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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.9 no.38 Toluca oct./dic. 2003

 

Tendencias recientes de la pobreza con enfoque de género en América Latina

 

Recent trends on poverty, a gender perspective in Latin America

 

Araceli Damián

 

El Colegio de México.

 

Resumen

Presento una discusión sobre las dificultades teóricas y metodológicas de incorporar el enfoque de género en la medición de la pobreza. En él sostengo que el género no puede ser una variable constitutiva de la pobreza y por tanto no puede formar parte de los métodos de medición. Analizo si existe una feminización de la pobreza en América Latina usando dos indicadores: la relación entre mujeres y hombres pobres (ajustando ésta al peso relativo que cada grupo tiene en la población total), y la evolución de la pobreza por género de la jefatura del hogar, desde la década de 1980 hasta el año 2000. La evidencia empírica refuta la idea de la feminización de la pobreza. Finalmente, analizo el avance logrado por las mujeres en educación, ingresos y participación laboral durante los decenios de 1980 y 1990, que han contribuido a la disminución de la desigualdad de género.

 

Abstract

In this article I discuss the theoretical and methodological problems to incorporate gender into poverty measurement methods. I emphasise that gender cannot be considered as a constitutive element of poverty and, therefore, it cannot be incorporated as a variable in the poverty measurement methods. After that, I analyse whether there is a féminisation of poverty in Latin America based on two indicators. The fist one is the proportion of poor women with respect to poor men (adjusting this proportion to the relative weight each group represents on total population). The second one is the evolution of poverty by the gender of the household head between 1980 and 2000. Empirical evidence analysed refutes the idea of the féminisation of poverty. Finally, I analyse the improvement on some women's social indicators (education, income and labour participation) during the 1980's and 1990s, and the way this improvement has contributed to a reduction of gender inequalities.

 

Introducción

En décadas recientes ha habido una preocupación por las condiciones socioeconómicas desfavorables para las mujeres, lo que ha contribuido a poner en la agenda internacional cuestiones poco atendidas previamente, como la lucha en favor de que las mujeres tengan los mismos derechos económicos, sociales y legales que los hombres. Los enfoques feministas han colaborado con aportes sustanciales en la caracterización de la posición de la mujer en la estructura socioeconómica. En éstos se ha argumentado acerca de la manera en que sobre una base de diferenciación biológica se construyen desigualdades sociales entre hombres y mujeres que se reflejan en la asignación de identidades, actividades y en la separación de ámbitos de acción dentro del tejido institucional que se traducen en acceso desigual al poder.

Uno de los temas que ha merecido especial atención es el de la feminización de la pobreza. En la década de 1970 se afirmaba que existían situaciones que desembocaban en una mayor pobreza en los hogares con jefatura femenina; por ejemplo, el hecho de que este tipo de hogares iba en aumento; que estaban más representados en los estratos pobres; que las mujeres de estos hogares se encontraban con mayores responsabilidades doméstica y extradoméstica; que enfrentaban mayor desempleo, trabajaban menos horas y recibían salarios menores. Asimismo, se sostenía que éstos eran hogares con un mayor número de dependientes (Buvinic et al., 1978).

En la década de 1980 se constató que las innumerables crisis económicas que afectaron a los países en desarrollo deterioraron las condiciones de vida de las mujeres, en especial las de más bajos recursos. Según algunos autores, la función de mantenimiento, reproducción y reposición de la fuerza de trabajo que recae en las mujeres se exacerbó durante las crisis (Barquet, 1994).

Se argumentó durante la década de 1990 que la feminización de la pobreza era un fenómeno global. De acuerdo conNoeleen Heyzer, exdirectora del Fondo de Desarrollo de las Naciones Unidas para la Mujer (UNIFEM), el número de mujeres que vivían en pobreza se duplicó en 20 años. Heyzer afirma que a mediados de la década de 1990 las mujeres constituían al menos 60 por ciento de los mil millones de pobres en el mundo (UNIFEM, 1995: 7). Asimismo, en su Panorama Social de América Latina 1995, la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) incluyó un capítulo dedicado a la relación entre jefatura femenina del hogar y pobreza. En éste sostiene que "el notable incremento de la pobreza registrado en la región en los años ochenta se reflejó en un mayor aumento de los hogares indigentes encabezados por mujeres". Se afirmaba también que

las comparaciones entre ambos sexos permiten concluir que en 7 de 11 países la pobreza es más frecuente en los hogares encabezados por mujeres que por hombres. La diferencia es más acentuada aún en los hogares extremadamente pobres o indigentes... la pobreza extrema, particularmente en las zonas urbanas, afecta sobre todo a los hogares en los que no hay cónyuge varón" (CEPAL, 1995: 70).

En la segunda mitad de la década de 1990, algunos estudios cuestionaron la existencia de una asociación entre pobreza y jefatura femenina (Amagada, 1997, y Lloyd, 1998). No obstante, si bien estos trabajos reconocen que existen otros factores que influyen en la incidencia de la pobreza (como el tipo de hogar, la etapa del ciclo de vida, el acceso a la propiedad, etc.), no niegan que los hogares con jefatura femenina son generalmente más pobres que los de jefatura masculina. De esta forma, Amagada, con base en datos sobre América Latina en 1993, sostiene que

salvo Argentina, México y Uruguay, en todos los hogares con jefatura femenina hay mayor probabilidad de pobreza, ya sean extensos, compuestos o nucleares, hecho constatado por diversos estudios de la región. Lo mismo ocurre al examinar las probabilidades de indigencia, es decir, cuando el grado de pobreza es mayor (Amagada, 1997: 17).

Lloyd, por su parte, afirma que

la más reciente revisión (Quisumbing, Haddady Peña) de la literatura encontró que los hogares encabezados por mujeres generalmente son más pobres, pero no en todos los casos. Las medidas de ingreso por adulto equivalente mostraron unarelación aún más fuerte entre pobreza y jefatura femenina donde los hogares con jefa femenina eran más pobres (Lloyd, 1998: 95).

Analizando los datos de diversos países en desarrollo afirma que no se encuentra una relación entre el porcentaje de personas viviendo en pobreza absoluta (definida de acuerdo al Banco Mundial) y el porcentaje de hogares con jefatura femenina (ibídem). No obstante, más adelante señala que "mientras los hogares encabezados por mujeres con frecuencia son de los más pobres, no parece haber una relación automática entre jefatura femenina y pobreza".

A inicios de la presente década, el Panorama Social para América Latina 2000-2001 muestra una situación muy distinta a la que sostuvo con anterioridad en torno a la relación de género y pobreza en la región. CEPAL señala que

la probabilidad de pobreza de los casi 91 millones de personas pertenecientes a hogares encabezados por mujeres es similar a la probabilidad promedio, lo que expresa que este atributo no connota por sí solo una condicionante de la pobreza (CEPAL: 2001:54-55).

Como se puede deducir, esta afirmación rechaza la opinión sobre la feminización de la pobreza sostenida por este organismo en 1995.

Al parecer, al ala feminista de la CEPAL no le agradaron dichos resultados, ya que el Panorama Social de América Latina 2002-2003 (capítulo síntesis) contradice dos años después lo publicado en 2001. La sección sobre pobreza y desigualdad desde la perspectiva de género señala diversos aspectos relacionados con la desigualdad entre hombres y mujeres en distintos ámbitos sociales y económicos (como el nivel de ingreso, el uso del tiempo, los derechos jurídicos, etc.). Si bien estas diferencias pueden tener implicaciones en la pobreza, el documento no aborda en sí mismo el análisis de la pobreza con perspectiva de género. Esta ausencia se debe probablemente a que, como reconoce la CEPAL en ese documento, los datos sobre "ingresos per cápita tienden a mostrar una situación de igualdad en los hogares". Se señala también que "los datos por hogar ocultan las diferencias en el ingreso entre hombres y mujeres". Sin embargo, hay que recordar que la pobreza no se mide por individuos sino por hogares (aunque esta forma de medirla tiene ciertas limitaciones que analizaremos más adelante).

El asunto no es fácil de dilucidar. Cuando se calcula la pobreza, la unidad en la que ésta se define no es la persona sino el hogar. La pobreza depende no sólo de que uno gane poco, sino también del número de personas que dependen de ese ingreso. Dadas las dificultades para observar la desigualdad interna en el hogar, quienes trabajamos el tema nos vemos obligados siempre a suponer igualitarismo total en el hogar, de tal manera que o todos son pobres o todos son no pobres. Así no se puede probar la feminización de la pobreza. El único recurso que nos queda es comparar algunos indicadores de bienestar entre mujeres y hombres, o bien, analizar la pobreza de los hogares según el sexo del jefe del hogar. Aunque, como veremos, esta forma de abordar la feminización de la pobreza también tiene limitaciones.

