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Papeles de población

versão On-line ISSN 2448-7147versão impressa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.10 no.40 Toluca Abr./Jun. 2004

 

Transformaciones sociales y demográficas de las familias latinoamericanas*

 

Social and demographic transformations of Latin American families

 

Irma Arriagada

 

Comisión Económica para América Latina y el Caribe.

 

Resumen

En este trabajo se analizan los efectos de los cambios demográficos —específicamente el descenso de la fecundidad— sobre la estructura, organización y funcionamiento de las familias latinoamericanas. Asimismo, se examinan otros fenómenos socioculturales que se asocian con los cambios familiares, en especial, la transformación de los papeles sociales y laborales de las mujeres. Finalmente, se señalan algunos temas emergentes en el análisis de las familias que, en el contexto de la modernidad tardía y de una segunda transición demográfica, advierten sobre el aumento de la heterogeneidad y de la complejidad de las estructuras familiares.

Palabras clave: familia, transición demográfica, estructura familiar, segunda transición demográfica, América Latina.

 

Abstract

In this work, the effects of demographic changes —especially the decline of fertility— on structure, organization and functioning of the latin american families are analysed. Likewise, other sociocultural phenomena associated with family changes, especially, the transformation of social and labour roles of women, are examined. Finally, some topics are pointed out emerging from the analysis of the families that, in the context of belated modernity and a second demographic transition, give notice on the increase of heterogeneity and the complexity of family structures.

Key words: family, demographic transition, family structures, second demographic transition, Latin America.

 

Introducción

El contexto latinoamericano, sujeto a los vaivenes de la globalización y a quince años perdidos en términos de desarrollo, ha afectado la estructuray funcionamiento de las familias latinoamericanas, intensificando su diversidad.

Tradicionalmente, la familia es considerada la unidad de análisis central para evaluar los impactos de los cambios demográficos sobre la realidad social. Entre las dimensiones sociodemográficas más analizadas en relación con la familia se cuenta el tamaño, las relaciones de parentesco, el ciclo de vida, los tipos de jefatura del hogar y el número y edad de los hijos. Junto a las dimensiones señaladas es importante atender otros procesos que afectan las dinámicas sociodemográficas y que tienen que ver con continuidades y cambios en las relaciones de género y de generaciones al interior de las familias.

Distintos estudios relativos a la familia y a sus relaciones de género muestran que la existencia de violencia intrafamiliar, al igual que la distribución del trabajo doméstico y extradoméstico entre sus miembros son esenciales para entender procesos sociales como la pobreza, la participación económica familiar y los sistemas de seguridad social, entre otros (véase al respecto, Aguirre, 2003; Wainerman, 2003, y García y Oliveira, 2003). De la misma manera —en un contexto de modernidad tardía—, la consideración de los cambios en las relaciones de género, en el sentido de una mayor individualización y autonomía de las mujeres, y en el marco de una búsqueda de relaciones sociales basadas en los derechos de las personas y en opciones más democráticas de convivencia, permite anticipar futuros escenarios sociodemográficos.

En los análisis sociales y demográficos suele distinguirse la familia del hogar. La familia —fundada en relaciones de parentesco— es considerada como institución social que regula, orienta y confiere significado social y cultural a la reproducción y a la sexualidad. El hogar o las unidades domésticas de los hogares incluyen la convivencia cotidiana que significa un hogar y un techo: una economía compartida, una domesticidad colectiva, el sustrato cotidiano (Jelin, 1998). Son grupos que comparten una vivienda, un presupuesto común y actividades para la reproducción cotidiana, ligados o no por lazos de parentesco. En la realidad latinoamericana, ambos han tendido a confundirse; sin embargo, los procesos de modernidad los han ido separando en ciertos casos, al generarse hogares donde no existen relaciones de parentesco, como por ejemplo, la situación de grupos de jóvenes de sectores medios y altos que viven juntos sin que medien relaciones de parentesco.

En este texto, luego de una breve referencia a la dificultad para establecer relaciones de temporalidad entre cambios demográficos y cambios socioculturales, se destacan los efectos que los cambios demográficos —específicamente el descenso de la fecundidad— han tenido sobre la estructura, organización y funcionamiento de las familias latinoamericanas. A continuación se examinan otros fenómenos socioculturales que se asocian con los cambios familiares, especialmente los referidos a la transformación en los papeles sociales y laborales de las mujeres. Finalmente, se destacan las continuidades y los cambios de las familias al tiempo que se señalan algunos temas emergentes en el análisis de las transformaciones familiares que requieren mejor medición y un análisis más detallado y profundo.

