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Revista mexicana de investigación educativa

versión impresa ISSN 1405-6666

RMIE vol.16 spe Ciudad de México ene. 2011

 

Miradas retrospectivas

 

Una etapa de transición: mi paso por la dirección de la RMIE

 

Susana Quintanilla

 

Directora de la Revista Mexicana de Investigación Educativa de febrero de 2007 a marzo de 2010. Investigadora del Departamento de Investigaciones Educativas del Centro de Investigaciones y de Estudios Avanzados. México. CE: susanaq@cinvestav.mx

 

Fui electa directora de la RMIE durante la primera reunión conjunta del Consejo y del Comité editoriales a la que asistí. Antes había participado en esta publicación como lectora, autora y dictaminadora. Tenía todos los ejemplares ordenados en un estante de mi cubículo y podía apreciar sus diferentes formatos, colores y épocas. Sabía de sus afanes para subsistir, crecer y allegarse un sitio dentro del universo de las publicaciones científicas y del público lector. Más aún, estaba al tanto de sus logros y de sus aportes tanto a la comunidad dedicada a la investigación educativa como a las nuevas generaciones de especialistas en esta área del conocimiento. Pude valorar esto último en mi trabajo cotidiano como docente de los programas de posgrado en el Departamento de Investigaciones Educativas del Cinvestav. Cuando solicitaba a los estudiantes de maestría que realizaran un registro de los artículos más importantes sobre sus temas de tesis o de las publicaciones periódicas más relevantes de su campo de estudio, la mayoría consultaba la RMIE. Igualmente, una buena proporción de los alumnos de doctorado que enfrentaban el reto de elaborar un artículo de investigación original y lo sometieran a arbitraje elegían a nuestra revista como primera opción.

El día de febrero de 2007 en el que asumí la dirección editorial de la RMIE sentí todo el peso que este honor implicaba. Y esto no es un eufemismo, sino la sensación corporal que tenía al cargar, rumbo al estacionamiento de la Unidad Ajusco de la Universidad Pedagógica Nacional, las carpetas color blanco repletas de papeles que me traspasó Elsa Naccarella antes de salir del local en el que se llevó a cabo la reunión.

Unas horas más tarde deposité la carga en mi mesa de trabajo. El alivio físico fue equiparable al peso emocional que sentí al desentrañar el contenido de las carpetas, que habían sido organizadas con el propósito de responder a la convocatoria 2007 para la permanencia de la RMIE en el Padrón de Revistas Científicas del Conacyt. En pocas palabras, se ocupaban de un tramo corto de una larga trayectoria. Y es que la RMIE tenía entonces 11 años, había pasado por cuatro evaluaciones anteriores, cuatro directores (Eduardo Weiss, Mario Rueda, Lorenza Villa Lever y Aurora Elizondo) y varios comités y consejos editoriales. Ello por no contabilizar los consejos directivos y consultivos del COMIE que habían intervenido en decisiones relativas al funcionamiento y la distribución de la Revista o las instituciones que habían hecho factible su impresión y distribución.

A medida que iba leyendo los documentos, entreveía el entramado que hay detrás de una publicación científica. Era como si entrara en una casa confortable y, una vez instalada en ella, comenzara a ver los planos y el proceso de construcción, desde la obra negra hasta los acabados, pasando por las remodelaciones sucesivas. Y no sólo de la RMIE, sino de la investigación educativa en México dentro del contexto internacional. Algún día la RMIE será utilizada como una especie de termómetro de los cambios en la forma de apreciar la educación y del conocimiento producido sobre ella. Tendrá que reconocerse que tuvo una historia imbricada con el origen, la maduración y la diversificación de campos disciplinarios, las funciones sociales de la investigación y de sus protagonistas, la naturaleza del trabajo científico y las formas de evaluarlo, legitimarlo y difundirlo. Incluso cuestiones que parecen nimias, como las normas de citación, el tipo de retórica empleada y las palabras elegidas para nombrar cosas y procesos resultan pertinentes para las recapitulaciones. Pero este estudio no se ha hecho, y quizá no sea todavía el momento de ello. En México apenas muy recientemente comenzó el análisis sistemático de la organización y el funcionamiento de la actividad científica en las ciencias sociales y las humanidades, de sus redes e instituciones, de los relevos generacionales y de las relaciones de fuerza, poder y prestigio entre las disciplinas y los grupos.

Dos semanas después de asumir mis funciones de directora editorial fui invitada a formar parte del Comité de Evaluación de Revistas Científicas del Conacyt. Pregunté si era compatible mi incorporación con el hecho de que una revista que dirigía iba a ser evaluada y me respondieron que lo era porque de principio no participaría en nada relativo con la RMIE. Sobre esta base, cooperé en el proceso en el que colegas de todas las disciplinas y de diversas instituciones y lugares de la República dictaminan las publicaciones científicas de México. A medida que me adentraba en los criterios de evaluación y sus indicadores, fui apreciando los aciertos de la RMIE y modificando mi opinión respecto de lo que en aquel entonces veía como defectos o carencias.

