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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.8 no.31 Toluca ene./mar. 2002

 

La participación de los varones en los procesos reproductivos: un estudio cualitativo en dos sectores sociales y dos generaciones en la ciudad de México*

 

Olga Lorena Rojas

 

El Colegio de México.

 

Resumen

En este artículo se presentan los resultados de un estudio sociodemográfico de corte cualitativo realizado en la ciudad de México, con varones de sectores populares y medios, pertenecientes a dos generaciones. El objetivo del estudio fue dilucidar la relación existente entre los significativos cambios ocurridos en la fecundidad de las parejas mexicanas y las modificaciones en las actitudes y comportamientos de los varones respecto a su reproducción. Para dar cuenta de ello, se analizan las percepciones y opiniones masculinas respecto al inicio de su procreación, a la determinación del tamaño de su descendencia, a la regulación de su fecundidad y al grado de comunicación establecido con su pareja para hablar sobre estos asuntos.

 

Abstract

This article focuses on the main findings of a qualitative research on men from two different socioeconomic and generational contexts in Mexico city. The objective of the study is to highlight the relationship between the significant fertility changes in Mexico and the transformations in male attitudes towards their own reproduction. The article analyzes men's perceptions and opinions concerning the beginning of procreation, desired family size, use of contraception as well as communication between partners on these main issues.

 

Introducción

Es relativamente reciente el interés por incorporar a los varones como sujetos de investigación en los estudios demográficos en torno a la reproducción. Este creciente entusiasmo por conocer el desempeño masculino en los procesos reproductivos tiene su origen, en buena medida, en las preocupaciones discutidas en la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo celebrada en 1994 en El Cairo. La Plataforma de Acción de dicha conferencia señala claramente, entre otras cosas, la urgencia de generar las condiciones necesarias para alentar a los varones a asumir con responsabilidad su propio comportamiento sexual, su fecundidad y la salud y bienestar de sus compañeras e hijos (Germain y Kyte, 1995).

Sin embargo, la investigación demográfica sobre la fecundidad en México ha avanzado poco en el estudio de la participación masculina en las decisiones y eventos reproductivos de las parejas. De hecho, cuando esta investigación da cuenta de los significativos cambios ocurridos en sus niveles y en su tendencia, por lo general enfatiza el papel protagónico desempeñado por las mujeres en dicha transición. En efecto, se señala que después de que la fecundidad había permanecido en niveles elevados y en aumento hasta mediados de la década de 1960, descendió de manera rápida en las siguientes décadas. De tal suerte que la tasa global de fecundidad que entre 1960 y 1970 era de siete hijos por mujer, para el año 2000, de acuerdo con las proyecciones del Conapo, se estima en 2.4 hijos por mujer y se considera que para el año 2005 será de 2.1 hijos por mujer (Paz, 2000). Se comenta asimismo que es importante distinguir en este significativo cambio dos momentos. El primero de ellos se inició a principios de la década de 1960, siguiendo el modelo clásico, primero con la caída de la fecundidad en las ciudades y entre los grupos sociales más favorecidos en la estructura social durante los años anteriores a la difusión de los programas nacionales de planificación familiar. Se dice que su origen tiene que ver con un cambio de actitudes y comportamientos femeninos respecto a la familia y la maternidad, que fue adoptado inicialmente por un pequeño grupo de mujeres urbanas que nacieron entre 1937 y 1941. Al parecer se trató de mujeres comparativamente más educadas que las de generaciones previas, cuya primera unión se inició algo más tarde. Estas mujeres empezaron a controlar su descendencia a partir de los 30 años de edad y del nacimiento de su cuarto hijo (Tuirán, 1994).

El segundo momento se inició en 1974, a raíz del cambio en la política de población y del impulso otorgado por el gobierno mexicano a los programas de planificación familiar. El resultado fue que la fecundidad empezó a descender de manera acelerada, pues en unos cuantos años, entre 1976 y 1980, la tasa global de fecundidad descendió en poco más de 20 por ciento, pasando de 5.51 a 4.37 hijos por mujer. Durante la década de 1980 la fecundidad continuó disminuyendo, aunque a un ritmo más lento (Figueroa, 1992). Así, entre 1976 y 1982, el vínculo cada vez más fuerte entre matrimonios un tanto más tardíos y la formación de familias menos numerosas estuvo estrechamente asociado a un incremento importante de la práctica de métodos modernos de anticoncepción. Entre esos mismos años, el uso de dichos métodos entre las mujeres unidas pasó de 22 a 41 por ciento. De tal suerte que en 1982, del total de mujeres entre 23 y 35 años de edad, la mitad utilizaba algún tipo de método anticonceptivo moderno (Zavala de Cosío, 1992a).

Los resultados de la mayoría de las investigaciones en torno a la fecundidad en México coinciden en identificar la utilización femenina de modernos métodos de control natal —en todos los grupos de edades reproductivas y en casi todas las categorías sociales— como el factor causal más importante en el descenso de esta variable, dejando de lado el estudio de la presencia masculina en este proceso.

 

Aportes de la sociodemografía y del enfoque de salud reproductiva en la investigación sobre la participación de los varones en la reproducción

Desde la sociodemografía

No son muy abundantes las investigaciones sociodemográficas que en América Latina y en México han intentado incorporar las actitudes y prácticas masculinas en el estudio de la reproducción. Destaca, sin embargo, un estudio pionero realizado en Puerto Rico por J. Mayone Stycos (1958) quien, para dar cuenta de las creencias y las prácticas relacionadas con la fecundidad de las familias puertorriqueñas, puso al descubierto la incomunicación que existía entre los cónyuges para discutir los asuntos relacionados con su sexualidad y para determinar el número de hijos que tendrían. También dio cuenta del abierto rechazo que los varones tenían respecto a la utilización de algún método para regular la fecundidad y de la necesidad que tenían de demostrar su hombría concibiendo a su primer hijo —preferentemente varón— inmediatamente después de realizada su unión.

Resultados semejantes son aportados por Goldani (1994), quien a partir de una investigación en el nordeste brasileño encuentra que existe una predominancia de la voluntad masculina en la definición del nivel de la fecundidad, y que esta relación de poder al interior de la pareja es un tanto mayor en contextos rurales. Sus resultados sugieren también que la comunicación entre los cónyuges parecería ser uno de los mecanismos más eficaces de conciliación de las diferencias entre el número ideal de hijos entre hombres y mujeres, así como respecto a las prácticas reproductivas y la fecundidad real de la pareja.

Contrastan con estos hallazgos los resultados de otra investigación llevada a cabo en Cuba, que indican que el varón cubano ha visto disminuido de manera significativa su papel protagónico en la definición del tamaño y el espaciamiento de su descendencia. Hecho que se encuentra estrechamente relacionado con la amplia capacidad y posibilidad que la mujer cubana tiene para decidir sobre el momento para tener a sus hijos y para definir el tamaño de su familia. Cuestiones que muy probablemente estén contribuyendo a explicar el dramático descenso de la fecundidad en Cuba en los últimos tiempos (Fraga y Álvarez, 1998).

Esfuerzos de investigación microdemográfica aplicados al estudio del cambio demográfico ocurrido en contextos rurales mexicanos han concluido, en concordancia con Caldwell (1982a y 1982b), que para comprender las modificaciones en las decisiones reproductivas de las personas, no basta con imputarle a la extensión de la práctica anticonceptiva el descenso en la fecundidad. Antes bien, se plantea la necesidad de considerar las transformaciones ocurridas en la economía nacional y en las prácticas habituales de las unidades domésticas en su organización y reproducción, además de la influencia de factores culturales, ideológicos e institucionales. Así, en un contexto de adversidad para la economía campesina mexicana, la menor participación directa de la mano de obra familiar en la producción agrícola y la mayor valorización de la educación de los hijos conducen a modificaciones en el significado y valorización de una descendencia numerosa entre las parejas campesinas (Lerner y Quesnel, 1994).

Este es el contexto en el que existen ya las condiciones materiales e ideológicas para modificar la práctica reproductiva, en el cual puede entonces analizarse la intervención del Estado y sus instituciones de salud, no sólo en las decisiones reproductivas y de anticoncepción, sino también como ámbito de socialización y difusión de normas y hábitos de procreación (Lerner, Quesnel y Yanes, 1994).

