribuido a fortalecer la imagen ideal típica del espacio público moderno como sinónimo de encuentro, de convivencia pacífica y de respeto mutuo. Se trata, en parte, de una imagen que tiende a ignorar los procesos de exclusión y la conflictividad social que han caracterizado al espacio público urbano de las ciudades occidentales.6

Así, al hablar de espacio público, diversos autores aluden a aquella sociabilidad típicamente urbana, que ha ido transformándose y, según algunos, desapareciendo. Hoy en día sería posible reconocerla sólo en ciertos espacios especialmente valorizados de las metrópolis. Esta sociabilidad define una modalidad particular de estar con los demás en el mismo espacio donde el respeto al otro se consigue al mismo tiempo reconociéndolo en cuanto otro y haciendo como si no estuviera. Es una mezcla de disponibilidad y reserva, de apertura y de cerrazón hacia el otro, sobre cuya naturaleza intrínsecamente ambivalente (y por lo tanto tan propicia para la expresión de la libertad individual típicamente occidental) se han escrito ya muchas páginas, de Simmel en adelante.7

Esta sociabilidad presupone, como justamente lo evidencia Ghorra Gobin, una situación de igualdad entre los sujetos, donde todos potencialmente tienen el derecho de "ir y venir" o, como decía Simmel, el derecho de aceptar o rechazar el encuentro, de reconocerse o ignorarse mutuamente, entre desconocidos y diferentes.

Lo que debe tenerse presente es que el espacio público moderno acepta la heterogeneidad y la posibilidad de la copresencia con los "otros" a condición de someterse a ciertas reglas, a un "orden" que implica una visión dominante de los "modos legítimos de uso" y el disciplinamiento del público con base en dichas reglas. Es decir, el proceso que ha sido denominado "domesticación de la calle" (Baldwin, 1999).8

En muchas metrópolis del mundo desarrollado, particularmente en Estados Unidos, se ha buscado desplazar de los espacios centrales a diversas categorías de sujetos "indeseables" (homeless, mendigos, vendedores ambulantes, etc.) en años recientes (Smith, 1996). En la Ciudad de México, muchos espacios centrales, incluida gran parte del centro histórico, los nodos de transporte, los alrededores de las estaciones de metro y, en general, los lugares con gran afluencia de público, muestran la presencia masiva de un activo comercio popular en la vía pública,9 acompañado también de mendicidad, pero más generalmente de la oferta de pequeños servicios (limpiaparabrisas, porteadores, acomodadores de vehículos) o la realización de una performance pública a cargo de malabaristas, tragafuegos, mimos, payasos o danzantes).10 Como contrapartida, el eclipse del espacio público moderno parece implicar que ante las dificultades reales o percibidas para sostener un orden urbano único y compartido (hasta cierto punto) por todos, se recurre a la segmentación del espacio vía la privatización o la propiedad colectiva. Esto es un proceso que tiende a abarcar desde el espacio de proximidad, transformado en propiedad colectiva y la conversión del espacio público moderno del anonimato en artefactos que bajo la propiedad y la gestión privadas lo recrean a partir condiciones de relativa homogeneidad social; de allí la proclividad de muchos analistas a considerar a estos espacios como simulacro, "imitaciones del espacio público" desprovistas de autenticidad (Sorkin, 1992). En ciudades como México, la contrapartida de estos procesos de segregación y fragmentación es la cesión de hecho de grandes porciones del espacio urbano estatutariamente público (Sabatier, 2002) a un uso casi exclusivo o al menos dominante por parte de las clases populares (Duhau, 2001).

¿Significa lo anterior la desaparición de la urbanidad propia del espacio público de la ciudad moderna? En primer término, es importante señalar que tanto en la Ciudad de México como en otras grandes metrópolis latinoamericanas, ciertas porciones del tejido urbano mantienen en razón de las funciones y actividades que allí se desarrollan la copresencia de un público heterogéneo, aunque sea en horarios diurnos. Se trata en general de áreas urbanas que, para el caso de la Ciudad de México, en otro texto hemos denominado "la ciudad del espacio disputado" (Duhau y Giglia, 2004). En segundo lugar, ante el eclipse de la calle en sentido genérico como espacio de encuentro y sociabilidad, tienden a constituirse o consolidarse lugares donde dicho espacio de la modernidad es puesto en escena de modo emblemático, por ejemplo, los centros históricos de Coyoacán y Tlalpan (Safa, 1998).

 

La urbanidad sui generis de las colonias populares

Por otro lado, y este es el punto que queremos plantear aquí, los espacios urbanos donde habitan mayoritariamente las clases populares son, paradójicamente, los que en mayor medida parecen haber conservado cierta correspondencia entre el espacio público en el sentido estatutario al cual nos referimos más arriba, y un contenido de interacciones sociales propias de la ciudad moderna o de la calle en el sentido invocado por Jane Jacobs (1961), es decir, como espacio provisto de una pluralidad de funciones, significados e interacciones.11 Todo esto ocurre por razones por lo demás muy prácticas: en estos lugares, dados los bajos niveles de automovilización, se da un uso intensivo peatonal del espacio de proximidad, a través del cual se accede a una serie de equipamientos como escuelas, tiendas, clínicas, lecherías, tortillerías, mercados sobre ruedas.

