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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.9 no.37 Toluca jul./sep. 2003

 

Actividad e ingresos en los umbrales de la vejez

 

Income, occupation and cohort transition to old age

 

Roberto Ham Chande

 

El Colegio de la Frontera Norte.

 

Resumen

Con base en la Encuesta Demográfica Retrospectiva y su liga con la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica se estudia la trayectoria de la cohorte de personas que nacieron entre 1936 y 1938, al igual que sus características socioeconómicas en 1997, cuando los sobrevivientes han alcanzado entre 60 y 62 años de edad. Se analiza la trayectoria histórica en relación con variables demográficas, educativas y de la ocupación de esta cohorte que llega al siglo XXI en los umbrales de la vejez. La hipótesis central es que los antecedentes determinan las condiciones con las que se llega en la vejez. Las trayectorias se trazan para cada sexo y según el contexto rural y urbano. De esta manera se muestran las características de alfabetismo y escolaridad, los vacíos de la seguridad social, la condición de actividad y las características de la ocupación junto con los ingresos de distintas fuentes. Se muestran así insuficiencias económicas y falta de seguridad social, a pesar de que las personas actualmente envejecidas hicieron posibles las épocas de gran desarrollo industrial y de crecimiento económico.

 

Abstract

The Retrospective Demographic Survey and its links with the National Demographic Dynamics Survey are used to review the social and economic features of the 1936-1938 cohort life-course. Socio-economic characteristics are examined for the surviving members of the cohort in 1997 -when they were between 60 and 62 years old. Historic paths are analyzed, stressing the demographic, educational and occupational characteristics of this group. The main hypothesis is that past conditions lived by this group shape their present life. Paths are sketched for each sex, by rural and urban context, and by analyzing their educational and labor force participation characteristics. Social security gaps, occupation and low income are present in this cohort, despite the fact that they contributed significantly towards the industrial development and economic growth in the country.

 

Estructuras demográficas y envejecimiento

Entre los grandes cambios sociales y económicos que tuvo México durante la segunda mitad del siglo XX se destaca la intensidad de las transformaciones demográficas, las cuales crearon inercias que afectarán grandemente la dinámica poblacional durante el próximo medio siglo. En las décadas de 1940 y 1950 se dan las más altas reducciones de la mortalidad, especialmente de las primeras edades. Asimismo, las tasas globales de fecundidad se mantenían altas y estables, aunque llegan a su máximo al final de la década de 1960, cuando marcan la cúspide de los altos ritmos de crecimiento demográfico.

Después vendría el importante y rápido descenso de la fecundidad, el cual explica en mayor medida la disminución en el ritmo de crecimiento de la población (Cosio, 1989). Estas dinámicas hicieron que en la segunda mitad del siglo XX la parte de la población de mayor ponderación numérica fuera la de los niños y adolescentes, junto con el paso de éstos hacia las edades de población adulta joven. Dentro de los modelos de causas y efectos, las dinámicas demográficas se interrelacionan con la consolidación social y política del país, las medidas de salud pública, los sistemas económicos, los avances del sistema educativo, las mejoras médicas y las políticas de población, en formas y explicaciones que aún requieren estudio y admiten debate.

En cuanto al futuro previsible, las tendencias demográficas de incrementos en las esperanzas de vida y de decrementos en las tasas de fecundidad se traducen en hipótesis de proyecciones demográficas cuyos resultados pueden ser diversos, pero que guardan una gran coincidencia. Todas las perspectivas indican que en las primeras tres o cuatro décadas del siglo XXI se incrementará la población en edades reproductivas y laborales, junto con aumentos de la población en edades avanzadas. Asimismo, antes de que el siglo XXI cumpla su primera mitad, y de ahí en adelante, la característica demográfica dominante prevista será la de un marcado envejecimiento (Partida, 1999).

El envejecimiento de la población aparece no sólo como el escenario único para la segunda mitad del siglo XXI, sino que también se presenta como el destino perenne de las pirámides de población. Estas perspectivas se consideran tan ineludibles que las preguntas no son de cómo llegar a ellas o de qué manera modificarlas, sino más bien rondan en torno a cómo adaptar los sistemas sociales, económicos y de salud a la situación del envejecimiento por venir. En México, estas preguntas las encabezan dos temas que se han tornado principales debido a su relevancia pública y las magnitudes previstas, de tal manera que han adquirido presencia en la arena política. Un tema lo conforma la limitación de la cobertura de la seguridad social y los costos astronómicos del pago de pensiones, que a futuro aparecen como incosteables (Soto, 1992). El otro consiste en cómo enfrentar las altas demandas por atención y cuidados médicos a largo plazo que requieren las poblaciones en edad avanzada (Valencia, 2002).

