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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.10 no.41 Toluca jul./sep. 2004

 

Temporalidades reproductivo-laborales de las mujeres mexicanas de tres cohortes*

 

Reproductive-work's temporalities of mexican women from tree cohorts

 

Nina Castro Méndez

 

Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales.

 

Resumen

Este documento retoma la interrelación existente entre empleo femenino y fecundidad desde la perspectiva diacrónica, a partir del análisis de los años que las cohortes de mujeres mexicanas dedicaron a la actividad económica en tres roles diferentes de su trayectoria reproductivo-familiar a lo largo del curso de vida: durante los años vividos sin hijos, durante los años vividos con hijos menores de seis años y durante los años vividos con hijos mayores de seis años. Una de las principales contribuciones del trabajo es el conocimiento explícito de los años-persona que las mujeres dedican a la actividad extradoméstica en cada uno de los roles; se observa la creciente participación económica femenina intercohorte, en específico durante los años-persona vividos como madres de hijos mayores de seis años.

Palabras clave: trabajo y familia, empleo femenino, curso de vida, temporalidades, trayectoria laboral, México.

 

Abstract

The interrelation between feminine employment and fertility from the diachronic perspective is approached in this paper starting from analyzing the labor years dedicated by Mexican women's cohorts in three different fertility functions among their life course: during the lived years without children, during the lived years with children of six years or less and during the lived years with children of more than six years old. One of the most important results of this investigation is the explicit knowledge of the years that women lived with work in each one of the reproductive roles; it is observed the increasing inter-cohort economic participation of women, specifically during the relation years per person lived as mothers of more than six years old children.

Key words: work and family, feminine employment, life course, temporalities, labor trajectory, Mexico.

 

Introducción

La participación económica femenina ha sido objeto de estudio de diversas investigaciones sociodemográficas, algunas de las cuales han coincidido en señalar como una de las principales características del empleo femenino su naturaleza intermitente y discontinua a lo largo de la vida (entre ellos: Wainerman y Recchini, 1981; Cruz, 1994; Cerruti, 2000; Coubés, 2001; Pacheco y Parker, 2001; Peinador, 2001; Ariza y Oliveira, 2002; Pacheco y Blanco, 2002a).

En la búsqueda por contribuir a la mejor comprensión de las discontinuidades en la vida laboral de las mujeres se han emprendido análisis que vinculan otras dimensiones del curso de vida, entre ellas el ámbito familiar.

Una forma de aproximarse a la asociación trabajo y familia ha sido mediante la observación del vínculo entre trabajo y fecundidad. Al respecto se han aportado numerosos hallazgos, casi siempre desde la perspectiva sincrónica y en menor medida desde la dimensión diacrónica, la cual se ha enfocado en las transiciones del curso de vida o las secuencias, pues sólo en contadas ocasiones se ha considerando el análisis completo de la trayectoria laboral (Blanco, 2002; Pacheco y Blanco, 2002a; Blanco y Pacheco, 2003).

Poco se conoce respecto a los tiempos vividos que conforman la vida de las mujeres, en específico los que se refieren a la interrelación entre las esferas laboral y reproductiva, vínculo que posee una importancia particular debido al papel que juega la tradicional división sexual del trabajo en la vida de las mujeres, la cual les asigna actividades como el cuidado y la crianza de los hijos, además de las labores domésticas, tareas que pueden fomentar o inhibir su incorporación al mercado laboral.1

Con la finalidad de enriquecer el conocimiento sobre la participación económica que desempeñan las mujeres, el trabajo que se desarrolló parte desde la perspectiva longitudinal y analiza el vínculo entre trabajo y familia mediante el cálculo de las duraciones laborales que observaron las mujeres pertenecientes a tres cohortes (1936-1938, 1951-1953 y 1966-1968), en tres etapas de la vida reproductiva: los años sin hijos, los años con hijos menores de seis años y los años con hijos mayores de seis años; de esta forma se obtienen las temporalidades reproductivo-laborales de las mujeres a partir de la información que proporciona la Encuesta Demográfica Retrospectiva (Eder).2

Este documento se ha organizado a partir de tres secciones que poseen subdivisiones al interior; en el primero de los apartados se presenta una breve recopilación de los antecedentes bibliográficos sobre el vínculo entre trabajo femenino y vida familiar en México; en el segundo apartado se presenta el análisis sincrónico de la dimensión laboral, y en el último se analizan las temporalidades reproductivo-laborales.

 

Empleo femenino y vida familiar en los estudios sociodemográficos

Si bien la participación económica de las mujeres siempre ha estado presente en el mercado de trabajo, la falta de información que la documentara y su reducida representación en comparación con la participación económica masculina la mantuvieron al margen de los estudios sociodemográficos por lo menos hasta la década de 1970, cuando la conjunción de diversos factores, entre ellos el notable esfuerzo por "hacerla visible", explicitó su considerable incremento e inició su largo caminar como objeto de estudio de diversas investigaciones (Rendón y Pedrero, 1975; García y Oliveira, 1994; Pacheco y Blanco, 2002b; Pacheco, 2003; Oliveira y Ariza, 1999).

La participación extradoméstica femenina ha sido explicada por medio de la influencia que ejercen las diversas transformaciones económicas, políticas, demográficas y sociales que ha experimentado la sociedad mexicana en la interrelación de las trayectorias que conforman el curso de vida de los individuos.

El desarrollo de este trabajo se centra en el vínculo que se establece entre la trayectoria laboral y la trayectoria familiar, por lo que resulta primordial retomar los principales hallazgos de las investigaciones previas, algunas de las cuales adoptan la perspectiva transversal y otras la longitudinal.

Uno de los hallazgos más importantes en ambos tipos de investigaciones se refiere a la necesidad de considerar los aspectos vinculados a las diversas etapas del curso de vida familiar de las mujeres en el estudio de la participación laboral femenina con la finalidad de explicar el comportamiento diferencial en la actividad económica. Dicha afirmación, retomada desde de la perspectiva del enfoque biográfico y del curso de vida, permite la aproximación longitudinal a las temporalidades reproductivo-laborales de las mujeres, objeto de estudio de la investigación.

A continuación se presenta la recopilación de algunos de los hallazgos sobre el vínculo entre trabajo y fecundidad encontrados mediante estudios transversales.

 

Empleo femenino y vida familiar en los estudios transversales

Tanto los estudios cuyo eje central es el trabajo, como aquéllos enfocados en la fecundidad, han encontrado que el número de los hijos y la edad de los mismos son factores que inhiben o fomentan la inserción femenina al mercado de trabajo.

Desde la perspectiva de los estudios sobre trabajo femenino, la relación entre trabajo y familia ha sido tratada de diversas maneras (García y Oliveira, 1994; Oliveira y Ariza, 1999). El trabajo de Oliveira y Ariza (1999) identifica las perspectivas abordadas y las agrupa en cuatro: el análisis de los condicionantes familiares, el análisis de las estrategias, la familia como instancia mediadora del vínculo y la perspectiva de género.

