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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.9 no.35 Toluca ene./mar. 2003

 

Transición demográfica y envejecimiento demográfico*

 

Carmen A. Miró G.

 

Centro de Estudios Latinoamericanos (CELA)"Justo Arosemena"/Panamá.

 

Resumen

El envejecimiento demográfico es un tema de interés actual, resultado de la llamada transición demográfica, entendida como el paso de niveles altos a bajos de mortalidad y fecundidad y sus efectos sobre la estructura de edad de la población. El artículo analiza esta problemática para el caso de seis países latinoamericanos: Bolivia, Haití, Costa Rica, Panamá, Chile y Cuba, cuya dinámica demográfica es representativa de las diferentes etapas (incipiente, moderada, plena y avanzada), de dicha transición en el periodo 1970-2025. Resalta como el proceso de envejecimiento es más notorio en los países con modernización avanzada: alto nivel educativo, saneamiento ambiental, participación social y económica de la mujer, mayores servicios de salud y planificación familiar, así como las pocas soluciones que se dan a dicho proceso, dejando de lado a los grupos más vulnerables.

 

Abstract

The ageing of population is today a topic of great demographic interest. This process is the result of the demographic transition, understood as the path from high levels of mortality and fertility to lower levels, as well as the change in the age structure of the population. This article analyzes this process for six Latin American countries from 1970 to 2025: Bolivia, Haiti, Costa Rica, Panama, Chile y Cuba. These countries present a population dynamic representative of the different stages of demographic transition. The aging population process stands out in more modernized countries (with higher educational levels, environment awareness, social and economic participation of women, better health services, and family planning.) Because few solutions have been presented to deal with this process, the repercussions in the vulnerable population are left out of the debate.

 

Introducción

La temática de este artículo indica claramente el interés por examinar el proceso conocido como envejecimiento demográfico; sin embargo, como éste se produce fundamentalmente como consecuencia de la llamada transición demográfica, resulta indispensable definir ésta como paso previo al examen que seguirá.

 

Transición demográfica

Aunque aún persisten importantes diferencias entre los estudiosos de los fenómenos poblacionales en cuanto a la identificación de los factores que explicarían la modificación que a través del tiempo experimentan las variables demográficas básicas en distintas poblaciones, existe consenso en reconocer:

1. Que las poblaciones evolucionan a niveles elevados y relativamente estables de fecundidad y mortalidad a niveles bajos, en equilibrio, y a veces ligeramente fluctuantes (es lo que ha ocurrido en los países europeos y en Japón);

2. Que el descenso de cada una de las variables se inicia en momentos diferentes, siendo generalmente el nivel de la mortalidad el que primero comienza a disminuir;

3. Que, mediando lapsos variables, el nivel de la fecundidad tiende también a disminuir, aunque, en general, a ritmo más lento que el descenso de la mortalidad;

4. Que el tiempo que ambas variables toman en llegar a niveles bajos difiere entre distintas poblaciones, dependiendo ello de la influencia de una serie de factores sociales, económicos y biodemográficos y, finalmente,

5. Que el balance entre los niveles de fecundidad y mortalidad, en ocasiones modificado por la migración internacional, determina el ritmo de crecimiento de la respectiva población.

Es a este proceso, a través del cual se van modificando los niveles de fecundidad, de mortalidad y de crecimiento demográfico, a lo que la bibliografía especializada designa como transición demográfica. Y según el grado de avance logrado en la disminución de la mortalidad y la fecundidad, se reconocen cuatro etapas, a saber: incipiente, moderada, plena y avanzada.1 En la incipiente y moderada ha bajado lentamente la mortalidad, pero la fecundidad aún no desciende o lo hace con mucha lentitud. En la etapa plena ambas variables están en franca declinación, y en la avanzada tanto la fecundidad como la mortalidad presentan descensos significativos y sostenidos que tienden a equilibrar los valores de esas variables.

Teniendo presente que las diferencias que se dan en la evolución de las variables demográficas en las dos primeras etapas no son muy marcadas, en este documento se optó por considerar como ejemplos ilustrativos para los análisis respectivos, el caso de seis países latinoamericanos cuya dinámica demográfica puede considerarse representativa de las etapas incipiente, plena y avanzada de la transición demográfica. Ellos son: Bolivia y Haití, de la incipiente; Costa Rica y Panamá, de la plena, y Chile y Cuba de la avanzada.

