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Revista mexicana de investigación educativa

versión impresa ISSN 1405-6666

RMIE vol.24 no.83 Ciudad de México oct./dic. 2019  Epub 23-Abr-2020

 

Investigación

¿Regreso al lugar de origen? La encrucijada de jóvenes rurales egresados de la Universidad Intercultural de Chiapas*

A Return to the Place of Origin? The Dilemma of Young Rural Graduates of Universidad Intercultural de Chiapas

Erick Ricardo Martínez Jiménez** 

Angélica Aremy Evangelista García*** 

Minerva Yoimy Castañeda Seijas**** 

Carla Beatriz Zamora Lomelí*** 

**Egresado de El Colegio de la Frontera Sur (Ecosur). Periférico Sur s/n, María Auxiliadora, 29290, San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México. CE: gedeon507@hotmail.com

***Investigadoras de El Colegio de la Frontera Sur, departamentos de Agricultura, Sociedad y Ambiente, y de Sociedad y Cultura, respectivamente. San Cristóbal de las Casas, Chiapas, México. CE: aevangel@ecosur.mx / czamora@ecosur.mx

****Profesora de la Universidad Intercultural de Chiapas, carrera de Comunicación Intercultural. San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México. CE: ateneas30@gmail.com


Resumen:

El objetivo de este trabajo es identificar y comprender los obstáculos, materiales y simbólicos, para el retorno de egresados de la carrera de Desarrollo sustentable, de la Universidad Intercultural de Chiapas, México, a sus comunidades o regiones de origen como agentes de desarrollo local. La metodología es cualitativa y de orientación etnográfica, utilizando relatos de vida para dar cuenta de experiencias de estos jóvenes en términos de oportunidades, limitantes y expectativas de regreso e integración a sus contextos de origen. Las prácticas socioculturales de madurez social, la carencia de espacios de producción y de recursos económicos, junto con la falta de apoyo de sus comunidades, limitan y restringen la participación de los jóvenes de pueblos originarios incidiendo en su poco o nulo interés de trabajar como agentes de desarrollo local.

Palabras clave: educación superior; jóvenes; egresados; medio rural; desarrollo local

Abstract:

The objective of this article is to identify and understand the material and symbolic obstacles for graduates with Sustainable Development majors from Universidad Intercultural de Chiapas, Mexico, to return to their communities or regions of origin as agents of local development. The methodology, qualitative and of an ethnographic orientation, uses life stories to describe these young people’s experiences in terms of opportunities, limitations, and expectations to return and integrate into their contexts of origin. The sociocultural practices of social maturity, the shortage of economic resources and production, along with the lack of support from their communities, limit and restrict young people’s participation in their hometowns and affect their low or null interest in working as agents of local development.

Keywords: higher education; young people; graduates; rural setting; local development

Introducción

El estado de Chiapas, ubicado en la región sureste de México, se caracteriza por ser una de las entidades con mayor población rural (51.3%) (Gobierno del estado de Chiapas, 2013), en condiciones de pobreza y pobreza extrema. Esta situación, que obedece principalmente a causas estructurales, políticas y económicas, de carácter interno y externo, han afectado de diversas formas al sector primario (Alvarado Boirivant, 2007; Martínez-Carrasco, Colino-Sueiras y Gómez-Cruz, 2014).

La implementación y el fracaso de políticas neoliberales como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte afectó negativamente al sector rural y agravó la crisis agrícola de los pueblos originarios de Chiapas, donde las principales actividades económicas, basadas en la agricultura y la ganadería de subsistencia, únicamente les permiten sobrevivir y reproducir su situación socioeconómica (Villafuerte Solís, 2015). Además, las condiciones desfavorables en la comercialización de los productos agropecuarios, el deterioro del suelo, las plagas, los desastres naturales, la baja producción y productividad y la inexistencia de programas públicos congruentes con las problemáticas del campo (Villafuerte Solís y García Aguilar, 2008) contribuyen a la pobreza y marginación del ámbito rural.

Por otra parte, el crecimiento poblacional ejerce una fuerte presión sobre el territorio (Villafuerte Solís y García Aguilar, 2008), de manera que las pocas parcelas familiares no se pueden seguir fraccionando para los hijos, en espacios donde el promedio de tenencia de la tierra es de 0.5 has (INEGI, 2007). Así, las porciones que se heredan ya no garantizan la alimentación, salud, ingresos y vivienda. En este contexto las familias campesinas buscan alternativas que les permitan enfrentar sus condiciones de desventaja donde la migración se ha vuelto una “válvula de escape a esta problemática” (Martínez-Cuero, 2011:107).

La migración laboral interna y externa permite a las familias rurales y campesinas mitigar sus condiciones de pobreza y marginalidad (Cárdenas Gómez, 2014; Villafuerte Solís y García Aguilar, 2008). Sin embargo, por la baja o nula escolaridad, sus opciones laborales se restringen a empleos de sin o baja calificación y se desempeñan como meseros, personal de limpieza, peones, obreros, jornaleros, ayudantes, estibadores, etcétera, donde además son discriminados, sobreexplotados y mal remunerados (Cárdenas Gómez, 2014; Granados Alcantar y Quezada-Ramírez, 2018). Así, los migrantes de localidades rurales están en condiciones de mayor vulnerabilidad laboral tanto por los trabajos que desempeñan como por los espacios y las condiciones de vida en los lugares de destino.

Frente a este escenario, en los últimos años la educación escolar ha tomado relevancia en las familias rurales y de pueblos originarios como una alternativa que mejora las oportunidades laborales y por ende las condiciones de vida (Méndez Sastoque, Gómez-Martínez y Betancourt Bustamante, 2006). Su reciente aceptación se debe a la expansión de los servicios educativos básicos e incluso de educación media superior a las zonas rurales, antes concentrados en las urbanas (Schmelkes, 2013; Tapia y Weiss, 2013).

Antecedentes

Hoy en día, las juventudes rurales1 y de pueblos originarios complementan sus actividades escolares con las productivas de subsistencia familiar e incluso priorizan su asistencia escolar por sobre las actividades agrícolas, lo cual refleja la creciente aceptación y apropiación de la educación escolar entre estas poblaciones (Gómez Bastiani y Bermúdez Urbina, 2015). En este sentido se identifican esperanzas en la educación escolar como estrategia para modificar sus condiciones de pobreza (Rojas-Bentancur, 2011). Aunque la escolarización de las y los jóvenes signifique gastos económicos y prescindir de su fuerza de trabajo en las actividades agropecuarias, las familias impulsan a sus hijos e hijas a estudiar los niveles educativos disponibles en sus comunidades o en las ciudades cercanas con el fin de mejorar sus oportunidades laborales y económicas y por lo tanto sus condiciones de vida.