El enfoque de salud reproductiva

El enfoque de salud reproductiva, que se había incorporado progresivamente en los espacios académicos, las conferencias internacionales y las agencias vinculadas con las políticas de población,1 fue recomendado en la Conferencia Internacional sobre Población y Desarrollo de El Cairo, en 1994, como una dimensión fundamental de las políticas de población. Este enfoque, desde la perspectiva de las ciencias sociales, remite al estudio de las condiciones socioeconómicas, políticas, culturales y subjetivas que propician u obstaculizan el bienestar en la sexualidad y la reproducción humanas. En el campo de los estudios sociodemográficos la incorporación de esta perspectiva es relativamente reciente. Entre sus objetivos destaca el rescate del punto de vista de los actores sociales, las identidades, las culturas y las relaciones intersubjetivas en la definición de los derechos reproductivos, manteniendo también el énfasis en el estudio de la influencia de las relaciones de poder y diversas dimensiones de la desigualdad social en la reproducción humana. Así, en cuanto a su objeto de estudio este enfoque ha implicado, entre otras cosas, rescatar la importancia de la sexualidad y de la participación de los varones en la reproducción humana (Szasz, 1997).

En México contamos con importantes resultados producto de investigaciones realizadas en contextos urbanos y rurales con esta óptica, que propone ante todo considerar a la sexualidad no como una variable que se agrega al análisis de las decisiones reproductivas y de anticoncepción, sino como el ámbito en el cual se dan las interacciones entre hombres y mujeres que tienen efectos sobre su reproducción. Los investigadores que se adscriben a esta perspectiva han expresado la necesidad de realizar un análisis relacional de la reproducción, revalorando las diferencias en las experiencias de hombres y mujeres, considerando el valor que le asignan unos y otras a los eventos reproductivos (Figueroa, 1998).

Para esta corriente de investigación resulta imprescindible también considerar que las relaciones de poder entre las personas están implicadas en el ejercicio de la sexualidad y, por tanto, en los resultados respecto a la salud reproductiva (Dixon, 1996). Por ello, el estudio de la reproducción sexualizada, implica recuperar su carácter social y potencialmente conflictivo, además de documentar las valoraciones sociales de la sexualidad en contextos específicos, lo que implica, para el caso de los varones, vincular este análisis con la forma de vivir la masculinidad (Figueroa, 1998).

Los hallazgos de estas investigaciones han puesto de relieve el hecho de que los comportamientos sexuales de los varones son marcadamente diferentes de los reportados por las mujeres, en principio, porque para ellos el ejercicio de la sexualidad no siempre se encuentra vinculado a la reproducción, al tiempo que constituye una de las principales formas de representación y reafirmación de la masculinidad. Así, se han distinguido dos ámbitos de realización de la sexualidad masculina: el conyugal, vinculado a la procreación; y el extraconyugal, vinculado a la transgresión y la prohibición (Arias y Rodríguez, 1998 y Szasz, 1998).

Todo ello ha llevado a la consideración de que una sexualidad vivida como lo hacen los hombres mexicanos —sujetos de estas investigaciones— constituye un serio reto para la participación activa de los varones en la regulación de la reproducción —a través de la anticoncepción— y en la prevención de la salud (Szasz, 1998; De Keijzer, 1995). Sin embargo, algunos estudiosos están encontrando importantes cambios en este orden, puesto que consideran que ante la moderna anticoncepción podemos estar frente a un complejo proceso de reconstrucción de los significados en torno a la reproducción, que pasa por las valoraciones sobre la sexualidad y alcanza a la propia construcción de la identidad genérica (Castro y Miranda, 1998).

 

El estudio realizado

La relativa ausencia de los varones como sujetos de investigación en los estudios demográficos sobre la fecundidad se debe a que, por lo general, se considera que su comportamiento sexual y reproductivo es problemático tanto para la recolección de información como para su medición y análisis. Sin embargo, continuar por este camino contribuye implícitamente, por una parte, a reforzar el supuesto de que las mujeres son las únicas actoras de las decisiones y los eventos reproductivos y, por otra, a dejar ocultos los procesos de negociación y de ejercicio de poder implicados en las interacciones sexuales y reproductivas de hombres y mujeres.

Por ello, considerando el contexto de profundas transformaciones demográficas, económicas y sociales experimentadas en el país durante las últimas tres décadas, además de los aportes pioneros de las investigaciones que hemos reseñado brevemente, realizamos durante 1997 y 1998 en la ciudad de México un estudio sociodemográfico de tipo cualitativo con la finalidad de profundizar en el análisis de la presencia masculina en las decisiones y las prácticas reproductivas de las parejas.

El interés que guió esta investigación fue dilucidar la relación existente entre los significativos cambios ocurridos en la fecundidad de las parejas y las posibles modificaciones en las actitudes y comportamientos de los varones respecto a su reproducción. Para lo cual estudiamos las percepciones y opiniones masculinas respecto al inicio de la procreación, a la determinación del tamaño de su descendencia, a la regulación de su fecundidad, a la utilización de métodos anticonceptivos y al grado de comunicación establecido con su pareja para hablar sobre todos estos asuntos. Las preguntas a las que intentamos responder son ¿por qué, cómo y cuándo los varones deciden ser padres?, ¿qué nivel de comunicación existe entre los cónyuges para hablar sobre su reproducción?, ¿existe algún proceso de negociación al interior de las parejas para definir el inicio de su procreación?, ¿cómo se define en el ámbito de la pareja el tamaño de la familia?, ¿cuál es la participación de los varones en estos procesos de toma de decisiones?

En tanto que el interés de la investigación estuvo basado en la recuperación de la reflexión que los propios varones hacen de su participación en las decisiones reproductivas y de uso de anticoncepción que toman con sus parejas, consideramos que el acercamiento metodológico pertinente debía ser de tipo cualitativo y que el instrumento de recolección de información tenía que ser la entrevista en profundidad semiestructurada.

Por otra parte, para la realización de este estudio partimos del supuesto de que el desempeño masculino en los procesos reproductivos asume características diferentes dependiendo de:

1. La edad, que remite no sólo a distintas etapas del ciclo de vida individual y familiar, sino también a una ubicación específica en el tiempo histórico y social.

2. El sector social, que determina las condiciones económicas, educativas y socioculturales en las que los individuos viven y son socializados.

La consideración de estas variables contribuyó a definir las características de la muestra para este estudio, que fue intencional y de ninguna manera estadísticamente representativa, compuesta por 16 varones mexicanos que habitan en la ciudad de México, casados o unidos, convivientes con su pareja, con la que han procreado al menos un hijo o hija, con edades entre los 20 y los 65 años en el momento de la entrevista, pertenecientes a sectores populares o medios y cuyas cónyuges podían ser o no económicamente activas.

Varones entrevistados

Conviene destacar que a partir de las características de esta muestra buscamos responder no sólo a las preguntas planteadas con anterioridad, sino sobre todo rescatar las diversidades y los matices en las percepciones y experiencias masculinas respecto a su participación en las cuestiones reproductivas de acuerdo con su pertenencia a generaciones y a contextos socioeconómicos diferentes.

Así, para este estudio se estimó pertinente que los varones a ser entrevistados se dividieran en dos grandes grupos de edad, de manera que fueran considerados padres jóvenes aquellos con edades entre los 20 y los 44 años, y aquellos con edades entre los 45 y los 65 años; padres mayores. Hay que señalar también que la segmentación de la muestra debía tomar en cuenta la pertenencia a uno u otro sector social, por ello se buscó, por un lado, a varones con escolaridad menor a preparatoria, asalariados con ocupaciones manuales y que residieran en colonias populares con infraestructura urbana precaria, quienes serían considerados pertenecientes a sectores populares; y por otro lado, a varones con escolaridad superior a secundaria, profesionales con ocupaciones no manuales y que habitaran en colonias con servicios básicos, a quienes se consideraría pertenecientes a sectores medios.2 Así, fueron entrevistados en sus lugares de trabajo 16 varones, ocho de los cuales pertenecen a sectores medios y los ocho restantes a sectores populares. A su vez, cada uno de estos grupos estuvo compuesto por cuatro varones con edades entre los 20 y los 44 años y por otros cuatro, cuyas edades oscilaban entre los 45 y los 65 años.

Los varones de sectores populares entrevistados provienen en su totalidad de áreas rurales, en donde nacieron y vivieron buena parte de su infancia y adolescencia, hasta que siendo jóvenes migraron a la ciudad de México en busca de trabajo. Todos tienen ocupaciones manuales, pues se trata de albañiles, auxiliares de intendencia, choferes, jardineros y auxiliares de restaurante. El nivel de escolaridad de la mayoría es de primaria incompleta. Casi todos se unieron a edades muy jóvenes, en promedio a los 20 años, y fueron padres aproximadamente un año después. El tamaño promedio de las descendencias entre los padres jóvenes de estos sectores es de dos hijos, mientras que entre los padres mayores es de casi seis hijos.

