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América Latina en la historia económica

versión On-line ISSN 2007-3496versión impresa ISSN 1405-2253

Am. Lat. Hist. Econ  no.28 México jul./dic. 2007

 

Reseñas

 

Enrique Semo,
Los orígenes. De los candores y recolectoras a las sociedades tributarias, 22000 a.C.-1519 d.C
.,
México, UNAM/Océano, 2006

 

Es este un libro que la mayoría leeremos con ojos de "recién llegados" al tema. Por tal motivo, a continuación apuntaré algunas de las características del que es el primer volumen de la ya completa colección Historia Económica de México, coordinada por el propio Enrique Semo.

Después de un capítulo sobre el método de estudio y las fuentes para el análisis de aquellos años, Semo procede a mostrar una serie de características de las sociedades cazadoras-recolectoras.

De manera inicial, mujeres y hombres llegan a México en una fase muy avanzada de su evolución como homo sapiens. En segundo lugar, estaban organizados en comunidades de cazadores-recolectoras que no conocían la agricultura. Estos grupos se movían frecuentemente de lugar, según fuentes de abastecimiento y ciclos naturales. Las comunidades eran muy pequeñas y estaban integradas con base en unidades reproductivas (familiares). Hacían uso de utensilios diversos que servían para una gama de actividades productivas, de transporte y consumo. En tercer lugar, a lo largo de milenios la tecnología evolucionó, particularmente en lo referente a la domesticación de plantas, fabricación de herramientas y construcción de viviendas. El autor concluye que, como se requería baja densidad poblacional, existían factores, conscientes y no, que limitaban el crecimiento de la población. Por último, este tipo de vida se sostiene aun después del desarrollo de civilizaciones mesoamericanas. A pesar de su nomadismo, se crean formas de organización social y política relativamente avanzadas.

A pesar de que en algunos casos el estudio de la economía de aquellos milenios se basa en evidencias del presente, un aspecto que destaca del segundo capítulo es la atención que el autor pone a aspectos como la participación e importancia de la mujer en la supervivencia de los grupos nómadas, toda vez que -como queda bien claro por el peculiar título del capítulo- aquellas comunidades se alimentaban más de la recolección que de la caza. Llama la atención también el recurso de una serie de nuevos descubrimientos sobre el relativamente elevado nivel de vida de los grupos nómadas, lo que contradice la leyenda negra que sobre ellos desató el pensamiento europeo de nuestros siglos pasados.

De igual modo interesante es la caracterización que Enrique Semo hace de la visión que tienen los grupos nómadas respecto al territorio, sus fuentes de subsistencia, la naturaleza y en general el mundo material que los rodea. En este segundo capítulo Semo presenta las evidencias de los antropólogos, etnógrafos, etnólogos, etc., para luego pasar a los testimonios de la arqueología. Esto permite concluir que para el periodo estudiado la interdisciplinariedad es fundamental, A nosotros los historiadores de los periodos moderno y contemporáneo nos queda mucho por aprender de quienes estudian el mundo antiguo.

La revolución agrícola, a mi parecer más importante que la revolución industrial, es abordada por Enrique Semo a través de los más actuales testimonios arqueológicos. De esta manera nos narra cómo los cazadores-recolectoras fueron adoptando patrones de sedentarismo, evidentes en la domesticación de diversas plantas y la elaboración de implementos que bien indican que el trabajo no sólo tenía como fin la subsistencia, sino que también se aplicaba de forma incipiente a la inversión/formación de capital.

El proceso del recolector absoluto al agricultor absoluto fue muy largo. Así, observamos una forma de agricultura en el caso de los cazadores-recolectoras que tardó mucho en convertirse en la agricultura que veremos milenios después.

