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Papeles de población

versión On-line ISSN 2448-7147versión impresa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.6 no.26 Toluca oct./dic. 2000

 

Algunas aportaciones de la demografía histórica en el occidente de México. Siglos XVIII y XIX

 

Lilia Oliver Sánchez

 

Universidad de Guadalajara.

 

Resumen

El presente trabajo pretende hacer una breve revisión de los estudios que se han hecho en el campo de la demografía histórica en el occidente de nuestro país, especialmente para la ciudad de Guadalajara y el estado de Jalisco, a lo largo de los siglos XVIII y XIX. Existen a la fecha valiosas investigaciones que nos permiten adentrarnos al conocimiento de los niveles, tendencias, y factores del cambio demográfico de las poblaciones que nos antecedieron en esta región. En este artículo, he tratado de revisar los dos temas que considero han sido trabajados con mayor dedicación para Guadalajara y su región, a saber: la mortalidad y la estructura familiar. Intento revisar también algunas de las hipótesis planteadas y los hallazgos más relevantes.

 

Abstract

This paper intends to do a brief review of the studies that have been accomplished in the field of historical demography in the western region of our country, especially in the city of Guadalajara and the state of Jalisco during the 18th and 19th centuries. There are several valuable studies that allows us to delve into the knowledge of the levels, trends, and factors of the demographic change in the populations that preceded us in the region. I have organized this paper, trying to review the two topics that I believe have been studied with more dedication for Guadalajara and its region: mortality and family structure. I intend to review some of the hypothesis proposed and the most relevant findings.

 

Introducción

El presente trabajo pretende hacer una breve revisión de los estudios que se han hecho en el campo de la demografía histórica en el occidente de nuestro país, especialmente para la ciudad de Guadalajara y el estado de Jalisco, a lo largo de los siglos XVIII y XIX. Existen a la fecha valiosas investigaciones que nos permiten adentrarnos al conocimiento de los niveles, tendencias y factores del cambio demográfico de las poblaciones que nos antecedieron en esta región.

En términos generales, creo que se pueden distinguir dos etapas en el desarrollo que las investigaciones en demografía histórica han tenido en México. La primera de ellas se remonta a la década de los setenta del siglo pasado1, cuando un reducido número de especialistas, en su mayor parte extranjeros, se interesaron en este campo de estudios.2 En las siguientes tres décadas, cada vez un número mayor de historiadores, sociólogos y estudiosos de otras disciplinas emprendieron investigaciones sobre la historia de la población. La segunda etapa en el desarrollo de esta disciplina en México la podemos ubicar en la década de los noventa, cuando, menciona Rodolfo Tuirán, después de un proceso de auge, legitimación y reconocimiento, se logró la consolidación de la demografía histórica mexicana3.

Por lo que respecta a los estudios sobre la historia de la población en el occidente, aun cuando el primer trabajo dedicado exclusivamente a Guadalajara se remonta a 1978 (Brennam, 1978), el interés local por este tipo de estudios rindió sus primeros frutos hasta los años ochenta. A partir de entonces, se ha mantenido vigente la disposición para estudiar la dinámica de la población en el pasado, tanto por historiadores locales como extranjeros. Esos estudios han contribuido a enriquecer la historia de nuestra región, aportando una serie de elementos que hubiese sido muy difícil conocer sin el desarrollo de esa disciplina histórica. El objetivo del presente trabajo es hacer una breve revisión de algunas aportaciones de este campo de estudio en el occidente del país.

He organizado esta ponencia tratando de revisar los dos temas que considero han sido trabajados con mayor dedicación para Guadalajara y su región, a saber: la mortalidad y la estructura familiar. Intento revisar algunas de las hipótesis planteadas y los hallazgos mas relevantes.