En tanto que los varones de sectores medios entrevistados, en su gran mayoría, nacieron en la ciudad de México, lugar en el que han vivido toda su vida, de tal suerte que el ámbito de su socialización ha sido eminentemente urbano. Todos son profesionales con ocupaciones de diseñadores industriales, funcionarios universitarios, analistas de sistemas, arquitectos y coordinadores de ventas. A diferencia de los varones de sectores populares, estos hombres se unieron a edades no muy jóvenes, en promedio a los 27 años. El tamaño de sus familias es relativamente pequeño, ya que los padres jóvenes de estos sectores tienen en promedio dos hijos, en tanto que los mayores tienen tres hijos en promedio.

 

Resultados: experiencia de los varones en los procesos reproductivos

Para indagar sobre el desempeño de los varones entrevistados en sus procesos reproductivos, hemos considerado el estudio de aspectos tales como el nivel de desarrollo de la percepción de la posibilidad de controlar la propia capacidad reproductora, el grado de comunicación establecido entre los cónyuges para tomar sus decisiones reproductivas, así como la existencia de reflexiones y acuerdos entre los cónyuges respecto al inicio de su reproducción, al tamaño de su descendencia y regulación de su fecundidad.

Después de analizar la información proveniente de las entrevistas realizadas, las diferencias más importantes en las respuestas de los varones se encuentran al separarlos por generaciones, aunque como veremos, la pertenencia a uno u otro sector social introduce matices interesantes entre ellos.

Los padres mayores de sectores populares se caracterizaron por asumir actitudes bastante homogéneas y muy tradicionales respecto al papel que desempeñaron en sus procesos reproductivos. El casi nulo desarrollo de la percepción de la posibilidad para incidir en la propia capacidad reproductora que todos estos ellos mostraron, se relaciona de manera importante, creemos nosotros, con una socialización en un ambiente rural durante la infancia y buena parte de la adolescencia. Época en la cual contaron con muy poca información respecto a la sexualidad y la reproducción humanas, proveniente de los comentarios que escucharon de sus compañeros de escuela. Más tarde, al migrar a la ciudad de México siendo adolescentes, complementaron estas nociones con los aprendizajes obtenidos de sus primeras experiencias sexuales ocurridas, para la mayoría de ellos, sin protección anticonceptiva alguna y en el ambiente de los cabarets y la prostitución. Hay que agregar que la mayoría de estos entrevistados señaló que no escuchó, sino hasta hace muy poco, información alguna sobre los métodos de control natal, muy probablemente porque cuando eran jóvenes todavía no estaba en marcha en el país el Programa Nacional de Planificación Familiar. No es extraño entonces que ninguno usara anticoncepción durante las experiencias sexuales tenidas antes de unirse:

Siempre hay información, siempre hay compañeros mayores que tú en el pueblo, en la escuela, que dan la información. Pero siempre la vives porque ves a los animales, o sea que no requiere que te platiquen. Si tú convives entre 50 reses, a menudo ves todo el proceso, prácticamente ves el milagro de la vida. Entonces la vida te ha dado la información. Yo creo que de eso no requeríamos información.

P: ¿Y sobre la anticoncepción?

R: Yo no recuerdo eso, pero es probable que cuando tenía 16 años, aquí en la ciudad, porque en el pueblo no se sabía nada de eso.

P: ¿Y cómo te enteraste?

R: Quizá por comentarios, porque con esos años, aquí tienes amigos y de hecho ya a esa edad empiezas a ir a los cabaretuchos, estás suelto y es donde empiezas a adquirir la información, de pronto te vas sorprendiendo, pero es un aprendizaje rápido.

P: ¿Has usado alguna vez algún método anticonceptivo?

No, nunca, nunca y no sé si (sus compañeras sexuales) tomarían otro tipo de cosas, yo no lo supe, pero directamente la cosa esa que le llaman condón o cualquier otro tipo de protección, ciertamente yo no me enteré. Es que el hombre no es una mujer, el hombre es un perro común y corriente, entonces, de pronto la necesidad, la ignorancia y la irresponsabilidad, y ve uno a una mujer que le atrae y el resultado es ese. Nosotros no vemos eso, es un riesgo que tienes que correr (auxiliar de intendencia, 53 años, cónyuge no trabaja, cuatro hijos).

Pues claro, uno sabe que a través de una relación puede suceder eso (un embarazo). Pero sí, tuve relaciones con prostitutas, esos fueron mis primeros pasos, no tuve una novia, no tuve que seducir a una mujer sino que me fui por ahí donde me decían que había que ir. Pero sí, estaba claro que al haber una relación con una mujer había el riesgo de dejarla embarazada.

P: ¿Y sobre la anticoncepción?

R: No, no, no se entendía de eso, yo no lo escuché, o sea que yo vivía en otro mundo y no escuché eso, lo vine a escuchar ahora, a partir de este problema que se socializó más, fue el problema que estamos actualmente del sida, antes se hablaba de otras enfermedades, pero yo no oía que tenía que usarse el preservativo, no" (auxiliar de restaurante, 62 años, cónyuge trabaja, tres hijos).

Por lo general estos padres difícilmente lograron establecer un mínimo nivel de comunicación con sus cónyuges para hablar de las cuestiones sexuales y reproductivas, lo que contribuyó, evidentemente, a la imposibilidad de construir acuerdos entre ambos. Por ello, no discutieron ni planearon el momento de empezar a tener hijos, ni el espaciamiento entre los hijos subsiguientes. A ello hay que agregar la idea, compartida por estos varones, de que el inicio de su vida matrimonial era por naturaleza también el principio de su vida como padres. Estos entrevistados, al igual que los jóvenes de sectores populares, registraron en promedio las edades más jóvenes a la unión y a la paternidad, aproximadamente a los 20 años iniciaron su vida conyugal y un año o dos más tarde fueron padres por primera vez:

No, créeme que no lo pensé, no, yo nomás pensé en casarme y como un resultado lógico, así, tú dices: 'Pues te casas, van a venir los hijos', pero te digo, ni lo programamos, ni dijimos: 'Tal fecha lo vamos a tener', nada. Nuestra relación era así (...). Yo creo que para el ser humano, lo más importante es reproducirse, porque nace, vive y sí, se tiene que reproducir, nada más que muchas de las veces, yo puedo decir esto, me casé muy joven, nada más el impulso de unirse a una pareja, pero ni siquiera una visión de cómo va a ser nuestra vida, cómo vamos a encauzar a los hijos, todo eso se fue dando sobre la marcha (auxiliar de restaurante, 62 años, cónyuge trabaja, tres hijos).

En este sentido, vale la pena destacar la presión social que comúnmente se ejercía sobre estos varones para que lograran el primer embarazo inmediatamente después de la unión matrimonial:

En ese tiempo, el pensamiento de esa gente, de ese tiempo, nosotros pensábamos que cuando un matrimonio tardaba en tener su primer hijo, decíamos: 'bueno, ¿qué pasa?'. Y luego los hombres siempre nos jugamos las bromas más pesadas ¿no? Nosotros, los hombres de aquel tiempo decíamos: '¿qué pasó?, pues ¿qué?, eso es de rápido, de ya, ¿no?' (auxiliar de restaurante, 62 años, cónyuge trabaja, tres hijos).

El número de hijos deseado por estos entrevistados fue una cuestión de la que nunca hablaron con sus esposas, de manera que no conocen siquiera cuáles eran las expectativas reproductivas de sus cónyuges. Por ello, el espaciamiento de los nacimientos de sus hijos y el tamaño de su familia no fueron resultado de haberlo conversado o planificado entre ambos miembros de la pareja:

O sea que hoy se programan, hoy deciden cuándo van a tener (un hijo) y a los cuántos años lo van a tener y cuánto tiempo van a darle espacio al primero, en fin, es una cosa más programada. No, nosotros no, entonces cuando a estas alturas me dicen: '¿cuántos hijos tuviste?'. 'Tres'. '¡Uh! pues te planificaste'. No, ni siquiera me planifiqué, ni siquiera eso. Yo digo que fueron los hijos que el destino, como soy creyente digo: y que Dios me dio, y bienvenidos, pero así de que haya pensado, no.

P: ¿Y cuántos hijos le hubiera gustado tener?

R: No, pues nunca lo pensé (...) aunque de repente digo: '¡Qué bueno que son tres!', porque a lo mejor los ligaba yo con, siempre trabajando los dos, no hay tiempo, no hay entonces más hijos. Pero nunca lo comentamos así como pareja, porque como que veíamos que no era necesario comentarlo, ya de la última hija, ya dijimos: '¿Vendrá otro?, pues quién sabe, solamente Dios sabe, ¿para qué nos preocupamos?' (auxiliar de restaurante, 62 años, cónyuge trabaja, tres hijos).