El objetivo de este trabajo es verificar, con la información existente, la medida en que existe una feminización de lapobreza en América Latina. Iniciaré el trabajo con una sección en la que discuto las limitaciones de la medición de la pobreza para dilucidar la existencia o no de este fenómeno. Posteriormente analizaré la evolución de la pobreza por género, desde el punto de vista de la relación mujeres/hombres pobres, como a nivel de los hogares, tomando como variable explicativa lajefatura del hogar. Asimismo, analizaré algunos elementos que contribuyen al mej oramiento de las condiciones de vida de las mujeres y que tienen un efecto positivo (o negativo) en las relaciones de género (ingreso promedio de las mujeres, niveles educacionales y participación laboral).

Finalmente presentaré las principales conclusiones y cuáles son las líneas de investigación que surgen de este análisis.

 

Ceguera de género en los métodos de medición de pobreza

Debido a que la medición de la pobreza se basa en las características socioeconómicas del hogar en su conjunto, no se pueden identificar las diferencias por género en el acceso a ciertos satisfactores básicos en el hogar. Este problema se debe, por un lado, a las concepciones economicistas de distribución de recursos en el hogar que lo conceptualizan como una unidad, donde los recursos se distribuyen equitativamente. Por otro, tenemos la limitante de la forma en que se recaba la información en las encuestas de hogares, donde se considera como único recurso el ingreso, dejando de lado el tiempo destinado a la producción y reproducción social del hogar.1 Este recurso ha sido reconocido por la teoría neoclásica del modelo de organización económica de los hogares (Becker, 1965, y Bryant, 1990) como fundamental para el funcionamiento global de la economía. Se afirma que los hogares presentan restricciones de tiempo y no sólo de ingreso para realizar sus actividades de producción y consumo (Bryant, 1990: 9). No obstante, pocas mediciones de pobreza han incorporado la disponibilidad (o falta) de tiempo como una de las variables que determinan elnivel de pobreza de los hogares (Boltvinik, 1999; Damián, 2003; Vickery, 1977) y que además afecta las condiciones de vida, particularmente de las mujeres.

Asimismo, mediante la información generada por medio de las encuestas a gran escala (nacionales, urbanas y rurales) es imposible, por ejemplo, identificar las diferencias de ingesta de alimentos entre niños y niñas o entre adultos y niños, etc. Tampoco podemos identificar a aquellas mujeres, niños y ancianos de hogares clasificados como no pobres y que, sin embargo, por razones discriminatorias carecen de una serie de satisfactores y por tanto deberían ser clasificados como pobres. Estos problemas han sido fuertemente criticados en la literatura con enfoque de género donde se afirma que esta forma de medir la pobreza desestima su incidencia real (Kabeer, 1998: 19). En estos trabajos se enfatiza que no es válido el supuesto sobre el que se basa la medición de la pobreza asumiendo que los miembros del hogar comparten los mismos intereses, y que las decisiones internas las toma el jefe del hogar bajo un principio altruista y benevolente.

Kabeer (1994: 142) advierte que para subsanar las limitaciones en la forma de medir la pobreza se requiere que la información esté desagregada tomando en cuenta las diferencias de los "seres y haceres" (beings and doing) al interior del hogar. Esto implicaría, según la autora, la necesidad de indicadores que reconozcan que las vidas de las mujeres están gobernadas por diferentes y en ocasionesmás complejas restricciones sociales, titularidadesyresponsabilidades que los hombres, y que éstas se llevan a cabo en gran medida fuera del dominio monetarizado. Algunos estudios antropológicos de corte cualitativo han detectado las desigualdades a nivel de hogar (Kabeer, 1994), no obstante, cuando se requiere el análisis macro se dificulta la posibilidad de captar esas desigualdades.

Si bien estas críticas han enriquecido la discusión de los temas de género, el análisis de las diferencias en la pobreza por jefatura no supera las limitaciones señaladas en relación con la forma de medir la pobreza en general, toda vez que los estudios que han examinado el tema consideran una vez más al hogar como unidad. En los trabajos que hacen este tipo de análisis suponen de manera implícita o explícita que la desigualdad se da sólo entre hogares, asumiendo que los de jefatura femenina padecen mayor vulnerabilidad y pobreza que los de jefatura masculina. Asimismo, suponen que al interior de los hogares con jefatura femenina se da una distribución más equitativa de los recursos (Chant, 1997). Sin embargo, no podemos suponer a priori que en estos hogares no se experimenta desigualdad al interior. Cualquier generalización es poco válida, en virtud de que no podemos afirmar que existe un altruismo total en hogares con jefatura femenina, como tampoco una desigualdad total en los hogares con jefatura masculina. La desigualdad en la distribución de recursos se ve afectada no sólo por las relaciones de género, sino también por las de poder, por las relaciones intergeneracionales, etc. Estas desigualdades también prevalecen en los hogares con jefatura femenina. Se trata más bien de un continuum entre un acuerdo casi total en la búsqueda del bienestar de todos los miembros del hogar en un extremo y el conflicto cotidiano en el otro. Este continuum atraviesa tanto a los hogares con jefatura femenina como a los de masculina y afecta en ambos tipos de hogares la distribución de recursos, independientemente de que éstos sean pobres o no pobres.

Por otra parte, la desigualdad por género no puede incorporarse como elemento constitutivo de la pobreza, pues ésta afecta a las mujeres indistintamente de su clase social.2 Por ejemplo, temas como el de la violencia intrafamiliar (o social), el de la salud y la salud reproductiva, que pueden afectar en mayor medida a las mujeres, no pueden convertirse en elementos constitutivos de la pobreza, toda vez que éstos afectan a mujeres de distintas clases sociales, así como hombres, adolescentes, niños, personas de la tercera edad, etcétera.3

Algunos índices alternativos desarrollados a partir de las críticas antes mencionadas ya se presentan desagregados por género —como los de Desarrollo Humano (IDH) del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)—,4 lo cual permite acercarnos a la relación entre el nivel de desarrollo y desigualdad por género, sin embargo, su valor analítico es limitado. Por ejemplo, la correlación entre el nivel de pobreza y el índice relativo al género del PNUD para los países de América Latina (de acuerdo con la CEPAL, 2001, y el PNUD, 1999) es muy alto (0.776). Sin embargo, lo único que podemos deducir es que amedida que se avance en el combate a la pobreza tendremos una situación de género más equitativa en lo que respecta a la esperanza de vida al nacer, la educación y el ingreso. No obstante, no podemos deducir el grado de feminización de la pobreza en el país o región de referencia.

El índice que presenta mayores problemas analíticos es el de potenciación de género que mide la participación de la mujer en la toma de decisiones en los ámbitos económicosypolíticos.5 En la gráfica 1 podemos observar que no existe relación entre el índice de potenciación de género y los niveles de pobreza. Países con bajos niveles de pobreza, como Chile y Uruguay, tienen índice de potenciación de los más bajos de América Latina (donde ocupan los lugares 11 y 13 de 14 países con información). En el otro extremo se encuentra Ecuador y Colombia, con niveles altos de pobreza e índices elevados de potenciación de género. Por otra parte, los países con los mejores niveles del índice de potenciación de género en la región, Costa Rica y República Dominicana, son los que, como veremos más adelante, tienen los mayores índices de feminización de la pobreza. La conclusión a la que nos llevan estos datos es que la participación de las mujeres en la toma de decisiones depende de factores culturales e históricos en cada país, y no necesariamente de la mayor o menor feminización de la pobreza. Incorporar indicadores como los de potenciación de género en la medición de la pobreza podría llevarnos a subestimar o sobrestimar los niveles de pobreza y su grado de feminización.

Debemos tener cuidado de no confundir las diferencias de género con la pobreza, pues una mujer que gana poco no necesariamente es pobre si vive en un hogar en donde el ingreso por persona (o adulto equivalente) es igual o superior a la línea de pobreza. No obstante, es necesario generalizar el uso de métodos de medición que incorporen diversos elementos constitutivos de la pobreza que afectan las condiciones de vida de las mujeres (como el tiempo de trabajo doméstico y extradoméstico) y que no se basan únicamente en el ingreso.6

A pesar de reconocer las grandes limitaciones del método de medición de línea de pobreza7 y señalar las desigualdades que este tipo de mediciones pueden ocultar al interior del hogar (indistintamente del tipo de jefatura), este trabajo se basa en los cálculos sobre pobreza por ingreso y algunos indicadores sociodemográficos publicados por la CEPAL para los países de América Latina. A continuación, antes de entrar en el análisis de la feminización de la pobreza en la región, expondré la evolución de ésta durante las dos últimas décadas.

 

La pobreza en América Latina

A pesar de la implantación de una serie de reformas económicas encaminadas a restituir el crecimiento económico, la pobreza en el continente ha tenido una tendencia al alza desde la irrupción de la crisis de la deuda. Así, tenemos que el porcentaje de población pobre en América Latina aumentó de 40.5 a 43.4 por ciento entre 1980 y 2002 (cuadro 1). Estamos hablando de 136 millones de personas pobres en 1980 y de 220 millones de pobres en 2002, es decir, un aumento de 61.8 por ciento.