El advenimiento de la agricultura (ya como tal fue hacia los años 1300 a. C.-500 a. C. o sea, hace 2 500 o 3 000 años) produce asentamientos humanos mayores, toda vez que la actividad económica y los nuevos cambios tecnológicos pueden sostener una concentración mayor de personas. Así, en aquellos años aparecen técnicas para sembrar, almacenar agua, el intercambio entre zonas ecológicamente complementarias, la construcción de casas y almacenes. En otras palabras, hacia el año 1000 a. C. aparece el ahorro, la inversión/formación de capital, la desigualdad en la comunidad y la aparición del gobernante.

Inscrito en el cambio tecnológico que significó la agricultura se halla la domesticación del maíz y sus complementos para una dieta casi balanceada (chile y frijol). Estas innovaciones, que implicaron muchos cientos de años, fueron las que permitieron que Mesoamérica sostuviera una de las grandes civilizaciones de la humanidad.

En un planteamiento muy didáctico, Enrique Semo se pregunta cuáles son las explicaciones más profundas (menos reduccionistas) de la aparición de la agricultura. La explicación que nos da se basa en factores ecológicos, demográficos, de adaptabilidad a los distintos ecosistemas, aspectos propios de la cultura de aquellas mujeres y hombres, la plena lógica que dice que una persona y un animal tienden a quedarse en donde se encuentran más a gusto y las posibilidades de producir alimentos son mayores, e incluso en una teoría cercana a la planeación estratégica con fundamento en la selección natural.

Lo cierto es que aquellas primeras sociedades agrícolas eran menos desiguales que las que se verían posteriormente. De manera sencilla, Semo explica que esto era así porque se trataba de una sociedad (basada en la familia) que producía para el autoconsumo; cuando esto se cumplía, se dejaba de producir, se dejaba de trabajar; no se continuaba trabajando para acumular (quizá un resabio de la vida nómada).

El advenimiento de la tribu (a diferencia de la banda) durante la era de la agricultura marca un cambio en las relaciones sociales de individuos y familias, relaciones que se fundan en la reciprocidad, que en cierta forma mitiga la anarquía y hace innecesaria la presencia del cacique o del Estado como monopolio de la violencia. Esta, por cierto, aparece cuando se hacen presentes una serie de necesidades comunes a la tribu (guerra, irrigación, construcciones y redistribución de la producción).

Aunque no fue fácil, de ahí sólo quedó un paso para el establecimiento de las sociedades tributarias, aspecto que Semo relata en su cuarto capítulo.

Entre los años 1200 y 1000 a. C. se comienza a desarrollar en Mesoamérica la sociedad compleja que conocieron los conquistadores españoles. Este tipo de sociedades (tardías respecto a Egipto, Sumeria, China e India) revisten una serie de características; de entre ellas, las relacionadas con los cambios económicos y tecnológicos, así como con la estratificación social. Una de sus consecuencias fue la transición de la aldea a la ciudad ceremonial, cambio que se dio en un tiempo relativamente corto.

En aquella época aparecen los olmecas y sus centros ceremoniales, que muestran la existencia de un Estado que no sólo ejerce la violencia, sino que también es producto de la hegemonía y la ideología.

Los primeros 1 000 años de nuestra era corresponden a lo que llamamos el periodo clásico. Todos conocemos las características de aquellos años, sobre todo en materia de construcción de templos y pirámides, jeroglíficos, calendarios. En el ámbito social, se agudizan las diferencias y se hace presente una clase dominante poderosa y controlada por sacerdotes. El ejemplo más grande e importante fue sin duda Teotihuacan, imperio que sostiene un esplendor clásico gracias a su sistema tributario, comercial y, consecuentemente, de dominio militar.

Igualmente grandioso fue el asentamiento maya, con sus sabios científicos. Ahora sabemos que se sostuvo de complejos sistemas de sembradío más allá de la agricultura maicera de roza. En esta misma categoría debemos incorporar la cultura zapoteca de Monte Albán, Oaxaca y otras del hoy estado de Veracruz.