Así, el tamaño de sus descendencias —que en promedio es de casi seis hijos entre estos padres— quedó definido por la falta de información respecto a las diversas formas de controlar la fecundidad, el ínfimo nivel de comunicación establecido entre ambos miembros de la pareja y por una muy tardía percepción de la posibilidad de incidir sobre el propio comportamiento reproductivo, puesto que estos varones y sus compañeras no utilizaron anticoncepción durante casi la totalidad de su ciclo reproductivo. Sólo hasta que percibieron que el tamaño de sus descendencias era muy grande, los varones optaron por utilizar el retiro, la abstinencia o incluso la presión para que sus cónyuges fueran esterilizadas. No es extraño entonces que para estos padres la valoración que tuvieron de sus hijos se estableciera en términos de los altos costos que ha implicado su manutención:

No (usó control natal), porque nadie me había platicado de eso, o sea que yo con mi esposa no sabía de eso todavía, ya habría, pero nosotros nunca los usamos, nunca. No, nadie nos contó: 'hay esto para que no'. No, nadie. Y empezamos a tener familia y familia, hijo y hijo, y ya cuando quisimos ya: '¡ah, caray!, como que ya son muchos ¿no?' Y ya en eso, ya nos pusimos de acuerdo: 'oye, como que ya vamos muy adelantados'. Ya en eso nos pusimos a pensar y (dijeron): 'pues hasta ahí le paramos', ya le dije a ella que francamente yo ya no sabía ni qué hacer. Yo quería que se curara (esterilizara), pero ella dijo: 'no, yo no quiero cosas de esas, mejor aquí vamos a ver qué hacemos'. Y ella dijo: 'eso ya no, ahí que quede' (maestro albañil, 54 años, cónyuge no trabaja, ocho hijos).

Sí, de plano ya veíamos que es muy duro tener los hijos, y luego para tener varios hijos, y luego que no estudien. Le digo (a ella): 'no, pues ya, hasta ahí. A ver cómo le hacemos para que ya no tengas (hijos), mejor te operas y ya'.

P: Entonces, usted lo sugirió y ¿ella estuvo de acuerdo?

R: Sí, sí. Hablamos con el médico y le dije yo: 'que ya quería, que (ella) se iba a operar'. Y dijo el médico: '¿están de acuerdo?'. (Y contestaron:) 'sí' (jardinero, 60 años, cónyuge trabaja, siete hijos).

Por otro lado, la diversidad y heterogeneidad que encontramos en los comportamientos de los padres mayores de sectores medios nos obliga a poner atención en los matices que observamos al analizar sus declaraciones. En efecto, algunas de sus respuestas guardan semejanzas con las reportadas por los padres mayores de sectores populares; sin embargo, hay otras más que introducen diferencias importantes y que interesa destacar.

A pesar de que casi todos estos varones tuvieron como ámbito de socialización a la ciudad de México, ya que fue el lugar donde nacieron, tuvieron un muy limitado acceso al conocimiento sobre la sexualidad y la reproducción humanas, por lo que tuvieron que buscarlo en algunas enciclopedias, libros, revistas y folletines. Y si obtuvieron por conducto de estos medios algún conocimiento sobre el riesgo de embarazo, no contaron con suficiente información sobre su prevención. Hay que señalar que en esa época aún no estaba en operación el Programa Nacional de Planificación Familiar, de tal suerte que difícilmente emplearon algún método de control natal en sus experiencias sexuales prematrimoniales:

Creo yo que los jovencitos que vivimos en esa época, mi generación, recibimos esa clase de datos a través de la información del barrio en el que vivíamos, a través de los comentarios, lógicamente, deformados con alguna intención. Entonces había mucha ignorancia, todo lo que se pudo leer, la inquietud que pudimos tener, pues era en libritos de sexología, folletines casi, pero no, entonces no creo que era lo propio. No había mucha información de enfermedades y todas esas cosas. O a lo mejor no estaba en el medio ese, no tuve la práctica de relacionarme con prostitutas ni nada de eso. A lo mejor eso me alejó de información, pero yo creo que el que se mete en ese medio hace uso de, pues la misma situación lo hace preventivo, yo me imagino eso ¿verdad? Yo creo que había mucha ignorancia al respecto, yo creo que al tener la experiencia sexual es negativa, hablo yo de esa generación, negativa porque no sabe uno ni qué, es instintivo exclusivamente, está uno pero en medio de la balacera sin casco ni nada (arquitecto, 63 años, cónyuge trabaja, dos hijos).

Creo que nuestra generación, bueno hablo de nosotros, los de más de cuarenta (años), pues aprendimos en la calle, salvo raras excepciones, y aprendimos mal obviamente, pero claro que ya estaba presente y patente la posibilidad del embarazo, se daba uno cuenta más o menos cómo era (ingeniero civil, 45 años, cónyuge trabaja, dos hijos).

Sin embargo, entre estos entrevistados priva un rasgo que consideramos tradicional y que comparten con los padres mayores de sectores populares, y es que para ellos tener hijos es una responsabilidad que se asume al momento de contraer matrimonio, por lo cual no consideraron necesario discutir con su cónyuge cuándo empezar a procrear. Así, ninguno de ellos planeó o controló el nacimiento de sus primeros hijos. Por ello, su primer hijo llegó pronto, en algunos casos se tuvo durante el siguiente año de ocurrido el matrimonio, y en otros, durante el segundo año:

Pienso que este es un problema cultural que uno asume más o menos conscientemente, dependiendo del grado de claridad que uno tenga en las ideas, no es producto de reflexiones así, sesudas, que te requieran mucho tiempo, de alguna manera esto está determinado primero, yo diría, por la capacidad, uno tiene siempre presente, o al menos en mi época yo no tenía esta incertidumbre del trabajo, o sea, yo no tenía la incertidumbre de un futuro negro y no tenía la incertidumbre de mi futuro, yo estaba seguro de que tenía posibilidades de tener un buen trabajo y poder sostener a mi familia, nunca tuve dudas. En segundo lugar, siempre pensé que tener familia, que tener hijos, era una responsabilidad que se asumía al momento de contraer matrimonio, para mí no era novedad el compromiso de tener la familia, mantenerla y cuidarla. No, me casé consciente de que órale, le entraba yo al bulto que no sé qué tanto va a pesar. Y tercero, bueno, tengo que hacerlo (porque) es parte del trayecto de esta vida. Entonces me casé consciente que asumía un compromiso muy serio (funcionario universitario, 57 años, cónyuge no trabaja, tres hijos).

Pues se puede decir que pensé en ser padre desde el primer día que me casé. Pues tal vez porque no tuve yo, no conviví mucho con mi padre, más bien quería yo ver, sentir qué era realmente ser papá, ya que no tuve la oportunidad de convivir con mi papá y pues tenía la, quería sentir eso, el ser papá y sí, sí me dio mucho gusto cuando nació mi primer hijo (coordinador de ventas, 65 años, cónyuge no trabaja, cuatro hijos).

Conviene señalar que estos varones no se casaron a edades tan jóvenes como sus coetáneos de sectores populares, en promedio lo hicieron a los 27 años y fueron padres uno o dos años más tarde.

El número de hijos constituyó otro tema del que estos entrevistados no hablaron claramente con sus compañeras para ponerse de acuerdo, y esto queda demostrado porque ellos no saben cuántos hijos hubiesen querido tener sus cónyuges, puesto que nunca se lo preguntaron. Sin embargo, algunos de estos varones tenían definido a nivel individual un número de hijos que consideraban podían mantener con su salario —en promedio tres hijos—, en tanto que en otros casos, aunque no alcanzaron a definir un número determinado de hijos, tenían clara la idea de que no tenían un sueldo a partir del cual pudieran tener una familia tan grande como las de sus progenitores:

Pues no tenía yo un sueldo que pudiera yo tener una familia más grande, de tener más hijos, eso yo creo que también fue algún obstáculo para decidirme a no tener más hijos (coordinador de ventas, 65 años, cónyuge no trabaja, cuatro hijos).

