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Papeles de población

versão On-line ISSN 2448-7147versão impressa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.6 no.26 Toluca Out./Dez. 2000

 

Los jóvenes y la educación. Situación actual y cambios intergeneracionales

 

Rosa María Camarena C.

 

Universidad Nacional Autónoma de México.

 

Resumen

La condición de estudiante es una de las características que definen una etapa de la vida llamada juventud. Durante las últimas décadas, los niños y jóvenes mexicanos han tenido un creciente acceso a la escuela y permanecen en ella hasta edades más altas. Ello ha llevado a un sustancial incremento en la escolaridad de los jóvenes actuales en comparación con las generaciones pasadas, así como a un acortamiento de la brecha educativa de género que solía existir. Sin embargo, los niveles de asistencia a la escuela y de escolaridad alcanzada por los jóvenes aún están lejos de lo que sería deseable y algunas diferencias de género aún persisten. Usando información procedente de la Encuesta Nacional de Empleo de 1997 y de la Encuesta Nacional de Educación, Capacitación y Empleo del mismo año, este artículo presenta evidencia empírica y analiza algunos rasgos de la situación educativa de los y las jóvenes actuales de 12 a 24 años de edad, tales como su asistencia a la escuela, el nivel escolar que han alcanzado, la edad a la que dejan la escuela y el tipo de estudios postsecundarios y de carrera profesional que realizan, todo lo cual es comparado entre hombres y mujeres, así como entre los jóvenes y sus padres.

 

Abstract

To be a student is one of the main characteristics that define a stage of life named youth. During the last decades, mexican children have had increasing access to school and remain in it until older ages. It has led to a sustantial raise on young's schooling compared with the past generations, as well as to a close on the educational gender gap it used to exist. Nevertheless, young's levels of school attendance and school attainment are still far from those that would be desirable, and some gender differences still prevail. Using data from the 1997 National Employment Survey and the National Survey on Education, Training and Employment of the same year, this article presents empirical evidence and analizes several topics of the educational situation of today's girls and boys aged 12 to 24 years, such as their school attendance, the educational level they have reached, the age at which they leave school and the type of postsecondary education and career they choice, all of which is compared between girls and boys, as well as between the youngs and their parents.

 

Introducción

Sin lugar a dudas, los jóvenes de hoy en día, hombres y mujeres, viven en un mundo y en circunstancias muy distintas de las que les tocó vivir en su etapa de juventud a las generaciones pasadas. Los cambios experimentados en el orden de lo social, cultural, económico, político, demográfico, han abierto nuevas y mayores oportunidades para los jóvenes, a la vez que nuevas y viejas problemáticas para su desarrollo personal y su inserción y participación en la sociedad. Así, por ejemplo, no obstante haber nacido y crecido en medio de las recurrentes crisis económicas que han azotado a México en las últimas dos décadas, a los jóvenes de hoy les ha tocado vivir en una época en la que las oportunidades de ingresar y avanzar en la escuela se han multiplicado, de manera que su nivel de escolaridad es superior al de las generaciones anteriores. Los jóvenes de hoy están también mejor informados sobre diferentes aspectos de la vida y la realidad que les circunda. Han crecido en un entorno en el que se han incrementado las posibilidades y los medios necesarios para tomar sus propias decisiones, y en el que se han ampliado progresivamente las oportunidades de participación de la mujer en la esfera pública y en un plano de mayor igualdad con el hombre. Pero junto a todo ello, también enfrentan nuevas problemáticas asociadas a los procesos de urbanización, modernización y globalización vividos a nivel mundial y nacional que afectan la vida de las familias y sus integrantes, imponiendo nuevas y mayores demandas y limitaciones para su desarrollo y bienestar, así como otras problemáticas ya añejas que no han logrado ser resueltas y contribuyen a hacer de los jóvenes del país un sector de la población especialmente vulnerable, así como heterogéneo y segmentado, que si bien comparte la pertenencia a un grupo de edad, encierra en su interior distintas condiciones y experiencias de vida, posibilidades de desarrollo y acceso a oportunidades.

En este documento me propongo abordar una dimensión central del quehacer de los jóvenes, la relacionada con su rol de estudiante que, entre otras cosas, constituye uno de los elementos definitorios de una etapa de la vida denominada juventud. El interés se enfoca en presentar algunas evidencias sobre la situación educativa de los jóvenes de 12 a 24 años, y comparar algunos rasgos de dicha situación con la que vivieron en su momento generaciones anteriores, estando éstas representadas por los padres de los propios jóvenes. Para ello, se utiliza información procedente de las bases de datos de la Encuesta Nacional de Empleo (ENE) de 1997 y, sobre todo, de su complemento, la Encuesta Nacional de Educación, Capacitación y Empleo (ENECE) del mismo año, las cuales tienen la cualidad de proporcionar información sobre aspectos relacionados con la educación de la población pocas veces captados por otras fuentes al mismo nivel detalle. En particular, entre las características que distinguen a estas encuestas de otras fuentes alternativas, y las hacen especialmente útiles para un trabajo como el que aquí se presenta, está la posibilidad que ofrecen de conocer no sólo la situación actual que en el plano de lo educativo guardan los jóvenes, sino también algunos rasgos de sus trayectorias educativas pasadas, así como la posibilidad de vincular las características y comportamientos juveniles con el entorno del hogar del que forman parte. La información sobre la que se basa este trabajo proviene de los 44 086 jóvenes de 12 a 24 años incluidos en la muestra de dichas encuestas, residentes en poco más de 21 mil hogares.

