SciELO - Scientific Electronic Library Online

 
vol.20 número62Pornografía y subversión: una aproximación desde la teoría de género de Judith ButlerEducar en la sociedad contemporánea: Hacia un nuevo escenario educativo índice de autoresíndice de materiabúsqueda de artículos
Home Pagelista alfabética de revistas  

Servicios Personalizados

Revista

Articulo

Indicadores

Links relacionados

  • No hay artículos similaresSimilares en SciELO

Compartir


Convergencia

versión On-line ISSN 2448-5799versión impresa ISSN 1405-1435

Convergencia vol.20 no.62 Toluca may./ago. 2013

 

Artículos científicos

 

Las raíces socioestructurales del terrorismo fundamentalista islámico

 

The socio-structural roots of fundamentalist Islamic terrorism

 

Antonio J. Romero-Ramírez* y Yolanda Troyano-Rodríguez**

 

* Universidad de Granada, España. Correo electrónico: aromeror@ugr.es

** Universidad de Sevilla, España. Correo electrónico: ytroyano@us.es

 

Recepción: 01 de junio de 2010.
Aprobación: 07 de diciembre de 2011.

 

Abstract

Islamic fundamentalist terrorism is not a monolithic phenomenon, as its protagonists have been multiple and varied actors. In spite of its diversity, the roots of this phenomenon can be found in the very historical background of arab-muslim countries, and in the political, social and economic structure of these societies. It is then necessary to analyze this entire series of variables, in order to interpret the role and the effectiveness of islamic fundamentalist terrorism in the world today.

Key words: terrorism, islamism, fundamentalism, arab-muslim.

 

Resumen

El terrorismo fundamentalista islámico no es un fenómeno monolítico, ya que es protagonizado por múltiples y variados actores. A pesar de su diversidad, este fenómeno hunde sus raíces en la propia trayectoria histórica de los países árabe-musulmanes, y en el tipo de estructura política, social y económica de estas sociedades. El análisis de dicha serie de variables es indispensable para poder interpretar el papel y la eficacia del terrorismo fundamentalista islámico en el mundo actual.

Palabras clave: terrorismo, islamismo, fundamentalismo, árabe-musulmán.

 

Introducción

Desde las postrimerías del siglo pasado, el mundo no sólo viene experimentando drásticos cambios sociales, económicos, políticos y culturales, sino también niveles de terror hasta entonces inusitados. La caída oficial del comunismo y la emergencia de una realidad económica globalizada parecían brindar la oportunidad de establecer una nueva dinámica de las relaciones internacionales, que contribuyese a disipar, o al menos a aminorar, las diferencias abismales existentes en el reparto de las riquezas entre unas zonas y otras del planeta, así como a propagar la idea de la democracia y a universalizar el respeto a los derechos humanos.

Sin embargo, la bipolaridad de antaño ha dado paso a un mundo unipolar, donde predomina, absolutamente, en el ámbito económico, político y militar la gran superpotencia vencedora de la etapa de la Guerra Fría: Estados Unidos. En este sentido, ese gran poderío norteamericano no va a ser contrarrestado por ningún otro poder global, ya que, entre otros organismos internacionales, la ONU viene mostrándose anacrónica, endeble e inoperante en este "nuevo" orden mundial.

El desorden y el caos generados por la globalización (Taibo, 2003) y la decidida política imperialista puesta en práctica por los sucesivos gobiernos norteamericanos, que culminó, incluso, con la invasión de un Estado soberano, como era Irak (Martín Muñoz, 2003; Ramonet, 2005), han ahondado las diferencias seculares entre los países desarrollados y los que se encuentran aún en vías de desarrollo, y han provocado, sobre todo, el uso habitual de uno de los métodos de protesta más dantescos y extremadamente violentos que existen, el terrorismo. Es así como la reciente ola de terror expandida, fundamentalmente, desde el mundo árabe-musulmán hacia Occidente hunde sus raíces en una serie de factores de carácter psicosocial (De la Corte et al., 2007; Romero, 2007a, 2007b; Romero y Durán, 2010), en la propia trayectoria histórica de estos países, en la estructura política, social y económica de estas sociedades, y, en definitiva, en la superestructura ideológica y religiosa predominante en dichas culturas (Romero, 2007a, 2007c; Romero y Durán, 2010).

