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Papeles de población

versão On-line ISSN 2448-7147versão impressa ISSN 1405-7425

Pap. poblac vol.6 no.26 Toluca Out./Dez. 2000

 

Jóvenes, transiciones y el fin de las certidumbres

 

Camilo Soares

 

Casa de la Juventud, Paraguay.

 

Resumen

El artículo analiza a la "juventud" en proceso de transición, tanto en el sentido de los momentos político, económico y cultural del mundo actual como la juventud misma como un "momento de transición"; e intenta una aproximación al espacio y a las perspectivas de los movimientos juveniles en la actualidad. Teniendo en cuenta el marco general en el que se desarrolla la vida de los y las jóvenes actualmente, el trabajo realiza una aproximación al concepto de "juventud", a su origen y desarrollo. Parte de la idea de que la juventud no es una "transición" entre la niñez y la vida adulta, sino un momento "en sí".

El desafío consiste en repensar a la juventud no sólo asociándola a las ideas de cambio, propuestas y renovación, sino como un mismo momento, con ilusiones y expectativas propias, en toda su pluralidad para elaborar alternativas identitarias frente al actual modelo globalizante.

 

Abstract

The article will attempt to analyzes the "youth" in transition process, in the sense of a political, economic and cultural moments of the current world as the youth itself as a "transition moment" and it attempts an approach at the space and the perspectives of the current juvenile movements. Keeping in mind the general framework in which the life of the youths currently develops, the work carries out an approach to the concept of "youth", its origin and development. It begins with the idea that the youth is not a "transition" between the childhood and mature life, but a moment "itself."

The challenge only consists of re-thinking the youth not only associating it to the ideas of change, proposals and renovation, but as a moment itself, with illusions and self expectations, in all its plurality to elaborate identity alternative in front of the current globalizing model.

 

En transición a la introducción

Mucho se ha hablado en los últimos años de que estamos atravesando por una etapa de transiciones, parece que ese antiguo status quo de la Guerra Fría se ha caído a pedazos y día tras día asistimos atónitos a guerras interétnicas, caídas de bolsas, "accidentes ambientales" de proporciones gigantescas, flujos migratorios, etc. En fin, parece haberse decretado que estamos en la "era de las transiciones". Transiciones que en muchas oportunidades son utilizadas como excusa para justificar caos y desequilibrios que sólo favorecen a una minoría; transiciones que posponen las críticas y piden sacrificios en pos de una época en la que las transiciones acabarán y la paz reinará nuevamente sobre la faz de la tierra.

Pero aunque en el ámbito de la disputa política —y sin lugar a dudas en las ciencias sociales— son muchos los que aseguran el "fin de la historia" y de los "metarrelatos", cada vez es más frecuente escuchar discursos de los grandes organismos transnacionales pidiendo sacrificios en el presente para asegurar un futuro de bienestar. Los mismos que aseguran el "fin de la historia" sostienen que estamos en "transición", que debemos ajustar las estructuras para poder llegar a ese lugar prometido, al que, sin embargo, después de tantos años de sacrificio todavía nadie ha llegado.

En décadas anteriores era común la famosa "teoría del derrame", que sostenía el planteamiento de que trabajando duro en el presente se podrían crear las condiciones para un futuro en el que la riqueza caería por "derrame" sobre toda la población. A ambos lados del muro de Berlín la consigna era la misma: "estamos en transición a una sociedad de desarrollo pleno y con justicia para todos"; pero el muro ha caído y a uno y otro lado de él, el "desarrollo para todos" nunca llegó y las perspectivas actuales son bastante desalentadoras al respecto.

Pareciera ser que a finales del presente siglo y después de casi dos siglos de debate en las ciencias sociales, la visión lineal, positivista, de un progreso permanente aún sigue impregnando las cosmovisiones de gran parte de la población. Así, las situaciones de cambio son vistas como "transiciones", como "puentes", no como momentos en sí, plenos de propia vida, resultado de múltiples determinaciones pasadas, configuradora de un presente convulsionado y un futuro incierto pero en algún sentido predecible.

Dicha visión que ve el desarrollo como algo lineal, es incapaz de comprender los procesos, las diferencias, las particularidades; niega a su paso toda diferencia que impida el poder "llegar a su meta", a su proyecto "globalizador-homogeneizante". Niega, así, que la juventud sea un momento "en sí" y la ve como una "transición" que sale de la niñez y debe caminar hacia la adultez.