El documento está organizado en dos partes. En la primera de ellas se aborda lo relacionado con la educación de los jóvenes, analizando cuestiones tales como la asistencia actual a la escuela, el nivel de escolaridad alcanzado, la edad a la que dejaron de asistir a la escuela y el tipo de estudios que realizan. En la segunda parte se compara el nivel de escolaridad alcanzado por los jóvenes que son hijos del jefe del hogar con el nivel de escolaridad de sus respectivos padres, así como el patrón por edad de la salida de la escuela y las diferencias en las elecciones vocacionales de unos y otros. En la medida en que la edad es un factor que indudablemente influye en la participación de las personas en la escuela, el análisis se realiza por edad desplegada en el tramo comprendido entre los 12 y los 24 años. Asimismo, se desagrega por sexo con el objeto de observar las posibles diferencias entre hombres y mujeres.

 

Actividad escolar de los jóvenes

En las sociedades actuales, la educación escolarizada ha pasado a ocupar un lugar central en el proceso de socialización y formación de los niños y jóvenes, constituyendo la actividad fundamental con la que general e idealmente se asocia la existencia de una etapa de la vida denominada juventud. Mientras los jóvenes permanecen en el sistema educativo son "estudiantes", lo cual supone un rol social claramente instituido y positivamente valorado, que involucra un conjunto de ritos que tienen valor en sí mismos —independientemente del valor propio de los aprendizajes— al implicar una cierta organización de la vida cotidiana (Lasida, 1998) y la participación en espacios de socialización e interacción entre pares, muchas veces los únicos de que los jóvenes disponen para encontrarse con otros de su edad.

La expansión del sistema educativo en las últimas décadas, junto a la creciente valoración y concientización por parte de la población del papel de la educación escolarizada, no sólo como medio de movilidad social, sino, y quizá principalmente, como herramienta indispensable de los individuos para moverse e interactuar en las sociedades modernas, han sido elementos que han propiciado la incorporación de crecientes proporciones de hombres y mujeres a la escuela, especialmente de estas últimas, quienes durante mucho tiempo tuvieron un acceso a ella aún más limitado que los hombres. Si bien todavía se está lejos de lograr un nivel de escolaridad satisfactorio, que alcance al menos lo que desde 1993 se ha planteado como la escolaridad mínima que cada mexicano debe idealmente tener, es decir, nueve años de escuela, es preciso reconocer como unos de los logros más importantes en materia educativa de los últimos tiempos al acceso casi universal de los niños a la escuela primaria y la disminución, entre la población infantil y juvenil, de la brecha educativa que antaño separaba a hombres y mujeres de todas las edades.

De acuerdo con la información reciente arrojada por la ENECE 97, más de 97 por ciento de los jóvenes de 12 a 24 años, hombres y mujeres, han tenido acceso a la escuela en algún momento de su vida, siendo notable que aun entre los jóvenes de familias dedicadas a las tareas del campo, tradicionalmente los más marginados de los servicios educativos, solamente 5 por ciento de los hombres y 6 por ciento de las mujeres del grupo de edad en cuestión nunca habían asistido a la escuela, lo mismo que 4 por ciento de los y las jóvenes pertenecientes a los hogares más pobres, entendidos éstos como aquéllos ubicados en el cuartil de ingresos per cápita más bajo.

Sin embargo, el hecho de ingresar a la escuela constituye sólo el primer paso de una trayectoria que, todavía con elevada frecuencia, se ve truncada de manera temprana, particularmente para los niños y jóvenes de los sectores socioeconómicamente menos favorecidos, de tal manera que puede afirmarse que la problemática educativa actual no radica ya tanto en incorporar a los niños al ámbito escolar, sino en lograr que niños y jóvenes de todos los sectores sociales permanezcan y avancen en la escuela durante un periodo más prolongado, que les permita acceder a los niveles superiores de la enseñanza.

Una manera de visualizar la permanencia de los jóvenes en la escuela es a través de la fracción de éstos que continúan asistiendo a ella. La gráfica 1 muestra los porcentajes de los jóvenes de cada edad asistentes a la escuela en 1997. En ella se puede observar que si bien a los 12 años 93 por ciento de los y las niñas permanecen aún en la escuela, a partir de esa edad los porcentajes comienzan a disminuir rápidamente, de tal manera que ya solamente cuatro de cada cinco adolescentes de 14 años siguen estudiando, un poco más de la mitad de los de 16 años, algo más de la tercera parte de los de 18 años y una quinta parte de los de 20 años; cabe destacar, no obstante, la gran similitud en los porcentajes de hombres y mujeres que a cada edad desempeñan el rol de estudiante.

