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Papeles de población

On-line version ISSN 2448-7147Print version ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.9 n.36 Toluca Apr./Jun. 2003

 

Migraciones internacionales y familias en áreas urbanas del centro occidente de México

 

Internacional migration and families in the eastern-center part of Mexico

 

Jean Papail

 

Universidad de Guadalajara.

 

Resumen

La emigración internacional mexicana se intensificó fuertemente durante los últimos 20 años. Los flujos de migrantes con orígenes urbanos se volvieron paulatinamente preponderantes en el conjunto de los flujos, particularmente en la región tradicional de emigración que constituyen los estados de Jalisco, Guanajuato, Michoacán y Zacatecas. Esta migración tiene como corolario la expansión de los flujos de remesas que envían desde el exterior los trabajadores mexicanos a sus familias radicadas en México. Estas remesas son usadas en mayor parte para el sustento de estas familias. Sin embargo, durante las dos últimas décadas, una fracción creciente de estos flujos monetarios fueron destinados a la creación de microempresas, operadas generalmente por los propios migrantes o sus esposas al regreso de los primeros a sus lugares de origen, lo anterior permite que buena parte de ellos transforme su estatus de asalariado a no asalariado mediante el proceso migratorio, y la creación de empleos. Sin embargo, estos nuevos empleos no parecen constituir un freno a las corrientes migratorias dirigidas hacia el país vecino.

 

Abstract

The mexican international emigration strongly developed during the last 20 years. Flows of migrants of urban origin became gradually dominating in the migratory streams, particularly in the traditional area of the emigration (states of Jalisco, Michoacan, Guanajuato, Zacatecas). This migration has as a corollary, the expansion of monetary flows with their family in Mexico. These transfers are used in major part for the needs for reproduction of the families of migrants. During the 2 last decades, an increasing fraction of these transfers were used for the creation of micro companies managed by the wives of the migrants or those after their return to Mexico, thus allowing the reconversion of a great part of them in employees as contractors through the migratory process, and the creation of jobs. However, these new jobs do not appear to constitute a brake of the migratory flows directed towards the neighbour country.

 

Introducción

La política demográfica adoptada por México al inicio de la década de 1970 se tradujo -entre otros resultados- en una reducción importante de la tasa de crecimiento de la población del país, de 3.3 por ciento en los años 1970-1975 a 1.8 por ciento en el periodo 1995-2000, debido en gran parte a la reducción de la fecundidad (la tasa global de fecundidad o número promedio de hijos por mujer baja de 6.8 en 1970 a 2.9 en 1999). Durante estos últimos 30 años, correlativamente, el tamaño promedio de los hogares particulares disminuye de 5.8 a 4.4 miembros a nivel nacional. Estos datos, en el marco general de las teorías del desarrollo, constituyen factores considerados generalmente como muy favorables al mejoramiento del nivel de vida de la población y de su bienestar.

Sin embargo, la inercia impresa en la pirámide de la población mexicana por las décadas de alta fecundidad (1945-1975) provocó la entrada continua de contingentes más y más numerosos de mano de obra en el mercado de trabajo durante el ultimo cuarto de siglo. Por otra parte, el derrame de la mano de obra agrícola hacia los otros sectores de actividad se aceleró durante este mismo periodo. El aparato productivo, radicalmente transformado durante las décadas de 1980 y 1990, abandonó el modelo de industrialización por sustitución de importaciones y el papel central del Estado en el desarrollo económico, en provecho de una economía más y más abierta, dinamizada por las exportaciones, con una fuerte reducción del peso relativo del sector público. La economía regida por el nuevo modelo no pudo absorber, en su sector formal, estos contingentes crecientes de mano de obra que se presentaban en los mercados de trabajo urbano. Estos factores engendraron, por una parte, el crecimiento de la llamada economía informal de las áreas urbanas, e impulsaron, por otra parte, la emigración de una parte de la mano de obra hacia Estados Unidos -donde existía una demanda creciente de mano de obra barata en ciertos sectores de actividad- en busca de empleo o de mejores ingresos.

Por otro lado, el deterioro continuo de los ingresos individuales (medidos por la evolución del salario mínimo en términos reales) durante las dos últimas décadas promovió la entrada en el mercado de trabajo de cónyuges inactivas, de adolescentes (esencialmente durante los periodos de crisis, como los años de devaluación de la moneda nacional) y la reconversión de asalariados -generalmente mediante el trabajo migratorio y el ahorro- en trabajadores por cuenta propia o en microempresarios, para mantener o elevar el nivel de vida de los hogares. Este trabajo está dirigido a analizar particularmente este último aspecto.

Para analizar los cambios ocurridos durante el último cuarto de siglo en las historias de vida de los individuos y de sus familias, así como las estrategias que desarrollaron en las áreas urbanas de la región centro-occidental, usaremos diferentes fuentes de datos disponibles y usuales: los censos de poblaciones y diversas encuestas nacionales, como la Encuesta Nacional sobre la Dinámica Demográfica (ENADID), la Encuesta Nacional sobre Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) o específicas, por ejemplo, la encuesta sobre las modalidades de reinserción de los exmigrantes internacionales en áreas urbanas del centro-occidente de México (EREM), que está en procesamiento, y de la cual disponemos de algunos resultados brutos).1

 

La evolución del contexto socioeconómico

Las tasas de crecimiento de la actividad económica se ubicaron en niveles de entre seis y siete por ciento durante el periodo de 1950 a 1980. Este crecimiento basado en el modelo de industrialización por sustitución de importaciones empieza a debilitarse a partir de la mitad de la década de 1970, con el deterioro progresivo del saldo de los intercambios externos.

