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Revista mexicana de investigación educativa

versión impresa ISSN 1405-6666

RMIE vol.19 no.60 Ciudad de México ene./mar. 2014

 

Reseña

 

Dos siglos de ciudadanización

 

Elsie Rockwell

 

Acevedo Rodrigo, Ariadna y López Caballero, Paula (coords.) (2012). Ciudadanos inesperados. Espacios de formación de la ciudadanía ayer y hoy, Ciudad de México: El Colegio de México/Cinvestav, 336 pp., ISBN 978-607-462-410-6.

 

Investigadora del Departamento de Investigaciones Educativas del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del IPN. Calzada Tenorios 235, colonia Granjas Coapa, 1433, México, DF. CE: rockwell@cinvestav.mx

 

Texto recibido: 2 de febrero de 2013
Aceptado: 14 de febrero de 2013

 

Celebro el libro Ciudadanos inesperados. Espacios de formación de la ciudadanía ayer y hoy por muchas razones. En primer lugar, me alegro que se hayan reunido en un mismo texto la historia y la antropología, las dos disciplinas de mi propia formación. Siempre he considerado, como lo afirman varios, que constituyen (o deben constituir) una sola disciplina. En este caso, se trata de una colaboración de largo alcance entre una antropóloga que ha hecho investigación histórica, Paula López Caballero y una historiadora con sensibilidad antropológica, Ariadna Acevedo Rodrigo. Ello ha permitido construir una mirada sobre el proceso de ciudadanización en diferentes contextos y a lo largo de dos siglos.

En segundo lugar celebro el excelente trabajo de coordinación y edición realizado por las dos jóvenes investigadoras. Ellas han asumido su papel con creces, organizando la producción del volumen desde la celebración del coloquio inicial hasta el cuidadoso proceso de selección y revisión de los nueve manuscritos incluidos. Este proceso permitió -de hecho obligó- a los autores a transformar sus ponencias en verdaderos capítulos. Incluso sospecho que la calidad de la publicación debe mucho al seguimiento que las coordinadoras le dieron al manuscrito hasta el final. Se trata de un oficio de edición, en el sentido amplio, inusitado en nuestro medio académico, donde este trabajo resulta poco valorado.

Tercero, considero que marca un hito en el pensamiento acerca de la ciudadanía: lo sugiere su propio título: Ciudadanos inesperados, parece ser una alusión, y una respuesta, al título del libro seminal de Fernando Escalante Gonzalbo, Ciudadanos imaginarios (1992); que nos formó a tantos en este tema mostrando, entre otras cosas, el discurso de las élites republicanas decimonónicas resignadas a no encontrar en nuestro país "ciudadanos" como se les concebía en el mundo ilustrado. Ha tocado a una nueva generación, los autores de Ciudadanos inesperados, mostrarnos dónde y cómo encontrarlos. Armados con las herramientas de varias corrientes de pensamiento, no sólo los descubren sino que también bosquejan, a partir de sus estudios, una concepción novedosa de lo que significa devenir y ser ciudadano. Para lograrlo, fue necesario que los autores tomaran distancia de las clásicas definiciones deudoras de una visión legalista o normativa de la ciudadanía, para seguir las huellas, más cercanas a la tierra, de un proceso dinámico e histórico de ciudadanización. El libro ofrece así un cambio de mirada y una búsqueda rigurosa de documentación, y nos sorprende con relatos de prácticas ciudadanas por todas partes.

El texto sugiere múltiples maneras de aproximarse a la ciudadanía de manera analítica: atiende a las prácticas y a la dimensión performativa; recupera significados locales; se orienta hacia nuevos sistemas semióticos, como el cine o la publicidad. Supone un giro hacia lo cultural, pero en su materialidad, describiendo vestimentas y apariencias, comportamientos y tecnologías. Sobre todo se centra en actores y en relaciones entre personas de carne y hueso.

El libro presenta un recorrido cronológico que muestra diferentes facetas del proceso de formación y acción ciudadana a lo largo de dos siglos en México, desde los primeros años de independencia hasta la primera década de este siglo. Sólo un alcance temporal de esa dimensión podría confirmar una tesis central de la introducción: el ser ciudadano y el pensar la ciudadanía se han transformado a lo largo del tiempo. Un aspecto fascinante de este recorrido son los contrastes entre las temáticas que emergen en los sucesivos capítulos, ya que concuerdan con lo que resalta la historiografía de cada época: Iglesia y Estado en la época post-independiente; higiene y modernización entre el Porfiriato y la época cardenista; fortalecimiento del Estado y del mercado con los medios y la propaganda, en los cincuenta y sesenta; y finalmente, temas recientes ineludibles: las nuevas generaciones en el mundo digital, pero también los movimientos sociales -la construcción ciudadana entre estudiantes y pueblos originarios.