En el presente artículo intentaremos analizar la "juventud" en un proceso de transición, tanto en el sentido de los momentos político, económico y cultural del mundo actual como la juventud misma como un "momento de transición"; discutiendo estos elementos intentaremos realizar una aproximación al espacio y perspectivas de los movimientos juveniles en la actualidad.

 

Juventud, la construcción de un concepto y una cosmovisión

Teniendo en cuenta el marco general en el que se desarrolla la vida de los y las jóvenes actualmente, sería bueno realizar una aproximación al concepto de "juventud", su origen y desarrollo.

Haciendo una mirada retrospectiva a la historia de las sociedades, podemos observar que las diferentes instituciones sociales fueron apareciendo y desarrollándose en permanente interrelación con el desarrollo de su modo de producción determinado; es así que la "familia" —su concepción, función y composición— fue variando desde aquéllas en las que los conceptos de "herencia", "patriarcado", "fidelidad monogámica", etc. no tenían ningún sentido, hasta llegar al tipo de "familia-ideal" de nuestros días. Hay que tener mucho cuidado con dicha afirmación —la de "familia ideal"—, pues hasta el día de hoy en varios sectores del globo el tipo de familia occidental todavía no se encuentra muy extendido, y tampoco podríamos afirmar que la familia actual sea la "mejor" o "superior" en comparación con las otras, sino simplemente se sostiene que al desarrollo del capitalismo actual corresponde un tipo de familia diferente al que correspondía al modo feudal o, incluso, al tipo de familia existente a comienzos de la revolución industrial.

Es así que el mismo concepto de "Juventud" es algo que va creándose con el devenir de las sociedades modernas, y no en el sentido de una creación arbitraria o como un simple instrumento teórico de definición de un subgrupo social determinado; es a la vez un concepto social creado para definir una forma particular de ver y de verse los seres humanos en un periodo particular de sus vidas, como también un concepto instrumental de tipo sociológico. Por eso es importante señalar que no siempre existió el concepto —teórico y sociocultural— de juventud, que la aparición de éste está íntimamente ligado al surgimiento de la sociedad burguesa y que es en ésta que se da su desarrollo igualmente diferenciado de acuerdo con la sociedad particular en la que se desenvuelve la juventud. Pero, inclusive en muchas sociedades indígenas de la actualidad el concepto juventud es algo casi sin sentido para la comunidad.

En el caso de los países de modelo capitalista también existen diferencias a la hora de asignar un rango etareo a la juventud; en el caso de los países industrializados se consideran jóvenes en muchos casos hasta los 30 o más años, y en los países subdesarrollados puede variar entre los 25 y menos años, dependiendo del sector social al que se corresponda, la formación de su propia unidad familiar, su inserción al mercado laboral, etcétera.

Sobre este tema ya se ha discutido bastante, pero nos pareció válido tomar la siguiente definición que se encuentra en Historia de los Jóvenes:

Más que de una evolución fisiológica concreta, la juventud depende de unas determinaciones culturales que difieren según las sociedades humanas y las épocas, imponiendo cada una de ellas a su modo un orden y un sentido a lo que parece transitorio, y hasta desordenado y caótico. Semejante 'edad de la vida' no puede hallar una delimitación clara ni en la cuantificación demográfica ni en una definición jurídica.1

Todo esto nos lleva a plantearnos la interrogante del porqué ver con tanta insistencia a la juventud como un tiempo de transición y no aplicar esta misma caracterización a otras etapas de la vida (en realidad todas) en la que también se asimilan y eliminan rasgos sicosociales y biológicos; ¿o acaso de la adultez a la ancianidad no existe transición?

Podemos percibir que la "juventud" se plantea como un tiempo de transición a partir de una óptica muy adulta, para la cual la "juventud" es solamente un tiempo en el que el individuo debe asimilar las herramientas necesarias para insertarse al mercado del trabajo y asumir por completo todas las responsabilidades que le competen al mundo adulto.