 

Temas clásicos de la demografía histórica

Las crisis demográficas y mortalidad

Uno de los primeros temas abordados localmente en el campo de la demografía histórica fue el de las crisis demográficas. Utilizando como fuente los registro parroquiales de mortalidad, L. Oliver estudió lo que fue la mortalidad más severa del siglo XIX en Guadalajara, causada por la primera embestida de una epidemia de cólera en la ciudad (1833) (Oliver, 1982: 565-583). Como aportaciones de ese trabajo podemos mencionar la documentación de los elevados niveles que la mortalidad solía alcanzar en regímenes de alta mortalidad, como los imperantes en las poblaciones novohispanas y decimonónicas de nuestro país. Dichos regímenes se caracterizan por las constantes fluctuaciones que registran los niveles de mortalidad, debido a la presencia periódica de epidemias y hambrunas. En Guadalajara, en 1833, se registraron 4 993 defunciones, lo que ocasionó que la tasa bruta de mortalidad fuera de 108 por mil habitantes (Oliver, 1986: 69). Aún cuando se trata de la última vez que la mortalidad alcanzó un nivel tan elevado en Guadalajara, es importante recordar que los niveles que alcanzaba esa variable demográfica en la época colonial solían ser superiores a los registrados en el siglo XIX. Una característica de este estudio es la introducción del enfoque epidemiológico en el análisis de la difusión del cólera en la ciudad. La autora examina los niveles de la mortalidad por barrios, mostrando que en los suburbios, donde vivían los más pobres y las condiciones de insalubridad eran más nefastas que en el centro de la ciudad, las tasas de mortalidad se elevaron al doble en relación con las tasas que se registraron en la parte céntrica, donde vivía la clase poderosa (Oliver, 1986).

Además de este estudio sobre la crisis de mortalidad de 1833, otro trabajo da cuenta de el comportamiento de esta variable demográfica a lo largo de la primera mitad del siglo XIX en Guadalajara, relacionando las condiciones de salud y las periódicas alzas de la mortalidad causadas por diversas epidemias (1814, "fiebres misteriosas"; 1825, sarampión; 1830, viruela; 1833, cólera; 1837, fiebres; 1841 y 1842, viruela, y 1850, cólera)(Oliver, 1998:167-204).

Otras aportaciones sobre los niveles y tendencias de la mortalidad en Guadalajara se encuentra en el trabajo de Brennan. Su autor también relacionó, bajo un minuciosos enfoque epidemiológico, la morbilidad y la mortalidad con las condiciones de insalubridad, miseria, carencia de hábitos higiénicos y la deficiente atención medica que imperaban en la Guadalajara porfiriana. Teniendo como fuente los registro civiles, Brennan elaboró las tasas de mortalidad para la ciudad de 1876 a 1910, ubicando los años de epidemias (1878, neumonías; 1884, sarampión; 1894, neumonía; 1898, sarampión, y 1899, neumonía) (Brennam, 1978: 99). Por otra parte, citando uno de los trabajos de F. Cook y W. Borah, incursionó en el análisis de la mortalidad por causa de muerte; sobre esto sólo quiero destacar la llamada de atención que hace el autor sobre la importancia de la "enfermedad diarréica endémica", como uno de los elementos responsables más importantes de los altos niveles de mortalidad en las poblaciones del pasado —como lo sigue siendo en la actualidad en los países más pobres, particularmente para los niños— no sólo en los grupos de cero a cinco años, sino también en los adultos (Brennam, 1978: 105). Creo que esta es una característica relevante de los regímenes de alta mortalidad, cuyo descenso está directamente asociado con los factores del cambio demográfico.

Otro trabajo más que aborda el tema de la mortalidad en la Guadalajara decimonónica es un estudio de A. Solís sobre la parroquia de San José de Analco (1800-1850), ubicada al poniente y en uno de los suburbios de la ciudad. Es uno de los primeros estudios sobre la evolución y las tendencias de las estadísticas vitales (nacimientos, matrimonios y defunciones) en una parroquia urbana del siglo XIX en México. El autor ubica los bruscos ascensos de la mortalidad causados por las epidemias y prueba cómo la mortalidad —al igual que la natalidad y la nupcialidad— tienen un comportamiento estacional ajustándose al calendario agrícola. Así, Solís encuentra una tendencia de la mortalidad a la alza durante los meses de marzo a abril que coincide con la subida del precio del maíz (Sólis, 1984: 80).