 

La temporalidad de los procesos demográficos y sociales

Existen grandes dificultades para establecer la dimensión temporal de los cambios demográficos, sociales y culturales. Se ha indicado que los determinantes del descenso de la fecundidad carecen de una relación directa con el incremento en los niveles educativos, ocupacionales y de participación de las mujeres, si bien están estrechamente asociados a estas dimensiones. A su vez, la reducción en las tasas de fecundidad, dadas por una fecundidad más tardía, incentiva una mayor participación tanto educativa como económica de las mujeres, y la mayor educación y participación económica de las mujeres influye en el descenso y retraso de la fecundidad. En virtud de la complejidad de estas relaciones, probablemente se está en presencia de una causalidad circular acumulativa. Asimismo, dada la rapidez de los cambios en la región latinoamericana, es necesario separar el análisis de diversas cohortes de edad que se encuentran en distintas etapas del ciclo de vida y portan opciones diferenciales en relación con sus familias. Esta constatación aumenta la heterogeneidad que está presente en las formas de familias latinoamericanas.

Este estudio examina los efectos que tienen las transformaciones demográficas, especialmente, la declinación de la fecundidad sobre las estructuras familiares en América Latina. Al respecto, cabe la aclaración de que la información sobre la que se basa este texto proviene de encuestas de hogares; además, se han construido estructuras familiares a partir de la información de parentesco en relación con el jefe del hogar.1 En el texto se distinguirá los hogares de las familias, toda vez que las segundas se refieren a un grupo ligado por relaciones de parentesco. La constitución del núcleo conyugal (padres e hijos, o madre o padre e hijos) queda definida por las relaciones de parentesco de los restantes miembros respecto del jefe de hogar. La presencia de este núcleo conyugal define si el hogar es considerado familia o no.2

 

¿Cuáles son los efectos sobre las familias?

El descenso en el tamaño de la familia

La primera transición demográfica —caída de la mortalidad y de la fecundidad y aumento de la esperanza de vida— ha tenido efectos importantes sobre la familia, específicamente en la región latinoamericana. En primer lugar, hay que destacar que en América Latina la situación de descenso de la fecundidad se dio de manera general para toda la región, pero fue diferente en cada país, en función de la etapa de transición demográfica en la que se encontraban cuando ocurrió el fenómeno de descenso. Es importante recalcar la variación existente en los niveles de fecundidad de los países de la región; por ejemplo, por mostrar dos extremos, la tasa global de fecundidad estimada para 2000-2005 de Guatemala alcanza a 4.6 y la de Cuba es de 1.55 (CEPAL, 2004a).

La consecuencia más evidente del descenso de la fecundidad es la disminución en el tamaño de los hogares. Entre 1987 y 1999 se observa este fenómeno en los 17 países latinoamericanos sobre los cuales se dispone de información (cuadro 1). La heterogeneidad de las situaciones nacionales obedece a evoluciones históricas diferentes y —como ya se señaló— a que esas evoluciones se reflejan en distintas etapas de la transición demográfica. Uruguay es el que registra el menor tamaño medio por hogar (3.2 personas en 1999), y Honduras se sitúa en el extremo opuesto (4.8 personas por hogar).

La caída de la fecundidad es mayor en las zonas urbanas que en las rurales. Además, la fecundidad es mayor en los sectores socioeconómicos más bajos que en los más altos y las mujeres con niveles educativos más altos suelen tener en promedio un menor número de hijos que las madres con niveles educativos inferiores. Por tanto, los efectos de las zonas geográficas, sector socioeconómico y nivel educativo tienen efectos diferenciales sobre el tamaño y la composición de la familia.

En suma, el tamaño medio de la familia se ha reducido por la postergación en la primera unión, la declinación del número de hijos y el mayor espaciamiento entre ellos, de manera que en la actualidad hay menos hijos por hogar y la diferencia de edades entre ellos es mayor. En el plano familiar, el menor número de hijos significa un descenso en el trabajo reproductivo, doméstico y de socialización realizado por las mujeres, que puede expresarse, en primer lugar, en un aumento de sus posibilidades de opción laboral y de autonomía.

En segundo lugar, se traduce en mejor calidad de vida de los hijos, en términos de nutrición, salud y socialización y en una menor pobreza de los hogares. En términos sociales, en una menor presión demográfica en los sistemas educativos, pero también en un mayor peso sobre los sistemas de pensiones, de salud y cuidado del adulto mayor.3

Sin embargo, la reducción en el tamaño de la familia no sólo obedece a una caída en la fecundidad, sino que hay también otros fenómenos sociales, económicos y culturales que la explican. Entre ellos, el aumento de las familias de jefatura femenina, el descenso de las familias extendidas y compuestas, el nivel socioeconómico de los hogares y, por último, se puede indicar que las migraciones de algunos de los miembros de la familia por razones diversas —como causas económicas, violencia, conflictos armados y otras— han reducido el tamaño familiar. A continuación serán examinados algunos de estos fenómenos.

