SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.10 número41Temporalidades reproductivo-laborales de las mujeres mexicanas de tres cohortesEspacio público y nuevas centralidades: Dimensión local y urbanidad en las colonias populares de la Ciudad de México índice de autoresíndice de assuntospesquisa de artigos
Home Pagelista alfabética de periódicos  

Serviços Personalizados

Journal

Artigo

Indicadores

Links relacionados

  • Não possue artigos similaresSimilares em SciELO

Compartilhar


Papeles de población

versão On-line ISSN 2448-7147versão impressa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.10 no.41 Toluca Jul./Set. 2004

 

Impacto de la globalización neoliberal en el ordenamiento urbano y territorial

 

Neoliberal globalization impact of urban and territorial ordering

 

Jaime Ornelas Delgado

 

Benemérita Universidad Autónoma de Puebla.

 

Resumen

Los cambios recientes observados en la modalidad neoliberal adquirida por la globalización no han modificado la esencia de la ciudad capitalista, que continúa como el territorio donde se asientan los soportes materiales necesarios a la producción y reproducción del capital, así como de la fuerza de trabajo. Al mismo tiempo, el urbano sigue siendo el espacio privilegiado en la construcción de la compleja ingeniería del consenso mediante el cual se legitima la hegemonía del capital. La globalización, sin embargo, ha impuesto cambios al proceso urbano y, aún conservando su esencia, las ciudades se transforman para adecuarse a las nuevas exigencias de la acumulación del capital, dando lugar al surgimiento de las megalópolis y la ciudad global.

Palabras clave: globalización, ordenamiento urbano, urbanización, zona metropolitana, México.

 

Abstract

The recent observed changes in the acquired neoliberal modality by the globalization has not modify the essence of the capitalist city, which continues as a territory where there are settled the necessary material supports for output, as well as force labor. At the same time, urban keep on being the privileged space for the construction of the complex engineering from the consensus to legitimize the capital hegemony. However, the globalization has forced upon changes to the urban processes, and conserving its essence, the cities transforms themselves in order to adequate to the new capital gathering demands, getting place to megalopolis arising and the global city.

Key words: globalization, urban ordering, urbanization, metropolitan zone, Mexico.

 

Introducción

Los cambios recientes observados en el proceso de acumulación del capital —provocados por la modalidad neoliberal del capitalismo actual1— de ninguna manera han modificado la esencia de la ciudad capitalista, que continúa siendo el territorio donde se asientan los soportes materiales necesarios para la producción y reproducción del capital y de la fuerza de trabajo fuera del proceso productivo. Al mismo tiempo, el urbano sigue siendo el espacio privilegiado en la construcción de la compleja ingeniería del consenso mediante el cual se legitima la hegemonía de una clase sobre el conjunto de la sociedad.2

La globalización neoliberal, sin embargo, ha impuesto cambios al proceso urbano, por eso, aun cuando conservan su esencia, las ciudades se transforman para adecuarse a las nuevas exigencias del capital transnacional, con lo cual han surgido las megalópolis y la ciudad global.

La expansión global contemporánea del capital bajo la modalidad neoliberal se caracteriza, entre otros rasgos, por la generalización de la economía de mercado, la privatización de los bienes y servicios públicos, la apertura comercial y financiera, así como por el creciente abandono de las actividades del Estado en la economía y, en particular, de las cuestiones urbanas.

La presentación de algunas reflexiones surgidas de esta nueva realidad de las ciudades, resultado del impacto que la globalización neoliberal —proceso contradictorio, múltiple y complejo— ha provocado en el ámbito del ordenamiento territorial, es el motivo central de las presentes líneas.

 

La ciudad del capital

La ciudad en el capitalismo no puede disociarse de la tendencia del capital a elevar la productividad del trabajo mediante la división técnica del trabajo y la socialización de las condiciones generales de la producción y los servicios, como la educación o la salud. De esta manera podemos decir que la ciudad contemporánea "de ninguna manera es un fenómeno autónomo sometido a leyes de desarrollo totalmente distintas a las leyes de la acumulación capitalista" (Lojkine, 1979: 130). Por el contrario, la ciudad forma parte de la realidad que cotidianamente construye el movimiento del capital y, en consecuencia, lo urbano no escapa a las leyes generales que rigen la reproducción capitalista.

Si se evita, entonces, reducir la relación entre urbanización y capitalismo a una relación simple, directa, unívoca entre un efecto y su causa, nos estaremos acercando a la verdadera condición de la ciudad del capital que tiene, entre otras, tres características determinadas por las necesidades surgidas de la reproducción del sistema capitalista en su conjunto:

1. Es el territorio donde se asientan y concentran los soportes materiales que forman las condiciones generales de la producción, constituidas por los medios de producción, circulación, intercambio y consumo de las mercancías.

En efecto, en el proceso de producción de la ciudad, las condiciones generales de la producción y reproducción del capital —generales porque no corresponden a ningún capitalista en particular, sino a todos ellos— desempeñan un papel de la mayor importancia en tanto que contribuyen en buena medida a definir el propio carácter de la ciudad y la manera en que ésta, finalmente, se produce y consume.

Para llevarse a cabo la producción (que es a la vez consumo de fuerza de trabajo y de objetos e instrumentos de producción) y la circulación de mercancías como momento de aquélla, así como la valorización del capital (realización de las mercancías), se requiere de diversos soportes materiales (fábricas, oleoductos, líneas de trasmisión de energía, caminos, carreteras, vías urbanas e interurbanas, bodegas, bancos e instituciones de crédito, mercados, centros comerciales y muchos otros más), cuya producción y generalización significa la expansión de los centros urbanos que los contienen de manera concentrada.

Las condiciones generales de la producción tradicionalmente son generadas por el aparato gubernamental que con ello contribuye a disminuir la inversión en capital constante del capitalista privado. Sin embargo, cuando su construcción o su operación se pueden convertir en negocio, de inmediato se demanda su privatización, toda vez que el capitalista puede obtener la misma o una mayor tasa de ganancia que la prevaleciente en la producción de otras mercancías, hecho que fue advertido por Carlos Marx desde su crítica a la economía política.

 En palabras de Marx:

Todas las condiciones generales de la producción (y, por tanto, no como condición particular para este o aquel capitalista), como caminos, canales, etcétera, ya sea que faciliten la circulación o tal vez que la hagan posible por primera vez, ya sea que acrecienten la fuerza productiva (como obras de regadío, etcétera, en Asia y por lo demás también en Europa, construidas por los gobiernos) suponen, para que emprenda su realización el capital (en vez del gobierno, que representa la entidad comunitaria en cuanto tal), el más alto desarrollo de la producción fundada en el capital (Marx, 1971: t. 2, 20-21).

2. La concentración de la población en los centros urbanos, fundamentalmente de trabajadores que tienen necesidad de vender su fuerza de trabajo para subsistir, genera un conjunto de demandas para satisfacer sus necesidades de salud, educación, vivienda y recreación, entre otras, que deben ser resueltas. Por esa razón, en las ciudades se propicia y produce la concentración de los medios de consumo colectivo (MCC) necesarios para la reproducción social y biológica de la fuerza de trabajo, fuera del proceso productivo.