Así, todos ellos consideraron conveniente disminuir el tamaño de sus descendencias porque querían consolidar un buen nivel de vida para sus familias y asegurar un grado universitario en la escolarización de sus hijos. Opinión compartida por sus cónyuges, quienes al no querer procrear una familia numerosa, tomaron la iniciativa y asumieron en la práctica la responsabilidad de limitar el número de hijos, usando diversos métodos anticonceptivos después del segundo o tercer hijo. Es importante señalar que en algunos casos estas mujeres tomaron la decisión de regular su fecundidad sin haberlo conversado con sus esposos. De esta manera, las descendencias finales de estas parejas son de tamaño mediano, tres hijos en promedio:

Como ella había sido de una familia donde habían tenido un ejército, pues cuando ella llega al matrimonio sus hermanos ya estaban llenos de hijos y ella veía la problemática como pariente entre sus hermanos y no le gustó estar encerrada cuidando toda la vida hijos, está canijo. Desde antes de casarse decidió —quiero recalcar que ella decidió— pero cuando lo platica conmigo, ya ella había tomado esa determinación (de no procrear una familia muy grande). Y yo digo: 'perfecto'. Así que ella cayó en blandito, no hubo ni discusión, ni nada por el estilo, (yo) ya tenía la preconcebida idea y ella también (ingeniero civil, 45 años, cónyuge trabaja, dos hijos).

Ya casados, ella optó por el método, por los anticonceptivos, a mí no me parecía, o sea no estoy de acuerdo, porque me parecía incorrecto inyectarle al cuerpo sustancias ajenas, sobre todo químicos, que eran ampolletas, pero mi esposa por asegurar, yo creo que de alguna manera ella también tenía en la cabeza el control del número de hijos. Yo siempre en mis pláticas con mi señora, siempre le sugerí: 'Mira, vamos a utilizar el ritmo, no me gusta que uses sustancias químicas'. Pero ella, siempre por tener el control del número de hijos no me decía, pero llegó el momento que tuve que saber que se inyectaba ampolletas, de esas que duran tres meses (funcionario universitario, 57 años, cónyuge no trabaja, tres hijos).

Conviene destacar que si bien estos varones no definieron explícitamente con sus cónyuges el tamaño de familia que deseaban, sí comentaron con ellas la necesidad de ir espaciando los embarazos después de haber tenido el segundo o tercer hijo:

Lo que sí me recuerdo, que ella tenía un sistema de, y creo que ahí fue cuando nos falló, creo que tenía siete días o nueve días antes de su menstruación, llevaba ella el control de cuándo le tocaba, entonces si lo hacíamos no se embarazaba, pero en esa vez creo que nos falló, pero sí más o menos llevábamos un control de no tenerlos tan cerca con ese sistema que ella tenía (coordinador de ventas, 65 años, cónyuge no trabaja, cuatro hijos).

La finalización de la procreación en estas parejas estuvo determinada en algunos casos por un acuerdo común establecido entre ambos cónyuges, utilizando el retiro o la esterilización femenina. Destaca, sin embargo, el caso de una cónyuge que después de tener a su tercer hijo consideró que el tamaño de su descendencia no debía crecer más, de tal suerte que sin comentarlo con su esposo decidió ser esterilizada:

Porque cuando vino el tercer niño, ella decidió cortarle la mina a la cigüeña, ella se operó. Ella lo decidió, me dio la sorpresa cuando salió del hospital, obviamente yo tampoco protesté, ni sentí feo, lo tomé como: 'está bien, pues ella tomó la decisión'. Sigue siendo la responsabilidad de la mujer el número de hijos (funcionario universitario, 57 años, cónyuge no trabaja, tres hijos).

Entre los padres jóvenes de sectores populares encontramos diferencias más significativas respecto a los dos grupos anteriores de padres en cuanto a su participación en los asuntos reproductivos. En primer lugar, podemos señalar que la escasa noción que adquirieron en sus pueblos acerca de las repercusiones reproductivas del ejercicio de su sexualidad, con la que llegaron a la ciudad de México siendo adolescentes, se modificó sustancialmente al recibir de manera continua información sobre sexualidad y respecto a los diversos métodos de control natal por medio de la radio, televisión, revistas, películas y aún de los compañeros de trabajo:

Yo entendía por pláticas de los señores, que todo hombre o mujer que tuviera una relación sexual, había mucha posibilidad de haber un embarazo. Ya después estuvieron radiando que 'La familia pequeña vive mejor'. Cuando se empezó a oír fue como en 1973 o 1974 (auxiliar de intendencia, 43 años, cónyuge trabaja, dos hijos).

Pues allá en el rancho, pues se juntaba a veces la gente grande a platicar. Los tíos, todo eso y platicaban, y pues ya de ahí uno va creciendo y ya va con esa mentalidad, de llegar a tener relaciones con alguna mujer pues podía salir embarazada. Sobre los anticonceptivos supe yo por mis medios hermanos o sus esposas que hacían eso, y bueno luego que se empezaban a anunciar en el radio, en la tele y después con el doctor" (chofer, 42 años, cónyuge no trabaja, tres hijos).

Pues anteriormente como yo veía muchas películas, pornos y no porno, pues sí me daba así una idea que al tener relaciones dos, tres veces pues sí, y peor si no se cuida uno, sí, sí llega a embarazar a una mujer. Lo de los anticonceptivos lo supe, lo escuché más bien en cuestión del trabajo por decir, como aquí, ¿no?, que nos ponemos a platicar entre amigos: 'no, que esto, que lo otro', nos ponemos a contar, digamos las pocas aventuras que hemos tenido y pues: 'que yo ocupo los condones' o 'yo ocupo pastillas o equis cosa'. Por eso yo más bien, los fui a conocer aquí (en el trabajo), porque en la escuela pues poco, poco nos iban advirtiendo, pero no abiertamente y pues más lo he escuchado aquí y en revistas y en programas que veo en veces en la tele, en la radio que pasan (albañil, 22 años, cónyuge trabaja, un hijo).

De tal suerte que el continuo contacto con los mensajes de las campañas de planificación familiar durante el tiempo que han vivido en la ciudad de México, ha contribuido en buena medida a que desarrollen una percepción más clara que los padres mayores de ambos sectores sociales, sobre las posibilidades de regular la propia capacidad reproductora. Aunque no utilizaron anticoncepción en los contactos sexuales previos a sus uniones conyugales, todos estos varones conversaron y se pusieron de acuerdo con sus compañeras sobre el número de hijos que tendrían, respecto al espaciamiento entre los nacimientos de sus hijos y sobre la conveniencia de utilizar algún método de control natal para limitar el tamaño de sus familias.

Hay que señalar, sin embargo, que comparten un rasgo tradicional con los padres mayores de estos mismos sectores sociales, y es el hecho de iniciar su unión conyugal a edades tempranas, ya que lo hicieron, en promedio, a los 20 años y fueron padres a los 21 años. Este rasgo se encuentra muy relacionado con el hecho de que no emplearan ningún método anticonceptivo durante las relaciones sexuales tenidas antes de unirse. De hecho, en algunos casos, fue un embarazo ocurrido durante el noviazgo lo que propició la unión de los cónyuges. En un caso, la paternidad era un anhelo compartido por ambos miembros de la pareja, mientras que en otro caso el embarazo obedeció más bien a los deseos de ella por tener un hijo de él:

Pues yo ni lo pensé (ser padre), nada más tuve relaciones con mi esposa y ya, porque antes de que yo me la llevara, ella ya iba embarazada y ella me dijo que estaba embarazada. Porque cuando andábamos de novios ella dijo que si pensaba un día dejarla, pero que quería tener un hijo conmigo, y a lo mejor eso fue lo que nos unió más, porque sí, cuando me dijo: 'estoy embarazada, estoy esperando un hijo', ahí fue cuando más, pus sí pensaba casarme, nada más que pasó eso, si no, me viera casado después, y me la llevé" (albañil, 28 años, cónyuge no trabaja, dos hijos).

En otros casos, la concepción del primer hijo ocurrió después de la unión. Hay que resaltar, sin embargo, que en un caso, ambos miembros de la pareja estaban de acuerdo para que así ocurriese, mientras que en el otro caso, a pesar de que el padre hubiese preferido retrasar la llegada de su primer hijo, la evidente falta de comunicación entre los cónyuges propició que sus deseos no se cumplieran:

Bueno, yo había pensado que por lo menos estuviéramos un año solos, pero por falta de conocimiento de ella (...) yo no sé si todas las mujeres son así, pero en el caso de mi esposa no con una vez que yo le explique algunas cosas la convenzo, sino requiere un tratamiento, digamos, para convencerla. Como era muy joven, pienso que le daba pena.

P: ¿Como que era un tema difícil de platicar?

R: Ándale sí, porque como es sexo, para mi esposa era algo diferente, no tenía que ver mucho con nosotros en una plática (auxiliar de intendencia, 43 años, cónyuge trabaja, dos hijos).