Con esta concepción el problema radica en que en la actualidad —más que en cualquier otra época, del presente siglo al menos— la asimilación de herramientas y conocimientos que permitan el desenvolvimiento de los seres humanos en un campo del mundo del trabajo se da de manera mucho más desordenada en lo que a una etapa etarea determinada se refiere; por ejemplo, a nadie escapa el fenómeno en aumento de los niños trabajadores de la calle, la cuestión de la flexibilización laboral y las necesidades de una formación profesional permanente. O sea, que esa frontera etarea se está difuminado o al menos quedando cada vez más confusa.

Lo que sí se puede afirmar es que el concepto tradicional de juventud como un simple "puente" de transición entre la niñez y la adultez está cayendo por el suelo; ya no se puede hablar de juventud a partir de su vinculación con el sistema educativo formal solamente, ni definirla a partir de una franja etarea, porque esas afirmaciones nos llevarían a negar la existencia de jóvenes no vinculados al sistema educativo, o de jóvenes trabajadores no escolarizados, o directamente de los jóvenes cada vez más excluidos, pero mucho menos el de definir la juventud como una "transición" a secas, pues eso nos lleva a negar que la juventud es un tiempo en sí, con características y expectativas propias, que es lo fundamental.

 

En tránsito de dos milenios

Casi al filo de este milenio el paisaje parece poco prometedor; la destrucción del planeta que nos sustenta y el crecimiento de la brecha que separa a "los que tienen" de "los que no tienen" hacen de nuestro presente y nuestro futuro algo indeseable.

Desde hace un buen tiempo se ha modificado el lenguaje a la hora de hablar de contradicciones planetarias, lo que antes era el conflicto "Este-Oeste" ahora se ha tornado "Norte-Sur", y no hace falta ahondar en los motivos por los cuales se produjo este cambio, que no solamente apunta a diferencias de reacomodo idiomático ni tampoco a profundizar en las fortalezas y debilidades de las diferentes teorías de la dependencia; más bien es necesario apuntar que las últimas dos décadas se caracterizaron por el deterioro de la calidad de vida, pérdida de soberanía económica y el vacío cada vez mayor de independencia política para una gran cantidad de pueblos del hemisferio sur.

Todo esto con impactos particularmente graves en la calidad de vida de ciertos sectores sociales históricamente excluidos, como es el caso de los y las jóvenes, con una especial perversidad al tratarse de mujeres; en América Latina se ha hecho ya famosa la frase que dice que "hoy la pobreza es joven y tiene sexo de mujer".

Esto se desenvuelve en el marco de un modelo de desarrollo basado en una economía de mercado que apuesta al aumento permanente de la producción y el consumo, en un "libre" juego de oferta y demanda, juego a través del cual teóricamente se regularían los flujos de bienes y servicios para la satisfacción de las necesidades —prácticamente reducidas a la sobrevivencia y seguridad— y que desembocaría en la solución de todos los problemas.

Este modelo se presenta además como hegemónico-homogeneizante, y meta obligada para todos los pueblos, aunque en realidad se sostiene en la existencia de las desigualdades a través de una clara división del trabajo y de los roles que se producen en todos los niveles, desde los macroestructurales hasta en los ámbitos privados, con diferentes expresiones. En este sentido, los y las jóvenes, mediante mecanismos aceptados como "lo que es" y "debe ser", son parte fundamental de un dispositivo de subordinación y hegemonía.

No hay en la propuesta de este modelo lugar para consideraciones sobre futuras generaciones, ni sobre los costes sociales y ambientales. Si partimos del saldo del modelo desarrollista, vemos que los principales beneficiarios de los "proyectos de desarrollo" son las multinacionales, algunos Estados y grupos de poderes fácticos que abundan principalmente en los países subdesarrollados. En tanto que los efectos negativos que esto trae como consecuencia, la pobreza, la marginación, la degradación de los recursos naturales, corren por cuenta de los grupos sociales más vulnerables. En el caso de los jóvenes de sectores populares es claro que el resultado del aumento de la tecnología en la producción (sea agrícola o industrial) generó un aumento del desempleo estructural, así como la precarización del empleo y un aumento como nunca de los flujos migratorios a las ciudades del mismo país o de países ricos del llamado primer mundo.

 

Ajustando las estructuras

La última expresión de este modelo —mencionado más arriba— son los "Tratados de Libre Comercio", que apuntan a perpetuar el sistema recreando esta cultura jerárquica mercantil que degrada tanto las sociedades como los ecosistemas.