El análisis de toda esta serie de variables es indispensable para interpretar el papel y la eficacia del terrorismo fundamentalista islámico1 en el mundo actual. Pero en este trabajo —esencialmente por razones de espacio— sólo vamos a considerar los factores históricos, políticos, sociales y económicos que se encuentran en la base de este fenómeno, la relación de algunos Estados en la promoción y desarrollo del mismo, y las modalidades que presenta; finalizando nuestra exposición con una serie de conclusiones.

No obstante, este trabajo vendría a complementar a otro anterior, publicado en Convergencia Revista de Ciencias Sociales (año 17, número 54, 2010) con el título de Islam y Terror. En las páginas 55-59 de dicho texto se abordan, con mayor profundidad, el concepto y las características generales de las organizaciones terroristas, unos aspectos que no habrían sido tratados, expresamente, en este trabajo, sobre todo por razones de espacio.

 

Causas históricas, políticas, sociales y económicas

En el mundo hay 47 países de mayoría musulmana, tan sólo once celebran elecciones que pueden considerarse democráticas, y ninguno de ellos es árabe (Karantnycky, 2002). Es más, ni uno solo de los regímenes árabe-musulmanes del norte de África y Oriente Medio es plenamente democrático. Aunque las constituciones de muchos de estos países reconocen, formalmente, el respeto a la democracia y a los derechos humanos, la realidad es muy distinta.

Existen parlamentos y se celebran elecciones, pero el Poder Ejecutivo suele controlar y abortar el funcionamiento libre y democrático de las otras instituciones del Estado. Se coartan los derechos de expresión y asociación e, incluso, suele ser frecuente la represión, mediante cárcel, tortura y desapariciones, no sólo de la oposición política radical y violenta, sino también de la moderada. Estas sociedades viven, pues, una ficción democrática, o al menos no disfrutan de la democracia al modo occidental. "[...] La legitimidad de esos gobiernos [estaría] basada en vínculos clientelares, de tradición, o de simple sumisión" (Jordán, 2004: 69).

Sin embargo, la situación de tiranía vivida por la mayoría de los países árabe-musulmanes deriva, en gran medida, de la propia trayectoria histórica que les ha sido impuesta por las potencias extranjeras. Concretamente, en la zona de Oriente Medio, desde mediados del siglo XIX, éste perderá el control de su historia, que pasará a manos de Europa, los intereses de estas poblaciones quedarán supeditados a los de las potencias extranjeras, y éstas irán consolidando, progresivamente, su dominio de toda la región.

Ya en el siglo XX, Europa impone la construcción artificial del mapa geográfico de Oriente Medio, lo que acabará por condicionar el turbulento y traumático devenir histórico de todos los pueblos de esa región. Europa ignoraba así la idiosincrasia y los intereses legítimos de estas personas, creó élites superficiales fácilmente manipulables, y sólo tuvo en cuenta la explotación inmediata de estos territorios, en los que ya empezaba a aflorar el petróleo. Para justificar su empresa colonial, los europeos adujeron que asumían la misión civilizacional de crear un Oriente Medio ex nihilo poblado por beduinos primitivos y comunitarismos arcaicos, incapaces del autogobierno. Pero en toda esa zona,

[...] las ciudades, los pueblos y las comunidades religiosas y étnicas contaban con modos seculares de administración, arbitraje y gobierno, que el nuevo sistema internacional despreció e ignoró, calificándolos de obstáculos para la modernización y para la construcción de Estados-nación de acuerdo con el pensamiento europeo. Sin embargo, esa modernidad jacobina no era en realidad más que la cobertura de la imposición de clanes y élites particulares creadas como instrumento de gobierno hegemónico sobre la pluralidad de identidades que en esa región existía (Martín Muñoz, 2003: 10).

Tras la Primera Guerra Mundial, y la celebración de las Conferencias de Londres y San Remo en 1920, Francia y Gran Bretaña acordaron el reparto definitivo de dichos territorios y la constitución de un Sistema de Mandatos. Una situación que sería recogida por el Tratado de Sevres entre Turquía y los aliados en agosto de 1920, y asumida por la Sociedad de Naciones. Siria y Líbano quedaron bajo la tutela y la influencia francesa, mientras que los británicos ejercieron su control sobre Palestina, Transjordania, Kuwait, Bahrein, Qatar, Omán e Irak.