En efecto, los datos muestran el gran acercamiento que han tenido los y las jóvenes en el renglón de la asistencia a la escuela, de tal suerte que si bien en prácticamente cada edad entre los 12 y los 20 años la proporción de mujeres que permanecen en ella es menor a la de los hombres, las diferencias son muy pequeñas, ubicándose en la mayoría de las edades por debajo de los tres puntos porcentuales, siempre a favor de los hombres. Aun cuando el panorama cambia ligeramente a los 21 años, cuando la diferencia entre hombres y mujeres se amplía hasta alcanzar los cinco puntos porcentuales,1 la asistencia escolar de unos y otras vuelve a acercarse después de esa edad.

Los porcentajes de jóvenes que a cada edad continuan asistiendo a la escuela nos hablan también de su complemento, es decir, de los porcentajes que a esa edad están ya fuera de ella; sin embargo, poco nos dicen respecto a la edad desde la cual se produce el abandono de la escuela, siendo posible que entre dos jóvenes que a una cierta edad ya no asisten, uno de ellos haya dejado de hacerlo recientemente y el otro lo haya hecho varios años atrás. Aprovechando la oportunidad que la ENECE 97 brinda para conocer la edad a la que los jóvenes dejan la escuela, y mediante la utilización del método de tablas de vida,2 la gráfica 2 muestra el patrón por edad del abandono escolar de los jóvenes que tenían entre 12 y 24 años en 1997. En la gráfica resulta interesante observar, por un lado, que los 15 años constituyen la edad crítica a la que una mayor proporción de jóvenes abandonan la escuela, en el transcurso de la cual 13 y 11 por ciento de los y las jóvenes dejan de asistir a ella, la mayor parte al concluir la escuela secundaria.3

Aunque en menor medida, otros momentos críticos de abandono escolar se dan también a los 12 y a los 14 años, en el primero de los cuales poco más de 7 por ciento del total de los hombres y cerca de 9 por ciento de las mujeres dejan de asistir, teniendo la mayoría apenas la primaria terminada,4 mientras que otro 9 por ciento de los hombres y 8 por ciento de las mujeres dejan de ir a la escuela a los 14 años, poco menos de la mitad sin tener siquiera la secundaria completa.5 Con ello se tiene que en el corto periodo entre los 12 y los 15 años de edad, una tercera parte del total de los y las jóvenes (34 por ciento) abandonan el rol de estudiante, siendo ese rol jugado ya sólo por 55 por ciento de los que tienen 16 años de edad, dos de cada cinco de los cuales dejarán de ir la escuela antes de cumplir los 19 años.

Pero el hecho de asistir a la escuela, si bien constituye una condición para la adquisición de educación escolarizada y para la aprobación de grados escolares,6 no garantiza por sí misma la obtención de la escolaridad esperada para cada edad. Aun cuando la naturaleza graduada y progresiva de la educación escolarizada hace que el nivel de escolaridad alcanzado sea altamente dependiente de la edad del niño o joven, esta relación puede variar debido a que es posible que el niño ingrese a la escuela a una edad más tardía que la que se ha establecido para ello,7 o también, ya una vez en la escuela, que tenga una trayectoria irregular, repitiendo algunos grados o interrumpiendo temporalmente su asistencia a ella. La gráfica 3 presenta el promedio de años de escuela aprobados por los y las jóvenes de cada edad. Se debe destacar que aun cuando dichos promedios se ubican muy por debajo de lo esperable para cada edad, son muy semejantes para hombres y mujeres, lo que parece indicar que, al menos en lo que se refiere a la edad hasta la que el conjunto de jóvenes permanece en la escuela y el número de grados aprobados, la brecha de género se ha cerrado,8 aunque a niveles muy por debajo de lo que sería deseable tanto para hombres como para mujeres.

Por otro lado, si bien las edades de mayor abandono escolar parecen coincidir con las edades a las que teóricamente —bajo un recorrido escolar regular, sin atrasos, reprobaciones ni interrupciones— se espera que se concluya cada nivel escolar (primaria, secundaria, bachillerato), un examen detallado de los grados aprobados al dejar la escuela muestra que esto sólo es parcialmente cierto. Se tiene así que de los jóvenes que dejan la escuela a los 12 años, edad a la que supuestamente debería concluirse la primaria, 15 por ciento de los hombres y 11 por ciento de las mujeres salen sin haberla completado. Similarmente, 17 por ciento y 11 por ciento de los y las adolescentes que dejan la escuela a los 15 años lo hacen con un nivel menor al que se esperaría para esa edad, es decir la secundaria completa, en tanto que la salida de la escuela de la cuarta parte de los hombres y 18 por ciento de las mujeres que salen a los 18 años se produce sin concluir el bachillerato o estudios técnicos equivalentes. Es decir, para fracciones nada despreciables de jóvenes, la exclusión del ámbito escolar no sólo se produce a edades tempranas, sino también con niveles de escolaridad inferiores a lo previsto para esas edades, lo que se presenta ligeramente más acentuado entre los jóvenes varones.