En Latinoamérica, los programas de ajuste estructural son las políticas de "preparación" de las economías de esta región para la implantación de los Tratados de Libre Comercio y todas aquellas formas de explotación de seres humanos y recursos naturales en favor de una minoría.

Estos ajustes básicamente implican reducciones en los gastos públicos, en aquellos rubros "improductivos", como lo son la educación, la salud, la vivienda y la asistencia social. Esto favorece un cambio en las fronteras entre los ámbitos de acción del Estado, la sociedad civil y las familias. En el pasado se traspasaron funciones del ámbito familiar o comunitario al estatal, rompiéndose con ciertos mecanismos de la sociedad civil. Hoy la tendencia es dejarlos al descubierto o privatizarlos; es decir, que todos aquellos servicios que en nuestros países compensan situaciones de carencia, sobre todo en los sectores populares, quedan ahora reducidos a su mínima expresión.

En el marco de los ajustes estructurales también se insta a la reducción de las barreras y condiciones para el comercio exterior, que genera necesariamente condiciones de desigualdad para la producción local, lo que se manifiesta en un desmejoramiento significativo de las condiciones de trabajo y altos índices de desempleo. Esto ha provocado un aumento de los puestos de "trabajo precario" por la ausencia de contratos, por no respetarse los salarios fijados, horarios prolongados, falta de seguridad social, etcétera.

 

Los jóvenes son el futuro

En los últimos años se ha escuchado cada vez con mayor insistencia que los jóvenes son el futuro de la patria, de la comunidad, del mundo, etc.; puede variar el lugar pero lo que no varía es la retórica recurrente de asociar "juventud con futuro"; entonces, lo que cabe preguntarse es ¿qué elementos no visibles y cuál es la motivación de dicha afirmación?

En los últimos años de agudización de las crisis económicas y pérdida de autonomía de los Estados nacionales la capacidad de los gobiernos de resolver los problemas de desempleo, cobertura educativa, sanitaria, etc., principalmente concentrados en los sectores más jóvenes de la población, hizo que se estructurara un discurso legitimador del accionar —o inacción— de las elites dominantes buscando posponer las expectativas de las jóvenes generaciones para cuando éstas lleguen a la adultez.

Al decir que "los jóvenes son el futuro" en realidad lo que se está diciendo es que no se tienen alternativas para el presente. Resulta preocupante ver a la juventud como un tiempo de transición en el que deben ser pospuestas las expectativas hasta llegar a otra etapa que realmente es la plena, la no transicional, la del "puerto final"; pero no hace falta profundizar en el tipo de modelo de desarrollo del mundo actual para afirmar que ese "puerto final", esa etapa en la que termina la transición no existe.

Con esta afirmación no se está queriendo negar la existencia de etapas en la vida en la que los cambios o los pasos de un estado a otro son las características dominantes del ser humano, lo que sí se quiere afirmar es que la concepción de juventud —como un tiempo de transición— debe ser reelaborada a partir de considerar que toda la vida del ser humano se desarrolla entre transiciones y que a pesar de eso cada etapa, cada momento, "cada transición" tiene su sentido propio y, sobre todo, sus expectativas propias.

La juventud en la actualidad es muy heterogénea, principalmente en América Latina —como en la mayoría de los países subdesarrollados—: jóvenes urbanos, rurales, indígenas, costeños, serranos, negros, mestizos, trabajadores, estudiantes, desempleados, etc. No se puede aceptar que la juventud sea vista sólo como una etapa social en la cual la sociedad como sistema la domestica para la vida adulta productiva. Las seguridades e inseguridades (de los jóvenes) están determinadas social, económica y culturalmente. Es distinta la situación de los jóvenes de clase media y alta que tienen posibilidades económicas y cierta seguridad en el futuro, que la del joven hijo de una familia de los sectores populares, donde las expectativas de futuro son muy distintas.

Los cambios producidos en el entorno influyen en la coherencia de la juventud y en su perspectiva de futuro. Por ejemplo, la educación ya no conduce automáticamente a un mejor futuro, disminuyendo la valoración social de la misma. Difícilmente los jóvenes encuentran empleo estable y no cuentan con suficiente dinero para emprender un negocio propio, lo cual los desestabiliza.