De otra manera, el desarrollo del capitalismo crea y recrea las formas mediante las cuales se reproduce y potencia la fuerza de trabajo por medio de múltiples servicios producidos en sus respectivos soportes materiales especializados, que no son sino medios para el consumo social de los trabajadores. Se trata de los edificios escolares, clínicas y hospitales, viviendas, parques públicos y, en general, todos aquéllos donde se producen los servicios que elevan la productividad de la fuerza de trabajo. Los MCC, junto con las condiciones generales de la producción, los medios de circulación social (bancos, establecimientos comerciales, etcétera) y los de circulación material (transporte y almacenaje), configuran materialmente la ciudad capitalista y, en buena medida, determinan sus características específicas que la diferencian de otras. Producidos a la manera capitalista, es decir, mediante una relación capital-trabajo, los MCC resultan ser objetos materiales "preñados de valor", no importa que buena parte de ellos sean producidos por el gobierno, pues también los produce de manera capitalista aunque no se tenga el propósito de valorizar el capital empleado en su producción. En todo caso, son los MCC trabajo cristalizado, pero su valor de uso3 no se encuentra materializado en un objeto producido que pueda venderse y separarse definitivamente de la esfera de la circulación —como ocurre con las mercancías que directamente satisfacen necesidades de las personas o la producción—, para ser destruido en el consumo individual o productivo.4

El efecto útil de los MCC no es, en consecuencia, un objeto, sino un trabajo, un valor de uso inseparable del proceso que los ha producido, esto es, de su medio de producción. De esta manera, mientras que cualquier mercancía destinada al consumo personal o al consumo productivo puede diferenciarse perfectamente de los medios consumidos en su producción, el servicio obtenido de los MCC es inseparable del soporte material que lo produce. Son, por tanto, servicios que se consumen al mismo tiempo que se producen, tal como es el caso del servicio educativo o de salud, consumidos al mismo tiempo que se producen en el aula o en la clínica. Por supuesto, la atención prestada por los gobiernos capitalistas a los MCC ha sido y es diferenciada y por más útiles que se consideren para la reproducción ampliada de la fuerza de trabajo, por ejemplo, los equipamientos recreativos, deportivos o culturales jamás tendrán la misma prioridad que tienen en el gasto gubernamental los equipamentos escolares directamente ligados a la formación profesional especializada que demanda el mercado laboral, es decir, los dueños del capital. Siguiendo a Lojkine (1979: 124 y ss.), podemos señalar las tres características que distinguen a los MCC de los medios de consumo individuales:

a. El valor de uso de los MCC es colectivo, en el sentido de que se dirige no a satisfacer una necesidad particular de un individuo, sino a una necesidad social que sólo puede ser satisfecha de manera colectiva, es decir, por el aparato gubernamental.

b. La dificultad de insertar los MCC en el sector de las mercancías se debe a que los servicios que producen se consideran como aquéllos que el gobierno tiene la obligación de proporcionar a la población, esto es, se les considera servicios públicos, y sólo cuando pierden este carácter se vuelven atractivos para los inversionistas que empiezan a demandar su privatización.

c. Finalmente, los MCC son, en general, lo que se conoce como valores de uso complejos, es decir, duraderos, inamovibles y difícilmente divisibles, por lo que no poseen valores de uso que cristalicen en productos materiales separados de sí mismos, esto es, distintos a la actividad que los produce, porque su reproducción es muy lenta y a largo plazo, lo cual explica su baja rentabilidad.

De esta manera, algunas de las razones por las cuales los aparatos gubernamentales asumieron la provisión de los MCC, entre otras, han sido las siguientes:

La escala requerida para su producción suele desbordar el grado de acumulación y concentración del capital en un momento determinado y ningún capital, tomado separadamente, está en capacidad de emprender esos procesos. La naturaleza de ciertos valores de uso; por ejemplo, su consumo colectivo difícilmente divisible, con frecuencia obstaculiza su circulación mercantil y por lo tanto no permite que alrededor de él se estructure un proceso de acumulación privada. Puede ocurrir asimismo que estas inversiones no encuentren una demanda solvente y los capitales eventualmente comprometidos en ellas no pueden alcanzar una remuneración normal (Jaramillo, 1983: 11).

3. De la misma importancia para la comprensión de la ciudad capitalista resultan las actividades vinculadas al ejercicio del poder, entendido como las distintas modalidades sociales que asume la relación política, económica, ideológica, filosófica, cultural y jurídica que adopta la hegemonía de una clase o una parte de ella sobre el conjunto de la sociedad.

La ciudad es, entonces, el sitio donde mayoritariamente se ubican los aparatos del Estado mediante los cuales se construyen los consensos con los que se ejerce el dominio político e ideológico de los propietarios del capital sobre toda la sociedad, de manera tal que es en las urbes donde la cultura y los valores representativos de las clases dominantes se producen y trasmiten por diversas vías —significativamente la educación formal e informal— al resto de la sociedad, al grado de que las clases subordinadas terminan por creerlos universales, eternos y superiores a todos los demás valores y expresiones culturales.

 

Fetichización de la ciudad

Derivada de su condición como sede fundamental del proceso de producción y reproducción del capital, así como del intercambio de mercancías, de la mayor dotación de MCC y del ejercicio consensuado del poder, la ciudad adquiere una especie de connotación mágico-religiosa que tiende a forjar su fetichización en la medida que se la comprende como un todopoderoso centro de actividades político-militares, religiosas, administrativas, económicas y de servicios que se desarrollan por la ciudad misma y que son consideradas "funciones urbanas", es decir, como si no tuvieran relación alguna con la estructura económica que las sustenta.

En síntesis, la concentración de la población y los MCC donde se producen los servicios que potencian la fuerza de trabajo, así como las condiciones generales de producción y el ejercicio del poder, se convierten en la peculiaridad de la ciudad del capital, peculiaridad que se produce y localiza de manera desigual en el territorio, de manera tal que, de acuerdo con Emilio Pradilla, la ciudad existe:

Como totalidad de múltiples determinaciones y contradicciones, en la que se combinan elementos económicos, políticos, sociales, históricos, culturales, geográficos y costumbristas de acuerdo con un orden y una jerarquía estructuralmente determinados (Pradilla, 1993: 229).

 

El proceso actual de ordenamiento territorial urbano

En la ciudad capitalista, la generación de las condiciones generales de la producción y de los MCC ha recaído en los aparatos gubernamentales mediante el uso de capital desvalorizado (que es aquél cuyo valor no se recupera, o se recupera muy lentamente, en los actos de intercambio mercantil). Por esa razón es que en el capitalismo los aparatos gubernamentales se convirtieron en agentes urbanos de la mayor importancia en la producción, distribución, localización, gestión y organización espacial en la ciudad.

En cambio, ahora, cuando se ha impuesto en el mundo la modalidad neoliberal de la globalización, las acciones sociales en general y urbanas en particular de los gobiernos han perdido importancia, y sobre todo eficacia, dado que el ajuste estructural de orientación al mercado ha tejido muy finos procesos de poder que se ubican más allá del aparato gubernamental.