Si bien las cuatro dimensiones han incorporado importantes elementos explicativos al vínculo entre familia y trabajo, el análisis de los condicionantes familiares es considerado como una perspectiva muy importante para la investigación que se desarrolló, debido a los aspectos que involucra.

De acuerdo con Rojas (1994: 26) los condicionantes del trabajo remunerado femenino tienen que ver con el ámbito familiar y el ámbito del mercado de trabajo, los cuales se encuentran mediados por el género y la consecuente división sexual del trabajo.3

La división sexual del trabajo ha asignado a los hombres el rol de proveedor, mientras que a las mujeres les ha atribuido los trabajos reproductivos entre los que se encuentran la procreación, el cuidado y la socialización de los hijos, así como las tareas domésticas (García y Oliveira, 1998).

Las labores socialmente asignadas a las mujeres pueden influir en su incorporación al mercado laboral inhibiéndola o fomentándola, de tal forma que, como lo constata la bibliografía reciente existente en México, se considera que las mujeres no unidas y las unidas con hijos mayores enfrentan menos obstáculos para incorporarse al mercado de trabajo.4

De acuerdo con García y Oliveira (1994: 256), la referencia a los rasgos familiares como condicionantes de la participación femenina está presente por un lado a nivel interpretativo: la participación en el mercado de trabajo se vinculaba a las tareas socialmente consideradas como femeninas debido a que las calificaciones obtenidas en el ámbito doméstico les facilitaban su incorporación; y por otro lado, a nivel explicativo: por medio de la incorporación de variables como la edad, el estado civil y el número de hijos como indicadores de la importancia de la familia de procreación.

A nivel explicativo, en cuanto al número de hijos, Elú de Leñero (1986, citada en García y Oliveira, 1994) encuentra la misma relación que la citada en los trabajos sobre fecundidad: la asociación entre actividad laboral y fecundidad es negativa, las mujeres que trabajan tienen menos hijos que las que no lo hacen, sin embargo, entre las mujeres casadas la relación se invierte (las que trabajan tienen más hijos que las que no lo hacen). La afirmación de la autora rescata de alguna forma el comportamiento diferencial en una de las etapas de la vida de las mujeres.5

Es importante señalar que existen algunos estudios que hacen referencia específica al ciclo vital familiar6 y al ciclo de vida, tal es el caso de los trabajos de Wainerman y Recchini (1981), Jelín y Feijoo (1989), García y Oliveira (1998) y Welti y Rodríguez (1999).

Wainerman y Recchini (1981) señalan que son diversos los trabajos empíricos que han considerado las implicaciones que poseen las diferentes etapas del ciclo familiar en el comportamiento laboral femenino, ya sea a partir de ciertos eventos claves en el desarrollo de la unidad familiar, ya a partir de los cambios en la edad de los hijos. En cuanto a las edades de los hijos, señalan que los picos de máxima presión económica se vinculan al establecimiento del hogar y al mantenimiento de la familia cuando los hijos llegan a la adolescencia. A partir de esta perspectiva, el incremento en la inserción laboral femenina se explica debido a la reducción de la mortalidad y del tamaño medio de la familia, fenómenos que comportan el acortamiento del periodo de procreación y, por lo tanto, la edad en la que finaliza la misma, así como el cuidado de los hijos.

Jelín y Feijoo (1989) también plantean que las transformaciones en el ciclo doméstico de la familia se vinculan con las transiciones en el ciclo de vida de las mujeres. Para las autoras, las vidas de las mujeres se encuentran en mayor medida subordinadas a los roles familiares y de ama de casa, debido por un lado a la unión entre la unidad doméstica y las tareas de reproducción, y por el otro, debido a la división sexual del trabajo, la cual ha promovido la identidad femenina orientada culturalmente hacia la incorporación de roles sociales de esposa, madre y ama de casa, donde el trabajo extradoméstico está subordinado a indicadores de la carga doméstica como el estado civil y el número y la edad de los hijos, cuyas variaciones explican su disponibilidad para la participación extradoméstica, la cual ha adquirido en muchos casos un carácter "secundario", para complementar los ingresos de los hombres y de otras mujeres, o constituye una "reserva" ante condiciones de necesidad, o bien, es una pauta de la vida "normal" en el caso de los hogares con jefatura femenina. Estas autoras (1989) señalan que las actividades desarrolladas en la vida están condicionadas por el momento histórico en que se desarrollan y pueden tener importantes consecuencias posteriores en la vida de los individuos.7

García y Oliveira (1998) plantean la necesidad de ubicar en el ciclo de vida de las mujeres los momentos de trabajo, fecundidad y las relaciones entre ellos. Ésta es una de las proposiciones que fundamentaron el trabajo elaborado, en el que a partir de los roles reproductivos se podrán situar las diferentes etapas en el curso de vida de las mujeres, y en cada uno de ellos se ubicarán los momentos con trabajo y sin trabajo mediante el análisis de las temporalidades laborales. Señalan que el conflicto entre los roles que desempeñan las mujeres, como madres y trabajadoras, puede conducir a la elección de un tipo de empleo que se adecue a las necesidades de la familia, de tal forma que el empleo es concebido como una estrategia de adaptación a la maternidad.8

En un trabajo reciente, Welti y Rodríguez (1999: 319) señalan que en el análisis de la relación entre trabajo extradoméstico y fecundidad es prioritario integrar "la multiplicidad de roles y funciones que la mujer desempeña cotidianamente y que confieren un carácter particular a su actividad económicamente productiva".

De acuerdo con estos autores, existen múltiples factores que afectan la oferta de mano de obra femenina, la cual no sólo esta determinada por su volumen y capacitación, sino también por la duración y las etapas del ciclo de vida, las cuales a su vez se ven influidas por la asignación de roles al interior de la unidad doméstica. Además, señalan que la correlación entre tasas de participación económica femenina, la edad, el estado conyugal y la fecundidad, es de muy distinta magnitud en diferentes contextos y requiere de una explicación más detallada que incorpore las variaciones acaecidas en la estructura familiar. También mencionan que los roles desempeñados por las mujeres se ven transformados por procesos sociales como la caída de la fecundidad y la ampliación relativa de la autonomía femenina (debida al aumento de la escolaridad, situación que puede modificar su estatus).

En síntesis, los planteamientos de Wainerman y Recchini (1981), Jelín y Feijoo (1989) y García y Oliveira (1998), desde la perspectiva de los estudios sobre el trabajo, y los esbozos de Welti y Rodríguez (1999), desde la perspectiva de los estudios sobre fecundidad, manifiestan la necesidad de considerar los aspectos vinculados a las diversas etapas del curso de vida familiar de las mujeres, con la finalidad de explicar el comportamiento diferencial en la actividad económica.

En virtud de las afirmaciones de dichos autores se llevó a cabo el cálculo de los años dedicados a la actividad extradoméstica en tres etapas de la vida de las mujeres: durante los años sin hijos, durante los años con hijos menores de seis años y durante los años con hijos mayores de seis años.