Desde luego, también hay un eje constante que atraviesa los capítulos: la educación. Sin embargo, en este caso el tema se aleja de las trilladas tesis sobre la formación ciudadana instrumentada mediante sistemas de instrucción pública y de educación popular. El libro es fiel a una certeza creciente en nuestro campo: la educación no se circunscribe a la escolarización y, por lo tanto, es necesario incursionar en múltiples espacios sociales en busca de procesos complejos de formación de las nuevas -y viejas- generaciones.

No obstante, entre estos espacios también se encuentra la escuela. Para los historiadores de la educación, una de las preguntas centrales ha sido: ¿qué es una escuela? Por obvia que parezca la respuesta, ha sido objeto de intensas controversias y profundas elucubraciones que abarcan desde los intentos por establecer una definición funcional y universal de la institución escolar hasta versiones que resaltan la diversidad de procesos sociales que, de hecho, ocurren dentro de los espacios sociales llamados escuelas.

En el texto de Eugenia Roldán Vera, primero del libro, encontramos una aproximación novedosa hacia la escuela: ella propone que la dimensión performativa distingue a este espacio de otros en la sociedad y que contribuye a la formación ciudadana. Así, analiza los catecismos cívicos decimonónicos no tanto en su contenido político y cívico, sino considerando los efectos performativos que se lograban al recitarlos dentro de contextos rituales y ceremonias escolares. Los catecismos formaron a futuros ciudadanos en el acto mismo de la enunciación -dialógica y repetitiva- de la pertenencia a la patria. La autora cita a García Cubas como ejemplo (p. 46):

Antes de entrar en la sala de clases nos formábamos en un largo y estrecho corredor, en donde el que hacía oficio de inspector general, pasaba la revista del aseo armado de aquella campanilla [...] terminada la inspección nos dirigíamos en formación al compás lento de la campanilla a la sala en donde nos distribuíamos, por clases, en las mesas. [...] Los alumnos [...] se arrodillaban para echar sus preces al Ser Supremo: "Dios omnipresente" [...] Practicábanse otros actos de la Escuela a toques de campana mediante los cuales todos los niños pasaban simultáneamente la pierna derecha entre la banca y la mesa, luego la izquierda, y luego se sentaban.

La dimensión performativa de la escuela, que puede tener antecedentes milenarios, resultó ser clave para dotarla de su nueva misión al inicio de la vida independiente del país. Es común comparar la ritualidad escolar con la religiosa, aunque vista como fenómeno perfomativo es bastante más compleja la analogía, pues toca a las acciones más que a los sistemas simbólicos. Esta mirada hacia lo práctico y lo performativo de la escolarización acompaña el análisis a lo largo del libro: la dimensión cognitiva de la educación formal -su posibilidad de dar acceso a conocimientos mediante la letra impresa- queda descentrada ante el poder de la vigilancia higiénica, de las imágenes en movimiento y de la aceleración digital. No obstante, se rescata al final: Inés Dussel, en su capítulo sobre el peso contemporáneo del mundo digital entre los jóvenes, sugiere que la escuela "es una institución más lenta y pesada que otras", que no puede cambiar de currículum con la rapidez que ofrecen los medios digitales; sin embargo, agrega: "esto puede resultar una ventaja que proteja de las modas y permita articular propuestas de cultura pública de mayor alcance [...] pero habrá que estar atento[s]" (p. 249).

La escuela, especialmente la pública, como ideal pero también en muchos testimonios como hecho real, abrió la posibilidad de arraigar en los pequeños ese antecedente probable de la ciudadanía: la civilidad, noción fundamental para lograr un espacio de convivencia en la diversidad, primero religiosa pero, a la larga, política y cultural (Elias, 1998). La transformación del significado de ciudadanía -inicialmente asentado en la pertenencia a la ciudad y finalmente apropiado para nombrar la pertenencia a la nación- oculta la estrecha relación que tenía el término con la civilidad. Esta base aún constituye un reto fundamental en este mundo en que los conflictos se siguen dirimiendo con armas en lugar de palabras. En su vertiente secular, la civilidad ofrece una manera de comprender prácticas diversas y evitar prescripciones, propósito explícito del presente volumen.

En el cruce entre la civilidad y la ciudadanía se ubica la temática subyacente a varios capítulos, que abordan la situación de excepción en que se encuentra la población llamada "indígena", o los antiguos Pueblos de Indios, eje de alteridad fundamental de nuestro país. En el segundo capítulo encontramos el fascinante análisis de Daniela Traffano; según su argumento los ciudadanos indígenas católicos en los pueblos de Oaxaca mostraron múltiples maneras en que aplicaban la moral de la Iglesia junto con la legalidad del Estado para su propio beneficio y en bien de sus comunidades. La continuidad de la vida cívico-religiosa lograba mantener a raya tanto a las autoridades estatales como a las eclesiásticas, y defender un margen de autonomía local que se transformaba continuamente a lo largo del siglo XIX.