En este contexto se observa a la población joven como la protagonista de la migración por razones educativas (Reyes Eguren, 2013; Rodríguez Vignoli, 2008). Aunque la migración por empleo continúa siendo el motivo principal, toma relevancia aquella con fines escolares con el objetivo, dentro de los núcleos familiares, de que sus jóvenes ingresen y concluyan el nivel superior. Lo anterior se refleja en las cifras registradas en los últimos dos censos de población del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI) en Chiapas, donde jóvenes de comunidades rurales hablantes de lenguas originarias han incrementado su nivel escolar hasta la educación superior. Mientras en 2000 la población hablante de alguna lengua originaria con nivel escolar superior fue de 6 mil 790 (INEGI, 2000), para 2010 esta cifra se incrementó a 15 mil 771 hablantes de lenguas originarias con estudios de nivel superior (INEGI, 2010).

En una década se duplicó el número de jóvenes profesionalizados hablantes de lenguas originarias en Chiapas en el contexto de un conjunto de políticas y programas públicos que promueven la inserción, permanencia y egreso de las y los jóvenes de pueblos originarios en instituciones universitarias con el fin de igualar sus oportunidades educativas. En este sentido la Universidad Intercultural de Chiapas (UNICH) forma parte de la política pública implementada por gobiernos federales en coordinación con gobiernos estatales para atender las demandas de acceso a la educación superior con pertinencia cultural y lingüística de los pueblos originarios del país (Tapia Guerrero, 2016).

La UNICH fue creada estratégicamente, en 2004, en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas, en la región Altos Tsotsil-Tseltal del estado de Chiapas, México, con el propósito de brindar oportunidades a jóvenes rurales y de pueblos originarios de la región, quienes históricamente han carecido de igualdad de condiciones para su incorporación a la educación superior. Surge como un proyecto que da respuesta a “[…] las luchas de reivindicación social y política de los pueblos…” (Ávila Romero, Betancourt Posada, Arias Hernández y Ávila Romero, 2016:763) por medio de una formación escolar con pertinencia social, ambiental y cultural.

En este sentido la UNICH ofrece oportunidades de educación superior a jóvenes comprometidos con la atención a los problemas locales para impulsar el desarrollo regional integral a través de la docencia, la investigación y el servicio a las comunidades rurales (Schmelkes, 2008). Con este modelo educativo busca su profesionalización para que sean los actores principales en el diseño de estrategias que atiendan las problemáticas, potencialidades y alternativas de los pueblos originarios con el propósito de promover el “desarrollo económico, social y cultural” de sus comunidades o región (UNICH, 2012:10).

En general, las carreras que ofrece la UNICH2 están diseñadas para atender las principales necesidades que aquejan a las comunidades rurales de la región para con ello promover mejores condiciones de vida; sin embargo, podríamos decir que la pertinencia e impacto de la licenciatura en Desarrollo sustentable es muy clara en tanto que se espera que sus egresados identifiquen las problemáticas y necesidades productivas del medio rural con el fin de diseñar, gestionar y evaluar proyectos alternativos de desarrollo agropecuario, desde un enfoque integral que combine los conocimientos locales con el uso de tecnologías y recursos modernos viables, y así ser agentes que fortalezcan las capacidades organizativas y productivas locales (Casillas Muñoz y Santini Villar, 2009). Se espera así que generen sus propias condiciones de autoempleo hasta convertirse en líderes y gestores de producciones familiares y comunitarias (Cruz-Salazar, 2012). Entonces, al considerar que las y los egresados de Desarrollo sustentable son jóvenes pertenecientes a las comunidades de la región que conocen el contexto social, cultural, económico y ambiental, así como las problemáticas que las aquejan y las potencialidades que poseen para superarlas, podría pensarse que son quienes tienen mayores oportunidades de integración, cobijo y apoyo de sus pueblos. Por tanto, se esperaría que a su egreso retornen para participar como agentes de desarrollo y bienestar en la región, comunidad de origen o en el área productiva familiar.

Durante el periodo comprendido entre 2009 y 2013 ingresó a la UNICH un total de 2 mil 852 estudiantes, 45% mujeres y 52% hombres, donde destaca el porcentaje de mujeres que han logrado acceder a la educación superior. Para el mismo periodo, ingresaron a la licenciatura de Desarrollo sustentable 426 estudiantes (25% del total de la matrícula), con un porcentaje de deserción y de egreso idéntico: 24%. En esta carrera, 43.2% de los estudiantes hablaba una lengua originaria y aunque 48.9% de la población estudiantil era hablante del español, 21.6% lo hacían en tsotsil y tseltal.

Para el periodo de 2013 a 2017, 56% de las y los egresados de la UNICH hablaba alguna lengua indígena. Así, del total de la matrícula para el periodo de referencia, 34% hablaba castellano; 30%, tseltal; 12%, tsotsil, y el resto se encontraba dividido, principalmente, entre las lenguas chol, zoque y tojolabal. Por otra parte, 64% se reconocía como indígena, aunque hablaran español (UNICH, 2017).

Sin embargo, investigaciones realizadas refieren que las y los estudiantes de la UNICH expresan nulo interés de retorno a sus comunidades de origen o al medio rural. En este sentido, documentan deseos de cambiar la realidad de sus comunidades, pero sus expectativas se limitan a realizar tareas de investigación como agradecimiento al logro educativo alcanzado (Peña Cuanda, 2010). Así, no pretenden ser promotores de desarrollo local en sus comunidades por iniciativa propia, porque sus expectativas son emplearse en instituciones de gobierno u organizaciones que les faciliten regresar y trabajar en sus comunidades o en la región, para así colaborar de “afuera hacia adentro” (Navarro-Martínez, 2018). Entonces, resulta importante conocer por qué algunos jóvenes no están regresando o bien no consideran hacerlo a sus comunidades de origen, aun teniendo una formación profesional que promueve su integración a la vida productiva agropecuaria para contribuir al desarrollo local comunitario.