Becerra y Solís completan el estudio de las epidemias que asolaron la población de Guadalajara para los años de 1850 a 1876 (Becerra y Solís, 1994).

Aun cuando las fuentes que utilizaron Brennam y Oliver para sus estudios, registro civiles y parroquiales, respectivamente, por sus limitaciones y deficiencias no pueden ofrecer un panorama real de la mortalidad (McCaa, 1993: 102), apuntan, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, hacia esa tendencia a la baja que esta variable demográfica registró a lo largo del siglo XIX. Revisando cuidadosamente las tasas de mortalidad e incorporando información hasta ahora no puntualizada, para el caso de Guadalajara, quiero reforzar la hipótesis planteada por McCaa en el sentido de que "los grandes logros del siglo XX en cuanto a esperanza de vida, fueron precedidos por mejoras pequeñas pero importantes ocurridas durante el siglo XIX" (McCaa, 1993: 104).

Si comparamos las tasas de mortalidad de la primera mitad del siglo XIX con las registradas durante el porfiriato, en primer lugar se advierte que para este periodo no volvieron a registrarse elevadas tasas del orden de 70 y 87 sobre mil. Comparemos tres epidemias: el sarampión que en 1825 hizo subir la tasa a 69 por mil, una epidemia de la misma enfermedad que en 1884 ocasionó una tasa más baja, de 54 y 13 años más tarde, en 1898, durante otra epidemia de sarampión, la tasa descendió a 46 sobre mil. El cólera es otro ejemplo: en 1833 la epidemia, sumada a la mortalidad general, había ocasionado, como mencioné, un tasa de 108 sobre mil; en 1850, durante la segunda epidemia, descendió a 85 sobre mil. Con todo, eran tasas sumamente elevadas. Finalmente solo quiero puntualizar que dentro de las mejoras, que sentaron las bases sobre las que se dio la revolución demográfica del siglo XX con el abatimiento de la mortalidad, para el caso de Guadalajara, está la introducción del sistema de drenaje. En 1889, después de casi un siglo de denuncias sobre las nocivas condiciones en que se trataban los desechos humanos en la ciudad, se ejecutaron las obras que reclamaba "el servicio de cloacas" en la populosa capital de Jalisco. En los años posteriores a la ejecución de esas obras se registran con mayor frecuencia tasas de mortalidad con niveles de 34 sobre mil (Brennam, 1978: 99), exceptuando los años de epidemias, y hasta antes de que la mortalidad subiera a causa de la revolución de 1910.

Además de otros factores, la introducción del drenaje y años mas tarde, la construcción de un colector, en 1908, para entubar las inmundas aguas del río de San Juan de Dios, que atravesaba la ciudad, indiscutiblemente contribuyeron a que una serie de enfermedades, especialmente las famosas "diarreas endémicas" de los tapatíos que convirtieron al mes de agosto en el mas mortífero, causaran menos decesos. Un médico de la ciudad, el higienísta doctor Galindo, ese mismo año había analizado bacteriológicamente las aguas del río y según sus resultados "cada gota de agua de ese río contenía más de 10,000 microbios" (Oliver, 1998: 85).

El mismo doctor describía de la siguiente manera el río, poco antes de ser entubado: "Este riachuelo, que nace al sur, en la presa del Agua Azul, atraviesa la ciudad haciendo rodar apaciblemente, de sus a norte, sus negruzcas, inmundas y pestilentes aguas sobre un lecho de basalto". Continúa diciendo, en su descripción, que para nadie era desconocida la nociva influencia para la salubridad de ese río, porque sus aguas contenían una enorme cantidad de materias orgánicas; a su paso por la ciudad recibía todas las inmundicias y desechos de las habitaciones vecinas, y esto hacía —según palabras del galeno— que en sus aguas se encontraran "algunos patógenos como el colibacilo de la fiebre tifoidea; el del paludismo, etcétera, por que en sus aguas van materias excrementicias en grandes cantidades".