A continuación se presenta la revisión bibliográfica del vínculo entre trabajo femenino y fecundidad desde el enfoque de los estudios longitudinales.

 

Empleo femenino y vida familiar en los estudios longitudinales

Una de las herramientas metodológicas empleada para abordar la díada trabajo-familia es la trayectoria, a partir de ella se evidencia la interrelación de las diversas dimensiones que conforman la vida de los individuos (Blanco, 2002).

El estudio de las trayectorias laborales en México se remonta a la década de 1970 (Balán et al., 1973; Muñoz et al., 1977 citados en Ariza y Oliveira, 2002). En un primer momento, estos estudios se centraron en la movilidad social y ocupacional, posteriormente, durante la década de l980, se publicaron estudios con temáticas como los cambios sectoriales, laborales y geográficos (Escobar, 1986), y a principios del decenio de 1990 los temas se diversifican: Pries (1997) asocia los cambios sectoriales a las etapas del ciclo de vida en la ciudad de Puebla, Tuirán (1996) estudia la transición de la adolescencia a la adultez en las mujeres, Solís (1996) se enfoca en el retiro definitivo de la actividad económica como una transición hacia la vejez y Muñiz (1996) analiza las trayectorias educativas universitarias en un contexto de crisis económica (todos ellos citados en Blanco, 2002).

Desde una perspectiva longitudinal y haciendo objeto de estudio a la trayectoria, diversos trabajos han abordado el estudio de la interrelación entre la trayectoria laboral y la reproductiva, a continuación se presenta un esbozo de algunos de ellos.

Uno de los primeros trabajos elaborados en México que considera explícitamente la interrelación de las trayectorias laboral-reproductiva es el de Suárez (1992).9 A partir de la información transversal que proporciona la Encuesta Nacional de Fecundidad y Salud (Enfes) de México y la Encuesta de Fecundidad de España, la autora construye ocho itinerarios con base en la condición laboral de las mujeres en tres etapas del ciclo vital familiar (antes del matrimonio, entre el matrimonio y el nacimiento del primer hijo y en la fecha de la entrevista). A pesar de la naturaleza sincrónica de la fuente de información y la similitud mostrada en el comportamiento de las diferentes generaciones estudiadas, la autora logra captar el seguimiento laboral que las mujeres presentan a lo largo de su vida. A través de los itinerarios que la autora reconstruye se observa la interrelación entre vida productiva y reproductiva, la cual se caracteriza predominantemente por la inactividad de las mujeres a lo largo del itinerario.

Si bien el ejercicio de Suárez (1992) es uno de los pioneros en México en la construcción de itinerarios a partir de información transversal, la falta de información detallada en cada etapa del ciclo familiar analizada limita los alcances de la investigación, ya que la construcción de los itinerarios se realiza a partir de preguntas sobre la condición de actividad en ciertos momentos de la vida, situación que imposibilita la construcción de las trayectorias completas, y en especial impide el análisis de las duraciones al interior del itinerario, tarea realizada en el trabajo desarrollado. Sin embargo, es importante mencionar que gracias a las contribuciones de trabajos como el de Suárez, a partir de información transversal en diferentes momentos de la vida, se esclarece el panorama rumbo al análisis longitudinal de las trayectorias reproductivo-laborales.

Los estudios longitudinales en México cambian de perspectiva a partir de la información que proporcionaron las encuestas biográficas retrospectivas a finales de los noventa (Coubés, 2001 y Solís, 2002).10 En particular, a principios de 2000 se publicaron los resultados de la primera encuesta biográfica nacional en México, la Encuesta Demográfica Retrospectiva (Eder). Debido a su carácter longitudinal, esta encuesta permite trabajar con la historia laboral, migratoria, familiar, de fecundidad y unión de hombres y mujeres pertenecientes a tres cohortes de nacimiento de la población mexicana: 1936-1938, 1951-1953, 1966-1968.

A partir de la información que proporciona la Eder se han desarrollado trabajos relacionados con temas muy diversos, los cuales poseen la riqueza de la observación diacrónica de las vidas de los individuos (Coubés, 2000; Peinador, 2001; Coubés, 2002; Ariza y Oliveira, 2002; Pacheco y Blanco, 2002a; Pacheco, 2002). A continuación se presentan los hallazgos más sobresalientes de algunos estudios que relacionan la dimensión familiar y la laboral.

Un trabajo realizado a partir de la información longitudinal que observa la interacción entre las transiciones de la trayectoria familiar y las de la trayectoria laboral es el de Peinador (2001). La autora analiza dos momentos de transición en la trayectoria familiar (la unión y el nacimiento del primer hijo) y analiza su relación con la primera salida del mercado de trabajo.

Peinador (2001) encuentra que las mujeres sin escolaridad y las que poseen preparatoria y más tienden a mostrar menores niveles de sincronía de la salida del empleo con el nacimiento del primer hijo; el contexto residencial rural se asocia con menores niveles de sincronía, al menos en una cohorte para el caso de la unión y en todas las cohortes para el caso del nacimiento del primer hijo; la inserción temprana a la actividad laboral se relaciona con la ocurrencia de sincronías para ambas transiciones familiares.

En un trabajo más reciente, Ariza y Oliveira (2002) observan la unión como evento de transición y analizan los factores asociados a la salida de las mujeres del mercado de trabajo. En este trabajo las autoras señalan que la duración de la actividad femenina presenta intervalos de magnitud variables, en comparación con la continuidad que caracteriza la participación económica masculina, debido a la alternancia de periodos de entradas y salidas. Para captar el impacto de la unión en la trayectoria laboral, definen un periodo de referencia que incluye un año antes de la unión, el año de la unión y dos años después de la misma, y miden el riesgo de salir de la fuerza de trabajo. Las autoras encuentran que, del total de mujeres que trabajaban dos años antes de la unión, más de 50 por ciento sale de la fuerza de trabajo en el año de la unión y en el siguiente. Este hallazgo destaca la influencia que posee la transición familiar en el comportamiento laboral.

Coubés (2000) desarrolla la medición de las temporalidades del empleo para tres generaciones de hombres y mujeres en México mediante el estudio de su trayectoria laboral. La autora analiza los tiempos del empleo —edad de entrada al mercado laboral, los tiempos de inactividad dentro de la trayectoria y el tiempo de actividad de la trayectoria— en relación con diferentes variables, entre las que se encuentran: sexo, generación y nivel de urbanización.

Esta autora puntualiza que la temporalidad en el empleo se caracteriza por la permanencia de los hombres y la discontinuidad de las mujeres, situación que origina la selección de la muestra femenina; el tiempo medio sin empleo de los hombres de las tres generaciones consideradas en el estudio no llega a ser de un año, mientras que para las mujeres varía de casi un año y medio para la generación más joven a poco más de cuatro años para la generación más antigua. Dichos resultados son consistentes con la diferencia entre los tiempos totales del empleo existente entre hombres y mujeres: los hombres de la generación 19361938 pasaron 20 años más que las mujeres en el empleo, mientras que para la cohorte 1951-1953 la diferencia disminuye a 12 años.11 La autora señala que los datos se deben a las diferencias entre sexos en lo tocante a las edades de la primera inserción al mercado laboral y los años de inactividad una vez iniciada la trayectoria laboral.