Por otra parte, la disminución de la pobreza que se observó a inicios de la década de 1990 (en 1990 la pobreza alcanza en América Latina su nivel máximo: 48.3 por ciento de lapoblación) se revierte en 1997, cuando diversas economías entran en una nueva fase de crisis. La pobreza para esa fecha representaba 43.5 por ciento del total de la población y para el año 2003 se calcula que llegó a 43.9 por ciento (CEPAL, 2003: 3). Estos datos nos muestran la insuficiencia y el poco resultado que han tenido las políticas de ajuste y cambio estructural en toda América Latina, pues actualmente la pobreza es más alta que en 1980.8 A continuación se examina si existe suficiente evidencia para afirmar que el continente está sufriendo un proceso de feminización de la pobreza, además de identificar aquellos países dónde las mujeres se ven particularmente desfavorecidas en sus condiciones de vida.

 

La pobreza en América Latina con enfoque género

Relación de feminidad de la pobreza

El Boletín Demográfico de la CEPAL (2002) nos proporciona información sobre distintos aspectos poblacionales a finales del siglo XX y por primera vez es elaborado con enfoque de género. El cuadro 6b del documento (CEPAL, 2002: 198-199) se refiere a la "relación de femeneidad" de la población pobre en 1999, que divide al número de mujeres pobres entre el de hombres pobres y se expresa en por ciento. Con base en este cuadro tendríamos que afirmar que la pobreza afecta más a mujeres que a hombres, toda vez que la relación de feminidad es superior a 100 por ciento tanto en áreas urbanas como rurales en 11 de los 17 países con información disponible.9 Adicionalmente, otros cuatro países tienen un índice de feminidad mayor al 100 por ciento, ya sea en sus áreas urbanas o rurales10 y sólo dos países tienen relaciones de feminidad menores a 100 por ciento (CEPAL, 2002: 198-199).11 No obstante, la CEPAL comete un error metodológico: ignorar que en la mayoría de los países latinoamericanos las mujeres constituyen una proporción de la población mayor a la de los hombres con respecto a la población total. Por tanto, para tener un índice de feminidad de la pobreza que refleje esta situación, los datos deben ser ajustados de acuerdo con el peso relativo que tienen las mujeres en cada país. El cuadro 2 contiene el índice de feminidad corregido por el peso relativo que tienen las mujeres en el total de la población para áreas urbanas y rurales; a diferencia del cuadro original de la CEPAL, presenta el índice para el total de la población en cada país y en América Latina. Este índice lo expresé en relación con la unidad.12 Con base en este índice podemos afirmar que en América Latina existe una ligera masculinización de lapobreza. No obstante, ésta afecta prácticamente amujeres y hombres por igual, ya que larelación es de 0.99 mujeres por cada hombre pobre en la región. En áreas urbanas se tiene el mismo índice que para la población total y sólo en las áreas rurales la pobreza está feminizada, ya que el índice es ligeramente mayor a uno: 1.02 mujeres por cada hombre pobre.13

Existen algunas diferencias entre países. En seis de ellos (Argentina, Brasil, Guatemala, Honduras, Paraguay y Uruguay), el índice fluctúa de 0.97 a 0.99, es decir, se da una "masculinización" de la pobreza. En otros seis países, la relación es uno auno (Bolivia, Colombia, Ecuador, El Salvador, México y Nicaragua), es decir, la pobreza afecta por igual a hombres y mujeres. Sólo en cinco países la pobreza está feminizada, ya que sus índices de feminidad de la pobreza presentan valores superiores a uno: Chile, Panamá, Venezuela, Costa Rica y República Dominicana. Sin embargo, mientras que los tres primeros tienen una ligera feminización de la pobreza (con valores de 1.01 a 1.04), Costa Rica y República Dominicana tienen índices muy elevados (de 1.14 y 1.11, respectivamente, cuadro 2).

Existen diversas hipótesis que podrían explicar la fuerte feminización de la pobreza en estos dos países (García y Rojas, 2002). Una de ellas es el alto porcentaje de hogares encabezados por mujeres. No obstante, esta hipótesis queda rechazada si consideramos que otros siete países latinoamericanos tienen un porcentaje igual o superior de hogares jefaturados pormujeres y no presentan una feminización de la pobreza.14

Para poder conocer cuáles son los determinantes de la feminización de la pobreza, sobre todo en Costa Rica y República Dominicana, se requiere mayor investigación sobre los aspectos socioeconómicos y culturales que han determinado esta situación. Seguramente fenómenos como el de los hogares de convivencia, es decir, que los hombres no viven en el hogar de sus parejas, expliquen en parte esta situación. Otra posibilidad puede ser el efecto en la distribución poblacional (y por tanto de pobres y no pobres) de la emigración hacia otros países.

A pesar de que no podemos afirmar que existen más mujeres que hombres pobres en América Latina (excepto en los cinco países arriba mencionados), debemos recordar que la medición de la pobreza se basa en el ingreso de los hogares y, por tanto, no es posible capturar las diferencias de género en otros aspectos que afectan la calidad de vida, como por ejemplo, el tiempo dedicado a actividades domésticas y extradomésticas.15 A continuación se revisa la evidencia en torno a si existe una feminización de la pobreza de acuerdo con el tipo de jefatura en el hogar.

La pobreza según tipo de jefatura en el hogar

Una de las tesis sobre la feminización de la pobreza se basa en la comparación del porcentaje de hogares pobres según jefatura (masculina o femenina).16 Como ya se mencionó, los primeros trabajos que se realizaron sobre este tema en América Latina y otros países subdesarrollados afirmaban que la pobreza afectaba en mayor porcentaje a los hogares con jefatura femenina que a los de jefatura masculina. Buvinic et al. (1978:73-74) apuntaban que las mujeres jefas de familia tenían una participación laboral más alta que las mujeres en general, por lo cual tenían que enfrentar en solitario la carga doméstica y extradoméstica, y dado que la capacidad de éstas para generar ingreso era menor que su contraparte masculina, los hogares con jefatura femenina eranmás dependientes del ingreso de las mujeres, por lo que su nivel de vida era más bajo. Asimismo en el Panorama Social de América Latina, 1995, la CEPAL también planteaba que los hogares encabezados por mujeres

son mucho más frecuentes en los estratos más pobres de la población; las mujeres que los encabezan deben asumir múltiples responsabilidades y se ven sujetas a variadas presiones, lo que conspira contra el bienestar de los miembros de la familia (CEPAL, 1995: 69).

No obstante, algunos trabajos cualitativos han mostrado que la existencia de hogares con jefatura femenina resultan, en diversas ocasiones, de la elección realizada por las mujeres y que, por lo general, estos hogares tienden a tener menores índices de violencia y los hijos alcanzan una mejor calidad de vida (Chant, 1997). Veamos cual es la evidencia en términos de pobreza por ingreso según tipo de jefatura.

En primer lugar tenemos que, según datos de la CEPAL, los hogares con jefatura femenina tenían en 1999 el mismo porcentaje de población pobre que el total de la población (43.1 por ciento). Además, si consideramos la extrema pobreza o indigencia, ésta afectaba a 17.5 por ciento de la población en los hogares con jefatura femenina, mientras que para el total de la población este porcentaje era de 18.4 por ciento (CEPAL, 2001: 53). Por lo tanto, la indigencia en América Latina estaba ligeramente "masculinizada".

Para analizarlos diversos países de la región, sólo cuento con la información publicada sobre el porcentaje de hogares, y no de personas pobres, viviendo en hogares con jefatura femenina. Asimismo, la CEPAL sólo publica datos sobre la pobreza en el total de los hogares y en los jefaturados por mujeres. Por lo tanto, no tengo datos precisos sobre la pobreza en los jefaturados por hombres. No obstante, si el porcentaje de hogares pobres es más alto en el total, que en los jefaturados por mujeres, por simple lógica podemos concluir que la pobreza afecta más a los hogares con jefatura masculina. Otra limitante de la información disponible sobre pobreza en los hogares con jefatura femenina es que ésta sólo se refiere a las áreas urbanas. Por lo tanto, las conclusiones sólo son aplicables al universo urbano del continente (75 por ciento de la población total de la región).

Con base en el último año con información por país (1999-2000), se observa que en seis (Argentina, Brasil, Guatemala, México Paraguay y Uruguay) de 17 países la pobreza en hogares con jefatura femenina es menor que la observada para el conjunto de hogares. Por lo tanto, estos países presentan una masculinización de la pobreza. Si consideramos además que éstos concentraban 72.9 por ciento del total de la población urbana de los 17 países incluidos, podemos decir que los hogares urbanos en América Latina tienden a padecer menor pobreza si son jefaturados por una mujer (cuadro 3).