Pero antes de seguir adelante vale la pena aclarar que no se trata de ignorar el hecho de que las colonias populares, por una parte, carecen por regla general de la mayor parte de los atributos de la ciudad moderna, si entendemos por tal la ciudad producida a partir del espacio público y cuyo tejido urbano se organiza por medio de la jerarquización de las vías públicas, la relación entre el ancho de las mismas y las características y altura de las edificaciones y las centralidades definidas a través de corredores comerciales, parques y plazas Y, por otra, presentan una multiplicidad de formas sui generis de apropiación y uso del espacio público que constituyen a menudo motivo de conflicto, como lo hemos demostrado en otro trabajo (Duhau y Giglia, 2004).

A pesar de ello, cabe preguntarse si algo parecido a las formas de sociabilidad e interacción en público atribuidas como contenido al espacio público moderno se desarrolla en el espacio estatuariamente público de las colonias populares de la Ciudad de México, y complementariamente, también considerar el significado de la incorporación de los habitantes de los barrios populares a los espacios del consumo moderno o globalizado —en particular, los centros comerciales—, en cuanto estos espacios tienden a cumplir en la actualidad, al menos en parte, con las funciones propias del espacio público moderno.

Para evitar confusiones y al mismo tiempo para buscar establecer un vocabulario un poco más preciso —o menos genérico— acerca del espacio urbano metropolitano, proponemos denominar 'espacio de proximidad' o 'espacio local' a los espacios públicos accesibles a pie desde la vivienda, como son las calles, banquetas, plazas y otras infraestructuras comunes en las colonias populares. Aludiendo así a un ámbito circunscrito al entorno de la vivienda en el que es posible desplazarse caminando, y donde cada quien puede hacer la experiencia de lo familiar y conocido, sin que tal experiencia pueda darse por descontada, ya que sería aventurado suponer altos grados de conocimiento recíproco entre los habitantes, la existencia de una comunidad local o de fuertes sentimientos de pertenencia y de construcción de identidades basadas en la localidad. Aunque nada de esto puede ser descartado apriorísticamente.12

A este respecto, nos enfocaremos a continuación en los usos y representaciones del espacio en algunas colonias13 de la ZMCM, las cuales están localizadas en áreas muy diversas de la metrópoli, presentan diferentes grados de cercanía a centralidades y nodos urbanos y diversos grados de consolidación urbana (cuadro 1).

Comencemos por las representaciones acerca del espacio local en cuanto espacio urbano emitidas por los habitantes de las colonias populares en cuestión. Estas representaciones tienen que ver con la manera en que se considera la posición de la colonia dentro del espacio metropolitano, cómo se valora su relativo aislamiento o su relativa lejanía con respecto al centro de la metrópoli y su nivel de comunicación con el resto del territorio metropolitano y en qué medida se las percibe como espacios dotados de los atributos propios de lo urbano.

Para nuestra sorpresa, de la encuesta que aplicamos14 resultó que respecto a diversos atributos relacionados con lo anterior y que fueron presentados en términos de si serían aplicables a su colonia, la respuesta de los habitantes interrogados resultó en general ampliamente positiva. En lo que respecta a si se trata de 'un lugar céntrico', las respuestas fueron afirmativa para al menos 40 por ciento de los entrevistados —en la colonia San Agustín, situada en los límites del municipio de Nezahualcóyotl y en colindancia con el de Chimalhuacán—, y en las colonias Concepción y San Isidro, ambas localizadas en el municipio de Valle de Chalco —un amplia área homogéneamente popular desarrollada de modo irregular fundamentalmente a partir de la década de 1980—, las respuestas positivas ascendieron a 67.8 y 69 por ciento, respectivamente (cuadro 1). Y en todas las colonias populares donde se aplicó la encuesta, ante la preguntas acerca de si su colonia es "un lugar bien comunicado" y "tiene todo lo necesario", los habitantes respondieron afirmativamente al menos 62.7 por ciento de los casos en La Perla, y 72.8 en San Agustín, respectivamente (cuadros 2 y 3).

¿Qué significan estos elevados porcentajes de respuestas afirmativas, inesperados desde la perspectiva del observador externo? ¿A qué centralidad, a la comunicación con qué y la disponibilidad de qué cosas están referidas? Nuestra lectura es que expresan bien el significado atribuido por una parte significativa de los habitantes de las colonias populares al hecho de estar comunicados de una u otra forma no tanto con la metrópoli en cuanto tal, sino con ciertas centralidades15 que efectivamente se encuentran a su alcance. Lo importante a este respecto no es el grado de objetividad del juicio, cuestión que en rigor carece de sentido, sino la percepción o la imagen que los entrevistados estuvieron dispuestos, en la situación de encuesta, a proporcionar de su colonia.

Pero además resalta el hecho de que la proporción de respuestas positivas muy poco tuvo que ver con los elementos a los que un urbanista se referiría para definir a un determinado espacio urbano como "céntrico".16 Parecería que el nivel de consolidación adquirido y la proximidad con lugares que constituyen puntos de atracción relevantes a nivel local, permiten por lo visto a sus habitantes hablar de ellas como de lugares "céntricos" o al menos bien comunicados y provistos de todo lo necesario.

Por otro lado, las respuestas relativas a la percepción de la seguridad/ inseguridad del espacio local, se inclinaron en general de forma mayoritaria, por la calificación de "seguro" o "muy seguro" (cuadro 4), lo que contrasta con una percepción relativa de inseguridad mucho mayor ante la mención, sin adjetivos, de "la ciudad".

Valga como ilustración el siguiente testimonio correspondiente a la colonia San Isidro en el municipio de Valle de Chalco, donde se aprecia tanto el nivel de relativa seguridad de la calle como su carácter de lugar transitado hasta altas horas de la noche.