Tamaño del hogar por nivel socioeconómico

Además de la fecundidad, el tamaño del hogar también depende del nivel socioeconómico de las familias, tal como se señaló previamente. Un indicador muy preciso es la magnitud de ingresos de la familia, y más específico aún es el quintil de ingresos a los que pertenecen los hogares. Si se comparan los hogares pertenecientes a 20 por ciento de ingresos inferiores (quintil 1) con 20 por ciento de hogares más ricos (quintil 5) se aprecia una importante diferencia en el tamaño de los hogares. Guatemala y México tienen casi tres personas adicionales en los hogares más pobres que en los extremadamente ricos. Ambos países contienen grandes poblaciones indígenas y rurales.

De manera que estas diferencias obedecen también a distintos valores culturales respecto del tamaño ideal de la familia. De esta forma, los países que se encuentran en diferentes etapas de su transición demográfica muestran, en promedio, tamaños similares de hogar, si bien la tendencia general es a una correspondencia entre tamaño del hogar y etapa de transición demográfica, es decir, mientras más avanzada la transición demográfica (por ejemplo, en Argentina y Uruguay) menor es el tamaño del hogar promedio.

 

Otros fenómenos asociados a la disminución del tamaño de la familia y de los hogares

Respecto de los efectos sobre la estructura familiar y sobre la etapa del ciclo de vida familiar, junto con las formas tradicionales de familia, en América Latina han surgido nuevas configuraciones familiares propias de la modernidad, como parejas sin hijos y hogares sin núcleo conyugal, a la vez que continúan aumentando los hogares monoparentales, especialmente los dejefatura femenina (cuadro 2).

El tamaño medio de la familia se ha reducido por la declinación del número de hijos y el mayor espaciamiento entre ellos, pero es importante indicar que esa reducción también obedece a otros fenómenos como la disminución de las familias multigeneracionales, el aumento de hogares unipersonales y el efecto de las migraciones. De esta forma, es necesario separar los efectos propios de la fecundidad —que se traducen en un menor número de hijos por familia— de los efectos de otros procesos sociales y de cambio cultural al que se han visto enfrentadas las sociedades latinoamericanas.

El descenso de los hogares multigeneracionales

La imagen más tradicional asociada a la familia de principios del siglo pasado corresponde a un hogar donde conviven abuelos, padres e hijos junto con tíos y primos y otros parientes de segundo grado. Este modelo de la familia extendida cada vez existe menos, puesto que las familias extendidas han disminuido en la mitad de los países y en 1999 fluctuaban entre 11 por ciento (Argentina) y 31 por ciento (Venezuela).

Asimismo, las familias compuestas urbanas que agregaban al grupo familiar otras personas no relacionadas por lazos de parentesco también han disminuido, y oscilaban entre 0.2 en México y 5.2 por ciento en Honduras en el mismo año. El proceso de migración a la ciudad por parte de la población rural más joven en busca de nuevas oportunidades laborales a partir de la década de 1950, especialmente de las jóvenes que conforman la mayoría del trabajo doméstico remunerado en las ciudades, modificó la familia extendida y compuesta, al tiempo que fomentó la formación de las familias nucleares como grupo predominante.

Los procesos de individualización propios de la modernidad pueden observarse en el aumento de los hogares unipersonales, es decir, de las personas que, por opción, ya no viven en familia —más habitual entre la población joven con los suficientes recursos económicos.

Durante 1987 y 1999 han aumentado los hogares de las personas que viven solas, como los adultos mayores, especialmente mujeres viudas —dada su mayor esperanza de vida— que cuentan con recursos económicos (jubilaciones o pensiones de viudez). En este grupo también se pueden encontrar los jóvenes de ambos sexos que deciden postergar su unión y cuentan con los recursos económicos propios que les permiten vivir solos (cuadro 2).

En algunos países que cuentan con información proveniente de encuestas de demografía y salud se puede constatar que durante el último decenio se produjo un aumento del porcentaje de mujeres de 30 a 34 años que se mantenían solteras (Bolivia, Ecuador, El Salvador y República Dominicana) y conjuntamente ha aumentado el porcentaje de mujeres de 45 a 49 años que estaban separadas en los siete países que cuentan con información (cuadro 3).

Los hogares de jefatura femenina

Uno de los fenómenos más importantes y visibles en relación con la estructura familiar es el incremento de los hogares monoparentales, que son casi exclusivamente de jefatura femenina.

Tradicionalmente, las mediciones de los censos y de las encuestas de hogares han definido que dentro del núcleo conyugal el jefe de hogar es la persona reconocida como tal por los demás miembros del hogar, sin considerar el proceso real de toma de decisiones y la composición y magnitud del aporte económico. Dadas las limitaciones de la definición dejefatura familiar señaladas, para evitar el sesgo sexista de la definición de jefe del hogar se ha propuesto la consideración simultánea de jefatura femenina / masculina de facto y de jure (Gammage, 1998), asimilando el concepto de jure al que se usa habitualmente en censos y encuestas, y el concepto de facto al que se determina por el mayor aporte al ingreso familiar. Al hacerlo se encuentran interesantes relaciones entre ambos tipos de jefatura femenina de hogar (cuadro 4).

