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América Latina en la historia económica

versión On-line ISSN 2007-3496versión impresa ISSN 1405-2253

Am. Lat. Hist. Econ vol.19 no.2 México may./ago. 2012

 

Reseñas

 

Sandra Kuntz Ficker (coord.), Historia económica general de México. De la colonia a nuestros días

 

Pablo Martín-Aceña

 

México, El Colegio de México/Secretaría de Economía, 2010, 834 pp.

 

Universidad de Alcalá Madrid, España

 

¿Por qué la economía de México es como es?, ¿qué la diferencia de la de otros países latinoamericanos o de la de sus vecinos al norte del río Grande?, ¿qué pasó con la economía del antiguo virreinato de Nueva España después de la independencia?, ¿y después de la célebre revolución de principios del siglo XX? Pues bien, todos los interesados en el México actual y en su historia están de suerte. El libro coordinado por Sandra Kuntz Ficker, profesora de El Colegio de México, proporciona respuestas a estos y a otros muchos interrogantes. Merced al patrocinio de la Secretaría de Economía y de El Colegio de México, contamos desde 2010 con un espléndido volumen, por contenido y formato, que cubre la historia económica mexicana desde la época colonial hasta la primera década de la presente centuria.

Se trata de la primera historia económica general de México, que viene a sumarse a textos pioneros que en su día publicaron Enrique Cárdenas, Leonor Ludlow, Carlos Marichal y Enrique Semo. En su realización han colaborado 28 economistas e historiadores, pero la coordinadora ha logrado dotar al libro de una notable unidad y de una encomiable armonía en cuanto a objetivos y metodología, aunque como es lógico cada capítulo tiene sus propias peculiaridades. Organizado en cuatro partes, la primera está dedicada a la economía novohispana del periodo 1519-1760; la segunda aborda la etapa de 1760-1850, que incluye la época de las reformas borbónicas y las décadas iniciales del México independiente; la tercera, de 1856 a 1929, cubre 50 años del siglo XIX y tres decenios del XX, y la cuarta parte, de 1929 a 2009, se ocupa de examinar la economía mexicana de los tiempos más recientes. Como podrá apreciar el lector, los cortes temporales son novedosos y distintos de los usuales: independencia y revolución no marcan la cronología. La coordinadora lo justifica recordando que, al menos en economía, natura non face saltum, por lo que entre el virreinato y el México independiente hubo discontinuidades pero también continuidades, y lo mismo puede decirse entre el México del porfiriato y el posterior a los años revolucionarios.

Como en Rayuela de Cortázar, el libro puede leerse de diversas maneras. Los que deseen obtener una visión de conjunto tienen la introducción y las breves conclusiones de la coordinadora. Una segunda aproximación son las cuatro excelentes introducciones de Bernd Hausberger, Carlos Marichal, Sandra Kuntz Ficker y Enrique Cárdenas a cada una de las partes antes citadas. De hecho, tomadas en su conjunto forman un libro en sí mismo. Y la lectura más exhaustiva es adentrarse capítulo por capítulo hasta completar las 834 páginas del volumen. El lector que opte por esta manera, mi preferida, le aseguro que no saldrá decepcionado, más bien, al contrario, saldrá hecho un erudito y un experto en la historia económica de México.

En la reseña de un libro colectivo es imposible comentar cada uno de los 19 capítulos más cuatro introducciones, ni hacer justicia al excelente trabajo realizado por sus autores. En lo que sigue quiero mejor centrar la reseña en las principales aportaciones de esta historia económica general. La primera, es por supuesto, que abarca los asuntos más esenciales para comprender la trayectoria de la economía mexicana de los últimos 500 años. Ahí están los componentes de la función de producción en cada etapa: recursos naturales, mano de obra y sistemas de trabajo, capital físico disponible y el entramado institucional. O, si se prefiere, las variables que determinan, también para cada fase, la demanda agregada y el nivel de renta: el consumo privado (salarios), la inversión (funcionamiento del mercado de capitales y del sistema financiero), el gasto y los ingresos del sector público (el papel del Estado) y las exportaciones e importaciones (el papel de las relaciones económicas en el exterior).

Sandra Kuntz, sobre la base de las distintas aportaciones, sugiere que para entender México hay que fijarse en dos grandes hilos conductores: la plata y el petróleo, de un lado, y las instituciones, del otro. Creo que ella y los autores de los capítulos del libro tienen razón. El periodo colonial, ni la historia mundial, se entendería sin la plata que se extrajo del subsuelo mexicano, ni lo acaecido en el siglo XX se comprendería sin el papel desempeñado por las exportaciones de petróleo y los inmensos recursos financieros movilizados en torno suyo. Pero el binomio plata-petróleo no agota ni mucho menos la interpretación para llegar a responder nuestras preguntas de partida. Para ello hay que recurrir al otro hilo conductor: las instituciones. El papel del imperio y el legado colonial: la propiedad de la tierra, las relaciones laborales; los costos fiscal, político y social, estos dos últimos difíciles de cuantificar. Y el papel del Estado que surge tras la independencia y que debe definir las nuevas reglas del juego, esto es, construir un nuevo entramado institucional, que como sabemos tardó tiempo en configurarse y que exigió en México guerras civiles y una revolución política y social −como de alguna manera también fue el caso de Estados Unidos (guerra de independencia y luego guerra civil) y de otras naciones americanas.