No obstante, la mayoría de los pueblos árabes de la región mostraron su rotunda oposición al Sistema de Mandatos, tras constatar que se habían librado del dominio otomano para seguir siendo sometidos a una nueva dominación extranjera franco-británica, percibiendo, además, una nueva y grave amenaza: el compromiso de los británicos con los sionistas. La nación árabe proyectada, independiente y unida, acabó por transfigurarse en diversas naciones árabes, separadas entre sí.

La división del mundo árabe quedaba así consumada. Los árabes, sin embargo, se sintieron traicionados y manipulados por los aliados, extendiéndose entre ellos un inmenso sentimiento de frustración y cólera, que iba a evidenciarse en las encarnizadas luchas posteriores por la independencia y la unidad, marcando al nacionalismo árabe hasta nuestros días.

La constitución de los países árabe-musulmanes como Estados independientes no los ha librado desde entonces de la intromisión en sus asuntos internos y la tutela permanente de Occidente. Los británicos, por su parte, accedieron a la independencia de sus colonias, pero no han dejado de vigilar la vida interna de las mismas. En ello ha consistido, básicamente, la política exterior de Estados Unidos en la zona, desde que este país emergió como gran superpotencia tras el final de la Segunda Guerra Mundial.

En virtud de la doctrina de la seguridad nacional y de sus intereses estratégicos, Estados Unidos ha promocionado por doquier infinidad de golpes de Estado y algunos de los regímenes más tiránicos y abyectos de la Historia (Ramonet, 2005: 60-61). Por ello, a los ojos de amplios sectores del mundo árabe, Estados Unidos es corresponsable de las calamidades y represión vividas en sus respectivas sociedades.

Además, Estados Unidos viene amparando, sistemáticamente, la política beligerante del enemigo secular del mundo árabe, el estado de Israel. Éste fue creado en 1948 en pleno corazón de Palestina, y desde hace 35 años desafía a la ONU, al poseer armas de destrucción masivas (biológicas, químicas y nucleares) y ocupar militarmente, desde 1967, territorios árabes (Reinhart, 2004).

De modo que una generación de nacionalistas árabes va a colocar entre sus prioridades el logro del equilibrio estratégico y armamentista con Israel. Gamal Abdel Nasser fue la cabeza visible del panarabismo, una ideología que, dados los elementos comunes (históricos, culturales, sociales y económicos), propugnaba la unidad política de todos los pueblos árabes.

Ello les otorgaría un gran poder colectivo, y contribuiría a la unidad moral entre el pueblo y su gobierno. El socialismo fue otro de los rasgos distintivos de este nacionalismo popular panarabista, y ello propició el control de todos los recursos por parte del Estado. Otro líder nacionalista fue Saddam Hussein, quien durante mucho tiempo contó con las simpatías y los favores de Occidente.

En general, el mundo occidental alimentó su imaginario de potencia militar expansionista, y le brindó su apoyo en contra del régimen de los ayatolás instaurado por Jomeini en Irán en 1979. Estados Unidos e Israel aprovecharon, sin embargo, la ocasión para poner en práctica un doble juego, consistente en vender también armas de contrabando a Irán (Irangate) (Ramonet, 2005: 73), y, de este modo, las dos grandes potencias militares, demográficas y petrolíferas de Oriente Medio, en las que Israel veía una amenaza para su seguridad, acabarían por destruirse, como así ocurrió.

Tres años después del final de la guerra contra Irán, en 1991, Saddam Hussein emprende una nueva aventura expansionista, la invasión de Kuwait. Pero en esta otra ocasión Occidente, en general, y los Estados Unidos, en particular, no estaban dispuestos en modo alguno a que se rompiesen los equilibrios geopolíticos de la zona o a que se jugase con algo tan crucial para sus intereses económicos como es el petróleo.

Saddam Hussein dejó de ser así "amigo" de Occidente y se convirtió en una figura satanizada y demonizada por esa misma propaganda occidental. Tras la Guerra del Golfo, y por mandato de la ONU, Irak fue sometido a un intenso y prolongado embargo económico, que generó indecibles calamidades en la población, pero no provocó la caída del dictador.