De esta manera, con el desplazamiento del Estado fuera de las actividades que tradicionalmente se consideraban dentro de su ámbito de acción, se ha impuesto la razón económica a la política; en otras palabras: el mercado ha desplazado a la racionalidad social. El predomino de la razón económica sobre la social en el neoliberalismo, que limita la acción social estatal hasta casi su desaparición, se sustenta en el dogma que considera al mercado como el mecanismo más eficiente para la asignación de los recursos productivos, lo cual hace innecesaria —inclusive perversa— la racionalidad social en los procesos macroeconómicos. Esto, naturalmente, tiende a reducir la acción gubernamental a las funciones gerenciales de gestión del capital y a las tareas policiacas que ofrezcan seguridad jurídica a los inversionistas y mantengan el conflicto social en los límites aceptables para el poder económico.5

Ante el retraimiento del Estado, el capital privado empieza a ser en las ciudades el principal protagonista en las tareas de ordenamiento del territorio, al grado que una de las peculiaridades que en lo urbano impone la globalización neoliberal puede sintetizarse enfatizando: el desplazamiento de los aparatos gubernamentales y el creciente predominio de los intereses del capital privado en el proceso de producción y consumo de la ciudad, lo que termina provocando, como muestra la evidencia empírica, significativos procesos de exclusión, marginación y empobrecimiento de amplios sectores de la población urbana.

 

La urbanización global

La urbanización, más allá de la manera como se la conciba o se defina, tiene ya un carácter global y su impacto en las ciudades tanto de los países desarrollados como de aquellos en vías de serlo ha provocado transformaciones sustanciales en la forma de vida de la sociedad entera, desde la producción económica hasta sus expresiones culturales.

Definir la urbanización es una tarea compleja debido a su íntima conexión con factores económicos, políticos, culturales y ecológicos que la determinan. De cualquier manera, debe reconocerse que ese fenómeno es una de las fuerzas más apremiantes de la sociedad y, al parecer, opera actualmente como el territorio principal de la expansión del capital.

Las definiciones más difundidas de la urbanización la plantean como un proceso general poblacional, geográfico y económico, siempre vinculado a las ciudades. Por ejemplo, desde fines de la década de 1970, paralelamente al ascenso del neoliberalismo, John Friedman señalaba que la urbanización adquiría dos formas:

La concentración geográfica de la población y de las actividades no agrícolas en ambientes urbanos de tamaño y forma variables y la difusión geográfica de valores urbanos, comportamiento, organizaciones e instituciones (Friedman, 1976: 71).

Definiciones como ésta expresan un proceso que incluye sus componentes principales, pero se le concibe como si se instalara en todos los territorios del mundo de manera natural y homogénea, es decir, un proceso que globaliza adoptando un carácter integrador de territorios y sociedades sin diferencia alguna.

Esta generalización, sin embargo, poco ayuda a la comprensión del fenómeno mismo de la urbanización en tanto que si bien es correcto presentarlo como un proceso múltiple, aparece sin agente social dinamizador, es decir, pareciera ser un proceso que se dinamiza a sí mismo. De la misma manera, la definición evita referirse a los procesos complejos y contradictorios que se desarrollan en un territorio específico y diferenciado, esto es, desconoce la desigualdad que ocurre en la urbanización como proceso social (que expresa también el desarrollo desigual del capitalismo) y, en consecuencia, impide el reconocimiento de sus particularidades (las diferencias) en aras de una supuesta homogeneización e integración de los agentes que intervienen en el proceso.

De esta manera, al hablar de la urbanización conviene referirse a los aspectos concretos que deben estudiarse específicamente y así, en primer término, evitar que éstos se pierdan en lo global y, enseguida, lograr identificar los agentes sociales que la dinamizan y dirigen en cada caso específico, pues no siempre son los mismos necesariamente.

Como fenómeno social, la urbanización tiene en la demográfica su dimensión fundamental. Bajo este enfoque se puede definir a la urbanización como un proceso de concentración de la población en los puntos centrales del territorio, proceso que actualmente se encuentra determinado por las condiciones bajo las cuales se desarrolla el capitalismo; esto es, la industrialización, y la desruralización de la economía y la sociedad se han convertido en los factores dinamizadores y conductores de la urbanización contemporánea que, a su vez, se ha constituido en el territorio donde se localiza y concentra la expansión capitalista. Luego entonces, el agente de este proceso es el capital, que ha dejado al margen del proceso al Estado.

Ahora bien, "en realidad todo régimen histórico concreto de producción tiene sus leyes de población propias, leyes que rigen de un modo históricamente concreto" (Marx, 1968: t. 1, 534) y una ley de población, peculiar del régimen de producción capitalista, consiste en el hecho de que durante el proceso de acumulación del capital los trabajadores producen, concentrados y en proporciones cada vez mayores, los medios para su propio exceso relativo. Esto es, conforme aumenta el capital total, su parte variable —la destinada a la compra de fuerza de trabajo— decrece relativamente en el total y, en consecuencia: "Como la demanda de trabajo no depende del volumen del capital total sino solamente del capital variable, disminuye progresivamente a medida que aumenta el capital total" (Marx, 1968: t. 1, 532). Esta situación, finalmente, alienta la movilización de los trabajadores desde los sitios donde son excedentes y no encuentran empleo a otros donde esperan poder vender su fuerza de trabajo, la única mercancía de que disponen para sobrevivir.

Lo anterior, entre otras cosas, significa que el proceso de acumulación brinda al capitalista, en el lugar donde lo requiere: "El material humano, dispuesto siempre para ser explotado a medida que lo requieren sus necesidades variables de explotación e independiente, además, de los límites que pueda oponer el aumento real de población" (Marx, 1968: t. 1, 535).

De acuerdo con lo dicho, las condiciones que finalmente determinan el proceso de urbanización en el capitalismo neoliberal son las siguientes:

1. El crecimiento natural de la población que vive en la ciudad.

2. La migración del campo a la ciudad y de ciudades pequeñas y medias a ciudades mayores.

3. La expansión física de la ciudad, que resulta de la movilización de la población y sus actividades del centro a la periferia de las ciudades.

Estos determinantes apresuran el proceso de urbanización y cada una de ellas, a su vez, se encuentra determinada por distintos factores. En el primer caso, por ejemplo, cuenta la estructura de la población por edad y sexo, la forma de distribución del ingreso, el grado de avance sociocultural (particularmente el nivel educativo), o los avances en la salud pública.

Por su parte, el movimiento de la población hacia las ciudades -que no es otra cosa sino el traslado de la fuerza de trabajo de un lugar a otro, condición necesaria al desarrollo del propio capitalismo-, se genera por un doble juego de fuerzas: las de expulsión del campo y las ciudades pequeñas y medias, así como las de atracción emanadas de las grandes ciudades.

En otras palabras: las fuerzas de expulsión de la población excedente del campo se deben al continuo empobrecimiento de ésta, a la baja productividad de su trabajo y a la carencia de empleos remunerados: "La expropiación y el desahucio de la población campesina, realizados por ráfagas y constantemente renovados, hacen fluir a la industria de las ciudades masas cada vez más numerosas de proletarios" (Marx, 1968: t. 1: 633-634). Adicionalmente, la modernización de las fuerzas productivas genera en el campo una población excedente o "superpoblación relativa", que sólo tiene como alternativa de solución a sus problemas de sobrevivencia su traslado a los centros urbanos: finalmente, las fuerzas que atraen hacia las grandes ciudades a los habitantes no sólo del campo sino también de ciudades pequeñas y medias son las mayores expectativas de empleo, ingreso, educación, salud y vivienda decorosa, entre otras.

En todos esos casos, el capital dispone de grandes masas de hombres prestas a ser lanzadas de pronto a los puntos decisivos (dentro de un mismo territorio o de otros), sin que la escala de producción en el resto de los sectores económicos sufra quebranto alguno: "Es la superpoblación la que brinda a la industria esas masas humanas" (Marx, 1968: t. 1, 535), que terminan por abaratar a la propia fuerza de trabajo.