Entrevistador: Me he dado cuenta que aquí los negocios, en general, las tiendas, las tortillerías, cualquier negocio, cierran bastante tarde, a diferencia de Chalco ¿no? No sé si sólo sea por donde yo vivo, pero no sé que opines tú.

Entrevistado L.: Sí, o sea, de hecho te digo que yo ahorita soy una de las personas que me quedo más tarde. O sea, ya en cuestión de la noche ya me quedo yo..., un fin de semana ando cerrando a la una de la mañana, un fin de semana. Y allá (en Chalco)17 no, a muy tardar a las doce, y eso son contados; o sea, también eso. Porque los que más, normalmente cierran a las diez todos, a las diez ya no encuentras negocios abiertos. Ya los que de plano sí, a las doce, pero esos son contados. Y aquí te agarras tú a recorrer esta avenida en la noche... No soy el único, sino hay más de cuatro tiendas abiertas todavía.

Entrevistador. Es decir, podríamos decir que hay mucha vida nocturna todavía, aquí en el Valle.

Entrevistado. Sí; o sea, te digo, es lo que te comentaba en un principio, aquí en la noche puedes salir y ves mucha gente todavía, caminando, ves gente, carros no dejan de pasar, puedes estar... o sea, te asomas a la calle y ves en la avenida y hay gente, al mismo tiempo que puedes... allá no, porque allá sales y no ves nadie; o sea, ni para dónde ir. Y aquí todo el tiempo estás viendo carros, gente, de todo.

De acuerdo con el testimonio anterior, las respuestas acerca de la centralidad de estas colonias, pueden ser interpretadas también como un indicador de que sus habitantes no sólo se las representan sino que funcionan en buena medida como espacios urbanos. Así, el que sus habitantes las consideren como ciudad obedece a diversas razones: ya superaron la etapa inicial de asentamiento y colonización, tienen servicios en su interior o cercanos (incluidas tiendas que cierran bien entrada la noche), y por lo tanto son percibidas como relativamente provistas de lo que se espera debe tener un espacio urbano de proximidad. ¿Esta autosuficiencia relativa basta para hacer que buena parte de los habitantes consideren que están en un lugar "céntrico"? Es probable, sobre todo considerando que en sus orígenes carecían de casi todo, excepto de viviendas en proceso de construcción.

 

Espacios y tiempos del "encuentro con el otro"

Por otro lado, las colonias populares constituyen, socialmente hablando, un medio urbano mucho más heterogéneo de lo que suele suponerse. De modo que a cierto grado de conocimiento mutuo (al menos en la calle donde se habita) se une una percepción acuciosa de las diferencias y distancias socioculturales, de acuerdo con la cual quienes se comparan desfavorablemente con otros vecinos conocidos tienden a enfatizar el 'somos todos iguales', en tanto que los que se sitúan por encima de los demás tienden a evidenciar el 'aquí hay de todo', devolviéndole al entrevistador la imagen de un microcosmos heterogéneo (Soto, 2003: 41-45).

Pero además la calle no es siempre la misma todos los días del año. ¿Es posible que existan ocasiones y tiempos para hacer esa experiencia de lo heterogéneo y de lo otro en las colonias populares? Existen prácticas que tienen lugar en situaciones específicas, que observan una temporalidad propia, tales como las posadas, los rosarios y las tocadas, los partidos de futbol y las ferias y tianguis. Este conjunto de situaciones puntuales en el tiempo define una suerte de calendario (parcialmente flexible) de la vida publica colectiva, que se encuentra muy lejos de ser un fenómeno residual (a punto de desaparecer) o marginal.

Se trata de espacios de lo festivo y del intercambio y espacios de las rutinas cotidianas que físicamente pueden ser uno y el mismo espacio. Esta temporalidad interesa algunos lugares específicos y los transforma en días y circunstancias determinados en espacios para el encuentro con lo diferente. Es el caso de las infraestructuras —aunque generalmente mínimas— para el deporte (canchas de futbol) o para el culto religioso, las cuales constituyen lugares donde esta experiencia del extraño es posible. Al igual que en la calle, en los momentos en que ésta se transforma en el escenario para la fiesta o para el mercado.

Uno de los usos colectivos de la calle en las colonias populares consiste en la realización semiespontánea y semirrecurrente de partidos de futbol o basquetbol, una práctica que permite a los jóvenes (mayoritariamente hombres) relacionarse entre ellos y con sus pares, no sólo de otras calles de la propia colonia, sino de otras colonias y municipios. El juego sirve para una ampliación del horizonte en la medida en que permite conocer a otros sujetos y ubicarse a uno mismo en el grupo de pares en una relación que va más allá del hecho de medirse y compararse en cuanto a las habilidades requeridas para jugar. Es más, los partidos sirven como ocasiones para poner en relación jóvenes que pertenecen a distintos grupos en la medida en que éstos (como los "mariguanillos" o los "cholitos" mencionados en el siguiente testimonio) constituyen otros tantos "equipos" semiespontáneos.

Así son descritas estas situaciones en el caso de Valle de Chalco:

Entrevistador: ¿Cómo se hacen estos encuentros de ustedes? ¿Son repentinos, se ponen de acuerdo o uno sale y ya están algunos cuates ahí en la calle y le entras porque ya están jugando? ¿Cómo ocurren estas cosas?