Sin embargo, las relaciones entre el envejecimiento demográfico y los sistemas sociales son mucho más amplias y complejas. En este tema, los enfoques y las perspectivas divergen y la incertidumbre sobre los caminos a seguir entra algo en teorías competitivas y mucho en desconocimiento. Además de la seguridad social y los sistemas de salud, también deberán considerarse los efectos en las estructuras familiares, las relaciones sociales, la organización del trabajo, las capacidades económicas, los valores culturales, las prácticas políticas, las leyes, y algunos otros aspectos, todos en conformidad con las nuevas estructuras de población. Para México, estos desafíos vienen además con una desventaja comparativa en relación con los tiempos de la transición demográfica. Mientras que a los países europeos les tomó más de dos siglos alcanzar el grado de envejecimiento que ahora tienen, tiempo durante el cual pudieron adaptarse social y económicamente y de modo progresivo a los cambios demográficos, las inercias de población de las naciones en desarrollo, como México, conducirán a estructuras parecidas en menos de cuatro décadas. Esto significa que se carece de los plazos suficientes de adaptación y, de mayor relevancia, los problemas vienen y se agravan cuando el país aún no sale del subdesarrollo y sus rezagos educativos, rurales, del aparato industrial, del sistema de salud, ni ha podido superar su dependencia del exterior.

 

La cohorte 1936-1938 en el umbral de la vejez

Ciertamente que no se trata simplemente de quedar a la espera del cataclismo demográfico. La actitud debe ser la de contribuir a la solución de situaciones que son por demás previsibles. Finalmente, la meta consiste en lograr las mejores condiciones de bienestar de la población envejecida y de sus entornos familiares y sociales, lo cual sólo puede lograrse si hay armonía dentro de toda la estructura social, económica y demográfica. El camino para lograr semejantes metas comienza por generar conocimiento de las condiciones, oportunidades y problemas que enfrenta la población que envejece, con objeto de identificar estrategias y posibilidades.

En el sentido de lo planteado, la Encuesta Demográfica Retrospectiva (EDER) y su liga con la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica de 1997 (Enadid 97) proporcionan una oportunidad de mirar las condiciones de entrada en la vejez mediante el estudio de la cohorte nacida en el periodo 1936-1938. Se trata del grupo que en el momento de la realización de estas encuestas tiene edades de entre 60 y 62 años, edades que en términos estadísticos y de la práctica demográfica son un umbral de la vejez (Ham, 2000). Esta ocasión para la investigación se basa en las siguientes premisas:

1. Una particularidad que se asume importante son las edades próximas a establecer una pensión de retiro. Se dice que es suposición porque la mayor parte de las personas que en México atraviesan los umbrales de la vejez lo hacen sin contar con los beneficios de la seguridad social.

2. Mientras mejores sean las condiciones familiares, sociales-económicas y de salud con las que una población llegue a las edades avanzadas, mejores serán sus oportunidades de bienestar en la vejez.

3. Las características con las que se llega a la vejez son producto de los antecedentes individuales, familiares y colectivos que han conformado la propia historia de vida.

4. El conjunto de las historias de vida y las condiciones socioeconómicas en las edades avanzadas a la vez son función y determinantes del estado de una sociedad.

Dicho de manera resumida, en la tarea de planificar la sociedad para el cambio demográfico y el envejecimiento es importante identificar los factores y relaciones que a lo largo de la vida determinan las condiciones de la vejez futura. En este sentido, la EDER permite una contribución a esa tarea y este artículo es una colaboración dentro de los temas de las características generales de empleo y seguridad social.

 

El tránsito socioeconómico de la cohorte 1936-1938

En esta sección se resume la trayectoria de la cohorte 1936-1938, desde su nacimiento hasta 1997, en relación con algunos indicadores demográficos vertidos en el cuadro 1. Estos indicadores se refieren al tamaño de la cohorte en cada uno de los sexos,1 la población total del país, la tasa global de fecundidad y la esperanza de vida al nacer como señales de la dinámica demográfica existente, junto con la distribución de la población entre medios rural y urbano como una referencia socioeconómica.

En 1938, la cohorte está compuesta por un millón 37 mil varones y un millón dos mil mujeres entre cero y dos años de edad. Han nacido en un país que ya ha logrado tranquilidad social y política luego de las inquietudes revolucionarias y posrevolucionarias de las primeras décadas del siglo XX. Era cuando México afianzaba un nacionalismo apoyado en ideas socialistas que lograron la expropiación petrolera, modelo que se difundía dentro de los programas de enseñanza formal y que se expresaban en el sindicalismo, las relaciones de trabajo y las formas de producción industrial. En el campo se consolidaba la reforma agraria y el sistema ejidal de propiedad y explotación de la tierra (El Colegio de México, 1987). La población total está cercana a los 20 millones; la mortalidad infantil sigue siendo alta, reflejada en una esperanza de vida al nacer de sólo 40 años, pero inicia descensos de importancia creciente; hay una fecundidad elevada y el país es rural en cuatro quintas partes.

Siete años después, en 1945, la cohorte está en las edades (7-9), tiempo en el que deberían asistir a las escuelas primarias. Las oportunidades educativas en las ciudades son buenas, pues el sistema educativo básico ya se había establecido plenamente en las áreas urbanas, al mismo tiempo que se ampliaba hacia la escuela rural. La Segunda Guerra Mundial recién termina, se consolida el sistema económico en un modelo de sustitución de importaciones y se inicia el crecimiento económico y social. El Instituto Mexicano del Seguro Social se había fundado dos años antes, en 1943.