Sin embargo, el desfase entre la escolaridad esperada en razón de la edad y la que realmente se alcanza no es exclusiva de quienes ya han dejado la escuela, sino que está presente también en los que siguen estudiando, entre quienes, sorprendentemente, el rezago escolar respecto a la edad parece ser aún mayor que entre los que han dejado la escuela.9 Así, por ejemplo, de los niños de 12 años que asisten a la escuela, 31 por ciento de los hombres y 18 por ciento de las mujeres han aprobado cuando mucho el cuarto grado de primaria, lo que los sitúa en una posición de atraso escolar respecto a su edad, con prácticamente nulas posibilidades de que concluyan la primaria a la edad esperada.10 De igual manera, 34 y 25 por ciento de los y las estudiantes de 15 años se encuentran cursando un grado que hace poco factible que lleguen a concluir la educación secundaria a esa edad, como sería de esperar; lo mismo ocurre con 53 y 46 por ciento de los estudiantes de 18 años respecto a los estudios de bachillerato o equivalentes.

Una posible explicación del menor rezago por edad de los jóvenes que ya han dejado la escuela, en comparación con sus pares de la misma edad que continúan estudiando, pudiera estar vinculada a los horizontes y aspiraciones educativas que tanto las familias como los jóvenes trazan para ellos, y que se traduce con frecuencia en el abandono de la escuela una vez alcanzado el nivel educativo deseado, lo cual puede ocurrir a distintas edades. A su vez, el mayor rezago observado entre los jóvenes varones en comparación con las mujeres puede explicar lo antes visto respecto de que a pesar de la ligera mayor permanencia de ellos en la escuela, su promedio de grados escolares aprobados sea muy similar al de las mujeres de la misma edad e, incluso, levemente menor al de ellas.

Hasta aquí se ha visto que, en términos cuantitativos, la brecha que otrora separara a hombres y mujeres en el acceso a la educación y el promedio de años de escuela aprobados, han tendido a diluirse entre los jóvenes actuales. Ello no significa, sin embargo, que las diferencias por sexo hayan desaparecido totalmente, especialmente en lo que se refiere al tipo de estudios que hombres y mujeres realizan. Sin pretender profundizar en ello, vale la pena mencionar que si bien la proporción de jóvenes que cuentan con estudios postsecundarios es un poco mayor entre las mujeres que entre los hombres (23 y 26 por ciento, respectivamente); al desglosar por tipo de estudios postsecundarios es posible advertir que la pequeña diferencia a favor de las mujeres se debe fundamentalmente a una mayor fracción de ellas que al concluir la secundaria realizan una carrera de carácter técnico. Así, mientras sólo 3 por ciento de los hombres estudian alguna carrera técnica al terminar la secundaria, la proporción de muchachas que hacen lo mismo llega a cerca de 7 por ciento, al tiempo que 13 y 12 por ciento de los y las jóvenes respectivamente, se orientan hacia el bachillerato. Resulta notable, por otra parte, que apenas 1 por ciento de los y las jóvenes se inclinen por un carrera técnica al terminar el bachillerato, mientras que 5.5 y 5.9 por ciento de los hombres y mujeres, respectivamente, continúan con una carrera de nivel superior.

Pero además de la mayor inclinación de las mujeres hacia una carrera técnica,11 existe también una clara diferenciación en el tipo de carrera que unos y otras realizan, persistiendo la propensión de las mujeres por las carreras tradicionalmente vistas como femeninas (secretariales, contables, administrativas, salud, educación), mientras que los varones se concentran principalmente en las áreas de la electrónica y computación, mantenimiento industrial e ingeniería, aunque también en lo contable y finaciero.12 No obstante, es justo señalar la incursión de las mujeres en el terreno de carreras vistas como masculinas, como son las ingenierías, área donde se inscribe poco más de 8 por ciento de las jóvenes con estudios de nivel superior.

Para resumir lo visto hasta aquí, puede decirse que considerando a los jóvenes del país en su conjunto, no se observan mayores diferencias en las oportunidades y comportamientos de hombres y mujeres en lo referente al nivel de la asistencia escolar, de la edad hasta la que permanecen en la escuela y del número de grados escolares que logran aprobar, persistiendo, no obstante, algunas diferencias de índole cualitativa en lo relacionado con el tipo de estudios que unos y otras realizan, pero, sobre todo, en las carreras que hombres y mujeres eligen; sin embargo, también es posible percibir la existencia de una cierta apertura que permite la incursión de jóvenes del sexo opuesto a carreras tradicionalmente etiquetadas como masculinas o femeninas. En ese sentido, vale la pena preguntarse acerca de los mecanismos empleados y los factores subyacentes en las decisiones educativas y vocacionales de los jóvenes, tales como la medida en que dichas decisiones son tomadas por ellos mismos, como producto de la voluntad y elección propia, y la medida en que son impuestas por las circunstancias, ya sean derivadas de la oferta educativa existente, de las perspectivas que ofrece el mercado laboral para cierto tipo de estudios y carreras y para jóvenes de uno u otro sexo, de las condiciones socioeconómicas de las familias para sostener estudios más o menos prolongados y carreras más o menos demandantes de recursos, e incluso, del margen de maniobra y/o las restricciones que, sobre la base de la cultura y las costumbres, operan al nivel de las familias y del contexto más inmediato en que se desenvuelve la vida de los jóvenes, permitiendo a éstos o no optar por un cierto tipo de educación o carrera profesional y no por otros. Si bien la búsqueda de respuestas a preguntas como las anteriores cae fuera del alcance de este trabajo, podría dar pistas para comprender la persistente segregación de las carreras que estudian hombres y mujeres.

