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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.7 no.30 Toluca oct./dic. 2001

 

Sociodemografía de la región fronteriza México-Estados Unidos: tendencias recientes

 

Cristóbal Mendoza*

 

El Colegio de la Frontera Norte.

 

Resumen

El presente artículo describe y analiza tendencias sociodemográficas recientes de la región fronteriza México-Estados Unidos. Desde una perspectiva teórica, el artículo se pregunta hasta qué punto existe una única región fronteriza en términos demográficos o si, por el contrario, la línea internacional se erige en frontera a la difusión de los fenómenos sociodemográficos. Para este objetivo, el artículo usa datos censales de 1990 y 2000, a nivel de municipio y condado, para una amplia área geográfica que incluye total o parcialmente nueve estados mexicanos y cinco estadunidenses. Los indicadores sociodemográficos que se analizan en el artículo son la distribución, densidad y crecimiento de la población, la estructura por edades y la migración. El artículo concluye que, al margen de la migración, e incluso en este caso con muchas reservas, los censos no proporcionan evidencia suficiente para afirmar que existe una única región en términos sociodemográficos. Por el contrario, las sustanciales diferencias en cuanto a la distribución, crecimiento y estructura por edades de la población permiten afirmar que el efecto difusión de los fenómenos sociodemográficos a través de la frontera internacional es limitado.

 

Abstract

The aim of this paper is to describe and analyze recent trends in US-Mexican border demographics. The underlying research question is until what extent there is a unique border region in socio-demographic terms or, by contrast, the international line is an effective deterrent for spatial diffusion of socio-demographics. The paper uses 1990 and 2000 US and Mexican Census for a large border region that covers totally or partially nine Mexican and five US states. Data on population distribution and density, age structure and migration are presented by municipality/country. The paper concludes that, with the exception of migration (even here with a cautious note), census do not provide evidence of a unified border region in demographic terms. Rather striking, differences persist in terms of population distribution and growth, and age profile on both sides of the border. These differences suggest that spatial diffusion of socio-demographics is limited through the border.

 

Introducción

La región fronteriza México-Estados Unidos es, en muchos aspectos, única. La demografía no es una excepción. En efecto, la frontera internacional imprime "personalidad" a la estructura y cambio de la población en el área. Sin embargo, concretar esa "personalidad" en variables comparables en ambos lados de la frontera, o conceptualizarla en un marco teórico consistente, no es fácil. Esta tarea viene dificultada por las fuentes estadísticas (censos y encuestas), en muchos casos elaboradas por organismos oficiales de ambos países, que se centran exclusivamente en México o Estados Unidos. Sólo en el caso de algunas pocas encuestas que abordan problemáticas muy concretas y referidas a realidades geográficas muy limitadas se ha aplicado la misma metodología a la hora de levantar una encuesta binacional (por ejemplo. Vásquez Galán y Cueva Luna, 2001, para un estudio de caso de la región Matamoros-Brownsville). En el caso de los censos, tanto INEGI como el Buró del Censo de Estados Unidos elaboran sus respectivos cuestionarios siguiendo objetivos e intereses diferentes. A título de ejemplo, el cuestionario de Estados Unidos no contiene ninguna pregunta sobre analfabetismo. Sin embargo, un número considerable de variables se definen de forma comparable en ambos censos (véase, a este respecto, Pick et al., 2000). A partir de variables comparables, el objetivo de este artículo es describir y analizar las tendencias sociodemográficas recientes (concretamente, la distribución y crecimiento de la población, la estructura por edades y el comportamiento migratorio) en el área fronteriza México-Estados Unidos en el año 2000.1

Debido, en parte, a la falta de encuestas binacionales, los estudios demográficos de la frontera México-Estados Unidos se centran en uno de los países. Desde el punto de vista de las investigaciones realizadas en México, los primeros estudios sobre sociodemografía de la frontera norte explicaban los cambios sociodemográficos de la región en función de su vecindad con Estados Unidos (véanse, al respecto, Bustamante. 1981, o Ham-Chande y Weeks, 1988). En este contexto, se explicaba, por ejemplo, la transición demográfica del norte, que se situaba en una fase más avanzada que la del resto de México (Coubes, 2000). Sin embargo, desde los noventa asistimos a un cambio de enfoque: la frontera se compara con el resto del país y se concluye que los cambios en el norte son un reflejo de cambios estructurales producidos en el país en su conjunto; por ejemplo, la creciente urbanización de México. Estos estudios generalmente se centran en un único fenómeno demográfico (por ejemplo, el estudio de Delaunay y Brugeilles, 1995, sobre la fecundidad o Quilodrán, 1998, sobre nupcialidad). En general, al centrarse en un único fenómeno demográfico, no se establecen vínculos ni relaciones causales entre eventos en el territorio. Una excepción subrayable a esta norma la constituye el reciente libro de Estrella, Canales y Zavala de Cosío, quienes analizan el impacto de la migración en la fecundidad y en los patrones familiares en el norte de México.

En Estados Unidos, los estudios sobre sociodemografía en el suroeste generalmente se concentran en ternas relacionados con la migración y la etnicidad (especialmente el flujo de trabajadores ilegales, por ejemplo, Bean, 1992, o Bustamante, 2001), la salud (en muchos casos la salud de los migrantes o de usuarios mexicanos de los servicios sanitarios o asistenciales estadunidenses, por ejemplo, Guendelman, 1991) o en la pobreza (por ejemplo, Beets y Slottje, 1994 o Ward, 1995). De acuerdo con la mayoría de los enfoques, y aunque no se afirme claramente. la frontera, a diferencia de otros lugares, es un lugar «problemático», donde generalmente se agudecen fenómenos que, por otro lado, se observan en el resto del país. De esta manera, uno de los argumentos que se maneja en el debate sobre la (mayor) pobreza del suroeste estadunidense, siempre con la salvedad de San Diego, es que esta deriva de su proximidad con México. En efecto, esta visión coincide con la opinión de amplios sectores de la población, incluida la de origen mexicano, residente en las ciudades fronterizas estadunidenses (Vila. 2000). El debate y las relaciones entre pobreza y migración, sin embargo, no se limitan a la zona fronteriza de Estados Unidos. Proponiendo una explicación alternativa, Sassen (1996) defiende que las condiciones estructurales de los mercados de trabajo urbanos en Estados Unidos, y no las características de la mano de obra (por ejemplo, el ser migrante), es la verdadera razón de la precariedad laboral, que comporta en muchos casos marginalidad social y pobreza.