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y, sobre todo, el renovado espíritu imperialista alentado por los sectores más duros y reaccionarios de la política norteamericana (Ramonet, 2005), una vez que, tras el final de la etapa de Guerra Fría, Estados Unidos se ha convertido en la potencia hegemónica a escala global, les lanzan, junto a sus fieles aliados británicos, al amanecer del 20 de marzo de 2003, a iniciar su "guerra preventiva" contra Irak (Rodrigues et al., 2005; Romero, 2007d). Bush, los halcones que le rodeaban y sus aliados británicos decidieron actuar contra la ley, la moral, los derechos humanos y el derecho internacional. Pero, como es de sobra conocido, la invasión de Irak "[...] se desencadenó para apoderarse de [su] petróleo... y remodelar Oriente Próximo en un sentido favorable a los intereses estratégicos de Estados Unidos, y para garantizar mejor, a largo plazo, la seguridad de Israel. Las armas [de destrucción masiva] y los vínculos con Al-Qaeda sólo eran pretextos" (Ramonet, 2005: 76).

Así, pues, durante décadas, los continuos desafueros, los abusos y atropellos permanentes protagonizados o propiciados por Estados Unidos en contra del mundo árabe-musulmán han ido generando, progresivamente, entre sus víctimas una gran ola de resentimiento hacia sus representantes y, por extensión, hacia la propia población norteamericana, colocándola en el punto de mira del terrorismo fundamentalista islámico. Estos sentimientos de odio y rencor también se han trasladado al mundo occidental en general, y, en particular, hacia quienes son copartícipes o condescendientes con la política exterior norteamericana en el mundo árabe-musulmán. No obstante, la responsabilidad de Occidente sobre la mala situación de estos países ha sido magnificada, oportunamente, por la propaganda oficial, ya que, al culpar a Occidente y a los judíos de todos los males que aquejan al mundo árabe, los gobernantes tratarían de desviar la atención de las problemáticas internas de sus sociedades. En este sentido, Bin Laden afirmaba en 1996: "[...] El pueblo del islam ha sufrido la agresión, la vergüenza y la injusticia impuesta por la alianza sionista-cruzada y sus colaboradores..." (citado por Jordán, 2004: 86).

Precisamente, la carencia de libertades políticas e individuales, y el estado de corrupción generalizado, suelen ser los principales motivos de reproche de la oposición islamista hacia sus respectivos gobernantes. Ello les ha supuesto la represión, la cárcel, la tortura o el exilio, pero no ha evitado que amplios sectores de la población esperen más de ellos que de un gobierno de dudosa legitimidad.

Los movimientos islamistas han creado, asimismo, una extensa red asistencial, que atiende las necesidades de la población con más eficacia que el propio Estado, y suelen estar presentes en las universidades, los sindicatos y en las asociaciones de la más diversa índole; acaparando así un importante respaldo social, traducido, a menudo, en un gran número de escaños, en aquellos países donde se les ha permitido concurrir a las elecciones, hasta el punto de llegar a constituir la principal fuerza de oposición política, y representar, en consecuencia, una grave amenaza para la estabilidad del régimen instituido.

Por ello, aprovechándose, además, del ambiente internacional predominante de guerra contra el terrorismo, el poder de turno ha reprimido firmemente tanto a la oposición islamista violenta como a la pacífica. Los procesos de acción-represión-acción, generalmente iniciados por los propios Estados, han creado un clima de auténtica guerra civil en sus sociedades respectivas, han sembrado las semillas del odio y del fanatismo, y han contribuido a la radicalización de amplios sectores sociales, que han llegado a percibir el terrorismo como una vía legítima y adecuada para derrocar a la tiranía de turno.

Las esperanzas de democratización al modo occidental de estas sociedades son, así, más bien escasas, ya que a los regímenes autoritarios o totalitarios acostumbran oponerse dichos movimientos, cuya máxima aspiración democrática es la shura, es decir, una práctica social refrendada por los versículos coránicos, consistente en la consulta de aquellos que podrían verse afectados por un proceso de toma de decisiones.

Desde hace ya algunas décadas, la existencia de grandes desigualdades estructurales en el reparto de las riquezas viene generando, asimismo, una profunda división de la mayoría de las sociedades árabe-musulmanas, y, en consecuencia, una progresiva radicalización, sobre todo, de los sectores más débiles y desprotegidos de sus poblaciones respectivas. Las políticas de liberalización económica, dictadas por lo que Ramonet (2005: 130) denomina, irónicamente, el "eje del mal" (Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y Organización Mundial del Comercio), han contribuido a agudizar aún más la precaria situación socioeconómica de estos países.