Hay una serie de elementos que están perdiendo capacidad de cohesión social hacia el conjunto de la sociedad y hacia los jóvenes en particular. Los jóvenes desarrollan inseguridad hacia el futuro y pérdida de horizontes, no perciben en el futuro una meta en la cual pueden centrarse positivamente. Esa pérdida de perspectiva lleva a actitudes y conductas que están limitadas a lo inmediato y lo cotidiano.

 

Los jóvenes somos el presente, pero un presente muy dolido por la indiferencia de los demás...

Este parece ser el sentimiento expresado por los movimientos juveniles de la actualidad, el de plantearse la juventud como un presente más que como un futuro, pero un presente de indiferencia y exclusión en el que sólo la creación de identidades colectivas propias, a partir de sus experiencia, cobra un sentido de afirmación y permite crecer asimilándose como personas enteras con expectativas genuinamente propias, pero negadas por un modelo de desarrollo excluyente.

Para ver cómo y en torno a qué las agrupaciones juveniles se estructuran tomamos las siguientes características:2

1) Sentimiento comunitario y de solidaridad grupal. Frente a las dificultades de inserción, la vivencia de agresión externa, y, en el caso de los sectores populares, la imposibilidad de acceso a bienes socialmente valorados, los agrupamientos juveniles pasan a ser mucho más que un mero espacio de socialización horizontal donde comparten sus visiones del mundo, convirtiéndose, para muchos, en el espacio mismo en donde se construyen, transforman y llevan a la práctica estas visiones.

2) Territorialidad, desreterritorialización. El dominio y defensa territorial resulta un elemento central como el lugar desde el cual el mundo se vuelve "controlable" e interpretable. Debe saberse que, para muchos jóvenes, el hecho de salir del barrio se dificulta por razones económicas. El mundo, que por un lado se les muestra vasto e inalcanzable desde las pantallas, por otro, se les reduce a la geografía del barrio en su realidad concreta.3

3) Estetización. Una ostentación del estilo, en el sentido de marca estética que los define desde la imagen. En distinto grado esta estética va acompañada de una teatralidad enfatizante.

4) Rituales y códigos. Les permiten dar sentido de referencia y/o pertenencia mediante conductas y acciones generadas o modificadas por ellos mismos.

Se puede, así, observar que las características de las agrupaciones juveniles en la actualidad buscan encontrar un espacio propio en una sociedad en la que los espacios los marca el poder de consumo y que excluye a los individuos aislados y sometidos al mercado que se encuentren sin ninguna comunidad de referencia y soporte.

A diferencia de otras décadas en que el motivo de agrupamiento central lo constituían los "contratos políticos o ideológicos" que generaban compromisos duraderos y más tendentes a un modelo racional, ahora las agrupaciones juveniles tienden más (aunque no de manera exclusiva) a relaciones interpersonales de tipo emocional contestatario, en las que a partir de la construcción de una identidad colectiva se insertan en la sociedad.

Es así que cuando se habla hoy de movimientos juveniles ya no pueden ser reducidos a los clásicos movimientos estudiantiles o de las juventudes políticas; hoy ya no se puede hablar de "juventud" sino de "juventudes" que se articulan a partir de expectativas diferenciadas y de formas diferentes de asimilar la sociedad en la que se insertan, y en donde la fluidez, el agrupamiento momentáneo y la dispersión marcan uno de los rasgos más importantes.

 

Aproximándonos al escenario de las Asociaciones Juveniles en los años noventa

En las décadas de los sesenta y setenta el eje de la acción juvenil fue el movimiento estudiantil que en gran medida carecía de autonomía y actuaba en función de las orientaciones y requerimientos de los partidos y movimientos políticos. Las líneas de orientación política revolucionaria moldeaban casi por completo las concepciones y prácticas del movimiento estudiantil; los grandes proyectos transformadores de la sociedad eran prácticamente los únicos válidos y las luchas gremiales trascendían necesariamente las fronteras del sistema educativo; así, el movimiento estudiantil constituyó uno de los sectores principales de la lucha política e ideológica de la sociedad. Pero hoy el movimiento estudiantil ya no constituye el eje del movimiento juvenil, como lo fue en las décadas mencionadas.

Ahora, el movimiento juvenil atraviesa por un periodo de dispersión, por la propia dispersión evidenciada de los movimientos sociales, la pérdida de referentes y por la realidad actual, marcada por la vigencia de un modelo neoliberal que promueve las soluciones individuales y el "sálvese quien pueda".