 

La nueva configuración urbana

El movimiento creciente de la población hacia las ciudades ha hecho que actualmente buena parte de los habitantes del mundo viva en grandes concentraciones urbanas que se han empezado a constituir como megalópolis, proceso mediante el cual una zona metropolitana integra a otras zonas metropolitanas.6

Según las Naciones Unidas, una ciudad con más de 10 millones de habitantes se considera megalópolis, de las que en este momento hay 20 en el mundo y, entre las 10 más grandes, siete se localizan en países en vías de desarrollo, entre los que predomina la India donde se encuentran tres de ellas. Algo más, ninguna ciudad europea se encuentra entre las 10 megalópolis más grandes del mundo y, en cambio, se ubican seis en Asia y cuatro en América, dos de las cuales son latinoamericanas (México y Sao Paulo, Brasil) y las otras dos estadunidenses (Nueva York y Los Ángeles) (cuadro 1).

Actualmente, la zona metropolitana de la ciudad de México (ZMCM) está integrada por las 16 delegaciones del Distrito Federal y 40 municipios formalmente declarados conurbados por la legislatura del estado de México.7 Además, Tizayuca, municipio del estado de Hidalgo, también forma parte de la ZMCM. (Garza, 2003: 154, cuadro AM-3). Sin embargo, la realidad supera lo formal, al grado que desde principios del 2004 el gobierno del estado de México anunció que tiene en proyecto proponer a la legislatura local elevar a 59 el número de municipios de esa entidad conurbados al Distrito Federal (La Jornada, 22 de febrero de 2004: 30).

La ZMCM —la tercera del mundo en cuanto a su número de habitantes—, se ha convertido en una megalópolis de nivel internacional, pues ha logrado atraer e integrar a su dinámica a las siguientes zonas metropolitanas del centro de la república: Puebla-San Martín-Atlixco, en el estado de Puebla; Tlaxcala-Santa Ana-Apizaco, en Tlaxcala; Lerma-Toluca-Metepec, en el estado de México; Cuautla-Cuernavaca, en el de Morelos; Pachuca-Tepeji-Tula, en Hidalgo, y Querétaro, en el estado de Querétaro.

 

Aproximación a una tipología de las ciudades

La ciudad se encuentra siempre en la encrucijada de la geografía y la historia, dice Octavio Ianni, y aunque en algunas predomina una de sus características —ya sea política, económica o cultural—, siempre es la ciudad una realidad múltiple, compleja y contradictoria, donde están presentes las condiciones y el resultado de la dinámica de las relaciones sociales, culturales, políticas y económicas.

Por otra parte, si bien existen ciudades eminentemente mundiales, algunas más predominan en el ámbito regional internacional y nacional, aunque en la mayoría de los casos las ciudades están fuertemente determinadas por lo que es local y en ese espacio ejercen su influencia de vinculación de las actividades económicas, políticas y sociales.

Ahora bien, bajo la globalización neoliberal, el principal agente responsable de la organización del mapa económico mundial son las corporaciones trasnacionales, localizadas fundamentalmente en los grandes centros urbanos.8 De esta manera:

El sistema de relaciones económicas globales emergentes adquiere forma particular, típicamente urbana, en localidades bajo diversas formas enredadas en el sistema global. El modo específico de su integración en este sistema da origen a una jerarquía urbana de influencias y controles. En la cima de esta jerarquía se encuentra un pequeño número de densas regiones urbanas, a las que llamamos ciudades mundiales. Fuertemente interconectadas entre sí, por medio de decisión y finanzas, ellas constituyen un sistema mundial de control de la producción y de la expansión del mercado (Ianni, 2001: 48).

Algunas ciudades localizadas en los países más desarrollados del capitalismo se han convertido en los sitios de asiento de aquel capital, que impone la globalización porque es hegemónico y puede moverse por todo el mundo, el cual adquiere ahora "características de una inmensa fábrica acoplada a un vasto shopping center y coloreado por una enorme Disneylandia" (Ianni, 2001: 49).

Así, la ciudad global surgió a finales del siglo pasado como condición y resultado de la globalización del capitalismo. En términos urbanos, el principal resultado de la modalidad neoliberal de la expansión capitalista actual, empujada por el capital y sus empresas transnacionales, ha sido la constitución de una red de ciudades globales que dominan al conjunto de la economía mundial, tanto como la cultura y la política del planeta.

Otras megalópolis de carácter internacional —aunque no global— también han empezado a reestructurarse para poder ejercer de manera eficiente su condición de ciudades dependientes del sistema financiero internacional, al que sirven como vínculo con su propio territorio. Estas aglomeraciones urbanas dependientes (la ciudad de México sería un ejemplo de ellas), al tiempo de ser sede de empresas subsidiarias de corporaciones transnacionales, también pueden ser sede de empresas formadas por el capital nativo que tienden a expandirse hacia otras naciones de su periferia.

Existen también ciudades megalopolitanas, cuya influencia es solamente nacional, es decir, sin trascender, sustancialmente, el ámbito del país donde se localizan. Estas zonas metropolitanas (como puede ser el caso de Puebla), se articulan a la ciudad central del país, de la que son tributarias en muchos sentidos y es precisamente a través de ellas que se organiza territorialmente el capitalismo doméstico bajo los impulsos de los capitales nacional e internacional asentados en la zona metropolitana formada alrededor de la ciudad que ocupa el lugar central en la nación.

 

Desplazamiento de la acción urbana del Estado

Además de la aparición de las megalópolis y la ciudad global, la globalización tiene como eje central la imposición de una cultura hegemónica sustentada en los valores del mercado y la competencia; pero, principalmente, una visión del Estado que tiende a diluirse como agente económico en beneficio del mercado.

De esta manera, la expansión de lo privado desplaza a lo público y, en la gestión gubernamental, el eficientismo sustituye a la conducción política, así como el cliente-consumidor suplanta al ciudadano.

La separación del Estado, en particular de la actividad reguladora de la expansión urbana, acarrea por lo menos dos problemas estructuralmente graves para el desarrollo de las ciudades, especialmente de aquellas localizadas en los países emergentes. En primer lugar, el Estado empieza por soslayar la gestión de las desigualdades, ya que pierde fuerza o de plano deja de existir cualquier tipo de política orientada a mejorar las condiciones de sobrevivencia de los grupos excluidos, cuya cantidad aumenta ahora sin solución alguna para superar su condición.

Un segundo problema estructural derivado de la disminución de la acción estatal en lo urbano es la aparición de ciudades excluidas, precisamente aquéllas que carecen de capacidades para insertarse en el modelo social modernizador.

 

El nuevo papel de los gobiernos locales

En estas condiciones, en tanto se pretende que sólo el mercado es capaz de resolver las dificultades que enfrenta el crecimiento urbano, se desplaza por innecesaria la acción del gobierno por una estrategia individual encaminada a generar un conjunto de ventajas capaces de atraer a la inversión privada a una ciudad por encima de todas las demás, consideradas rivales. De esta manera, las ciudades entran en una dura competencia por el capital, donde las primeras ofrecen todo lo que pueden y los inversionistas asumen la estrategia de mantenerse a la expectativa y esperar a ver "quién da más". Entonces, para atraer al capital se despliega una amplia gama de ventajas que hagan competitiva a la ciudad que aspira a ser asiento de las nuevas inversiones.