A la primera parte del libro –dedicada a dos siglos y medio de tiempo colonial– contribuyen Bernd Hausberger y Felipe Castro Gutiérrez, con "La sociedad indígena en la época colonial"; Brígida von Mentz, con "La plata y la conformación de la economía novohispana", y Manuel Miño Grijalva, con "Las ciudades novohispanas y su función económica". Nos recuerdan que el territorio del virreinato fue muchísimo más extenso que la geografía del México actual y que la conquista significó una profunda y dramática mutación de las sociedades indígenas que lo habitaban. Con la llegada de los conquistadores se produjo una catástrofe económica, de mayor envergadura que las epidemias de peste negra que asolaron la Europa tardomedieval, al tiempo que trastocaron el orden social e impusieron uno nuevo que, en cierto modo, reproducía el orden estamental de la metrópoli. La base económica continuó siendo la tierra, pero sobre la estructura rural existente se sobrepuso una nueva forma de organización: la hacienda, grandes latifundios en manos de los colonizadores que sometieron a la población indígena a través de la nefasta institución de la encomienda. Junto a la agricultura surgió la explotación minera, la plata, y con ella Nueva España se situó en el centro del comercio mundial. De las minas de Zacatecas salieron el metal que alimentó la expansión comercial europea y asiática y también los ingresos que sostuvieron durante siglos el aparato administrativo y militar de la monarquía hispana, en el viejo continente y en la propia colonia, donde se desarrolló una sofisticada administración política, judicial y fiscal. El virreinato en 1760 poco se parecía al mundo mexica que encontró Hernán Cortés en 1519. ¿Era un mundo mejor o peor? Desde luego era próspero para las elites propietarias de haciendas, para los comerciantes que controlaban los flujos comerciales y para la burocracia imperial. Quizá también para el común del pueblo: artesanos, pequeños comerciantes, gente de los pueblos de indios. Pero no desde luego para ese 90% de la población indígena que desapareció víctima de la conquista.

La segunda parte, precedida por una introducción de Carlos Marichal, incluye aportaciones de Antonio Ibarra, "La edad de plata: mercados, minería y agricultura en el periodo colonial tardío"; de Luis Jáuregui, "La economía de la guerra de independencia y la fiscalidad de las primeras décadas del México independiente", y de Ernest Sánchez Santiró, "El desempeño de la economía mexicana, 1810-1860: de la colonia al Estado-nación". Los textos son de categoría excelsa, como los que hemos leído en la primera parte.

Uno de los focos de atención es la evolución de la economía mexicana como resultado de las reformas borbónicas de los últimos decenios del siglo XVIII y como consecuencia de la independencia y las guerras civiles. Se nos recuerda que en su viaje por la colonia el científico alemán Alejandro von Humboldt encontró un territorio pobre –como lo eran Europa y Asia–, pero al mismo tiempo se sorprendió de la existencia de una ciudad como la de México: la mayor y más próspera del hemisferio americano. El mundo rural seguía siendo el dominante, con la existencia de inmensas haciendas y varios miles de repúblicas de indios donde vivía 80% de la población. Tanto la agricultura de las haciendas como las explotaciones comunales, que compartían el territorio, no eran homogéneas, sino que sus formas de explotación y su grado de diversificación variaban de una región a otra. Junto a la riqueza agraria, la plata aún constituía el puntal que unía el virreinato con el mundo económico exterior. Los últimos 50 años de dominio colonial fueron años brillantes para la explotación y exportación de plata y sobre el metal logró sostenerse el imperio y hacer de Nueva España una de las áreas más prósperas de la economía internacional. Y fue tanta la plata extraída de las minas novohispanas que monetizó los mercados locales, nacionales e internacionales, y el situado exportado desde Veracruz financió las administraciones del Caribe y del resto de los virreinatos y capitanías del aún poderoso imperio hispánico.

¿Y después de la independencia? La libertad pero también el diluvio. Colapso fiscal, descapitalización y desvío de recursos para las guerras paralizaron el progreso de la economía. Y luego las pérdidas territoriales, al sur, la capitanía de Guatemala, y al norte, los inmensos y ricos espacios de California y Texas. Pese a todo, los estudios recientes recogidos en este volumen sugieren que a partir de 1830 la economía mexicana libre del yugo colonial e impulsada por transformaciones institucionales nada despreciables logró recuperarse y avanzar, de manera que en 1850 el México independiente era un país más desarrollado que en 1800 y sobre todo con mucho mayor futuro.