A pesar de la importancia creciente de la renta petrolera, que permite a México iniciar ambiciosos programas de modernización de su aparato productivo bajo la tutela de un Estado centralizador y principal actor del desarrollo económico, este periodo de prosperidad que culmina en el sexenio 1976-1982 (durante el cual los salarios reales crecen aproximadamente ocho por ciento, la tasa de desempleo abierta se reduce tres puntos y los flujos migratorios internacionales se orientan a la baja) se acaba brutalmente en 1982 con la crisis de los pagos que implica una caída del producto interno bruto (PIB) de 0.6 por ciento este año y 4.3 por ciento en 1983.

El producto interno bruto (PIB) per cápita que había sido multiplicado por 1.9 entre 1950 y 1970, y luego por casi 1.4 por ciento entre 1970 y 1980, no crece durante el periodo 1980-1997. Las políticas de ajustes, de apertura comercial y de liberalización económica (entrada en el Acuerdo General de Aranceles y Comercio, privatizaciones, eliminación progresiva de los subsidios, firma del ALENA... etc.) que se inician en la primera parte de la década de 1980, permiten a México multiplicar sus exportaciones por 6.5 entre 1980 y 1998, gracias al fuerte crecimiento del número de maquiladoras, cuyo peso relativo en las exportaciones crece de 14 a 45 por ciento durante este periodo.

Sin embargo, este crecimiento, basado sobre todo en el sector exportador, es insuficiente para absorber los contingentes crecientes de las jóvenes generaciones que entran en el mercado de trabajo, lo cual genera un subempleo crónico que se puede estimar con los datos de las encuestas sobre empleo, y los del sistema de seguridad social. Entre 1988 y 1999, el número de asalariados adscritos de manera permanente al sistema de seguridad social del sector privado (IMSS) -que nos da una estimación del crecimiento del sector formal de la economía, en términos de empleos protegidos clásicos- crece en aproximadamente 6 800 000 individuos en todo el país (desde 7 400 000 a 14 200 000). Durante este mismo periodo, la población económicamente activa (PEA) aumentó más de 10 millones de individuos.

Por otra parte, bajo la presión de una inflación descontrolada y de pactos sociales generalmente desfavorables para los asalariados, el poder de compra de los salarios decrece de manera casi continua desde el inicio de la década de 1980, empobreciendo la mayor parte de la población. El salario mínimo perdió 78 por ciento de su poder de compra en un cuarto de siglo (1976-1999). A pesar de una reestructuración progresiva de la distribución de los ingresos orientada al alza, éstos siguen concentrados en torno a dos sueldos mínimos (cuadro 2).

El ingreso promedio mensual nacional del trabajo (sin los estados fronterizos del norte), calculado a partir de la Enadid de 1997, se establece en 1 847 y 1 407 pesos para las poblaciones masculina y femenina, respectivamente. El promedio general es de 1 697 pesos, o sea, el equivalente a 2.3 salarios mínimos para esta fecha o aproximadamente 220 dólares. Las estimaciones hechas para el grupo de estados del centro-oeste de la república mexicana (Jalisco, Zacatecas y Guanajuato) se avecinan a los valores nacionales.

Estos niveles de ingresos están asociados a un subempleo importante, que se puede observar a partir de la distribución de las duraciones semanales de trabajo (cuadro 3). En el grupo central, cuyo tiempo de trabajo está entre 40 y 48 horas, cerca de 60 por ciento de los trabajadores percibe remuneraciones inferiores a dos salarios mínimos. Gran parte de los individuos que laboran más que la duración legal del trabajo (48 horas, pero 40 horas en las grandes empresas) son trabajadores por cuenta propia, concentrados en el comercio, los servicios y la agricultura.

Las distribuciones de la posición en el trabajo (o condición laboral) de la población ocupada en 1997 son muy parecidas entre el grupo de estados del centro-oeste y el conjunto del país, y se notará que los exmigrantes internacionales pertenecen mucho más al conjunto de los no asalariados (patrones y trabajadores por cuenta propia) que los individuos que nunca trabajaron en los Estados Unidos (cuadro 4). Los exmigrantes están sobrerrepresentados en la rama agrícola (42.6 por ciento de los exmigrantes masculinos trabajan en esta rama, respecto a 32.1 por ciento de los no-migrantes), efecto de décadas de emigración internacional predominantemente rural del programa bracero.