Es fácil apreciar de los datos2 que se incluyen en el cuadro 1 cómo han evolucionado (en el proceso de transición demográfica) los indicadores de la fecundidad y la mortalidad en los seis países objeto de análisis aquí. Para no abrumar a los lectores con cifras, he limitado ese análisis al periodo 1970-2025.

En todos los casos la transición demográfica ya se encontraba en marcha en 1970, pero evidentemente el grado de avance logrado por la misma era diferente. Mientras que en el periodo 1970-1975 en Bolivia las mujeres en edades reproductivas estaban teniendo anualmente en promedio 6.5 hijos, en Cuba este promedio era apenas de 3.5. En todo caso, en cualquier etapa de la transición demográfica que los seis países hayan venido atravesando, es claro que en ellos se debe haber dado un continuado descenso de la fecundidad en los siguientes 25 años transcurridos, siendo los valores de la tasa del periodo 1995-2000 representativos del nivel actual de la fecundidad. La proyección hecha para el periodo 2020-2025 (a 25 años de distancia del anterior) confirma que se estima que el descenso continuará, aunque las diferencias entre países parecen acortarse.

En cuanto a la mortalidad, representada en el cuadro por la esperanza de vida al nacer (a mayor aumento de ésta, mayor disminución de la mortalidad), también se aprecian aumentos significativos en esta variable, manteniéndose a lo largo de los 50 años analizados, importantes diferencias entre los países representativos de las tres etapas consideradas de la transición demográfica, pero como en el caso de la fecundidad, acortándose esas diferencias.

Desde luego, por razón de los cambios en la fecundidad y la mortalidad, como ya se ha dicho, se modifica también la tasa anual de crecimiento de la población. La evolución en los casos analizados se muestra en el cuadro siguiente:

Se confirma que en todos los países incluidos en este estudio las tasas de crecimiento demográfico están en descenso. En Costa Rica, por ejemplo, se estima que en 50 años esta tasa habrá bajado a menos de la mitad y en Panamá a menos de un tercio. Llama la atención el caso de Cuba donde el crecimiento demográfico prácticamente se detendría en la primera mitad del próximo siglo y se tornaría negativo, como en algunos países europeos.

 

Envejecimiento demográfico

Los descensos de la fecundidad y de la mortalidad, característicos de la transición demográfica, y que, para el caso de los países analizados, quedan adecuadamente reflejados en el cuadro 1, modifican de manera significativa la estructura por edades de las respectivas poblaciones. Con diferencias en el ritmo del descenso, según sea la etapa de transición demográfica que atraviesan, en todos ellos se registra una paulatina declinación en el porcentaje que respecto a la población total representan los menores de 15 años, en contraste con un aumento en el de los de 65 años y más. La proporción en el grupo 15-64 también aumenta en las primeras etapas de transición demográfica, tendiendo a estabilizarse y eventualmente a disminuir a medida que la transición avanza. Son estos cambios en la estructura por edad de la población los que configuran el fenómeno que se ha identificado como el envejecimiento demográfico.

Los datos de los cuadros 3 y 4 permiten observar los cambios que se dan en la composición de la estructura por edad de la población femenina urbana y rural en los seis países cuyo proceso de envejecimiento a lo largo de 50 años interesa analizar.3 También es posible apreciar cómo se modifica la estructura por edades en las gráficas 1 y 2 en las que se representan para los años 1970, 2000 y 2025 los datos referentes a las poblaciones femeninas urbana y rural de los dos países ubicados en los extremos de las etapas de la transición demográfica (Bolivia y Cuba). El diferente comportamiento es tan evidente que hace innecesario abundar en comentarios.

La estructura por edad en cada caso está descrita por tres grupos de edad que de cierta manera pueden considerarse representativos de momentos distintos en el desarrollo de una población:

1. Los menores de 15 años, grupo constituido por los infantes y los escolares que aún no ingresan al mercado de trabajo y cuya disminución proporcional en una población se toma como indicativa de la presencia de un proceso de envejecimiento en ésta.

2. Los adultos de 15 a 64 años de edad, grupo que constituye la población en edad de trabajar (PET), de la cual se recluta la población económicamente activa (PEA). Cualquiera que sea la etapa de la transición demográfica en la que la población se encuentre, la proporción de este grupo en la población total aumentará en los periodos iniciales para luego comenzar a declinar, indicio de envejecimiento de ésta.