Coubés menciona:

Estas diferencias en las temporalidades apuntan a subrayar el impacto de la familia sobre las discriminaciones hacia las mujeres. Son dinámicas familiares que limitan el acceso de las mujeres a los estudios y limitan el desempeño de una carrera laboral continua, y estos hechos contribuyen a que las mujeres tengan menores oportunidades que los hombres en el mercado laboral (2000: 18).

Para finalizar, cabe señalar que la relativa ausencia de la dimensión diacrónica en el estudio de la vinculación entre trabajo y familia en México se debe, según Blanco (2002: 448), a la dificultad que implica el manejo teórico y empírico de la temporalidad.

Una de las formas de superar dicha problemática es adoptar el enfoque de curso de vida, o bien, el enfoque biográfico, los cuales introducen adicionalmente la importancia de vislumbrar el momento histórico con la finalidad de explicar las modificaciones en las trayectorias de vida de los individuos.

Debido a lo expuesto anteriormente resulta importante rescatar las metodologías desarrolladas para abordar una perspectiva diacrónica debido a que se calcularán los tiempos que cada cohorte vivió bajo ciertas condiciones, con actividad y sin actividad, al interior de la dimensión reproductiva por la cual atraviesa una mujer a lo largo de su vida; aunque es pertinente aclarar que el enfoque metodológico que se utilizará en este trabajo no es precisamente el de trayectorias.

 

Enfoque biográfico y enfoque de curso de vida

El enfoque biográfico y el curso de vida son dos tipos de análisis que resurgen en algunas disciplinas como la psicología, la sociología y la historia desde principios del siglo XX, en el marco de los acontecimientos históricos de la magnitud de la Segunda Guerra Mundial (se puede encontrar un recuento de los trabajos antecesores en Elder, 1974, y en Godard, 1996). El impacto de los cambios sociales en la vida de las personas contribuyó al desarrollo de nuevas metodologías de observación del comportamiento humano que trascienden el enfoque estructural (observa el impacto social en el individuo) y el enfoque dinámico (traza la historia de las vidas en el tiempo) por medio del análisis del vínculo entre las vidas individuales y el cambio social (Giele y Elder, 1998).

La citada perspectiva de estudio, centrada en el individuo y los acontecimientos que construyen su existencia, introduce en la demografía lo que se conoce en la escuela francesa como enfoque biográfico y en la escuela estadunidense como curso de vida.

El primero de ellos se dedica al estudio socioantropológico de las biografías y se caracteriza por su carácter cualitativo;12 el segundo se orienta hacia el análisis de las biografías desde la dimensión longitudinal y se caracteriza por ser más cuantitativo. Como señala Godard (1996), aunque existen diferencias entre los dos tipos de análisis en el nivel técnico, en el nivel interpretativo los mismos esquemas teóricos pueden aplicarse a cualquiera de los dos tipos de análisis.

De acuerdo con Godard (1996), el enfoque biográfico es una perspectiva que busca construir una teoría sobre la comprensión de lo que es la vida del sujeto a partir del estudio de la organización de las secuencias temporales de su historia, donde cada acontecimiento es descrito tratando de poner en evidencia situaciones que ocurrieron en un tiempo y cambiaron su condición posterior.

De acuerdo con Elder (1991), el enfoque de curso de vida, considera que la historia del individuo está conformada por múltiples trayectorias que poseen calendarios y secuencias de eventos particulares.

Tanto en el enfoque biográfico como en el curso de vida, el concepto de cohorte se presenta como un aspecto relevante para el análisis. El concepto cohorte define al conjunto de individuos que experimentan un suceso determinado en un mismo periodo (ver, entre otros: Ryder, 1965; Pressat, 1984). La cohorte no se construye a partir de la simple suma de experiencias individuales; de acuerdo con Ryder (1965), cada cohorte posee una composición y características distintivas que reflejan las circunstancias de su origen e historia únicos. Ryder (1965: 844) señala que "cada nueva cohorte hace contacto fresco con la herencia social contemporánea y lleva el sello del encuentro a través de la vida".13

Las cohortes pueden modificar su tamaño y composición debido a los procesos macrosociales (contextuales y macrohistóricos) que las afecten, en específico, la migración y la mortalidad, o bien, debido a modificaciones en el curso de vida de sus integrantes (internos o endógenos); en este caso, la composición por edad de los individuos que constituyen una cohorte es un factor de dinamismo interno (Ryder, 1965, y Ariza, 1997).

Debido a sus características, la unidad de análisis de las temporalidades reproductivo-laborales será la cohorte, por un lado, debido a que la comparación individual de las trayectorias presenta como principal problema las diferencias entre las edades en que los individuos se incorporan a los diversos eventos de las trayectorias que constituyen su vida, inconveniente que se sobrelleva mediante el cálculo de las temporalidades para el conjunto de la cohorte; por otro lado, porque la cohorte como tal es pertinente objeto de estudio, debido a que posee características propias que muestran las circunstancias de su origen e historia únicos, las cuales pueden ser modificadas por procesos endógenos y exógenos.

El entrelazamiento entre vida familiar y vida laboral, que evidencia un comportamiento diferencial en algunas de las etapas de la vida de las mujeres, será retomado desde una perspectiva diacrónica, haciendo referencia a la interacción entre la trayectoria reproductiva y la laboral, observadas a partir de un concepto poco estudiado en la sociodemografía: el tiempo vivido.

En este documento se presentarán las temporalidades reproductivo-laborales, concebidas como los años-persona vividos (APV) con actividad y sin actividad que las mujeres vivieron en los roles reproductivos sin hijos, con hijos menores de seis años y con hijos mayores de seis años, temporalidades que serán analizadas para el conjunto de sobrevivientes en cada una de las tres cohortes estudiadas.14

Antes de presentar las temporalidades reproductivo-laborales se consideró útil retomar algunos aspectos provenientes del análisis de la información, tomando como unidad de análisis el agregado de individuos, sin hacer referencia a la medición del tiempo vivido.

 

Análisis sincrónico de la dimensión laboral

En el trabajo de tesis que se desarrolló (Castro, 2003) se llevó a cabo un análisis previo a la presentación de las temporalidades reproductivo-laborales, el cual tenía como propósito mostrar algunos rasgos sociodemográficos de las historias de vida pertenecientes a 1 239 mujeres sobrevivientes en 1998 que recopiló la Eder, quienes pertenecen a tres cohortes de nacimiento: 384 a la cohorte 1936-1938, 443 a la cohorte 1951-1953 y 412 a la cohorte 1966-1968.15

Del análisis sociodemográfico se rescatan dos aspectos primordiales para el análisis de las temporalidades reproductivo-laborales, ambos se vinculan con la trayectoria laboral debido a que es el eje principal del documento.