Otras investigaciones señalan la existencia de prácticas socioculturales en torno a ser joven que obstaculizan su inclusión en los espacios de participación y toma de decisiones. En este sentido, el relevo generacional tardío en la herencia de tierras (Dirven, 2002) los excluye de la titularidad de la tierra, pero también de la toma de decisiones en temas de interés colectivo tanto a nivel comunitario como familiar (Navarrete Linares, 2008). Por otra parte, los trabajos realizados por Zapata-Donoso (2008) y Navarrete Linares (2008) coinciden en que las y los jóvenes son considerados sujetos faltos de experiencia y madurez dentro del mundo rural, debido a que no cumplen con los requisitos de madurez social que generalmente son “compromisos y responsabilidades asociados con el matrimonio, la familia y la comunidad” y, en consecuencia, son excluidos de los espacios de acción, participación y decisión familiar y comunitaria ( Pérez-Ruiz, 2011:71).

Sin embargo, Ortelli (2017) documenta un estudio de caso donde dichos requisitos socioculturales fueron deshabilitados con la inserción de 19 hombres y mujeres jóvenes profesionistas renovados3 al ayuntamiento constitucional de San Andrés Larráinzar. A decir de la autora, logran insertarse, permanecer, protagonizar y trascender, a partir de una “suerte de trayectoria de servicios y empleos alternativa a los cargos” (Ortelli, 2017:64), a través del servicio social, de desempeñarse como gestores de proyectos productivos o del programa Oportunidades, de emplearse en el municipio y de brindarle asesoría en la gestión de proyectos a través de la creación de asociaciones civiles. La autora destaca al primer profesionista renovado que, en 2008, ocuparía el cargo de presidente municipal sin estar casado y sin haber cumplido la trayectoria tradicional y el principio gerontocrático de cargos.

Si bien se podría considerar exitosa la inserción de la primera generación de profesionistas renovados en el ayuntamiento municipal de San Andrés Larráinzar, nos interesa destacar que la propia autora señala que las mujeres profesionistas renovadas no tienen la posibilidad real de acceder a un cargo y que la segunda generación “se enfrentan a una mayor competencia y deben su inserción a las redes personales y familiares y al perfil específico que el ayuntamiento constitucional necesita” (Ortelli, 2017:62).

Para el caso de las y los egresados de la UNICH, poco más de la mitad cuenta con un trabajo (51.8%); aunque 4 de cada 10 (48.4%) de los que no lo tienen son mujeres. Entre las principales razones por las que las y los egresados no encuentran empleo están: poca oferta laboral (44.5%) y no hay trabajo según su perfil (33.5%) (UNICH, 2017).

Ante esta situación nos preguntamos en primera instancia ¿están las y los jóvenes egresados de la licenciatura en Desarrollo sustentable de la UNICH interesados en retornar a sus localidades o regiones de origen para desempeñarse como agentes del desarrollo local?, ¿cuáles son los obs­táculos para su retorno como jóvenes profesionalizados egresados de una licenciatura en desarrollo sustentable tal como lo promueve y esperaría el modelo educativo de la UNICH?, ¿qué pasa con las y los jóvenes rurales ante la crisis del campo mexicano?, ¿qué opciones o alternativas tienen ante esta crisis? Sobre estas preguntas generales discutiremos a continuación en este texto.

Metodología

Se llevó a cabo una investigación etnográfica entendida como una investigación empírica que busca el análisis, comprensión, descripción o interpretación de fenómenos sociales, prácticas, normas y costumbres, entre otros elementos socioculturales, desde la perspectiva de quienes integran la cultura que se pretende investigar (Guber, 2001). Este enfoque nos posibilitó conocer prácticas socioculturales que dificultan u obstaculizan la participación de las y los jóvenes en los espacios de toma de decisiones familiares y comunitarias, en particular participar de manera independiente en los espacios de producción agropecuaria.

Por otra parte, desde un enfoque de análisis interseccional (Tiffany, 2006) nos propusimos identificar cómo las categorías sociales de género, estado civil, edad y estatus de la familia configuran las experiencias de las y los jóvenes egresados de la UNICH entrevistados y juegan un papel crucial en las condiciones que posibilitan su inserción en sus comunidades de origen.

El método biográfico utilizado para la producción de información fueron los relatos de vida, los cuales se registraron mediante la observación participante, el diario de campo, las pláticas informales y las entrevistas a profundidad. Relatos de vida estructurados “en torno a una sucesión temporal de acontecimientos y de situaciones derivadas de ellos” (Bertaux, 2005:37) para dar cuenta de la experiencia de las y los jóvenes como estudiantes de la UNICH, así como de las oportunidades, limitantes y expectativas de regreso e integración a su comunidad o región. Se trató de un proceso intersubjetivo entre quien investiga y las y los estudiantes, que recurrió al rescate de la memoria para reconstruir existencias que “se bambolean a merced de fuerzas colectivas que reorientan su recorrido de forma imprevista y generalmente incontrolable […]” (Bertaux, 2005:38).

Para la producción de información se planteó entrevistar a jóvenes que fueran originarios de comunidades rurales de la región Altos Tsotsil-Tseltal y egresados de la quinta generación 2009-2013 en Desarrollo sustentable. Se consideró que al tener casi cinco años de haber egresado podrían estar desempeñándose como agentes de desarrollo local en sus comunidades de origen según su formación universitaria. Con este criterio, la localización de jóvenes fue inicialmente a través de la red social Facebook para continuar su contacto mediante la técnica de bola de nieve.

Así, entre febrero y agosto de 2018 se realizaron ocho entrevistas a profundidad, participaron cuatro mujeres y cuatro hombres entre 26 y 29 años, hablantes del tsotsil y tseltal, tres de ellos casados. Siete pertenecen a la quinta generación 2009-2013 y uno a la anterior (ambas regidas por el programa de estudios 2005). Posteriormente se entrevistaron a dos parejas de padres de dos de los jóvenes participantes en este estudio. Las entrevistas se realizaron en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas debido a que trabajan y radican en este lugar mientras que los padres y madres fueron entrevistados en sus localidades de origen donde también se llevó a cabo observación del contexto familiar y comunitario. Lo anterior permitió identificar similitudes y diferencias en los hallazgos para profundizar y, posteriormente, comparar con las entrevistas a los padres y madres. Por otra parte, posibilitó la validación de los datos producidos mediante la triangulación; es decir, a través de “la proyección simultánea de realidades múltiples y refractarias”, de recuperar el punto de vista de actores en diferente posición social por medio de diferentes técnicas de investigación (Denzin y Lincoln, 2012:54).