3. El grupo de 65 años y más de edad, cuyo aumento proporcional en una población es el que con más frecuencia se toma como representativo del envejecimiento demográfico. Los integrantes de este grupo, que en su mayoría no realizan actividad remunerada alguna, encontrándose jubilados o simplemente retirados, presentan, en diversos grados, signos de declinación física y mental.

De los comentarios anteriores puede deducirse entonces que el envejecimiento demográfico es un proceso que afecta a toda la estructura por edad de la población y que se inicia desde el momento en que comienza la transición demográfica.

 

Algunos efectos del envejecimiento demográfico

El proceso de envejecimiento que en general es visto como un fenómeno negativo tiene algunos aspectos que pueden considerarse positivos, por lo menos en los periodos iniciales de la transición demográfica. Así, por ejemplo, la disminución de la proporción de menores de 15 años y eventualmente de su número absoluto, reduce las presiones que este grupo, que aún no contribuye a la actividad productiva, ejerce sobre los recursos destinados a la educación y a la atención de salud de estos menores. Resulta así menos onerosa la formación de capital humano en este grupo de lo que hubiera sido en ausencia de la transición demográfica.

La evolución en los otros dos grupos hay que juzgarla a la luz de las limitaciones que hasta ahora ha venido presentando prácticamente en todos los países de la región: el comportamiento del desarrollo económico. Como se indicó anteriormente, —y como puede apreciarse en los cuadros 3 y 4— durante un tiempo la proporción del grupo que contiene la población en edad de trabajar aumenta. Esto se traduce también en un crecimiento de esa población en números absolutos, que de estar las economías en condiciones de absorberlo en empleo productivo, implicaría automáticamente un aumento de la población económicamente activa y con ello un incremento en la producción de bienes y servicios y el tan deseado crecimiento del Producto Interno Bruto. En la práctica, lo que el aumento de la población entre 15 y 64 años de edad realmente trae aparejado es el crecimiento del desempleo que en nuestras economías parece tener un carácter estructural. Puede, entonces, afirmarse que, en las condiciones de nuestros países, el proceso de envejecimiento demográfico en este grupo tiene consecuencias más bien negativas. Aparte del efecto sobre el desempleo, el aumento de la proporción y de los efectivos en este grupo de edad implica un envejecimiento de la población económicamente activa. En el cuadro 5 se han incluido los resultados de la relación para los años de 1970, 2000 y 2025 de la PEA masculina4 de 15 a 39 años de edad con la de 40 a 64 años en Bolivia, Costa Rica y Cuba que anteriormente hemos considerado representativos de las tres etapas de la transición demográfica. Los datos hablan por sí solos: en los tres países, el porcentaje de la población activa masculina de 15 a 39 años disminuye a través de los años, lo que implica un lento envejecimiento de la PEA masculina, siendo el caso de Cuba el más notable. En estos tiempos de creciente expansión del conocimiento y de profundas transformaciones tecnológicas, un proceso como el que develan las cifras del cuadro 5 apuntan hacia el surgimiento de posibles dificultades para el re-entrenamiento de la fuerza de trabajo de mayor edad, conocidas las reticencias, y en ocasiones los obstáculos, que opone la mayoría de las personas maduras a la adopción de nuevos procedimientos y tecnologías y a la movilidad geográfica y ocupacional que podría ser necesaria. Lo anterior apunta a otro efecto negativo derivado del envejecimiento demográfico.

El grupo que mayor preocupación generalizada concita en el proceso de envejecimiento de la población es el de los de 65 años y más,5 el que a través del tiempo ha recibido diversas designaciones, siendo la última, la de "adultos mayores", propuesta y adoptada por las Naciones Unidas. Y es natural que exista esta preocupación porque se trata de un grupo que, en general, ha dejado de ser productivo y que, en su mayor parte, por carecer de ingresos, se ha tornado dependiente de la sociedad —a la que por muchos años contribuyó— a través de los esquemas de seguridad social o de sus familias, cuando no están protegidos por estos esquemas o sus prestaciones resultan insuficientes.

No debe perderse de vista que a la falta de actividades remuneradas se agrega el hecho de que, con el avance de la edad, los adultos mayores comienzan a presentar, en forma creciente, cuadros de enfermedades crónicas, algunas de ellas incapacitantes, las que a pesar de los avances de la geriatría y la gerontología, resultan irreversibles y pueden eventualmente conducir a la muerte.