 

Diferencias intergeneracionales

Como una vía para constatar la magnitud y el sentido del cambio en materia educativa en el país en las décadas recientes, en este apartado se contrastan algunos rasgos educativos de los jóvenes actuales, referidos a la escolaridad alcanzada, la edad a la salida de la escuela y el tipo de estudios realizados, con los correspondientes a sus padres. A diferencia del apartado anterior, que hacía referencia a los jóvenes en general, en éste la atención se centra exclusivamente en los jóvenes que son hijos del jefe/a del hogar y sus padres.13

Un primer punto de comparación obligado entre hijos y padres tiene que ver con el acceso a la escuela de unos y otros. Mientras que 17 por ciento de las madres y casi 14 por ciento de los padres nunca asistieron a la escuela, solamente alrededor de 2 por ciento de sus hijas e hijos han permanecido al margen del sistema escolar.

El mejoramiento de la situación educativa de los jóvenes actuales se hace patente también en la gráfica 4, en la que se compara el promedio de años de escuela aprobados por los jóvenes que son hijos del jefe del hogar, con el de sus respectivos padres y madres.14 En ella se confirma, por una parte, el mayor nivel de escolaridad de las jóvenes frente a los jóvenes, especialmente a partir de los 16 años, edad desde la cual las hijas tienen, en promedio, entre 0.4 y 0.9 grados de escuela más que sus pares varones.15

Esta situación difiere totalmente; por otro lado, de lo observado en los padres y madres, entre quienes la escolaridad de los primeros es invariablemente mayor que la de las segundas, de manera que pese al bajo nivel escolar de ambos, ellos tienen 0.7 grados escolares más que ellas, en promedio, lo que refleja seguramente las aún más escasas oportunidades educativas para las mujeres en el pasado.16

Pero lo más destacable son las grandes diferencias en la escolaridad de padres/madres e hijos, de tal suerte que, en promedio, tanto los hijos varones como las hijas alcanzan a los 13 años una escolaridad que rebasa a la de sus madres y a los 14, a la de sus padres. Aunque no se presenta en la gráfica, es importante anotar que a los 13 años, 54 por ciento de las mujeres y 51 por ciento de los hombres alcanzan un nivel de escolaridad que supera al de su madre y a los 14 años, 57 y 55 por ciento de los y las jóvenes tienen una escolaridad mayor a la de su padre. Debido a las mayores oportunidades educativas para los jóvenes en la actualidad, así como a los bajos estándares de escolaridad de las personas de mayor edad, la brecha educativa intergeneracional aumenta a medida que la edad de los jóvenes se incrementa, de tal manera que hacia los 21 años, hijos e hijas tienen el doble de escolaridad que sus madres y más de 60 por ciento más escolaridad que sus padres.

Otra diferencia de consideración entre padres e hijos tiene que ver con el hecho de que mientras la mitad de las madres estaba ya fuera de la escuela a los 11.3 años, actualmente la misma proporción de sus hijas salen de la escuela tres años después, a los 14.5 años, en promedio, edad que no deja de ser, sin embargo, todavía muy precoz. Análogamente, los hijos varones dejan la escuela a una edad mediana de 14.6 años, en tanto que sus padres lo hicieron a los 12.7 años.

Aparte de la edad de abandono de la escuela y del nivel escolar alcanzado, las diferencias entre padres y madres se hacen también patentes al notar que no solamente los primeros realizaron estudios postsecundarios en mayor proporción que las segundas (20 y 16 por ciento, respectivamente), sino que los estudios realizados por cada uno de ellos son cualitativamente diferentes. Así, mientras que más de la mitad de las madres con estudios postsecundarios realizaron estudios de carácter técnico que tienen como antecedente la secundaria (9 por ciento del total de madres), la fracción que cursó estudios de bachillerato y de nivel superior representa apenas 3 y 4 por ciento de las madres, respectivamente. Por el contrario, más de la mitad de los padres con estudios postsecundarios hizo estudios de nivel superior (11 por ciento) y otra cuarta parte (5 por ciento) se quedó en el bachillerato, constituyendo los que hicieron estudios técnicos al término de la secundaria apenas 4 por ciento de los padres.17 Pero, además, los estudios realizados por casi la mitad de las madres con estudios técnicos con secundaria son de tipo secretarial; la mitad restante está integrada principalmente por carreras relacionadas con la educación (auxiliar de educadora, alfabetizadora, profesora de artes), la salud (enfermería, técnicas dentales, promotoras comunitarias) y la contabilidad y finanzas, mientras que 80 por ciento de los padres con este mismo nivel de estudios se concentran en tres tipos de carreras: contabilidad y finanzas, educación, y producción y mantenimiento. A su vez, del escaso 4 por ciento de madres con estudios de nivel superior, casi una tercera parte (31 por ciento) estudió alguna carrera del área educativa (principalmente maestras de primaria, y en menor proporción de educación media y normal), orientándose el resto a carreras como medicina (9 por ciento), del área de humanidades, contaduría, química y derecho, cada una de las cuales aglutina alrededor de 7 por ciento de las madres con estudios de nivel superior. Por su parte, entre los padres profesionistas, más de uno de cada cinco (23 por ciento) optó por la ingeniería, en tanto que 14 y 12 por ciento estudió contaduría o educación (maestros de primaria, secundaria y normal), 10 por ciento administración, 9 por ciento medicina y 8 por ciento derecho.