La cohorte estaba en las edades (12-14) en 1950. Parte importante abordaría estudios secundarios y medios básicos, sobre todo los hombres de las ciudades. La actividad industrial y comercial crece y se inicia el periodo de crecimiento de la economía que después se calificaría como "milagro económico", en realidad, parte de la bonanza de Occidente en la posguerra. Sin embargo, este éxito es incompleto, pues las actividades agrícolas subvencionan a la industria y las ciudades mediante la depresión en los precios de los productos agropecuarios y la consecuente pauperización del medio rural. La fuerza de trabajo industrial se integra en parte con mano de obra que ha migrado del campo hacia la ciudad, ayudando a la urbanización. Es cuando se inicia el gran crecimiento urbano y se gestan las grandes ciudades y las metrópolis.

En 1970, la solidez económica está por terminar. Se ha llegado a la cúspide de la fecundidad y las tasas de crecimiento demográfico también han alcanzado su máximo, enseguida se inicia un descenso en ambas variables. En las altas fecundidades experimentadas antes de 1970 participaron las mujeres de esta cohorte, que en ese año ya estaba en el rango de edades (32-34). El país tenía casi 50 millones de habitantes, la esperanza de vida sobrepasa los 61 años y casi la mitad de los habitantes de México vivían en áreas urbanas. Parte sustancial de los miembros de la cohorte habrán sido ellos mismos migrantes de lo rural a lo urbano.

Para 1984, la cohorte en estudio llega a la madurez de las edades (46-48). La capacidad reproductiva ya ha menguado y está por terminar. Es una época donde la fecundidad general ya ha descendido con notoriedad debido a las nuevas actitudes de las cohortes más jóvenes. La esperanza de vida está por encima de 68 años y ya más de la mitad de los casi 73 millones de mexicanos son citadinos. El país ha enfrentado diversas crisis económicas y políticas. Finalmente, los sobrevivientes de esa cohorte en 1997 son un millón 493 mil personas, divididas en 695 mil hombres y 798 mil mujeres. Como sobrevivientes, se trata de los seleccionados cuyas condiciones personales y de su entorno les han permitido evadir la muerte a lo largo de seis décadas de cambiantes condiciones sociales y económicas.

El fin del siglo XX significa para esta cohorte, también, el fin de la vida adulta madura y el inicio de las edades envejecidas al estar en las edades (6062). Se vive ahora el cambio de orientación económica gestada en las últimas dos décadas de la centuria y apoyada en la internacionalización de la producción y la comercialización. Esta cohorte llega así al siglo XXI y a las edades avanzadas, atestiguando, por una parte, las oportunidades de México por convertirse en una democracia, junto con las incertidumbres políticas y sociales que el proceso acarrea. Por otra parte, este proceso se imbrica con las tendencias hacia la mundialización de la cultura y de la economía, en la que se incluyen propuestas de privatizar la industria petrolera. El país ya tiene una esperanza de vida de casi 75 años, la tercera parte de sus habitantes son urbanos y su dinámica demográfica se ha perfilado hacia un rápido proceso de envejecimiento. En esta nueva característica de una sociedad que empieza a notar su envejecer demográfico, esta cohorte es la de los pioneros.

 

Características de la cohorte 1936-1938 en 1997

La información de la Enadid 97 permite delinear el perfil demográfico que en 1997 tiene la población de sobrevivientes de la cohorte nacida en 1936-1938. Esta encuesta, como toda otra información estadística de calidad, da cuenta de la heterogeneidad social y económica de México. La descripción que se brinda en este artículo incluye las diferencias entre hombres y mujeres y las distinciones de lo rural a lo urbano, de manera que todas las estadísticas que se presentan en los cuadros que siguen se refieren a la población en el rango de edades (60-62) y con las dicotomías por sexo y por nivel de urbanización. La parte rural está conformada por aquéllos que habitan localidades menores de 15 000 habitantes y la parte urbana es a partir de ese número.

Se hace necesario reiterar que las cifras, gráficas y argumentos corresponden a los sobrevivientes de esa cohorte nacida hace seis décadas. Cuando esta cohorte nació y vivió sus primeros años las tasas de mortalidad infantil y de la niñez eran altas y en gran parte determinadas por factores socioeconómicos ligados a atrasos educativos y falta de actualización en los sistemas de salud pública, de tal manera que desde ahí comienza la selección de los sobrevivientes. Tal selección por sobrevivencia continuará a lo largo de la vida de la cohorte, incluyendo las características -ventajas o desventajas- que vengan con la escolaridad alcanzada, la actividad realizada o el medio socioeconómico en el que se vive. Un elemento a considerar será el gran proceso de urbanización manifestado por el incremento en el porcentaje de población urbana después de 1950, mayormente impulsado por la gran migración del campo a la ciudad.2 Este proceso mezcla en los nuevos lugares de residencia urbana y en las edades adultas y avanzadas los antecedentes de niñez y juventud adquiridos en el campo por los migrantes,3 incluyendo menores niveles educativos y experiencias laborales rurales.

De esta manera, cuando se mencione la parte rural o urbana de la cohorte se hace referencia simplemente a la residencia en 1997, sin considerar los antecedentes rurales de quienes han migrado del campo a las ciudades.