Por otro lado, los estudios de demografía fronteriza se han visto influenciados por una polémica paralela, a veces estéril, sobre la definición y la extensión de la región fronteriza México-Estados Unidos (véase al respecto: Ham-Chande y Weeks, 1988; o Zenteno y Cruz, 1992). Para algunos autores (Bustamante, 1989 y Merzog, 1990) existe una única región fronteriza entre México y Estados Unidos, aunque para otros (Alegría, 2000) el concepto "región fronteriza" no tienen bases sólidas firmes ni un marco teórico de referencia. En correspondencia con lo anterior, este artículo explora hasta qué punto existe una única región, en términos sociodemográficos; o. si por el contrario, la línea internacional ejerce un papel decisivo a la hora de frenar la difusión de los fenómenos demográficos en el territorio. Para contestar esta pregunta, el artículo describe, compara y analiza pautas y tendencias sociodemográficas en una vasta área geográfica situada al norte y al sur de la actual frontera internacional. Este área cubre total o parcialmente nueve estados mexicanos y cinco estadounidenses (mapa 1).2

 

Distribución, densidad y crecimiento de la población

Tal y como muestra el mapa 2. la población de esta extensa área fronteriza se concentra en cuatro corredores binacionales: la región Los Ángeles-San Diego-Tijuana, las ciudades fronterizas, el corredor Coahuila-Nuevo León-Tamaulipas-Texas y el área Sonora-Arizona-Las Vegas.3

La región Los Angeles-San Diego-Tijuana es un continuo urbano que se extiende a lo largo de la interestatal 5 y que comprende la Región Metropolitana de Los Angeles, San Diego y Tijuana. Esta región cuenta con una población de aproximadamente 20 millones y medio de personas, en 2000; el doble de la población de países como Portugal o Cuba, y con una alta densidad (204.1 habitantes por km5, cuadro 1). En números absolutos, la población de esta área ha aumentado en más de dos millones y medio en los noventa, pero cerca de cuatro en los ochenta. En números relativos, aunque no es el caso de Tijuana los condados estadounidenses experimentan tasas de crecimiento anual de población menores en los noventa que en los ochenta. Desglosando los datos por Áreas Metropolitanas, en el interior de la Región Metropolitana de Los Ángeles-Riverside-Orange, los condados que aumentan más su población en números relativos son los de Riverside y San Bernardino; aunque, en números absolutos, su crecimiento es muy parecido al experimentado por el condado de Los Ángeles (Área Metropolitana Los Ángeles-Long Beach; cuadro 1). Este hecho es interesante porque indica que se está produciendo un proceso típico de descongestión metropolitana, protagonizado con toda probabilidad por el abandono de la ciudad central por parte de las clases medias, extendiéndose de esta manera la mancha urbana de la ciudad de Los Ángeles a los condados interiores, sin que ello signifique, por otro lado, que el condado central de esta región, el Área Metropolitana de Los Ángeles, pierda población, probablemente debido a la llegada de nuevos migrantes a la ciudad.

A diferencia de las ciudades de California, las ciudades fronterizas no constituyen una región urbana continua con una alta densidad. De hecho, las ciudades son una excepción en la frontera internacional, listas ciudades, sin embargo, son muy dinámicas desde el punto de vista demográfico, siendo lugares de fuerte atracción de migrantes. De esta manera, las llamadas ciudades gemelas (San Diego-Tijuana. Ciudad Juárez-El Paso, Laredo-Nuevo Laredo, Reynosa-Mc Allen y Matamoros-Brownsville), además de Mexicali, contaban con una población total de 9 millones de personas en el 2000. En números absolutos, estas ciudades crecieron un total de 1 692 993 personas en 1980-1990 y de 2 178 664 en 1990-2000, siendo su tasa de crecimiento anual casi igual en los ochenta (2.9 por ciento) que en los noventa (2.8 por ciento; cuadro 2). En los ochenta, la ciudad que creció más su población en números absolutos fue San Diego (636 170 personas), pero Tijuana tuvo el incremento relativo mayor en los ochenta (tasa de crecimiento anual de 4.8 por ciento), que, por otro lado, también experimentó el incremento mayor tanto en números absolutos (526859) como relativos (5.3 por ciento) en los noventa (cuadro 2). Comparando las ciudades mexicanas con las estadounidenses, de ambos lados de la frontera, las mexicanas crecen más, en términos relativos, en los noventa que en los ochenta. El caso más subrayable es el de Nuevo Laredo, Tamaulipas, que pasó del 0.8 por ciento de crecimiento anual en los ochenta a 3.5 por ciento en los noventa. En el caso de las estadounidenses. San Diego y El Paso crecen menos, en términos relativos, en los noventa que en los ochenta, a diferencia de las ciudades texanas (Laredo. McAllen y Brownsville) que observan la tendencia contraria (cuadro 2).

