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América Latina en la historia económica

versão On-line ISSN 2007-3496versão impressa ISSN 1405-2253

Am. Lat. Hist. Econ  no.35 México Jan./Jun. 2011

 

Artículos

 

Las islas españolas del azúcar (1760–1898). Grandes debates en perspectiva comparada y caribeña

 

Antonio Santamaría García

 

Fecha de recepción: agosto de 2009
Fecha de aceptación: septiembre de 2009

 

Resumen

Este trabajo analiza los principales debates sobre la historia de Puerto Rico y Cuba a la luz del desarrollo de su principal actividad económica, la industria azucarera, y las vinculadas con ella. Este ejercicio, realizado además con un enfoque comparado entre ambas islas y con otros productores azucareros del Caribe, permite esclarecer algunas cuestiones importantes del pasado puertorriqueño y cubano. Por ejemplo, que en la evolución de la oferta de azúcar observada desde esa perspectiva no fue el primero un caso atípico en las Antillas, como había señalado hasta ahora la historiografía, sino más bien el segundo.

Palabras clave: Puerto Rico, Cuba, Caribe, España, Estados Unidos, siglos XVIII, XIX y XX, historia económica, social, industria azucarera, esclavitud, ferrocarril, estudios comparados.

 

Abstract

This work analyzes the main debates on the history of Puerto Rico and Cuba in the light of the development of its main economic activity, the sugar industry, and tie activities with her. This exercise, realised in addition with a compared view between both islands and with other Caribbean sugar producers, allows to clarify some important questions of Puerto Rican and Cuban history. For example it allows that by the evolution of their sugar supply observed from that perspective, the first one were not an atypical case in the Antilles, since it had indicated the historiography until now, but rather the second one.

Key words: Puerto Rico, Cuba, Caribbean, Spain, United States, XVIII, XIX and XX centuries, economic history, social, sugar industry, slavery, rails, comparative studies.

 

La historia de las últimas colonias americanas de España, Cuba y Puerto Rico, transcurrió ligada a su industria azucarera. El tema ha sido muy estudiado, pero quedan lagunas que este artículo, siendo imposible afrontarlas todas, propone aliviar con un enfoque inusual, comparado, entre ambas islas, en su entorno caribeño y desde la perspectiva del desarrollo de su principal actividad económica y sus implicaciones en aspectos como la esclavitud, la relación colonial o la independencia. No será posible profundizar en todos ellos, pero sí mencionar la historiografía al respecto y detenerse en algunos aspectos importantes, lo que contribuye a entender mejor la historia cubana y puertorriqueña.

Desde finales del siglo XVIII una combinación variada de factores explica la expansión en el Caribe español del sistema de plantación azucarera–esclavista establecido en otras Antillas desde 1640. Parece que en Cuba fue imposible antes debido a su escasa población y a no haber logrado importar masivamente esclavos para dotarse de mano de obra,1 pues cuando esto fue factible se puso en evidencia que los demás factores estaban preparados. En Borinquen2 las razones fueron más complejas, empezando porque para España era básicamente un bastión militar.3

Una fuerte expansión de la demanda de azúcar coincidió a finales del siglo XVIII4 con que Estados Unidos, al iniciar su guerra de independencia, dejó de importarla del Caribe inglés,5 con un moderado aumento de la producción de este último debido a la falta de tierra, a lo que se añadió en 1808 el impacto de la abolición de la trata y, años antes, la desaparición de la oferta del mayor exportador del orbe, Haití, tras comenzar su revolución en 1791.

La gráfica 1 muestra que el efecto de la independencia estadunidense sobre la oferta azucarera del Caribe inglés favoreció especialmente al francés. Las zafras en Cuba se duplicaron, pero aun así apenas superaban 11 000 toneladas en 1785–1789 frente a las 100 000–130 000 de los territorios galos o británicos, y sólo comenzaron a crecer a un ritmo más sostenido que el de estos últimos después de 1791, al reducirse a 14 000 toneladas la producción de las Antillas francesas tras la revolución haitiana y abolirse la trata en Reino Unido poco después.

La oferta azucarera del Caribe español superó a la del británico al abolirse la esclavitud en Inglaterra en 1845, mientras en el francés —que también vio entorpecida su recuperación por la abolición— la producción se estancaba en 50 000–60 000 toneladas.

Las razones expuestas proporcionaron los mercados para comprar esclavos y vender azúcar que permitieron a Cuba convertirse en el mayor exportador mundial. Una serie de reformas institucionales facilitó el proceso liberalizando la tierra, la trata y el comercio con países amigos, lo que aseguró la venta del dulce donde había demanda, pues en España era insuficiente. A cambio, la metrópoli extraía renta de sus Antillas protegiendo sus exportaciones a ellas, gravando dicho comercio y favoreciendo con derechos diferenciales el transporte en barcos nacionales.

Las medidas de fomento (concesión de tierras y crédito,6 exenciones fiscales, facilidades para la inmigración de empresarios e inversiones)7 prosiguieron en el siglo XIX. La fidelidad de Cuba y Puerto Rico durante la independencia hispanoamericana se premió con la consolidación de todas esas disposiciones; además, España, que había perdido el resto del imperio, necesitaba que se autofinanciasen y generasen excedentes.