Dos capítulos referidos al periodo que va desde finales del XIX a inicios del XX cambian la temática: Fiona Wilson y Ariadna Acevedo aportan incisivos análisis de todo lo que pueden contar las apariencias, en particular la vestimenta. Los análisis se complementan, pues Wilson señala las transformaciones reales de las "divisiones de lo social" mediante las distinciones efectuadas al adoptarse modos modernos de ataviarse. Este es, sin duda, un proceso más que corre por debajo de la revolución política que dividió ese periodo, una transformación en las maneras de acercarse al mundo urbano, asiento de los poderes políticos. Acevedo, por su parte, muestra una de las facetas más efectivas -y performativas- de la expansión escolar posrevolucionaria al mostrar cómo la vigilancia de la higiene y la vestimenta por parte de los maestros rurales (ataviados con traje y corbata y calzado urbano) lentamente hizo efecto en las costumbres arraigadas de la sierra de Puebla, dejando una huella probablemente más profunda que la orientación pragmática y socialista de las prescripciones educativas oficiales de la época. ¿Qué permite incorporar la transformación en la vestimenta y la higiene a un proceso tan enaltecido como la ciudadanización? Lo aclara Acevedo: "para poder hablar en nombre de la civilización [...] parece probable que se diera un ensalzamiento de la apariencia cuyo cultivo [...] podía ser más accesible que el aprendizaje intelectual y técnico". Pero además "estos cambios [...] fueron favorecidos por procesos estatales y de mercado [...] se hicieron cada vez más accesibles, al tiempo que contenían la promesa de transformar al individuo" (p. 159).

Los años cincuenta y sesenta del siglo pasado han sido fértiles terrenos para el estudio de la relación entre lo cultural y lo político, como lo han evidenciado autores diversos. La atención hacia un aparato de Estado, crecientemente centralizado y corporativo, operando a favor del desarrollo de la industria, los medios y el consumo interno, enmarca las contribuciones sobre el periodo en este volumen. María Rosa Gudiño examina los documentales de la Guerra al paludismo como un esfuerzo exitoso de proyección de la imagen de un Estado que protege y convoca a sus ciudadanos para operar con ellos el exterminio de la amenaza del mosquito anófeles con un arma letal, el DDT; curiosamente, el discurso tiene resonancias claras con el fabricado para justificar la guerra actual contra el narco. En este caso, el proceso interpela a un ciudadano que adquiere nuevos deberes, como "estar limpio y sano [...] como requisito para participar en la vida pública" (p. 188). A la vez, se comunica que los interpelados se encuentran "protegidos" por un Estado benefactor, en un reconocimiento incipiente de los derechos sociales de los ciudadanos.

En el siguiente capítulo, Susana Sosenski complementa este panorama, al mostrarnos cómo los medios impresos y masivos de aquellos años convocaron a los niños como consumidores, infiltrando al espacio público una imagen del niño bien calzado y vestido, pero también provisto de juguetes. En este análisis, los niños "fueron ciudadanizados antes de llegar a la edad política". La autora muestra la paradoja de una época que transita de la formación de trabajadores productivos hacia la formación de consumidores ávidos. Bajo el aparente reconocimiento de la ciudadanía, y de la "agency" de los niños, "la intención implícita [de los medios fue] someterlos a las reglas y necesidades del mercado" (p. 220). Gudiño y Sosenski muestran así una faceta contradictoria de la ciudadanización: tras la oferta visible de beneficios para la salud y el entretenimiento, se yergue la maquinaria del Estado y del mercado.

Sin duda, esta misma paradoja es central al desarrollo del mundo digital que absorbe actualmente a tal grado las energías de las jóvenes -y no tan jóvenes- generaciones. Inés Dussel señala en su capítulo algunas de las diferencias significativas entre el mundo del multi-tasking digital de los jóvenes y, por otro lado, el espacio político clásico -el espacio público letrado. Reconoce la increíble habilidad y creatividad de los jóvenes navegadores; sin embargo, se pregunta por el lugar que puede ocupar la escuela en el futuro, abierta a la inclusión de lo digital, pero llamada hoy a construir un sentido diferente de lo "público-común" a partir de un "saber escolar reflexivo y escritural" (p. 250).