Cabe mencionar que la pertenencia del principal autor de este artículo a la cultura tseltal y el ser egresado de la UNICH en la licenciatura en Turismo alternativo facilitó el contacto y la interacción con las y los jóvenes entrevistados. Las similitudes culturales permitieron entablar relaciones de confianza con los varones y una buena comunicación con las mujeres, lo cual posibilitó pláticas informales antes y después de las entrevistas que fueron sistemáticamente registradas en un diario de campo. Además, las entrevistas a profundidad fueron audiograbadas con previo consentimiento informado y firmado por las personas entrevistadas. Así también se consideró la protección y confidencialidad de las y los participantes utilizando seudónimos para la exposición de sus testimonios. Las audiograbaciones fueron transcritas para su posterior codificación a partir de categorías a priori en el software QSR N6. Posteriormente se generaron reportes de cada categoría para así sistematizar, analizar e interpretar los datos producidos.

Es importante señalar que, durante la localización de jóvenes mediante la técnica bola de nieve, no se encontraron casos de profesionistas retornados a sus comunidades de origen desempeñándose como agentes de desarrollo rural, aunque esta condición se conoció hasta que se realizó la entrevista. De manera que los resultados que a continuación se presentan son de jóvenes profesionalizados que pudieron haber tenido la motivación de no regresar a su localidad de origen cuando iniciaron sus estudios de licenciatura pero que su tránsito por la UNICH les despertó el interés y compromiso de retornar, reintegrarse y participar en los espacios de producción y toma de decisiones familiares y comunitarias. Sin embargo, al intentarlo o al menos considerarlo se enfrentaron a barreras sociales, culturales, económicas y materiales que obstruyeron su retorno e integración. Por lo tanto, son casos que dan cuenta de los obstáculos y las dificultades que enfrentan las y los jóvenes profesionalizados que consideran la opción de retornar a sus lugares de origen.

Resultados

En este apartado se exponen los resultados de la investigación, se inicia planteando cómo la condición juvenil en los pueblos originarios, en particular los significados y prácticas de madurez social, excluye a las y los jóvenes entrevistados de los espacios de participación social y de producción agropecuaria. En un segundo momento se presentan las motivaciones y expectativas que las y los jóvenes entrevistados y sus familias tienen de la educación universitaria y la forma en que estas inciden en el poco o nulo interés de retorno, así como en la descalificación social del mismo. En un tercer momento se analizan prácticas culturales tales como el relevo generacional tardío, la carencia de parcelas familiares, la falta de apoyo y compromiso de las personas de las comunidades y el divisionismo político en la región como obstáculos a la integración y participación de las y los jóvenes como agentes de desarrollo rural.

Dos modelos de ser joven y su incidencia en el no retorno

Los significados y las prácticas culturales sobre ser joven en el ámbito rural dificultan la participación de las y los jóvenes como agentes de desarrollo local y se articulan con otros elementos, algunos de mayor peso, para obstaculizar su participación e incidir en su poco e incluso nulo interés de retorno. En la línea de lo mencionado por Navarrete Linares (2008), Zapata Donoso (2008), Bertely Busquets, Saraví y Abrantes (2013) quienes coinciden en que la condición juvenil en los pueblos originarios limita y excluye de los espacios de participación pública e interés colectivo a las y los jóvenes, nuestros hallazgos también documentan cómo se duda de sus capacidades considerándolos faltos de experiencia y madurez para ser parte de los espacios de toma de decisiones familiares y comunitarias.

Las mujeres son doblemente excluidas por ser jóvenes y ser mujeres, pues la actividad productiva agropecuaria, en tanto espacio público, está dominada por los hombres:

Teníamos una propuesta sobre ganadería..., pero dudaron de nosotras porque éramos cuatro y puras mujeres […] cuando les dijimos que ya habíamos llegado hasta allá [potrero a 90 minutos a pie] nos dijeron: “¿Y aguantaron?” […] Yo siento que [a] un hombre le hacen más caso…. (Lizeth, 28 años, soltera).

Aunado a lo anterior se identificaron y analizaron significados y prácticas estrechamente relacionados con la condición juvenil y su transición a la etapa adulta. Dicha transición está determinada por el comportamiento de madurez social esperado durante la juventud. Es decir, se espera que las y los jóvenes sean respetuosos principalmente con los adultos, solidarios, responsables y comprometidos con las tareas asignadas en la familia y la comunidad, así como humildes al hablar y actuar, es decir no tener un comportamiento prepotente y presuntuoso:

La comunidad espera que puedas apoyar, si ven que eres estudiante te dicen: “¿Sabes qué?, te pedimos apoyo para esto”. Uno debe estar dispuesto y decir “Sí, sale está bien, échamelo” [y así] te reconocen rápido (Tadeo, 26 años, soltero).4

Además, se espera que los varones se desempeñen en el trabajo agrícola y como cooperantes,5 formen una pareja, tengan hijos y sean independientes en términos de vivienda, parcela e ingresos. Realizar las actividades agropecuarias sin la ayuda o poca intervención de los padres es un primer paso en este proceso de madurez social. Es el papá quien observa y evalúa si el desempeño del joven en el campo refleja madurez como persona, es decir si ya ha aprendido a realizar bien sus labores agropecuarias con la seriedad de un adulto y no “medio trabaja o lo realiza al ahí se va”, lo que significa capacidad y compromiso en el trabajo de subsistencia rural.

[…] son valores morales que te han inculcado tus padres y la comunidad […] se va reflejando conforme tu desarrollo, conforme tu experiencia, conforme el aprendizaje del campo, de las actividades diarias con tus padres y con lo que observas de la interacción de la sociedad […] Esa construcción la aprendes cuando eres niño y la demuestras cuando eres adulto…, en pocas palabras, como que te vuelves hombre, te vuelves un sujeto íntegro con responsabilidades. Decir: “¿Sabes qué, mamá? Me voy a casar, ¿por qué?, porque ya tengo la capacidad suficiente de mantenerlos […]”. Eso automáticamente y de alguna manera va a transmitir una confianza ante la comunidad y te van a ir respetando, en mi comunidad es lo que comúnmente pasa […]. [Esto demuestra] un sujeto articulado con la familia, la comunidad y la naturaleza […] y va a ser reflejado cuando te elijan como parte de un comité comunitario para que empieces a aprender, te conozcan mejor y un día seas parte de los líderes de la comunidad (Manuel, 27 años, unión libre).