La gráfica 2 muestra el fuerte aumento del número de esclavos en el Caribe británico y español tras la revolución haitiana y que en el primero empezó a disminuir tras abolirse la trata en 1808 mientras en el segundo siguió creciendo a un ritmo elevado, especialmente en Cuba. Esto corrobora que la trata masiva fue el factor que faltaba para la expansión azucarera cubana y las reformas sólo favorecieron el proceso. En Puerto Rico, en cambio, fueron más determinantes, pues las condiciones de partida eran menos adecuadas, lo que explica que el boom de su oferta fuese posterior y durase menos: justo hasta que cambiaron las condiciones institucionales y de mercado. Así, en las gráficas 3 y 4 se aprecia que el incremento de las zafras era ya alto en la Gran Antilla antes de la revolución haitiana, pero en Borinquen experimentaron un brusco crecimiento a principios del siglo XIX, cuando se consolidaron las medidas de fomento.

A finales de la década de 1830 cesaron las excepcionales condiciones del periodo anterior. El azúcar de caña tuvo que enfrentar la competencia de la remolacha, protegida en los mercados europeos, donde se producía, y una constante caída de precios.8 En los años cuarenta, además, aumentaron las dificultades para la trata de esclavos. Estaba prohibida desde 1817 por acuerdos anglo–españoles, pero Inglaterra sólo procuró hacerlos efectivos en ciertos momentos, especialmente cuando abolió la esclavitud. Por las presiones inglesas y una serie de rebeliones esclavas en esas fechas,9 España endureció también las medidas contra la sujeción con la Ley Penal de 1845, y aunque con el tiempo las prohibiciones se relajaron,10 esto tuvo como consecuencia un drástico aumento del precio de los esclavos (véase gráfica 3).

A finales de los años treinta, además, España modificó su política colonial. Isabel II contrarrestó la oposición a que reinase una mujer, a causa de las guerras carlistas, apoyándose en los liberales, quienes intentaron modernizar la economía con medidas que, en lo concerniente a Antillas, procuraron extraer más renta de ellas para contribuir al crecimiento metropolitano. Con ello los tiempos de privilegios y exenciones dejaron paso a una mayor presión fiscal.11 El efecto que esto tuvo confirma que las medidas de fomento sólo fueron un acicate más para el crecimiento de la oferta azucarera cubana, pues desde entonces aumentó a un ritmo mayor gracias a cambios tecnológicos.12 Mientras en Puerto Rico, en una coyuntura de precios descendentes y que empeoró con el encarecimiento de los esclavos después de 1845,13 la disminución de los incentivos provocó un estancamiento productivo.

No obstante las dificultades, la oferta azucarera de Puerto Rico volvió a crecer, aunque de nuevo gracias a circunstancias excepcionales. La guerra de Secesión (1861–1865) redujo la producción estadunidense y la cubana se estancó por el inicio de la abolición gradual de la esclavitud durante su guerra de Independencia de 1868–1878 y la transformación que experimentaron sus ingenios para adaptarse a ella y a los cambios tecnológicos de la segunda revolución industrial. Después, ya en los años noventa, gracias a un acuerdo hispano–estadunidense que les garantizó el mercado, sus zafras volvieron a aumentar espectacularmente, mientras las puertorriqueñas, ahora sí, sufrieron una fuerte contracción debido a que su industria azucarera no se había modernizado lo suficiente para afrontar la drástica caída de precios a partir de la crisis de 1883–1884 (véanse gráficas 3, 4 y 5). Además, la elaboración de azúcar centrífugo desplazó rápidamente del mercado al refinado por otros métodos.14 Esto coincidió con un alza en las cotizaciones del café, el segundo rubro en las exportaciones boricuas, lo que provocó un desplazamiento hacia él de muchos recursos destinados antes a las plantaciones cañeras.15

No es posible explicar aquí los pormenores de todos los procesos brevemente esbozados, pero sí analizar comparativamente cómo se han estudiado, ejercicio que contribuye a esclarecer cuestiones relevantes de la historia cubana y puertorriqueña.

 

DISTINTOS PUNTOS DE PARTIDA Y NUEVO MARCO INSTITUCIONAL

España comenzó a interesarse por Puerto Rico con las reformas borbónicas, sobre todo tras perder su imperio continental americano, cuando dejó de llegar el situado desde México y fue preciso que la colonia se autofinanciase. Diferentes informes señalaban que su escasa prosperidad se debía al parco desarrollo azucarero y ameritaba medidas de fomento, lo que además reduciría el contrabando, que drenaba muchos recursos.16 El caso de Cuba era distinto. Se había producido un proceso de mercantilización de la tierra y con la invasión inglesa de La Habana en 1762 se importaron muchos esclavos y se puso en evidencia que desarrollar la industria azucarera requería liberalizar la trata. Las medidas tomadas desde entonces, ya mencionadas, respondieron a tales necesidades y el sector creció notablemente en la Gran Antilla aprovechando las condiciones de mercado,17 pero en Borinquen no lo hizo hasta la década de 1810, según la historiografía, tras consolidarse dichas medidas con la Célula de Gracias (1815).18 Pero esta tampoco hubiese tenido gran efecto sin la labor anterior de Alejandro Ramírez, nombrado primer intendente puertorriqueño en 1813, que dotó a la colonia de una organización económico–administrativa que no tenía. También coadyuvaron la creación de la Sociedad Económica de Amigos del País y del Consulado de Comercio, voceros de la elite criolla. Todos esos procesos habían ocurrido antes en Cuba.19

Lo primero que debe considerarse al comparar el crecimiento económico es la dotación de factores. Puerto Rico es doce veces menor que Cuba, pero sólo el sur y oeste de sus respectivos territorios se dedicaron a caña.20 Aun así, si cotejamos la oferta azucarera por área sembrada (véase cuadro 1) observamos que el cultivo fue menos intensivo en la segunda debido a la abundancia de tierra. El uso del trabajo, empero, fue intensivo en ambas, como muestra el cociente azúcar–esclavos, por ser estos siempre difíciles de obtener y caros, más en Borinquen, donde la trata cesó hacia 1845,21 lo que seguramente explica, además, que sus zafras se estancasen a partir de entonces, pero no disminuyesen.