En Bolivia, Chile y Colombia los hogares con jefatura femenina tienen el mismo porcentaje de pobreza que el total, por lo tanto, la pobreza afecta igualmente a los de jefatura masculina y femenina. Estos países concentran 14.2 por ciento de la población urbana en América Latina. Por último, los países que tienen un mayor porcentaje de hogares pobres cuando éstos están jefaturados por mujeres son Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Panamá, República Dominicana y Venezuela. Es en éstos en los que sí existe una clara feminización de la pobreza, por tipo de jefatura. Cabe resaltar que Costa Rica y República Dominicana fueron, además, los países con los índices más altos de feminidad de la pobreza cuando ésta se constató en términos del número de mujeres por cada hombre pobre. El total de población urbana viviendo en los países que presentan feminidad de la pobreza por tipo de hogar es de 13.4 por ciento. Con base en esta evidencia podemos afirmar que la pobreza urbana en América Latina estaba masculinizada a finales del siglo XX.

Si aceptamos como válido que a inicios de la década de 1990 la pobreza en la región estaba feminizada, es importante analizar cómo se llegó a la masculinización de la misma. El periodo de análisis (1990-1999) comprende dos subperiodos. En el primero (1990-1997), la pobreza se redujo en la mayoría de los países de la región. El segundo (1997-1999), cubre el inicio del estancamiento económico en América Latina que se extiende hasta nuestros días.

A finales de la década de 1980 o principios de la de 1990, la pobreza en América Latina estaba feminizada, toda vez que en 13 de los 16 países con información el porcentaje de hogares pobres era más alto si estaban jefaturados por mujeres. En cambio, a finales de la década de 1990 sólo nueve de 17 se encontraban en esa situación. Por otra parte, en ocho países (Bolivia, Brasil, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Uruguay y Venezuela), la pobreza disminuyó más en los hogares con jefatura femenina que en los de masculina. Veamos un ejemplo. En Bolivia, 55.7 por ciento de los hogares con jefatura femenina eran pobres en 1989; en cambio, este porcentaje para el total era de 49.3 por ciento. Es decir, existía una fuerte feminización de la pobreza. Para 1999, el porcentaje de hogares pobres con jefatura femenina era de 42.6 por ciento, mientras que para el total era de 42.3 por ciento, es decir, que después de diez años la pobreza afectaba casi en la misma proporción a los hogares con jefatura femenina y masculina, observándose un proceso de desfeminización de la pobreza (en los otros países se observa una situación similar, cuadro 3).

En otros dos países (Chile y Colombia), la disminución de la pobreza se dio al mismo ritmo en ambos tipos de hogares. Por ejemplo, en Chile, aproximadamente 33 por ciento de los hogares, tanto con jefatura femenina como del total, eran pobres en 1990. Para 1998, este porcentaje se había reducido a 17 por ciento en ambos casos.17

Por último, tenemos que Argentina, Costa Rica, El Salvador y Nicaragua son los únicos países en América Latina donde se observó una feminización de la pobreza por tipo de hogar durante la década de 1990. En Argentina, por ejemplo, donde la pobreza ha sido tradicionalmente menor en los hogares con jefatura femenina, el porcentaje de pobreza en éstos aumentó mas rápidamente que en los jefaturados por hombres. En 1990, la pobreza afectaba a 8.5 por ciento de los hogares con jefatura femenina y a 12.3 por ciento del total. En 1999, los porcentajes fueron de 14.6 por ciento y 16.3 por ciento respectivamente, es decir que mientras que a inicios de los noventa la diferencia en los porcentajes de pobreza fue de 3.8 puntos porcentuales, ésta se reduj o a 1.7 a finales de la década (cuadro 3).

Por otra parte, Costa Rica, El Salvador y Nicaragua fueron los únicos países en la región en los que tanto a inicios como a finales de la década de 1990 la pobreza en hogares con jefatura femenina fue mayor y además la brecha se amplió.

A partir de la información analizada sobre los hogares urbanos por tipo de jefatura podemos afirmar que por lo general en América Latina la pobreza disminuyó más en los de jefatura femenina que en los de masculina. Por lo tanto, si consideramos como válida la observación de la CEPAL en 1995, es decir, que existí auna feminización de la pobreza en América Latina, una de las conclusiones de esta sección es que el continente vivió una desfeminización (o masculinización) de la pobreza en la década de 1990. Es importante destacar de nuevo que el periodo de análisis se caracterizó por la disminución de la pobreza en la mayoría de los países de América Latina. Tomando en cuenta que actualmente la región lleva cinco años de lento (y en ocasiones negativo) crecimiento económico, será tarea pendiente contrastar estos hallazgos con la evolución de la pobreza por género para mediados de la primera década del siglo XXI.

 

Cambios en la condición socioeconómica de las mujeres

Los estudios de género han identificado claramente las áreas de mayor desigualdad: educación, oportunidades de trabajo, remuneraciones, derechos a la propiedad, acceso a préstamos e información y la carga de trabajo doméstico. No obstante, como veremos en esta sección, las mujeres en América Latina han experimentado una mejoría más acelerada en ciertos indicadores de bienestar.

El aumento en los niveles educativos de las mujeres

En lo que se refiere a los indicadores sobre educación, desde la perspectiva de género encontramos resultados realmente notables. Los niveles promedio de educación de las mujeres han mejorado más que los de los hombres. De esta forma tenemos que mientras a principios de la década de 1990 sólo en Argentina, Panamá y Uruguay las mujeres de entre 25 a 59 años de edad tenían un promedio de años estudiados mayor que el de los hombres, a finales de los noventa (o en 2000) dos países más se encontraban en esta situación,18 lo mismo que las áreas urbanas de República Dominicana y, sorprendentemente, las rurales de Colombia y Honduras. Adicionalmente, en otros siete países el nivel de instrucción de las mujeres es casi igual al de los hombres, con diferencias menores a medio año de estudio19 Sólo en cuatro países de América Latina las diferencias son mayores a un año (cuadro 4).20

En el grupo de edad de entre 15 y 24 años también encontramos avances más significativos en la educación de las mujeres que la de los hombres. Mientras que a inicios de la década de 1990 en once de 17 países (con información) las mujeres tenían niveles de educación iguales o más altos que los de los hombres, para el 2000 en casi todos los países latinoamericanos se observa esta situación (tanto en áreas rurales como urbanas). México, Guatemala y Bolivia son la excepción, aunque las diferencias se dan básicamente en sus áreas rurales, ya que en las urbanas el promedio para hombres y mujeres es casi el mismo.21

Por otra parte, en 12 de los 17 países latinoamericanos, las mujeres urbanas de 15 a 24 años de edad ya completaron la educación secundaria, mientras que en el resto su educación es superior a la educación primaria (fluctuando entre 7.5 y 8.8 años estudiados, véase cuadro 5).22 Este mismo nivel de educación también ha sido adquirido por las mujeres rurales en 8 de 14 países con información sobre estas áreas (siendo las de Chile las de mayor nivel educativo, con 9.8 años estudiados). Los países con niveles muy bajos de educación para las mujeres en las áreas rurales están encabezados por Guatemala, con 3.1 años de estudio en promedio, y le siguen Nicaragua, 4.6; Honduras, 5.1; Brasil, 5.4; El Salvador, 5.5, y Bolivia, 5.6 (cuadro 5). Asimismo, en estos países la educación de los hombres rurales es muy bajay en algunos de ellos es menor que la de las mujeres (de entre 15 a 24 años de edad).23

Por otra parte, son alarmantes los bajos niveles educativos, tanto de hombres como de mujeres de entre 25 y 59 años de edad en los ámbitos rurales. Sólo en Chile, Costa Rica y Panamá la población rural tiene un promedio de instrucción de poco más de seis años de educación, el equivalente a la educación primaria básica. Es una situación crítica, la cual es más desfavorable para las mujeres, pero no por ello deja de ser alarmante para los hombres: los habitantes de las áreas rurales de Guatemala, Bolivia, Brasil, El Salvador y Nicaragua se encuentran con un promedio de años menor a cuatro estudiados.24 En Colombia, México, República Dominicana y Venezuela, tanto hombres como mujeres rurales tienen entre cuatro y cinco años de estudio (cuadro 4).

Los bajos niveles de educación de la población de mayor edad (25-59 años) en América Latina nos llevan a cuestionar la premisa sobre la que operan los programas (como Oportunidades) en los que se apoya la educación exclusivamente de niños y adolescentes, con la idea de que esto solucionará la pobreza del futuro, olvidando la del presente. Bajo esta perspectiva, los adultos y personas de la tercera edad se han vuelto prescindibles. Sin embargo, todos merecen recibir apoyo para mejorar sus niveles educacionales y con ello su nivel de vida.

Cambios en las diferencias salariales entre hombres y mujeres

Uno de los argumentos que ofrece la CEPAL parajustificar la ausencia del análisis de la pobreza por género a nivel de hogar en el Panorama Social de América Latina 2002-2003 es que la información a este nivel oculta la desigualdad de ingreso entre mujeres y hombres. Como lo mencioné, las mujeres ganan en promedio menos que los hombres (controlando variables como nivel de educación, años de experiencia, etc.), pero el hecho de que éstas ganen menos no determina su condición de pobreza. Sin embargo, dado que los resultados antes presentados dan indicios de una masculinización de la pobreza en América Latina durante la década de 1990, a continuación analizaré la evolución de las desigualdades en el ingreso recibido por hombres y mujeres en este periodo. Una vez más, debido a la disponibilidad de información, esta sección se referirá a las desigualdades en el medio urbano.