En el amplio Corredor Coahuila-Nuevo León-Tamaulipas-Texas, definido aquí como las ciudades situadas en la interestatal 35, desde Dallas hasta Laredo y su prolongación hasta Monterrey-Saltillo, residía una población total de 12 095 423 habitantes en 2000. A diferencia de la región de California, no existe continuidad urbana entre las ciudades situadas en este corredor, existiendo amplias zonas deshabitadas entre las ciudades (por ejemplo, entre San Antonio y Laredo; o entre Nuevo Laredo y Monterrey). Por otro lado, a diferencia de las ciudades fronterizas, este corredor tampoco comparte un rasgo que les confiera una personalidad especial, como es el caso de la frontera internacional. Sin embargo, las relaciones que tradicionalmente han existido entre Monterrey y el suroeste de Estados Unidos (Ceratti. 2000, por ejemplo, argumenta que el crecimiento de la industria manufacturera en Monterrey se debió al sector exportador), y entre el norte de México y San António (San Antonio es una de las ciudades no fronterizas con mayor porcentaje de población latina; 54.3 por ciento de la población del condado de Bexar se declara "hispano" en el censo de 2000; Mendoza, 2002) justifican el considerar estas ciudades situadas a lo largo de la interestatal 35 y su prolongación en territorio mexicano conjuntamente a la hora de analizar la estructura y cambio de la población. Al comparar las Áreas Metropolitanas del corredor, observamos que, en números absolutos, Dallas es la que experimenta los aumentos más relevantes en números absolutos en los ochenta (620 993 habitantes) como en los noventa (842 928; cuadro 3). En números relativos, el Área Metropolitana Austin-San Marcos tiene las tasas de crecimiento anual más altas para ambos periodos (3.9 por ciento en 1990-2000 y 3.7 por ciento en 1980-1990; cuadro 3). Al comparar ambas décadas, es subrayable que el municipio de Monterrey perdiera población en los ochenta, aunque aumentara el número de habitantes ligeramente en los noventa. Para el Área Metropolitana de Monterrey, en su conjunto, sin embargo, el crecimiento relativo es menor en los noventa que en los ochenta, aunque siempre se mantiene positivo.

Un último corredor binacional de población es el formado por la región Sonora-Arizona, incluyendo aquí el condado de Clark, donde se sitúan Las Vegas. La importancia de este corredor no radica tanto en el número total de personas que viven (7 412 894 en 2000, incluyendo aquí las ciudades de Sonora, Arizona y Las Vegas), sino en el ritmo de crecimiento de su población. En este sentido, el condado de Clark (Las Vegas), casi dobla su población en los ochenta, pasando de 463 087 en 1980 a 741 459 en 1990, siendo su incremento en números absolutos de 634 306 personas en los noventa, lo cual significa un crecimiento anual de 4.7 por ciento en los ochenta y de 6.2 por ciento en los noventa (cuadro 4). Ciertamente, este hecho sugiere que no existe vínculo entre decrecimiento poblacional y condiciones geográficas extremas. El sur de Arizona. por su parte, también observa crecimientos subrayables. Phoenix dobla su población en veinte años y Tucson la aumenta en 50 por ciento en el periodo 1980-2000. Por su parte, en Sonora el crecimiento se concentra en el triángulo San Luis Río Colorado-Nogales-Hermosillo, en detrimento de las costas del estado (cuadro 4). Por último, y a diferencia de Arizona, ningún municipio rural, del interior de Sonora, supera los 15 000 habitantes (en blanco, por tanto, en el mapa 2), municipios además que están sufriendo un subrayable proceso de despoblación, como veremos más adelante.

En relación con lo anterior, además de la concentración de sus habitantes en cuatro corredores, el segundo rasgo demográfico de la región es la escasa densidad. En este sentido, el mapa 3 indica claramente que prácticamente la totalidad de los condados de Nuevo México, el norte de Arizona y el occidente de Texas tienen menos de cinco habitantes por km2 en 2000. En el norte de México, los municipios no costeros de Sonora, amplias zonas de Chihuahua, Baja California Sur, Durango y Coahuila presentan las mismas pautas de baja densidad de población. Por otro lado, sólo algunos municipios del Área Metropolitana de Monterrey y Tijuana tienen una densidad superior a los 500 habitantes por km2. En el caso de Estados Unidos, Los Ángeles y el condado de Orange, en la costa californiana, y dos condados del Área Metropolitana Dallas-Fort Worth tienen densidades superiores a los 500 habitantes por km2 en 2000.

Este hecho es de gran relevancia porque la amplia zona del interior de la región de estudio, que tiene su población estancada, fue la de primer poblamiento europeo, la del corredor que unía la ciudad de México con Santa Fe de Nuevo México. En efecto, en esta zona central, las ciudades de Chihuaha y Nuevo México siguen el patrón creado hace cuatrocientos años por los españoles (los tarahumaras, el grupo indígena de la región, era un pueblo nómada). De esta manera, el estado de Chihuaha se articula en torno al eje Chihuaha-Juárez, y sus ramificaciones hacia los municipios de Delicias, al este; Cuauhtémoc, al oeste, e Hidalgo del Parral, al sur. De forma parecida, las ciudades de Nuevo México se sitúan en torno al antiguo camino de Santa Fe (El Paso-Santa Fe). El resto del territorio se mantiene prácticamente despoblado en estos dos estados.

Muchas áreas de baja densidad, además, decrecen su población (mapa 4). Este es el caso de muchos municipios de la Sierra Madre Occidental en la región Sonora-Chihuahua, de ciertos municipios ubicados en áreas áridas (por ejemplo, el norte de Durango), y del occidente de Texas. Es más, se observa una polarización del crecimiento de población en algunos de los estados considerados aquí. Por ejemplo, mientras las costas y los municipios de la frontera internacional de Sonora aumentan su población, los de la sierra decrecen. De una manera similar, las zonas rurales del occidente de Texas pierden habitantes, contrariamente de las ciudades situadas en la misma región (por ejemplo, Amarillo), en el corredor Dallas-San Antonio o en la frontera. En suma, el crecimiento de la población está muy concentrado en cuatro ejes de una región que se caracteriza por su baja densidad.

 

Estructura por edades

En 2000, la estructura por edades de los condados del suroeste estadounidense difiere marcadamente de la estructura de los municipios del norte de México. Así, con la excepción de tres condados fronterizos de Texas (entre ellos, los condados donde se ubican Laredo y McAllen; mapa 5), el porcentaje de la población infantil (de menos de cinco años) en la población total es de 10 por ciento o menos en toda la región. Esta pauta no se observa en México. Aquí, con algunas pocas excepciones (tres municipios pequeños del Área Metropolitana de Monterrey y el municipio de Chihuahua: mapa 5), sólo municipios rurales con poca población, o incluso en proceso de despoblación, tienen porcentajes de población infantil por debajo de 10 por ciento (por ejemplo, los municipios de la Alta Sierra Tarahumara o los situados en el desierto de Chihuahua).