En este sentido formar pareja sigue marcando el paso hacia la adultez porque implica asumir responsabilidades. Entre los pueblos originarios se espera capacidad económica y aptitudes para dirigir un hogar propio e independiente del hogar de origen, expresadas de manera concreta en su participación como cooperantes.

A través de estas prácticas sociales se alcanza la madurez social y por lo tanto se consigue la aceptación e inclusión plena de los jóvenes en los espacios de participación familiar y comunitaria.6 Es decir, se toma con importancia y respeto sus intervenciones en temas de interés colectivo, pues ya son una “persona completa”. Tal como menciona Pérez-Ruiz (2011:71) el joven se vuelve adulto cuando asume “compromisos y responsabilidades asociados con el matrimonio, la familia y la comunidad”.

No sucede lo mismo con las jóvenes en tanto que en las comunidades rurales las delimitaciones de las esferas privada y pública responden a “estructuras tradicionales y patriarcales por medio de las cuales se privilegia a los hombres y se reproducen estereotipos y papeles tradicionales de género en detrimento de las mujeres” (López Guillén y Domínguez López, 2014:34). De esta manera, las jóvenes que permanecen o vuelven a sus comunidades de origen quedan confinadas a la esfera privada, es decir, a las actividades domésticas y de cuidado familiar y se les excluye de las esferas públicas de poder y toma de decisiones (Delgado de Smith, 2008) incluidos los espacios de producción agropecuaria:

Mi hija si no pasa los grados pues puede venir aquí en la casa, ¿dónde más? […] Si regresa, lo que va a venir a hacer es agarrar el molino, hacer las tortillas calientitas y quemar los frijoles es lo único que puede venir a hacer, aquí en el hogar es lo único que se hace (Don Daniel).

La prevalencia de un orden de género y etario que norma las prácticas socio culturales de ser joven incide en su nulo o poco interés de retorno. Por lo tanto, prefieren permanecer en las zonas urbanas donde estas normatividades pierden rigidez y eficacia (Evangelista García y Kauffer Michel, 2007) lo que les permite la “evasión de compromisos comunitarios” (Cruz Salazar, 2012:146) y de los requisitos que sus familias y comunidades han establecido para alcanzar la madurez social particularmente en términos de sexualidad y reproducción.

Expectativas y motivaciones de educación superior en conflicto con la idea y posibilidad del retorno

Las motivaciones de las familias y sus hijos e hijas para estudiar el nivel superior están fuertemente ligadas a un futuro con mejores condiciones de vida. Para lograrlo, las familias de las y los entrevistados generaron estrategias de reorganización familiar con el objetivo de que las y los jóvenes migraran del campo a la ciudad de San Cristóbal de Las Casas para ahí continuar con sus estudios de educación superior.

Reemplazar la migración laboral comúnmente practicada en las comunidades rurales (Guevara Hernández, 2017) por una migración con fines escolares (Alcalá-Sánchez y Martínez-Campos, 2012) da cuenta de un cambio de prioridades, pero también del despliegue de estrategias donde los padres combinan sus actividades agropecuarias con trabajos temporales como jornaleros, albañiles o choferes para poder apoyar económicamente a sus hijos e hijas universitarios. Las madres por su parte realizan otras actividades como el comercio de abarrotes, producción y venta de verduras y hortalizas u ofreciendo el servicio de lavado de ropa en sus comunidades con el fin de aportar a la economía familiar. Por su parte las y los jóvenes se integran a estos esfuerzos no solo estudiando sino también trabajando como empleados principalmente en tiendas y restaurantes.

Hasta donde se pudo lo apoyamos, yo vendiendo pollitos, tuvimos una tiendita, vendiendo verduritas de mi hortaliza, lavando…, así nos la pasamos […] Para que nuestros hijos no pasen lo que nosotros pasamos en el campo, ¿qué más le podíamos dar a nuestros hijos? Más que el estudio y ahí que vayan buscando un mejor futuro […] Mejor que tengan otro trabajo más alivianado, no tan cansado como el campo (Doña Blanca).

Las y los jóvenes entrevistados y sus familias tienen la expectativa de que la profesionalización les permitirá encontrar un buen trabajo con ingresos económicos estables. De esta manera se identificó una reorganización familiar que prioriza la educación de las y los jóvenes por sobre las actividades domésticas y agropecuarias con la expectativa de no reproducir la herencia ocupacional en un anhelo por salir del campo y del trabajo que demanda la agricultura.

No obstante, al ser la educación intercultural un modelo que fomenta la valorización de las culturas y lenguas de pueblos originarios y que sensibiliza a las y los estudiantes sobre su entorno social, cultural y económico (Casillas Muñoz y Santini Villar, 2009) fortalece un sentido de pertenencia e identidad cultural e influye sobre sus expectativas de desempeñarse como gestores de proyectos productivos familiares o comunitarios. Sin embargo, al intentar promover procesos organizativos para el diseño y gestión de proyectos productivos, se enfrentan a limitaciones económicas y falta de apoyo comunitario e incluso familiar, como se ilustra en el siguiente caso:

Para poder implementar un proyecto ya sea con unas familias o con la comunidad se necesita la parte económica […] es lo que obstaculiza el desarrollo de los proyectos. Por ejemplo con los familiares de mi esposa lo intenté […] desde el año pasado […] les dije: “Oigan sembremos hongos, hagamos esto” y al principio habían dicho que sí, que estaba bien pero luego, ya cuando les dije que “necesitamos meterle de nuestro propio recurso porque no va ser un proyecto en el que alguien va a ayudar”, cuando escucharon eso, dijeron: “Aaahhh sí, está bonito, ¿no?, está bonito tu sueño, ahí nos avisas qué tal te va y si ya se pudo”. Y lo volví a intentar, les insistí como cinco o seis meses, solo me decían: “sí, que sí está bien, ahí nos avisas”. Es en la parte económica que todos se echan para atrás (Leonardo, 29 años, unión libre).

Aunque la intención de algunos jóvenes sea contribuir al desarrollo rural, la falta de apoyo y las dificultades económicas los llevan a permanecer en la zona urbana en busca de oportunidades laborales que mejoren sus condiciones de vida como jóvenes profesionalizados.