Mediante la revisión de estudios recientes, Enrique Semo da cuenta de lo que se conoce (o conjetura) alrededor del esplendor clásico mesoamericano, que se puede resumir en cambios tecnológicos y aparición de instituciones poderosas (el Estado) capaces de organizar el trabajo de grandes grupos poblacionales.

Por razones aún no muy claras, las culturas del clásico se colapsan. Se tiende a explicar la aparición del posclásico (del año 1000 d. C. a la llegada de los españoles) como consecuencia de "invasiones bárbaras" (i. e. chichimecas). Viendo cómo actúan en la actualidad los imperios, resulta bastante sugerente el proceso que va del esplendor económico del imperio a la invasión bárbara provocada por hambre y de ahí a la paranoia del imperio, que se refleja en una militarización excesiva.

Probablemente a consecuencia de un fundamentalismo religioso exacerbado, los mexicas fueron tanto estos "invasores bárbaros" del posclásico como los creadores del Estado militar más poderoso que haya conocido Mesoamérica desde entonces.

Los últimos dos capítulos del libro se concentran en la actividad económica mesoamericana del posclásico, específicamente de los mexicas. Como es de suponer, la mayor ponderación se da en el ámbito de la agricultura, cuyos cambios tecnológicos, ante la carencia de bestias de carga y el no uso de la rueda, fueron en cuestiones de irrigación, abono, organización del trabajo y adaptación a la biodiversidad. En este sentido, Semo describe los dos sistemas de sembradío de los campesinos prehispánicos: la roza y el labrado. En lo que respecta al abono, este permitió el uso más intensivo de la tierra, lo cual elevó su productividad. También se describen los instrumentos de labranza, las técnicas de irrigación, las muy productivas chinampas y las prácticas de recolección/caza, elementos todos que, como el método de cultivo, denotan ya una forma de estratificación social y presencia de un Estado regulador del trabajo.

Y es precisamente la presencia de un grupo dominante lo que lleva a la existencia del tributo y a la necesidad del campesino de producir más allá de su propia subsistencia. De ahí la presencia del ahorro (privado y público), la inversión (templos y palacios) y la producción para el mercado. De esta última destaca, por supuesto, la manufactura (en concreto los trabajos en obsidiana, la cerámica, los textiles, una incipiente metalurgia y la fabricación de armas y artículos suntuarios). Todo esto es descrito por el autor en los últimos capítulos.

Un elemento distintivo de la complejidad que adquiere la civilización de Mesoamérica en el posclásico es la actividad comercial. Semo dedica varias páginas a la descripción y análisis del trabajo y la posición social de los tlahuecuilos y pochtecas. También relata la importancia del muy antiguo y muy mexicano tianquitzli El desarrollo de la actividad comercial prehispánica, sobre todo la mexica, muestra el elevado grado de sofisticación adquirido por las sociedades mesoamericanas, en el sentido de que, sin medios de transporte eficientes, se logró la construcción de mercados específicos en zonas alejadas. Ello requirió de la presencia de algún tipo de moneda o de una forma muy compleja de trueque, inscrita en una economía natural que aún espera de estudios basados en evidencias empíricas.

En su epílogo, Semo plantea las posibilidades de aplicar un esquema de análisis sobre los modos de producción (específicamente feudal y asiático o tributario) al estudio de la economía mexica. Más y mejores análisis basados en la evidencia y la aplicación de múltiples disciplinas podrán constatar si estos modelos pueden explicar con mayor certitud el comportamiento de una economía precapitalista como la de los antiguos mexicanos.

El libro de Enrique Semo se lee con gusto y es una aportación importante al conjunto de libros de historia económica, aportación que será apreciada tanto por profesores como por estudiantes. Para un público más especializado, estoy seguro de que abre nuevas vías de investigación.

Para mí, más que nada, significó el redescubrimiento de un tema que hacía muchos años había abandonado. Agradezco a Enrique Semo la publicación de este volumen y lo felicito por tan interesante trabajo.

Luis Jáuregui
Instituto Mora

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