No obstante haber iniciado su vida como padres a edades tan jóvenes, sus descendencias no se han incrementado de manera sustancial, puesto que después de haber tenido a su primer o segundo hijo, todas las parejas han recurrido al empleo de anticoncepción para controlar su fecundidad. Es deseo expreso de todos estos varones no "llenarse de hijos" y tener pocos porque quieren brindarles mejores condiciones de vida y un nivel de escolaridad mayor que el alcanzado por ellos. Así, por lo general para estos padres, dos hijos es un tamaño adecuado para su descendencia. No obstante esta opinión, en algunos casos son las cónyuges las que han expresado el deseo de tener tres hijos, ante lo cual ellos comentan lo siguiente:

Pues sí, sí hemos platicado y hemos llegado a la conclusión que, por decir, al principio yo nada más quería dos, pero ya después pensé y sí, me gustaría tener tres. En veces nos ponemos a platicar con ella de que, por decir, como ahorita, ya tenemos la idea de, pues ya de tener otro (hijo), y nos ponemos a pensar de que ¿cómo nos veríamos con dos? y ¿cómo nos veríamos con tres? y ahí estamos de: '¿cómo nos veremos, yo con uno y tú con una?, y el otro, como ya está grande'.

P: ¿Y entonces así fue como llegaste a la idea de que querías tres hijos?

R: Sí, porque la idea de ella eran tres y yo de que no, pues con dos estaríamos bien. Pues ahorita como está la vida pues yo pienso que a dos sí los puedo mantener, pues, bien. Y pues ahorita ya con, como le digo, de tanto y tanto, pues ya me siento también capaz de mantener tres (albañil, 22 años, cónyuge trabaja, un hijo).

Sí, nosotros dos decidíamos todo eso, porque incluso, yo ya no, bueno, yo ya no quería que hubiera la niña que está ahorita, quería ya quedarnos así (con dos hijos), pero ella dijo: 'no, pues'. Y ya nos pusimos a platicar. Y dice: 'no, pues mira, nada más vamos a encargar otro bebé y ya después me opero'. Y le digo: 'bueno'. Y así sucedió (chofer, 42 años, cónyuge no trabaja, tres hijos).

En todo caso, es importante destacar que las descendencias de estos padres son pequeñas, pues en promedio tienen dos hijos. Y aunque hay que considerar que las cónyuges de estos varones se encuentran todavía en edades fértiles, en un par de casos, las parejas han decidido dar por concluido su periodo reproductivo ya que no piensan tener más hijos. En un caso, la pareja decidió después de haber tenido tres hijos, por iniciativa de ella, aunque a propuesta del médico, optar por la esterilización femenina; en tanto que en el otro caso, después de haber tenido dos hijos, es él quien ha tomado la iniciativa para no procrear más hijos utilizando el retiro como método de control natal.

Para espaciar los nacimientos de los hijos posteriores al primero o segundo hijo, estos entrevistados y sus cónyuges tomaron en cuenta diversas opiniones y recomendaciones de familiares, amigos y médicos sobre la conveniencia del uso de algún método anticonceptivo. A partir de estas consideraciones, ambos miembros de la pareja conversaron para ponerse de acuerdo sobre el método que utilizarían:

Pues primeramente, primero se embarazó y nos juntamos y ya, tuvo el niño, estuvo como nueve meses sin nada y teníamos nosotros el temor de volver a embarazarse pronto y por eso buscábamos nosotros un método pues, con qué evitar esos embarazos, con el condón, primeramente usamos el condón y, pues, como no nos sentíamos a gusto, ni ella ni yo, y pues queríamos buscar otro. Estuvimos platicando, digamos un buen tiempo en qué se iba a poner para no llenarnos de hijos tan pronto, y fue una vez a visitar a mi comadre y ella le recomendó el dispositivo, que era muy bueno, que salía bien, no dudamos y sí, fue a ponerse eso (albañil, 22 años, cónyuge trabaja, un hijo).

Con el segundo (hijo) pasó un año y platicamos que ya no íbamos a tener familia ahorita y fue cuando ella usó el dispositivo, no le quedó, ni la inyección, hasta con las pastillas, estuvimos como 10 años tomándolas, y luego decidimos suspender para tener la niña (chofer, 42 años, cónyuge no trabaja, tres hijos).

Así, el dispositivo intrauterino es el método de control natal preferentemente utilizado por estas parejas, aunque también hay que destacar el uso de las pastillas anticonceptivas y la utilización esporádica en algunos casos del preservativo y de las inyecciones.

Por lo que toca a los padres jóvenes de sectores medios podemos decir que se destacan por asumir comportamientos que pueden ser considerados como un tanto modernos, ya que alcanzaron un alto grado en el desarrollo en la percepción de que pueden regular su fecundidad y hablaron abiertamente para construir acuerdos con sus compañeras sobre temas como el inicio de la reproducción, el espaciamiento de los hijos, el tamaño de la descendencia deseada y la utilización de algún método anticonceptivo para regular la fecundidad de la pareja. Creemos que esta actitud se encuentra muy relacionada con una socialización, durante su infancia y adolescencia, en un ámbito eminentemente urbano como la ciudad de México. Cabe agregar que estos entrevistados señalaron que contaron con suficiente información sobre la sexualidad y la reproducción humana en la escuela, particularmente durante la enseñanza secundaria. Sin embargo, el conocimiento sobre los diversos métodos anticonceptivos lo adquirieron más tarde, fundamentalmente a través de las campañas del Programa Nacional de Planificación Familiar en los medios masivos de comunicación:

P: Cuando tuviste tus primeras experiencias sexuales, ¿ya sabías sobre el riesgo de un embarazo?

R: Sí.

P: ¿En dónde te enteraste?

R: Pues en la escuela, sobre todo en la escuela, leyendo, y siempre te enteras. Y sí, era para mí un factor muy importante que sabía que era un riesgo y ni de chiste esperaba ser padre, eso sí era algo que tenía muy claro (diseñador industrial, 29 años, cónyuge no trabaja, un hijo).

(... ) ya en la secundaria teníamos algunas clases de biología de este tema y, bueno, acompañado de los amigos a mí pues me llegaba información, folletos, etc. Yo creo que en la escuela en primer lugar y luego en los medios de comunicación. Pues en aquél entonces se divulgaba mucho el programa de planificación familiar, fue un momento de mucha difusión (funcionario universitario, 31 años, cónyuge no trabaja, tres hijos).

De tal manera que antes de unirse con su actual pareja ya estaban enterados sobre los diversos métodos de control natal y su utilización. Así, fue común entre ellos el uso de anticoncepción, si no en sus primeras experiencias sexuales, sí en las posteriores pero previas a la unión con otras parejas o con su cónyuge. El preservativo fue el método anticonceptivo utilizado preferentemente por estos varones en las relaciones sexuales prematrimoniales, aunque también alternaron su uso con las espumas, óvulos, pastillas anticonceptivas y en ocasiones con el ritmo. Hay que comentar que en un par de casos, el uso de control natal en esas experiencias sexuales no siempre resultó eficaz, de manera que ante embarazos no deseados las parejas recurrieron al aborto.

Estos entrevistados han logrado conformar con sus cónyuges espacios de discusión en los que concilian sus diferencias y van estructurando sus decisiones reproductivas. Así, regular la fecundidad con su actual pareja, tanto para retardar el inicio de su reproducción como para espaciar la llegada de los hijos, son asuntos que se tratan abiertamente al interior de la pareja desde antes de iniciar la unión:

Bueno, nosotros pues teníamos relaciones sexuales antes de casarnos y desde entonces utilizamos el dispositivo. Lo platicamos los dos. Yo llegué a acompañarla antes de casarnos a sus visitas con el ginecólogo. Es un ginecólogo muy abierto y entonces eso ayudó a que no hubiera ningún problema en este sentido y a que nos explicara con toda tranquilidad lo que implicaba el método anticonceptivo que elegimos. Y el dispositivo nos pareció el más conveniente, sobre todo que para nosotros ya no eran relaciones ocasionales, era el más conveniente y de los métodos anticonceptivos de los que más seguridad nos ofrecía para no tener un embarazo. Y la decisión de quitarlo, cuatro años después, fue para poder concebir, pues evaluamos que ya era el momento, era conveniente ya intentar tener hijos (diseñador industrial, 29 años, cónyuge no trabaja, un hijo).