Al realizar la comparación siguiendo los criterios dejure y defacto existe una mayor invisibilidad de las mujeres en la definición tradicional de jefatura del hogar, y se comprueba que en todos los países de América Latina el porcentaje de hogares cuyo aporte económico principal es realizado por una mujer supera al de hogares con jefatura femenina, excepto en Nicaragua, donde el porcentaje es el mismo. Este hallazgo se liga directamente con la participación creciente de las mujeres en el mercado de trabajo y la mayor autonomía que les proporciona el acceso a recursos propios.

El número de hogares encabezados por mujeres (sea de jure o de facto) ha continuado creciendo desde comienzos de la década de 1990,4 hasta llegar a representar entre una cuarta y una tercera parte de los hogares, según los países. Entre los de jure, Nicaragua (con 35 por ciento en 1998) y la República Dominicana y Uruguay (con 31 por ciento cada uno en 1999) registraban las más altas tasas de hogares encabezados por mujeres. Al mismo tiempo, persistía la tendencia a que la incidencia de la extrema pobreza fuese mayor en hogares con jefatura femenina de jure: en 13 de 17 países los hogares indigentes mostraban una mayor proporción de hogares de jefatura femenina que en el total de los hogares, y en Costa Rica y la República Dominicana más de la mitad de los hogares indigentes estaban a cargo de una jefa. Llama la atención que en los análisis, en las mediciones y en las políticas sólo muy recientemente se esté analizando la situación de los hogares de jefatura femenina de facto que muestran claramente la ruptura con el modelo tradicional de familia con un jefe hombre proveedor.

Se aprecia de manera muy incipiente también un leve aumento de los hogares monoparentales de jefatura masculina, es decir, de padres que viven solos con sus hijos, si bien es una magnitud muy reducida de casos. Sin duda, ambas situaciones dan cuenta de nuevos modelos de familia que, además de contar con un menor número de adultos en los hogares, muestran la existencia de nuevos arreglos familiares y la necesidad de adecuar los servicios de apoyo a estas nuevas realidades. En términos generales, se puede inferir que si bien la carga total del trabajo de socialización disminuyó al reducirse el número de niños por hogar, también descendió el número de adultos que tenían a su cargo esa socialización, ello es especialmente notorio en el caso de las mujeres, quienes en una cantidad apreciable de familias tienen bajo su exclusiva responsabilidad las tareas productivas y reproductivas.

Las familias complejas

El aumento de la esperanza de vida de la población ha prolongado la vida en pareja. En México se estima que los roles de esposo y esposa pueden abarcar hasta 40 años de la vida de las personas (Ariza y De Oliveira, 2001). Además, la extensión del tiempo de vida en pareja aumenta la probabilidad de separaciones y divorcios, que incrementa a su vez los hogares monoparentales. En países como Argentina, Chile y Uruguay ese periodo puede ser más extenso, dado que son países con una transición demográfica avanzada. Entre otros efectos se ha elevado el número de hogares unipersonales, de adultos mayores y de hogares sin hijos. Actualmente, uno de cada cuatro hogares de América Latina tiene entre sus miembros al menos un adulto mayor (CEPAL, 2000b). Este aumento de los adultos mayores tiene incidencia directa sobre el aumento del trabajo doméstico no remunerado, realizado por las mujeres en sus hogares.

Al incrementarse la frecuencia de separaciones y divorcios han aparecido las familias complejas como un nuevo y creciente fenómeno en la región. Estas familias pueden resultar de divorcio, nulidad del matrimonio, viudez o la ruptura de la convivencia de hecho, más la constitución de nuevos vínculos. No obstante, las categorías estadísticas usadas en las encuestas de hogares impiden medir su magnitud y se las considera como familias nucleares biparentales.5 Por ejemplo, en Uruguay, donde la ley de divorcio se aprobó a principios de siglo (1907-1913), se reporta un incremento continuo de los divorcios pero con un aumento muy pronunciado en las últimas décadas, específicamente a partir de los años ochenta (Cabella, 1998).

El aumento de las familias complejas podría contribuir a enmascarar el descenso en el tamaño de la familia, puesto que en estas familias se puede encontrar la formación de nuevas familias que desean tener hijos de esta nueva unión, además de hijos que se agregan a los otros ya existentes y que aumentan la distancia en sus edades. En términos de parentesco surgen nuevas relaciones no bien tipificadas y que aún no cuentan con denominaciones y registros adecuados.

El ciclo de vida familiar

En América Latina ha habido cambios muy importantes en la magnitud del grupo de familias que se ubica en cada etapa del ciclo de vida familiar. Este fenómeno es atribuible a cambios demográficos significativos, en especial el descenso de las tasas de natalidad de la década de 1970.