El primero se refiere a la proporción de mujeres de acuerdo con su condición laboral como inactiva o activa al menos un año hasta los 30 años de edad.16 En la gráfica 1 se observa que la proporción de mujeres que no ha trabajado desde su nacimiento hasta los 30 años y que reside en localidades urbanas va disminuyendo conforme la cohorte es más reciente (41.6, 28.4 y 20.2 por ciento). El hecho de que en la cohorte joven sólo una de cada cinco mujeres residentes en localidades urbanas no se haya incorporado al mercado laboral refleja la creciente incursión de las mujeres al mercado laboral, al menos en un año de su vida hasta cumplir 30 años y la mínima proporción de mujeres que no experimenta participación extradoméstica.

En cuanto a la residencia en zonas rurales se observa que la proporción de mujeres que hasta los 30 años no se ha incorporado al mercado laboral es mayor con respecto a las residentes urbanas; entre la cohorte madura y la intermedia la proporción muestra un ligero incremento, pasa de 67 a 68.2 por ciento, posteriormente, para la cohorte joven se disminuye hasta 47.3 por ciento. El hecho de que sólo una de cada dos mujeres residentes en localidades rurales haya trabajado al menos un año hasta los 30 años, podría ser evidencia de la "invisibilidad" que caracteriza la participación económica de las mujeres, ya que como diversas investigaciones lo señalan, las tareas extradomésticas que desempeñan las mujeres en diversos casos son percibidas por ellas mismas como parte de sus obligaciones domésticas, por ejemplo, diversas actividades de la producción agropecuaria se llevan a cabo dentro del ámbito doméstico.17

El segundo aspecto del análisis sociodemográfico que se retoma se refiere a las curvas que representan las tasas específicas de participación. De las posibles combinaciones entre las zonas de residencia (rural y urbana) y las cohortes (1936-1938, 1951-1953 y 1966-1968) se seleccionaron las dos muestras que presentaron el nivel más bajo (cohorte 1951-1953 rural) y el más alto (cohorte 1966-1968 urbana), y a partir de ellas se realizó un análisis de las proporciones de mujeres que nunca se incorporaron al mercado laboral, que no trabajaron y aquéllas que trabajaron en cada edad cronológica.

Las mujeres de la cohorte 1951-1953 que residían en localidades rurales en el momento de la encuesta presentaron tasas de participación que sólo alcanzaron 20 por ciento (gráfica 2). 62.4 por ciento de las mujeres nunca se incorporaron al mercado laboral. La brecha entre la proporción de mujeres que nunca se incorporaron y aquellas que trabajaron representa a las sobrevivientes que no trabajaron en la edad cronológica especificada, la que observa una disminución conforme la edad cronológica aumenta, cuando menos hasta los 21 años y posteriormente se incrementa.

El comportamiento observado en la gráfica anterior contrasta con la relativa estabilidad que presentan las proporciones correspondientes a las mujeres de la cohorte 1966-1968 que en 1998 residían en localidades urbanas. Las tasas de participación alcanzaron niveles de aproximadamente 50 por ciento. Tan solo 19.7 por ciento de las mujeres nunca se incorporaron al mercado laboral y las proporciones de mujeres que no trabajaron en la edad cronológica analizada observaron disminuciones debidas al incremento de las mujeres que se emplearon (gráfica 3).

El incremento observado tanto en la proporción de mujeres que se incorporaron al mercado laboral al menos un año hasta 30 años de edad, como en las tasas de participación, dan cuenta de la mayor participación económica de las mujeres, sin embargo, la importancia de las tasas de participación recae en la observación de las diferencias en la participación laboral existentes en cada edad, específicamente en algunos lapsos de edad, porque se vinculan con el comportamiento diferencial por rol, el cual será analizado en el siguiente apartado. Por lo pronto, se puede resaltar el hecho de que cuando menos hasta 20 años de edad,18 lapso vinculado con el rol sin hijos, las tasas de participación observan una tendencia al alza, mientras que en la edades posteriores, lapsos vinculados a los roles con hijos pequeños y con hijos grandes, las tasas de participación presentan variaciones que incluyen constantes incrementos y decrementos, los que a su vez se vinculan con las discontinuidades que caracterizan la participación económica femenina al considerar el vínculo entre dos dimensiones: familia y trabajo.

La tesis que se desarrolló buscaba ir más allá y observar lo que sucedía al considerar la vida de las mujeres desde una mirada integral, y resaltar los APV con actividad de las mujeres en términos del tiempo vivido, de ahí el interés en las temporalidades laborales que, como se alcanza a percibir en las tasas de participación, presentan diferencias de acuerdo con las etapas por las que atraviesa la vida de la mujer, asociadas en este trabajo a los roles reproductivos que ejerce a lo largo de su vida, los cuales se definen con base en la tradicional división sexual del trabajo, como se señaló en los antecedentes teóricos de este artículo.

 

Temporalidades reproductivo-laborales

Las temporalidades reproductivo-laborales se conciben como el cociente de los APV que las sobrevivientes de una cohorte dedican a la actividad o a la inactividad económica entre los APV que las sobrevivientes de una cohorte pasan en un estadio de la trayectoria reproductiva entre los que se encuentran los años sin hijos, los años con hijos menores de seis años y los años con hijos mayores de seis años.19

Las temporalidades reproductivo-laborales también pueden ser vistas como el tiempo promedio esperado con actividad y sin actividad económica, el cual se concibe como el número de años que en promedio dedican las sobrevivientes de una cohorte de mujeres a la actividad o a la inactividad económica en cada uno de los roles antes mencionados.20

Con respecto a la edad de origen es importante mencionar que si bien el análisis de las temporalidades se realiza por cada cohorte de mujeres, técnicamente se analizan los APV de cada mujer considerando como inicio de la observación doce años de edad. Esta decisión se basó en el hecho de que tipología utilizada para el cálculo de las temporalidades responde a una concepción reproductiva en la que se debe considerar que la edad en que las mujeres comienzan a estar expuestas al riesgo de concebir un hijo es a partir de doce años.21

La edad con la cual culmina la observación varía. Para llevar a cabo la comparación entre las dos primeras cohortes, el final de la observación se marca en 45 años de edad; para llevar a cabo la comparación entre las tres cohortes, la observación culmina en 30 años de edad.22

En este trabajo se presentan las temporalidades reproductivo-laborales para las tres cohortes en el caso del rol sin hijos y del rol con hijos menores de seis años; en cuanto al rol con hijos mayores de seis años se presenta únicamente la información proveniente de las cohortes 1936-1938 y 1951-1953, debido a que para la cohorte más joven no se poseen suficientes años vividos como madres de hijos mayores de seis años como para llevar a cabo el análisis, debido a que el periodo de exposición al riesgo es menor.23

 

Rol sin hijos

Dentro del rol 'sin hijos' se consideraron todos y cada uno de los APV sin hijos desde doce hasta un año antes del nacimiento del primer hijo. Estos años comienzan en lo que Laslett (1996, citado en Chakiel, 2000) denomina como el fin de la "primera edad", atraviesan los años de adolescencia, juventud e incluso adultez, todos los cuales culminan en diferentes momentos, dependiendo de los eventos que acontecen a cada mujer individualmente: los años considerados en este rol culminan en 30 años para aquellas mujeres que permanecieron célibes o aquéllas que se unieron pero nunca tuvieron hijos,24 y para las mujeres que tuvieron hijos, culminan un año antes del nacimiento del primero.25

Debido a que las responsabilidades como madres aún no se ejercen, la hipótesis de partida es que este rol se vincula con una elevada participación.