El cuadro 2 indica cómo se divide la población en edades (60-62) entre hombres y mujeres y por medios rural y urbano, junto con el índice de masculinidad. Un primer detalle a notarse es el mayor índice de masculinidad en lo rural, de 90, frente a 85 que se da en lo urbano, en cifras que corroboran el fenómeno extendido de una mayor presencia de mujeres urbanas en las edades avanzadas. Asimismo, el porcentaje de esa población que vive en zonas urbanas es de 56.5 por ciento, algo menor que 65 por ciento nacional, lo cual indica menor movilidad de los habitantes rurales de esta cohorte.

 

Alfabetismo y escolaridad

El alfabetismo y la escolaridad son factores altamente determinantes del bienestar físico, social y económico, de tal modo que forman parte de los principales indicadores del grado de desarrollo de una sociedad. Por ello siempre son objeto de indagación e interpretación en encuestas y censos, como en la EDER y la Enadid 97. Mediante estas fuentes de información se describen los niveles de alfabetismo y la trayectoria de la escolaridad de la cohorte 1936-1938.

De acuerdo con sus características de heterogeneidad social y económica, en México las oportunidades de la escolaridad también se distribuyen de modo desigual y todavía se observan rezagos en el alfabetismo y los niveles educativos de la población (Muñoz y Suárez, 1995). La cantidad y calidad de la educación que se otorga y se recibe dependen de la clase social, del medio rural o urbano, del sexo y también de la cohorte de edad a la que se pertenece. De esta manera también cuenta con rasgos propios cuando se trata de las edades avanzadas (Blanco, 1996).

La gráfica 1 muestra las tasas de participación en la escuela según lo experimentó la cohorte 1936-1938 en su paso por el sistema educativo, para hombres y mujeres, de acuerdo con el último lugar de residencia rural o urbano. El rango de edad considerado está entre los seis años de edad y los 25, pues fuera de estas edades la matrícula escolar es nula. Un hecho reconocido es que, en las condiciones de países como México, el alfabetismo y la escolaridad se adquieren casi en su totalidad entre los seis y los 20 años de edad, de tal manera que los estudios realizados entre el segundo y cuarto lustro de la vida son los que acompañan a la persona por el resto de sus días, incluyendo la vejez.

La cohorte 1936-1938 llegó a las edades de inicio en la escuela primaria entre 1942 y 1944, cuando el sistema educativo aún era limitado, mayormente establecido en las zonas urbanas, altamente selectivo por clase social en cuanto a acceso y calidad de la educación recibida. Por ejemplo, no fue sino hasta 1943 cuando la tasa general de alfabetismo en el país logró 50 por ciento.

La gráfica muestra que los porcentajes de matrícula para la edad seis fueron menores que a edad siete y que los correspondientes a edad ocho fueron los más altos. Esto parece señalar que en esas épocas era común que la entrada a la educación primaria se hiciera después de los seis años de edad. Estas trayectorias indican una diferencia de asistencia a la escuela en favor de los hombres, pero es notorio que las diferencias más sustantivas no vienen por el sexo sino por la diferencia entre el medio rural o urbano en el que se reside. Permanecer en el medio rural es el resultado de desventajas sociales y económicas que comienzan con la baja o nula asistencia a la escuela durante la niñez y la adolescencia.

Las historias de participación en la escuela que se relatan en la gráfica 1 tienen como final las condiciones de alfabetismo y escolaridad de la población (60-62) en 1997. Estas características se describen estadísticamente en el cuadro 3, donde se da cuenta de los porcentajes de alfabetismo y de la distribución por el grado de instrucción alcanzado, según sexo y nivel de urbanización.

Las cifras constatan las diferencias sustanciales en las tasas de alfabetismo entre los que habitan lo rural o lo urbano. También se ve la desventaja en las mujeres. Ambos fenómenos son por demás reconocidos, ya explicados y documentados en otras experiencias (Muñoz y Suárez, 1995). Los más alfabetizados son los hombres del medio urbano, con 90.7 por ciento. Debido al equipamiento escolar concentrado en las ciudades, el siguiente grupo mejor alfabetizado es el de las mujeres urbanas. Aunque rezagadas respecto a los hombres también urbanos, si toman ventaja sobre los hombres del campo; sus cifras de alfabetismo son de 79.9 por ciento. Los hombres en edades avanzadas del medio rural que saben leer y escribir son las dos terceras partes. El grupo en peores condiciones es el de las mujeres rurales, en quienes se concentran desventajas que se traducen también en los menores índices de alfabetismo: 46 por ciento.

En las consideraciones sobre la instrucción formal de esta cohorte se consideran seis niveles. Estos son: a) sin instrucción alguna; b) con algún año terminado de escuela primaria pero sin haber completado ese ciclo de estudios; c) con primaria completa; d) con alguna educación media básica; e) con alguna educación media superior, y f) con algún estudio universitario, licenciatura o posgrado.4

La primera impresión sobre estas cifras conduce a conclusiones semejantes a las obtenidas en la revisión de las tasas de alfabetismo, es decir, que las oportunidades de educación son sustancialmente mejores en el medio urbano y menores en el rural, y que el acceso a la educación es más favorable a los hombres que a las mujeres. Los menores porcentajes de personas que nunca fueron a la escuela se dan entre los hombres urbanos, con 12.8 por ciento. Los siguientes porcentajes son los de las mujeres también urbanas, con cifras de 27.2 por ciento. El grupo menos favorecido continúa siendo el de las mujeres que habitan áreas rurales, en las que predominan las que jamás fueron a la escuela, con cifras de 58.4 por ciento. Las cifras dicen que los integrantes de una gran parte de esta cohorte cursaron algún año de la escuela primaria, pero que no terminaron ese ciclo básico. Casi la mitad de los hombres en el campo y cerca de la tercera parte de los habitantes de ciudades terminaron la primaria, y en el caso de las mujeres, las cifras no difieren mucho de las de los hombres, 42.8 y 38 por ciento, respectivamente. En los siguientes niveles también es notorio que las diferencias existentes entre hombres y mujeres urbanas no son tan grandes como las que existen entre las mujeres urbanas y los hombres rurales.