Se ha elaborado una tipología que hace referencia a las diversas etapas por las que pueden transitar los hogares de tipo familiar. La clasificación elaborada, aunque se define en forma esencialmente empírica y corresponde a un corte en el tiempo, pretende aproximarse a las distinciones conceptuales de la etapa de inicio de la familia (empiezan a nacer los hijos), la de consolidación (dejan de nacer los hijos) y finalmente la de salida de los hijos (los hijos se van o pasan a constituir hogares distintos). Esta tipología, a diferencia de otra anterior,6 se basa en la edad del hijo menor, teniendo presente que son los hijos menores los que demandan mayor trabajo doméstico en los hogares (cuadro 5).7

Tipología del ciclo de vida familiar

Se construyeron cinco etapas del ciclo de vida familiar a partir de las encuestas de hogares:

1. Pareja joven sin hijos: parejas que no han tenido hijos y en la cual la mujer tiene menos de cuarenta años.

2. Ciclo de inicio de la familia: corresponde a familias que sólo tienen hijos menores de seis años.

3. Ciclo de expansión o crecimiento: corresponde a familias cuyos hijos menores tienen doce años y menos.8

4. Ciclo de consolidación y salida: familias cuyos hijos menores tienen trece años o más.

5. Pareja mayor sin hijos (nido vacío): parejas sin hijos donde la mujer tiene más de cuarenta años.

La mayoría de las familias de la región se encuentra en la etapa de expansión y crecimiento, es decir, sus hijos menores tienen doce años de edad o menos. En países de transición demográfica avanzada —como Argentina, Chile, Uruguay y Panamá— las familias se ubican en la etapa de consolidación o de salida de los hijos cuando el hijo menor tiene trece años y más, y de parejas mayores sin hijos. Estas tendencias son asimilables a la modernidad tardía, que en la medida que continúe el descenso de la fecundidad se irán acentuando.

Así, aun cuando las familias cuyos hijos menores tienen doce años y menos continúan constituyendo el grupo más importante, han aumentado más las familias cuyo hijo menor tiene más de trece años (Arriagada, 2002). Otro fenómeno importante que ha influido en la longitud del ciclo de vida familiar y la prolongación de los años de convivencia o matrimonio es el aumento de la esperanza de vida al nacer, que en los países de transición avanzada explica el aumento de los hogares de adultos mayores solos, especialmente de mujeres viudas.

Se estima que en 1995/2000 la esperanza de vida de las mujeres latinoamericanas era de 74 años y la de los varones de 67, con grandes variaciones entre países derivadas de las diversas etapas de transición demográfica en que se encontraban. Entre 1985/1990 y 1990/2000, la esperanza de vida media para hombres y mujeres latinoamericanos aumentó en casi cuatro años aunque con amplias diferencias entre países (CEPAL, 2004a).

Dado que el potencial genético de la mujer explica que viva más años que el varón, llama la atención la variación en las diferencias entre la esperanza de vida de hombres y mujeres en los países de la región. En la línea de lo que ha indicado Sen (1991), las menores diferencias existentes en la esperanza de vida de hombres y mujeres entre países estarían indicando el grado de abandono de las mujeres y su mayor discriminación en términos de nutrición básica y cuidado de salud.

Otros aspectos relacionados con los cambios en las etapas del ciclo familiar son la disminución del número de hijos y el aumento de la edad al casarse en casi todos los países que cuentan con información al respecto. Se aprecia un leve aumento en la edad media (edad mediana) en que se produce la primera unión y se tiene el primer hijo (CEPAL, 2000b), dimensiones que corresponden a la denominada segunda transición demográfica.9 Al respecto, cabe resaltar nuevamente la diferencia que se registra entre las mujeres sin educación y aquéllas con una mayor educación, pues estas últimas postergan la primera relación sexual, la primera unión y el primer hijo. En algunos países, por ejemplo en Bolivia, 33 por ciento de mujeres entre 15 y 49 años no deseaba tener más hijos al momento de su último embarazo (cuadro 6). Esta proporción es mucho mayor entre las mujeres pertenecientes al quintil más pobre (quintil 1) en comparación con el más rico (quintil 5). En Bolivia y Perú, la diferencia entre ambos quintiles es notable (de 33 y de 32 por ciento, respectivamente), lo que indica que hay un área deficitaria en la cobertura de los servicios de atención de salud reproductiva para la población femenina más pobre.

¿Una segunda transición demográfica?

