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América Latina en la historia económica

versión On-line ISSN 2007-3496versión impresa ISSN 1405-2253

Am. Lat. Hist. Econ  no.35 México ene./jun. 2011

 

Reseñas

 

Sandra Kuntz Ficker, Las exportaciones mexicanas durante la primera globalización (1870–1929)

 

Inés María Herrera Canales*

 

México, Centro de Estudios Históricos–COLMEX, 2010, 645 pp.

 

*Dirección de Estudios Históricos, Instituto Nacional de Antropología e Historia

 

A poco más de dos años de que saliera a la luz el libro sobre El comercio exterior de México en la era del capitalismo liberal, 1870–1929 y como continuación del mismo, Sandra Kuntz publica también por El Colegio de México Las exportaciones mexicanas durante la primera globalización, que comprende el mismo periodo que el anterior, es decir, las tres últimas décadas del siglo XIX y casi la totalidad de las tres primeras del siglo XX.

El libro se divide en dos partes más las conclusiones generales. En la primera se refiere a la era de las exportaciones y la economía mexicana y analiza el papel del Estado en relación con las exportaciones, sus políticas públicas y las relaciones internacionales. En segundo término, en este mismo apartado, ve el desempeño del sector exportador, algunos indicadores del mismo y la distribución geográfica de las exportaciones.

En la segunda parte, que ocupa más de 400 páginas (de la 157 a la 579), analiza las condiciones económicas de las actividades que hicieron posible el desempeño del sector exportador en su conjunto, las actividades exportadoras y el comportamiento de cada uno de los productos exportados durante este periodo, así como la composición y la distribución geográfica, con énfasis en el comercio de las mercancías que, a juicio de la autora, "es el que mejor refleja el despliegue del sector exportador", aunque también ve las transferencias de metálico. Se refiere en capítulos individuales a la minería, el henequén y las fibras duras, el café, otros productos agropecuarios (tradicionales como la vainilla, maderas tintóreas y finas, y de recolección como el hule, el chicle y el guayule), el petróleo, las manufacturas tradicionales agrícolas, artesanales, metalúrgicas y petroleras. Es en este último apartado donde la autora destaca los elementos que ayudarán a comprender mejor el esquema exportador, sus vínculos con la economía interna y algunas claves para evaluar los límites del crecimiento de la economía mexicana en la era de auge exportador.

Se agregan las conclusiones generales, un apéndice con las series de valor de las exportaciones mexicanas extraídas de su libro anterior, siglas y referencias (fuentes primarias y secundarias, hemerográficas y de internet), además de los índices de cuadros, gráficas y mapas.

Una obra de tal envergadura es difícil bosquejarla en unos pocos párrafos, por lo que he escogido aquellos aspectos del libro que a mi juicio resaltan su valor como obra histórica analítica e interpretativa: un trabajo exhaustivo de búsqueda documental, una reconstrucción histórica de los productos y de la actividad exportadora y la formulación de un nuevo modelo interpretativo del crecimiento económico mexicano desde el porfiriato hasta el primer tercio del siglo XX, basado en el auge exportador.

La obra recoge frutos de más de una década de investigación histórica rigurosa, profunda y exhaustiva, además de larga y extensa, y de una reflexión acerca del comercio exterior mexicano y de las exportaciones y su reflejo en la economía nacional, en particular desde el auge de fines del siglo XIX a la crisis económica de 1929–1932.

El trabajo de acopio de información es también de gran envergadura y acertada elección. En esta reconstrucción histórica se utilizaron fuentes archivísticas nacionales y extranjeras para elaborar las series estadísticas comerciales mexicanas (muchas ya construidas por la misma autora en su anterior trabajo), la de los seis socios comerciales principales de México (Alemania, Bélgica, España, Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña) y numerosas fuentes de archivos estatales, municipales y particulares de la república mexicana (Aguascalientes, Coahuila, Chiapas, Hidalgo, Veracruz, Yucatán, Zacatecas y de la ciudad de México), además de materiales de bibliotecas mexicanas y del extranjero, especialmente de Estados Unidos, Inglaterra y España.

Si quisiéramos resumir en breves palabras cuál es el objetivo fundamental del libro, diríamos que es dar una nueva valoración a las exportaciones mexicanas desde 1870 a 1929 en el crecimiento de la economía nacional (p. 6) y mostrar cómo cada una de las actividades exportadoras y el sector en su conjunto contribuyeron positivamente al desarrollo económico, sus alcances y límites.

Esta visión echa por tierra modelos interpretativos clásicos de la historiografía mexicana y de América Latina de los años sesenta y setenta que le atribuyeron al crecimiento sustentado en las exportaciones el origen de la distorsión del desarrollo económico al relacionarse en forma subordinada y desventajosa con el exterior. En síntesis, estos autores afirmaban, con ligeras variantes, que el modelo exportador arrojó escasos beneficios internos y favoreció sólo a las potencias económicas de la época.

Trabajos históricos de los años setenta y ochenta que estudian la economía mexicana en general, los ferrocarriles, la minería, el desarrollo de la agricultura comercial, la industria mexicana del porfiriato y de comienzos del siglo XX y otros de interpretación del desarrollo económico mexicano permitieron, entre otros resultados, criticar sobre nuevas bases a estos modelos al demostrar el desarrollo de un proceso de industrialización y sustitución de importaciones temprano, y el impacto del ferrocarril en el mercado interno.