Aunado a lo anterior se identificaron y analizaron las motivaciones que tienen las y los jóvenes rurales egresados ante la posibilidad de regreso a sus comunidades de origen. En este sentido, se encontró que las expectativas de las y los jóvenes entrevistados al egresar fueron emplearse en instituciones de gobierno u organizaciones no gubernamentales enfocadas al desarrollo rural y así colaborar con sus comunidades de “afuera hacia adentro” (Navarro-Martínez, 2018:96). Tal motivación es compartida con los padres entrevistados quienes esperan que sus hijas e hijos tengan un “trabajo profesional ideal” (Tapia y Weiss, 2013:1180); es decir, estable y urbano. Esta búsqueda se expresa en la trayectoria laboral de cada uno de las y los entrevistados:

[…] no quería quedarme con la prepa porque sentía que era muy poco…por eso dije tengo que estudiar para poder obtener un trabajo, algo formal y no estar así en trabajos temporales […] (Diana, 29 años, casada).

En este sentido, se han desempeñado como personal eventual en instituciones públicas y organizaciones no gubernamentales enfocadas al desarrollo rural. Así entonces, no consideran regresar a sus comunidades de origen o laborar en la región en actividades agropecuarias ya que han interiorizado que la profesionalización es un medio para salir del campo y poder trabajar en la ciudad donde suponen pueden encontrar un trabajo que les permita mejorar sus condiciones de vida. Se deduce entonces que tanto las motivaciones y expectativas individuales como familiares son estudiar para salir del campo con el fin de trascender la herencia ocupacional que se da en los sectores rurales pobres (Dalle, 2013).

Cuando salí de la tienda de plásticos me metí a trabajar levantando encuestas en Ecosur [centro público de investigación]; después estuve en [una asociación civil] por parte de la Secretaría del Trabajo…; después me metí al Instituto Nacional Electoral [INE], en el 2015; después me surgió un contrato en […] un programa alimentario [gubernamental] en el que dábamos maíz, frijol, arroz en comunidades de Chamula, Chenalhó y Zinacantán… Actualmente estoy trabajando en el INE, soy capacitadora electoral… (Lizeth, 28 años, soltera).

Por otra parte, la crisis agrícola por la que pasa el campo chiapaneco (Villafuerte Solís, 2015) aunado a las largas jornadas de trabajo a la intemperie que demanda el trabajo agrícola, los altos riesgos y los bajos ingresos que representa (Dirven, 2002) ha generado que los padres, así como las y los egresados conciban a sus comunidades de origen como espacios sin condiciones para mejorar su nivel de vida.

Por consecuencia el regreso de jóvenes universitarios a sus comunidades de origen es percibido de forma negativa. Argumentan que en la comunidad no existen oportunidades de empleo remunerado que les permita superar sus condiciones de pobreza y marginación. Percibir a sus comunidades como sinónimo de pobreza y precariedad suscitó que algunos entrevistados no consideraran regresar a sus comunidades de origen al terminar la universidad, pues para ellos significaba un retroceso después del logro educativo alcanzado.

Dos de los entrevistados expusieron que sus padres no veían bien su regreso a sus comunidades de origen para desempeñarse en el sector agropecuario pues argumentaban que los apoyaron para estudiar el nivel superior y así salir de la comunidad para mejorar sus condiciones de vida. En las narrativas de las y los entrevistados y sus familias, así como en la comunidad está presente el imaginario colectivo que en el lugar de origen no es posible crecer social y económicamente, es un lugar de pobreza, un lugar que exige largas y pesadas jornadas de trabajo en la intemperie con un nulo o poco ingreso económico además de esporádico. Por lo tanto, se descalifica el regreso de las personas que salieron a estudiar y se significa el retorno como fracaso y retroceso.

[La gente de la comunidad] tienen la idea de que ya estudiamos y debemos trabajar en [instituciones gubernamentales…] ellos no saben que [regresas] con otros conocimientos y lo único que ellos piensan es “de balde estudio” […] Dicen “¡Ah, de balde estudió sigue cargando su morral igual que nosotros…” Es lo que mayormente piensan ellos (Jorge, 26 años, soltero).

Así entonces, al terminar los estudios universitarios las y los jóvenes decidieron emplearse en trabajos para los que estaban sobre calificados en San Cristóbal de Las Casas y no regresar a sus comunidades de origen. Optaron por empleos temporales y precarios que les permitió solventar gastos básicos mientras buscan el trabajo profesional ideal.

Ausencia de condiciones materiales y simbólicas para la integración y participación de las y los jóvenes

En este apartado analizamos tres prácticas concretas que obstaculizan la integración y participación de las y los jóvenes como agentes del desarrollo rural: relevo generacional tardío, falta de apoyo y compromiso de las comunidades y el divisionismo político en la región.

Dirven (2002:33) llama relevo generacional tardío a la práctica cultural de herencia tardía de parcelas familiares debido a que no se da “entre jóvenes y personas mayores, sino entre personas de mediana edad y de tercera edad”. Por lo tanto, afecta la integración a la vida productiva autónoma de las juventudes rurales y la puesta en práctica de los conocimientos adquiridos durante la licenciatura en Desarrollo sustentable para innovar en la producción agropecuaria. Se incide así en el poco o nulo retorno de los jóvenes varones y más aún en las mujeres quienes mayormente son excluidas del sistema de herencia y por ende de los espacios de participación comunitaria.

El acceso a espacios de producción de forma independiente depende del cumplimiento de varias prácticas socioculturales donde se interseccionan la madurez social, la edad, el género, el estado civil y la independencia económica, condiciones que los jóvenes deben cumplir para su aceptación plena como persona adulta y completa:

La participación de los jóvenes... es limitado, es diferente si estás casado […] ¿Por qué?, porque ya cumplí el papel del hombre con su familia como tal [...] Pero por otra parte [en la familia] no basta…, ya tengo mi esposa pero todavía formo parte de la unidad familiar y apoyo a mi papá en el campo, pero va [a] llegar el momento en que, bueno [diré], “sabes qué, papá y mamá, me voy a salir, voy a construir mi propia casa” […] Eso es hablar de herencia, ahí las herencias se dan cuando el hijo ya tiene una edad suficiente en la que ya puede velar, trabajar por sí solo el campo, cuando ya tienes una mujer y ya saliste de la casa de tus padres, ya construiste tu propia casa entonces automáticamente ya te heredan. Creo que depende de los usos y costumbres […] En caso mío… estoy consciente de que cuando pida yo mi herencia pues ya debí haberme salido de la casa y haber construido una casa propia… (Manuel, 27 años, unión libre).