La tendencia contraria se observa al analizar el mapa de población anciana, entendiendo como tal la población de 65 años o más. Con una sola excepción, el condado de Dentón en el Área Metropolitana de Dallas, la población anciana siempre supera 5 por ciento del total en los condados del suroeste estadounidense (mapa 6). En este sentido, resaltan los condados rurales de Texas y el oeste de Arizona. donde se observa una estructura por edades muy envejecida: más de 20 por ciento de los residentes en la región tiene 65 años o más. Por el contrario, en el caso de México, sin excepciones, en el año 2000, ningún municipio tiene una proporción de ancianos superior a 20 por ciento. El estado de Baja California es paradigmático en el sentido que ninguno de sus municipios cuenta con un porcentaje superior a 5 por ciento de personas de 65 años o más (mapa 6). En suma, la estructura por edades de México, incluso del norte de México, es muy diferente de la de Estados Unidos, lo cual indica que este último país se encuentra en una fase más avanzada de la transición demográfica, con tasas bajas de fecundidad y mortalidad, que a traduce en una alta esperanza de vida y en una población envejecida, a diferencia de México, que todavía tiene una fecundidad alta, al menos en términos comparativos, aunque en descenso.

Sin embargo, se observan similitudes en cuanto a ciertas pautas relativas a la estructura por edades de la población entre el norte de México y el suroeste de Estados Unidos. Así, las áreas con fuerte presencia de población indígena (por ejemplo, el condado de Navajo en Arizona o el municipio de Guadalupe y Calvo en Chihuahua) son más jóvenes que el resto de sus respectivos países (mapa 5). En el caso de México, la importancia de los grupos indígenas explica las diferencias, en cuanto al crecimiento de la población y su estructura por edades, que se observan entre la Alta y la Baja Sierra Tarahumara, ambas localizadas en la Sierra Madre Occidental. Así, mientras la Baja Sierra, con una importante presencia de tarahumaras y tepehuanes (Robledo Hernández, 1994), cuenta con un crecimiento positivo, la Alta decrece su población en los noventa. En las áreas indígenas, como la Baja Sierra Tarahumara, una esperanza de vida menor y una fecundidad más alta que en el resto del norte de México se traducen en una población más joven. Por otro lado, un elemento que puede influir en tasas positivas de crecimiento, además de la alta fecundidad, es la baja emigración de los grupos indígenas que, ciertamente, entienden el territorio de manera diferente a los mestizos. Con otras palabras, es probable que se den comportamientos migratorios diferenciados entre las personas indígenas y aquéllas que no lo son, siendo la probabilidad de emigrar más alta entre los mestizos que entre los indígenas.

Un segundo punto en común entre ambas geografías es el hecho que las zonas rurales no indígenas generalmente presentan estructuras de edades más envejecidas que las ciudades (mapa 6). Sin embargo, las diferencias campo-ciudad son más perceptibles en el caso estadounidense que en el mexicano, lo cual se explica a partir de las disimilitudes en el comportamiento demográfico de ambos países. De esta manera, el hecho que las primeras uniones y el primer hijo se produzcan a edades tempranas en México, especialmente en el campo mexicano, comporta que estos dos eventos demográficos puedan ocurrir antes de una posible emigración. Así, en el marco de la familia extendida y de altas tasas de emigración en las zonas rurales, es probable que los hijos de emigrantes permanezcan en los lugares de origen de éstos. En este sentido, la migración no rompe completamente con la red compleja de la familia extendida en México, redes que, en muchos casos, se extienden más allá de la línea internacional. A través de estas redes familiares, se recomponen hogares que sin duda facilitan y canalizan el proceso migratorio (véase, al respecto: Ojeda y López, 1994). Además, el mercado laboral de las ciudades fronterizas, caracterizado por su alta flexibilidad y por cierto grado de inestabilidad, especialmente en el caso de la industria maquiladora, puede incidir en pautas de migración y movilidad «flexibles» entre la frontera y sus lugares de origen, especialmente en el norte del país. En suma, se apunta que el comportamiento demográfico, en su conjunto, y el migratorio, en particular, son las causas de que las zonas rurales del norte de México no sufran un proceso tan claro de envejecimiento como el de las áreas rurales de Estados Unidos, fenómeno que, además, se ve afianzado por una esperanza de vida menor en el campo mexicano.

En el caso de Estados Unidos, por el contrario, los datos sugieren que algunas zonas rurales sufren un proceso, que podríamos clasificar de clásico, de despoblación, causado por la emigración de jóvenes a las ciudades. Éste parece ser el caso de los condados rurales del occidente de Texas, donde los únicos condados que aumentan su población son las ciudades. Sin embargo, en Arizona, la relevancia de la población envejecida parece derivarse paradójicamente a la inmigración de personas jubiladas procedentes de otros estados del país. En efecto, los flujos migratorios ayudan a crecer o decrecer la población dependiendo de su sentido. De esta manera, el impacto de los flujos migratorios en la estructura por edades de una población depende de las características y volumen del flujo, entre otras razones, como sería puesto de manifiesto en líneas anteriores. Aquí se ha sugerido que las zonas con estructura de población más vieja no son siempre áreas emigratorias, como ocurre por ejemplo en México, donde las características del flujo, unido a las edades tempranas en las primeras uniones y del primer hijo se combinan para no tener un impacto tan negativo en la estructura por edades de las regiones de origen. Lo contrario, que zonas inmigratorias no sean forzosamente áreas con estructuras de población joven, también se ha sugerido, como es el caso de Estados Unidos, donde condados de Arizona se caracterizan por una alta inmigración de personas de edad, ya retiradas, que emigran al sur en busca de una mejor calidad de vida. En la próxima sección se entra más en detalle sobre estas cuestiones.