La ventaja competitiva es un concepto creado por el economista estadunidense Michael Porter, el cual comprende los méritos para lograr que una empresa alcance una "posición competitiva favorable en un sector industrial", haciéndola capaz de:

Crear para sus compradores un valor que exceda el costo de esa empresa por crearlo. El valor es lo que los compradores están dispuestos a pagar, y el valor superior sale de ofrecer precios más bajos que los competidores por beneficios equivalentes o por proporcionar beneficios únicos que justifiquen un precio mayor (Porter, 2000: 20).

Además del "liderazgo de costo", el propio Porter (2000: 21) señala que es posible crear otra ventaja competitiva: la diferenciación del producto (la razón por la cual los consumidores prefieren un bien por encima de otros similares o sustitutivos).

En el desarrollo de la teoría de las ventajas competitivas, Michael Porter advierte que la especialización de las naciones sólo se da en ciertos sectores, puesto que no se puede ser competitivo en todos. También destaca Porter que:

La competitividad de una nación depende de la capacidad de su industria para innovar y mejorar", y sostiene, además, que: "Las diferencias en valores nacionales, cultura, estructuras económicas, instituciones e historias contribuyen todas ellas al éxito competitivo (Porter, 1990: 3).

Al trasladarse este concepto al ámbito urbano, los gobiernos locales asumieron la responsabilidad de crear ese valor excedente -sin costo para el capital- en favor de los inversionistas, con el fin de atraerlos hacia esa ciudad y no a otra.

De esta manera, los gobiernos deben actuar exclusivamente en favor del territorio que gobiernan, por lo que su responsabilidad se limita a crear la infraestructura que permita abatir los costos generales de producción, o para generar el "ambiente local de negocios" que haga la diferencia de la ciudad que gobiernan respecto de todas aquellas que son sus competidoras en la atracción del capital. Por esa razón, en la "mundialización de la competencia", los gobiernos mantienen su importancia en el logro del éxito competitivo de las empresas.

En el modelo neoliberal, el Estado no desaparece, sino que en la cuestión urbana se considera su papel de una importancia creciente en tanto, y sólo en tanto, asuma la responsabilidad de preparar las condiciones necesarias para el éxito de las empresas que se asientan en su territorio, éxito al servicio del cual deben ponerse todos los recursos y acciones posibles, incluyendo "valores, cultura, estructuras económicas, instituciones e historias" nacionales o regionales.

Así, cuando por gozar con las condiciones adecuadas en la ciudad deciden ubicarse en ellas empresas productivas capaces de triunfar en el mercado nacional, y mejor si el éxito ocurre en el mercado mundial, se pude decir entonces que esa ciudad y su gobierno también triunfan, simple y llanamente, porque supieron atraer e impulsar a esas empresas. En todo caso, valores nacionales, cultura, estructura económica y jurídica, instituciones e historia, tienen, por fin, una utilidad: ponerse a disposición de las empresas para lograr la competitividad que las haga triunfar en la economía nacional e internacional.

Esta propuesta se ha convertido en el fundamento neoliberal de la estrategia de desarrollo urbano, que enfatiza la competencia entre las ciudades nacionales o extranjeras que luchan por atraer a su territorio la inversión foránea y que las enfrenta a otras ciudades que luchan con la misma intensidad por canalizar hacia ellas esos recursos de inversión por medio de diferenciarse por algún factor que las haga competitivas (por ejemplo, la existencia de fuerza de trabajo calificada y sumisa, lo que los ideólogos neoliberales llaman "capital humano"), o bien, construyendo las condiciones generales de la producción que abaten los costos de producción de las empresas asentadas en su territorio.

Como puede observarse, en el proyecto neoliberal, la dimensión urbana, definida como la base territorial del proceso de acumulación sustentado en el libre juego de las fuerzas del mercado, resulta clave en el proceso de reproducción del capital y de ahí el impulso a estrategias como la descentralización, que procuran transferir a las ciudades y a sus gobiernos la responsabilidad de estructurar su territorio y su sociedad de acuerdo con las necesidades del capital, es decir, hacer funcionales a la ciudad y su gobierno en la expansión del capitalismo en los términos impuestos por el mercado.

En todo caso, se pretende hacer del gobierno de la ciudad el agente capaz de diseñar y llevar a cabo estrategias que le permitan hacer la gestión de las necesidades del capital y mantener un orden social que posibilite la nueva forma de acumulación, es decir, generar las llamadas "condiciones locales" adecuadas para atraer al capital, que busca territorios con las facilidades necesarias para su reproducción más ventajosa.

En estos términos, las contradicciones entre las ciudades de una misma nación que compiten entre sí para atraer al capital privado —que recibe trato de nacional en todas partes—, se hacen cada vez más agudas y su competencia adquiere elevados niveles de agresividad (agresividad que, incluso, se considera una virtud), en la medida que el capital que disputan es cada vez más exigente y escaso.

En este nuevo esquema, las desigualdades entre las ciudades se convierten en las diferencias que alientan la localización territorial del capital; de la misma manera, la infraestructura física, las condiciones generales de la producción, que abaten la inversión privada en capital constante, se convierten en las ventajas competitivas de una ciudad sobre otras: "En este contexto, los regionalismos son parte de las desigualdades y, por ende, bienvenidos al nuevo modelo" (Hiernaux, 1993: 11), que por cierto puede conducir a la pérdida del concepto de nación y, a la vez, participa del fraccionamiento del territorio en pequeñas unidades más preocupadas por lograr su viabilidad como ciudad que por contribuir al logro de objetivos nacionales, que muchas veces ya ni siquiera existen.

Nadie mejor para expresar esta situación con mayor claridad y fuerza que el Director de Estudios Económicos del ya desparecido Grupo Financiero Banamex-Accival, Alberto Gómez Alcalá, quien en la V Reunión Plenaria de Consejeros de esa institución señaló:

La inversión en infraestructura y los incentivos locales para el crecimiento pueden complementarse; la inversión en infraestructura es más rentable si el ambiente de negocios local mejora simultáneamente [...] En los ambientes locales tenemos que trabajar con mayor intensidad [...] Debemos transparentar las agendas locales e impulsar su difusión, ligar recursos, ayudas y entidades [...] Es necesario fomentar la competencia entre Estados, que será sana si ocurre bajo el principio de ver dónde existen los mejores incentivos para invertir (Gómez, 1998: 218).

Ni más ni menos que la ciudad y su gobierno puestos al servicio del mercado, la inversión y la ganancia. Ciudad y gobierno sometidos al capital, sin necesidad de un proyecto nacional capaz de articular y potenciar los esfuerzos individuales en pos de objetivos y metas comunes.

 

La estrategia neoliberal de ordenamiento urbano y territorial en México

A partir de la imposición del modelo neoliberal, la competencia y rivalidad extrema entre las ciudades, así como la prioridad otorgada a la atención de las necesidades del capital en el ordenamiento urbano territorial se han convertido en las características de las relaciones inter e intraurbanas en el mundo, y México no escapa de esa situación.