Como se señaló, las labores socialmente asignadas a las mujeres, como el cuidado y la crianza de los hijos, además de las labores domésticas, pueden fomentar o inhibir la participación económica de las mujeres, de tal forma que las mujeres no unidas, en otras palabras, aquéllas sin hijos, enfrentan menos obstáculos para incorporarse al mercado laboral (García y Oliveira, 1998). Veamos qué sucede al considerar en el estudio la información proveniente de las tres cohortes.

A pesar de que las mujeres podrían enfrentar menos obstáculos para incorporarse al mercado laboral en el rol sin hijos, el cálculo de las temporalidades reproductivo-laborales nos permite observar que la mayor proporción de tiempo que las mujeres vivieron sin hijos no participaron económicamente (gráfica 4); se alcanza a percibir un ligero incremento observado en las temporalidades con actividad entre las cohortes madura y joven (de 26.1 a 28.8 por ciento, que en los APV promedio se traduce en un crecimiento de aproximadamente 22 por ciento) como consecuencia de las transformaciones socioeconómicas e históricas que experimenta la cohorte más reciente. Los años vividos sin actividad en este rol se vinculan con las labores domésticas y el trabajo familiar no remunerado, y en menor medida con los años dedicados a la escuela, ya que en la cohorte madura los años de escolaridad son reducidos y sólo se percibe un incremento intercohorte para las generaciones más recientes, como consecuencia del desarrollo que experimentó el sistema educativo en México a lo largo del siglo XX.

Es importante señalar que los incrementos observados en las temporalidades laborales no necesariamente implican que todas las mujeres hayan incrementado su actividad, por lo que resulta interesante introducir la variable zona de residencia en el análisis (gráfica 5).

Las transformaciones en las temporalidades laborales se asocian a las aportaciones de los años vividos en localidades rurales, pero hay que recordar que en un periodo de exposición al riesgo menor los resultados pueden ocultar la preeminencia que se le brinda a otras trayectorias. En lo que respecta a este rol se analizaron, por un lado, los años dedicados a la escuela y la condición de hijas menores de las mujeres, situaciones que podrían haberse vinculado con la inactividad, por otro lado se analizaron los años en corresidencia con alguno de los padres, bajo el supuesto de que la red familiar podría haber fomentado la participación laboral. En ninguno de los casos se encontraron evidencias que sustentaran las hipótesis.26

Por zona de residencia resultan mayores las proporciones observadas durante los APV en las localidades urbanas, como se esperaba (gráfica 5); sin embargo, el ligero incremento observado en la gráfica 4 (incremento de 26.1 a 28.8 por ciento) está más vinculado con las localidades rurales, dado que en la comparación de las tres cohortes durante los años vividos en localidades rurales las temporalidades con actividad observaron un ligero incremento (3.2 puntos porcentuales entre la cohorte madura y la joven), mientras que durante los años vividos en localidades urbanas las temporalidades con actividad permanecieron constantes e incluso disminuyeron un poco (39.5, 38.4 y 36.3 por ciento para las tres cohortes, respectivamente).

 

Rol con hijos menores de seis años

Se consideran dentro del rol 'con hijos pequeños', todos los APV en que la mujer tenía al menos un hijo menor de seis años. Este periodo abarca los años reproductivos de las mujeres y los años con participación económica, los cuales comienzan en la juventud, o bien, en la adolescencia, para algunas de las mujeres en la cohorte madura, y culminan durante la etapa adulta, cuando todos los hijos tienen seis años o más. Durante la etapa con hijos pequeños será interesante tener presente el conflicto entre la trayectoria reproductiva y la laboral.

Como reflejo de la dificultad para compatibilizar las actividades extradomésticas y las actividades domésticas y del cuidado y crianza de los hijos, las temporalidades con actividad son menores a las observadas en la etapa sin hijos (gráfica 6). Las cohortes de mujeres pasaron en promedio 10 años como madres de hijos menores de seis años, de los cuales sólo una quinta parte fueron años con actividad. Esta situación muestra la mayor dificultad por parte de las cohortes de mujeres para insertarse y mantenerse en el mercado de trabajo durante esta etapa, debido a que están condicionadas a los roles que socialmente son asignados a las mujeres.

El análisis por lugar de residencia muestra que durante el tiempo en que las cohortes de mujeres residieron en localidades rurales, las temporalidades con actividad permanecen prácticamente constantes alrededor de 17 por ciento, después de observar un ligero descenso equivalente a dos puntos porcentuales entre la cohorte madura y la intermedia (gráfica 7).

Durante los años en que las cohortes de mujeres residieron en localidades urbanas, las temporalidades con actividad observaron un paulatino incremento entre la cohorte madura y la joven (los APV con actividad aumentaron aproximadamente 40 por ciento), de tal forma que en el rol con hijos pequeños fueron los años con actividad durante la residencia en localidades urbanas los que contribuyeron al incremento observado en la gráfica 7.

En las localidades urbanas, el aumento entre la cohorte intermedia y la joven no es tan grande como se había supuesto, resulta más importante la diferencia entre cohortes que se observó en el apartado anterior entre las mujeres que nunca trabajaron y aquéllas que se habían incorporado al mercado laboral al menos de uno hasta 30 años de edad, lo cual lleva a pensar que trabajaron más mujeres pero poco tiempo, en síntesis, la incorporación de las mujeres al mercado de trabajo no se ve reflejada en un considerable incremento en las temporalidades laborales, debido a que las inserciones son de corta duración, como reflejo de la intermitencia y la discontinuidad que caracteriza la participación económica femenina.

 

Rol con hijos mayores de seis años

Los APV en que todos los hijos de una mujer tenían seis años o más fueron considerados dentro del rol 'con hijos grandes'. Esta etapa se inicia en los años reproductivos y de participación económica, cuando todos los hijos de una mujer tenían la edad mínima requerida para entrar a la educación básica, y culminan durante la etapa adulta, 45 años, que es la edad en la que fueron encuestadas las mujeres de la cohorte intermedia. Es importante señalar que para este rol, a diferencia de los roles anteriores, se presentan únicamente los resultados para las dos primeras cohortes, debido a que los años con hijos grandes representan un proporción muy pequeña para la cohorte más joven, toda vez que la observación de dichas mujeres sólo llega hasta los 30 años y el periodo de exposición al riesgo es menor.

En este rol ya han transcurrido los primeros años de vida de los hijos, es decir, la primera etapa de cuidado y crianza, por lo que, con base en los resultados de algunas investigaciones (entre otras García y Oliveira, 1998; García y Pacheco, 2000), la hipótesis de partida es que las mujeres con hijos mayores pudieron enfrentar menos obstáculos para incorporarse al mercado de trabajo.