Según la cuenta satélite del subsector informal de los hogares publicada por el Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI) en 2000, con base en la encuesta de empleos de 1998, 9.3 millones de personas pertenecen al sector informal,2 sea 28.5 por ciento de la población ocupada del país (sin la rama agrícola), que genera 12.7 por ciento del PIB mexicano. Es una población predominantemente masculina (63.1 por ciento), que se concentra en las ramas comercio (30.8 por ciento) y servicios personales (11.5 por ciento). Los recursos necesarios para la creación de estas actividades provienen esencialmente de sus ahorros (93 por ciento). Únicamente 2.2 por ciento pidieron préstamos al sistema bancario. Para poco más de un tercio (35.9 por ciento), el autoempleo sirve para complementar los ingresos de los hogares, mientras que otro tercio de las familias (33.1 por ciento) inició su actividad para obtener ingresos superiores a los que percibían sus integrantes como asalariados. Esta estrategia parece ser validada por diferentes encuestas (incluyendo la Erem) y por los resultados de la Enadid, por lo menos en las áreas urbanas, donde los ingresos de los no asalariados son superiores a los de los asalariados en su conjunto. Como lo veremos más adelante, este aspecto parece ser un motivo muy importante de los desplazamientos en las historias migratorias.

Otros autores (Pozos y Barba, 2000) combinan los niveles de ingresos y las duraciones de trabajo, así estiman que el sector informal engloba más de la mitad (54 por ciento) de la población activa del país. La definición del sector informal que usan es netamente más amplia, y toma en cuenta las situaciones de precariedad que afectan a un gran número de trabajadores. Según estos autores, desde el final de la década de 1970, los empleos creados en México generan pobreza. Acerca del estado de Jalisco, en el centro-oeste de México, consideran que más de la mitad de la población (55 por ciento) está conformada por hogares pobres, que disponen de menos de seis dólares por día; además, 17.9 por ciento de la población de este estado viviría una situación de extrema pobreza, con recursos menores a tres dólares diarios.

A este deterioro de los ingresos asalariados observado desde hace dos décadas se agregan las deficiencias del sistema de protección social, que excluye de sus prestaciones a más de la mitad de la población ocupada (54 por ciento, según la Enadid, 1997), en tanto que el resto se beneficia del régimen general (Instituto Mexicano del Seguro Social, 38.6 por ciento), del régimen de la función pública (Instituto de Seguridad y Servicios Sociales para los Trabajadores del Estado, 7.2 por ciento) y de regímenes especiales (ejército y empresas estatales como Pemex: uno por ciento) o de servicios privados de grandes empresas (uno por ciento).

Por lo tanto, las estrategias elaboradas por los hogares para contrarrestar el deterioro de los ingresos combinan varios elementos: doble empleo, actividad de los cónyuges, a veces de los adolescentes, emigración a Estados Unidos y reconversión de los asalariados en trabajadores independientes. Estas dos últimas modalidades están frecuentemente articuladas entre sí, como lo veremos más adelante.

 

La migración internacional

La emigración mexicana a Estados Unidos tiene raíces históricas complejas. Existían flujos desde el siglo XIX, por las relaciones existentes entre los dos países (pérdida de una gran parte del territorio mexicano en provecho de su vecino, construcción de la red ferroviaria del sur de Estados Unidos...), pero se incrementaron de manera significativa a partir del programa bracero, llevado a cabo al inicio de la década de 1940. Las dificultades económicas de México durante las dos últimas décadas ampliaron considerablemente el volumen de estos flujos.3

Tradicionalmente, son los estados del centro-oeste mexicano (Jalisco, Guanajuato, Michoacán y Zacatecas) los que proveen la mayor parte de los flujos migratorios internacionales (aproximadamente 40 por ciento durante los últimos 25 años), a pesar del peso relativamente débil de esta región dentro del país (16.7 por ciento de la población mexicana). Según los resultados de la Enadid 1997, 4.8 por ciento de la población mexicana de más de 14 años (sin los estados fronterizos del norte) había trabajado o buscado un empleo en Estados Unidos (8.7 por ciento los hombres y 1.2 por ciento las mujeres). En el conjunto formado por Jalisco, Guanajuato y Zacatecas, las proporciones por género suben a 18 por ciento de hombres y 2.1 por ciento de mujeres. Si se considera únicamente a la población masculina de 30 a 45 años de estos tres estados, son entre 25 y 30 por ciento los que trabajaron o buscaron empleo en el país vecino.

Estos flujos fueron durante mucho tiempo de origen rural, pues la inserción de los trabajadores mexicanos en la economía estadunidense se producía esencialmente en la agricultura hasta la década de 1970. La mayoría de los autores que trabajan sobre este tema concuerdan en que hubo un reequilibramiento progresivo, y que los flujos de origen urbano son actualmente preponderantes en el conjunto de los flujos internacionales. Si la participación de las mujeres a las corrientes de emigración es creciente (representan aproximadamente 20 por ciento en la actualidad), están subrepresentadas en la población de exmigrantes, porque se establecen más a menudo definitivamente en el país vecino que los hombres, debido a causas como el matrimonio, la procreación o la valorización de comodidades en la vida cotidiana en ese país.