En este sentido, Argelia y Egipto constituyen dos casos paradigmáticos (Nair, 1996; Romero, 2006b). Concretamente, la experiencia argelina ha servido de ejemplo para el movimiento islámico en general, al llegar a convencerse de que resulta inútil jugar de acuerdo con las reglas y tratar de hacerse con el poder en las urnas, tal como había hecho el FIS (Frente Islámico de Salvación). La guerra civil será, por lo tanto, inevitable cuando se trate de hacer caer a los regímenes yahiliyya (prooccidentales e ignorantes de la ley de Dios), como inevitable será la guerra contra quienes los respaldan, el mundo occidental en general y los Estados Unidos en particular. En su libro Knightsundertheprophet's banner (Caballeros bajo el estandarte del Profeta), Ayman al-Zawahiri escribió:

[... ] La experiencia argelina ha constituido una lección cruenta. [... ] Ha demostrado a los musulmanes que Occidente no sólo es infiel, sino también hipócrita y mentiroso. Los principios de los que presume son exclusivos y propiedad privada de sus pueblos. No deben ser compartidos por los pueblos del Islam, o no más de lo que un esclavo comparte la mesa de su amo. El Frente Islámico de Salvación argelino [... ] corrió a las urnas en un intento de alcanzar los palacios presidenciales, para encontrar luego a sus puertas tanques cargados con munición francesa, con los cañones apuntando al pecho de aquellos que olvidaron las leyes de la confrontación entre justicia y falsedad. [... ] Los hombres del FIS pensaron que las puertas del poder se habían abierto para ellos, pero quedaron pasmados al verse empujados hacia las puertas de los campos de detención, las prisiones y las celdas del nuevo orden mundial (citado por Davis, 2004: 205).

 

Estado y terrorismo islamista

Una organización terrorista suele ser un actor no estatal, pero su capacidad operativa se vería enormemente potenciada si cuenta con el respaldo de algún Estado, que le facilite refugio, campos de entrenamiento, financiación, armas, inteligencia o medios de propaganda. La comunión ideológica es un factor destacable en el apoyo estatal del fenómeno terrorista, pero también lo serían otras consideraciones de carácter estratégico, tales como la oportunidad de apoyar a un grupo enfrentado a otro Estado enemigo.

De cualquier manera, la relación entre un Estado y una organización terrorista es muy compleja y sinuosa. Se trata de actores egoístas, que suelen poner en práctica un doble juego, al no llegar a confiar plenamente el uno en el otro, y que procuran obtener lo máximo sin arriesgar sus intereses particulares (Jordán, 2004). Por motivos muy diversos, y con distinto grado de implicación, hay un gran número de Estados comprometidos en el origen y desarrollo del fenómeno terrorista islámico.

Así, Irán y Sudán han sido dos de los países que más han contribuido a su auge. Tras el triunfo de la revolución islámica impulsada por Jomeini en 1979, Irán se convirtió no sólo en enemigo de los regímenes árabes que consideraba apóstatas (Irak, Arabia Saudí), sino también de Israel y Estados Unidos. Por ello, ha prestado su apoyo a grupos terroristas que compartían esas mismas enemistades, tales como: Hizbollah, en el Líbano, y Hamas y la Yihad Islámica, en Palestina.

En 1981, el régimen iraní creó el Consejo Supremo para la Coordinación de la Revolución Islámica, que ha servido de plataforma a diversos grupos terroristas que operaban en Argelia, Egipto, Jordania, Turquía y Arabia Saudí. En gran medida, Al-Qaeda ("La base") transformó su actividad guerrillera en terrorista gracias a la instrucción proporcionada por Hizbollah en el Líbano, y ello no hubiese sido posible sin la venia de Irán (véase Jordán, 2004). En el Sudán de la década de 1990, Hassan Al-Turabi —el "papa del terrorismo" y líder del Frente Islámico Nacional— fue un intermediario de la política iraní promotora del terrorismo islamista. Al-Qaeda pudo establecer así en este país campos de entrenamiento y desarrollar su entramado financiero, como echó raíces en Afganistán gracias al respaldo de Pakistán y de los Estados del Golfo Pérsico.