Los gobiernos neoliberales mexicanos, siguiendo las propuestas del ya mencionado Michael Porter (1990, 13 y ss.), han asumido que la competencia es el factor que estimula la diferenciación y eleva los atractivos que persigue el capital, pues:

La rivalidad interior es, posiblemente, la más importante ventaja competitiva a causa del poderoso efecto estimulante que ejerce sobre los demás factores de atracción. (Asimismo) La concentración geográfica magnifica el poder de la rivalidad interior. (De esta manera) Dos elementos, la rivalidad interior y la concentración geográfica, tienen especialmente gran poder para lograr elevar la competitividad de la organización.

Con estos criterios, actualmente en México puede observarse una intensa competencia entre las ciudades de toda la república —que parecen no participar de propósitos comunes—, dado que, se dice desde el aparato gubernamental, ésa es la mejor manera de promover mejoras en las condiciones locales para atraer al capital que busca precisamente las condiciones óptimas para alcanzar su propósito único: la máxima ganancia.

De esta manera, cada ciudad a su modo y dentro de sus posibilidades tensadas al extremo, promueve todo aquello que cree que puede permitirle atraer al capital: desde la desregulación en materia ecológica hasta el ofrecimiento de trato nacional a la inversión extranjera, pasando por los estímulos fiscales al establecimiento de los procesos industriales, o calificar a la fuerza de trabajo y, con las respectivas complicidades, contener las demandas de aumento salarial y apresurar la flexibilización de las relaciones laborales.

De la misma manera, los gobiernos locales acometen con singular entusiasmo la tarea de construir las condiciones generales de la producción con el propósito de arrebatar inversiones a las ciudades cercanas o lejanas, pertenecientes al mismo estado o a cualquier otro del propio país. Lo mismo da, pues a todas se las considera rivales a las que es necesario vencer, y vencer significa atraer al capital.

Finalmente, todas esas acciones y muchas más demandas de los empresarios se han ido convirtiendo en responsabilidad exclusiva de los gobiernos locales, que ahora encuentran su razón de ser en ponerse al servicio exclusivo del capital. Esta actitud de servicio y servidumbre ha sido aprovechada por empresas trasnacionales, particularmente las maquiladoras de exportación, que han encontrado condiciones óptimas de localización en las ciudades de la frontera norte del país, convertidas en polos de atracción para el capital extranjero, lo que ha dado lugar a una urbanización caracterizada por el rápido y desordenado crecimiento, con limitadas inversiones en MCC y apresurada construcción de las condiciones generales de la producción.

Con todo ello se establecen nuevas tendencias en el proceso de ocupación y organización del territorio nacional, que deja de ser guiado por el gobierno —si es que alguna vez lo fue, aunque ahora la renuncia es explícita—, para obedecer estricta y fundamentalmente a las necesidades de integración con Estados Unidos y a la apresurada y eficiente valorización del capital privado trasnacional.

De esta manera, si en México tradicionalmente la estructuración del territorio tuvo como su principal polo ordenador del territorio a la ZMCM, en estos momentos un nuevo polo, el mercado estadunidense, empieza a ser determinante en el reordenamiento territorial del país y en la expansión de la urbanización. Así, las nuevas ciudades de atracción de la inversión extranjera, sobre todo las localizadas en la frontera con Estados Unidos y en la costa Pacífico y el Caribe, lo son en tanto han empezado a concentrar y centralizar la producción y el capital, lo que alienta el movimiento de la fuerza de trabajo, apresurando el desordenado crecimiento urbano.

Es por ello que la población de toda la república se traslada hasta Tijuana en Baja California, o a Ciudad Juárez en Chihuahua, en flujos continuos que demandan vivienda y servicios que el gobierno no está dispuesto a otorgar, sino más bien, a privatizarlos, es decir, entregarlos al capital privado y someterlos a la lógica de la ganancia y permitir a los monopolios privados lucrar con las necesidades colectivas y universales.

Esas ciudades de concentración capitalista reciente ofrecen al capital privado beneficios superiores a las ciudades de concentración tradicional, en tanto que su "necesidad de desarrollo" las hace tratar de ofrecer un mayor número de ventajas a la inversión privada. Esto, a su vez, impulsa una patética "modernización" de las ciudades tradicionales, aunque ambas —las recientes y las tradicionales— terminan por suprimir cualquier ventaja laboral y ofrecen infraestructura y servicios urbanos casi sin costo para el capital, ya que ninguna de ellas quiere perder la oportunidad de recibir las inversiones que "modernicen" su estructura productiva.

Por estas razones, las empresas maquiladoras de exportación encuentran en las ciudades colindantes con Estados Unidos nuevos espacios de localización, que, además de facilitarles el acceso al mercado estadunidense, disponen de todos los servicios urbanos y de aquéllos necesarios para la producción, así como abundante mano de obra mal pagada y con limitadas o reprimidas aspiraciones sociales que permiten disminuir la dotación de MCC.

Pero no sólo las maquiladoras de exportación se han establecido en la frontera norte del país. Recientemente, a partir de la entrada en vigor el primero de enero de 1994 del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), diversas ciudades fuera del área de influencia inmediata de la ciudad de México se han convertido en asiento de nuevas y modernas plantas industriales de capital transnacional. Así, Hermosillo, capital del norteño estado de Sonora, que había sido un centro tradicional de comercialización y abastecimiento de una rica zona agrícola, se ha transformado en una importante metrópoli industrial a partir de la localización inicial de una ensambladora de automóviles Ford, y actualmente tiene una producción industrial superior a la de Tijuana y muy cercana a la de Ciudad Juárez. Por su parte, San Luis Potosí, que supera la producción manufacturera sumada de Tijuana y Ciudad Juárez, se encuentra en el eje carretero de influencia del TLCAN. Otra ciudad, Aguascalientes, alcanza ya un valor de su producción manufacturera similar al de Tijuana y ha logrado atraer a empresas como Nissan (automóviles), Xerox y Texas Instruments (Garza, 2003: 94).

Todas esas ciudades y otras más donde se han implantado muchas empresas de capital transnacional, buena parte de ellas con tecnología y organización del trabajo similares a las de sus empresas matrices, se localizan en los estados del norte del país, cuya relación económica y cultural se ha vuelto más intensa con la economía estadunidense que con la mexicana, particularmente a partir y como efecto de la entrada en vigor del TLCAN.

En otros casos, ciudades consideradas con potencial turístico se han convertido en enclaves del capital extranjero en el territorio nacional, ante la mirada no sólo complaciente sino cómplice de las autoridades locales y nacionales. De esta manera, desarrollos como Cancún, en Quintana Roo, o Los Cabos, en Baja California Sur; se han conformando como zonas turísticas desarrolladas fundamentalmente con inversión gubernamental en infraestructura que ha sido aprovechada plenamente por el capital transnacional, y destinadas al turismo extranjero con el argumento de que deja divisas.

Aún más, el neoliberalismo ha logrado profundizar las diferencias urbano-regionales en el país apresurando la dependencia del capitalismo mexicano9 y acentuando las diferencias entre un capitalismo cada vez más integrado a la economía estadunidense y otro empobrecido, super explotado y desintegrado, que sobrevive como la otra cara, indispensable además, de la formación social capitalista mexicana caracterizada por su condición dependiente. Así por ejemplo, de las 100 empresas con mayores ventas al extranjero, 61 realizan sus operaciones desde la ZMCM y 23 desde Monterrey. Y las tres entidades donde se asientan esas empresas (Distrito Federal, estado de México y Nuevo León), aportan 40 por ciento del PIB nacional. Las restantes 16 empresas exportadoras se ubican en ciudades de ocho estados: Chihuahua, Coahuila, Jalisco, Guanajuato, Michoacán, Baja California, Puebla y Querétaro.