En general, nuestras sociedades no parecen haberse percatado de la magnitud y seriedad de los problemas que el proceso de envejecimiento demográfico les plantea en términos del creciente aumento de los adultos mayores. Los cuadros 6 y 7 incluyen datos que resultan muy ilustrativos para apreciar la medida y la velocidad con que las poblaciones femeninas adultas mayores de las áreas urbanas y rurales se multiplican en los países que hemos venido estudiando, particularmente el grupo de las de 80 y más años, que son precisamente a las que en mayor grado afectan las enfermedades mencionadas anteriormente. En los seis países la multiplicación de este grupo en números absolutos en el plazo de 50 años, de los cuales ya han transcurrido 25, desafía nuestra imaginación, como podemos apreciar en las cifras del cuadro 8.

Las cifras anteriores sugieren que el fenómeno se presenta de manera más dramática en las áreas urbanas que, como es sabido, se han nutrido a lo largo del tiempo de inmigración selectiva femenina procedente de las áreas rurales. Por otro lado, es de suponer que entre las mujeres de 80 años y más existe un numeroso grupo de viudas, muchas de las cuales tal vez nunca ejercieron una actividad remunerada, por lo que su situación personal puede ser algo precaria. Son estas mujeres las que forman parte del importante contingente de pobres e indigentes. Aunque este análisis está limitado al sexo femenino, en el caso de los varones el aumento de los adultos mayores es también elevado.

Las cifras de los cuadros 6 y 7 no sólo permiten apreciar el elevado crecimiento del número absoluto de las mayores de 80 años, sino que confirman que al interior del grupo de 65 años y más, como era de esperarse, se va produciendo un envejecimiento. En efecto, a lo largo del tiempo, en todos los países aumenta la proporción de mujeres de 80 años y más respecto a las de 65 y más. El caso más extremo es el de Cuba, donde se estima que en el año 2025 casi 26 por ciento de las mujeres urbanas de 65 y más años realmente lo serán de 80 y más años de edad, serio problema en un país que hasta muy recientemente tenía una limitada disponibilidad de instituciones en las cuales internar ancianos (as).

Otra manera de medir el impacto del proceso de envejecimiento en la estructura de edad de la población femenina es el de comparar el grupo de mayores de 25 años con el de las de 60 y más, lo que se ha hecho en el cuadro 9. Los datos confirman que el proceso es rápido y de proporciones significativas. Se estima que en Costa Rica y Panamá dentro de 25 años, el grupo de mujeres de 25 y más años contendrá más de 25 por ciento de mujeres de 60 años y más, y en Cuba, para ese entonces, esa proporción será de más de 30 por ciento.

Aunque la estructura por edad es determinada principalmente por el comportamiento de la fecundidad, también influye en ella, aunque de manera menos significativa, la mortalidad. Así, no hay duda de que la generalizada extensión de la duración de la vida que se ha dado en tiempos recientes prácticamente en todos los sectores sociales contribuye a aumentar la proporción y el número absoluto de los adultos mayores. En el cuadro 10 se registran para tres de los países cuyos datos hemos incluido en este trabajo como representativos de las etapas incipiente, plena y avanzada de la transición demográfica, el número de años que se estima que en promedio han vivido las mujeres de Bolivia, Costa Rica y Cuba durante los periodos 1970-1975 y 1995-2000, después de haber alcanzado los 15 años.6 Igualmente se incluye una estimación de la esperanza de vida que a partir de esa edad alcanzarían las mujeres en esos mismos países en el periodo 2020-2025. De cumplirse la evolución futura que las cifras sugieren, la esperanza de vida de las mujeres en Costa Rica y en Cuba dentro de 25 años estaría excediendo los 80 años de edad.

 

Algunas reflexiones finales

Ha poner en marcha la transición demográfica han concurrido una serie de factores que algunos autores engloban bajo el término modernización. Cualquiera que sea la designación que se aplique, lo cierto es que el inicio de la transición demográfica ha estado precedida en los distintos países por una serie de cambios sociales, entre otros: la elevación del nivel educativo de la población, progresos en la medicina y en el saneamiento ambiental; ampliación de la participación social y económica de la mujer, aumento de los servicios de salud a disposición de la población y, como parte de ello, ampliación del acceso a la planificación familiar, situación esta última que en muchos casos ha estado incorporada a las llamadas políticas de población. Estos cambios, sin embargo, han incidido poco en la modificación de aspectos negativos que se dan en nuestras sociedades, tales como el lento crecimiento económico y la desigual distribución de los beneficios del desarrollo económico, factores importantes en la alta prevalencia de la pobreza y la indigencia.