Si tomamos como referencia el contexto en que estamos viviendo, se podría afirmar que la de hoy es una juventud que ha buscado niveles de rebeldía diferentes a los que se buscaban en los años sesenta y setenta, y en los que la adhesión a los proyectos contestatarios se daba a través de la inserción en estructuras políticas partidarias y ese era un nivel de rechazo al sistema. Ahora, una gran parte se vincula a bandas, grupos rockeros, patotas, hinchadas de clubes, etc., pero que responden al contexto actual que se está viviendo: hay una crisis política, hay una crisis ideológica, hay una crisis de tendencias políticas y de planteamientos. Entonces, si hay una crisis global, también hay una crisis a nivel juvenil y de sus comportamientos.

Al no haber una oferta de sociedad a la cual adherirse, los jóvenes se quedaron sin referentes. No hay una propuesta de cambio, que era uno de los ejes articuladores del periodo pasado.

Desde el fin de "la Guerra Fría" la búsqueda es la característica central en los jóvenes, una búsqueda que no conoce de certidumbres, que se orienta ya no hacia los llamados "metarrelatos" sino, más bien, a "microrrelatos", la búsqueda por marcar una diversidad tanto organizativa como estética es una de sus guías, el intentar construir una identidad propia diferenciada del mundo arrolladoramente homogeneizante.

Un sector que cada vez cobra más fuerza, es el de los jóvenes de los barrios. Las organizaciones juveniles se están fortaleciendo en el ámbito barrial, generando espacios propios, distintos a los de los adultos. Se agrupan en las esquinas, en bandas, en grupos eventuales o consolidados, formales o informales, que desarrollan ciertos lazos que les plantea una identidad aglutinadora.

En los barrios, la única actividad de los jóvenes ya no es la deportiva. Generalmente a partir de inquietudes artísticas, los jóvenes se juntan, se identifican como tales, se organizan, disputan espacios de representación, se informan, se comunican con el vecindario. Por lo común tiene estructuras organizativas más horizontales y democráticas4

Los jóvenes, sin embargo, tienden a ser excluidos de las directivas de los comités barriales que representan el mundo de los adultos. Comúnmente los jóvenes son convocados para acciones puntuales y concretas, en un sentido utilitarista, pero sin que se hagan esfuerzos para generar espacios de participación u decisión para ellos.

Y como todo este movimiento se da con base en relaciones de familiaridad, vecindad, amistad, etc., preexistentes en el ámbito de los adultos muchas veces estos grupos juveniles son muy esporádicos o no terminan de asumirse como grupos en sí, con identidad propia debido, tal vez, a que gran parte de sus acciones reivindicativas se realicen a partir de reivindicaciones de tipo general, como puede ser el acceso a los servicios públicos. No siempre tienen planteamientos como jóvenes per se, ni se reconocen explícitamente como movimiento juvenil. Incluso, muchos dirigentes juveniles aspiran a ser dirigentes de las comisiones barriales representadas por los adultos.

A pesar de las características anteriormente citadas, otro elemento importante de las organizaciones juveniles —y principalmente aquellas que logran un cierto grado de estabilidad organizativa— es que su relación con otros sectores es diversa y se da en función de la participación de los sectores en determinados espacios ecológicos, barriales, de derechos humanos, sindicales, etc., aunque una de la características centrales es el celo por la autonomía —y principalmente si de organizaciones de adultos se trata—, celo que se traduce muchas veces en interpretar el problema social como un problema de tipo generacional.

Aunque tampoco se puede afirmar que los tradicionales movimientos juveniles como los Boy Scouts, Cruz Roja, los de las iglesias y los partidos políticos hayan desaparecido, si se puede observar que éstos se han debilitado y comparten hoy el escenario con otras formas de organización juvenil menos estructuradas, más dispersas, sin un centro de referencia fijo. Se privilegia el desarrollar un control de tipo local, de pequeños grupos con pocos intereses en lograr una proyección de tipo nacional y con modalidades de acción y reacción mucho más orientadas a actuar fuera del sistema, antes que intentar modificarlo o cambiarlo.