En esta cohorte, los estudios medios básicos y medios superiores tienen alguna presencia, sobre todo en los hombres del medio urbano. Para muchas mujeres urbanas de esta cohorte la educación media básica era una enseñanza técnica tipo secretarial o de contabilidad menor, que las preparaba para empleos administrativos de rango medio. Una gran parte de las mujeres que completaban estudios medios superiores lo hacían en las escuelas normales para maestros, pues el magisterio se consideraba una profesión aceptada como propia de su sexo. Aunque los porcentajes en estos niveles de educación se parecen mucho entre sexos, la diferencia está en la mayor participación de los hombres en la educación universitaria y de posgrado.

 

Trayectorias de la actividad económica

En la gráfica 2 se muestran las trayectorias de las tasas de actividad económica de la cohorte 1936-1938, desde su principio y hasta 1997, estimadas mediante la EDER, para hombres y mujeres; el medio rural y el urbano aparecen separados. Las tasas de actividad económica en los hombres comienzan a ser perceptibles desde los seis años de edad. Esa actividad es parte importante de la explicación sobre el hecho de que la asistencia a la escuela no ocupa al total de la población infantil y que sea más notoria en la parte rural que en la urbana. Desde 1944, cuando la cohorte tiene edades de entre seis y ocho años, 8.8 por ciento de los hombres del medio rural ya laboraban, mientras que los urbanos lo hacían en 3.4 por ciento. A partir de esas edades, la actividad económica masculina crece rápidamente, con mayor participación en la parte rural.

En 1952, cuando la cohorte tiene entre 14 y 16 años de edad, la tasa es de 74.6 por ciento en el ámbito rural y de 45.9 por ciento en la parte urbana, dando lugar a la mayor diferencia porcentual entre ambos medios. La participación económica sobrepasa 90 por ciento en las edades de 18 a 20 años de la cohorte rural y es así en las edades de 21 a 23 en la parte urbana. Estas altas tasas se mantienen hasta que la cohorte alcanza edades de alrededor de 50 años, a mitad de la década de 1980, para luego declinar, con descensos más acelerados en la parte urbana.

Por su parte, las mujeres declaran actividad de trabajo en porcentajes bastante menores. Sólo llega a participar del mercado laboral 30 por ciento de las mujeres urbanas al final de la década de 1950, cuando éstas inician las edades de los veintes; la actividad económica declina luego y vuelve a esos niveles después de que ellas cumplen los 30 años de edad. Se trata claramente de las edades dedicadas a los primeros cuidados maternales. Por el lado de las mujeres que viven en el medio rural, su noción del trabajo y la falta de remuneración por sus labores explica el hecho de que declaren menos actividad, cuyo máximo es de 20 por ciento y se da entre los 20 y 35 años de edad; lo anterior también explica que no aparezcan pausas de trabajo por maternidad.

En los siguientes apartados se describen las condiciones de actividad económica y de trabajo, como parte de una reflexión acerca del estado alcanzado por la cohorte 1936-1938 luego de su sobrevivencia demográfica, su participación en el sistema educativo y las experiencias de trabajo que tuvieron, elementos todos que forman parte del proceso histórico, social y económico del país.

 

Pensionados

Con edades de entre 60 y 62 años en 1997, la cohorte 1936-1938 es un grupo que entra en los umbrales de la vejez en ese año. Algunos de sus miembros ya han adquirido derecho a pensiones de retiro, hay mujeres con pensiones de viudez,5 existen personas que se incapacitaron debido a accidentes de trabajo y que son acreedoras de una pensión, aparte de que también existen individuos, padres y madres, que reciben estipendios por la desaparición de hijos que los sostenían. En todo caso, esta cohorte no está libre de preocupaciones económicas en la prevejez, pues comparten las condiciones sociales y económicas generales en el país: desigualdad social, desempleo, bajos sueldos y debilidades del sistema de seguridad social, incluyendo los escasos beneficios que otorga por medio de las pensiones. En el cuadro 4 se tiene como primera línea de información numérica los porcentajes de la población (60-62) que tienen una pensión, sea ésta no sólo por retiro sino de cualquier tipo,6 para cada sexo y dividida entre los medios rural y urbano.