Para Guadalajara, como había sucedido en otras ciudades del mundo, la introducción del drenaje y la construcción del colector para el río de San Juan de Dios, son grandes acontecimientos, que sentaron las bases, además de otros, sobre las que se dieron los cambios demográficos del siglo XX.

 

Estructura familiar

El estudio de la estructura familiar y su relación con la evolución demográfica ha sido uno de los temas contundentes de la demografía histórica. Las tendencias de la población se reflejan claramente en su estructura familiar, un aumento o disminución en el número promedio de hijos o un cambio a la edad a la que se contrae matrimonio normalmente, se traducen en un incremento o decremento de la población. Después de la aparición del método o sistema de "reconstrucción de familias" de L. Henry y M. Fleury en 1956 en Francia (Hollingsworth, 1983: 135), se ha avanzado mucho en la comprensión de la dinámica demográfica y social especialmente para las poblaciones europeas.

La familiar ha sido, objeto de estudio de importantes trabajos en nuestro país y en la región del occidente, precisamente para Guadalajara, Thomas Calvo ha hecho uno de los pocos trabajos que existen en México con el método de la "reconstrucción de familias" (Calvo, 1992a: 28). De Hecho después del trabajo de Brennam sobre la Guadalajara del porfiriato los trabajos de T. Calvo para esta ciudad en el siglo XVII inauguran propiamente la demografía histórica en el occidente. A este trabajo pionero y otro para Zamora durante los siglos XVII al XIX (Calvo, 1991: 101-209), hay que agregar para el medio urbano el trabajo de R. Anderson sobre Guadalajara en 1821-1822. Existen además otros estudios que nos introducen al medio rural, como los de C. Becerra para San Juan de los Lagos en el siglo XIX (Becerra, 1996), y otro de la misma autora sobre Jalostotitlán en 1770-1830, ambas localidades ubicadas en la región de los altos al norte de la capital de Jalisco. El trabajo de A. Solís sobre la población rural de La Barca en las primeras décadas del siglo XIX, es uno más de esta interesante y apasionada temática. Este trabajo tiene la cualidad de utilizar como fuente cuatro diferentes padrones (1817,1823, 1826 y 1830) lo que permite al autor observar las tendencias y cambios demográficos en el período que estudia. Por otra parte, al igual que diversos estudios sobre la familia con este tipo de fuentes, Solís aplica la metodología de Peter Laslett utilizando las seis principales categorías para trabajar las estructuras de los hogares (Solís, 1999).

Sobre este tema es necesario hacer por lo menos un par de acotaciones que los expertos del mismo han destacado. En primer lugar hay que aclarar que la complejidad de la estructura familiar esta definida por el número de posiciones en la relación de parentesco que contiene un grupo doméstico y no por el número de sus miembros (Tuirán, 1992: 292). Por otra parte, hay que tener presente uno de los hallazgos más importantes de las primeras investigaciones de Laslett y sus seguidores, a saber: que la estructura nuclear —como forma familiar predominante —al parecer surgió en algunos países europeos antes de que se iniciara el proceso de industrialización, de modo que este proceso no acabó con la familia extendida de las poblaciones de Antiguo Régimen porque en realidad no existían.

Para cualquier revisión sobre el tema hay que tener presente también, que las investigaciones al respecto en México y América Latina han encontrado una compleja imagen de diversidad en los siglos XVIII y XIX (Tuirán, 1992: 245). Por lo que es casi imposible, cualquier generalización en una sociedad con tantas y tan variadas diferencias como la novohispana—mexicana de los siglo XVIII—XIX (Pérez, 1991: 360).