Entrevistado: Salen... o sea, por decir, luego los cholitos salían y si nosotros los veíamos, ellos ya tenían el balón o nosotros sacábamos el balón; y pus ya así como escuchaban gritos, o que se escuchaba que estaban jugando, o eso; salían así los demás. Y ya si nos veían que les decían: "¿Qué, le entro?" eso, y sí, le entraban y empezábamos a jugar hasta que... Luego los mariguanillos ésos, los amigos de este César, llegaban así, aunque estuvieran marihuanos, pero se hacían entre ellos también sus retas luego; o sea, se hacían retas ya cuando eran muchos (Víctor, San Isidro).

Otro de esos tiempos específicos y especiales para el encuentro con el extraño son "las tocadas" entendidas como fiestas familiares o vecinales que ocupan el espacio de la calle y hacen uso de "sonideros" profesionales.

Entrevistado. En las tocadas se ve que luego llegan las bandas así, los punks, los skatos, todos esos, los cholos. Y empiezan a bailar y todo eso.

Entrevistador. ¿O sea que no necesitan ser invitados para llegar a una tocada callejera?

Entrevistado. No, pus llegan así. Como los sonidos tienen así señales; ven en donde están las señales y llegan así, solitos; sin que sean invitados.

Entrevistador. ¿Te refieres a estos rayos láser que ponen los "sonideros", o el juego de luces que ponen en la calle, o a qué señales te refieres?

Entrevistado. Son señales que alcanzan una altitud grande, y se están moviendo así, en forma circular. Les llaman... hay unos... la del terremoto le llaman señal terremoto, creo. Y pus sí son grandes, y por eso se dan cuenta que está tocando alguien. Y entre más grande sea la señal, pus se dan cuenta de que hay un sonido chido que está tocando.

Estas fiestas son al mismo tiempo semiprivadas (porque surgen de una ocasión familiar pero involucran al vecindario); y semipúblicas, porque son anunciadas en un radio muy amplio dentro del cual atraen potenciales participantes. Aunque cabe señalar que la libertad de acceder a ellas y permanecer allí por parte de sujetos ajenos puede verse limitada por razones diversas y no siempre predecibles y puede llegar a dar lugar a conflictos con los promotores o dueños de la fiesta.

Otra ocasión para la experiencia de la urbanidad, entendida como encuentro entre desconocidos, son las ferias vinculadas a fiestas religiosas, como se describe en el caso siguiente para la Colonia Isidro Fabela de Tlalpan.

Entrevistada. Aquí en esta colonia es bien padre vivir aquí. Cuando se pone la feria ¡uta! Nos vamos a la feria, o me subo... Antes, porque cuando todavía no llegaba mi niño me subía a la feria. Un día me gasté 250 yo solita en los juegos. Y no comí, porque nomás me la pasé jugando a las... Me subí a los juegos, a los carritos chocadores, al de ése, cómo se llama, al... Es un juego grandote que te subes... ¡Ah!, es el martillo, ¡Aay, que se siente bien feo, que te guacareas! (risa de R.). Porque cuando bajas ¡aay!, bajas pero toda mareada.

Entrevistadora. ¿Y dónde se pone la feria?

Entrevistada. Aquí arriba en el mercado; ahí se pone. O cuando es la fiesta de la Virgen, se ponen aquí los micros todos, se forman, y aquí agarramos el pesero y ya nos vamos. Aquí me queda cerquitas, para no irme pa' allá (pequeña risa de Á.). Que ay, luego si tengo que caminar para arriba; ¡que aay!, voy cansada, ya me canso con este niño, y ahí voy arriba. Y así ya se ponen aquí y ya no me da... ya no me canso, y ya así ya. Porque ay. Pero no, te digo, sí se pone buena la feria. ( Ángeles, 18 años, Isidro Fabela).

Finalmente, el tianguis en particular, por su periodicidad fija y semanal, genera una de las más importantes situaciones públicas en las colonias populares por el hecho de permitir entre los concurrentes aquellas relaciones anónimas, efímeras, transitorias y parciales (o segmentarias) que constituyen el meollo de la dimensión de lo público moderno. Además, como ha sido demostrado exhaustivamente por de la Pradelle (1996) los mercados sobre ruedas constituyen situaciones en las que es posible una relativa inversión de las posiciones sociales establecidas con respecto al orden cotidiano, un elemento que contribuye a hacer del tianguis un espacio-tiempo de libertad relativa.18

Este carácter público del mercado (tanto el fijo como el tianguis semanal) se encuentra perfectamente ejemplificado en el dicho que se usa cuando alguien que está sentado en la calle ve pasar a un vecino con aspecto de recién salido de la regadera. En un caso como éste se suele comentar algo así como "Fulanito se bañó..., es que va al mercado". El que haya que bañarse para ir al mercado (o al tianguis semanal) significa que estos espacios son considerados como lugares para la representación en público de la persona, según el vocabulario de Goffmann (1971), en suma, lugares adonde se va conciente de ir a poner en escena cierta representación de uno mismo frente a otros desconocidos o conocidos, y adonde por lo tanto no se puede ir con un aspecto desaliñado. La escenificación del yo se vincula justamente al hecho que se va al encuentro de público, construido de otros concurrentes que a su vez van al encuentro de otros, a entablar negociaciones con los marchantes, casi siempre a buscar algo para luego encontrar otra cosa, experimentando de esa manera la tan evocada serendipity típica de la experiencia urbana de lo público (Hannerz, 1980; Joseph, 1998). Si consideramos la facilidad con la que prolifera el comercio ambulante en la Ciudad de México pero también en otras ciudades mexicanas, podemos llegar a entender situaciones como la de las colonias del Valle de Chalco, donde literalmente se pone todos los días un tianguis diferente.