Un precursor de la corriente interpretativa a la que se adhiere Sandra Kuntz es Sempat Assadourian, quien ya desde mediados de los años sesenta del siglo XX comprobó los efectos económicos que la exportación de la plata del Alto Perú ejerció en los espacios mineros y en las áreas agrícolas, ganaderas, comunidades indígenas y áreas urbanas vinculadas a su producción. Esta tesis ha sido utilizada por otros historiadores de América Latina que han investigado la minería colonial y decimonónica. En México desde fines de los años cuarenta del siglo XX autores como Eric Wolf (1949), Angel Palerm (1955), David Brading, Peter Bakewell, Richard Hudley y otros (década del setenta) destacaron la articulación económica que crearon los centros mineros con otros espacios económicos circundantes y lejanos creando un verdadero "complejo agrominero–ganadero" o una región surgida del dinamismo de la minería.

En el esquema interpretativo que nos propone la autora, la aportación del sector exportador al crecimiento y sus vinculaciones con el resto de la economía es un problema difícil de dilucidar. Para valorarlo, señala, hay que considerar de base que el financiamiento de las actividades exportadoras se hizo con capital extranjero, que estos inversionistas ofrecieron empleo y buenos salarios a gente desocupada o subempleada y que explotaron recursos ociosos o poco explotados; y que por otra parte otorgaron ingresos superiores a los internos y crearon enlaces productivos o eslabonamientos (o efecto de arrastre) fuera del ámbito exportador generalmente (hacia atrás) insumos o alimentos, lo cual se traducía en aportaciones de las exportaciones al crecimiento económico. El gran obstáculo para que estos elementos tuvieran efecto de arrastre en el ámbito local fue el atraso de la economía mexicana que se manifestaba en escasez de ahorro interno y limitada capacidad de respuesta a los estímulos. Sin embargo, a comienzos del siglo XX ya hay algunos visos de cambio en la economía nacional: la demanda interna había crecido, algunos insumos importados se habían sustituido por locales y se había empezado a fabricar internamente bienes intermedios (cemento, dinamita, glicerina, artículos de hierro y acero) aunque aún se mantenía la importación de bienes de producción y con ello la fuga de recursos.

El otro gran límite, y quizás el mayor, fue la incapacidad interna de transformación de las materias primas para la exportación que impidió eslabonamientos "hacia delante", o sea, el desarrollo de procesos industriales. Aquí podemos señalar diferencias según productos: en las exportaciones agrícolas los cambios fueron lentos hasta el final del periodo; en cambio, en la metalurgia, que estaba en manos de extranjeros que introdujeron tecnología de punta, se elaboraron y exportaron productos derivados de los minerales con diferentes grados de refinación, un proceso semejante se dio en el petróleo.

Aparentemente, explica la autora, coexistieron dos esferas económicas desconectadas, una de agricultura tradicional que pesaba mucho sobre el conjunto de la economía y que cambió muy lentamente al influjo de las transformaciones de fuera del sector y otra radicalmente opuesta. El sector orientado en el interior recibió en forma lenta y desigual muchos de los cambios generados al influjo de las exportaciones. En cambio, aquellas actividades como la agricultura comercial, la industria metalúrgica y algunas áreas urbanas ligadas directamente a la exportación crecieron gracias a su influjo.

La actividad minera mexicana orientada básicamente a la exportación generó beneficios internos como salarios e impuestos y dio aliento a la producción de insumos nacionales. Algunas compañías grandes favorecieron también a sus empleados con electricidad, agua entubada o ramales ferroviarios, como una derivación de los servicios de su propia empresa.

La minería exportadora tuvo también efectos indirectos en la economía, dinamizando mercados y articulando actividades productivas demandadas por la minería, como lo había sido durante todo el siglo, pero incrementado por el crecimiento de las exportaciones de metales preciosos e industriales. Su influencia fue mayor a la de otras actividades exportadoras por la extensión de sus actividades y ocupación de importantes espacios territoriales.

El surgimiento de las grandes fundidoras de metales en el centro–norte y norte de México a fines del siglo XIX financiadas por capitales extranjeros —que separó parcialmente los procesos extractivos de los de refinación de minerales e introdujo modernas plantas de beneficio, con producción en gran escala, tecnología renovada, compleja organización del trabajo, salarios elevados, capacitación del personal, etc.— incrementó la influencia e impacto de este sector en la economía al extender sus actividades a muchos espacios territoriales. Sin embargo, la contribución a la economía local estuvo restringida a insumos, impuestos y salarios, porque el pago de las utilidades de la empresa se fue al extranjero como pago de dividendos a los propietarios.

Hay muchos aspectos para reflexionar sobre este rubro —y en muchos otros—, pero es imposible hacerlo en forma tan breve. Esta obra amerita un análisis detenido, por su extensión, profundidad y sugerencias. Sus resultados y reflexiones orientarán nuevas investigaciones, avaladas por el excelente apoyo bibliográfico documental que nos proporciona la autora. Igualmente para quienes quieran tener una visión de la historia económica mexicana del porfiriato a la crisis del '29 y su relación con coyunturas bélicas y sucesos de posguerra de comienzos del siglo XX, esta obra será imprescindible.

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