Las cifras exhiben la poca cobertura de la seguridad social. El porcentaje estimado de hombres de esa cohorte con pensiones apenas es de 24.6 por ciento, dividido en 14.4 por ciento para la población rural y 32.6 por ciento para la de las ciudades. En las mujeres, estos números son bastante menores: 6.7 por ciento para el total, con 5.4 por ciento en las habitantes del campo y 7.6 por ciento en las áreas urbanas.7 Las diferencias vienen, desde luego, de la mayor participación de los hombres en el mercado formal del trabajo y de que la seguridad social se circunscribe casi en su totalidad a la protección de los asalariados urbanos y sus familias.

A la escasa cobertura se agregan otras deficiencias de la seguridad social, en la forma de montos insuficientes de las pensiones, cuestión que se plasma en los siguientes renglones de ese mismo cuadro 4 y que componen la mayor parte de la información en cifras, las que expresan la distribución de los ingresos por pensiones en términos de número de veces el salario mínimo (SM).8 Tanto para hombres como para mujeres, lo notorio es que la mayor parte de los pensionados tienen estipendios menores a dos SM. De hecho, se da una gran concentración justo en un SM, debido a que la mayoría de las pensiones del Instituto Mexicano del Seguro Social se concede justo en ese mínimo legal. Los pensionados hombres de esa cohorte que tienen menos de dos SM como pensión son 76.9 por ciento en lo rural y 69.7 por ciento en lo urbano.

En una medición de los ingresos a través del número de SM debe tomarse en cuenta que en las últimas tres décadas el SM en México es una cantidad artificialmente baja. En los afanes de contener la inflación y debido a que muchos precios y referencias económicas se ligan al SM éste es un parámetro que se ha depreciado con todo propósito. En 1997 era de alrededor de 100 dólares estadunidenses mensuales. En las empresas alta o medianamente eficientes, los salarios menores que se pagan están por encima del SM. Una familia promedio, de cinco miembros, se considera por debajo de la línea de la pobreza cuando su ingreso es inferior a tres SM.

Por su parte, los porcentajes de mujeres con menos de un SM son 50.1 por ciento en el campo y 38.3 por ciento en las ciudades. Aparte de la menor participación de las mujeres en el mercado formal de trabajo y de los menores salarios, las pensiones por viudez, orfandad o ascendencia en gran parte son menores a un SM porque son una parte de la pensión directa del afiliado fallecido, o de una incapacidad parcial por accidente, enfermedad o riesgo de trabajo, en cuyo caso la pensión se fija como un porcentaje de la pensión que recibía el afiliado directo. En el caso de las pensiones por incapacidad, éstas se fijan de acuerdo con el grado de severidad de la lesión. También debe notarse que existen pensiones en montos mayores, las que pueden tener montos de más de 10 SM, aunque el número de estos pensionados de privilegio es menor.

 

Condición de actividad

Al pensar en envejecimiento y ocupación es común considerar que las edades avanzadas deben ser la época del reposo y del tiempo libre, como parte de la solidaridad entre generaciones que protegen a la parte de la población que por razones de vejez deja de valerse por sí misma, bajo acuerdos sociales que reconocen sus contribuciones al desarrollo económico y social del país. En México, este supuesto tiene mucho de estereotipo, de discurso vacío y lejano de la realidad. Los pensionados de 60 y más años son apenas la cuarta parte de la población en estas edades, mayormente compuesto por hombres que han tenido trabajo asalariado y urbano. Además de la poca cobertura, el monto de los beneficios es insuficiente incluso para cubrir las necesidades básicas.

En parte, esta situación se muestra en las cifras del cuadro 4, donde se muestra la poca participación de la cohorte 1936-1938 en el sistema de pensiones y lo magro de los beneficios. Estas consideraciones deben tomar en cuenta que se trata de las edades (60-62), donde se encontrarán personas con salud y capacidad de trabajo que en esas edades no requieren ni procuran una pensión. En todo caso, incluso este grupo está escasamente cubierto por la seguridad social y son muy pocos los pensionados. Las preguntas son, entonces, sobre sus medios de subsistencia y la participación en el trabajo. En el cuadro 5 aparece la condición de actividad de la cohorte 1936-1938, en cifras que toman en cuenta el sexo y los medios rural y urbano presentes en este análisis.

Estas estadísticas indican que en las edades (60-62) 73.6 por ciento de los hombres se encuentran trabajando, además de que algunos de ellos están a la búsqueda de ocupación remunerada. Esta cifra revela la necesidad de trabajo en esa cohorte. Al igual que con otros indicadores, se dan diferencias por nivel de urbanización. La tasa de participación en el trabajo es notoriamente mayor en las zonas rurales, donde llega a ser de 84.2 por ciento, número que está muy por encima de 65.2 por ciento en el grupo urbano.

La ocupación más declarada por parte de las mujeres en edades avanzadas es la de las tareas del hogar. Hay que considerar que en el pasado de estas generaciones de mujeres las oportunidades de trabajo eran menores y que vienen de una tradición donde los roles femeninos en gran parte se circunscribían al cuidado del hogar y la crianza de los hijos, dentro de lo cual se incluían labores que ahora son industrias, como la transformación de alimentos para la familia y la confección de vestimentas. Los porcentajes que aparecen en esta actividad son muy parecidos entre la parte rural y la urbana. Las siguientes cifras en importancia son los porcentajes de las mujeres que trabajan. En la parte rural, la participación en el trabajo es de 33 por ciento y la parte urbana tiene cifras de 25.7 por ciento. En la interpretación de estas cifras habría que considerar los conceptos que se tienen en el campo, donde actividades verdaderamente laborales realizadas por mujeres no se perciben como trabajo y no se pagan.