Calcular las inversiones azucareras es más difícil, aunque parece que en Puerto Rico crecieron entre 1820–1840 tanto como la producción: 180%. En Cuba esos fueron años de preparación para una expansión postrera mayor y mientras las primeras aumentaron 250% la segunda lo hizo 190%. Tales diferencias ofrecen más pistas que los demás factores productivos para entender la distinta evolución de la industria azucarera en ambas islas. Entre las décadas de 1850–1870, mientras las zafras boricuas se estancaban las cubanas se incrementaban 160% gracias a las inversiones precedentes.22

Comparar los factores de producción corrobora que la expansión azucarera puertorriqueña fue más tardía, pero igual de exitosa que la cubana hasta la década de 1840, aunque sólo lo ocurrido con las inversiones explica su estancamiento posterior. La mayor presión fiscal, el cese del flujo inmigratorio y el encarecimiento de los esclavos ayudan a entender que sus ingenios se modernizasen menos o que no se construyesen ferrocarriles.

 

LOS GRANDES DEBATES. VERSIONES OPTIMISTA–PESIMISTA DEL CRECIMIENTO PUERTORRIQUEÑO

El estudio de la fase expansiva azucarera en Puerto Rico ha generado más debates que en Cuba. Varios autores señalan que el efecto de las reformas e inmigración hubiese sido menor sin la modernización previa del régimen agrario y el aumento de los agregados (campesinos aparceros), que en 1800 eran ya 30% de la población y modificaron las relaciones laborales. Además sabemos que el contrabando en el sur, zona de desarrollo de la plantación cañera, permitió el surgimiento de unas estructuras básicas para su progreso posterior, o que el comercio, legal e ilegal, funcionó siempre como alternativa de exportación dependiendo de las circunstancias históricas.23

En lo que respecta a los efectos de la expansión azucarera, Sánchez–Tarniella o Dietz opinan que gracias a ella Puerto Rico creció mucho más en el siglo XIX que entre 1500–1800, mientras autores como Diego insisten en la endeble base de ese crecimiento.24 Todos tienen razón, pues ya señalamos que el estancamiento de la oferta de dulce se explica por cambios en la política económica al tiempo que se modificaban las condiciones externas que facilitaron su expansión, y la visión optimista del desarrollo insular se fundamenta en estudios de la época, de carácter semioficial elaborados con criterios políticos, como las obras de Córdoba, un secretario del gobernador, o Flinter, militar irlandés al servio de España, que compararon la prosperidad de la isla con las penurias de las recién independizadas repúblicas hispanoamericanas y, en respuesta a las presiones británicas para abolir la trata, afirmaron que allí la esclavitud era más benigna que en otras Antillas.25

 

DIFICULTADES DE LA TRATA Y TIPICIDAD DEL MODELO ESCLAVISTA

La historiografía señala que en Cuba, al contrario que en Puerto Rico, las condiciones de los esclavos empeoraron conforme se desarrolló la industria azucarera. En la década de 1850 se fue abandonando la costumbre de alojarlos en bohíos con pequeñas huertas para confinarlos en barracones y optimizar su control y uso laboral, aunque parece que en el este insular corrieron mejor suerte debido al menor progreso de la plantación.26

El endurecimiento de las medidas contra la trata en 1845 estuvo vinculado también con la abolición de la esclavitud por entonces en Inglaterra, pues en seguida aminoró y Cuba volvió a importar grandes cantidades de africanos.27 Lo que sí permaneció fue la evidencia de lo que ocurriría si los gobiernos británico y español decidían acabar con el trabajo esclavo, aunque parece que de momento el primero estaba más interesado en que la Gran Antilla siguiese en manos hispanas para preservar el equilibrio de poder en el Caribe, lo cual, por el modo en que se había establecido la relación colonial, dependía del progreso de la industria azucarera y este, debido a la escasa población insular, de la continuación del tráfico negrero.28

Por la razón citada la relación esclavitud–sistema colonial en Cuba ocupa un lugar privilegiado en la historiografía. Se ha señalado que dicho sistema se basó en vínculos especiales entre las elites metropolitanas y criollas y que las segundas lo aceptaron mientras fue necesario para mantener el orden social amenazado por peso demográfico de los africanos.29 En ese sentido, como en Puerto Rico, muchos estudios han analizado también las respuestas de estos frente a su situación o su contribución a la configuración de la sociedad insular.30

Volviendo a los datos de la gráfica 4, desde la década de 1810 la oferta azucarera puertorriqueña experimentó un crecimiento espectacular. Los estudios citados muestran que los factores productivos, como ocurrió antes en Cuba, estaban preparados, lo que corrobora la importancia para explicarlo de la organización económico–administrativa y la consolidación de la política reformista en esas fechas. Confirma también esa tesis que el estancamiento de la producción después de 1845 vuelve a explicarse por idénticos factores, pero con efecto contrario. Cuando los ingenios boricuas tuvieron que afrontar una creciente competencia y precios descendentes (véase gráfica 5) ya no contaban con los incentivos de tiempos precedentes por los cambios en la política colonial, se habían reducido las entradas de inmigrantes y capital y, al encarecerse los esclavos, su oferta alcanzaba un techo en las condiciones en que se había desarrollado. Esto se ha calificado de "fracaso de un modelo esclavista atípico",31 pero más bien parece un caso típico.