La actitud moderna respecto a su papel en la decisión de tener hijos y en la regulación de la fecundidad de la pareja quedó más evidenciada en aquellos casos en los cuales los entrevistados prefirieron, junto con sus respectivas cónyuges, esperar un tiempo para tener a su primer hijo, una vez que la pareja hubiese pasado por una etapa de acoplamiento. Para estos varones el inicio de su vida conyugal no implicó necesariamente el comienzo de su vida como padres, característica que los distancia de manera significativa del resto de los entrevistados. Así, en un caso pasaron al menos dos años y en el otro hasta cuatro años, después de haberse llevado a cabo la unión matrimonial, para que la pareja concibiera a su primer hijo:

Nosotros, cuando establecimos vivir juntos y casarnos, pensamos siempre que era necesario como pareja pues tener un tiempo para nosotros, no era una de nuestras prioridades ser padres, entonces la primera etapa de nuestra relación, de nuestro matrimonio, fue como la etapa de asentamiento durante la cual ni se nos ocurría ser papás porque estábamos atentos a superar esa etapa de acoplamiento como pareja (diseñador industrial, 29 años, cónyuge no trabaja, un hijo).

Es importante destacar que estos padres registran, en promedio, las edades más altas a la unión y a la paternidad entre todos nuestros entrevistados, 27.5 años y 29 años respectivamente.

Después del nacimiento de su primer hijo estas parejas han regulado su fecundidad para espaciar el nacimiento de sus demás hijos. En algunos casos se empleó el dispositivo intrauterino —que se retiró después de un cierto tiempo para concebir otro hijo—, mientras que en otros casos las parejas utilizan el método del ritmo que alternan con el uso del preservativo. Destaca el caso de una pareja que ante embarazos no deseados ha recurrido en dos ocasiones al aborto como método de control natal.

Descendencias pequeñas son las que caracterizan a estos padres, ya que junto con sus compañeras han decidido tener dos o tres hijos cuando mucho, y las razones para pensar en este tamaño de familia no son sólo de orden económico, sino también respecto al tiempo, afecto y dedicación que ellos consideran hay que darle a cada hijo:

Ah, pues nos pusimos de acuerdo de manera muy sencilla, los dos teníamos la misma idea de dedicarle lo más posible, todo lo que tuviéramos al menor número de hijos, porque los puedes atender mejor, puedes convivir más con ellos, con un número pequeño darles más amor, más educación, etc. Puedes concentrarte más. Un número grande de hijos no, no sería benéfico, entonces somos de la misma idea, de tener poca familia (diseñador industrial, 33 años, cónyuge trabaja, dos hijos).

Pues mira, me gustaría tener dos hijos, creo que más en estos tiempos es complicado, y si después de tener dos a lo mejor resulta que van a ser tres, pero no creo, dos es lo ideal. Y ella está convencidísima, más que yo de que no importa lo que sea, pero que no podemos tener un sólo hijo, y pues yo no estoy tan convencido, pero ella sí dos, y a la mejor tres. Creo que una familia más grande implica, si tú te vas a encargar de la manutención de tus hijos, pues que tengas que repartir todo, tu tiempo, tus ingresos, tus sueños, tu todo, y entre más, y a la mejor le toca menos a uno, yo creo que dos o uno es una situación ideal (diseñador industrial, 29 años, cónyuge no trabaja, un hijo).

Es importante destacar que en un par de casos se señaló que en la decisión de no tener más hijos que los acordados entre ambos de la pareja —un hijo en un caso y dos hijos en el otro— tuvo también un gran peso el deseo expreso de las cónyuges de estos varones de continuar con sus estudios y su actividad laboral, puesto que querían seguir desarrollándose en términos personales:

Tengo nada más dos niñas con mi compañera y no pienso tener más. Y ella de hecho no quiere tener más hijos, no sólo por las niñas, sino porque ella quiere desarrollarse como persona, quiere trabajar, quiere estudiar, quiere terminar su carrera, quiere realizarse. Y pues yo no voy a prohibirle, ni voy a limitarla en su realización como persona. Entonces, lo mejor es nada más tener las dos niñas que tuvimos y ya (diseñador industrial, 33 años, cónyuge trabaja, dos hijos).

 

Consideraciones finales

Con base en los resultados presentados podemos decir que entre los padres entrevistados se vislumbran claras diferencias en las relaciones que establecen con las madres de sus hijos a la hora que deciden reproducirse. Sin embargo, es importante tener en cuenta que estos cambios en las actitudes de los varones no son unidireccionales ni homogéneos, puesto que en algunos casos detectamos la coexistencia de rasgos tradicionales y modernos al mismo tiempo.

En nuestra opinión, son diversos los factores que están incidiendo para que tengan lugar estas importantes transformaciones en las actitudes y valoraciones masculinas respecto a su reproducción. Entre estos factores —en concordancia con lo planteado en otros estudios— podemos señalar la extensa y permanente difusión del Programa Nacional de Planificación Familiar en nuestro país, iniciada a principios de la década de 1960 y que se ha concretado en una amplia oferta de moderna anticoncepción y en un activo papel desempeñado por las instituciones de salud y sus agentes (médicos y enfermeras).

Otro factor que ha de tomarse en cuenta para explicar estas transformaciones es la puesta en marcha de los programas de educación sexual en el ámbito escolar, ya que, como se ha podido apreciar, la adquisición de información sobre la sexualidad y la reproducción humanas en la etapa escolar constituye un elemento básico para la conformación de la percepción que las personas desarrollan sobre la posibilidad de incidir en el propio comportamiento reproductivo. Creemos que ambas cuestiones están repercutiendo en los procesos de toma de decisiones reproductivas y de anticoncepción de las parejas, a través de la modificación de las valoraciones en torno a la sexualidad y su ejercicio, así como respecto a la propia fecundidad y su regulación.

Es claro, sin embargo, que la influencia de estos factores no ha sido igual para nuestros entrevistados, sobre todo si tomamos en consideración su ubicación en el tiempo histórico-social, así como sus diferentes condiciones culturales, económicas y sociales. En efecto, los padres mayores de sectores populares — provenientes de zonas rurales del país— tuvieron un desarrollo casi nulo de la percepción de que podían incidir en su fecundidad, que se relaciona de manera significativa con una socialización en un ambiente rural durante la infancia y buena parte de la adolescencia, en donde contaron con muy poca información respecto a la sexualidad y la reproducción humanas. A ello habría que agregar que durante buena parte de su vida reproductiva no escucharon hablar sobre planificación familiar en ninguna parte porque todavía no estaba en marcha en el país dicho programa. El resultado fue que por lo general estos padres no regularon su reproducción.

En cambio, los padres mayores de sectores medios —quienes en su mayoría nacieron o han vivido la mayor parte de su vida en la ciudad de México—, a pesar de no haber contado con información suficiente respecto a la sexualidad y la reproducción humanas, ni tampoco sobre los diversos métodos de control natal —porque cuando eran jóvenes aún no estaba en operación el Programa Nacional de Planificación Familiar—, mostraron una clara iniciativa al buscarla en enciclopedias, libros, revistas y folletines. De tal suerte que desarrollaron un mayor grado que sus coetáneos de sectores populares, en la percepción de la posibilidad de regular su capacidad reproductora, en gran medida debido a sus mayores niveles de escolaridad y mejores condiciones de vida.

Diferente es la situación de los padres jóvenes de sectores populares, puesto que la escasa noción que adquirieron en sus pueblos acerca de la sexualidad y el embarazo se modificó sustancialmente, al recibir de manera continua información sobre los diversos métodos anticonceptivos, difundida a través de la radio, la televisión, revistas, películas y aún de los propios compañeros de trabajo.

En cambio, el alto grado de desarrollo de la percepción de que la propia capacidad reproductora se puede regular alcanzado por los padres jóvenes de sectores medios está muy relacionado con el hecho de que fueron socializados durante su infancia, adolescencia y juventud en la ciudad de México. Lugar en el que contaron con suficiente información sobre la sexualidad y la reproducción humanas desde la enseñanza secundaria. Información que más tarde se complementó con aquélla proveniente de los diversos medios de comunicación, relacionada con el Programa Nacional de Planificación Familiar.

Por otra parte, es importante comentar que en el desarrollo de esta percepción hay aún otros matices a considerar, puesto que todo indica que para nuestros entrevistados de mayor edad y de ambos sectores sociales, e incluso para los jóvenes de sectores populares, opera la percepción de que es la mujer quien se reproduce, por lo que compete a ella la responsabilidad exclusiva de regular esta capacidad. Cuestión que contribuye a explicar por qué la mayoría de estos padres, si bien no se opone al uso de anticoncepción, no asume como propia la responsabilidad de llevar a la práctica la regulación de la fecundidad conyugal a través del uso de algún método anticonceptivo de tipo masculino. Estos hallazgos coinciden con los reportados por SSA (1990), Vivas Mendoza (1993), Goldani (1994) y Gutmann (1996). Sin embargo, importa destacar la actitud predominante entre nuestros entrevistados jóvenes de sectores medios, propensa a la corresponsabilidad en el uso de anticoncepción, pues entre ellos encontramos un uso frecuente de métodos como el ritmo y el preservativo.