Concretamente, la casa de Saud, reinante en Arabia Saudí, ha contribuido a la extensión global de Al-Qaeda al financiar por doquier asociaciones islámicas radicales y difundir el wahabismo (véanse De la Corte y Jordán, 2007; Romero, 2007c, 2008). La riqueza generada por el petróleo saudí contribuyó, asimismo, a financiar a los muyahidin que combatían a los soviéticos en Afganistán, quienes acabaron por fundar en la década de 1980 la Oficina Afgana (MAK), o el embrión de Al-Qaeda. Pakistán favoreció, por su parte, la instauración del régimen de los talibanes en Afganistán, y éstos, a su vez, facilitaron la consolidación de Al-Qaeda en su territorio.

El régimen baazista de Siria viene auspiciando, asimismo, a Hizbollah, y el Irak de Saddam Hussein recompensaba económicamente a las familias de los suicidas palestinos que atentaban contra Israel. Por último, Estados Unidos prestaron también un enorme apoyo económico, armamentista y de inteligencia a los muyahidin afganos, contribuyendo así, paradójicamente, a la creación y promoción de Al-Qaeda.

 

Modalidades de terrorismo islamista

El terrorismo islamista no es un fenómeno monolítico, pues quienes lo practican difieren en sus orígenes, motivaciones, fines y modos de operar. No obstante, todos ellos coinciden en el uso de la violencia con fines político-religiosos y anhelan instaurar regímenes islámicos. En unos casos, ésta es su única aspiración, y, en otros, pretenden conseguir primero la independencia de un territorio, para después islamizarlo. En este sentido, existirían hasta tres grandes modalidades de terrorismo islamista: el que pretende islamizar un Estado ya existente, el dirigido a la creación de un nuevo Estado —al que habría de islamizar posteriormente—, y el terrorismo global (Jordán, 2004).

 

Terrorismo versus Estado apóstata

La primera modalidad de terrorismo islamista pretende, fundamentalmente, alterar por la fuerza la distribución del poder en el seno del Estado donde actúa. Tras la conquista del poder, con los resortes del Estado, entonces, a su favor, tratarían de imponer la islamización desde arriba, rigiendo la sociedad de acuerdo con las prescripciones coránicas. La violencia terrorista sería, por lo tanto, la vía adecuada para reconducir a la población al verdadero camino trazado por la religión, del que habría sido apartada por los regímenes apóstatas.

Aunque la mayoría de las organizaciones que practican este tipo de terrorismo suelen limitar el alcance de sus operaciones al interior de sus respectivos países, muchos de sus integrantes vivían en el extranjero, donde disfrutaban de la condición de refugiados políticos y pudieron desarrollar, con cierta impunidad, tareas de propaganda y apoyo a las células operativas internas.

En este sentido, el Reino Unido y, en cierta medida, España, llegaron a una especie de "pacto entre caballeros", por el cual se dejaba libertad de movimientos a los grupos islamistas radicales a cambio de que no atentaran en sus territorios. Pero, permitir santuarios terroristas puede volverse en contra de la seguridad de quien los acoge, como así aconteció el 11 de marzo de 2004 con los atentados de Madrid (Blanco et al., 2005; Jordán, 2005; Reinares y Elorza, 2004; Revista de Psicología Social, 2005), o el 7 de julio de 2005 en Londres. A finales de la década de 1980 y principios de la de 1990, tras finalizar la guerra contra los soviéticos en Afganistán, cientos de veteranos de la yihad regresaron a sus países de origen.

El entrenamiento y la experiencia adquirida en la lucha guerrillera contra el comunismo facilitó así el ejercicio de la actividad terrorista en contra de la apostasía. Pero la grave derrota política y militar infringida por sus respectivos Estados ha motivado que una gran parte de estos grupos se pase a la yihad internacional liderada por Al-Qaeda, o acabe abandonando la lucha armada.

En consonancia con los objetivos perseguidos, las víctimas propiciatorias de sus atentados suelen ser miembros de las fuerzas de seguridad, líderes políticos musulmanes —presuntos infractores de la ley islámica—, herejes del Islam, fieles de otros credos religiosos, y extranjeros (trabajadores de empresas multinacionales, turistas y misioneros), e, incluso, el conjunto de la población, al ser considerada apóstata por no rebelarse contra el poder establecido.

Este tipo de violencia ha sido practicada, por ejemplo, por los Grupos Islámicos Armados (GIA) y el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), en Argelia, y Al-Yihad y Al-Yama'a Al-Islamiyya, en Egipto.