La mayor parte de los migrantes se dirige tradicionalmente hacia California (cuyo PIB/per cápita es aproximadamente 10 veces superior al de México en la última década), que absorbe cerca de 50 por ciento de los flujos; Texas, donde llega aproximadamente 15 por ciento de los flujos, e Illinois, con 10 por ciento de los emigrados mexicanos, aunque se observa una diversificación geográfica de los destinos desde el inicio de la década de 1990 (Papail y Arroyo, 1996). Según el censo estadunidense de 2000, 42.1 por ciento de la población de Nuevo México, 32 por ciento de la de Texas y 32.4 por ciento de la de California, son de origen hispano. Desde la década de 1970, se observa también una diversificación progresiva de las ramas de actividad en las cuales se insertan los migrantes en el país fronterizo. La reducción del peso de la agricultura en esta estructura se produce en beneficio de las ramas urbanas de la industria, la construcción, la restauración, hotelería y los servicios.

Entre los migrantes masculinos, los motivos aparentes del desplazamiento hacia Estados Unidos relacionados a menudo con el desempleo o subempleo se redujeron durante los últimos 25 años en provecho de motivos relacionados con los niveles de ingresos que se vuelven preponderantes desde finales de la década de 1980. Existe una correlación bastante fuerte entre la evolución del volumen de los flujos migratorios durante los años 1975-1995 y la relación de salarios entre México y Estados Unidos. Esta relación aplicada a los salarios mínimos en los dos países fluctúa entre 3.8 y 5.5 para el periodo de 1976 a 1982, etapa en la que hubo reducción de los flujos migratorios. Varía luego durante una década (1983-1993), entre 7.8 y 9.3, provocando movimientos contrastados, pero orientados al alza del volumen de los flujos de primera emigración (Papail y Arroyo, 1996).

Desde finales de la década de 1980, esta relación oscila entre 8 y 14 salarios mexicanos por uno estadunidense, según las variaciones en la paridad del peso, pero su impacto sobre los flujos es perturbado por el efecto propio de la expansión de las redes migratorias y de los procesos de regularización de los indocumentados (como el IRCA).

Hogares y trabajo en la encuesta sobre los exmigrantes (Erem)

El tamaño promedio (población de hecho) de los hogares de los exmigrantes es levemente inferior al de los no migrantes (4.47 y 5.02 personas por familia, respectivamente), pero si se controlan las estructuras por las edades de los jefes de hogar de estas dos poblaciones, esta diferencia pierde relevancia. El promedio de personas que trabajan en cada hogar se ubica en 1.9, acercándose al equilibrio: un activo por un inactivo. Poco más de la mitad de los hombres (56 por ciento) emigró a Estados Unidos antes de casarse, lo que perturba el calendario de la nupcialidad masculina: la edad promedio en la que se casaron por primera vez aquellos hombres que al momento de la encuesta tenían entre 25 y 44 años y que emigraron solteros fue de 24.2 años, en tanto que quienes en las mismas condiciones emigraron ya casados presentaron una edad promedio de 22.4 años para su primer matrimonio. Esta interferencia de la migración en la nupcialidad no parece traer consecuencias importantes en la fecundidad y el tamaño de las familias.

La presencia de esposas en Estados Unidos no es despreciable, si se considera que de la población de exmigrantes femeninas (18.3 por ciento del total de la población exmigrante encuestada) una buena parte vivía en el país vecino con su esposo durante su estancia allá, lo que explica que 6.6 por ciento de los niños menores de 10 años presentes al momento de la encuesta hayan nacido en Estados Unidos. De la población migrante masculina, aproximadamente 20 por ciento de los casados antes de migrar se llevaron a sus esposas al país vecino.

Como se detectó en otras encuestas, el nivel de escolaridad de las mujeres migrantes es más alto que el de las otras mujeres y también que el de los hombres migrantes (diferencia de 0.8 grados escolares en el grupo de edades 20-34 años). En la población masculina, al contrario, los migrantes son levemente menos educados que los no migrantes (0.7 años, en promedio, en este mismo grupo de edades).

Los motivos aparentes para la migración en la población masculina son mayoritariamente relacionados con las diferencias de ingresos entre los dos países (66.7 por ciento). Aunque este motivo aparece también como el más importante entre las migrantes femeninas (40.1 por ciento), los desplazamientos de este grupo son muestra igualmente de reagrupaciones familiares (25.2 por ciento), esencialmente entre esposos. Aproximadamente 40 por ciento de los hombres vivieron en Estados Unidos con un pariente o más (papás, hermanos, hijos, cónyuges, otros). Esta proporción sube a 74.9 por ciento entre las mujeres, de las cuales 40 por ciento vivía con su esposo. La importancia de las redes migratorias que se expresa por medio del indicador de cohabitación se detecta también en la manera de encontrar un empleo: cerca de 75 por ciento de los hombres y 80 por ciento de las mujeres encontraron su primer trabajo gracias a sus redes parentales o de amigos.