Entrevistada. Los tianguis aquí en Valle de Chalco se dan todos los días de la semana. Sea el domingo, sea lunes, sea martes, sea miércoles, o jueves o viernes; todos los días hay tianguis en distintos lugares de la colonia. Nada menos, en mi colonia San Isidro, ahí en la López se pone como martes y viernes, no sé si ya te lo mencioné, dos veces. Y pues sí, acude mucha gente a comprar, porque logra adquirir productos muy económicos. Y también cosas usadas, por ejemplo, cosas de electrónica usadas; zapatos, ropa, herramientas; en fin, varias cosas usadas. Y la verdura y las cosas de abarrotes también son más económicas. Aunque la verdura y la fruta [están] mal pesadas, pero es más barato.

Y el otro tianguis que se pone los domingos, que es sobre la avenida Emiliano Zapata, más conocida como Puente Blanco; ese tianguis el domingo acude muchísima gente, y viene de todo: zapato, comida, todo tipo de productos; cosméticos. Y la gente pues va, venden de todo: barbacoa, carnitas... ¡todo!. Entonces funcionan mucho más los tianguis.

Recuerdo también que los lunes se pone otro allá por la del Mazo. Otro que también el mismo día lunes, es aquí sobre la López, y en la clínica del Seguro. Creo que hay otro que se pone el jueves ahí sobre la División del Norte, que es parte de la colonia San Isidro; a ese tianguis también acude mucha gente, es el día jueves. Otro que también es en día lunes es ahí en el Palacio, que es en la Tezozómoc, avenida Tezozómoc. O sea, que estoy diciendo el día lunes cuantos tianguis hay. Entonces este..., son de los que yo recuerdo. ¿Qué otro tianguis te puedo mencionar? Bueno, por ejemplo, el del jueves ocupa todo lo que es la División del Norte; desde la López hasta la autopista; y todavía se agarra una parte de lo que es la avenida Comonfort; donde se venden todas las chácharas, todas las cosas usadas. Es muy grande ese tianguis también. Hay otro que... ¿Dónde? Déjame recordar adónde se pone..., bueno, son los que más tengo presentes, donde va mucha gente a los tianguis.

En estos tiempos y en estas situaciones específicas (posadas, rosarios, tocadas, partidos de futbol, mercados semanales) y en otras que no hemos podido explorar en estas páginas, se encuentran reunidos en el espacio local sujetos que proceden de diferentes calles, colonias y a veces municipios. Nos parece pertinente sostener que en estas situaciones es posible y es necesario practicar la urbanidad, entendida no sólo como el mero reconocimiento pacífico del otro, sino como "arte de vivir juntos mediado por la ciudad" (Monnet, 1998), es decir, como una modalidad de relación específicamente urbana, entendiendo este último término en toda su amplitud semántica.

En suma, un rasgo específico que la literatura sobre las relaciones en el espacio público en los barrios populares no suele tomar en cuenta es la coexistencia en el mismo espacio de dos tipos de experiencias urbanas, el encuentro eventual con el extraño y el encuentro cotidiano con lo conocido. Así, las relaciones propias de la urbanidad anónima se dan en un espacio local donde los sujetos se sienten "en su colonia", es decir, un entorno conocido en el que entretejen un sinnúmero de relaciones. De modo que la sociabilidad barrial y la urbanidad anónima coexisten en las mismas calles en tiempos distintos. Entre semana se juega futbol con los jóvenes de la propia calle o de la calle de al lado, pero en los fines de semana se organizan partidos de futbol o de basquetbol con jóvenes que vienen de otras colonias y hasta de otros municipios. Probablemente esta mezcla de relaciones de proximidad y relaciones anónimas y heterogéneas es uno de los componentes de la calidad de la vida urbana de muchas colonias populares, ingrediente que alimenta al mismo tiempo el sentido de pertenencia local y la autopercepción en términos de estar conectados con y no al margen de la metrópoli.

 

Urbanidad popular y nuevas centralidades

Finalmente, para entender la experiencia del espacio público por parte de los habitantes de las colonias populares no se puede pasar por alto la relación que éstas guardan actualmente con las nuevas centralidades periféricas —valga la aparente contradicción—, las cuales constituyen hoy en día importantes lugares de intercambio y de encuentro en los bordes de la metrópoli. En estos lugares también es posible ese "encuentro con el otro" que preocupa a quienes lamentan la ausencia del espacio público en las periferias de las grandes ciudades.

Nos referimos sobre todo a los centros y plazas comerciales. En los casos que nos interesan se trata, por ejemplo, del centro comercial Gran Sur, que se encuentra al norte de la colonia Isidro Fabela, del otro lado del periférico; para los casos de las colonias localizada en Nezahualcóyotl y Valle de Chalco, de la Plaza el Salado, la Comercial Mexicana de Los Reyes la Paz, la Plaza Chalco y la Bodega Aurrerá de Valle de Chalco, y de Plaza Aragón, en el caso de la colonia Ignacio Allende, en el municipio de Ecatepec.

Así, la experiencia de lo público se vuelve todavía más amplia y compleja en el caso de la frecuentación de los supermercados y plazas comerciales cuya presencia en la periferia metropolitana, incluida la periferia popular, ha ido imponiéndose en los últimos diez o quince años. Estos espacios constituyen nuevos lugares públicos asociados a las nuevas formas de consumo vinculadas a la globalización que más que implicar el abandono de los espacios públicos tradicionales, funcionan como una alternativa adicional cuya utilización, al igual que la de otros espacios públicos como los parques y deportivos, parece estar ampliamente condicionada por su cercanía y accesibilidad.