En este sentido, aunque el matrimonio cambia el estatus social de los jóvenes, no es suficiente para acceder a las parcelas familiares de manera independiente. Adicionalmente, encontramos que las familias de las y los entrevistados (a excepción de una) carecen de parcelas suficientes para heredar a sus hijos e hijas. Se hace evidente la falta de espacios de producción agrícola debido a la fragmentación territorial que se ha dado durante años debido a la fuerte presión que el crecimiento poblacional hace sobre el territorio y los recursos naturales, de manera que ya no son suficientes para garantizar la seguridad alimentaria para las generaciones presentes (Villafuerte Solís y García Aguilar, 2008).

De esta manera la herencia de parcelas durante generaciones en las comunidades rurales ha agotado el principal recurso de subsistencia campesina, por consecuencia propicia que la actual generación de jóvenes no tenga acceso de manera independiente a estos espacios. Así entonces, la carencia de este capital les impide llevar a cabo sus iniciativas de producción agropecuaria en parcelas propias ante las dificultades de llevarlas a cabo a nivel comunitario. Por otro lado, la organización y distribución de la producción establecida por el padre, quien delimita y destina los terrenos de uso agropecuario, obstaculiza el acceso independiente de las y los jóvenes a este recurso para innovar en términos de productos, técnicas o estrategias.

Pues yo la verdad no tenía la esperanza de eso [tener parcela], mi papá me dijo: “La mejor herencia que te puedo dar es tu estudio”. Y ahí pues no veía yo tantas hectáreas [y las parcelas que hay] se usa para la milpa y otras cosas que hace mi papá (Jorge, 26 años, soltero).

Además de las prácticas socioculturales antes mencionadas que limitan el regreso de las y los jóvenes a sus comunidades de origen, se identificaron otros elementos que obstaculizan su participación como promotores de desarrollo rural. Por ejemplo, la falta de recursos económicos propios es una de las condiciones mayormente mencionadas por las y los entrevistados en tanto les impide implementar sus iniciativas de producción agrícola a nivel familiar o comunitario, a la vez que obstaculiza la generación de propuestas de desarrollo sustentable en sus comunidades, esta situación influye en la decisión de no regreso. “Pues hay muchas ideas que yo traigo pero que no las he podido realizar, una por la falta de dinero que se necesita para empezar…” (Lizeth, 28 años, soltera).

También se identificaron una serie de condiciones referentes a la comunidad que dificultan y obstaculizan la participación de las y los entrevistados tales como: la falta de compromiso y accesibilidad de quienes residen en la comunidad, la fragmentación social comunitaria por afiliación política, la expectativa de obtener beneficios materiales y económicos a corto plazo sin trabajo a cambio debido a las malas prácticas generadas por los programas asistencialistas de gobierno. Estas circunstancias han afectado el sentido de colectividad y unidad de la población rural tseltal y tsotsil habituadas a recibir transferencias monetarias sin dar nada a cambio.

La falta de compromiso e interés de las personas en la participación continua y responsable para el desarrollo de proyectos colectivos impide a las y los jóvenes llevar a cabo sus ideas productivas con grupos familiares o personas de la comunidad. El desinterés de la gente es aún más notable cuando la iniciativa requiere de coinversión económica de los participantes que formarán el grupo. La expectativa de obtener beneficios a corto plazo sin trabajo o inversión a cambio está estrechamente relacionada con los programas asistencialistas de gobierno que han habituado a la población rural a recibir beneficios materiales o económicos sin esfuerzo alguno. En consecuencia, las y los jóvenes al no tener condiciones para la transferencia de recursos materiales y económicos se desmotivan y pierden el interés por trabajar en sus comunidades de origen.

Así también se encontró que en aquellos casos donde las y los jóvenes logran gestionar un financiamiento para desarrollar un proyecto, la expectativa del colectivo de trabajo se centra en que los beneficios económicos o materiales obtenidos se repartan sin asumir el compromiso de llevar a cabo el proyecto. Tales situaciones afectan el desarrollo profesional y laboral de las y los jóvenes que buscan emplearse y consolidarse como gestores de financiamientos para proyectos de desarrollo local en sus comunidades o región.

Como que tienen poco interés en trabajar en proyectos que requieren tiempo y trabajo […] Es que el gobierno les da apoyos y no les da seguimiento […], no se dan cuenta de las necesidades de la gente nada más dicen “¡Ah!, mete invernadero para chile, que lo cosechen”, “¡Ah, no!, quieren de pollo?, métele, a ver si lo trabajan…” Mucha gente no lo trabaja, ahí se queda estancado y de ahí llegas tú con el propósito de trabajar y dices “Hagamos esto, trabajemos”, pues no quieren porque el gobierno les regala […] Llegas con otra visión, quieres organizar y dices “Hagamos esto”, lo primero que te dicen es “¡No!, ¿para qué?, si este proyecto me lo van a dar en otro año y es menos el trabajo […].” Y si logras bajar un recurso lo primero que dicen: “Si llega el dinero, lo gastamos entre todos y ya no compramos lo que debe de ser” (Tadeo, 26 años, soltero).

Por último, se identificó que las afiliaciones políticas7 han provocado fragmentación y divisionismo en las comunidades por lo que resulta imposible reunir a varias familias con diversas afiliaciones para trabajar bajo un solo objetivo en la generación o desarrollo de proyectos. Además, la afiliación política de la familia, inestable y sujeta al partido político dominante en el momento, los etiqueta para favorecer su inclusión o agudizar su exclusión como líderes o generadores de alternativas de desarrollo local.

Además de esta falta de condiciones sociales y culturales mínimas para que las y los jóvenes entrevistados puedan auto-emplearse, también carecen de las condiciones legales, a través de la constitución de asociaciones civiles, para gestionar proyectos productivos, sociales y culturales para el desarrollo rural como sí sucede entre las y los jóvenes de San Andrés Larraizar que documenta Ortelli (2017, 2018). Este escenario alimenta su idea de que el medio rural es un espacio desolador en donde no hay posibilidades de mejorar sus condiciones socioeconómicas e incide en el poco o nulo interés de retorno de las y los jóvenes entrevistados.