Como es muy conocido, la migración masculina en Estados Unidos es casi exclusivamente una migración de trabajo realizada por jóvenes adultos (en varias encuestas, la edad promedio al momento del primer desplazamiento oscila en torno a los 22 años). La población femenina de exmigrantes conforma un grupo muy particular, que se distingue netamente de las otras mujeres en cuanto a su relación con las actividades económicas. En este grupo, 46 por ciento empezó su vida laboral en Estados Unidos (respecto a 9.1 por ciento de los hombres), y 35.5 por ciento tenía una actividad antes de desplazarse al país vecino. A su regreso, 35 por ciento de este grupo trabajó en sus lugares de origen y 31.7 por ciento seguían teniendo una actividad al momento de la encuesta. Pero si las tasas de actividad actuales de las exmigrantes son semejantes a las tasas de las no migrantes (entre 30 y 35 por ciento), en el grupo de 20 a 29 años siguen teniendo tasas de actividad muy elevadas (entre 35 y 42 por ciento) hasta los 44 años, mientras que las tasas de actividad de las no migrantes se ubican entre 14 y 19 por ciento en estos grupos de edad.4 Esta sobre actividad de las exmigrantes se verifica también en todas las edades superiores (en el grupo de edades de 45 a 59 años estandarizado, la tasa de actividad de las exmigrantes se ubica en 27.4 por ciento respecto a 8 por ciento entre las no migrantes).

Ingresos y remesas

El salario promedio percibido en Estados Unidos por los exmigrantes masculinos de las áreas urbanas de Jalisco y Zacatecas se ubicó aproximadamente en 1 400 dólares a finales de la década de 1990, según la encuesta Erem, o sea, entre cuatro y cinco veces el salario promedio nacional en el sector "moderno" (afiliados al Instituto Mexicano del Seguro Social) en México para esta época, o cinco veces en el caso de los asalariados de las ciudades del centro-oeste (cuadro 6). Sin embargo, se puede pensar legítimamente que el multiplicador de salarios se ubica entre la relación de los salarios mínimos y la de los salarios promedios, tratándose de una población migrante originaria generalmente del sector informal, levemente menos educada y más joven que la población de no migrantes.

 

Diferentes encuestas (Arroyo, 1987; LPS1, 1988; Massey y Parado, 1990; Colef, 1993; ORSTOM-INESER, 1993; INEGI, 1996) ubican el monto promedio mensual de las remesas en un nivel de entre 150 y 320 dólares durante los quince últimos años. Esta heterogeneidad refleja sobre todo -salvo el efecto de fecha- las diferentes composiciones de las muestras utilizadas: migrantes permanentes, migrantes temporales, migrantes documentados/ indocumentados, jefes de familia/ otros, familia residente en Estados Unidos/residente en México...; que influyen naturalmente tanto en el nivel de ingresos como en el nivel del monto de las remesas.

La Erem muestra que aproximadamente 75 por ciento de los exmigrantes enviaban dinero regularmente a sus familias en México (81 por ciento de los hombres y 44 por ciento de las mujeres). El monto promedio mensual de las remesas equivalía en 1999 a tres salarios mínimos o 1.2 salarios promedio. A nivel agregado, según estimaciones del Banco de México, el monto de las remesas familiares recibidas en México sube de 2.5 mil millones de dólares en 1990 a 4.9 mil millones en 1997, lo que representa en esta fecha 43 por ciento de las exportaciones petroleras, 85 por ciento de los ingresos turísticos y 39 por ciento de la inversión directa del extranjero.

A finales de la década de 1990, el monto global de las remesas se estimaba en aproximadamente 6.5 mil millones de dólares, o sea, 1.5 por ciento del PIB mexicano.

Si se acepta, como lo proponen Adelman y Taylor (1992) un efecto multiplicador de estas remesas de 2.9 en la economía mexicana, el producto generado alcanzaría cerca de cuatro por ciento del PIB mexicano. En la región centro-occidental del país, donde se concentraba en 1996 cerca de la mitad (48 por ciento) de las remesas familiares del país, estas transferencias representan aproximadamente cinco por ciento del producto interno de la región.

Apoximadamente 12 por ciento de los hogares de esta región reciben dinero proveniente de sus miembros que trabajan en Estados Unidos (3.1 por ciento al nivel nacional), que representa en promedio más de dos tercios de sus recursos (69 por ciento; Delgado et al., 1999). Todas las encuestas realizadas en México durante los últimos 20 años sobre el uso de las remesas por parte de los hogares que las reciben indican que lo esencial de estos recursos (entre 60 y 95 por ciento) es utilizado en gastos de consumo corriente de los hogares (alimentación, ropa, educación, salud, alojamiento...). La encuesta Erem (1999-2000) en áreas urbanas muestra que los primeros resultados sobre los estados de Jalisco y Zacatecas (cuadro 7) presentan una reducción de la fracción de las remesas destinada a la manutención de los hogares entre los años 1980 y 1999, en provecho de la parte destinada al ahorro (categoría que en varias ocasiones supone una situación de espera antes de realizar inversiones productivas).

Algunas encuestas realizadas en varios estados de la región centro-occidental demuestran que el impacto de estos recursos en la creación de microempresas tiene cierta importancia. Massey y Parado (1997), en sus encuestas de 1982-1983 y 1987-1994, realizadas en varias áreas urbanas de la región, observaron que aproximadamente 11 por ciento de las microempresas de sus muestras fueron creadas gracias a las remesas provenientes de Estados Unidos. En Guadalajara, capital del estado de Jalisco (con 2.9 millones de habitantes en 1990), 16 por ciento de las empresas de menos de 20 salarios habrían aprovechado estos recursos para su constitución, durante los años anteriores a 1990 (Escobar y De la O, 1991).