Nuestros resultados —como lo proponen otros investigadores (Stycos, 1958; SSA, 1988; Goldani, 1994; y Greene y Biddlecom, 2000)— contribuyen a valorar la pertinencia de considerar el grado de comunicación establecido entre los miembros de la pareja para discutir los asuntos relacionados con su fecundidad, como un elemento clave para entender los procesos de toma de decisiones reproductivas de las parejas y sus resultados. En efecto, mientras entre los padres jóvenes de ambos sectores sociales entrevistados, encontramos frecuentemente una actitud propensa a discutir abiertamente con su pareja sobre la conveniencia de regular la fecundidad conyugal para limitar y determinar el número y el espaciamiento de los hijos que procrearán, así como de emplear algún método anticonceptivo para lograrlo, entre los entrevistados de mayor edad, los desacuerdos con sus parejas muchas veces están más relacionados con la falta de comunicación entre ambos que con la oposición de alguno de los dos a reducir la fecundidad de la pareja. El caso de los padres mayores de sectores medios es claramente representativo, pues a pesar de que ambos cónyuges desean disminuir el tamaño de su descendencia, las estrategias empleadas por cada uno son distintas e incluso contrapuestas, resultado de la incomunicación entre los cónyuges para discutir y llegar a acuerdos sobre la posibilidad de regular su fecundidad a través de la anticoncepción.

En este estudio también corroboramos un planteamiento antiguo pero de gran vigencia (Stycos, 1958), relacionado con el hecho de que para muchos varones todavía opera la idea de que el inicio de su vida conyugal es prácticamente el comienzo de su vida como padres. Nuestros resultados enriquecen este planteamiento al dar cuenta de la diversidad de circunstancias y valoraciones a partir de las cuales nuestros entrevistados llevaron a la práctica el inicio de su paternidad. Entre los padres mayores de sectores populares fue común la necesidad expresa de lograr la concepción del primer hijo inmediatamente después de haberse realizado el matrimonio. Creemos que estos comportamientos se ajustan a la presión social que en ese tiempo se ejercía sobre estos varones por conducto de los propios amigos, para dar pruebas de su masculinidad a través de la procreación. Para los padres mayores de sectores medios y los jóvenes de sectores populares la llegada de los hijos después de la unión fue un hecho natural y sobreentendido para ambos miembros de la pareja. En tanto que algunos de los padres jóvenes de sectores medios fueron los únicos que decidieron esperar un poco para empezar a tener a sus hijos, una vez que vivieron una etapa de acoplamiento con sus parejas después de haberse unido.

En este sentido es interesante constatar que entre los padres de sectores populares (jóvenes y mayores) predominan las uniones a edades muy jóvenes, a los 20 años en promedio; a diferencia de lo que ocurre con los padres de sectores medios (jóvenes y mayores), quienes se unieron mucho más tarde, aproximadamente a los 27 años en promedio.

Hay otra cuestión que nos parece de gran importancia en el estudio de las transformaciones del papel desempeñado por los varones en el ámbito de la reproducción y que tiene que ver con los cambios que indudablemente se están registrando en las valoraciones que tienen respecto a sus hijos. Los interesantes matices que encontramos en esta investigación permiten ampliar algunos conceptos sobre el tema desarrollados por otros autores como Stycos (1958); Caldwell (1982a y 1982b); Lerner y Quesnel (1994) y SSA (1988), al tiempo que hace evidente la importancia de considerar la diversidad en las percepciones que los varones —de acuerdo con su pertenencia a distintos sectores sociales y generaciones— tienen respecto a sus hijos y al tamaño de sus descendencias.

En efecto, nuestros hallazgos apuntan a que una actitud más favorable para reducir el tamaño de la familia no parte necesariamente de las mismas valoraciones respecto a los hijos. Para los padres mayores de sectores populares definir el tamaño de sus descendencias no fue una cuestión sobre la que reflexionaran o llegaran a acuerdos con sus cónyuges, de hecho, las grandes descendencias procreadas por estos padres quedaron definidas en buena medida por el destino, y cada nuevo nacimiento fue valorado con angustia frente al peso económico que implicaba su manutención. En cambio, los padres mayores de sectores medios desarrollaron una clara decisión de que querían disminuir el tamaño de su familia a uno mediano, porque con ello asegurarían a sus hijos un buen nivel de vida y de escolaridad. Y aunque en ello coincidieron con sus parejas, las estrategias para llevar a cabo tal decisión no fueron planteadas con claridad ni acordadas entre ambos cónyuges. La posición que asumieron los padres jóvenes de sectores populares junto con sus cónyuges fue la de reducir el tamaño de su descendencia porque no querían "llenarse de hijos" y porque querían brindar mejores condiciones de vida y un mayor nivel de escolaridad a sus hijos de los que ellos mismos tuvieron. Muy diferente fue la valoración de los padres jóvenes de sectores medios quienes, en coincidencia con sus compañeras, expresaron el deseo de asegurar un buen nivel de escolaridad y mejores condiciones de vida a sus hijos, además de que enfatizaron que querían dedicarles suficiente tiempo, atención y afecto, por lo que fueron partidarios de tener cuando mucho dos o tres hijos.

Por otra parte, es importante destacar las diferencias detectadas en el papel desempeñado por las cónyuges de los entrevistados en los procesos de toma de decisiones reproductivas. Las compañeras de los padres mayores de sectores populares se caracterizaron por asumir un papel muy pasivo respecto a la vida reproductiva de la pareja. Muy diferente fue la actitud de las cónyuges de los padres mayores de sectores medios, puesto que fueron ellas quienes asumieron en la práctica la responsabilidad de limitar el tamaño de sus descendencias. Después de haber tenido los dos o tres primeros hijos, estas mujeres tomaron la iniciativa de regular la fecundidad de la pareja por medio de las inyecciones, la esterilización o el método del ritmo. Las compañeras de los padres jóvenes de sectores populares, en cambio, no mostraron este nivel de iniciativa a nivel individual, ya que las decisiones en torno a la regulación de la fecundidad conyugal fueron resultado del diálogo y el acuerdo entre ambos miembros de la pareja. En tanto que algunas de las cónyuges de los padres jóvenes de sectores medios se manifestaron muy decididas a no incrementar el tamaño de sus familias, porque tenían la intención de continuar con sus estudios o su actividad laboral; por ello, convinieron con sus compañeros regular la fecundidad conyugal desde el inicio de la unión y a lo largo de la misma.

 

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Notas

* Una primera y más amplia versión de este trabajo fue presentada en la VI Reunión Nacional de Investigación Demográfica en México, celebrada del 31 de julio al 4 de agosto de 2000.

1 El creciente desarrollo del cuerpo de conocimientos de los estudios de género, así como los avances políticos del movimiento feminista en el plano internacional contribuyeron a la incorporación de este enfoque en dichos ámbitos (Szasz, 1997).

2 Ver García y Oliveira, 1994.

 

Información sobre la autora

Olga Lorena Rojas. Licenciada en Sociología por la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco; Maestra en Demografía y Doctora en Estudios de Población por El Colegio de México. Actualmente se desempeña como investigadora asociada del Programa Salud Reproductiva y Sociedad de El Colegio de México. Sus áreas de interés son familia, género y salud reproductiva. Entre sus publicaciones recientes están "Los hogares latinoamericanos durante la segunda mitad del siglo XX: una perspectiva sociodemográfica", en Estudios Demográficos y Urbanos, El Colegio de México (en prensa), en coautoría con Brígida García; "El debate sobre los derechos sexuales en México", en Documentos de trabajo, sexualidad, salud y reproducción, Programa Salud Reproductiva y Sociedad, El Colegio de México, núm. 7, 2001; "La investigación sobre reproducción y varones a la luz de los estudios de género", en Elena Urrutia (coord.) Quince años de investigación en el Programa Interdisciplinary de Estudios de la Mujer, El Colegio de México (en prensa); "La presencia de los varones dentro de los procesos reproductivos", en Beatriz Schmuckler (coord.), Políticas públicas, equidad de género y democratización familiar, Instituto Mora, 2000, ambos en coautoría con Juan Guillermo Figueroa. Correo electrónico: olrojas@colmex.mx

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