A pesar de estas llamadas de atención, me interesa revisar en este trabajo solo un aspecto de las poblaciones que han sido estudiadas en el occidente, a saber: la relación que hay entre la estructura y el tamaño de la familia con aspectos de índole económicos, sociales y étnicos. Esta relación ha sido puesta de manifiesto en estos y otros trabajos para México, sin embargo, creo, que poner el acento en este asunto podría ayudarnos a explicar algunos cambios demográficos a largo plazo.

Calvo ha distinguido en el estudio de la familia tapatía del siglo XVII los siguientes tres aspectos: el matrimonio, la ilegitimidad y la dimensión da la familia (Calvo, 1992a: 27-41). Si estos aspectos fueron fundamentales para el siglo XVII será importante saber, en la medida de lo posible, qué pasó con ellos en los siglos XVIII y XIX.

La ilegitimidad es sumamente importante, como lo ha puesto de manifiesto T. Calvo, los altos niveles que esta variable alcanzó en la Guadalajara del siglo XVII (60 % de los bautizados eran ilegítimos), al lado de la excepcional europeización de esta ciudad designada por él como "concubinaria", forman parte de su originalidad. Los trabajos de Becerra sobre Jalostotitlán y de Solís sobre la Barca hacen valiosas aportaciones al respecto, comprobando la tendencia de la ilegitimidad hacia la baja que se registró en México durante el siglo XVIII y principios del XIX, a medida que la institución del matrimonio se llenaba de su contenido sagrado y se consolidada. Para el caso de Jalostotitlán, la autora muestra también como es que en las comunidades indígenas que se mantenían separadas de los españoles y con una mayor vigilancia por parte de la Iglesia, los índices de ilegitimidad eran menores a los reportados en los establecimientos españoles o en las poblaciones indígenas que tenían mas contacto con el resto de la población (Becerra, 1996: 97). Por su parte Solís observó que en la parroquia de Analco de Guadalajara la ilegitimidad se incrementó en la población indígena del 6% en 1800 al 15% en 1821 (Solís, 1984: 54).

Contra lo que se podría esperar cuando se iniciaron los trabajos sobre la familia, algunos de los hallazgos encontrados para el occidente del país tanto en el medio rural como urbano, en lo que tiene que ver con la edad al matrimonio y el tamaño de la familia no parecen ser característicos de las sociedades de Antiguo Régimen. T. Calvo encontró para la Guadalajara del siglo XVII una edad a las primeras nupcias "un poco más elevada de lo previsto: para los hombres es de 24 años, para las mujeres de 22 años y nueve meses" (calvo, 1992b: 37). Otro de los hallazgos que parece sorprender al propio autor, es haber encontrado en las mujeres tapatías casadas un intervalo intergenésico —separación entre los partos— "bastante largo, de casi unos dos años y medio." Un dato más, observó que la edad de la mujer en el ultimo parto (41 años) era menor que para las mujeres europeas de ese tiempo. Como resultado de los comportamientos anteriores, además de que la fecundidad tiende a reducirse, Calvo encontró, en lo que tiene que ver con el tamaño de la familia, una media general, según sus propias palabras "asombrosamente baja: apenas 3.5 hijos por familia" (Calvo, 1992b: 38). Aún cuando estos indicadores esconden rasgos comunes de las sociedades tradicionales, como edades precoces al matrimonio, o familias extendidas con siete hijos —cuando éstas no habían sido rotas por la muerte o partida de alguno de los cónyuges antes de la fecha que marca el fin del período fértil de la mujer—(Calvo, 1992b), los resultados anteriores como ya se ha señalado en otros trabajos, parecen un tanto inexplicables si traemos a cuentas que se trata de una sociedad que sabemos vivía bajo presión demográfica. Creo que en parte, la explicación a esos comportamientos se puede encontrar cuando se les relaciona con factores sociales, económicos y en este caso étnicos.