Al comparar hijos y padres, es posible advertir que aun cuando las carreras secretariales siguen dominando el terreno de los estudios técnicos que las mujeres realizan al terminar la secundaria, las hijas se inclinan menos por ellas que sus madres, sucediendo algo similar con las carreras relacionadas con la educación, las cuales pierden importancia como opción educativa de las hijas en comparación con sus madres. A cambio, las hijas se inclinan más por la electrónica y la computación, opción seguida sólo por una mínima fracción de las madres. Esto último, reflejo de la apertura de nuevas opciones educativas derivadas de los avances tecnológicos de los años recientes, sucede también en el caso de los hijos, cuya inclinación por la electrónica y la computación, junto con las carreras de producción y mantenimiento, desplaza a otras carreras técnicas con secundaria antaño seguidas por sus padres, como las relacionadas con la educación y la contaduría y finanzas, aunque sin dejar de tener esta última un peso relativo aún de consideración. Un panorama semejante se observa entre los muy pequeños porcentajes de hijos/as y padres/madres que realizan estudios técnicos posteriores al bachillerato, donde las carreras secretariales y de carácter asistencial preferidas por las madres pierden importancia entre las hijas, quienes se orientan más a la electrónica y computación, así como a carreras técnicas de contaduría y administración, en tanto que las carreras técnicas agropecuarias, con un peso de relativa importancia entre los padres, pierden relevancia para los hijos, ganando, en cambio, las de electrónica y computación. Al mismo tiempo, las carreras de producción y mantenimiento, así como las de contabilidad y finanzas, mantienen el mismo peso relativo tanto en padres como en hijos.

Entre las carreras de nivel superior, las de normal y/o pedagogía, primera opción profesional de las madres con estudios de este nivel, si bien siguen siendo las de mayor peso relativo entre las hijas, ceden parte de ese peso a otras carreras como las de administración y contaduría y, aunque en menor medida, a las de ingeniería, disciplina esta última donde se ubica la carrera de 8 por ciento de las hijas con estudios profesionales. A su vez, el grupo de carreras de ingeniería no es sólo el campo profesional de mayor frecuencia entre los padres, sino que aumenta aún más su peso entre los hijos, inclinándose éstos también, al igual que sus padres, por otras carreras como las de derecho, administración y contaduría, pero menos que ellos a otras como las de medicina y las relacionadas con el campo de la educación.

En suma, al comparar la situación educativa de hijos y padres, salta a la vista la existencia de cambios muy notables, tanto por lo que se refiere al nivel de acceso a la escuela, como a la permanencia en ella y al nivel de estudios alcanzados. La expansión del sistema educativo, junto con los cambios en la estructura de valores de la sociedad y las exigencias del mundo actual, se han visto reflejados en un sustancial incremento de la participación de las nuevas generaciones de jóvenes en el mundo escolar. Esa creciente participación se ha dado tanto en hombres como en mujeres, siendo, no obstante, más notorio en ellas debido a su tradicional marginación del ámbito escolar en el pasado no muy lejano. La creciente incursión de las mujeres en los diferentes niveles educativos, antes restringidos o de dominio mayoritario de los hombres, se ha traducido en un gran acercamiento en la escolaridad de hombres y mujeres, y en una menor segregación por género de los campos profesionales, que, sin embargo, aún no logra ser eliminada del todo.

Por último, y aunque los datos presentados en páginas anteriores dan cuenta de la notable mejoría de la situación y las oportunidades educativas para los jóvenes de hoy, es necesario no perder de vista que el acortamiento de la brecha entre hombres y mujeres se ha dado teniendo todavía ambos fuertes deficiencias en materia escolar, como lo muestran los relativamente bajos y rápidamente decrecientes porcentajes de jóvenes de uno y otro sexo que permanecen en la escuela a medida que la edad avanza, la temprana edad a la que aún hoy se ven orillados a renunciar al rol fundamental que teóricamente define su calidad de adolescente o joven, los bajos niveles de escolaridad alcanzados y el atraso de dicho nivel respecto a la edad.

Pero, además, no hay que olvidar tampoco que, como ha sido mostrado en otros estudios, bajo las cifras promedio, se esconden fuertes desequilibrios entre jóvenes ubicados en diferentes posiciones de la escala social, y que la igualdad de oportunidades para todos los jóvenes todavía dista mucho de ser una realidad, comprometiendo seriamente tanto el presente como el futuro de amplios sectores de jóvenes. En esa línea, vale la pena retomar la idea de Knodel y Jones (1996), respecto a la necesidad de cerrar las brechas socioeconómicas que afectan la escolaridad de los jóvenes.

 

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Notas

1 Ello puede deberse, al menos en parte, a un problema de declaración de edad, más acentuado en los hombres que en las mujeres, que tiende a concentrar un mayor número de personas en los 20 años y menor en las dos edades aledañas, sobre todo en los 21.