Según los datos publicados por la CEPAL, las diferencias en el nivel de ingreso medio de hombres y mujeres en las zonas urbanas durante la década de 1990 se redujeron.25 En 1990, Uruguay era el país con la mayor desigualdad de género en el ingreso medio, ya que el de las mujeres representaba tan solo 45 por ciento del de los hombres. El país con la menor diferencia era Panamá, donde el ingreso medio de las mujeres representaba 80 por ciento del de los hombres.26

Para finales de la década, en 1998, el país con la mayor desigualdad era Guatemala, donde el ingreso medio de las mujeres era equivalente a 55 por ciento del de los hombres. Por otra parte, el país con la menor diferencia fue de nuevo Panamá, donde el ingreso de las mujeres equivalía a 84 por ciento del de los hombres (cuadro 6). Con base en estos datos podemos afirmar que la brecha del ingreso entre hombres y mujeres se acortó en la última década del siglo XX. No obstante, es importante señalar que a partir de las crisis observadas en distintos países latinoamericanos de 1997 en adelante, la tendencia observada se revierte en algunos de ellos (Argentina, Chile, Costa Rica, Ecuador y Nicaragua).

Cabe llamar la atención sobre el hecho de que la reducción en la desigualdad del ingreso entre mujeres y hombres no representó necesariamente un mejoramiento de la situación de éstas, ya que este fenómeno fue resultado de los siguientes tres procesos:

1. El ingreso medio de hombres y mujeres se contrajo; no obstante, el femenino cayó menos que el masculino.27 Por lo tanto, la reducción en la desigualdad fue producto de una pauperización generalizada que afectó más los ingresos de los hombres. Esta situación se presentó en Bolivia, Honduras, Nicaragua y Venezuela.

2. En Argentina, México, Brasil, Ecuador y Perú, el nivel medio de ingreso de las mujeres se mantuvo constante, mientras que el de los hombres se redujo.

3. En el resto de los países (Chile, Colombia, Costa Rica, El Salvador, Panamá, Paraguay y Uruguay) la reducción de la desigualdad en el ingreso se explica por el aumento más acelerado del nivel salarial de las mujeres. Solamente acerca de estos países podemos hablar de un mejoramiento generalizado del ingreso, que benefició más a mujeres que a hombres.

Si bien no podemos hablar de una generalización del deterioro en el nivel de ingreso de las mujeres en América Latina, es importante señalar que en los países con mayor población (Brasil, México y Venezuela) el ingreso de las mujeres no mejoró en términos reales.

Asimismo, quiero señalar que no existe relación entre niveles de pobreza y desigualdad en el ingreso medio de mujeres y hombres. Por ejemplo, en Honduras y Uruguay, las mujeres ganaban en promedio 65 por ciento del ingreso de los hombres, no obstante, en el primero había 79.7 por ciento de pobreza y en el segundo sólo 9.4 por ciento en 1999.

Adicionalmente, se observa que la diferencia en el ingreso de las mujeres con respecto al de los hombres cambia de acuerdo con la edad (cuadro 6) y con el número de años estudiados (CEPAL, 2001: 203-204). En el cuadro 6 se observa que a medida que la edad de las mujeres aumenta, las diferencias se hacen más grandes, presentándose la mayor desigualdad en el ingreso entre hombres y mujeres en el grupo de edad de 55 años y más. Destaca el hecho de que las mujeres más jóvenes (de entre 15 y 24 años de edad), son las que tienen ingresos más cercanos a los de los hombres y en algunos casos superan a éstos (véase, por ejemplo, en el cuadro 6, Colombia y Panamá).

En lo que se refiere a la influencia de la escolaridad, se observa que la diferencia del ingreso medio de las mujeres con respecto al de los hombres se acorta a medida que aumenta el número de años estudiados. No obstante, la desigualdad aumenta de manera dramática en el grupo de población que tiene 13 años o más de estudios. Salvo enBrasil, Chile, Argentina, México, Nicaragua, Paraguay y Venezuela, las mujeres con los niveles de educación más bajos son las que sufren mayores desigualdades salariales.

Con base en los datos antes analizados podemos afirmar que las generaciones más jóvenes de mujeres son las que están logrando reducir las diferencias salariales con respecto a los hombres. Esto puede deberse en parte a que éstas están logrando niveles educacionales iguales o superiores a los de los hombres. Por otra parte, seguramente se han dados cambios importantes en la composición de la demanda de mano de obra en la que se favorece el empleo femenino.28

Participación laboral de las mujeres

Durante las décadas de 1980 y 1990, la participación femenina en los mercados de trabajo en América Latina tuvo un crecimiento muy importante. A inicios de los ochenta, en la mayoría de los países (siete de doce con información), la participación de las mujeres era de aproximadamente la tercera parte de las que tenían edad de trabajar. En pocos países la participación llegaba a ser superior a 40 por ciento. En cambio, a finales de los años noventa, en doce países la participación llegó a más de 50 por ciento. Sólo en seis países (Argentina, Chile, Costa Rica, México, Panamá, y Venezuela) la participación femenina registró niveles menores a 50 por ciento, pero aun así fueron mayores a 40 por ciento (cuadro 7).

El aumento en la participación laboral femenina puede ser visto desde dos perspectivas. La primera es que ésta se dio debido al empobrecimiento que sufrieron los hogares durante las distintas crisis que experimentaron nuestros países en las dos décadas recientes. Esto, según algunos autores, orilló a un importante número de mujeres a ingresar al mercado de trabajo (García, 1994; García et al., 1999). No obstante, una dificultad para probar esta hipótesis es que no podemos saber si el aumento en la participación se hubiera dado aun cuando no hubiesen existido las crisis. Por otra parte, como veremos más adelante, la información sobre América Latina no sustenta la idea de que ante una contracción económica aumenta la participación femenina en el mercado laboral.

La segunda hipótesis sobre el aumento en la participación femenina puede estar relacionada con los cambios sufridos en la estructura de la demanda de mano de obra en los países latinoamericanos, que favorecieron las actividades en las que se privilegia la participación femenina (maquiladoras, servicios, comercio, etc.). A la par de estos cambios se experimentaron otros procesos que pudieronhaber influido en dicho aumento. Destacan los cambios experimentados en las relaciones de género, el rápido proceso de urbanización, la reducción en las tasas de natalidad, el aumento de los niveles educativos de las mujeres, etc. Más allá de la identificación de las causas que llevan a las mujeres a la participación laboral, podemos suponer que para algunas de ellas esto significa obtener una mayor autonomía financiera, que puede traducirse en un fortalecimiento de éstas en la estructura familiar y de género. Asimismo, hace posible que puedan asegurar o contribuir para el logro del bienestar de sus dependientes económicos (paraun análisis de algunos de los beneficios asociados con la participación laboral femenina véase Ariza y De Oliveira, 2001).

La primera hipótesis en torno a los factores que explican la participación femenina tomó fuerza a finales de la década de 1980 y principios de la de 1990, debido a que la mayoría de los países latinoamericanos experimentaron periodos de contracción económica durante los años ochenta.29 A pesar de esta tesis, la evidencia empírica para América Latina no es conclusiva. En algunos países como México y Uruguay, los cambios en la participación laboral femenina no parecen estar asociados a periodos de auge o crisis, ya que ésta crece independientemente del ritmo de crecimiento económico. En cambio, en Brasil, Colombia, Chile, Guatemala, Honduras, Paraguay y Venezuela, el cambio en la tasa de participación femenina sí tiene un comportamiento procíclico. Por ejemplo, en Brasil, en el periodo que va de 1979 a 1987, la participación femenina tuvo un aumento sustancial, de 37 a 44 por ciento, y la economía creció en 9.4 puntos porcentuales. Por otra parte, en el periodo 1987 a 1990, la economía tuvo un crecimiento negativo de 6.8 por ciento, y la tasa de participación apenas si aumentó a 45 por ciento, es decir, su ritmo de crecimiento se contrajo fuertemente. Argentina, Costa Rica y Panamá fueron los únicos países en donde la participación femenina tuvo un comportamiento anticícliclo, toda vez que la tasa de participación femenina aumentó en la crisis y disminuyó en sus respectivos periodos de recuperación económica (cuadros 7 y 8).

De lo observado durante la década de 1980 en América Latina la conclusión es que en sólo tres países (Argentina, Costa Rica y Panamá) la participación laboral parece tener un comportamiento anticíclico, mientras que en otros seis (Brasil, Chile, Colombia, Guatemala, Honduras y Paraguay) se presenta un comportamiento procíclico a los cambios económicos y en otros dos (México y Uruguay) no existe relación entre estas dos variables.