En lo que tiene que ver con el tamaño y la estructura familiar el común denominador en los hallazgos de los trabajos que estoy revisando, es el asombro ante los resultados. R. Anderson en su análisis sobre la familia de Guadalajara en 1821 dice: "uno se sorprende del tamaño relativamente modesto de la unidad doméstica (5.3 personas por UD), en especial si recordamos que en la UD se incluyen sirvientes, asistidos y parientes junto con familias múltiples relacionadas o no relacionadas" (Anderson, 1983: 73). Aún cuando la aritmética de este análisis, dice el autor, esconde una realidad donde el 60% de la población (de su muestra) vivía en UD de más de seis personas, la UD típica estaba compuesta por cuatro individuos.

Parece que la situación no era muy diferente en el medio rural, A. Solís encontró que en el primer tercio del siglo XIX el tamaño promedio de las unidades domésticas en la parroquia de La Barca iba de 4.2 a 4.6 personas, con una media de cuatro miembros y un incremento en el tamaño promedio (6 o más integrantes) en los años que siguieron a la consumación de la Independencia (Solís, 1999: 82), en otras palabras, las unidades domésticas nucleares y relativamente pequeñas fueron más comunes que las extendidas o múltiples de gran tamaño.

Becerra encontró para la población de San Juan de los Lagos en 1842, una familia (2.9 hijos en promedio) más pequeña —dice la autora— de lo usual en esa época" (Becerra, 1983: 76) y un período intergenésico más prolongado, de 3.8 años, que el de la parroquia del Sagrario de Guadalajara durante el siglo XVII.

Los datos descubiertos sobre el tamaño y la estructura de la familia en el occidente, coinciden con uno de los hallazgos más comunes de los estudios realizados para una gran variedad de asentamientos tanto urbanos como rurales en América Latina y México, durante los siglos XVIII y XIX, aquel que señala que la dimensión promedio de las unidades domésticas era relativamente pequeña, variando entre cuatro y seis miembros (Tuirán, 1992: 292).

El segundo aspecto que me interesa resaltar es la relación del tamaño y la estructura de la familia con factores sociales, económicos y étnicos. También en este punto, una mirada rápida nos descubre en el occidente una realidad que ya ha sido encontrada para otros casos en México, a saber, que el tamaño de los hogares tendía a variar de acuerdo con el origen étnico o el estatus ocupacional del jefe. El trabajo de CooK y Borah para la población de México (1760-1840) indicó que el tamaño promedio del hogar era generalmente mayor "entre la gente de razón y las poblaciones mezcladas, que entre los indios" (Cook y Borah, citados en Tuirán, 1992: 293). T. Calvo encontró que en la población taparía del siglo XVII, cuando interviene el factor étnico, la familia española era un poco mayor (4.28 hijos en promedio) que la no española (3.78). Los hallazgos de R. Anderson van en el mismo sentido, él encontró que las personas con ocupación de bajo status encabezan familias con cero niños, mientras que los jefes de familia con más alto status, mostraban porcentajes combinados de tres, cuatro, cinco o más niños, por otra parte, el uso del don o doña parece coincidir más con el número de niños, en tanto que los JUD sin don/doña encabezan familias de hasta dos niños, las familias de más alto status (con don/doña) tenían 3, 4, 5 o más niños (Anderson, 1983: 82).

La tendencia que se muestra claramente es que los pobres tenían familias pequeñas y los más ricos familias más grandes. Este es justo el punto al que quería llegar, los resultados anteriores contrastan con dos estereotipos: el que menciona para la sociedad mexicana según los relatos la preeminencia de las familias extendidas en épocas pasadas, y otro el que afirma en general para las poblaciones del planeta, que los pobres se reproducen como ratas y son, un peligro para el bienestar de los ricos.