 

Migración

Los censos de población sólo permiten una aproximación parcial al fenómeno migratorio que es, de hecho, el fenómeno demográfico más difícil de cuantificar. Tanto los censos de Estados Unidos como los de México incluyen dos preguntas relacionadas con la migración: el lugar de nacimiento (para toda la población) y el lugar de residencia cinco años antes del año de levantamiento del censo (para la población de cinco años o más). La variable etnicidad también se incluye en ambos censos. Sin embargo, las cuestiones relativas a grupo étnico en México (por ejemplo, el conocimiento de las lenguas prehispánicas) no guardan relación, en principio, con el fenómeno migratorio.4 En el caso de Estados Unidos, el vínculo entre etnicidad y migración no es automático.

Obviamente existe relación entre el volumen de los flujos migratorios y la importancia de la población "hispana" en Estados Unidos, aunque no siempre es el caso, particularmente en el suroeste del país, que formó parte del virreinato de la Nueva España y después de la República Mexicana hasta 1848. En este sentido, los "hispanos" de Nuevo México no son migrantes, como se puede observar comparando los números relativos a migración internacional (básicamente de mexicanos en la región) y los de población hispana. A título de ejemplo, el condado de Guadalupe, en el norte del estado, un condado débilmente poblado, tenía 4 680 habitantes en 2000, de los cuales 3 801 se declararon "hispanos" (81.2 por ciento de la población), pero sólo 743 mexicanos o de origen mexicano.

Una primera aproximación al fenómeno migratorio se puede realizar a partir de la variable "lugar de nacimiento" del Censo. Concretamente, se dispone del número de personas nacidas fuera de la entidad de residencia y del de personas nacidas en el extranjero que, en efecto, son una aproximación al número total de migrantes, aunque sea discutible el uso de la palabra "migrante" aplicado a una persona que, a pesar de no haber nacido en la entidad, reside en ella más tiempo que en su lugar de origen.5 En este sentido, el mapa 7 muestra el porcentaje de personas nacidas fuera del estado de residencia en 1990, ya sean de otro estado o del extranjero. Este mapa muestra que los condados del sur de California situados en la costa del Pacífico, más Riverside, la mayoría de los condados de Arizona. especialmente los situados en el sur y en el oeste, junto a California (es resaltable que la inmigración disminuye a medida que aumenta la presencia indígena), una parte sustancial de Nuevo México (siendo destacable que el número de personas nacidas fuera del estado es menos importante para los condados con una fuerte presencia "hispana"; Mendoza, 2002) y dos condados de Texas, entre ellos el condado de Dallas (la frontera texana registra porcentajes superiores a 35 por ciento), son áreas de alta inmigración, contabilizándose en esta área porcentajes de migrantes superiores a 50 por ciento. Las proporciones más altas se observan en el Área Metropolitana de Las Vegas: 80.7 por ciento de la población del condado de Clark (Las Vegas) nació fuera del estado de Nevada. De la misma manera, 83.3 por ciento de la población del condado de Mohave no es originaria de Arizona. En ambos casos, la mayoría de los migrantes proceden del propio Estados Unidos, dado que sólo 3.6 por ciento de Mohave (y 9.5 por ciento del de Clark) nacieron en otro país.

Debido al hecho de que una parte sustancial de los migrantes no proceden del extranjero, sino de otro estado, y dado que los movimientos intraestatales no están recogidos en los mapas, es más que probable que las diferencias observadas entre Texas y el resto de los estados del suroeste norteamericano, en cuanto a la proporción de migrantes, se deban sencillamente al hecho de que el tamaño de Texas es mucho mayor que el de resto de estados del suroeste (y de la Unión Americana). En efecto, los números que se manejan a la hora de estudiar las migraciones están siempre influenciados por el tamaño, pero también por la forma y la distribución interna de la población, de las unidades geográficas usadas para el análisis del fenómeno migratorio.

Estos limitantes se pueden observar también en el norte de México. Por ejemplo, se observa que las dos grandes ciudades fronterizas del norte del país (Tijuana y Ciudad Juárez), que cuentan aproximadamente con la misma población (cuadro 2), registran números muy diferentes de migrantes absolutos, como se puede observar en el mapa 7. La población migrante en Tijuana ascendía a 57.3 por ciento en 1990 (56.1 por ciento para el año 2000), lo cual contrasta con Ciudad Juárez, que "sólo" contaba con 31.7 por ciento de su población nacida fuera del estado de Chihuahua en 1990(aunque 37.0 por ciento en 2000). En este sentido, a diferencia del censo mexicano de 1990, el del 2000. que muestra los movimientos intraestatales de residencia, para el periodo 1995-2000, apunta a la importancia de las migraciones o los cambios de residencia dentro de Chihuahua para Juárez. Concretamente, según el censo de 2000, 11.3 por ciento de las personas de cinco años y más cuya residencia estaba fuera de la ciudad en 1995 (los migrantes en el periodo 1995-2000 en Juárez) vivían en otro municipio de Chihuahua en 1995. Este dato se puede comparar con el de Tijuana, donde 3 por ciento de los migrantes recientes procedían de otro municipio de Baja California (Mendoza, 2002). Comparando los números totales, obviando el origen de los migrantes recientes, ya sea intraestatal, interestatal o internacional, el número total de personas cuya residencia estaba fuera del municipio en 1995 es mayor en aproximadamente de 35 000 personas en Tijuana que en Juárez en 2000 (163 194 en Tijuana y 128 967 para Juárez.; Mendoza, 2002).