2 Para el cálculo del patrón por edad del abandono escolar recurrimos al empleo de tablas de vida, método que permite conocer el calendario en que los jóvenes van dejando la escuela a medida que avanza la edad, superando los problemas que se presentan al trabajar con información de tipo transversal que hace referencia a acontecimientos que aún no han sido experimentados por la totalidad de la población estudiada, como es el caso de los jóvenes que a la fecha del levantamiento de la información todavía continuaban en la escuela. Este problema, conocido como truncamiento por hacer referencia a historias que, desde el punto de vista de la información quedan incompletas, truncadas —aludiendo en nuestro caso a jóvenes que seguramente saldrán de la escuela en algún momento posterior al levantamiento de la información, pero cuya salida ya no es captada por ésta— es generalmente resuelto en los métodos de estimación convencionales tomando en cuenta para el cálculo sólo a la población que ha experimentado el evento de interés. No obstante, al dejar fuera de consideración a los que experimentarán el evento con posterioridad, se originan sesgos que pueden llegar a ser muy importantes, sobre todo cuando una parte sustancial de la población analizada está en esa situación. Este problema es superado por el método de tablas de vida al referir la ocurrencia del evento en cuestión al tiempo efectivo de exposición al riesgo de experimentarlo (años-persona), considerando con ello a todos los jóvenes en el cálculo, independientemente de que hayan experimentado el evento o no, lo que significa, en nuestro caso, el tomar en cuenta tanto la edad a la que dejaron la escuela los que ya lo hicieron, como la edad actual de los que continuan en ella.

3 77 por ciento de los hombres y 80 por ciento de las mujeres que dejan la escuela a los 15 años, lo hacen al terminar la secundaria, a lo que se agregan 6 y 9 por ciento de jóvenes de cada sexo que lograron cursar algún grado adicional después de ésta. Otro 8 y 5 por ciento de los y las jóvenes que dejan la escuela a esta edad, lo hacen dejando incompleta la secundaria, en tanto que 9 y 6 por ciento tienen, a lo sumo, la primaria terminada.

4 Entre los que dejan la escuela a los 12 años, 79 por ciento de los hombres y 84 por ciento de las mujeres concluyeron la escuela primaria, aunque 15 y 11 por ciento dejaron de estudiar sin haberla concluido. El resto alcanzó a estudiar algún grado después de la primaria.

5 De los hombres y mujeres que abandonan la escuela a los 14 años, 21 y 18 por ciento, respectivamente, dejan la secundaria incompleta y 24 y 26 por ciento cuentan, a lo sumo, con la primaria completa.

6 Actualmente, con la existencia de los sistemas abiertos de educación y la educación a distancia es posible aprobar grados y avanzar en la escala educativa sin la presencia física en una escuela, siendo posible que una parte, aunque de dimensión desconocida, de los jóvenes que aquí se consideran como asistentes a la escuela y/o de los grados aprobados, sean realizados bajo esta modalidad. En parte por limitaciones de la información y en parte por el hecho de que esta modalidad no exenta a quien opta por ella de su tarea de estudiar, y de cubrir los requisitos impuestos por las instituciones autorizadas para certificar esos avances, la modalidad escolarizada y las modalidades abiertas o a distancia son vistas como equivalentes para los propósitos de este trabajo.

7 Al respecto, Muñiz (2000) muestra el retraso con que los niños de zonas rurales marginadas del país ingresan a la escuela.

8 Es preciso anotar, sin embargo, que la reducción en las brechas de género observadas al considerar a los jóvenes en su conjunto, no siempre se mantienen al desagregar por segmentos poblacionales. Tal es el caso de los jóvenes pertenecientes a hogares con bajos ingresos, residentes en zonas rurales, en hogares extensos o complejos, o los jóvenes que no son hijos del jefe del hogar, entre quienes la asistencia escolar de las mujeres suele ser más baja que la de los hombres, aunque no siempre el nivel escolar alcanzado por ellas sea menor al obtenido por ellos. Para un análisis que considera la pertenencia de los jóvenes a distintos sectores socioeconómicos y tipos de hogares, véase Camarena, 2000.

9 Generalmente se tiende a pensar que los niños y jóvenes que se atrasan en la escuela respecto a lo previsto para su edad, son más propensos a dejar la escuela de manera más temprana que quienes avanzan conforme a lo establecido. Sin negar lo que ello pueda tener de verdad, no deja de sorprender, por un lado, que entre los excluidos precozmente del sistema escolar, la mayor parte haya aprobado los grados que corresponden a la edad en que dejaron la escuela, lo que sugiere que siguieron una trayectoria regular antes de dejarla y que, al menos en estos casos, son otras causas y no necesariamente el retraso escolar lo que lleva al abandono prematuro de la escuela. Por otro lado, sorprenden los considerables porcentajes de niños y jóvenes que, permaneciendo en la escuela, están desfasados del grado que les correspondería cursar, lo cual, bajo el supuesto señalado al principio de esta nota, los haría candidatos a dejar pronto la escuela.