Como resultado del avance de la transición demográfica se ha instaurado en los países latinoamericanos un proceso de envejecimiento de la población, cuya velocidad depende, a su vez, de aquella que registre la transición. Este proceso de envejecimiento, que afecta a toda la población tiene, como queda dicho anteriormente, efectos positivos y negativos que parece innecesario repetir aquí.

Por considerarlo el grupo más vulnerable a los cambios que se han estado produciendo, en este trabajo se ha hecho hincapié en cómo el proceso de envejecimiento se hace aún más notorio entre la población de 65 y más años de edad. En párrafos anteriores se han señalado algunas de las dificultades que este grupo está confrontando y se ha hecho la afirmación de que nuestras sociedades están poco preparadas para ofrecer soluciones a esas dificultades. No cabe duda de que en el grupo de adultos mayores hay personas de ambos sexos que podrían ejercer alguna actividad remunerada, pero con las limitaciones que ya tienen nuestras economías para incorporar en actividades productivas a los más jóvenes, parece casi imposible considerar soluciones de este tipo. A ello agréguense los estereotipos vigentes, que, por definición, excluyen de prácticamente cualquier actividad a los llamados "ancianos", sin que se intente siquiera hacer evaluaciones de capacidades diferenciales entre ellos.

El profesor Peter Laslett, de la Universidad de Cambridge, Inglaterra, propuso hace algunos años lo que él llamó "una nueva división del curso de la vida", que incluye cuatro edades que no estarían divididas por la ocurrencia de determinados aniversarios en la vida de las personas ni tendrían tampoco una determinada extensión. Cito la propuesta de Laslett, que resultaría larga describir aquí porque rescata una "tercera" edad que fácilmente podríamos asimilar al grupo de 60 a 79 años de edad, dejando para una "cuarta edad", que identifica como de "dependencia final y muerte", a los de 80 años y más, que son, desde nuestro punto de vista, los que mayores demandas están planteando ya a nuestras sociedades, demandas que aumentarán notablemente en el futuro inmediato.

En este documento sólo se ha mencionado la existencia de esquemas de seguridad social, será necesario abordar estudios concienzudos de las instituciones pertinentes. La privatización a que han sido sometidos varios de los esquemas de jubilación no parecen aportar soluciones para los grupos sociales más deprimidos, que son precisamente los más necesitados de la solidaridad del resto de la sociedad.

Distintos sectores han avanzado ideas que puestas en vigor pueden contribuir a enfrentar, aunque sólo sea parcialmente, los ingentes problemas a que se enfrentan nuestras sociedades. Algunas de ellas sugieren:

1. Informar a la población en general acerca del proceso de envejecimiento promover campañas que divulguen los aportes de los adultos mayores y las implicaciones que se derivan de la disminución de sus capacidades físicas y mentales.

2. Determinar la posibilidad de empleo parcial para adultos mayores que estén en capacidad de trabajar, a fin de que logren generar algún ingreso que pueda combinarse con pensiones de montos limitados.

3. Procurar robustecer las redes de apoyo familiar y social, en general;

4. Ampliar la cobertura del sistema de salud a los adultos mayores, particularmente a los que pertenecen a grupos marginados física y socialmente;

5. Organizar programas para informar y educar a los adultos mayores acerca de actividades que pueden desarrollar, ya sean de carácter lucrativo, de esparcimiento o, en general, de intercambio entre ellos.

6. Promover el interés de los adultos mayores para que participen en actividades relacionadas con la discusión de los esquemas de seguridad social vigentes y su posible modificación futura.

La lista anterior, desde luego, no agota el tipo de actividades que pueden y deben organizarse con el ánimo de encontrar soluciones a los problemas que surjan de la creciente presencia de adultos mayores en nuestras sociedades. Se aportan sólo como ejemplos de ellas.

Una recomendación final sería que los países con políticas de población incorporen en ellas disposiciones y medidas dirigidas a contribuir a la solución de problemas derivados del proceso de envejecimiento de la población. Debe tenerse muy presente la íntima relación que dicho proceso tiene con cambios demográficos, surgidos en gran parte por la aplicación de políticas de población.