Así, en lo que respecta a las preferencias de lugares de esparcimiento (cuadro 5), los centros comerciales aparecen en un lugar destacado como primera opción, con variaciones que se relacionan con su cercanía y accesibilidad en cada colonia. Por ejemplo, los habitantes de las colonias Ignacio Allende (Ecatepec) e Isidro Fabela (Tlalpan) manifiestan un nivel de preferencia sumamente elevado hacia la frecuentación de los centros comerciales, lo que se relaciona con la posibilidad de acceder caminando a alguno de ellos (Plaza Aragón, en el caso de Ignacio Allende, y Gran Sur, en el caso de Isidro Fabela). Los habitantes de las colonias situadas en el oriente, con menos facilidades para llegar a algún centro comercial, aunque también los mencionan en proporciones significativas en algunos casos como el de la colonia San Agustín, en los límites del municipio de Nezahualcóyotl, manifiestan una preferencia superior por la asistencia a parques o deportivos cercanos.

Así, la preferencia por los lugares relacionados con las nuevas modalidades de consumo está condicionada por la accesibilidad de los mismos y no ha desplazado la frecuentación de espacios públicos como los parques o los deportivos públicos, que cuando están relativamente cercanos constituyen una alternativa de recreación importante.

La llegada del nuevo formato de la oferta cinematográfica (multisalas de pequeño tamaño) que comenzó a difundirse en la Ciudad de México desde mediados de la década de 1980 y a arribar a las periferias desde hace unos diez años está asociado igualmente a niveles de asistencia al cine que no están demasiado distantes de las correspondientes a zonas de clase media,19 aunque con menor frecuencia20 (cuadro 6).

Finalmente, aunque en proporciones menores que en las colonias de clase media, pero con niveles elevados entre los adolescentes y jóvenes, el uso de la internet en las colonias populares, ya sea en el domicilio, la escuela, el trabajo o en locales que ofrecen el servicio, muestra que una parte significativa de los habitantes de estas colonias no es ajena a esta modalidad contemporánea de comunicación, información y vinculación con el mundo.

Todo lo anterior, destacadamente la presencia de centros comerciales en las proximidades de los asentamientos de la urbanización popular y la frecuentación de los mismos por sus habitantes, nos permite inferir que éstos no se encuentran al margen de las formas globalizadas del consumo, la recreación y la comunicación masivos, sino que se trata más bien de una inclusión diferencial o de una exclusión relativa. Desde luego, los habitantes de las colonias populares sufren diversas carencias, derivadas tanto de las posibilidades de consumo privado determinadas por sus ingresos, como de las que resultan de la oferta que disponen a nivel del consumo colectivo. Ello no significa, sin embargo, que se encuentren actualmente al margen de un conjunto básico de manifestaciones de la globalización, en lo que respecta a las modalidades de consumo masivo derivadas de la reestructuración del comercio y los servicios operada por las cadenas trasnacionales, ni tampoco respecto de lo que se supone es al mismo tiempo una de las manifestaciones y vehículos principales de la globalización cultural, la internet.21

 

Hacia una problematización de la vida pública

¿Qué es lo que se puede desprender de todo lo anterior en relación con las prácticas y representaciones del espacio público en las colonias populares?

Una primera cuestión que resulta necesario destacar es que, en principio, a partir de las evidencias recogidas en nuestra encuesta y en general en el trabajo de campo, los habitantes de las colonias populares, incluidas aquéllas que pueden ser situadas claramente en la periferia metropolitana y que no han alcanzado un alto grado de consolidación urbana, no se perciben al margen de la ciudad ni excluidos de lo que la ciudad ofrece.

Para poder entender esto es necesario tener en cuenta los procesos implicados tanto en la producción de las colonias populares como en las prácticas cotidianas mediante las cuales sus habitantes dotan de sentido colectivo a estos espacios. Es decir, por una parte, la experiencia ampliamente compartida, masiva y socialmente legítima, de humanización y urbanización progresiva del espacio,22 a lo que se agrega el sentimiento de logro a partir de la laboriosa construcción de un patrimonio familiar (Lindón, 2000). Por otra, la densidad y los múltiples sentidos de los entramados de relaciones e interacciones que cotidianamente se tejen en el espacio público. Y como contrapartida de lo anterior, y debido seguramente a la mencionada legitimidad social de su experiencia, la ausencia de lógicas persistentes y sistemáticas de estigmatización o desvalorización desde afuera.

A este respecto, consideramos que será necesario identificar las condiciones específicas que parecen distanciar la autopercepción de los habitantes de estos espacios urbanos, respecto de espacios similares en otras metrópolis latinoamericanas.

En segundo término, si bien los elementos aquí presentados resultan insuficientes para arribar a conclusiones taxativas, sí indican la conveniencia y pertinencia de atender a las formas específicas que la urbanidad asume en estos espacios urbanos. Formas que no necesariamente invocan un discurso sobre la identidad local y el arraigo, pero que se manifiestan como modos colectivos de usar y significar tanto el espacio de proximidad como la ciudad y la relación entre ambos.