El capítulo escrito por Leonel Pérez y sus estudiantes de la UAM-Xochimilco nos recuerda con fuerza que los jóvenes no viven sólo en el mundo virtual y que, en todo caso, las redes sociales virtuales pueden ser instrumentales en la construcción de colectivos reales, a pequeña escala. Los diversos colectivos que revisaron articulan la participación de los estudiantes en torno a causas tanto internas como externas al ámbito universitario. En ocasiones, estos colectivos devienen "legales", son reconocidos como sujetos en las negociaciones entabladas con autoridades; en otros casos, construyen sus propios espacios públicos en los márgenes de la institución, sin pedir permiso, aprovechando las libertades de la expresión artística y la amplia convocatoria pública de las buenas causas. Volteando de cabeza la tesis decimonónica que aún subyace a las asignaturas de civismo de la educación básica, este estudio resalta el aspecto formativo de la participación en colectivos que no son oferta educativa institucional, pero que prosperan en su seno.

Algo que revela particularmente bien este estudio es la multiplicidad de sentidos que los estudiantes le otorgan a su participación en testimonios que confluyen y convergen con las discusiones más sofisticadas de la teoría política contemporánea. Los autores rompen así con los discursos que califican -o descalifican- a todos los estudiantes activistas como revoltosos o "anarquistas", o que denuncian prácticas de asambleísmo como cocina de futuros políticos de nuestro país. Entre los estudiantes mismos se entablan debates -con todas las reglas de la civilidad- en torno a los conceptos que más tinta han hecho correr en este tema: lo público y lo privado, el ser político, ser consciente, ser consecuente, comprometerse, en suma, el ser buen ciudadano. Son búsquedas que alimentarán su real práctica ciudadana futura, más allá de la universidad, esperemos que para bien.

Finalmente, no podría faltar en un libro tan actual como el presente una discusión acerca de la ciudadanía de las poblaciones indígenas, tema caro a las dos responsables de este volumen. Como otros estudiosos, Ariadna Acevedo y Paula López han resaltado -en este libro y en otras publicaciones- las maneras diversas en que los pueblos se apropiaron un patrimonio común de libertades civiles y prácticas de gobierno gestadas tanto antes como después de la Independencia. En el último capítulo, López analiza el caso de los pobladores actuales del Valle de México que defienden su clasificación como "pueblos originarios", categoría que se contrapone a los "avencindados". A partir de su conocimiento de la larga duración pero, a la vez, evitando todo esencialismo, la autora busca los sentidos que va adquiriendo la distinción que reclaman los habitantes de Milpa Alta, aquellos "otros" ciudadanos que han logrado conservar un entorno más o menos rural en buena parte por el exitoso cultivo de los nopales que todos consumimos. Con la denominación de pueblos originarios, que cuenta con cierto aval internacional, se logró el reconocimiento oficial de las demandas de este sector ante las autoridades del Distrito Federal. Pero la autora resalta sobre todo la "tensión propia de la categoría Pueblo originario [...ya que se desplaza del] binomio 'indígena-mestizo' [...pero] sigue vinculado con maneras dominantes de definir la alteridad autóctona de México" (p. 308). Lo importante de la contribución es que marca los límites de la definición formal clásica de ciudadanía: "el estatus legal de ciudadano no es suficiente para ser escuchado o visto en el espacio público" (p. 309).

Este cierre del volumen nos deja con una inquietud: a pesar de la cantidad de ciudadanos inesperados localizados por los autores, ¿cuántos más permanecerán invisibles, inaudibles, en los márgenes de un espacio público acaparado por los cuatro poderes? Sin duda, se abre un camino para emprender muchos más estudios empíricos que documenten los procesos reales de ciudadanización pasados y contemporáneos en nuestro país.

Con todo, tal vez lo más significativo del volumen sea que da amplio apoyo a una tesis que hace tiempo sostienen muchos investigadores: pese a toda la apuesta hacia la instrucción áulica como modo de inculcar las reglas de vida ciudadana en una población habituada a las distinciones y las corporaciones coloniales, en realidad las prácticas y los idearios liberales y republicanos de ciudadanía llegaron por múltiples vías a los rincones más remotos del país. En palabras de Daniela Traffano: "la población conoció, aprendió y utilizó su 'ciudadanización' en [...] reuniones entre vecinos y autoridades locales, [en] las iglesias y sus púlpitos, también gracias al correr de boca en boca de las nuevas disposiciones, y a través de la palabra impresa en la prensa y en los comunicados oficiales" (p. 89). Y podríamos agregar a esta lista muchos otros espacios -las salas de cine, los mercados y los cibercafés, las concurridas calles y plazas públicas, y los amplios patios y pasillos escolares- donde se reúnen ciudadanos de toda clase en busca del bien común.

 

Referencias

Elias, Norbert (1998). "On the developmment of the concept of civilité", en N. Elias, On civilization, power and knowledge (S. Mennell y J. Goudsblom, eds.), Chicago: University of Chicago Press, pp. 75-82.         [ Links ]

Escalante Gonzalbo, Fernando (1992). Ciudadanos imaginarios, Ciudad de México: El Colegio de México.         [ Links ]

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