Había escuchado en varios foros que la RMIE tenía una "falta" de origen: haber nacido en el interior de una asociación científica y no dentro de una institución, lo que la dejaba al descobijo frente a las borrascas económicas y desfavorecía su probable crecimiento. Esto la hacía única tanto en su campo (habrá que recordar que todas las revistas mexicanas especializadas en educación llevan un sello institucional) como en el mapa de las publicaciones científicas en México de las áreas de las humanidades y de las ciencias sociales.

Poco a poco comprendí que la independencia no equivale a desamparo; por el contrario, proporciona las condiciones para funcionar bajo las normas de la academia y al margen de los vaivenes institucionales, que a veces imponen lógicas corporativas ajenas a las primeras. Una de éstas consiste en que los integrantes de la institución "se adueñen" de los órganos directivos de la revista a su cargo y lleguen a considerarla como el medio principal para publicar los resultados de sus investigaciones. Esto resulta más probable cuando el proceso de dictamen recae, no por dolo sino debido a la cercanía, en el personal adscrito a la institución. Las exigencias del Sistema Nacional de Investigadores y de los sistemas institucionales de productividad y desempeño académico ahondan estos riesgos.

La RMIE fue concebida, y se ha desarrollado, con una autonomía doble: de las instituciones y de la asociación científica que le dio origen.

En este sentido, hay que aplaudir el respeto de los órganos directivos y consultivos del COMIE respecto de la gestión editorial de la RMIE. Durante mi paso por la dirección de ésta colaboré en las diversas actividades del COMIE, pero nunca tuve que enfrentar ningún intento de intervención por parte de alguno de sus órganos hacia los asuntos propios de la dirección, del Comité Editorial o del Consejo Editorial de la RMIE. A su vez, estos últimos valoraron de manera independiente, y a menudo contraria, las propuestas que puse a su consideración. Debido a ello, me atreví a decir en foros públicos que ser director de la RMIE implica ejercer el principio de "mandar obedeciendo". A quién, ante todo a los "pares" y sus dictámenes de los textos propuestos para su evaluación.

Dentro de este marco de principios éticos y acuerdos compartidos fue posible llevar a cabo iniciativas que le imprimieron un "rostro propio" a mi gestión en la RMIE. Y no por afán de notoriedad, sino a que cada uno de los directores enfrenta situaciones diferentes. De igual modo, resuelve de manera distinta respecto de sus antecesores en el cargo retos no coyunturales sino continuos para cualquier publicación científica. Es una cuestión tanto de estilos personales como de la existencia o no de recursos de orden diverso: humanos, financieros, políticos y tecnológicos.

Los elementos anteriores estaban presentes cuando se debatió la posibilidad, finalmente aprobada, de reducir el tiraje de la revista de mil 400 a mil ejemplares. Había un argumento económico de fondo, pero asociado a las vías de acercamiento al público lector y, de manera tangencial, al cambio de la administración pública federal y al desarrollo vertiginoso de las nuevas tecnologías. Mientras miles de volúmenes impresos llenaban la bodega a la espera de ser distribuidas mediante los mecanismos "tradicionales" (es decir, la venta en librerías y otros escaparates o de manera directa con la SEP u otras instituciones), la RMIE se estaba convirtiendo en la revista especializada en educación más consultada y con mayor número de descargas desde el portal electrónico de la Red de Revistas Científicas de América Latina y el Caribe (Redalyc) y en la quinta del área de ciencias sociales de esta misma red. Más aún: su incorporación (en 2004) a Redalyc la había hecho parte (quizá sin plena conciencia de ello) de un movimiento mundial a favor del acceso abierto al conocimiento producido en el ámbito científico y le permitía contar con un seguimiento cuantitativo, geográfico y de impacto académico de sus contenidos y autores. El número de lectores se había multiplicado de manera notable a través de un medio prácticamente inexistente unos años antes.

Al igual que el desarrollo tecnológico había transformado radicalmente el escenario para discutir el tema de la distribución, habían ocurrido otros cambios menos perceptibles que sentaban bases nuevas para reorientar los rumbos de la RMIE. Uno de éstos tenía que ver con el crecimiento de la investigación educativa en México y en otros países de habla hispana y del número de propuestas de artículos que se recibían. Mientras mis antecesores habían tenido que lidiar con la escasez de productos viables para su publicación, yo tenía que hacer lo propio con la abundancia. Y es que, pese a la existencia de nuevas publicaciones especializadas (como la Revista Electrónica de Investigación Educativa), a la sobrevivencia de otras más antiguas y a la tendencia, estimulada por el SNI, de publicar en otros idiomas y en revistas indizadas internacionales, la RMIE había pasado a ocupar un lugar preponderante en las preferencias de los autores mexicanos y comenzaba a despuntar en los de otras nacionalidades. La "clave" de su éxito se asentaba en la garantía de que los textos recibirían un arbitraje no sólo estricto sino de diálogo propositivo, bajo el anonimato, entre autores y evaluadores, aun cuando las posibilidades de su publicación inmediata fueran remotas. Si, según los cánones, las publicaciones científicas deben desempeñar una función formadora, entonces la RMIE ha cumplido con su misión.