El crecimiento de la oferta azucarera de Puerto Rico desde 1845 siguió vinculado al de los esclavos y su uso más intensivo que mostraba el cuadro 1 explica que cuando estos disminuyeron aquella sólo se estancó. Así, la gráfica 6 evidencia que a partir de los años cuarenta la evolución de su producción de dulce fue similar a la del Caribe franco–británico, donde se abolió entonces la esclavitud, lo que provocó un estancamiento de la misma, seguido igualmente de otra expansión hacia la década de 1860 que concluyó en una nueva depresión al variar las condiciones de mercado en la de 1880 y comenzar a imponerse el azúcar centrífugo en la demanda.

En el siglo XX el crecimiento de las ofertas azucareras puertorriqueña y cubana volvió a parecerse por motivos que discutiremos luego. Antes hay que señalar que es el caso de la segunda el que parece atípico, pues fue después de 1830 cuando aumentó relativamente más, representado 25% de la producción mundial hasta los años sesenta, en una fase depresiva de precios (véase gráfica 5) y fuerte incremento de la competencia, sobre todo remo–lachera (véase cuadro 2), lo que prueba el éxito con que le hizo frente.

 

FERROCARRILES POR ESCLAVOS Y OTROS TEMAS DE DEBATE

La gráfica 7 muestra que lo que permitió desvincular el crecimiento de la oferta azucarera cubana del número de esclavos fue el ferrocarril y sus efectos añadidos: extensión del cultivo a más y mejores tierras y reducción del costo de transporte (abarató 15% el costo de producción del dulce, cifra similar a lo que se encareció por el aumento del precio de los africanos). Puerto Rico no contó con vías férreas hasta 1881 y, por tanto, hay que preguntarse por qué. En Cuba fue la iniciativa privada quien las tendió, lo que se explica por los beneficios que esperaba obtener de ellas. Parece que en Borinquen no fue así y el Estado no tomó medidas para incentivar la inversión o asumir directamente la construcción.32

El ferrocarril, cuya construcción empezó en Cuba una década después que en Inglaterra y tres antes del inicio de su expansión en América Latina, explica que la oferta azucarera insular siguiese creciendo aceleradamente en un contexto de precios a la baja, más presión fiscal y competencia, en el que se estancaba la de Puerto Rico y otras Antillas, hasta superar 700 000 toneladas en la década de 1870. Sus ingenios se fueron dotando de las más modernas tecnologías,33 su rentabilidad les permitió obtener crédito34 y, como muestra el cuadro 1, intensificaron el uso de los caros esclavos. Aunque se importó mano de obra de España o China, fue sólo para completar su trabajo, que continuó siendo imprescindible. De hecho, hasta la abolición en 1886 fue imposible atraer inmigración suficiente para compensar el efecto demográfico del cese de la trata en 1872.35

Por las razones citadas, las investigaciones sobre Cuba a mediados del siglo XIX se centran en la industria azucarera, el ferrocarril, la esclavitud, mientras en Puerto Rico el periodo se ha estudiado poco. Abundan los análisis locales, algo común en su historiografía desde sus orígenes, tanto como la falta de trabajos que sinteticen y generalicen sus aportaciones.36 La historiografía cubana, en cambio, se distingue por su poca preocupación por lo local, seguramente debido al efecto unificador que la extensión progresiva de la industria azucarera tuvo en la isla, pues aunque en el siglo XIX ingenios y ferrocarriles se limitaron a su mitad occidental, en el XX colonizaron todo el territorio.

 

EL MERCADO LABORAL. MOVILIZACIÓN E INMIGRACIÓN

Los estudios más generales sobre economía de Puerto Rico a mediados del siglo XIX se centran en estudiar el trabajo. Entonces era ya una isla bastante poblada, lo que habría permitido reemplazar a los esclavos si se hubiese logrado movilizar la mano de obra. A ello se dedicaron los esfuerzos político–empresariales desde los años cuarenta, con medidas antivagancia, contra el sistema de los agregados o exigiendo pagar los impuestos en dinero, que se concretaron en el llamado sistema de la libreta, que obligaba a emplearse con un tercero a quien no poseyese tierra. Nada fue efectivo, empero, pues no se afrontaban radicalmente los problemas del mercado laboral insular.37

Los agregados y otros factores que antaño coadyuvaron al crecimiento puertorriqueño, parece que luego lo obstaculizaron. Se ha señalado como el más importante la inmigración que recibió la isla, escasa y selectiva. La procedente de España acaparó las actividades comerciales–crediticias, se integró poco (solía retornar pasado un tiempo) y remitía a la metrópoli los beneficios obtenidos en la colonia, lo que perjudicó las inversiones necesarias para modernizar los ingenios.38 Esto acabó provocando una polarización social que generó conflictos como la revolución de Lares (1868), que unió a elites y trabajadores criollos frente a los españoles, de los que dependían mercantil y financieramente.39 Estudios sobre otros inmigrantes señalan que también predominaron en las economías de ciertas zonas, pero no monopolizaron comercio y crédito y sin los privilegios que tuvieron los metropolitanos y con más dificultades para retornar a sus países se integraron mejor en Puerto Rico.40