 

Los desafíos de las reacciones

A pesar de que estas modalidades y características dan la apariencia de que los movimientos juveniles tienen un carácter de construcción de identidades de tipo casi egocéntrico y no se vinculan a la construcción de propuestas y acciones de cambio como en décadas pasadas, éstas nuevas expresiones conllevan una potencialidad de democratización de nuestras sociedades tal vez de una intensidad mucho mayor, pues intentan no depender de un centro, se buscan potenciar las particularidades y encontrar elementos propios diferentes al otro/a, se intenta responder al sistema no respondiéndolo, etcétera.

Pero como toda potencialidad, ésta puede no llegar a desarrollarse nunca o ser absorbida por el proyecto sociocultural hegemónico, o bien reelaborar su praxis a partir de visualizar esos elementos como formas de contestación a un modelo "globalizante-hegemonizante" que lo que busca es la constitución de un solo centro de poder, referencia, etc.; la estandarización global de los hábitos de consumo a través de la "creación" de patrones culturales homogéneos; la disminución al máximo de las particularidades culturales, etcétera.

O sea, las nuevas expresiones juveniles pueden ser espacios privilegiados de creación de nuevas alternativas, a condición de plantearse algunas tareas, pero que tampoco pueden ser encaradas como un recetario que busque eliminar las particularidades de cada proceso que en cada región, en cada pueblo, en cada barrio, cada colectivo o grupos de colectivos juveniles sólo se las plantearán a partir de desarrollar ese proceso de la manera más crítica posible, y es ahí donde los cientistas sociales pueden tener un papel muy importante, pero no como maestros o poseedores del camino a la verdad, sino como facilitadores, disparadores de discusiones, acompañantes del proceso, pero viendo el proceso como un momento en sí, con toda una vitalidad propia y no como un simple momento de transición de la desorganización a la organización.

En ese sentido podríamos señalar algunos desafíos de las organizaciones juveniles:

1) Desarrollar la capacidad propositiva de los movimientos juveniles, impulsando puntos de encuentro y confluencia con otros sectores en función de articular procesos y propuestas que respeten las particularidades de cada sector.

2) Impulsar el crecimiento cualitativo de las organizaciones a partir del fortalecimiento de modelos radicalmente participativos y horizontales. Construir espacios y modelos de capacitación innovadores y autocríticos —y es ahí donde las ciencias sociales pueden tener un papel fundamental— que permitan la estructuración sólida de los reclamos y la visualización de propuestas alternativas.

3) Construir la identidad del movimiento juvenil, a partir de visualizar que lo que realmente existe es lo diverso y plural, no intentar estandarizar modelos y discursos, pero interpretando esa diversidad dentro de varias infinitas diversidades que no pueden anularse entre sí para crecer.

4) Potenciar la visión del "salvémonos entre todos y todas" frente al "sálvese quien pueda", para construir, así, una consciencia ciudadanía que vea al joven —y los jóvenes así mismos— como parte de la solución antes que verlo como parte del problema.

Este elemento es fundamental a la hora de elaborar políticas públicas orientadas a la juventud, pues variaría mucho si un gobierno ve que el problema de la prostitución, consumo de drogas o la delincuencia es "por culpa" de los jóvenes o si ve a éstos como víctimas de un modelo, pero con potencialidad de modificar esa situación.

Propiciar al máximo la autogestión juvenil para que los jóvenes, contribuyendo a resolver sus necesidades, asuman el problema como un desafío de todos, no sólo del mundo adulto.

 

Conclusiones

Parados en la línea que divide un siglo lleno de contradicciones y otro que se abre lleno de incertidumbres, estamos convencidos de que no será posible un cambio de modelo en tanto no generemos las instancias que aseguren la participación, a nivel local, en la definición de las condiciones de existencia, el acceso a los recursos y el diseño de las estructuras de toma de decisiones; si esta participación no se da de manera activa desde los primeros pasos en la vida, es en este sentido que las organizaciones juveniles tienen un papel trascendental.

Mucho se ha dicho ya sobre el rol de la juventud en la sociedad, y mucho más sobre su lugar como actores sociales creativos y transformadores de la realidad. Siempre se intenta asociar la figura de los jóvenes a las ideas de cambio, propuestas y renovación, pero, al parecer, no es ahí donde debemos seguir ahondando.