Se observa que entre 12 y 45 años de edad, las proporciones de tiempo con actividad con mujeres con hijos mayores son superiores a las presentadas en el rol 'con hijos pequeños', y en la comparación con el rol 'sin hijos', sólo en el caso de la cohorte intermedia la proporción de tiempo con actividad es mayor, mientras en la cohorte madura permanece constante. Este hecho confirma la considerable participación de las sobrevivientes de la cohorte 1951-1953 una vez que los hijos eran mayores a seis años de edad (gráfica 8).

La cohorte 1936-1938 pasó siete años con hijos grandes, tiempo del cual una quinta parte son años con actividad; las sobrevivientes de la cohorte1951-1953 pasaron nueve años en promedio como madres de hijos grandes, de los cuales un poco más de la tercera parte son años con actividad.

Las temporalidades laborales presentan incrementos sustanciales en la comparación entre las cohortes según el lugar de residencia (gráfica 9). Durante los años vividos en localidades con menos de 15 mil habitantes se observaron menores proporciones de tiempo con actividad, aunque éstas se incrementan entre las cohortes (19.2 por ciento para la cohorte 1931-1936 y 26.1 por ciento para la cohorte 1951-1953); en las localidades con 15 mil habitantes o más las proporciones se incrementan entre las cohortes hasta alcanzar niveles muy cercanos a 50 por ciento de los APV (31.8 en la cohorte madura y 45.1 por ciento en la cohorte intermedia).

Los años vividos con actividad casi se duplican entre las cohortes en ambas localidades: en las localidades rurales los años persona con actividad se incrementaron de uno a dos años entre las cohortes; en las localidades urbanas el incremento fue de dos a cuatro años.

Las temporalidades laborales observadas en la cohorte intermedia durante los APV en localidades urbanas confirman los hallazgos observados en la bibliografía sociodemográfica sobre el incremento de la participación económica cuando los hijos tienen más de seis años. Al respecto, cabe destacar que, mientras la misma cohorte (1951-1953 urbana) en el rol con hijos pequeños sólo trabajó una tercera parte del tiempo, durante los años con hijos grandes su participación llegó a representar casi la mitad del tiempo en el rol.

Se cree que los años sin actividad vividos en este rol fueron dedicados bien sea a las labores domésticas, o bien, a las labores extradomésticas que no fueron captadas por la encuesta, al no ser consideradas como participación laboral por las mujeres. Esta situación podría deberse al impacto social que tanto en lo rural como en lo urbano posee la división sexual del trabajo, desafortunadamente no existen variables en la Eder que puedan ayudar a sustentar esta hipótesis.

También habría que considerar que a pesar de que los hijos tienen más de seis años, la inactividad en este rol podría vincularse con la presión social que como madre de familia impacta a las mujeres, debido a lo cual las actividades como criadoras de hijos mayores de seis años siguen siendo socialmente valoradas.

 

Conclusiones

La exploración de las temporalidades reproductivo-laborales permitió observar a una escala mayor la manera en que se comportaron los tiempos laborales, es decir, las duraciones del empleo femenino.

A partir del análisis longitudinal, visto a través de los APV con actividad, no se observan los notables incrementos que se presentan en las tasas de participación económica femenina, obtenidas a partir de las fuentes de información transversal, los cuales han sido documentados por la bibliografía sociodemográfica sobre la participación económica femenina desde mediados de la década de 1960. Esta situación conduce a la reflexión en torno al tiempo, en términos de APV que las mujeres dedican a la actividad, duraciones que poseen una forma de medición diferente, por lo que los cambios que parecen no ser "notables" pueden ocultar las transformaciones que las tasas de participación económica femenina han resaltado, a partir de una perspectiva diferente.

Desde la perspectiva diacrónica, los años de juventud sin hijos se caracterizaron por la presencia de cortas duraciones con actividad en las tres cohortes estudiadas. El análisis de algunas variables muestra que los años sin hijos y sin actividad no fueron años dedicados a la escuela, aunque cabe señalar que conforme la cohorte es más reciente el tiempo dedicado a la educación observó un considerable incremento. Los años sin hijos y sin actividad fueron años de corresidencia con alguno de los padres y se piensa que fueron años dedicados a labores no extradomésticas, realizadas de manera "invisible" por las mujeres.

Las proporciones y el tiempo vivido en la actividad en el rol con hijos menores de seis años fueron las menores en la comparación de los tres roles, resultado asociado a la mayor dificultad por parte de las cohortes de mujeres para compatibilizar sus responsabilidades como madres, trabajadoras domésticas y trabajadoras extradomésticas, por lo menos en los años en que sus hijos aún no cumplían seis años, debido al papel social que juega la tradicional división sexual del trabajo en la vida de las mujeres.

La mayor proporción de tiempo con actividad, en la comparación de los tres roles, se observó durante los años-persona vividos como madres de hijos mayores de seis años, situación que se asoció a la posible "flexibilidad" en el uso del tiempo que puede presentarse en la vida de las mujeres una vez que los hijos alcanzan la edad mínima para iniciar la educación básica. Los años con actividad observados atraen la atención hacia este rol, la participación extradoméstica que las mujeres desempeñan en él y las estrategias adoptadas con la finalidad de compatibilizar la participación doméstica y extradoméstica.

Cabe señalar que en el análisis de las temporalidades reproductivo-laborales se identificó a la cohorte intermedia (1951-1953) como la principal precursora del incremento en las temporalidades con actividad, sobre todo en lo que concierne a los años-persona vividos como madres de hijos mayores de seis años. El contexto socioeconómico y sociodemográfico que acompaña el caminar de la cohorte se configura como el escenario para el incremento en las temporalidades con actividad en el rol con hijos grandes.

En términos generales, las diferencias en el cálculo de las temporalidades por rol evidencian que las edades de los hijos no sólo inhiben o fomentan la participación laboral, también actúan como mediadores del tiempo con actividad y la permanencia en el mercado de trabajo.

El documento presentado constituye una de las primeras aproximaciones en el estudio de las temporalidades laborales en México.

 

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Notas

* En este artículo se presenta la recopilación de algunos resultados obtenidos en la tesis de maestría en población (Castro, 2003).

1 Según a la bibliografía sociodemográfica en México (García y Oliveira, 1998; García y Pacheco, 2000), las mujeres no unidas y las unidas con hijos mayores enfrentan menos obstáculos para incorporarse al mercado de trabajo.

2 La Eder recolectó historias de vida de 2 496 individuos, hombres y mujeres, pertenecientes a las cohortes 1936-1938, 1951-1953 y 1966-1968, y posee representatividad a nivel nacional. La información biográfica está agrupada en una matriz cuyos renglones son los años calendario y las columnas definen los diferentes eventos o estados en el curso de vida, por lo que se pueden relacionar todos los eventos de una persona.

3 El concepto de género tiene un origen social: es definido por la red de creencias, tratos personales, actitudes, sentimientos, valores y actividades que diferencian a hombres y mujeres (Rojas, 1994).