Algunos países de la región con mayor desarrollo social (como Argentina, Chile y Uruguay) dan indicios de que entre sectores sociales con más educación y mayores ingresos se están difundiendo patrones de conducta sexual, nupcial y reproductiva ampliamente extendidos en los países desarrollados. Al respecto, son ilustrativos el retraso del matrimonio y de la reproducción entre los jóvenes con alto nivel educativo, junto con el aumento de los divorcios y la convivencia en la clase media. Estudios para la región latinoamericana indican que las uniones consensuales y la disolución marital se ha incrementado de manera notable en muchos países (García y Rojas, 2002). En Chile, por ejemplo, entre 1980 y 1999, la edad media al casarse pasó en los hombres de 26.6 a 29.4 años y en las mujeres de 23.8 a 26.7 años; en el mismo periodo disminuyeron los matrimonios de 98.702 a 69.765; aumentaron las nulidades de 35.7 a 85.3 por mil matrimonios; bajó la natalidad y se elevó el número de hijos nacidos fuera del matrimonio. En 1999, 47.7 por ciento de los hijos nacieron fuera del matrimonio; en 1990, la cifra había sido de 34.3 por ciento (SERNAM, 2001). Los últimos datos censales existentes confirman y muestran una acentuación de estas tendencias. La consolidación de estos patrones en Europa ha hecho que algunos autores sostengan que ellos conforman una segunda transición demográfica.

Esta segunda transición demográfica se vincula con un cambio valórico profundo, estrechamente emparentado con la noción de modernidad tardía de Giddens (1994 y 1995), aunque los demógrafos que están trabajando el tema prefieren relacionarla con lo que se ha denominado "valores posmaterialistas" (Inglehart, citado por Van de Kaa, 2001), y más recientemente, posmodernización y posmodernidad (Van de Kaa, 2001). Incluye, además de índices de fecundidad muy inferiores al nivel de reemplazo, los siguientes rasgos: a) incremento del celibato y de las parejas que no desean tener hijos; b) retraso de la primera unión; c) postergación del primer hijo; d) expansión de las uniones consensuales como alternativa al matrimonio; e) aumento de los nacimientos y de la crianza fuera del matrimonio; f) mayor frecuencia de las rupturas matrimoniales (divorcio), y g) diversificación de las modalidades de estructuración familiar.

Algunos de los rasgos señalados son de larga data en la región y su existencia no se vincula con la modernidad, sino más bien con la exclusión e incluso con el tradicionalismo, como ocurre con las uniones consensuales y el abandono matrimonial. En especial, cabe resaltar que en sectores socioeconómicos más carentes estos procesos no son buscados como opción de autonomía, sino como mecanismos extremos de supervivencia. En suma, algunos fenómenos sociodemográficos que atañen a las familias latinoamericanas ocultan factores determinantes, sentidos y consecuencias diferentes y específicas, dependiendo del grupo socioeconómico en que ocurren.

Riesgos demográficos

Los cambios reseñados no son unidireccionales. Si bien la fecundidad general ha disminuido, subsisten riesgos demográficos asociados al aumento de la fecundidad adolescente y a la fecundidad no planificada; además se han generado nuevos riesgos demográficos, por ejemplo, vinculados a la expansión del sida. Se ha indicado que la persistencia de los riesgos demográficos se explica por una combinación compleja de comportamientos tradicionales (unión y embarazo temprano en el caso de la fecundidad adolescente en los grupos pobres) con fenómenos clásicos de exclusión —como la falta de acceso a medios anticonceptivos en el caso de la fecundidad no planificada (CEPAL, 2001)— y otros factores asociados a la cultura juvenil. La autonomía de las mujeres, elemento básico de la modernidad ganado en los ámbitos de la educación, de los derechos económicos y de la participación política, se pierde frente a los nuevos riesgos demográficos. Cabe destacar en este cuadro la importante transformación en los papeles de las mujeres, que es el aspecto que se destaca a continuación.

 

Transformación de los papeles sociales de las mujeres: autonomía y diversidad

Se ha señalado que las transformaciones en la organización de la economía, en los procesos de construcción del individuo y en la cultura —así como las nuevas asimilaciones de las ideas de libertad, autonomía, derechos y participación política— han incidido en el sistema de relaciones de género. Los cambios en la interacción cotidiana entre hombres y mujeres y la presión ejercida por las organizaciones de mujeres sobre las agendas y los poderes públicos han contribuido a debilitar las normas que regulaban el campo de la familia, la intimidad y la sexualidad, y de las otras grandes instituciones sociales modernas (Guzmán, 2002). Entre las transformaciones más gravitantes en los cambios en la familia se puede indicar la transformación de los papeles de las mujeres y la ampliación de su autonomía, especialmente económica.