Como hemos visto, el espacio local no solamente es escenario de una multiplicidad de prácticas cotidianas, sino que es organizado y significado según temporalidades y ritmos colectivos que permiten experimentarlo de modos diferentes, de acuerdo con acontecimientos que se reiteran periódicamente pero que no son cotidianos. Se establece así una doble dimensión: la de los usos y significados de la vida diaria—que por regla general implican el contacto con lo familiar y previsible—y la de los usos y significados periódicos o excepcionales que hacen posible una gama amplia de encuentros con "el otro" desconocido.

Cabe dudar, y se trata de una hipótesis a explorar, que esta doble dimensión esté igualmente presente en los espacios habitados mayoritariamente por las clases medias y altas (Duhau, 2001).23

A lo anterior es necesario agregar que la difusión de los equipamientos y artefactos contemporáneos de consumo y recreación masivos en la periferia metropolitana durante los recientes 10 o 15 años ha venido haciendo crecientemente accesibles para los habitantes de las colonias populares el contacto con los bienes y símbolos asociados a una cultura globalizada. Estos nuevos polos de recreación, consumo y encuentro vienen así a sumarse, sin sustituirlas, a las experiencias de la urbanidad local.

En las circunstancias actuales en que el espacio público tradicional y el espacio local tienden a vaciarse de significados más allá de sus dimensiones puramente instrumentales, y en general, los espacios de uso colectivo a especializarse y diferenciarse socialmente, ¿será justamente en las colonias populares donde estos espacios conservan en mayor medida su carácter de escenario de una multiplicidad de relaciones y prácticas heterogéneas que hacen posible una experiencia urbana que guarda ciertas semejanzas con la correspondiente al modelo típico-ideal del espacio público moderno?

 

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Notas

* Este texto es una resultado parcial del proyecto de investigación "Espacio público y orden urbano en la Ciudad de México" que los autores desarrollan con el apoyo del CONACYT. Utilizaremos aquí el término urbanidad como sinónimo de sociabilidad urbana, haciendo referencia a una literatura sociológica (sobre todo "micro" sociológica) que ha venido elaborando desde hace décadas una visión teórica y metodológica acerca del carácter específico de las interacciones sociales en el espacio público urbano (Simmel, Wirth, Gofmann, Joseph, entre otros). Cabe destacar que no estamos entendiendo urbanidad como sinónimo de buenos modales, sino como sentido práctico aplicado a las relaciones entre desconocidos en el espacio urbano.

1 Para una discusión en torno a las distopías contemporáneas, véase Mac Leod y Ward (2002).

2 Se trata de un grupo de colonias populares situadas en diferentes puntos de la ZMCM (cuadro 1), que forman parte de las áreas testigo (colonias y unidades habitacionales de diferentes tipos y niveles socioeconómicos), incluidas como áreas testigo en nuestro proyecto de investigación Espacio Público y Orden Urbano.

3 Existe una muy amplia literatura sobre este tipo de urbanización, interesada sobre todo en dar cuenta de los procesos sociojurídicos relativos al cambio de uso de suelo y a la regularización y de los procesos relativos a la movilización popular de los habitantes (Duhau, 1998, Duhau y Schteingart, 1997).

4 Duhau y Giglia (2004). Cabe destacar que al hacer explícita la existencia de una variedad de conformaciones del espacio urbano se hacen evidentes las limitaciones que comporta el uso de un mismo concepto de "espacio público urbano" para situaciones socioespaciales que, en efecto, son muy distintas por su historia, su morfología, su tipo de poblamiento, sus habitantes y sus relaciones con el resto de la metrópoli.

5 En ese sentido, una calle es un espacio público, a menos que haya sido cerrada, caso en el cual habría que redefinir su condición.

6 Esta idealización destaca incluso en una investigación muy valiosa como la realizada por Caldeira (2000) en la ciudad de San Pablo. Para una crítica véase Salcedo Hansen (2000).

7 Véase al respecto el análisis de las relaciones en el espacio público urbano llevada a cabo por Isaac Joseph (1998) a partir de retomar las enseñanzas de los escritos clásicos de Simmel (1988) y los estudios de Erving Goffmann sobre este tema (1971). Véase para un resumen al respecto Giglia (2001).

8 Véase, por ejemplo, un análisis histórico del pasaje de la ciudad premoderna a la moderna a través de ese proceso en y para la Ciudad de México en De Gortari (1988) y también el texto de Molina del Villar (1996) sobre las medidas y los reglamentos emanados para responder a las epidemias e inundaciones en el siglo XVIII. Un importante ejemplo de la preocupación por el orden, la armonía y la estética en las ciudades modernas es el texto clásico de Camillo Sitte (1889), que puede considerarse como uno de los primeros tratados de urbanismo en el sentido moderno.

9 Algo similar observa Caldeira en el caso de San Pablo (Caldeira, 2000: 315).

10 Con la excepción de la mendicidad propiamente dicha que sólo ejercen en la Ciudad de México quienes se encuentran en situación temporal o permanente de incapacidad (ancianos en situación de indigencia, discapacitados, mujeres con varios hijos pequeños), en todos los demás casos se trata de individuos que procuran realizar alguna actividad útil como contraprestación del dinero recibido y de esa forma conservan la dignidad de sujetos autónomos.

11 Cabe señalar que en el caso de la ciudad de México no se trata en absoluto de una situación de un tipo de espacio minoritario o residual, sino de un espacio cuantitativamente dominante.