Finalmente, este hecho parece demostrar que en la modalidad neoliberal del capitalismo mexicano el proyecto empeñado en hacer crecer la economía sobre la base de las exportaciones ha generado una creciente desproporcionalidad en la economía y el territorio nacionales, entre ciudades y regiones que concentran las actividades de exportación y otras tributarias de aquéllas.

 

Consideraciones finales

Las tendencias modernizadoras y los cambios económicos surgidos de la imposición de la modalidad neoliberal del capitalismo en México han desencadenado diversas y profundas modificaciones en los patrones de la organización territorial y en la urbanización.

La propuesta de modernización neoliberal en términos urbanos se ha traducido en un proceso selectivo en tanto el nuevo paradigma tecnológico, en vez de eliminar la dimensión territorial, la hace estratégica. Y si, en efecto, reconocemos que actualmente para el capital resulta estratégica la elección de un territorio adecuado para la localización de la totalidad o de un fragmento de un proceso productivo, es posible comprender la importancia que adquiere ahora la dimensión urbana, que se puede considerar como la nueva base territorial de la acumulación del capital.

Por ello, las políticas de descentralización se mantienen como el eje central de la política territorial desde el gobierno de Miguel de la Madrid,10 pues se trata de transferir a los gobiernos locales la obligación de estructurar su territorio —urbano y regional— de acuerdo con las necesidades del capital. Con esto se pretende que las ciudades sean una especie de entidades semiautónomas, capaces de generar sus propios recursos y hacer la gestión de las necesidades del capital. Por esa razón, las ciudades hoy compiten entre sí para atraer las inversiones privadas y esa competencia se hace cada vez más agresiva en la medida que aumenta su necesidad de capital.

En estos términos, en México los recursos que el gobierno federal entrega a los estados y los municipios se recomienda utilizarlos para acentuar las diferencias entre ellos y atraer recursos del capital privado nacional o extranjero (para el caso resultan lo mismo y por eso desde el poder se habla de manera reiterada sólo de capital sin adjetivos). En este nuevo sistema de relaciones, las desigualdades intra e interurbanas, más que como un factor negativo, se perciben como ventajas para la acumulación, pues se las debe convertir en ventajas competitivas de una región sobre otra.

Por su parte, los aparatos de Estado se dedican a impulsar la aparición de condiciones diferenciales y competitivas entre las diversas ciudades y regiones que conforman, aún, el Estado nacional.

Así las cosas, la estrategia neoliberal no debe identificarse con la falta de propósitos gubernamentales en materia urbano-regional, sino que más bien está determinada por la búsqueda de líneas de acción diferentes, ligadas a otros factores y a otras estrategias acordes con el propósito central de lograr una "inserción eficiente" de las ciudades mexicanas "mejor dotadas" en el circuito de acumulación internacional.

A lo anterior debe agregarse la apropiación de nuevos territorios por parte del capital privado, que le permitan apresurar y ampliar su ciclo de reproducción, tal como es el caso de los centros turísticos de exportación, o el intento de apropiación de la región Sur-Sureste de la república mediante la puesta en marcha del Plan Puebla-Panamá.

En este mismo sentido podemos decir también que con el neoliberalismo se abandona cualquier propósito de impulsar el desarrollo de las regiones menos desarrolladas, en tanto se enfatiza la idea de considerar al gasto público, incluyendo el gasto social, como un elemento regido por la racionalidad y la optimización, es decir, por la eficiencia productiva, lo cual exige una super concentración de los rubros del gasto en determinadas ciudades —aquéllas que más contribuyen al desarrollo del capitalismo—, lo que provoca el abandono de la inversión pública productiva y social en aquellas ciudades poco funcionales a la reproducción del capital por carecer de las condiciones exigidas por la racionalidad modernizadora. Con este criterio, los gobiernos neoliberales han renunciado a diseñar y conducir una política urbana y regional que tenga como propósito eliminar desigualdades y procurar el bienestar social.

Finalmente, podemos decir que la modalidad del proceso de ocupación del territorio mexicano observable en este momento se sustenta en los siguientes puntos:

1. El desplazamiento de los aparatos gubernamentales por la creciente preeminencia de los intereses del capital privado en el proceso de regulación del uso de suelo y la explotación de los recursos naturales.

2. Intervención determinante del sector privado en la dotación de MCC en las ciudades, lo que significa, además de una creciente marginación de los grupos de más bajos ingresos, la conformación de nuevos espacios urbanos segregados, haciendo de la ciudad un espacio sólo habitable para los grupos sociales de mayores ingresos.

3. La creciente integración de amplias franjas del territorio nacional y de muchas ciudades a la dinámica de la acumulación de capital estadunidense, incluso para provocar procesos recesivos, como ocurrió recientemente, está significando una nueva expansión de la "frontera económica" de ese país.

4. Junto con ello se fortalece la tendencia a facilitar al capital extranjero la ocupación de aquellas partes del territorio nacional que muestran algún potencial turístico.

5. Finalmente, el notorio esfuerzo de los gobiernos neoliberales para implantar un nuevo patrón de acumulación tendente a lograr la incorporación subordinada de la economía mexicana a la estadunidense ha significado un fuerte impacto territorial que acentúa las diferencias urbano-regionales conformadas a lo largo del desarrollo capitalista del país, tendencia que la inversión pública contribuyó a profundizar, dado que su orientación y localización han dependido más del interés y propósito de la inserción a la economía estadunidense que a cualquier propósito determinado por un proyecto nacional de desarrollo.

 

Bibliografía

Aguilar, Luis, 2003, Gestión estratégica. Conceptos básicos, Gerencia Pública, México.         [ Links ]

Asuad Sanén, Normad, 2001, Economía regional y urbana, Fomento Editorial de la BUAP, Colección Pensamiento Económico, Puebla.         [ Links ]

Banco Mundial, 2003, Informe sobre el desarrollo mundial, 2003, Washington.         [ Links ]

Friedman, John, 1976, Urbanización, planificación y desarrollo nacional, Editorial Diana, México.         [ Links ]

Friedman, John, 1999, "El reto de la planeación en un mundo sin fronteras", en Ciudades, núm. 42, Red Nacional de Investigación Urbana, Puebla.         [ Links ]

Gamboa Ramírez, Ricardo, 1993, "Servicios públicos urbanos y privatización: una visión histórica comparada", en Carlos Bustamante Lemus (coord.), Las grandes ciudades de México en el marco actual del ajuste estructural, Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México, México.         [ Links ]

Garza, Gustavo, 2003, La urbanización de México en el siglo XX, El Colegio de México, México.         [ Links ]

Gómez Alcalá, Alberto, 1998, "El esfuerzo por el desarrollo regional", en revista Examen de la Situación Económica de México, vol. LXXIV, núm. 870, Grupo Financiero Banamex-Accival, México.         [ Links ]

Gramsci, Antonio, 1975, Notas sobre Maquiavelo, sobre política y sobre el Estado moderno, Juan Pablos Editor, México.         [ Links ]

Gutiérrez Chaparro, Juan José, 1999, "Planeación estratégica en ciudades", en revista Ciudades, núm. 42, abril-junio, Red Nacional de Investigación Urbana, Puebla, México.         [ Links ]

Hiernaux Nicolás, Daniel, 1993, "En la búsqueda de un nuevo paradigma regional", en Blanca Ramírez (comp.), Nuevas tendencias en el análisis regional, UAM-X, México.         [ Links ]

Ianni, Octavio, 2001, La era del globalismo, Siglo XXI Editores, México.         [ Links ]

Jaramillo, Samuel, 1983, "Crisis de los medios de consumo colectivo urbano y capitalismo periférico", en Tabique, núm. 4, Cuadernos de Material Didáctico, Facultad de Arquitectura, UNAM, México.         [ Links ]

Kering, Claus, 1994, "Economía, población y desarrollo", en Planeta y Población, edición especial de aniversario de La Jornada, 19 de octubre.