Los problemas de la inmigración en Cuba fueron muy diferentes. Se diseñaron planes para españolizar y blanquear con ella la sociedad, más aún al comenzar la crisis del sistema esclavista por su referida vinculación con el sistema colonial, pero tuvieron poco éxito mientras duró la esclavitud, que determinaba las relaciones laborales y desincentivó a los potenciales inmigrantes, como prueba el hecho de que tras la abolición comenzasen a llegar masivamente.41

El predominio socioeconómico de los españoles en Cuba fue menor que en Puerto Rico, pues aunque el gobierno intentó después de 1830 reducir el poder logrado por los criollos durante el periodo de despegue azucarero y las guerras hispanoamericanas y aquellos acapararon cargos políticos, se integraron más en la sociedad y compartieron con la elite local el control de las principales actividades económicas, en las que reinvirtieron beneficios gracias a su rentabilidad. Además tuvieron mayor peso demográfico, sobre todo cuando la abolición permitió aprovechar todo el potencial migratorio cubano y comenzaron a llegar en masa. Entonces también empezaron a arribar al país otros migrantes, de tipo golondrina, de la metrópoli y el Caribe, para trabajar durante los meses de zafra, tras los cuales retornaban a su tierra.42

La inmigración ha generado muchos debates. Como ocurre con la esclavitud, infinidad de estudios analizan su contribución a la formación de la sociedad cubana. Algunos, en relación con ello, se ocupan del surgimiento del colonato azucarero, resultado de la transformación con que los ingenios afrontaron la abolición y que consistió en completar su mecanización, centralizarse horizontalmente y descentralizar la oferta de caña dejándola en manos de agricultores más o menos independientes, pues la propiedad o usufructo de la tierra eran más atractivos que emplearse por un salario para quienes habían sido esclavos y para atraer potenciales inmigrantes.43

 

ABOLICIÓN, PROLETARIZACIÓN Y MODERNIZACIÓN DE LA INDUSTRIA

Los debates anteriores están vinculados a las causas de la abolición. Aparte de los estudios citados que las analizan desde los propios esclavos,44 otros han intentado probar que su trabajo era más rentable que el asalariado, pero usando datos de jornales de un mercado de trabajo que no era libre, lo que invalida la posibilidad de emplearlos en un análisis contrafactual. Frente a esas tesis García–Mora y Santamaría demuestran que los ingenios siguieron empleando esclavos mientras fue posible y después no los reemplazaron con asalariados, sino mediante el citado proceso de transformación que dejó la oferta de caña en manos de colonos.45

Ya señalamos que tras la crisis de 1883–1884 la producción azucarera puertorriqueña disminuyó drásticamente. Frente a la caída de precios (véase gráfica 5) y el incremento de la competencia —la oferta mundial aumentaba 8%, la remolachera 14 (véase cuadro 2)— los principales productores, incluida Cuba, modernizaron sus industrias, completando el proceso de tecnificación del ingenio, que había comenzado a inicios del siglo XIX, y adoptando centrífugas. También indicamos que el edulcorante purgado con esa maquinaria desplazó rápidamente al resto del mercado internacional. Además, las exportaciones del Caribe español, debido al proteccionismo de los países europeos, se concentraban en Estados Unidos, donde surgía una industria refinadora que demandaba el dulce centrífugo y semielaborado, para acabar de depurarlo, y era protegida con una tarifa (arancel McKinley) en 1891.46

Pocos ingenios boricuas pudieron completar su modernización a finales del siglo XIX. Las investigaciones señalan la interacción de causas laborales y financieras, como el grado de proletarización rural, tema de controversia habitual entre quienes analizan la economía, y piensan que fue insuficiente, y quienes se ocupan de aspectos sociales y suelen defender lo contrario. El debate surgió con las obras de Sewart y Mintz, que renovaron las ciencias sociales en Puerto Rico con un enfoque antropológico y comparado y preocupado por los cambios en las estructuras, relaciones y vida sociocultural.47 Los estudios sobre las plantaciones, responsables de tales cambios, sin embargo, insisten en el fracaso de los proyectos de movilización de la fuerza de trabajo,48 y en que siguieron usando esclavos hasta la abolición en 1873, antes que en Cuba (1886), lo que se explica por la falta de alternativas, aunque la mano de obra africana no satisfacía la demanda de la industria azucarera debido a su escasez y carestía, y la supresión de la esclavitud empeoró aún más las deficiencias del mercado laboral.49

Sin analizar conjuntamente los problemas económico–laborales y socioculturales resulta imposible explicar los procesos históricos boricuas en el siglo XIX, los proyectos de movilización laboral, su fracaso, y que por ello las elites configurasen un imaginario confiriendo al jíbaro (campesino tradicional) un valor simbólico y representativo de lo más auténtico de Puerto Rico, pero a la vez necesitado de apadrinamiento y formación para cumplir ese papel y servir con su trabajo a los intereses productivos.50 En Cuba, el éxito de su modernización azucarera y la inmigración explican que ese papel se reservase al colono,51 no al guajiro, que predominaba en el agro insular y ha sido poco estudiado.52 En ambas islas, eso sí, se trató de hombres libres rurales, lo que según Mintz distingue al Caribe en América tanto como la plantación, la esclavitud o la diferente colonización europea.53

Martínez–Vergne prueba que la carestía del trabajo, debido a su insuficiente movilización, fue causa del fracaso del primer central abierto en Puerto Rico, a lo que Ramos–Mattei y otros autores añaden la ausencia de una política de incentivos, las dificultades de acceso al crédito por el parco desarrollo del sistema financiero y su control por los refaccionistas españoles,54 y la falta de infraestructuras. Ya señalamos que en 1891 se abrió el primer ferrocarril y en el siglo XIX sólo se tendieron unos pocos kilómetros en los litorales norte y sur, mientras en Cuba los centrales comenzaban a construir líneas industriales, que fueron el siguiente paso en su modernización.55