El problema, a nuestro entender, radica en la falta de estructuras que realmente faciliten la participación y aseguren una incidencia en los sistemas de toma de decisiones. No es posible hablar de "desarrollo sustentable", "equidad de género", "poder local" u otros términos que han inundado el discurso de gobernantes, ONG y empresarios, sin cuestionar el alcance de las instituciones que rigen nuestras sociedades. Tampoco alcanza con mecanismos que "faciliten" el acceso a sistemas de toma de decisiones tradicionales, que inevitablemente se vuelven centralizados, de una dimensión que no pueden incorporar la experiencia cotidiana y que anulan la interacción de las diversidades de un hacer político participativo.

El desafío consiste, en gran medida, en ver las transiciones como procesos llenos de vida en sí, en el que la variante del cambio es privilegiada en oposición a lo estático, estructurado; se debería plantear no como un momento de "paso a", sino como un momento de posibilidades de crítica y construcción de algo nuevo; en ese contexto es que debemos repensar la participación juvenil propiciando las posibilidades de que ésta se dé "no en el sentido de que el joven opte por un conjunto de creencias y valores para después actuar en la realidad, sino primero actuar en la realidad para después madurar sus condiciones de opción política. Es decir, la opción política del joven como consecuencia y no como condición de su protagonismo".5

Finalmente, sería bueno plantearse por qué es importante esta discusión; tendríamos tres elementos: el primero está vinculado a una cuestión ética y humanista, de ver a los jóvenes como un momento de transición a la vida adulta para que se incorporen al mercado de trabajo y reproduzcan el mismo modelo de manera indefinida o ver a la juventud como un momento en sí, con ilusiones y expectativas propias que justamente por ser un momento donde el cambio es la regla no puede ser reducida a la simple categoría de mercancía; el segundo tiene que ver con la consideración de si vemos una sola juventud o vemos varias juventudes, la primera opción nos llevaría a negar las particularidades y a ver un mundo maniqueo de blanco y negro, la segunda nos posibilitará ver los múltiples colores que conforman nuestra humanidad y la juventud en particular, eso nos permitiría elaborar alternativas identitarias frente a este modelo globalizante que lo que busca es justamente negar eso. Y, finalmente, esta discusión lleva a plantearnos la imperiosa necesidad de ver nuestras particularidades como riquezas y potencialidades y a la juventud con sus riquezas y potencialidades transformadoras, pero, al mismo tiempo, a criticar de manera más contundente esas diferencias entre "los que tienen" y "los que no tienen", lo que hace que nuestras potencialidades envejezcan antes de nacer.

 

Notas

1 LEVI, Giovanni y SCHMITT, Jean Claude, 1995; citado en Sergio Alejandro Balardini, discurso pronunciado en el Primer Seminario de Políticas Locales de Juventud en Mercociudades, julio de 1999, Rosario, Argentina.         [ Links ]

2 REGUILLO, Rossana, 1993; citado en Sergio Alejandro Balardini, discurso pronunciado en el Primer Seminario de Políticas Locales de Juventud en Mercociudades, julio de 1999, Rosario, Argentina.         [ Links ]

3 En este sentido, señalaremos que las investigaciones de Gloria Bonder (1997) y Silvia Duschatzky (La escuela como frontera, Paidós, 1999) ahondan este punto.         [ Links ]

4 Alvear Ana Lucía, Reflexiones en torno a las necesidades de capacitación para potenciar la gestión urbana, Centro de Investigaciones CIUDAD.         [ Links ]

5 Discurso del Prof. Carlos Alberto Gómez Da Costa en el Primer seminario de políticas locales de juventud en mercociudades, julio de 1999, Rosario, Argentina.         [ Links ]

 

Información sobre el autor

Camilo Soares. Sociólogo que proviene de la militancia en movimientos juveniles, su trayectoria fue reconocida en 1994 con el premio Joven Sobresaliente, otorga por la Asociación de Medios de Comunicación Privados. Es Coordinador General de la Fundación Casa de la Juventud de Paraguay; coordina el Programa Nacional de Formación de Monitores en Educación Popular, auspiciado pon serie de organizaciones sociales; es miembro de diversas organizaciones internacionales, como el Common Future Forum y Ashoka. Ha participado ¡ varios cursos y seminarios a nivel internacional vinculados con la temática de la participación juvenil. Correo electrónico: camilosoares@hotmail.com, camilosoares@sce.cnc.una.py

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