Conclusiones

Las prácticas socioculturales de madurez social hacia las y los jóvenes, la carencia de espacios de producción y recursos económicos aunados a la falta de apoyo de sus comunidades y en general de los ámbitos rurales limitan y restringen la participación de las juventudes rurales incidiendo en su poco e incluso nulo interés de trabajar en el medio rural por iniciativa propia. A lo anterior se suma “un campo devastado, deforestado, erosionado, con muchas plagas, con la tierra privatizada y sin programas de gobierno que dignifiquen la producción campesina” (García Jiménez, 2011: s/p). Así entonces, no existen condiciones materiales ni simbólicas que les posibiliten auto-emplearse mediante la puesta en práctica de los conocimientos adquiridos en su formación universitaria en el diseño, gestión y desarrollo de proyectos productivos o socioculturales vinculados a sus comunidades.

Las y los jóvenes que participaron en nuestro estudio pertenecen a un nivel socioeconómico que les permitió realizar estudios de educación superior pero que no les garantizó condiciones materiales, tales como acceso a la tierra, ganado y cultivos comerciales, que les posibilitara insertarse laboralmente en el ámbito agropecuario de sus comunidades de origen. En este sentido, los hallazgos sugieren una relación entre la clase social de la familia de pertenencia y las oportunidades de retorno e inserción de las y los egresados en la que habría que profundizar en futuras investigaciones.

Pese a este escenario de adversidad no se descarta la existencia de jóvenes dispuestos a aprovechar los conocimientos adquiridos para servir y ayudar a sus pueblos e incidir en el bienestar de sus comunidades, aunque las condiciones estructurales impliquen nuevos desafíos. Está presente el anhelo de servicio e incluso el compromiso de algunos jóvenes con su comunidad porque están fuertemente vinculados con la cosmovisión y forma de vivir de sus pueblos y culturas.

Así, en esta pequeña alternativa frente al escenario de adversidad, existe la posibilidad de implementar estrategias que posibiliten a los pocos jóvenes comprometidos con sus pueblos y culturas la encomienda de reconstruir el tejido social y revitalizar algunos sectores productivos mediante la innovación. Aunque es una tarea difícil, flexibilizar los requisitos de gestión de recursos para la implementación de proyectos por parte de las y los jóvenes les daría la oportunidad de implementar sus iniciativas de desarrollo rural.

Es necesario el acompañamiento de las instituciones públicas y privadas a la implementación de dichas iniciativas. Así, las instituciones públicas deben considerar las grandes diferencias socioculturales entre jóvenes urbanos y rurales, dando la importancia adecuada a las particularidades sociales y culturales que estos últimos tienen y así generar políticas públicas que atiendan sus necesidades, pero también les brinden oportunidades y condiciones que impulsen su participación como potenciales actores en iniciativas de desarrollo de sus pueblos.

A partir de la profesionalización en desarrollo sustentable los jóvenes se ubican en la encrucijada entre lo rural y lo urbano, entre el mantenimiento de la tradición familiar y la subversión de esas condiciones de vida, para optar por mejores oportunidades que le significan una movilidad simbólica. Y nos preguntamos ¿realmente los estudiantes se profesionalizan para convertirse en agentes del desarrollo local? ¿Cómo impactará a las comunidades indígenas y campesinas que el relevo generacional se siga posponiendo? Estas y otras interrogantes aún quedan pendientes para futuras investigaciones.

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*Este artículo es resultado de una investigación realizada en el marco de la maestría en Ciencias en recursos naturales y desarrollo rural de El Colegio de la Frontera Sur, unidad San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México.

1En la línea de lo planteado por González-Cangas (2003:153) en este trabajo el término juventudes rurales incluye a las juventudes campesinas “definidas por su ocupación principal en labores agropecuarias” así como “aquellas que, involucradas en esta u otras esferas productivas -como las silvícolas, acuícolas o del sector servicios-, tienen una marcada vinculación y dependencia territorial con los espacios rurales”. En franca diferencia con las juventudes de pueblos originarios, también denominadas indígenas, que a decir de Urteaga Castro (2010) han emergido por su peso demográfico, su protagonismo en los flujos migratorios, la extensión de la obligatoriedad de la educación media y las estrechas relaciones entre la TV y la radio con las diversas poblaciones étnicas.

2La oferta educativa de la UNICH está conformada por las carreras de Comunicación intercultural, Lengua y cultura, Turismo alternativo y Desarrollo sustentable. A partir de 2012 esta oferta se amplía y se abren las carreras de Derecho intercultural y Médico cirujano.

3 Ortelli (2017, 2018) denomina profesionistas renovados a las y los jóvenes mayatsotsiles egresados de una carrera universitaria diferente al magisterio que deciden regresar a sus municipios e incidir en las dinámicas locales de poder. Los considera un actor renovado en tanto que remonta sus antecedentes en los escribanos, los promotores culturales y los maestros bilingües ampliamente estudiados.

4 Ortelli (2017:54) refiere la emergencia de este rol, que denomina de intermediación civil, desempeñado por los jóvenes profesionalizados pero con características diferentes “tanto de los caciques y promotores culturales/maestros bilingües formados en diferentes etapas del indigenismo […] así como a las de la intelligentsia indígena formada a partir de los ochentas en el contexto de la movilización indígena y la ideología indianista, que tuvieron un papel importante en impulsar los procesos etnogenéticos recientes”.

5Supone aportaciones económicas cuando las autoridades locales lo solicitan. También implica participar en los servicios comunitarios tales como limpieza y mantenimiento de los límites territoriales, las calles, las escuelas, las clínicas, los arroyos y ojos de agua, así como de las líneas de cables y alumbrado público de la localidad. Sin embargo, la condición de estudiantes los exime de ser cooperantes (Notas en Diario de campo del 07 de agosto de 2018).

6Como ya se mencionó, Ortelli (2017, 2018) documenta una ruptura de estas prácticas sociales para alcanzar la madurez social y con ella la inclusión en los espacios de participación comunitaria al presentar el caso icónico del primer presidente municipal joven y soltero del municipio de San Andrés Larráinzar en la región Los Altos de Chiapas en 2008.

7No se identificó divisionismo por afiliaciones religiosas. Seguramente el contexto electoral en el que se realizó el trabajo de campo influyó en el predominio de las afiliaciones políticas.

Recibido: 07 de Mayo de 2019; Aprobado: 28 de Agosto de 2019

Autor para correspondencia: Angélica Aremy Evangelista García, email: aevangel@ecosur.mx

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