Aunque estos temas han sido poco investigados, seguramente debido a su dificultad, sabemos que la centralización de los ingenios cubanos, por sus expectativas de beneficios, no tuvo problemas para financiarse. Un sistema financiero más desarrollado e inversiones extranjeras completaron el tradicional crédito refaccionario;56 la inmigración y el colonato resolvieron los problemas laborales y la principal dificultad fue el acceso al mercado, que estaba en Estados Unidos, cuya política de reciprocidad comercial establecía altos aranceles y rebajas tan sólo para quienes ofreciesen reducciones similares en sus mercados.57 Con ese fin se firmó un tratado hispano–estadunidense en 1891 que, como muestra el cuadro 2, permitió a Cuba aumentar su producción de 640 000 a 1 100 000 toneladas de dulce, crecimiento que, además, era el único modo de rentabilizar la transformación de su industria azucarera y optimizar los rendimientos a escala de las nuevas tecnologías incorporadas. En 1895 el acuerdo no se renovó, el mismo año que estallaba un nuevo conflicto independentista, lo que seguramente explica que las elites criollas no fuesen tan incondicionales con España como en la de 1868–1878.

Si en Cuba los problemas ocasionados por la especialización azucarera produjeron aún más especialización, en Puerto Rico provocaron una relativa diversificación agraria. Ya señalamos que muchos recursos se desplazaron de la plantación cañera a la de café gracias a sus altos precios, a que no había dejado de cultivarse en el interior insular, donde tenía ventaja comparativa, y requería menos capital y trabajo.58 Fue relativa, sin embargo, pues cuando Estados Unidos ocupó el Caribe hispano tras intervenir en la guerra de independencia de Cuba (1898) el azúcar volvió a predominar en el agro boricua, se modernizaron sus ingenios y creció rápidamente su producción (véase gráfica 3). Debemos señalar que antes, sin embargo, durante los años de predominio del café, los mercados metropolitano y cubano fueron los principales destinatarios de las exportaciones boricuas.59 Esto significa que la relación colonial se tornó más convencional en su etapa postrera y ayuda a entender que ciertos autores sostengan que las elites criollas se mantuvieron fieles a España.60

 

CONCLUSIÓN CON CAMBIO DE SOBERANÍA

Una perspectiva comparada del desarrollo azucarero decimonónico y los grandes debates que ha generado ofrece nuevas perspectivas para entender la historia de Cuba y Puerto Rico. Muestra que ambas islas se incorporaron tarde a la llamada revolución azucarera, cuando una coyuntura favorable desde fines del siglo XVIII proporcionó los mercados para comprar esclavos y vender el dulce y una serie de medidas que reformaron sus economías y la relación colonial con España permitieron aprovecharla. Evidencia también que en el caso de la primera los demás factores productivos estaban preparados entonces para una fuerte y rápida expansión, mientras en el boricua dichas reformas fueron más determinantes y, por eso, al desaparecer las excepcionales condiciones del periodo anterior y los incentivos y encarecerse los africanos a partir de la década de 1840, su oferta se estancó mientras la cubana inició su fase de mayor crecimiento gracias a la construcción de ferrocarriles.

Al contrario de lo que se ha sostenido habitualmente, el caso puertorriqueño es más típico que el cubano. Al cesar la trata en la década de 1840 sufrió problemas similares a los de las vecinas Antillas, donde se abolía entonces la esclavitud, aunque hemos demostrado que al seguir disponiendo de esclavos, gracias a un uso más intensivo de su trabajo, su producción azucarera se estancó, pero no disminuyó.

A finales del siglo XIX se abolía progresivamente la esclavitud en Cuba. Sus ingenios iniciaban un proceso de transformación técnico–organizativa para mantener su competitividad y elaborar el azúcar centrifugado, como lo demandaba entonces el mercado. Una combinación de factores financieros y laborales y las mejores perspectivas que ofrecía el cultivo de café explican que esto no fuese posible en Puerto Rico y que su oferta de dulce, ahora sí, experimentase una fuerte contracción. En la Gran Antilla el problema, en cambio, fue de acceso al mercado, que estaba principalmente en Estados Unidos, mientras se mantuvo el colonialismo español no pudo garantizarse con acuerdos estables y era imprescindible para rentabilizar la inversión realizada en la modernización de los ingenios. La ocupación estadunidense en 1898 resolvió ese problema, como también reanimó la industria azucarera boricua y facilitó la modernización que antes no había sido posible.

 

FUENTES CONSULTADAS

Bibliografía

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Notas

1 Fuente, "Sugar", 2004, p. 133.

2 Empleamos Borinquen y Gran Antilla como sinónimos de Puerto Rico y Cuba.

3 Santamaría, Historia, 2005, pp. 17–26.

4 En Inglaterra el consumo creció de ocho a 18 libras per cápita entre 1770–1810, Deerr, History, 1950, t. II, p. 532.

5 En 1790 Cuba exportaba 500 toneladas de azúcar a Estados Unidos; en 1797, 9 000, y 32 000 en 1802, Moreno–Fraginals, Ingenio, 1978, t. III.