12 En el curso de nuestra de investigación, uno de los estudiantes que se encontraba haciendo relavamiento fotográfico a tres calles de su casa, situada en la colonia San Agustín, de Ciudad Nezahualcóyotl, corrió el riesgo de ser agredido por los vecinos, quienes sospecharon de su presencia por llevar una cámara. Cabe destacar que esto ocurrió en un lugar donde él suponía que sería reconocido como alguien del rumbo, ya que transita por allí casi cotidianamente (Soto, 2003: 43-44).

13 En la Ciudad de México, las denominaciones del espacio de proximidad están marcadas por las experiencias históricas de su creación y evolución, lo que hace que no sea fácil distinguir en forma unívoca los barrios de las colonias. Desde el punto de vista de la nomenclatura y de la geografía administrativa, el territorio de la ciudad se divide en colonias. Pero el vecindario y a veces el barrio, al igual que en todas partes, no necesariamente coincide con los límites administrativos de las colonias, sino que hace referencia al contenido atribuido a las formas de interacción y de sociabilidad que se desenvuelven a nivel local. En un diccionario de mexicanismos se define 'colonia' en los siguientes términos: Dáse hoy en México a este nombre una acepción nueva y enteramente local. Colonias son los ensanches de la ciudad en época reciente: los barrios nuevos; y así tenemos colonia de Santa María, de los Arquitectos, de Guerrero (Santamaría, 1959: 274).

Por otra parte, es probable que la noción de colonia tenga que ver con una humanización autoproducida y con la ocupación y urbanización progresiva de lo que era lo no urbano. En todo caso, de una ciudad a otra, las equivalencias en lo que es el 'barrio' no son sencillas en lo más mínimo.

14 Se trata de una encuesta destinada a obtener evidencias sobre las diferencias en las formas de percepción de la ciudad, los usos de los espacios públicos y las prácticas socioespaciales, relacionadas con el hecho de residir en diferentes puntos de la metrópoli y diferentes tipos de espacios urbanos. Por ello se aplicó en 19 colonias y unidades habitacionales de diferentes niveles socioeconómicos, seleccionadas a partir de una tipología de espacios urbanos.

15 Se trata de nodos urbanos definidos ya sea por la aglomeración de comercio y servicios a partir de una "plaza comercial" estructurada a partir de un supermercado, o de lugares de intercambio de modalidad de transporte público, o ambas cosas.

16 Una reflexión más general habría que llevarla a cabo sobre los principios clasificatorios manejados por la mayoría de nuestros entrevistados. Dichos principios responden, por un lado, a una lógica de "distinción" en el sentido que Bourdieu ha dado al término, y en ese sentido hay que interpretarlos, tomando en cuenta la situación de entrevista como una situación de autorrepresentación o de puesta en escena en la que no es común, sobre todo en México, autoatribuirse características negativas. Por otro lado, muchas de las representaciones sobre la ciudad, o partes de ella, están basadas en imágenes cristalizadas hace décadas y que parecen haberse congelado, resistiendo la evolución actual de la metrópoli. Así son las imágenes de Nezahualcóyotl que parecen subsistir entre las clases medias, como lugar donde se aglutinan marginación, pobreza y delincuencia, una imagen absolutamente incompatible con la realidad actual de dicho municipio.

17 Chalco es el municipio al cual pertenecía la mayor parte del territorio ocupado por el actual municipio de valle de Chalco. Mientras que el primero conserva todavía un carácter pueblerino, el segundo fue el producto durante los años ochenta de procesos masivos de urbanización periférica no regulada.

18 De la Pradelle (1996) pone el ejemplo de la señora de la burguesía parisina a la que el comerciante llama "linda" y a la que se dirige con una libertad que sería impensable en la dimensión cotidiana, llegando a burlarse de ella en el transcurso del regateo o de la conversación semirritualizada acerca de la calidad y el origen de los productos.

19 Las respuestas afirmativas para el caso de fraccionamientos de clase media como Cumbria en el municipio de Cuatitlán Izcalli, y Rinconada de Aragón, en el municipio de Ecatepec (contiguas a las colonias La Perla e Ignacio Allende) alcanzaron 55.9 y 62.6 por ciento, respectivamente, y llegaron a 70 por ciento en Polanco, la colonia de mayor nivel socioeconómico entre las incluidas como área testigo en nuestra investigación.

20 Por razones de espacio no incluimos aquí los datos correspondientes, pero entre algunas colonias populares y otras de clase media, la principal diferencia, más que en el hecho de asistir al cine, consiste en la frecuencia con que se lo hace.

21 En suma, la pobreza urbana tal como se manifiesta en las colonias populares dista de implicar una situación homogénea de marginación, se trata, en todo caso, de una pobreza, podríamos decir, globalizada y que a diferencia de la pobreza urbana del mundo desarrollado, al ser mayoritaria, no parece tener el mismo impacto en la constitución de la subjetividad, ni implica, al menos no de modo generalizado, salvo probablemente cuando la pobreza adquiere la forma de indigencia, la configuración de una situación de exclusión generalizada, sino más bien de inclusión (desigual) parcial o si se quiere pauperizada.

22 Se trata de un aspecto que no hemos abordado aquí, pero que estamos desarrollando en el marco de nuestro proyecto de investigación.

23 De acuerdo con las evidencias provenientes de algunos estudios llevados a cabo en colonias o conjuntos de clase media o alta, el espacio de proximidad, es decir, el espacio público local tiende fuertemente a no cumplir otra función que la de conectar la vivienda con una multiplicidad de puntos externos al lugar de residencia, funcionalmente diferenciados y privadamente administrados, donde de lo que se trata es de encontrarse con los socialmente semejantes.

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