 

Las conversiones profesionales mediante los ciclos migratorios

Para gran parte de los migrantes, el ciclo migratorio se traduce en reconversiones tanto de rama de actividad como de posición en el trabajo (condición laboral) entre la situación premigratoria y la reinstalación en sus lugares de origen a su regreso a México. En términos de ramas de actividad, el cuadro 8 nos permite visualizar el deslizamiento de los empleos ocupados por los migrantes masculinos del sector primario (esencialmente la agricultura) hacia el sector terciario (comercio, servicios, transportes y telecomunicaciones) al terminar el ciclo migratorio. Estas transformaciones empiezan antes de la emigración a Estados Unidos (a veces asociadas a migraciones internas previas de áreas rurales de los municipios hacia las cabeceras municipales de las ciudades medias encuestadas), pero se intensifican en la migración internacional. Este tipo de movilidad profesional es relativamente fuerte si se considera que 42 por ciento de los migrantes cambiaron de rama de actividad entre el momento de desplazarse a Estados Unidos y su reinserción laboral en México (las tasas de retención de los activos varían de 30 por ciento en los restaurantes-hoteles hasta 73 por ciento en los transportes, rama que conserva más su mano de obra durante todo el ciclo). En Estados Unidos, como se mencionó, la inserción laboral de los trabajadores masculinos, que hasta la década de 1960 se hacía en su mayor parte en la agricultura, se trasladó poco a poco hacia actividades de áreas urbanas, como la industria y la construcción a partir de 1980, donde los sueldos son generalmente más altos, y los restaurantes-hoteles, así como los servicios a partir de finales de la década de 1980. Los flujos femeninos que empiezan a desarrollarse en la década de 1970 se concentran tradicionalmente en la industria, los restaurantes-hoteles y los servicios.

Las transformaciones que operan los migrantes en materia de posición en el trabajo son más importantes y pueden considerarse como uno de los motores de la migración, en el sentido que el ciclo migratorio a Estados Unidos acelera (gracias al multiplicador de salario que representa y al ahorro que posibilita) la conversión de cierto número de migrantes de asalariados a no asalariados, lo que parece ser un objetivo tanto individual de las trayectorias profesionales, como una estrategia familiar de ampliación/diversificación de los ingresos de los hogares en México.

Al momento de desplazarse a Estados Unidos, cerca de 22 por ciento de los migrantes y 11 por ciento de las migrantes tenían un proyecto bien definido de actividad para su posterior regreso a sus lugares de origen. Entre estos grupos, un tercio de los hombres (34.1 por ciento) y un cuarto (27.5 por ciento) de las mujeres migraban con la idea de ahorrar dinero para crear un negocio a su regreso a México. La mayor parte del conjunto de los migrantes (72.7 por ciento) pensaba trabajar por lo menos un año en el país fronterizo, y cerca de la mitad (49.5 por ciento de los hombres y 60.1 por ciento de las mujeres) no proyectaba una duración específica de su estancia en este país. Como se comprobó, la duración del ciclo migratorio es el factor más importante para incrementar la probabilidad de realización de proyectos de este tipo.

En el momento de reinstalarse en México, como se podía suponer, la fracción de los migrantes que tenían un proyecto preciso de trabajo se había incrementado (28.7 por ciento de los hombres), más aún cuando los motivos de regreso forzado (deportados, 4.5 por ciento; enfermos, 3.6 por ciento; desempleados. 8.9 por ciento, en la población masculina) no eran despreciables. Entre 40 y 45 por ciento de estos proyectos en las poblaciones masculinas y femeninas concernían a actividades de no asalariados.

El trabajo migratorio en Estados Unidos acelera sobre todo la transformación de asalariados -y en menor medida de trabajadores familiares sin remuneración- a trabajadores por cuenta propia o a jefes de microempresas a su regreso a México (cuadro 9), tanto en la población masculina, como en la femenina. Las trayectorias inversas son muy poco frecuentes.

Estos datos son bastante diferentes de los resultados de la Enadid 1997 en lo que concierne a la proporción de trabajadores por cuenta propia, pues en esta fuente, 36 por ciento de los exmigrantes masculinos de la región centro-occidental trabajan por cuenta propia (cuadro 4). Es probable que la Enadid sobrerrepresente las áreas rurales en su muestreo, si se compara su distribución de ramas de actividad con las de los censos de población 1990 y 2000. Lo anterior incrementa el peso relativo de los trabajadores por cuenta propia debido a que esta condición laboral es más frecuente en la rama agrícola (en particular, por las transmisiones patrimoniales). En la población de no migrantes, las condiciones laborales de patrones y de trabajadores por cuenta propia son netamente menos frecuentes (respectivamente 5 y 17.2 por ciento en la población masculina, y 0.8 y 12.1 por ciento en la población femenina de la Erem).

Sin duda interviene en estos grupos tanto un efecto de edad como de rama de actividad. En la población activa presente en el momento de la encuesta se observa efectivamente una proporción creciente de no asalariados (patronos y trabajadores por cuenta propia) conforme avanza la edad de los entevistados, tanto en la población masculina como entre las mujeres (de 6.2 y 4.4 por ciento en el grupo de edades de 20 a 24 años, hasta 49.1 y 53.8 por ciento en el grupo de edades de 55 a 59 años, respectivamente). Al efecto de la edad (que traduce generalmente una función del tiempo de ahorro para realizar las inversiones necesarias para la conversión a no asalariado), se suma el efecto de las distribuciones de las ramas de actividades de las diferentes generaciones.