Participación laboral femenina

La incorporación masiva de las mujeres al mercado de trabajo ha modificado los patrones habituales de funcionamiento de los hogares latinoamericanos. Para los países de la región latinoamericana, la tasa de actividad femenina subió de 37.9 en 1990 a 49.7 por ciento en 2002 y en las zonas urbanas esa cifra varió entre 39.5 y 50.9 por ciento en el mismo periodo (CEPAL, 2004b), aunque con grandes diferencias entre países y según zona de residencia, edad y nivel educativo de las mujeres. Si bien las tasas de actividad más altas corresponden a las mujerescon mayor educación, las crecientes dificultades económicas que apremian a los hogares latinoamericanos han impulsado también una creciente participación laboral de las mujeres menos educadas; en consecuencia, se aprecia un aumento del número de personas que aportan ingresos al hogar (mujeres, jóvenes y niños), poniendo fin al sistema del aportante único o ganapán (breadwinner system) también en los hogares de mayor vulnerabilidad social. Este fenómeno puede considerarse parte de procesos de carácter más cultural, por lo que la tendencia a una mayor participación laboral femenina se ha ido independizando de los ciclos económicos. De esta forma, el aumento de la participación laboral de las mujeres, sean ellas pobres o ricas, les abre posibilidades de mayor autonomía y participación en otros ámbitos sociales.

En diversos estudios se ha mostrado que en el decenio de 1990 una gran proporción de mujeres se incorporó a la actividad laboral en las etapas del ciclo reproductivo familiar que les significa más trabajo, es decir, cuando tienen a su cargo hijos pequeños. Asimismo, el aporte económico de las mujeres que trabajan contribuye a que una proporción importante de los hogares situados sobre la línea de pobreza pueda mantenerse en esa posición (CEPAL, 1995; Arriagada, 1998).

El aporte de un ingreso adicional establece la diferencia entre los hogares del quintil más pobre y el más rico. En 2002, 25.5 por ciento de las familias nucleares biparentales del quintil más pobre tenía más de un aportante económico al hogar, en tanto en el quintil más rico esa cifra ascendía a 65.5 por ciento. Los hogares con más de un aportante económico corresponden con mayor frecuencia a las familias en que ambos padres están presentes, así como a las extendidas y las compuestas. Por sus características, la proporción de hogares con más de un aportante es menor entre las familias monoparentales, ya que ese segundo ingreso es el que generan los hijos que se incorporan al mercado laboral. Asimismo, en la década de 1990 casi todos los países considerados exhibieron un aumento de los hogares con más de un aportante económico, tanto en los quintiles más pobres como en los menos pobres.

Es notable que pese a este aumento en el trabajo extradoméstico de las mujeres latinoamericanas, el cambio no ha sido acompañado por una reducción en la misma magnitud del trabajo doméstico efectuado en sus hogares. Si bien la información estadística de la que se dispone no permite analizar ese fenómeno, diversos estudios de casos en la región muestran una gran rigidez en los papeles domésticos, siendo las mujeres las que realizan casi en exclusividad el trabajo de cuidado y socialización de los hijos y de reposición diaria de la población.

Otros ámbitos de participación

La participación femenina en el ámbito público origina nuevas percepciones de los roles que cumplen las mujeres y les permite una mayor autonomía de sus familias. Este cambio cultural se manifiesta en que la maternidad tiende a transformarse en una opción; en la postergación de la primera unión o del nacimiento del primer hijo; en una fecundidad más baja; en conflictos que afectan a las parejas de doble carrera, y en la necesidad de equilibrar el trabajo doméstico con el trabajo remunerado. Como ha indicado Sen (1990 y 1991), la repartición de los cobeneficios de la familia probablemente sea menos desfavorable para las mujeres en las siguientes condiciones:

1. Si ellas pueden ganar un ingreso fuera de casa.

2. Si sus trabajos se reconocen como productivos (esto es más fácil de lograr con el trabajo fuera del hogar).

3. Si son dueñas de algunos recursos económicos y tienen algunos derechos patrimoniales a los cuales recurrir

4. Si hay comprensión de las formas en que las mujeres son privadas de esos beneficios y se reconocen las posibilidades de cambiar la situación.

 

Continuidades y cambios para las familias

La ampliación de la ciudadanía pareciera ser una realidad contradictoria y esquiva para las mujeres latinoamericanas, pues si bien se ha avanzado significativamente en materia de derechos políticos y civiles, no se han alcanzado plenamente los derechos económicos, sociales y culturales; tampoco se aprecia un reparto democrático de las actividades dentro del hogar. Pese a estas carencias, ha mejorado el acceso de las mujeres a la toma de decisiones, lo que se manifiesta en algunos niveles del aparato estatal y, en algunos países, en los partidos políticos. Igualmente, aunque la información disponible al respecto es insuficiente, ha aumentado la participación de las mujeres tanto en los niveles técnicos del sector público como en ciertos ámbitos del poder judicial (CEPAL, 1999b). Un área refractaria al cambio es el reparto doméstico al interior de los hogares.

Estos cambios sociales, económicos y culturales han incidido en las relaciones internas de las familias, en las mentalidades y las prácticas sociales, al coexistir lo nuevo —la mayor autonomía, la posibilidad de optar en cuanto a la maternidad y la independencia económica femenina— con lo antiguo: la dependencia subjetiva, el embarazo adolescente y el mantenimiento de la división por sexo del trabajo doméstico.