Los oficios y profesiones de las personas de la cohorte 1936-1938 que trabajan son indicativos de las condiciones socioeconómicas al inicio de la vejez. Así se muestra en el cuadro 6, donde se presenta la distribución por ocupación, por sexo y por nivel de urbanización. El mayor porcentaje es de 76 puntos y corresponde a los hombres del medio rural dedicados a actividades agropecuarias, seguido de 47.4 por ciento en las mujeres también del medio rural y de la misma ocupación. Estas cifras notoriamente mayores dan cuenta de dos características rurales. Una es que la precariedad de la vida en el campo obliga al trabajo para subsistir, y en esta precariedad se incluye la carencia de seguridad social y de pensiones. Otra es que para las personas envejecidas del medio rural la labor se propicia porque en su gran mayoría las familias son al mismo tiempo unidades económicas dedicadas principalmente a actividades agropecuarias y artesanales (Pedrero, 2000). Las faenas de la pequeña agricultura se dan dentro del marco familiar que permite que la actividad se realice en el entorno del domicilio, sin necesidad de gastos ni tiempos de transporte, con flexibilidad y adaptación del tiempo a las condiciones del envejecimiento.

Las siguientes ocupaciones en importancia entre la población masculina son las de obrero y artesano, principalmente en las ciudades, seguidas del comercio, también en el medio urbano. En el sector femenino, la ocupación que predomina en segundo lugar es la de comercio, tanto en el campo como en la ciudad, seguida de los servicios en el medio urbano.

 

Posición en el trabajo

En las ocupaciones rurales de la población masculina de la cohorte 1936-1938 la posición en el trabajo es primordialmente "por cuenta propia" y como "jornaleros o peones", en porcentajes de 56.7y de 20.1 por ciento, respectivamente, como se ve en el cuadro 7. En la parte urbana, los hombres que trabajan se desempeñan en 43.3 por ciento como empleados y obreros y 40.6 por ciento se dedican a actividades por cuenta propia.9 La gran presencia del trabajo por cuenta propia también alude a la limitada cobertura de la seguridad social y de jubilaciones de retiro, lo cual obliga a la continuidad en el trabajo en la forma de autoempleo, mientras se tenga la capacidad para hacerlo (Schulz, 1991).

En las mujeres, la posición dominante es también la de "por cuenta propia" tanto en la parte rural, 53.7 por ciento, como en la urbana, 48.7 por ciento. También se da cuenta de una gran parte, equivalente a 35.1 por ciento, que conjunta empleadas y obreras en el medio urbano, pero que seguramente son primordialmente empleadas. Otra posición que destaca es la de "familiar sin pago", principalmente en la parte rural, donde el porcentaje es de 32.1.

Al cotejar los cuadros 6 y 7, particularmente en lo referente a los grandes porcentajes de la cohorte 1936-38 dedicada a actividades agropecuarias y de comercio junto al trabajo por cuenta propia, es posible notar una expresión particular de informalidad en el trabajo de esta cohorte, cuyos integrantes proliferan en el pequeño comercio, modesto y de poca productividad.

 

Ingresos por actividad económica

Se ha visto que las pensiones se conceden a sólo una parte minoritaria de la población en edades avanzadas y que se hace con beneficios tan pequeños que obligan a la búsqueda de ingresos por trabajo. También se agrega que el trabajo que se realiza en edades avanzadas en gran medida es de naturaleza informal y poco productiva, resultando en ingresos precarios. Las cifras del cuadro 8 muestran la distribución de la población económicamente activa (PEA) perteneciente a la cohorte 1936-1938, por rango de percepciones producto del trabajo, expresadas en múltiplos del salario mínimo, para cada sexo y medio rural o urbano.

La distribución del ingreso por trabajo de la cohorte 1936-1938 muestra que las percepciones correspondientes son aún menores de las que se obtienen por pensiones y en su gran mayoría están por debajo de un SM. Dos terceras partes de los hombres del medio rural reciben menos de un SM, mismo tipo de ingreso que reciben casi la mitad de los del medio urbano. En poco más de la quinta parte de esta población el ingreso por trabajo es de entre uno y menos de dos SM. Por el lado de la población femenina, el ingreso se concentra grandemente en menos de un SM ya que esto es lo que perciben 91.1 por ciento de las mujeres. Esta proporción es algo mayor en el ámbito rural, estimado en 94.1 por ciento, y algo menor en lo urbano, calculado en 88.7 por ciento.

Para algunos de los integrantes de la cohorte en cuestión este ingreso será complementario a alguna pensión que reciban, pero conviene recordar que de acuerdo con cifras de cuadros anteriores, la mayoría de estos trabajadores, particularmente los de ingresos menores, del medio rural y los insertados en el mercado informal del empleo, carecen de toda pensión.

 

Totalidad de los ingresos económicos

A las estadísticas y explicaciones sobre la actividad y ocupación económica en las edades avanzadas se añade el cuadro 9, en el que se expresa la distribución de las personas de la cohorte 1936-1938, de acuerdo con la totalidad de los ingresos, también en términos de rangos de salarios mínimos, por sexo y por nivel rural y urbano.