6 Véanse García, Haciendas, 2007, y Hernández, Desamortización, 1987.

7 Tras el inicio de su revolución se favoreció la inmigración francesa de Haití al Caribe español. Posteriormente se hizo lo mismo con los que huían de las guerras de independencia hispanoamericanas. Véanse Cifre, Inmigración, 1964; Scarano, Inmigración, 1981, y Sugar, 1984; Rosario–Rivera, Emigrantes, 1993; Sonesson, Catalanes, 1995 y Puerto, 2000, o Maluquer, Nación, 1992.

8 La oferta mundial de azúcar creció de 5 800 000 a 9 800 000 toneladas entre 1830 y 1845. La remolachera de 105 000 a 610 000. Los precios cayeron de 8.5 centavos por libra en 1825–1829 a 4.8 en 1840–1844 y se estabilizarían en esas cifras hasta los años sesenta (véanse gráfica 5 y cuadro 2).

9 Véase González–Ripoll et al., Rumor, 2004.

10 Entre 1840 y 1844 Cuba importó 43 000 esclavos por año; entre 1845 y 1849, 13 000, pero luego aminoraron las dificultades para la trata y entre 1850 y 1855 se introdujeron 39 000; 66 000 entre 1855 y 1859, y 78 000 entre 1860 y 1864. Lavalle, Naranjo y Santamaría, América, 2002, p. 176.

11 En 1838 los aranceles para las mercancías extranjeras aumentaron 19% si eran transportadas en barcos españoles y 29% en caso contrario. Díaz–Soler, Puerto, 1994, p. 501.

12 Véase la introducción de Santamaría y García–Mora a Cantero, Ingenios, 2005.

13 El resultado se aprecia en los costos de producción, que en 1845 eran 25% mayores que en Cuba. Curet, "About", 1985.

14 Hasta la generalización del centrifugado, los ingenios obtenían una masa cónica depurada por deposición en hormas de la que se extraían hasta 16 clases de azúcar de diferente pureza.

15 Bergad, Coffee, 1983.

16 Véanse O'Reilly, "Memoria", 1946; Abbad y Lasierra, Historia, 2005; Morales–Carrión, Puerto, 1995; Ortiz, Eighteenth, 1983; Sonesson, Puerto, 2000; Díaz–Soler, Historia, 1953, o Ramos–Mattei, Azúcar, 1982.

17 Véanse Friedlaender, Historia, 1944; Le Riverend, Historia, 1985; Marrero, Cuba, 1973–1993, o Moreno–Fraginals, Ingenio, 1978.

18 Véanse Gutiérrez–Arroyo, Reformismo, 1953; Gil–Bermejo, Panorama, 1970; Rosario–Rivera, Real, 1995, o Santamaría, "Reformas", 2005.

19 Véanse Sonesson, Real, 1990; González–Vales, Textos, 2001, o Santamaría, "Crecimiento", 2008.

20 En el siglo XIX el este de Cuba nunca produjo más de 10% del azúcar insular, Moreno–Fraginlas, Ingenio, 1978, t. III.

21 Scarano, "Población", 1986.

22 Estimaciones basadas en datos propios aún no publicados sobre inversiones en ingenios.

23 Véanse Eizaguirre, Sistemas, 1974; Moscoso, "Economía", 1999; Feliciano, "Contrabando", 1991; Dávila, Inmenso, 1996, o Sonesson, Puerto, 2000.

24 Sánchez–Tarniella, Economía, 1973; Dietz, Historia, 1989; Diego, "Puerto", 1986. Véanse también Santamaría, Historia, 2005; Mejías, Apuntes, 1974, y Jesús, Historia, 1982.

25 Córdoba, Memorias, 2001, y Flinter, Account, 1834. Contra la benignidad de la esclavitud argumentan autores como Mathews, "Question", 1974. Para las rebeliones y otras formas de resistencia esclavas véanse Baralt, Esclavos, 1981; Nistral–Moret, Esclavos, 1984; Ramos–Mattei, Azúcar, 1982; Solano y Guimerá, Esclavitud, 1990, o Moreno–Fraginals et al., Between, 1985.

26 Véanse Cantero, Ingenios, 2005; Pérez de la Riva, Barracón, 1987, o Ibarra, "Crisis", 1986.

27 En la nota 10 se detallan las cifras de la trata.

28 Santamaría y García–Álvarez, Economía, 2004, cap. 2.

29 Véanse Bahamonde y Cayuela, Hacer, 1992, o Santamaría y Naranjo, "98", 1999.

30 Aparte de las obras ya citadas véanse Instituto de Historia de Cuba, Historia, 1994; Corwin, Spain, 1968; Knight, Slave, 1974; Murray, Odious, 1980; Tornero, Crecimiento, 1996, o Torres–Cuevas y Reyes, Esclavitud, 1986, y para la visión de los esclavos y sus luchas García, Esclavitud, 1996; Scott, Slave, 1985, o Stolcke, Racismo, 1992.

31 Diego, "Puerto", 1986, pp. 155–182.

32 Véanse Santamaría, "Ferrocarriles", 1994; "Cuba", 1998, y "Ferrocarril", 1998, o Zanetti y García–Álvarez, Caminos, 1987.

33 Véanse Bergad, Cuban, 1990; Deerr, History, 1950; Ely, Cuando, 2005; Goizueta–Mimo, Azúcar, 1974; Moreno–Fraginals, Ingenio, 1978, o Santamaría, Azúcar, 2002, además de las fuentes publicadas, que no es posible mencionar aquí, pero en buena parte están recopiladas en García–Álvarez y García–Mora, Textos, 1998, selección disponible también para Puerto Rico en González–Vales, Textos, 2001.