Quizá es un problema de memoria histórica. Las familias extendidas de épocas pasadas formaron una parte importante de las sociedades de Antiguo Régimen, citemos dos ejemplos para el occidente, T. Calvo nos presenta a la familia de Juan Alonso Guerrero, vecino de Guadalajara, hijo y nieto de conquistadores, que en 1600 tenía una familia integrada por "mujer e hijos y cuñados y otros deudos que tenían en su casa", es decir más de 22 españoles (Calvo, 1992b: 29). A. Solís nos presenta a la familia del comerciante barquense Rafael Rosas, la unidad doméstica mas numerosa de todos los censos que analizó, quien curiosamente hacia 1826 estaba compuesta también por 22 personas: el propio Rojas, su mujer, sus 9 hijos, otros dos matrimonios y 7 personas más, seguramente nodrizas, empleados y mozos (Solís, 1999: 85). Justamente, éstas son el tipo de familias que los relatos románticos recuerdan, no porque hallan sido las más comunes, sino porque son quienes podían tener acceso a dejar testimonio de su existencia, hasta antes que la demografía histórica nos descubriera la historia de las familias reducidas del pasado, "la historia —decía Michellet— de aquellos que sufrieron, trabajaron, decayeron y murieron sin ser capaces de describir sus sufrimientos" (Burke, 1993: 16).

Para concluir con esa somera revisión, sólo quiero mencionar que son muchos los hallazgos y aportaciones de la demografía histórica en el occidente, como la presencia de esa población afroalteña que C. Becerra nos descubre, teniendo una vida familiar, conviviendo y ocacionalmente casándose con los criollos, para una región, la de los altos de Jalisco, tradicionalmente designada como criolla; o el importante porcentaje de mujeres encabezando familias, que Anderson y Solís nos muestran para Guadalajara y la Barca respectivamente, por citar solo algunos de esos hallazgos. Falta mucho por investigar, sin embargo, sobre los factores del cambio demográfico, la mortalidad, nupcialidad y natalidad, así como sobre la familia y las tendencias de la población en el occidente del país, creo que se han dados pasos firmes.

 

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Notas

1 Anterior a la década de los años setenta, es importante hacer referencia a la rica y pionera producción historiográfica sobre historia de la población de S. L. Cook y W Borah, en muchos sentidos precursores de la demografía histórica. Para una consulta de la versión en español de esos trabajos cfr. Borah Cook (1997).

2 Dentro de los trabajos que se publican en esa primera etapa del desarrollo de la demografía histórica, y en orden cronológico, se encuentran los siguientes: Davies, 1972; Boyer, 1972; Vollmer, 1973; Malvido, 1973; Carroll, 1973; Brading, 1973; Calvo, 1973 y Borah, 1991.

3 Un ejemplo del gran interés que habían cobrado los estudios de la población en el pasado, fue la publicación del número 19 de la revista Estudios Demográficos y Urbanos del Colegio de México, dedicada a estudiar la población mexicana de los siglos XVIII y XIX. Cf. Tuirán Gutiérrez,. Rodolfo.,"Algunos hallazgos recientes de la demografía histórica mexicana" Estudios Demográficos y Urbanos, vol. 7, núm., 1, enero-abril de 1992, p.274. Además de esta publicación, creo que la consolidación de la demografía histórica mexicana, se logra con la notable publicación que el CONAPO hizo en 1993, en cuatro tomos, bajo el título: El poblamiento de México. Una visión histórico-demográfica.

 

Información sobre la autora

Lilia Oliver Sánchez. Es profesora-investigadora del Departamento de Estudios de la Cultura Regional de la Universidad de Guadalajara. Doctora en Ciencias Sociales con especialidad en Historia por la misma institución. Sus líneas de investigación son la historia social de la salud e historia de la población. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores. Entre sus publicaciones se encuentran Un verano mortal, análisis demográfico y social de una epidemia de cólera: Guadalajara, 1833, Guadalajara, UNED, 1986; El Hospital Real de San Miguel de Belén 15811802, Guadalajara, Universidad de Guadalajara, 1992; "La mortalidad en Guadalajara, 1800-1850", en La mortalidad en México: niveles tendencia y determinantes, México, El Colegio de México, 1988. Correo electrónico: liliao@csh.udg.mx

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