A futuro queda por analizar los efectos específicos del retraso de la nupcialidad y de las uniones más tardías para diversos grupos socioeconómicos, áreas de residencia y grupos de edad. Como es habitual, la contradicción marca los procesos de cambio regionales y encuentra una doble dirección de ellos: reproducción temprana por embarazo adolescente y simultáneo retraso de la fecundidad en otros grupos de edad. La evaluación de los programas orientados a la población adolescente, sus fracasos y las experiencias exitosas deberán ser tema prioritario de análisis.

Un área que debe ser considerada es la generación de información y análisis sobre los procesos de cambio al interior de las familias, los cuales no pueden apreciarse exclusivamente a partir de la información de encuestas y censos de población. El análisis de los procesos de violencia doméstica e intrafamiliar, el reparto de las tareas domésticas y de socialización dentro de las familias, las formas en que las afecta la inseguridad laboral, el modo como se toman las decisiones familiares y otros temas de importancia para el análisis de las familias requieren de un instrumental metodológico específico.

En último término, lo que primará en relación con las familias será el aumento de la diversidad, probablemente con sucesión de parejas a lo largo del ciclo vital, y se puede prever que los papeles al interior de las familias ya no serán determinados por la tradición, sino que se negociarán caso por caso. El aumento de la autonomía femenina marcará el proceso del reparto del trabajo tanto fuera como dentro del hogar, forzando a que los cónyuges compartan las tareas domésticas y el ejercicio de las funciones de la paternidad y de la maternidad.

De esta forma continuarán los procesos ligados a la modernidad tardía y a una segunda transición demográfica. Ello se expresará en incremento de la individualización que resaltará las demandas personales por sobre las institucionales, de la secularización de la acción colectiva, de la reflexividad en la toma de decisiones individuales y de la diversidad cultural de opciones de vida (Castells, 1997). Aun cuando se está lejos de una situación similar a los procesos que no permitan el reemplazo o reposición de la población, la tendencia desde hace varias décadas apunta en esa dirección; de una manera paulatina esto deberá transformarse en una revolución al interior de las familias, con cambios en la organización del trabajo dentro y fuera del hogar, y de los roles de género.

 

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Notas

* Versión revisada del texto que se presentó en el Seminario de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe La fecundidad en América Latina y el Caribe: ¿transición o revolución?, Santiago, 9-11 de junio de 2003 y se publicó en CEPAL, en la Serie Seminarios y Conferencias núm. 36.

1 La información sobre la que se basa este texto son las encuestas de hogares de 17 países latinoamericanos. Se procesó la información correspondiente a las zonas urbanas. Al respecto, véase cuadros anexos y la información más detallada en Arriagada, (2002 y 2001).

2 La construcción estadística de las familias a partir de la información de los hogares no permite dar cuenta de familias que no conviven en el mismo hogar, como pueden ser los hogares donde hay miembros que han emigrado y padres o madres que han constituido nuevas familias pero que tienen a su cargo la manutención económica y apoyan afectivamente a los hijos. Por otra parte, los hogares en que hay personas con relaciones de parentesco pero donde no existe un núcleo conyugal, no se consideran familias.

3 Cabe destacar que la tasa de dependencia, es decir, el peso de la población de 0-14 años y de 65 y más sobre la población de 15-64 años ha descendido de 69.5 a 59.7 entre 1990 y 2000 (CEPAL, 2004a).

4 Según las últimas cifras de CEPAL, que compara 1994 y 2002, los hogares con jefatura femenina aumentaron en 15 países y sólo en uno no hubo variaciones (CEPAL, 2004b: 147).

5 Las familias complejas, reconstituidas, recompuestas o las nuevas familias son difíciles de cuantificar por medio de las encuestas de hogares, puesto que en la mayoría de los cuestionarios no se pregunta si es la primera unión o una posterior, y no se diferencia entre hijos e hijastros; por lo tanto, estas familias se clasifican como hogares nucleares biparentales.

6 Al respecto, véase Arriagada (1997).

7 La existencia de familias complejas complica la elaboración de esta tipología, porque las familias que han interrumpido un ciclo de vida familiar (por separación y divorcio) e iniciado otro (nuevas uniones) pueden tener familias con hijos con mucho mayor diferencia de edad que las que se mantienen en el tiempo.

8 Por ejemplo, en el ciclo de inicio se hallan las familias que sólo tienen hijos menores de seis años; si una familia tiene un hijo de cinco años y otro de once, queda clasificada en el tipo de familias que se hallan en expansión o crecimiento.

9 Cabe hacer notar la gran diversidad de situaciones entre países según grados de desarrollo socioeconómico de la región, que no siempre se relaciona directamente con la etapa de transición demográfica en que se encuentran.

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