A pesar de los limitantes de las fuentes de información, la comparación de los mapa 7 (población nacida fuera del estado de residencia), mapa 8 (migrantes recientes o población cuya residencia estaba fuera del estado en 1985) y mapa 9 (migrantes internacionales) arroja una gran diversidad de destinos para los migrantes en el suroeste de Estados Unidos. Por ejemplo, los migrantes, no diferenciados aqui por origen o momento de migración, se dirigen tanto a zonas urbanas como rurales. Sin embargo, una mirada más detallada a los mapas muestra que los migrantes recientes tienen una ligera tendencia a dirigirse a Áreas Metropolitanas de tamaño medio (por ejemplo, Killen-Temple en Texas o Las Vegas en Arizona-Nevada) o a condados rurales, en vez de a Áreas Metropolitanas de gran tamaño. Por estado. Arizona, con la excepción de las áreas con fuerte presencia indígena, es la región que atrae un mayor número de migrantes en la segunda mitad de los ochenta. La región desde la frontera mexicana hasta Las Vegas, que comprende total o parcialmente las Áreas Metropolitanas de Yuma, Phoenix-Mesa y Las Vegas tiene porcentajes de migración reciente superior a 20 por ciento en 1990 (mapa 8). Diversos factores influyen en esta alta inmigración. En primer lugar, esta área atrae un contingente numeroso de migrantes laborales derivados de las nuevas actividades económicas resultantes, por un lado, de una mayor integración de las actividades fronterizas, como es el caso de la industria maquiladora que en muchos casos "reserva" algunos puestos de dirección, supervisión o control en las factorías ubicadas en territorio de Estados Unidos, y, por el otro, con el florecimiento de otras industrias, como la del ocio, especialmente en el área de Las Vegas. En segundo lugar, como sugiere la estructura por edades vieja de la región (mapa 6), se da una afluencia notable de migrantes no laborales (personas ya jubiladas que permanentemente o temporalmente, en invierno, se instalan en las más cálidas tierras del suroeste estadounidense procedente de condados situados más al norte).6 Finalmente, es más que probable que el proceso de descentralización metropolitana de Los Ángeles haya superado los confines del estado de California, quizá por un más bajo nivel de fiscalización del estado de Arizona. En números absolutos, sin embargo, el condado de Los Ángeles continúa siendo un estado netamente inmigratorio con un flujo de 1 058 836 nuevos residentes no californianos a la ciudad en el periodo 1985-1990. Finalmente, en el caso de Texas, la inmigración se concentra en la frontera texana con México y a lo largo del corredor San Antonio-Austin-Dallas, siendo el Área Metropolitana de Killen-Tampico la de mayor poder de atracción.

Para México, el mapa 7 resalta claramente que Baja California es un estado con un saldo migratorio positivo. Concretamente, dos de los cuatro municipios de Baja California (Tijuana y Tecate) contaban con más de 50 por ciento de su población nacida fuera del estado en 1990, y los otros dos restantes se sitúan por encima de 35 por ciento. Lo mismo ocurre en el caso de la migración reciente, siendo subrayable que más de 20 por ciento de la población de Tijuana y Tecate en 1990 no residía en Baja California en 1985 (mapa 8). Esta tendencia viene confirmada por los datos del censo de 2000, que muestra que Tijuana y Tecate son los únicos municipios de todo el norte con más de 50 por ciento de su población nacida fuera del estado de referencia y con más de 20 por ciento de su población que residía fuera de la entidad en 1995 (Mendoza, 2002). El hecho que ambas tendencias se confirmen en ambos censos, en 1990 y 2000, apunta que la alta migración y movilidad son elementos cosustanciales de la estructura demográfica de estas dos ciudades fronterizas.

Además de Baja California, los municipios fronterizos, especialmente donde se sitúan las ciudades (Ciudad Juárez, Reynosa o Laredo, pero también Nogales o San Luis del Río Colorado), son claramente zonas de atracción de migrantes. A título de ejemplo. Ciudad Juárez (Chihuahua), y Nogales y San Luis Colorado (Sonora) recibieron más de 10 por ciento de su población de 1990 de otras entidades federativas o del extranjero en el periodo 1985-1990 (mapa 8). Esta misma tendencia se confirma con los datos del 2000, donde además otras ciudades en la frontera, como Piedras Negras, Laredo y Reynosa, registran, a diferencia de 1990, porcentajes de migración reciente superior a 10 por ciento (Mendoza, 2002). En efecto, las ciudades fronterizas contrastan con el resto del estado en cuanto al flujo recibido de migrantes. Éste sería el caso de Ciudad Juárez, en Chihuahua, o el de Matamoros o Reynosa en Tamaulipas. En relación con lo anterior, la mayoría de las ciudades medias no fronterizas del norte de México tienen una atracción migratoria reducida, al menos comprada con las ciudades fronterizas. Así, los migrantes llegados a Los Mochis (Sinaloa), Ciudad Obregón (Sonora), Monclova (Coahuila) o a la ciudad de Chihuahua, procedentes de otra entidad o del extranjero en el periodo 1985-1990, no representaban 5 por ciento de la población total de 1990 (mapa 8). Esta misma tendencia se confirma con los datos del censo de 2000 (Mendoza. 2002). Sin embargo, para el caso de otras ciudades del norte, específicamente Hermosillo (Sonora), Torreón (Coahuila-Durango), Saltillo (Coahu¡la) o Monterrey (Nuevo León), los pautas son diferentes en los ochenta y en los noventa. En los ochenta, tal y como indica el mapa 8, los migrantes recientes (originarios de otra entidad o del extranjero en el periodo 1985-1990) superaban 5 por ciento de la población total de estas ciudades en 1990. En los noventa, sin embargo, los residentes fuera de la entidad en el periodo 1995-2000 no superaban 5 por ciento tampoco en estas ciudades, con la excepción de algunos municipios del Área Metropolitana de Monterrey y un municipio de los cuatro que conforman el Arca Metropolitana de Torreón. En suma, los datos del censo de 2000 apuntan a que las ciudades medias, no fronterizas, del norte de México, han perdido capacidad de atracción de nuevos migrantes en el periodo 1990-2000 (Mendoza. 2002).

Las altas tasas inmigratorias de las ciudades fronterizas mexicanas están directamente relacionadas con los ciclos económicos. Lo devaluación del peso que tuvo efectos devastadores para la economía del interior de la República ha tenido históricamente un papel positivo en las industrias de la región fronteriza que tradicionalmente se han orientado a la exportación. De esta manera, las puntas de migración, con destino a las ciudades fronterizas, fueron más señaladas en los momentos más dramáticos de la crisis económica (Gutiérrez Montes y Vázquez Benitez. 1995; Coubès, 1997). Sin embargo, desde la firma del Tratado de Libre Comercio que abre el libre comercio al conjunto del país, es probable que muchas industrias intensivas en mano de obra se desplacen al sur de la República, debido a los más bajos costos de la mano de obra, lo cual podría provocar una reducción de los flujos migratorios procedentes del interior de la República con destino a la frontera. Sin embargo, hasta la fecha, se tiene poca evidencia de este fenómeno, que se plantea más bien como una hipótesis de estudio.7 De hecho, tal como se ha apuntado anteriormente, los datos del censo del 2000 no parecen indicar una menor atracción migratoria de las ciudades situadas en la línea fronteriza.