En el transcurso del tiempo, la estructura del empleo se desplazó de actividades en el sector primario (esencialmente agrícolas) al inicio de la vida activa de las generaciones más viejas, hacia actividades de los sectores secundario y terciario en las nuevas generaciones. Las transferencias de mano de obra entre las ramas se intensificaron naturalmente en las generaciones sucesivas, a medida que se transformaba la economía, y se aceleraron a través de las migraciones internas e internacionales. Como se observa en diferentes fuentes de datos (encuestas y censos), los no asalariados se concentran esencialmente en la agricultura (30 por ciento) y el comercio (31.9 por ciento) en la población activa masculina (en el caso de la Erem), y en el comercio y los servicios (53.8 y 27.2 por ciento, respectivamente) en la población activa femenina.

Como se puede constatar en estos datos, la proporción de no asalariadas -salvo las trabajadoras familiares sin remuneración (TFSR)- es muy importante en la población de mujeres exmigrantes, debido en particular a la fuerte proporción de las mujeres no casadas (solteras, divorciadas, viudas) al regreso del ciclo migratorio, que adoptan esa condición laboral como medio de reinserción profesional a su regreso a México. Por otra parte, las tasas de actividad en México de las esposas de los exmigrantes de 20 a 64 años son cerca de tres veces superiores a las de las esposas de no migrantes, lo que induce a pensar que la migración internacional tiene un efecto importante en la participación ulterior de las mujeres en las actividades económicas, tal vez en parte por la adquisición de capacidades laborales particulares (de manera formal o informal) en el otro país.

En las parejas en las cuales los dos cónyuges trabajan y el esposo es un exmigrante, más de la mitad (56 por ciento) tienen por lo menos uno de sus miembros como patrón de microempresa o trabajador por cuenta propia, lo que demuestra la importancia de la condición laboral de no asalariado en la estrategia de reproducción de los hogares de exmigrantes. La condición laboral de no asalariado dentro de los grupos familiares permite, por una parte, diversificar las fuentes de ingresos y permitir una continuidad mínima de recursos en caso de desempleo del miembro asalariado, y constituye también muy a menudo la principal fuente de ingresos frente al deterioro progresivo del nivel de los salarios reales durante los últimos 20 años.

Entre la población masculina activa captada por la Erem, los ingresos mensuales son más elevados entre los trabajadores por cuenta propia que entre los asalariados (57.7 por ciento de los primeros y 35.4 por ciento de los segundos perciben en 1999-2000 un ingreso superior a 2 700 pesos). Esta jerarquía se comprueba también cuando el ingreso se da por día (53.7 y 37.9 por ciento, respectivamente, en estos dos grupos son superiores a 100 pesos). Estos datos confirman la percepción de los exmigrantes al respecto: entre los asalariados de este grupo, 83 por ciento de los hombres y 71 por ciento de las mujeres piensan que la condición laboral de trabajador por cuenta propia proporciona más ventajas que la de asalariado, entre los cuales la mayoría opina que permite recibir ingresos mayores a los de los asalariados. Por otra parte, 40.2 por ciento de los hombres asalariados esperan convertirse en trabajadores por cuenta propia, proporción netamente superior a la conversión inversa (15.1 por ciento). En la población femenina, las opiniones son menos contrastadas (30.8 y 23.3 por ciento, respectivamente).

El trabajo asalariado conserva, sin embargo, su interés, en particular cuando permite a la familia beneficiarse de prestaciones sociales como el seguro social, sobre todo.

 Las inversiones productivas de los exmigrantes

La Erem captó cerca de 1 100 negocios creados por la población de exmigrantes urbanos de Jalisco y Zacatecas desde su regreso a México, o sea que, como se había mencionado anteriormente, aproximadamente un tercio de los exmigrantes masculinos y femeninos se pusieron a cuenta propia o crearon microempresas empleando asalariados. La mayoría del autoempleo y de estos negocios se creó en el comercio (32.3 por ciento), la agricultura (26.7 por ciento) y los servicios (14.9 por ciento). Casi la mitad (48.7 por ciento) se crearon durante la década de 1990. En su mayor parte, el origen del capital invertido está constituido exclusivamente por los ahorros propios de los exmigrantes (87.3 por ciento), y cuando interviene algún tipo de préstamo, 43.3 por ciento proviene de la familia del migrante.

Cerca de un cuarto de los no asalariados son patrones que emplean mano de obra asalariada. Aproximadamente 78 por ciento de estos últimos negocios son microempresas que emplean entre uno y tres asalariados (el promedio general es de 2.8 empleados por microempresa). Se puede estimar el impacto local de la migración en términos de creación de empleos remunerados en aproximadamente 0.2 por exmigrante. Por otra parte, alrededor de 20 por ciento emplean mano de obra no asalariada (TFSR), en promedio, 1.8 personas por negocio. Estos TFSR son esencialmente esposos e hijos del trabajador por cuenta propia. Si se toma en cuenta los TFSR, el impacto global de la migración, en términos de empleos creados, se avecina a 0.3 por exmigrante, lo que no es despreciable para las economías locales.