10 Es muy posible que estas cifras sean aún mayores si consideramos la posibilidad de que no todos los niños con el quinto grado aprobado y cursando el sexto grado al momento de la encuesta, aprueben este último y concluyan con ello la primaria, así como la posibilidad de que una parte de los que sí lo logren hayan cumplido ya los 13 años.

11 Vale la pena señalar que los estudios técnicos constituyen una opción a la que se recurre con mayor frecuencia en los hogares con niveles medios de ingresos (cuartiles 2 y 3 de ingreso familiar per cápita), en hogares de obreros o artesanos y, en menor medida, que tienen al comercio o los servicios como actividad económica principal, así como los dirigidos por una mujer y con una estructura compleja, es decir, hogares en los que además del núcleo familiar conviven otras personas. Asimismo, como dato curioso es posible mencionar que en los hogares donde existe al menos un hijo y una hija con estudios post secundarios, y en donde al menos alguno de ellos tiene estudios técnicos, en casi la mitad de los casos es una mujer la que realiza ese tipo de estudios, en otro 30 por ciento los realizan tanto hombres como mujeres y en el 20 por ciento restante es un hombre el que los realiza.

12 Se tiene así que dos quintas partes (40 por ciento) de las jóvenes que realizan estudios técnicos después de la secundaria cursan alguna carrera de tipo secretarial y otro 12 por ciento se concentra en carreras del área de la salud, principalmente enfermería, aunque también otro 11 por ciento se inscribe en el área de contabilidad y finanzas, y 13 por ciento en las de la electrónica y computación. En contraste, 38 por ciento de los hombres con estudios técnicos con secundaria optan por este último campo, 31 por ciento por carreras vinculadas a la producción y mantenimiento y 15 por ciento a contabilidad y finanzas.

El panorama cambia ligeramente entre el pequeño porcentaje de hombres y mujeres que realizan estudios técnicos después del bachillerato. Si bien solamente 1 por ciento de los y las jóvenes realizan este tipo de estudios, una de cada cinco mujeres (20 por ciento) que lo hacen se orientan a la electrónica y la computación, una sexta parte (17 por ciento) prefiere la contabilidad y finanzas, y una proporción similar (16 por ciento) alguna otra carrera del área económico-administrativa, concentrando las carreras secretariales y de salud a 13 y 11 por ciento respectivamente, de las jóvenes. Entre los hombres, la electrónica y computación, la producción y mantenimiento, y contabilidad y finanzas aglutinan a la mayor parte de los jóvenes (31, 22 y 17 por ciento, respectivamente).

Aunque los estudios de nivel superior muestran una mayor diversificación tanto para hombres como para mujeres, poco más de la sexta parte de éstas (18 por ciento) estudian para maestras y, a partes más o menos iguales, 26 por ciento estudia administración o contaduría, canalizándose otro 10 por ciento a las ciencias sociales y 8 por ciento a derecho. Cabe señalar que otro 8 por ciento incursiona en un campo eminentemente masculino, como lo es el de la ingeniería, área que concentra a un tercio de los jóvenes varones con estudios de nivel superior (34 por ciento), distribuyéndose otro 35 por ciento en las áreas del derecho, contaduría y administración, a partes más o menos iguales.

13 Del total de jóvenes varones de 12 a 24 años, 81 por ciento son hijos del jefe del hogar, mientras que las hijas representan 71 por ciento de las mujeres del mismo grupo de edad.

14 Dado que la información permite identificar con certeza solamente a los padres o madres que son jefes de hogar, se asume que las/los cónyuges de éstos son la madre o padre, según corresponda.

15 Las mayores diferencias encontradas entre hijas e hijos, en comparación con las halladas para el conjunto de jóvenes, hijos y no hijos, pueden tener su explicación en un factor de selectividad, en el sentido de que dada la propensión de las mujeres a unirse maritalmente a edades más tempranas que los hombres, es posible que las jóvenes que aún residen en el hogar paterno, especialmente las de mayor edad, constituyan en alguna medida un grupo selecto que ha aplazado el matrimonio en aras de una mayor escolaridad, al menos en comparación con las ya unidas que han dejado el hogar paterno.

16 Las madres tienen una edad mediana de 42 años; la de los padres es de 47 años.

17 El porcentaje de padres y madres con estudios técnicos después del bachillerato representa menos de medio por ciento del total de cada uno de ellos.

 

Información sobre la autora

Rosa María Camarena Córdova. Es licenciada en Actuaría por la Universidad Nacional Autónoma de México UNAM, Maestra en Demografía por El Colegio de México y candidata a Doctora en Ciencias Sociales con especialidad en Estudios de Población, también por El Colegio de México. Es investigadora del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM y ha sido asesora en diversas dependencias gubernamentales y organismos internacionales. Su labor de investigación ha girado principalmente en torno a los temas de población, familia, educación, género, salud reproductiva y jóvenes, sobre los cuales ha publicado diversos trabajos. Su investigación actual se centra en el estudio de las trayectorias de vida de las y los jóvenes mexicanos desde la perspectiva del curso de vida. Es miembro de diversas asociaciones profesionales, entre ellas: la Sociedad Mexicana de Demografía, de cuyo Consejo Directivo actualmente forma parte. Correo electrónico: rcamaren@servidor.unam.mx

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