Con la tercera parte del libro nos adentramos a los siglos XIX y XX. Los autores y capítulos son: Marcello Carmagnani, "La economía pública del liberalismo. Orígenes y consolidación de la Hacienda y del crédito público"; Paolo Riguzzi, "México y la economía internacional, 1860-1930"; Stephen Haber, "Mercado interno, industrialización y banca, 1890-1929"; Daniela Marino y María Cecilia Zuleta, "Una visión del campo. Tierra, propiedad y tendencias de la producción, 1850-1930"; Alan Knight, "La revolución mexicana: su dimensión económica, 1900-1930"; a estos cinco textos los precede la introducción de Sandra Kuntz.

Lo que se analiza para el periodo es la trayectoria de la economía mexicana desde mediados del XIX hasta la crisis de 1929, punto de corte canónico de muchas historias. Los cambios institucionales fueron de absoluta trascendencia: desde los políticos, como la Constitución de 1857, hasta los de trasfondo económico, como fueron las leyes de desamortización y la legislación aprobada durante y tras la revolución de 1910. El marco de derechos de propiedad se alteró de manera radical, si bien trajo consigo la estabilidad deseada, generó notables incertidumbres para inversores y consumidores. Esto, sin duda, fue un problema, pero no impidió que se fuera formando un mercado interior cada vez más integrado, ni el inicio de una acelerada industrialización que transformó la estructura del país. Aumento de la población, más ciudades y menos centros rurales, manufacturas con nueva tecnología y el ferrocarril, una clave para entender la modernización de la economía mexicana; otras fueron, de un lado, el capital extranjero, sin el cual las tasas de inversión alcanzadas en el periodo hubieran sido impensables, y de otro, el nacimiento de un sistema financiero que, pese a sus defectos, canalizó inmensos recursos de los ahorradores hacia los empresarios. Estos formaron además una nueva elite que paulatinamente sustituyó a los grupos dominantes del antiguo régimen. De hecho, México pasó de una sociedad estamental a una sociedad de clases, como ocurrió al norte –Estados Unidos– y al este –Europa.

¿Y el impacto económico de la revolución? El actual consenso es que no provocó un colapso generalizado. Hubo agitación y transtornos sociales que afectaron el funcionamiento de la economía, sobre todo entre 1913 y 1916, pero si exceptuamos el ferrocarril y el sistema monetario, el resto de los sectores logró mantener el ritmo. De mayor impacto fueron los cambios institucionales, que incidieron sobre la organización de los recursos, sobre el mercado laboral y sobre el marco de derechos de propiedad. De hecho, el legado de la revolución fue alargado, como la sombra de los cipreses, y marcó la evolución política y económica del México del siglo XX.

El libro se cierra con ocho capítulos que abordan el periodo 1929-2009. Los autores son Graciela Márquez, "Evolución y estructura del PIB, 1921-2010; Fausto Hernández Trillo, "Las finanzas públicas en el México posrevolucionario"; Gonzalo Castañeda, "Evolución de los grupos económicos durante el periodo 1940-2008"; Gustavo A. del Ángel Mobarak, "La paradoja del desarrollo financiero"; Guillermo Guajardo Soto, Fernando Salas y Daniel Vázquez, "Energía, infraestructura y crecimiento, 1930-2008"; J. Ernesto López Córdova y Jaime Zabludovsky K., "Del proteccionismo a la liberalización incompleta: industria y mercados"; Antonio Yúnez Naude, "Las transformaciones del campo y el papel de las políticas públicas: 1929-2008", y Juan Carlos Moreno-Brid y Jaime Ros, "La dimensión internacional de la economía mexicana". En esta parte la introducción viene de la pluma de Enrique Cárdenas.

En esos años la economía mexicana atravesó por al menos tres periodos de extensión desigual. El primero, hasta principios de los ochenta, se caracterizó por un crecimiento industrial acelerado. Tras el estancamiento durante la Gran Depresión, el país disfrutó de una expansión a un ritmo tal que cambió el paisaje y al paisanaje. La urbanización le dio a México su contextura presente, la población activa se concentró en la industria y el sector agrario perdió peso en el PIB. Como en otros lugares, el Estado se convirtió en un agente económico de primera magnitud, con su acción directa, por ejemplo la nacionalización del sector petrolífero, o indirecta, con políticas proteccionistas destinadas a reservar el mercado interno para sus empresas. La estrategia de crecimiento hacia dentro sin duda trajo sus frutos, pero también provocó distorsiones en la asignación de recursos.