Durante su estancia laboral en Estados Unidos, 7.8 por ciento de los hombres y 11.3 por ciento de las mujeres recibieron algún tipo de capacitación formal (sancionada por algún título o reconocimiento). Igualmente, 22.3 por ciento de los hombres y 17.4 por ciento de las mujeres se capacitaron de manera informal en la práctica de sus oficios, generalmente. Estas capacitaciones parecen tener una influencia apreciable en las posibilidades de transformación de su condición laboral asalariada a no asalariada.

Aunque es extremadamente difícil conseguir en este tipo de encuesta la precisión necesaria sobre los montos invertidos inicialmente en los negocios -debido a que muchos de los entrevistados no responden las preguntas correspondientes por problemas de memoria o de confusión entre monedas, entre otros-, los resultados de la encuesta arrojan estimaciones relativamente coherentes con las duraciones de las estancias de trabajo en Estados Unidos, el nivel de los montos de las remesas y las fracciones de estas remesas asignadas al ahorro o a las inversiones directas. En los años 1994-1999 (el periodo más confiable por su proximidad a la fecha de la encuesta), 42.8 por ciento de las inversiones en las creaciones de negocios eran superiores a 2 000 dólares (y 19.9 por ciento superiores a 5 000 dólares), lo que representa -con una estimación burda- aproximadamente cuatro años de remesas en promedio, si se toman en cuenta las fracciones de las remesas destinadas a este rubro y el monto promedio de las remesas durante este periodo.

 

Conclusiones

Las conversiones de asalariado a no asalariado aceleradas por los ciclos migratorios internacionales aparecen como un factor importante de la movilización de la mano de obra hacia Estados Unidos en un contexto socioeconómico caracterizado por el deterioro progresivo del salario real individual y el déficit de empleos en el sector moderno de la economía en México durante las dos décadas recientes. El incremento progresivo de la participación femenina en las actividades remuneradas abre las posibilidades de ampliar la asignación de los recursos producidos por el trabajo migratorio dentro de los hogares de migrantes, en particular por la combinación trabajo asalariado/trabajo no asalariado en las parejas. Sin embargo, la condición laboral no asalariado encubre situaciones muy heterogéneas y a veces inestables en términos de posiciones (patrón/por cuenta propia), de ramas de actividad, de monto de inversiones o de objetivos (ingreso principal/ingreso complementario...) a menudo producidas por las incertidumbres asociadas al ciclo migratorio (tiempo del ciclo, naturaleza del proyecto, periodos de desempleo...), y a las condiciones locales (mercados, tipo de cambio, trámites, acceso a recursos financieros...). Una muestra de esto lo constituye la nueva reconversión ulterior al ciclo migratorio de la condición laboral de no asalariado al asalariado que concierne aproximadamente a 10 por ciento de los exmigrantes reinstalados como patronos o por cuenta propia (por ingresos insuficientes generalmente), y los proyectos de iniciar un nuevo ciclo migratorio internacional por parte de migrantes considerados teóricamente como "regresados definitivos" (aproximadamente 50 por ciento de los asalariados y 30 por ciento de los no asalariados masculinos). Por otra parte, más de la mitad (57 por ciento) de los miembros de las familias encuestadas que salieron de estos hogares (ausentes temporales o emigrantes, generalmente hijos de los exmigrantes) residían en Estados Unidos en el momento de la encuesta (esta proporción asciende a 64.6 por ciento entre los hombres), lo que indica una reproducción muy importante del trabajo migratorio internacional en estos hogares.

La migración internacional tiene un cierto impacto en términos de creación de empleos, pero es muy probable que los tipos de empleos creados por los exmigrantes no correspondan a los empleos requeridos por la población, en términos de nivel de sueldo y de protección social, y adicionalmente contribuyen a reproducir las condiciones que alimentan los flujos migratorios hacia Estados Unidos. En este sentido, es valido preguntar por la eficiencia de programas públicos que tratarían de promover las inversiones de los exmigrantes para crear empleos en México. Posiblemente, estas inversiones podrían frenar o postergar flujos que se crearan justamente para escapar de situaciones laborales asalariadas desventajosas, propias del sector informal de la economía, pues todo parece indicar, en efecto, que este sector, por sus condiciones de trabajo, es más sensible que el moderno o formal a la generación de las corrientes migratorias hacia Estados Unidos.

 

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Notas

1 Usaremos generalmente resultados que se refieren a la población activa masculina. El tamaño reducido de la población económicamente activa femenina en esta encuesta no siempre permite procesar la información relativa a algunas variables.

2 La definición adoptada aquí es la del conjunto del autoempleo y de las microempresas familiares que tienen actividades legales.

3 El programa de regularización de los trabajadores indocumentados (IRCA), aplicado en Estados Unidos en 1986, y la demanda creciente de mano de obra de la economía estadunidense contribuyeron igualmente al crecimiento de esta emigración.

4 Se considera aquí la actividad como un trabajo constante y regular durante el periodo de la encuesta.

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