Los años noventa iniciaron con un periodo de crecimiento económico para la mayoría de los países en América Latina. Entre 1990 y 1997, catorce de los diecisiete países con información disponible tuvieron crecimiento positivo del PIB per cápita,30 y sólo tres tuvieron crecimiento igual a cero o negativo.31 El crecimiento promedio para América Latina fue de 1.4 por ciento anual (cuadro 9).

De los 16 países con información sobre participación laboral, la tasa femenina aumentó, observándose un comportamiento procíclico, en casi todos ellos, excepto en Costa Rica, El Salvador, Nicaragua y Paraguay (cuadros 9 y 10).32 Por lo tanto, podemos decir que en lamayoría de los países latinoamericanos durante el periodo de crecimiento económico laparticipación femenina aumentó, presentándose así un comportamiento procíclico (de la misma manera, la pobreza se redujo en la región de 48.3 a 43.5 por ciento de la población).

Entre 1998 y 2000 ocho países latinoamericanos vivieron una recesión con crecimiento negativo del PIB per cápita;33 de ellos, en Argentina, Paraguay y Perú, la participación de las mujeres en el mercado de trabajo disminuyó y por tanto tuvieron un comportamiento procíclico. En otros cinco países la participación laboral siguió aumentando, por tanto, no se dio una asociación entre aumento de la participación laboral femenina y cambios en el crecimiento.

De los nueve países con crecimiento económico en este mismo periodo, en ocho la tasa de participación se comportó de manera procíclica34 y sólo Panamá sufrió una contracción en su tasa femenina, colocando a este país como el único con comportamiento anticíclico en ambas décadas.

A pesar de que en la mayoría de los casos la tasa de participación femenina tuvo un comportamiento procíclico tanto en la década de 1980 como en la de 1990, no podemos ignorar el hecho de que en algunos países no es muy clara la relación que existe entre la participación laboral femenina y los cambios en el crecimiento económico. Esto puede deberse a diversos problemas relacionados tanto con la confiabilidad de los datos como con los procedimientos de captación de la información y con la forma en que se mide el empleo.

Por lo general, la tasa de participación se refiere al porcentaje de población en edad de trabajar que se encuentra trabajando o declara estar buscando trabajo. Existen dificultades para definir social y culturalmente lo que las mujeres entienden como trabajo (remunerado o no), también las hay para identificar a aquellos que no tienen trabajo y estarían dispuestos a trabajar, pero que dada la imposibilidad de encontrarlo ya no se declaran como buscadores de empleo. Otro de los problemas es que en las encuestas se introducen cambios en las definiciones de, por ejemplo, el periodo de referencia,35 el número de preguntas encaminadas a identificar a los trabajadores o la forma de diferenciar a los pertenecientes a la población económicamente activa.36 Estos problemas pueden acarrear cambios bruscos en los niveles de participación laboral (sobre todo de las mujeres), como consecuencia de cambios en las definiciones de empleo, más que como resultado de cambios económicos.

Otra dificultad importante al analizar la evolución del empleo es que la información no se estandariza de acuerdo con el número de horas trabaj adas por persona. Es decir, para calcular la tasa de participación cuenta lo mismo una persona que trabaja 10 horas que otra que trabaja 60. No obstante, para evaluar la evolución del empleo con relación al crecimiento económico es importante determinar el volumen total del trabajo realizado por la sociedad en cuestión. Como lo he demostrado en otra investigación, a pesar de que el número de personas que participan en el mercado de trabajo puede aumentar en periodos de crisis, el número total de horas trabaj adas por los que participan en el mercado laboral puede disminuir. Por tanto, el empleo global y las posibilidades de generar riqueza no aumentan, sino que tienden a disminuir (Damián, 2002, y Damián, 2003). Asimismo, otras investigaciones han demostrado que parte del aumento de la fuerza de trabajo femenina en América Latina durante la década de 1980 respondió a una tendencia secular que se ha venido observando desde 1970 (Infante y Klein, 1991), situación que seguramente continúo observándose en la década de 1990.

La importancia de considerar el número de horas trabajadas para evaluar la participación femenina en el mercado de trabajo la observamos en el cuadro 11.

Este cuadro contiene el cálculo de las tasas de participación equivalentes en zonas urbanas para trece países con información disponible sobre horas trabaj adas promedio por sexo en 1992.37 Si tomamos las tasas de participación sin ajustar, tenemos que Argentina sería uno de los países con más baja participación laboral femenina, ubicándose en el cuarto lugar más bajo de los doce con información. Sin embargo, cuando calculamos la tasa de participación equivalente, este país se ubica en el cuarto lugar más alto debido a que en promedio sus mujeres trabajan jornadas laborales por arriba de la norma de 48 horas (53 horas a la semana). Por el contrario, Uruguay, que tiene el tercer lugar más alto de participación femenina (junto con Bolivia), cae al noveno lugar (de doce) al utilizar las tasas de participación equivalentes (cuadro 11).

Por otraparte, si llevamos al extremo la idea de que la participación femenina aumenta con la reducción en el ingreso, tendríamos que encontrar una asociación entre pobreza y participación laboral femenina (equivalente). No obstante, el coeficiente de correlación entre pobreza y tasas de participación equivalente resultó ser muy bajo (0.229), por tanto, la idea de que la pobreza conduce a una mayor participación de las mujeres en el mercado de trabajo no se confirma para América Latina.

Esto puede observarse en la gráfica 2. El eje de las X tiene la información de los niveles de pobreza, y en el de las Y, la tasa de participación equivalente para 1992. Podemos constatar aquí que si bien en cinco países38 parece haber una asociación entre niveles de pobreza y participación laboral femenina (a menor pobreza menor participación laboral), en el resto no existe asociación. Por ejemplo, Argentina tiene una participación femenina mucho más alta que la mayoría de los países y su nivel de pobreza es el segundo más bajo. Por otro lado están Colombia y Paraguay, con los niveles de participación laboral femenina más altos (48.96 por ciento y 46.75 por ciento, respectivamente) y, sin embargo, en 1992 tenían niveles medios de pobreza (38 y 36 por ciento, respectivamente). Adicionalmente, estos tres países, junto con Honduras, son los que tienen las tasas de participación laboral más altas; no obstante, su PIB per cápita fluctuaba entre 689 dólares en Honduras y 5 545 dólares en Argentina en 1992 (CEPAL, 1995).

Tenemos, por otro lado, que Honduras y Guatemala, con los niveles más altos de pobreza en 1992 (66 por ciento y 54 por ciento, respectivamente), tenían tasas de participación femenina equivalente muy distintas, de 44.9 por ciento y 33.2 por ciento, respectivamente, ubicando al primero como el tercer país con participación femenina más alta y al segundo como el de la más bajas (de doce). Con base en lo anterior, podemos afirmar que se requiere hacer estudios particulares sobre los determinantes de la participación femenina en cada país, como por ejemplo, analizar los factores culturales, las estructuras productivas, etc., y de esta manera tener claras cuáles serían las políticas apropiadas para cada país.

Es posible concluir que las relaciones de género sufrieron importantes modificaciones en las décadas de 1980 y 1990, en donde se observa una igualación de los niveles de escolaridad entre hombres y mujeres, una disminución en la brecha de ingresos entre ambos sexos y además un aumento importante de las mujeres participando en el mercado de trabajo.

 

Conclusiones

En este trabajo vimos que la medición de la pobreza, en sí misma, no se ocupa de cuantificar el grado de desigualdad en el acceso a satisfactores al interior de los hogares. No obstante, pueden utilizarse métodos más completos, como el MMIP, que incorporan recursos fundamentales que afectan el nivel de vida de las mujeres, como el tiempo necesario para trabajo doméstico y extradoméstico. Se requiere impulsar el uso de estos métodos en toda América Latina.

Asimismo, una de las principales conclusiones que se desprende de la información analizada es que la pobreza en América Latina afecta casi en la misma proporción a ambos sexos, ya que existen 99 mujeres pobres por cada 100 hombres pobres. No obstante, a nivel de hogar detectamos que la pobreza en América Latina sufrió un proceso de desfeminización o masculinización durante la década de 1990. Los alcances de este trabajo no permiten determinar cuáles fueron las causas que llevaron a este proceso. No obstante, se identificaron aspectos en los cuales las mujeres, en general, mejoraron su posición con respecto a los hombres. O los hogares encabezados por mujeres se vieron menos afectados en los casos donde empeoraron las condiciones de vida.

A partir de los datos analizados se identifican tres áreas futuras de investigación. La primera es explorar las causas por las que en algunos países la pobreza afecta más a los hogares con jefatura femenina. La segunda consiste en indagar por qué ciertos países están experimentando una feminización de la pobreza, mientras que otros están experimentando una dinámica inversa. La tercera está dirigida a detectar si el proceso de masculinización de la pobreza es un reflejo de la caída de los ingresos de los jefes de familia masculinos o se debe a otros factores, como por ejemplo, una disminución en la participación laboral y generación de ingreso enhogares de este tipo, o una mejor posición ocupacional de las jefas de hogar, reducción del tamaño de sus hogares, etcétera.