El petróleo nacionalizado se convirtió en el rey de la economía, como lo fuera la plata en la época de la colonia. Derramó un maná del que se beneficiaron todos los sectores y todas las clases: energía barata, fiscalidad baja, empleo derivado, incipientes servicios públicos. Y también con la garantía del petróleo se generó una pirámide de deudas públicas y privadas y se consolidó un Estado rentista despreocupado por edificar un sistema tributario moderno y eficiente. El modelo quebró a finales de los años setenta y el siguiente periodo fue de estancamiento y de pérdida de parte de lo ganado: pese a la subida de los precios del petróleo o quizá a causa de su encarecimiento, México fue incapaz de resolver la crisis de los setenta-ochenta y quedó atrapado en un endeudamiento que paralizó la inversión, obligó a nacionalizar la banca y empobreció a las familias y al Estado. El último periodo incluye los últimos dos decenios. La recuperación ha sido posible merced a políticas de estabilización macroeconómicas, reformas estructurales, privatización de empresas y servicios públicos y una creciente integración en el mercado mundial, cuyo hito más notable ha sido el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA, por sus siglas en inglés).

¿Qué podemos concluir?, ¿qué le falta al libro?, ¿de qué defectos adolece? Creo que no le falta casi de nada y que adolece de pocos defectos. Estamos ante una espléndida historia económica general y debemos felicitar a la coordinadora y a los autores por el trabajo, y como lectores debemos congratularnos de tener en nuestras manos un volumen con 500 años de economía de México. Terminaré con varios comentarios y una sugerencia. México son muchos "Méxicos" como nos recordó hace ya bastantes años Lesley Byrd Simpson. México, añadiría yo, es en sí mismo un país-continente, al igual que Estados Unidos, o Brasil o China o la India, por su población y por sus dimensiones. En el volumen estos dos hechos condicionantes no se vislumbran. México se trata como una unidad, cuando sabemos que existieron y existen muchos Méxicos, desde el yaqui de Sonora hasta el maya de Yucatán; desde el Veracruz del Golfo hasta el norte de Tijuana, o el sur de San Cristóbal de las Casas. Pero si pensamos que todos los Méxicos se pueden subsumir en uno sólo bajo el concepto de Estado-nación, entonces es preciso tener en consideración su carácter de cuasicontinente y tratarlo como tal. México no sería sólo un país, sino algo más.

México también es Latinoamérica; de hecho, su región es la más poblada y es una de las más extensas, y situada además al norte y en contacto con el gran gigante americano. A un lector no mexicano como el que firma esta reseña le hubiese gustado ver comparaciones con otras naciones de la región, al menos con las más grandes. Quizá en las introducciones, o algún capítulo, o algunas secciones dentro de cada capítulo. ¿Cuánto podríamos aprender, por ejemplo, de un contraste México-Argentina?

El libro nos proporciona una perspectiva a largo plazo de la trayectoria económica del país, esto es y de manera simplificada, sobre la trayectoria de su renta nacional. Queda por analizar cómo ha variado a lo largo del tiempo la distribución de la renta. En términos absolutos en 2010 es un país menos pobre que en tiempos coloniales, pero ¿es más equitativo?; ¿es menos desigual ahora que en los tiempos de Cortés o de Juárez o de Porfirio o de Zapata y Villa? Estos interrogantes deben abordarse con urgencia.

Una variable que me parece no recibe el estudio o tratamiento que requiere es la población. Sin ella, al igual que sin tener en cuenta la geografía del país, su economía ni su nivel de desarrollo se entienden. En algunos capítulos se hace referencia, pero no hay un estudio de la demografía ni de la época colonial, ni del siglo XIX, ni de la explosión de la segunda mitad del siglo XX. México en 1500 era un territorio poblado –incluso superpoblado si lo comparamos con el resto del continente– y en la segunda mitad del siglo XX el aumento de la población ha determinado la evolución de su economía, o al menos su situación actual en términos de renta per cápita. Catástrofe demográfica en el siglo XVI y explosión demográfica en el siglo XX son dos hitos a los que se debería haber prestado mayor atención.

Una sugerencia final, menos para un volumen como este y más para cualquiera de los autores que contribuyen al mismo. A mi modo de ver, entre los desafíos pendientes de los historiadores económicos mexicanos está plantearse tres grandes contrafactuales: ¿qué hubiera ocurrido si en lugar de independizarse de España, el virreinato hubiese permanecido en el seno de la monarquía hispánica, al igual que lo hizo, por ejemplo, Canadá bajo la corona británica? El segundo lo enuncia Marichal: ¿cuál habría sido el futuro de México si no hubiera perdido territorio a mediados del XIX, en particular California y Texas? Y el tercero: ¿cómo hubiera sido el desarrollo económico de México sin la revolución de 1910? El bicentenario de la independencia y el centenario de la revolución, celebrados en 2010, bien merecen que se aborden en un futuro estos contrafactuales.

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