34 Véanse Iglesias, "Azúcar", 1980, o Roldán, Banca, 2004.

35 Véanse Naranjo y García, Racismo, 1996; Paz y Hernández, Esclavos, 1992, o Pérez de la Riva, Historia, 1975.

36 Para la extensa bibliografía local y sobre haciendas, véase Santamaría y García–Álvarez, "Historia", 2005.

37 Gómez, Organización, 1970, y Picó, "Jornaleros", 1982.

38 Véanse Cubano, Puente, 1993; Sonesson, Catalanes, 1995, o Bergad, Coffee, 1983.

39 Bergad, Coffee, 1983, y Camuñas, Hacendados, 1991.

40 Véase, por ejemplo, Luque, Presencia, 1982.

41 Casanovas, Pan, 2003.

42 Sobre la inmigración véanse Maluquer, Nación, 1992; Naranjo, "Análisis", 1984, o Naranjo y García, Racismo, 1996, y sobre la elite socioeconómica y los españoles en ella, Bahamonde y Cayuela, Hacer, 1992, Macavoy, Sugar, 2003, o Rodrigo, Marqueses, 2000. Para una visión global de crecimiento cubano, finalmente, véase Fraile y Salvucci, "Caso", 1993.

43 Véanse Naranjo y García, Racismo, 1996; Naranjo y Santamaría, "España", 2000, pp. 161–196; Santamaría y García–Mora, "Colonos", 1998, pp. 131–161, o García–Mora y Santamaría, "Ingenios", 2002, pp. 165–196.

44 Scott, Slave, 1985, o García, Esclavitud, 1996.

45 Sobre las causas de la abolición véanse Cepero, Azúcar, 1947; Moreno–Fraginals, Ingenio, 1978; Barcia, Burguesía, 1987; Moreno–Fraginals et al., Between, 1985, o Piqueras, Azúcar, 2002; para su rentabilidad Bergad, Cuban, 1990, y García–Mora y Santamaría, "Ingenios", 2002, y acerca del colonato, además de los estudios ya referidos, Ayala, American, 1994; Dye, Cuban, 1998; Guerra, Azúcar, 1970; Iglesias, Ingenio, 1998; Ortiz, Contrapunteo, 1973; Santamaría, Azúcar, 2002, o Venegas, "Proceso", 1995.

46 Eichner, Emergence, 1969, y Mullins, "Sugar", 1964.

47 Stewart et al., People, 1956, y Mintz, "Cañamelar", 1956.

48 Véase, por ejemplo, Bergad, "Comparative", 1984.

49 Véanse García, "Economía", 1989, pp. 855–879; Nistral–Moret, "Problems", 1985, pp. 141–157; Negrón–Portillo y Mayo–Santana, Esclavitud, 1992; Mayo–Santana et al., Cadenas, 1997, o Kinsgbruner, Pure, 1996, y los estudios más generales de Morales–Carrión, Proceso, 1974, o Moreno–Fraginals et al., Between, 1985.

50 Véanse Blanco, "Mito", 1959; Crist, "Sugar", 1948; Martínez–Carrera, "Attitudes", 1979, o Scarano, "Jibaro", 1997.

51 Santamaría, "Economías", 2006, pp. 167–180.

52 Véanse Iglesias, "Tierra", 1991; Naranjo y García, Racismo, 1996, o Fernández–Prieto, Cuba, 2005.

53 Véanse Mintz, "Caribbean", 1967, o Caribbean, 1974.

54 Véanse Martínez–Vergne, Capitalism, 1992; Ramos–Mattei, Hacienda, 1981, y Sociedad, 1988, o Gayer et al., Sugar, 1938, y sobre el crédito Szászdi, "Credit", 1962–1963, o Santiago, Crédito, 1989.

55 Santamaría, "Ferrocarril", 1998.

56 Fernández, Encumbered, 2001, y Roldán, Banca, 2004.

57 Jenks, Cuban, 1928, y Zanetti, Comercio, 1998.

58 Véanse Marínez–Fernández, "Sweet", 1993, y Torn, 1994; Picó, Amargo, 1981; Bergad, "Agrarian", 1978, o Coffee, 1983.

59 Maluquer, "Mercado", 1974, pp. 322–374.

60 Cubano, Hilo, 1990.

 

Información sobre el autor

Antonio Santamaría García: Doctor en Historia e investigador de la Escuela de Estudios Hispano–Americanos del CSIC (Sevilla, España). Es especialista en historia contemporánea de América Latina, sobre todo en historia económica, empresarial y de la industria azucarera del área del Caribe y Cuba. Entre sus publicaciones destacan, entre otras, Historia de los ferrocarriles de Iberoamérica, 1837–1995, Madrid, CEHOPU, 1998; Sin azúcar no hay país. La industria azucarera y la economía cubana, 1919–1939, en coautoría con Jesús Sanz, Sevilla, Universidad de Sevilla/Escuela de Estudios Hispano–Americanos/CSIC/ Diputación de Sevilla, 2002; La América española (1763–1898). Economía, Madrid, Síntesis, 2002; Economía y colonia. La economía cubana y la relación con España, 1765–1902, en coautoría con Bernard Lavalle y Consuelo Naranjo, Madrid, CSIC, 2002, e Historia económica y social de Puerto Rico (1750–1902). Bibliografía y fuentes publicadas (1745–2002) y balance, en coautoría con Alejandro García–Álvarez, Madrid, Fundación MAPFRE Tavera, 2005.

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