Lojkine, Jean, 1979, El marxismo, el Estado y la cuestión urbana, Siglo XXI Editores, México.         [ Links ]

Marini, Ruy Mauro, 1977, Dialéctica de la dependencia, ERA, Serie Popular, núm. 22, México.         [ Links ]

Marx, Carlos, 1968, El Capital, tres tomos, FCE, México.         [ Links ]

Marx, Carlos, 1971, Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (borrador) 1857-1858, dos tomos, Siglo XXI editores, México.         [ Links ]

Pipitone, Ugo, 2003, Ciudades, naciones, regiones. Los espacios institucionales de la modernidad, FCE, México.         [ Links ]

Porter, Michael, 1990, "¿Dónde radica la ventaja competitiva de las naciones?", en Harvard Deusto Business Review, cuarto trimestre.         [ Links ]

Porter, Michael, 2000, Ventaja competitiva. Creación y sostenimiento de un desempeño superior, Compañía Editorial Continental, México.         [ Links ]

Pradilla Cobos, Emilio, 1993, Territorios en crisis. México 1970-1992, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, Red Nacional de Investigación Urbana, México.         [ Links ]

Pradilla Cobos, Emilio, 1997, "La megalópolis neoliberal: gigantismo, fragmentación y exclusión", en Economía Informa, núm. 258, junio, Facultad de Economía de la UNAM, México.         [ Links ]

Smith, Adam, 1961, Indagación acerca de la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, la primera edición en inglés está fechada en 1776, Editorial Aguilar, Madrid.         [ Links ]

 

Notas

1 Siendo el modelo la forma en que la estructura económica realiza históricamente su proceso de desarrollo, la modalidad supone una diferenciación histórica dentro del propio modelo que se define por las propiedades que adquiere su desarrollo en un momento determinado sin que se modifiquen las características esenciales del modelo.

2 Por hegemonía se entiende la dirección cultural, política e ideológica de una clase sobre el conjunto de la sociedad, aunque enfatiza Gramsci: Si la hegemonía es ético-política no puede dejar de ser también económica, no puede menos que estar basada en la función decisiva que el grupo dirigente ejerce en el núcleo rector de la actividad económica (Gramsci, 1975: 55).

3 De acuerdo con Carlos Marx: La utilidad de un objeto -capacidad para satisfacer necesidades, no importa que broten del estómago o de la fantasía-, lo convierte en valor de uso (Marx, 1968: t. 1: 3).

4 El trabajo devora sus elementos materiales, su objeto y sus instrumentos, se alimenta de ellos; es, portanto, su proceso de consumo. Este consumo productivo se distingue del consumo individual en que éste devora los productos como medios de vida del ser viviente, mientras que aquél los absorbe como medios de vida del trabajo, de la fuerza de trabajo del individuo, puesta en acción. El producto del consumo individual es, por tanto, el consumidor mismo; el fruto del consumo productivo es un producto distinto del consumidor (Marx, 1968: t. 1, 135-136.).

5 La idea de este tipo de Estado la toman los neoliberales de Adam Smith, quien de acuerdo con el sistema de libertad natural estableció desde el siglo XVIII que: "El soberano sólo tiene que atender a tres obligaciones, que son, sin duda, de grandísima importancia, pero que se hallan al alcance y a la comprensión de una inteligencia corriente: primera, la obligación de proteger a la sociedad de la violencia y de la invasión de otras sociedades independientes; segunda, la obligación de proteger hasta donde eso es posible, a cada uno de los miembros de la sociedad de la injusticia y de la opresión que puedan recibir de otros miembros de la misma, es decir, la obligación de establecer una exacta administración de la justicia; y tercera, la obligación de realizar y conservar determinadas obras públicas y determinadas instituciones públicas, cuya realización y mantenimiento no pueden ser nunca de interés para un individuo particular o para un pequeño número de individuos, porque el beneficio de las mismas no podría nunca rembolsar de su gasto a ningún individuo particular o a ningún pequeño grupo de individuos, aunque con frecuencia reembolsan con gran exceso a una gran sociedad (Smith, 1961: 601).

6 El concepto de zona metropolitana se refiere a aquellas concentraciones urbanas que, partiendo de una ciudad central, presentan una interacción socioeconómica permanente, constante e intensa con localidades de su periferia inmediata, aunque no se encuentren relacionadas en un mismo tejido urbano; la trama urbana continua se define como área metropolitana, a la cual se le suman algunas unidades administrativas contiguas para formar la zona metropolitana (Garza, 2003: 147).

7 La conurbación consiste en el proceso de crecimiento económico, poblacional y físico de la ciudad, mediante el cual se incorporan, o integran, áreas circundantes, que antes estaban separadas por usos de suelo no urbanos y que debido a los corredores de transporte propician el uso urbanizado de los mismos. La contigüidad física de esas áreas se da mediante la conexión que propician los corredores y vías de transporte con las áreas urnas más distantes (Asuad, 2001: 128, nota 190).

8 A mediados de la década de 1990 existían aproximadamente 40 mil corporaciones transnacionales en el planeta (90 por ciento de ellas tenían su sede en Estados Unidos, Japón o la Unión Europea), las cuales controlaban 140 mil subsidiarias en el extranjero y tenían ventas por más de 6 trillones de dólares. Se estima que un tercio del producto mundial lo absorben estas corporaciones (Garza, 2003: 89).

9 Se entiende por dependencia una relación de subordinación entre naciones formalmente independientes, en cuyo marco las relaciones de producción de las naciones subordinadas son modificadas o recreadas para asegurar la reproducción ampliada de la dependencia. El fruto de la dependencia no puede ser por ende sino más dependencia, y su liquidación supone necesariamente la superación de las relaciones de producción que ella involucra (Marini, 1977: 18).

10 El 7 de mayo de 1982, Miguel de la Madrid, en uno de sus discursos de campaña electoral, dijo, refiriéndose a la necesidad de la descentralización: Nuestra práctica política dio al federalismo, por necesidad, una dinámica centralizadora que permitió durante una larga fase histórica, multiplicar la riqueza, acelerar el crecimiento económico y el desarrollo social, y crear centros productivos modernos. Hoy sabemos bien que esa tendencia ha superado ya sus posibilidades, de tal manera que la centralización se ha convertido en una grave limitante para la realización de nuestro proyecto nacional [...] Si la necesidad nos condujo a centralizar decisiones y actividades como solución obligada, hoy se traduce en muchos ámbitos en mayores costos que beneficios [...] Tenemos que descentralizar la vida nacional: descentralizar en el campo de la política, de la administración pública, de la economía y de la cultura.

Creative Commons License Todo o conteúdo deste periódico, exceto onde está identificado, está licenciado sob uma Licença Creative Commons