La región fronteriza mexicana también observa particularidades en lo referente a la migración internacional. Con pocas excepciones, los municipios fronterizos (o los municipios adyacentes a aquéllos que hacen frontera) son los únicos donde el porcentaje de población nacida fuera de México supera 2 por ciento de sus respectivas poblaciones tanto en 1990 (mapa 9) como en 2000. Este hecho es consecuencia, en parte, del número de mexicoamericanos (y también, aunque en menor medida, de estadounidenses "blancos") que viven en las ciudades fronterizas del norte de México. De hecho, las familias transfronterizas son un fenómeno bastante normal en la cotidianidad de las ciudades mexicanas de la frontera (véase, a este respecto. Ojeda y López, 1994, para un estudio de caso de la ciudad de Tijuana). Además de la emigración de personas nacidas en Estados Unidos, en su mayoría de origen mexicano, que prefieren vivir en México, aunque cerca de Estados Unidos, tener los hijos en clínicas estadounidenses es una práctica extendida entre las mujeres residentes en la frontera (véase, por ejemplo, González. 1992). Sin embargo, conocer si estos hijos, cuyas madres deciden dar a luz en Estados Unidos, pero que han vivido toda su vida en México, se censan como nacidos en el extranjero es difícil a partir de los datos del censo.

En el caso de la migración internacional en el suroeste de Estados Unidos, también se da un efecto «frontera», aunque no tan claro como en el caso mexicano. De esta manera, en 1990, y a grandes rasgos, el porcentaje de los nacidos en el extranjero decrece a medida que nos alejamos de la línea internacional (mapa 9). Una excepción notable es San Diego, condado fronterizo con una proporción relativamente baja de población nacida en el extranjero en 1990, dato que contrasta con los condados adyacentes de Los Ángeles, Orange e Imperial que lo rodean. Lo contrario sucede en Texas, donde condados no fronterizos, concretamente San Antonio, Austin, Corpus Christi y Dallas, «rompen» la tendencia a disminuir la población nacida en el extranjero a medida que nos alejamos de la frontera. Por último, las tendencias de la migración internacional observada en el mapa 9 señalan que la migración internacional (de mexicanos, básicamente) se dirige no sólo a zonas urbanas, sino también a áreas rurales, como es el caso de los condados situados en el occidente de Texas.

 

Conclusión

La estructura y dinámica de la población tiene dos lógicas diferentes en el suroeste de Estados Unidos y en el norte de México. En primer lugar, se dan dos dinámicas contrapuestas entre la frontera y el resto del norte de México, por un lado, y entre el suroeste de Estados Unidos y su frontera. En el caso de México, los municipios fronterizos son, con diferencia, los más dinámicos desde el punto de vista demográfico, capitalizando el crecimiento de la región en los ochenta y noventa. De hecho, las ciudades no fronterizas del norte que crecen lo hacen en cuanto son ciudades integradas en una dinámica económica que podríamos calificar de "fronteriza", como Hermosillo, Monterrey o Torreón. Para Estados Unidos, las ciudades de la frontera compiten con la del resto del suroeste de Estados Unidos por la atracción de nuevos residentes, dándose un sistema de ciudades y poblamiento más equilibrado. En segundo lugar, y relacionado con el punto anterior, el crecimiento de la población está menos concentrado en Estados Unidos que en México. En el caso del suroeste estadounidense, algunas zonas rurales, especialmente en Arizona y Nuevo México, pero no en Texas, son regiones con saldo migratorio positivo, lo cual se debe a una combinación tanto económica (por ejemplo, la industria del ocio en las Vegas) como no económica (por ejemplo, el buen tiempo que atrae a personas ya jubiladas) o culturales (a diferencia de Estados Unidos, en el imaginario colectivo mexicano las áreas rurales se caracterizan como regiones subdesarrolladas y poco atractivas para los habitantes de las ciudades). En tercer lugar, las condiciones geográficas extremas tienen un impacto menor en el poblamiento de Estados Unidos que en México, como el crecimiento de Las Vegas o del sur de Arizona en pleno desierto demuestra. En el caso de México, con la excepción de las ciudades de la frontera y las zonas de poblamiento indígena, los desiertos y las montañas cuentan con una baja densidad de población y, en muchos casos, en proceso de despoblamiento.

En cuanto a la estructura por edades de la población, el norte de México presenta una estructura sensiblemente más joven que la del suroeste de Estados Unidos. Este hecho se explica con base en las diferencias de fecundidad y mortalidad entre ambos países, diferencias que son más acuciantes entre las zonas rurales de ambos países, y que no son más un reflejo de que ambos países se encuentran en fases diferentes de la transición demográfica. Los flujos migratorios, por otro lado, también actúan en sentido contrario en ambos lados de la frontera. En Estados Unidos, los posibles flujos emigratorios de zonas rurales de Arizona o Nuevo México, aunque no en Texas, quedan eventualmente compensados por inmigración de personas ancianas, contribuyendo tanto al crecimiento de población como al envejecimiento de la región. En el caso de México, el efecto de la emigración en la estructura por edades (concretamente, en la proporción de población infantil) en las áreas de expulsión queda enmascarado por el hecho de que las primeras uniones y el primer hijo se dan en edades tempranas en zonas rurales, probablemente antes de la primera emigración, asociado al papel que juegan las familias extensas en el cuidado de los hijos.