En este cuadro se suman los ingresos monetarios de todas las distintas fuentes, incluyendo trabajo, pensiones, ayudas familiares, rentas e intereses bancarios, transferencias de otras instituciones, además de otros recursos que se reciban en dinero. A pesar de que las estadísticas se refieren a toda esta suma de ingresos, una conclusión inmediata en la primera mirada a las cifras es que en esta cohorte 1936-1938 también se dan las desigualdades que se observan en todos los demás segmentos de la población de México de grandes contingentes en la pobreza y unos cuantos en los estratos privilegiados.

En la parte masculina, 38.6 por ciento tiene un ingreso monetario total de menos de un SM. Los que sobrepasan el SM pero no llegan a duplicarlo son 27.4 por ciento, de tal manera que los ingresos de dos tercios de los hombres están en menos de dos SM. En la porción femenina, 81.3 por ciento recibe menos de un SM y son más de 90 por ciento las que tienen ingresos de menos de dos SM.10

Siguiendo el esquema de menores oportunidades sociales y económicas en las áreas rurales, las cifras muestran un porcentaje mayor de la cohorte del medio rural, que tiene ingresos menores a un SM, mientras que en la parte urbana hay ingresos significativos de tres, cinco y más SM. En el sector de las mujeres del medio rural, el porcentaje de las que tienen menos de un SM es cercano a 90 puntos, distribuyéndose el menor porcentaje restante entre todas las demás características. En el caso de las mujeres del medio urbano el nivel de ingresos mejora levemente.

 

Conclusiones

La cohorte 1936-1938 se asoma a la vejez con insuficiencias económicas propias. Parte de las características de dependencia y capacidades disminuidas que acompañan a las edades avanzadas se observan en las limitaciones para el trabajo y los bajos ingresos que perciben las personas en esa condición. Es desafortunado que la dinámica social y económica del país no haya permitido instituciones de seguridad social o condiciones de ahorro para que la población envejecida cuente con los recursos que requiere una vejez despreocupada, particularmente cuando se toma en cuenta que la colaboración de las personas actualmente envejecidas hizo posibles las épocas de gran desarrollo industrial y de crecimiento económico (Pedrero, 2000). La vida y la calidad de vida de esta población en buena parte dependen del apoyo que puedan recibir de la familia. Sin embargo, el futuro del apoyo familiar es discutible, en virtud de los cambios en las estructuras demográficas, los fenómenos migratorios y los valores que ahora acarrean la creciente urbanización y la globalización económica y cultural.

 

Bibliografía

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Notas

1 Estos números se obtuvieron mediante simples interpolaciones lineales a partir de los datos quinquenales corregidos de los censos generales de población.

2 La urbanización también se realiza mediante la conurbación que agrega asentamientos rurales a ciudades en expansión, o al crecimiento y fusión de comunidades rurales que así adquieren características urbanas.

3 Existe la posibilidad de migración de las ciudades hacia el campo, pero eso se da en medidas ínfimas.

4 En estas cifras las personas agrupadas en los apartados d), e) y f) aprobaron al menos un año de ese ciclo o lo cursaron totalmente.

5 Existen pensiones de viudez masculina cuando el esposo está incapacitado y depende económicamente de la esposa, pero estos casos son muy pocos.

6 Junto a las jubilaciones de retiro se incluyen las pensiones por riesgos de trabajo, viudez, orfandad y ascendencia.

7 En la Enadid 97 se pregunta sobre la condición de actividad, la cual dio origen al cuadro 5. Entre las posibles respuestas se incluyó la opción de "pensionado". Sin embargo, la contestación que se admite es una sola y la primera que surge al leerse las opciones siempre en el mismo orden. De esta manera, si un pensionado se declara así pero también trabaja, no se capta esta última posibilidad y viceversa. Para las estimaciones del cuadro 5 se tomaron las personas que contestaron tener ingresos por pensiones en una primera y segunda opción. Como no se agotan todas las posibilidades de fuentes de ingreso, debe haber una subestimación del número de pensionados, pero no debe ser muy grande de acuerdo con las comparaciones que se han hecho con el número de pensionados que surgen de los registros de las instituciones de seguridad social.

8 El salario mínimo es un concepto estipulado en la Ley Federal del Trabajo. Se trata de la menor cantidad que legalmente se puede pagar a un asalariado. Es parte de la protección legal que se otorga a trabajadores sin la capacidad de defenderse ante abusos patronales. Aunque existen salarios mínimos por regiones del país y para distintas actividades, en este trabajo se utiliza el "salario mínimo general" del Distrito Federal (SMGDF). Los precios de muchas actividades de comercio e industria del país se fijan con referencia al valor de este SMGDF y que aquí denominamos "salario mínimo".

9 En la Enadid 1997 y en otras fuentes de información similares, las condiciones de actividad aparecen como excluyentes. Sin embargo, en una persona puede haber más de una condición, lo cual es particularmente cierto entre pensionados que además trabajan.

10 Se trata de los ingresos individuales. Aunque en la Enadid-97 se inquiere acerca de ingresos y transferencias de todo tipo, los renglones como la vivienda, los bienes y servicios compartidos no estén considerados.

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