4 Aun cuando las investigaciones apuntan hacia un incremento notable de la participación económica femenina desde mediados del siglo XX, algunos análisis sobre los hogares con jefes hombres indican que la participación asalariada de las mujeres no ha contribuido a una redefinición de la división sexual del trabajo intrafamiliar y las relaciones de género, sin embargo, sí han producido una serie de negociaciones, conflictos y ajustes en la relación de pareja (García y Oliveira, 1984).

5 Al revisar la bibliografía sobre el vínculo entre empleo femenino y fecundidad pareciera que una parte considerable de las investigaciones demográficas han centrado sus esfuerzos en establecer una relación causal entre empleo femenino y fecundidad. Al respecto Tuirán (1991) advierte aún no se ha logrado establecer un vínculo causal entre los eventos y aunque existe la evidencia de algunos trabajos multivariados que plantean como factible el hecho de que las mujeres decidan trabajar o no de acuerdo al número y edad de los hijos, autoras como García y Oliveira (1998: 172) especifican que rara vez se posee la información pertinente para establecer la dirección de la relación de manera precisa. Desde mi punto de vista, resulta enriquecedor considerar el vínculo entre empleo femenino y fecundidad como una interacción donde la influencia es mutua, sin embargo, en el trabajo que desarrollé partí de las temporalidades familiares para al interior de ellas, hacer referencia a las temporalidades laborales, por lo que de alguna u otra forma mi hipótesis es que la participación económica femenina es diferencial según a los diversos roles familiares que desempeñan las mujeres, considerando el hecho de que tengan o no hijos, así como las edades de los mismos.

6 Concepto para expresar la dinámica familiar a lo largo de su periodo vital. Se inicia a partir de la formación de la familia con la unión, y pasa por las etapas de expansión (nacimiento de los hijos), contracción (con la salida de los hijos del hogar paterno) y finaliza con la disolución (con la muerte de alguno de los esposos) (Ojeda de la Peña, 1989).

7 Es por esta razón que en la tesis de maestría se pone énfasis al contexto espacio-temporal que acompaña el caminar de cada una de las cohortes de mujeres.

8La participación diferencial de las mujeres en cuanto a la jornada de trabajo puede ser concebida como una estrategia de combinación entre las actividades domésticas, extradomésticas y el cuidado de los hijos (García, 1994). Entre las múltiples estrategias para compatibilizar sus actividades productivas y reproductivas, las mujeres buscan trabajos a corta distancia del hogar y utilizan el apoyo de familiares, vecinos y guarderías (García y Oliveira, 1998).

9 Cuya actualización se encuentra en un trabajo previo (Castro, 2001).

10 Cabe señalar que, las encuestas biográficas no son de creación reciente (Coubés et al., 1997), México fue pionero con las encuestas de Monterrey y la Ciudad de México a principios de la década de los setenta.

11 Comparación de los tiempos totales de empleo entre sexo por generación, considerando a los hombres y mujeres que han tenido un empleo en su vida (Coubés, 2000).

12 Aunque Godard (1996: 7) señala que en un segundo momento el enfoque biográfico asume también la dimensión temporal y longitudinal de los procesos sociales.

13 Traducción propia a partir del texto.

14 La construcción de las temporalidades reproductivas se elaboró con base en los hijos. Como la bibliografía sociodemográfica sobre fecundidad lo señala y como se observó a partir del análisis sociodemográfico de la información que proporciona la Eder, la unión y la procreación son dos eventos que suceden con una ocurrencia no mayor a los dos años. Esta es una de las razones por la cual se decidió considerar a los hijos y no a la unión como punto de partida para la segunda etapa reproductiva, además de la reconocida importancia que poseen los hijos en la vida familiar de las mujeres y que define el rol que las mujeres ejercen en su vida adulta debido a la tradicional división sexual del trabajo. Cabe señalar que en el análisis sociodemográfico del trabajo de tesis (Castro, 2003) se observó que la cohorte madura se caracteriza por un elevado número de hijos, dicho indicador se traducirá en un mayor tiempo en el rol con hijos pequeños y con hijos grandes en las temporalidades reproductivas para la cohorte 1936-1938.

15 Para poder comparar la información sobre las tres cohortes femeninas observadas a partir de la Eder se consideró útil realizar dos cortes en el tiempo: el primero permite confrontar la información perteneciente a las tres cohortes, pero el periodo de observación se ve reducido hasta los 30 años; el segundo se realiza hasta los 45 años y permite contrastar los datos concernientes a las cohortes madura 1936-1938 e intermedia 1951-1953, considerando un periodo de exposición a la actividad más amplio.

16 La Eder maneja un año calendario como la unidad de tiempo, por lo que habrá que considerar que las participaciones de las mujeres, en muchas ocasiones de corta duración, podrían verse subestimadas, debido a que a partir de la Eder no se puede dar cuenta de la intermitencia que caracteriza la actividad económica femenina.

17 La proporción de mujeres que nunca en su vida participó económicamente es diferente a la proporción de mujeres que no ha participado hasta los 30 años, lo que evidencia un pequeño porcentaje de mujeres que se incorpora por primera vez al mercado laboral después de haber cumplido los 30 años, tal vez como parte del grupo de mujeres con hijos mayores de seis años que fueron las pioneras en la incorporación laboral.

18 Edad mediana al nacimiento del primer hijo, ver anexo.

19 Cabe señalar que debido a la naturaleza retrospectiva de la Eder, únicamente se posee la información de las sobrevivientes de las cohortes, aspecto que se deberá considerarse a lo largo de la tesis, aun cuando se suprima dicha palabra.

20 Partida (1996) define las esperanzas de vida con actividad y sin actividad en la construcción de la tabla de vida activa.

21 Existen mujeres que comenzaron a procrear a partir de los 12 años. Sin embargo, la participación laboral de las mujeres comienza antes de 12 años, a edades muy tempranas para la cohorte más antigua y se presenta un ligero incremento conforme la cohorte es más reciente.

22 Las causas de los cortes a 30 y 45 años se explican con mayor detalle en la tesis de maestría (Castro, 223003).

23 En Castro (2003) se pueden encontrar las temporalidades reproductivo-laborales para las dos cohortes más antiguas.

24 Existe una considerable proporción de mujeres que permanece sin hijos hasta 45 años: en la cohorte madura, durante el tiempo vivido en las localidades rurales, representan 18.2 por ciento, mientras que en las localidades urbanas 10.8 por ciento; en la cohorte intermedia 17.4 por ciento en localidades con menos de 15 mil habitantes y 13.3 por ciento en localidades de 15 mil habitantes o más.

25 Para ambas cohortes, sin distinguir por lugar de residencia, el primer hijo nació cuando la mujer tenía en promedio 21 años.

26 Como ya se señaló, tanto en las localidades rurales como en las urbanas se alcanza a percibir el incremento en los años dedicados a la escolaridad, consecuencia del desarrollo que observó el sistema educativo en México a partir de la década de 1930.

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