El único evento sociodemográfico para el que no existe una clara división norte-sur es la migración. En efecto, tal y como otras investigaciones han apuntado (véase, por ejemplo, Rubin-Kurtzman, Ham-Chande y Van Arsdol. 1996), la alta migración y movilidad caracterizan esta región en su conjunto hasta el punto de ser el evento demográfico fundamental a la hora de entender otras pautas y tendencias sociodemográficas en la región. Sin embargo, mientras los flujos migratorios hacia la frontera mexicana proceden mayoritariamente del resto de la República, siendo incluso una parte de los flujos procedentes de Estados Unidos de migrantes de retorno o mexicoamericanos, en el suroeste de Estados Unidos los flujos proceden tanto del resto del país como del extranjero, particularmente de México, aunque no exclusivamente. Incluso, relación con los flujos internos dentro de cada país, estos son más complejos en el suroeste de Estados Unidos ya que, a diferencia del norte de México, los flujos de personas que se desplazan por motivos no laborales son relevantes y tienen un impacto sustancial en ciertas áreas del territorio. Sin embargo, en México, a pesar de que la migración laboral es, sin duda, mayoritaria en referencia al volumen de los flujos migratorios, las prácticas asociadas al patrón de familia extensa y la considerable volatilidad de los mercados de trabajo de la frontera norte, excesivamente dependiente del sector maquilador, hacen difícil ser tajante a la hora de limitar las razones por las que la población se desplaza en el norte de México. Por otro lado, se observan diferencias sustanciales en cuanto al destino de los migrantes. A diferencia de México, las zonas rurales de California y Arizona atraen, por diferentes motivos, a un número creciente de nuevos residentes. En suma, a pesar de que ambas geografías comparten una alta migración y movilidad de personas como un rasgo definitorio. se puede afirmar que se dan dos sistemas migratorios diferentes en el norte de México y en el suroeste de Estados Unidos.

A modo de conclusión, la línea internacional separa dos sistemas sociodemográficos distintos. El volumen de personas que se desplazan en el territorio parece ser, a partir de los indicadores vistos en este artículo, el único rasgo sociodemográfico común, aunque las características del flujo y sus impactos en el territorio varían en un lado y en otro de la frontera, Por el contrario, la migración parece reforzar la distancia que existe en términos sociodemográficos entre el norte de México y el suroeste de Estados Unidos. No encontramos, así, con base en los datos de los censos, evidencia suficiente para asegurar que se da un efecto difusión de eventos sociodemográficos, sino de todo lo contario, la frontera ejerce un papel de línea divisoria entre dos regímenes sociodemográficos que se encuentran en fases distintas de la transición demográfica.

 

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Notas

* El autor agradece al departamento de Geografía de la Universidad Estatal de San Diego, y especialmente a John Weeks, el haberle facilitado la base digitalizada de la región fronteriza que te analiza en este artículo y a Marie-Laurie Coubès (Departamento de Estudios de Población. El Colegio de la Frontera Norte) sus útiles comentarios a un primer borrador de este artículo.

1 Desgraciadamente, a la hora de escribir estas líneas no se encontraban disponibles los datos de migración por condado de Estados Unidos. Para poder realizar la comparación entre ambos países, el análisis del comportamiento migratorio es básicamente para el año 1990.

2 Esta área abarca desde los 25' hasta los 38' de latitud norte y desde los 90º hasta los 120º de longitud oeste. Esta comprende totalmente los estados mexicanos de Baja California, Sonora, Chihuahua y Coahuila, y parcialmente los de Baja California Sur, Sinaloa, Durango, Nuevo León y Tamaulipas. En el caso Estados Unidos, el área comprende totalmente el estado Arizona y parcialmente los de California, Nuevo México y Texas (además del condado de Clark en Nevada y el sur de Oklahoma). La base digitalizada de esta área procede del Departamento de Geografía de la Universidad Estatal de San Diego.

3 En esta área falta la región del Golfo de México, desde Houston, Texas, hasta Tampico, Tamaulipas, que no figura en los mapas. En el futuro, se piensa ampliar el análisis con la inclusión de estos condados y municipios.

4 Sin embargo, se puede tomar como indicador de migración, si el conocimiento de lengua no española te da en regiones que no son las zonas tradicionales de asentamiento de un grupo étnico. Éste sería, por ejemplo, el caso de los mixtecos en Baja California.

5 En este artículo usaremos la palabra migrante para personas nacidas fuera del estado de residencia, distinguiendo, si fuera el caso, entre migrante interestatal e internacional. Para aquellos cuya residencia estaba fuera del estado de residencia cinco años antes del levantamiento censal se usará el término "migrante reciente".

6 En trabajo de campo en lo región, en un grupo de trabajo compuesto por miembros de la Universidad Western Washington (Bellingham, estado de Washington, Estados Unidos), de la Universidad Simon Fraser (Vancouver, Canadá) y El Colegio de la Frontera Norte (Tijuana, México), pude constatar sobre el terreno el enorme impacto económico y social de los asentamientos de snowbirds (residentes temporales que generalmente se instalan en las viviendas que ellos mismos traen, campers) en el sur de Arizona.

7 Un objetivo del trabajo de investigación Migración y empleo en la frontera México-Estados Unidos, en el que estamos trabajando Marie Laure Coubès, Cristóbal Mendoza, consiste en evaluar el impacto del Tratado de Libre Comercio en el volumen de los flujos migratorios con destino a la frontera norte de México.

 

Información sobre el autor

Cristóbal Mendoza Pérez. Licenciado y Maestro en Geografía por la Universidad Autónoma de Barcelona, y doctor en Geografía por el King's College London. Ha sido investigador en diversas instituciones de la Unión Europea, en donde ha abordado temas relacionados con la inmigración, así como sobre las ciudades y redes de transporte. Actualmente es coordinador del Doctorado en Ciencias Sociales de El Colegio de la Frontera Norte, en Tijuana, México, e investigador permanente en la misma institución. Entre sus más recientes publicaciones están: "The role of the state in influencing african labour outcomes in Spain and Portugal", in Geoforum, num. 32, "Cultural dimensions of african immigrants in Iberian labour markets: a comparative approach", in R. King(comp.), The Mediterranean passage: Migration and New Cultural Encounters in Southern Europe, y Labour Immigration in Southern Europe: African Employment in Iberian Labour Markets, en prensa. Correo electrónico: cmendoza@colef.mx

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