Lo anterior indujo a modificar el procedimiento, establecido en años previos, de las secciones temáticas. Se comenzó por abrir una convocatoria para recibir propuestas de estas últimas y seleccionar, a través de los órganos editoriales, aquéllas que resultaran más pertinentes. A largo plazo, esto posibilitó que se debatiera la necesidad de proponer secciones de temas emergentes, o al revés: de asuntos persistentes (como la desigualdad educativa, los libros de texto gratuitos u otros) que no habían sido tratados de manera consistente en la Revista. De este modo se revivió el papel propositivo, y no sólo el de gestión, de los integrantes de organismos editoriales y se reivindicó la "función pensante" de la propia RMIE para cumplir su propósito principal: contribuir al debate actual de los temas educativos, en particular en México y América Latina.

Al paso del tiempo extendí esta redefinición de facultades, siempre dentro de la normatividad vigente, hacia la dirección editorial de la Revista. Como lectora asidua de publicaciones periódicas, reconocía la importancia de la voz del director editorial y cómo ésta debe de expresar puntos de vista y no únicamente informar sobre la gestión editorial o el contenido de un número. Para ello existe todo un género literario cuyas particularidades experimenté a lo largo de la escritura de doce editoriales, cuatro por cada año de mi gestión. Las dificultades comienzan desde el dilema de elegir un tema, persisten por el requerimiento de unir el juicio personal con el de la comunidad científica que representas y se agravan con la exigencia de brevedad. Una vez superadas, queda la sensación de que la experiencia de dirigir una revista contribuye no sólo a tu formación profesional sino a tus capacidades narrativas. Después te das cuenta de que el esfuerzo "no cabe" en ninguna de las casillas de los formatos de evaluación de la productividad académica.

Con excepción de las páginas destinadas al editorial y a las reseñas, la RMIE está dedicada casi en su totalidad a los artículos de investigación aprobados para su publicación. Otras secciones, como las referidas a Aportes de discusión y Ensayos, han perdido terreno. No por una intención deliberada, sino debido a la carencia de propuestas y las dificultades para su evaluación. La supremacía del texto científico sobre otros géneros propios de las humanidades y de las ciencias sociales está poniendo en riesgo la supervivencia de los últimos. A largo plazo, las nuevas generaciones de especialistas en educación no habrán pasado por el aprendizaje de leer ensayos o resultados de investigación no concluyentes, abiertos a su futura comprobación o, en su caso, desecho. Más aún: no tendrán la oportunidad de saber qué opina (y no sólo qué tanto sabe) este u otro autor sobre algo de su incumbencia. Tampoco entreverán las tesituras que implica el diálogo entre autores ni la polémica articulada en torno a un tema.

En alguno de los editoriales que escribí hice un llamado para "rescatar" estos géneros, proponer traducciones al español de textos clave no difundidos en México y ampliar tanto el número de reseñas como su tipo: desde notas informativas y resúmenes hasta la discusión crítica, pasando por el análisis comparado y las revisiones de campos o temas de estudio. Pablo Latapí fue uno de los primeros en responder, pero su ejemplo no se ha expandido. No es un problema nuevo ni exclusivo de la investigación educativa. Incluso en campos como el de la crítica literaria, cuya esencia está en la primera palabra, se ha percibido la carencia de profesionales que se aventuren a polemizar, con los textos, con otros autores y con el saber legitimado.

Estas iniciativas, y otras más que obviaré por falta de espacio, formaron parte de una gestión que, en una visión retrospectiva de mi paso por la dirección de la RMIE, calificaría de transición. Recibí un caudal consolidado, con una historia exitosa tras de sí. En 2007, la RMIE obtuvo la más alta calificación posible en la evaluación del Conacyt para la permanencia en el índice de Revistas Mexicanas de Investigación Científica y Tecnológica. Lejos de anquilosarse en este triunfo, inició nuevas rutas aún por concluir. Con el propósito de dar continuidad al tránsito, y traspasar la experiencia acumulada, se decidió realizar una elección anticipada de quien me sustituiría en el cargo. Rocío Grediaga, la actual directora, sabrá qué hacer y cómo hacerlo, acompañada de una comunidad y por un equipo técnico de trabajo que han dado lo mejor de sí para que nuestra quinceañera cumpla muchos años más.

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