Por otra parte, encontramos que una de las áreas en donde se mejoró notablemente la situación relativa de las muj eres fue la de educación. Asimismo, los datos aquí presentados nos llevan a cuestionar la utilidad de programas de apoyo a la educación para niños y jóvenes, como el Progresa, que favorecen con montos de becas más altos a las mujeres en edad de estudiar. La información muestra que en la mayoría de los países latinoamericanos las mujeres están obteniendo niveles de preparación similares o superiores a los de los hombres. Este tipo de apoyos sólo son lógicos en el contexto de países o áreas donde las mujeres sufren desventajas; pero, por lo general, en esos contextos los hombres también presentan grandes rezagos educativos. Asimismo, se puede afirmar que en las áreas urbanas las becas deben ser dirigidas a la educación media superior y superior, debido a que la población joven ya ha logrado este nivel de estudios en la mayoría de los países. Sin embargo, es notable el abandono de la inversión pública en esos niveles educativos; al menos en México, los gobiernos de las tres décadas recientes han evitado la creación de espacios públicos de educación media superior y superior.39 Gran parte del problema de la educación de los jóvenes es la falta de oferta, lo cual no se resolverá mediante otorgamiento de subsidios a la educación, como lo hace el programa Oportunidades. Por otra parte, para la superación de la pobreza es importante no sólo aumentar los niveles de instrucción, sino generar las condiciones para desarrollar la actividad económica y con ello aumentar las oportunidades de empleo.

De igual manera sería importante replantear los programas enfocados al aumento de la educación de los niños y jóvenes, como Oportunidades, que ignora la necesidad de mejorar la educación de los adultos también. De esta forma se contribuirá al mejoramiento de las condiciones de vida de todos los miembros del hogar, y sobre todo de las mujeres.

La reducción en la desigualdad del ingreso por género fue otra de las variables analizadas. Mostramos que si bien se dio un deterioro de los ingresos en una buena parte de los países de la región, los salarios de los hombres se vieron más afectados que los femeninos durante las recurrente crisis en América Latina. Por otra parte, en los países en los que el ingreso promedio mejoró en términos reales, el de las mujeres creció más rápidamente. Esto seguramente contribuirá (o estará contribuyendo) al cambio en las relaciones de género y contribuirá en la calidad de vida de las mujeres.

En cuanto a la participación laboral, encontramos que durante las dos últimas décadas ha aumentado considerablemente en la mayoría de los países latinoamericanos. Asimismo, comprobamos que la participación laboral femenina en la región tiende a aumentar durante los periodos de crecimiento económico y a estancarse en los de crisis. No obstante, existen países en los que la relación no es muy clara y por lo tanto, sería importante realizar investigaciones que analicen este fenómeno, apoyándose en información más completa, como el número de horas trabajadas, cambios en la estructura de la demanda de mano de obra, el efecto en la disminución de las tasas de fecundidad y los procesos de urbanización, entre otros.

Asimismo, encontramos que en algunos países existe una baja participación laboral femeninay los altos niveles de pobreza (como en Guatemala), por lo que se requiere identificar cuáles son los obstáculos que se presentan para la incorporación de las mujeres a su planta laboral. Si esto se debe a cuestiones culturales, falta de empleo femenino, bajos niveles educativos, escaso o nulo sistema público de guarderías y escuelas a nivel preescolar, etc. También existen otros países en los que es urgente mejorar las condiciones de trabajo y el nivel de ingreso de las mujeres ya que a pesar de su alta participación laboral, los niveles de pobreza son críticos, como por ejemplo en Honduras.

Es importante reconocer que es insuficiente alcanzar la igualdad de género en el terreno económico o en algunos indicadores de bienestar solamente, se requiere crear condiciones favorables que permitan el bienestar generalizado para hombres y mujeres de todas las edades. Seguramente, muchas de las mujeres que en la actualidad se encuentran laborando, incluso si tienen un empleo bien remunerado, vivirán serias dificultades para cumplir cabalmente su doble papel de proveedoras y encargadas de la reproducción de la familia. Algunas de ellas tendrán que dejar a sus hijos en el abandono debido a la inexistencia de servicios públicos de cuidado de menores, o bien, por la falta de ingresos suficientes para pagar una escuela privada. Otras serán testigos de la frustración en la que vive alguno de los integrantes masculinos del hogar (padre, hijo, esposo, etc.), ya que ha sido despedido, no encuentra trabajo o su salario cada vez alcanza para menos. Esto posiblemente generará conflictos intrafamiliares que pueden llevar a la violencia o la desintegración de hogares. Por lo tanto, debemos tener cuidado de sobrestimar los logros alcanzados y llamar la atención sobre áreas que, dados los cambios en las relaciones de género, requieren mayor atención por parte del Estado y de la sociedad en su conjunto.

Por último, quiero señalar que a pesar de que en América Latina se han dado importantes avances en términos de igualdad de género, la pobreza sigue afectando a una proporción muy importante de la población. Las políticas económicas seguidas en la mayoría de los países no han logrado alcanzar un ritmo de crecimiento que permita revertir el crecimiento de la pobreza. Se requiere que las prioridades económicas estén basadas en el aumento del nivel de vida de la población y no se restrinjan a la estabilidad macroeconómica. Llevamos ya más de dos décadas experimentando con un modelo que a todas luces no ha dado buenos resultados.

 

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Notas

1 En la década de 1970 se realizaron diversas encuestas sobre presupuesto de tiempo. Recientemente se ha iniciado la recolección de información sobre el uso del tiempo en los hogares en varios países latinoamericanos. Estas encuestas, generalmente asociadas a las encuestas de ingreso y gasto de los hogares, tienen grandes limitaciones, por lo que aún no se pueden construir series confiables sobre este tema. En México se han levantado tres encuestas, 1996, 1998 y 2002, sin embargo, las dos primeras no son comparables y arrojan resultados muy distintos; en cuanto a la última, aún no se conocen los resultados. Para un revisión de la bibliografía relacionada con el tema véase Damián, 2003.

2 Me refiero a elementos constitutivos de la pobreza como todos aquéllos que deben incorporarse en su definición y que permitan distinguir claramente las situaciones de pobreza cuando se concretizan en un método.

3 Vivir con miedo a ser golpeada o a contraer enfermedades de transmisión sexual es una privación, sin embargo, estas situaciones se refieren al sufrimiento humano y no todo sufrimiento humano es pobreza. Una mujer millonaria golpeada sufre una vejación, más al ser golpeada no se convierte en pobre. Una adolescente rica que contrae sida no se convierte en pobre, a menos que la corran de su casa. Esta distinción no niega el sufrimiento de las mujeres, sino que lo separa en términos conceptuales.

La salud (y la salud reproductiva) en sí misma, tampoco puede ser un elemento constitutivo de la pobreza. Un millonario con cáncer es un millonario enfermo, no es un pobre. No obstante, dado que la salud es una necesidad básica, el acceso a los servicios de salud está considerado como un satisfactor de dicha necesidad y, por tanto, la falta de éste sí puede colocar a un hogar (o individuo) en una situación de pobreza. Sin embargo, por lo general, el método de la línea de pobreza (LP) no considera el acceso a los bienes públicos y, por tanto, subestima la pobreza. Para ejemplificar, dos hogares con el mismo ingreso per cápita serían igualmente pobres según el método de la LP, aun cuando uno de ellos no tuviera acceso a servicio de salud. En cambio, en métodos como el método de medición integrado de la pobreza (que incluye los bienes públicos entre las fuentes de bienestar), el hogar que no tenga acceso a servicios de salud será pobre, a menos que su ingreso compense la falta de acceso a servicios de salud pública.

4 El IDH se calcula con base en las siguientes variables: esperanza de vida al nacer, alfabetización de adultos, tasa bruta de matrícula combinada y PIB per cápita. Para hacerlo relativo al género, el IDH se ajusta con base en el adelanto de cada país en materia de esperanza de vida, nivel educativo e ingreso, de acuerdo con la disparidad en el IDH de mujeres y hombres (PNUD, 1999).

5 El índice de potenciación de género toma en cuenta la participación relativa de las muj eres y hombres en puestos administrativos y ejecutivos, y su participación en empleos profesionales y técnicos. Asimismo, incorpora la participación relativa por género en escaños parlamentarios y un índice que refleja el grado de control económico de las mujeres mediante el cálculo del PIB por género que se obtiene considerando los ingreso provenientes del trabajo, asumiendo que éstos se reparten de acuerdo con la participación femenina y masculina dentro de la población económicamente activa (PEA) y el cociente del diferencial del salario medio femenino y masculino (PNUD, 1999: 160).