 

Bibliografía

CELADE, 1999, Boletín demográfico núm. 63, enero, cuadros 3 y 5.         [ Links ]

CEPAL, s/f, Boletín demográfico, Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía.         [ Links ]

CHACKIEL, Juan y Jorge Martínez, 1993, Transición demográfica en América Latina y el Caribe desde 1950, vol. I, primera parte, IV Conferencia Latinoamericana de Población, marzo, México.         [ Links ]

Laslett, Peter, 1993, "The emergence of the third age", in Plenary address to the IUSSP General Conference, agosto, Montreal.         [ Links ]

 

Notas

* Presentado en el Foro Internacional Perspectivas de la persona mayor hacia el nuevo milenio, San José, Costa Rica, 2 de julio de 1999 (versión ligeramente revisada).

1 Esta clasificación ha sido tomada de Chackiel y Martínez (1993).

2 En general, los datos demográficos utilizados a partir de aquí son los publicados en el Boletín Demográfico por el Centro Latinoamericano y Caribeño de Demografía de la CEPAL.

3 Aunque el proceso de envejecimiento afecta a ambos sexos de manera bastante similar, se optó por limitar su examen a la población femenina porque entre las mujeres, por estar sometidas a una menor mortalidad con la consecuente mayor longevidad, el proceso resulta algo más pronunciado. Las poblaciones femeninas urbana y rural se incluyeron con el propósito de comparar cómo evoluciona el proceso en ambas áreas, aunque la última puede estar parcialmente afectada por emigración.

4 Se optó por limitar el análisis a la PEA masculina porque en los cambios en la femenina intervienen no sólo factores directamente relacionados con el mercado de trabajo sino también otros de naturaleza social, jurídica y política, que perturbarían la comparación.

5 Con mucha frecuencia el límite inferior de edad para este grupo se fija en los 60 años. En la práctica ese límite depende del nivel en el que las legislaciones relativas a los sistemas de seguridad social fijan las edades a las cuales es posible optar por una jubilación. Los países latinoamericanos muestran importantes diversidades en este aspecto y las recientes tendencias hacia la privatización de estos sistemas hace más difícil hacer comparaciones válidas. En Bolivia, por ejemplo, hasta hace poco, en el régimen de reparto, actualmente en extinción, podían acogerse a la jubilación los hombres de 55 años y las mujeres de 50. En el régimen de capitalización individual ahora vigente, el asegurado puede solicitar su jubilación a partir de los 65 años. En Chile pueden acogerse a jubilación: los hombres a los 65 años y las mujeres a los 60 años. En Costa Rica la jubilación es a los 65 años, pero bajo ciertas condiciones puede adelantarse a los 62 años para los hombres y a los 60 para las mujeres. En Panamá, los hombres pueden acogerse a la jubilación a los 62 años y las mujeres a los 57. Los datos anteriores están sujetos a verificación y modificación.

6 Se escogió la edad de 15 años para estimar a partir de ella los años adicionales de vida que sobrevivirían las mujeres porque a esa edad los cálculos de la esperanza de vida ya no están afectados por la mortalidad infantil, y general de niños y por la de otros grupos de menores, generalmente elevadas.

 

Información sobre la autora

Carmen A. Miró G. Ensayista y demógrafa. Hizo estudios de posgrado en Johns Hopkins University, en Baltimore, Estados Unidos, y en London School of Economics and Political Science, Inglaterra. Es directora del Instituto de Estudios Nacionales (IDEN), miembro del Consejo Directivo del World Institute for Development Economics Research (WIDER) de la Universidad de las Naciones Unidas, del "Advisory Panel" del Pacific Science Institute, de la Unión Internacional de Científicos de la Población, con sede en Bélgica, de la Unión Internacional de Sociología, con sede en París y de la Asociación Panameña para el Avance de la Ciencia. Se le otorgó el Premio Mundial de Población de las Naciones Unidas y la Condecoración Nacional de la Orden de Belisario Porras en el grado de Gran Cruz; es doctora "Honoris Causa" en Sociología por la Universidad de La Habana. Su obra más importante: América Latina: transición demográfica y crisis económica, social y política; Población y desarrollo. Estado del conocimiento y prioridades de investigación; Ciencias sociales y políticas de desarrollo: el posible impacto de la investigación en población; Capitalismo y población en el agro latinoamericano: tendencias y problemas recientes. Correo electrónico: cmiro@sinfo.netcelaja@pty.com

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