6 Al respecto, el método que hasta ahora más se acerca a ello es el de la medición integrada de la pobreza (MMIP). Este método considera el tiempo para realizar trabajo doméstico y extradoméstico, El primero está en función del acceso a servicio de cuidado de menores de hasta diez años, la disponibilidad en el hogar de equipamiento doméstico (lavadora, refrigerador, licuadora, etc.), la necesidad de acarreo de agua, entre otros. Es decir, considera una serie de elementos que los métodos tradicionales de medición (línea de pobreza y necesidades básicas) no incorporan y que, sin embargo, afectan de manera importante el bienestar de las mujeres. Para una explicación del método véase Boltvinik (1999, anexo metodológico).

7 Para una crítica extensa al método de medición de línea de pobreza y en particular el utilizado por la CEPAL y adaptado por el Comité Técnico para la Medición de la Pobreza en México, véase Boltvinik y Damián (2003).

8 Existen grandes diferencias en los niveles de pobreza de los distintos países latinoamericanos. Por ejemplo, Honduras tiene casi 80 por ciento de su población viviendo en pobreza, mientras que Uruguay tiene sólo 9.4 por ciento de población pobre. En situaciones de pobreza muy alta, con porcentajes de entre 60 y 70 por ciento del total de la población, se encuentran Nicaragua, Ecuador, Bolivia, Paraguay y Guatemala; con niveles de pobreza alta, con porcentajes de pobreza de entre 40 y 60 por ciento de la población, están Colombia, El Salvador, Venezuela y México; con grados medios de pobreza, entre 30 y 40 por ciento de su población, están Brasil, República Dominicana y Panamá; en tanto que Chile, Costa Rica y Argentina tienen bajos porcentajes de pobreza, alrededor de 20 por ciento de su población (CEPAL, 2002).

9 Bolivia, Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Panamá, República Dominicana, Uruguay y Venezuela.

10 Brasil, Honduras, Nicaragua y Paraguay.

11 Argentina y Uruguay.

12 Índice de feminidad = (mujeres pobres/ hombres pobres)/(total de mujeres/total de hombres).

13 Una posible hipótesis es que los hombres pobres migran a las ciudades u otros países dejando a sus contrapartes mujeres en el campo.

14 Costa Rica tiene 2 8 por ciento de hogares con jefatura femenina; República Dominicana y Nicaragua, 35; Uruguay y Honduras, 30; Colombia, 29; Argentina, Panamá y Paraguay, 27 por ciento cada uno, respectivamente (CEPAL, 2002: 233-234).

15 En una investigación reciente sobre México encontré que los hombres y las mujeres dedicaban en conjunto a las actividades de trabajo doméstico, extradoméstico y transporte 57.5 y 62.5 horas a la semana, respectivamente (véase Damián, 2003). Si bien la diferencia de tiempo dedicado a estas actividades no es muy fuerte (cinco horas a la semana), es claro que las mujeres tienen una mayor precariedad en su disponibilidad de tiempo. Este trabajo se basó en el módulo de uso de tiempo de los hogares integrado a la Encuesta Nacional de Ingreso y Gasto de los Hogares 1996.

16 Es importante señalar que un problema metodológico para evaluar la relación entre género y pobreza es la identificación del jefe del hogar. Cuando se realizan encuestas o entrevistas, la jefatura de un hogar la adscribe la persona que contesta, de tal manera que está cargada de subjetividades y rasgos culturales, en donde aspectos tales como la pena de reconocer la ausencia del jefe masculino lleva a un ocultamiento de la circunstancia real en la que se encuentra el hogar. Para una discusión sobre este problema véase Buvinic et al. (1978) y Chant (1997). Otro problema es basar el análisis exclusivamente en el ingreso; al incorporar variables como la de pobreza de tiempo libre, muy probablemente encontremos evidencias de desigualdades según tipo de jefatura del hogar.

17 Ecuador fue otro de los países en los que se observa un cambio significativo en la pobreza según tipo de jefatura. Sin embargo, a diferencia de Chile y Colombia, la pobreza aumentó en ambos tipos de hogares.

18 Brasil y Venezuela.

19 Chile, Colombia, Costa Rica, Ecuador, Honduras, Nicaragua y Paraguay.

20 Bolivia, El Salvador, Guatemala y México.

21 El las áreas urbanas de Bolivia, Guatemala y México las mujeres de entre 15 y 24 años de edad habían estudiado en promedio 10.2, 7.5 y 10 años, respectivamente, y los hombres 10.5, 7.6 y 10.2 años. En cambio, en las área rurales las mujeres habían estudiado 5.6, 3.1 y 7.5 años, en promedio, en Bolivia, Guatemala y México, respectivamente, mientras que los hombres 6.9, 4.1 y 8.1 años (cuadros 4 y 5).

22 Brasil, Honduras, Nicaragua, Guatemala y República Dominicana.

23 Los hombres de este rango de edad tenían un promedio de años estudiados de 4.1 en Guatemala, 3.8 en Nicaragua, 4.7 en Honduras, 4.4 en Brasil, 5.7 en El Salvador y de 6.9 en Bolivia (cuadro 5).

24 El caso más dramático es el de las áreas rurales de Guatemala, donde las mujeres sólo tienen 1.4 años de estudio y los hombres 2.4 años.

25 Desafortunadamente los datos aquí presentados se refieren al ingreso medio total de hombres y mujeres, una forma más correcta de analizar las diferencias entre ambos es comparar el ingreso medio por hora, información con la que no cuento.

26 Si consideramos únicamente a la población asalariada, la mayor diferencia se presentaba en Bolivia, con 60 por ciento del ingreso, y la menor en Panamá, con 80 por ciento.

27 Las diferencias se miden en veces la línea de pobreza en cada país (CEPAL, 2002: 196-199).

28 Esping Andersen (2002: 69) sugiere que por cada 100 mujeres que entran al mercado laboral (en países europeos) se crean 15 empleos más en el sector servicios. Por tanto, es difícil poder evaluar en qué medida los hogares con jefatura femenina son más vulnerables, dado que el empleo tiende a aumentar en actividades típicamente "femeninas", mientras que la industria y otras actividades "masculinas" se encuentran estancadas o en declive.

29 Así tenemos que de los catorce países con información disponible para el periodo 1980-1990, en nueve de ellos (Argentina, Bolivia, Chile, Costa Rica, Honduras, México, Perú, Uruguay y Venezuela) el PIB per cápita se contrajo (cuadro 7a). En cambio, Brasil, Panamá y Paraguay tuvieron tasas del PIB per cápita positivas hasta 1986-1987, y a partir de entonces se sumaron a los países que experimentaron recesión económica. El caso de Panamá fue dramático, pues experimentó una contracción económica de 19.3 por ciento acumulado entre 1986 y 1989 (cuadro 7).

30 Los países que tuvieron crecimiento mayor al dos por ciento y menor a cuatro son Argentina, El Salvador, Panamá, Perúy Uruguay, los que tuvieron crecimiento mayor al uno por ciento y menor a dos fueron Bolivia, Colombia, Costa Rica, Guatemala, México, República Dominicana y Venezuela. Los que tuvieron crecimiento más bajo (entre cero y uno por ciento) fueron Brasil, Ecuador y Honduras (cuadro 9).

31 Haití, Nicaragua y Paraguay (cuadro 9).

32 Los dos primeros tuvieron una tasa de crecimiento económico positiva, no obstante, la participación laboral femenina disminuyó; los otros dos tuvieron una tasa de crecimiento negativa el primero y de cero el segundo, no obstante, sus tasas de participación femeninas aumentaron.

33 Argentina, Colombia, Ecuador, Honduras, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela (cuadro 9).

34 Bolivia, Brasil, El Salvador, Chile, Costa Rica, México y República Dominicana.

35 Generalmente en las encuestas de empleo se pregunta sobre la semana anterior, pero se ha detectado un subregistro de personas participando en actividades agrícolas por lo que en estas áreas muchas veces se pregunta sobre empleo en los últimos seis o tres meses, sin embargo, esto trae problemas de comparabilidad entre encuestas (Damián, 2002).

36 Por ejemplo, en la encuesta continua sobre ocupación 1979 en México los trabajadores no remunerados que tenían jornadas laborales menores a quince horas a la semana no eran considerados parte de la población económicamente activa, en cambio en las encuestas nacionales que se levantaron en la década de 1990 cualquier persona que trabaje al menos una hora sin pago es incluida en la PEA.

37 Esta tasa se calculó dividiendo el número de horas promedio trabajadas a la semana en cada país entre 48 horas (norma de jornada máxima laboral aceptada en América Latina), obteniendo así jornadas medias equivalentes. El resultado de éstas se multiplicó por la tasa de participación y se obtuvo la tasa de participación equivalente.

38 Uruguay, Chile, Panamá, Brasil y Bolivia.

39 A excepción del gobierno del Distrito Federal, que pertenece a un partido de oposición del gobierno federal, que creó las preparatorias populares y la Universidad de la Ciudad de México.

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