En definitiva, la actividad de los terroristas, conducente a la islamización por la fuerza de sus respectivas sociedades, acabará por distanciarlos de la población que pretenden acaudillar, éstos serán, además, derrotados policialmente, y verán frustradas al fin sus aspiraciones. La guerra contra el Estado terminará por decantarse a favor de éste, dada su abrumadora superioridad en todos los órdenes, aún más si se trata de un régimen autoritario sin freno alguno para aplastar la rebelión.

Al tratarse de un conflicto asimétrico, la vía terrorista respondió, simplemente, a una necesidad estratégica, abocada, desde un principio, al fracaso, sobre todo si no consigue movilizar a su favor a la población. Tras ese fracaso político-militar, las organizaciones terroristas afectadas siguieron distintos derroteros. Así, algunas han acabado por abandonar la lucha armada [facciones de Al-Yama'a Al-Islamiyya en Egipto, y AIS (Ejército Islámico de Salvación) en Argelia], otras transformaron la actividad terrorista en mero bandidaje (GIA en Argelia), y, por último, nos encontramos con las que salieron de su país para integrarse en la internacional yihadista; siendo éste el caso del antiguo Grupo Salafista para la Predicación y el Combate argelino, que forma parte ya, orgánicamente, de la propia Al-Qaeda, denominándose en la actualidad Al-Qaeda del Magreb Islámico.

 

Terrorismo de liberación

El terrorismo de liberación pretende, por su parte, la emancipación de un territorio determinado, para después islamizarlo. Esta modalidad terrorista suele obtener mayor respaldo popular que la anterior, ya que se trata de luchar contra un enemigo exterior, que usurpa por la fuerza e ilegítimamente el espacio territorial anhelado. La lucha no sólo adquiere, de este modo, un carácter político-religioso, sino también de liberación nacional. El blanco de los ataques ya no es la propia comunidad, sino quienes representan al bando contrario: las fuerzas de ocupación y la población civil del país invasor. Éste, a su vez, hará lo propio, al reprimir a los activistas y a sus compatriotas civiles. Unos y otros entrarán así en una dinámica infernal, basada en la lógica acción-represión-acción.

La legitimidad de la causa y los habituales excesos cometidos por el Estado invasor a la hora de reprimir, suelen despertar ciertas simpatías y apoyo internacional al movimiento de liberación, de los que se beneficiarán también las propias organizaciones terroristas. En otros casos, los motivos por los cuales algunos Estados prestan su apoyo a una organización terrorista ajena son más prosaicos, al tratar, fundamentalmente, de debilitar a otro Estado enemigo. Hamas y la Yihad Islámica, en Palestina, y Hizbollah, en el Líbano, son claros ejemplos de este tipo de terrorismo.

A diferencia de la modalidad anterior, se trata, en definitiva, de organizaciones con un mayor respaldo popular, más longevas, que llegan, incluso, a alcanzar grandes objetivos; éste es el caso de Hizbollah, que, tras cerca de 20 años de lucha, consiguió expulsar del sur del Líbano al todopoderoso ejército israelí. Este tipo de éxitos, y el consiguiente respaldo social obtenido, garantizarán, pues, la continuidad del terrorismo de liberación en aquellos lugares donde viene operando, e, incluso, es de prever la aparición de nuevos actores, que tratarán de trasladar esta dinámica a otros rincones del planeta.

 

Terrorismo global

El terrorismo global constituye, por último, la principal novedad en la práctica del terrorismo islamista (Cross-Cultural Psychology Bulletin, 2003). Este tipo de violencia viene siendo protagonizada por Al-Qaeda, "[...] un entramado terrorista complejo y flexible, único por su alcance transnacional y composición multiétnica" (Reinares, 2003: 132). Al-Qaeda aspira a la reinstauración del califato, es decir, a la reunificación de toda la comunidad de creyentes (umma) bajo una misma entidad política, regida por las leyes del Islam. Ello va a implicar un flagrante desafío al orden establecido por los regímenes árabes apóstatas y, por extensión, al orden internacional.

La propia comunidad internacional se convertiría, de este modo, en posible escenario de sus atentados; así ha sido en Nueva York, Madrid, Londres y en tantos otros lugares alejados del mundo árabe. Como hemos indicado antes, a finales de la década de 1980, la Oficina Afgana se transforma en Al-Qaeda, y, el 23 de febrero de 1998, se creó, formalmente, el Frente Islámico Mundial para la yihad contra judíos y cruzados, siendo su mentor Osama Bin Laden.

Para alcanzar sus propósitos, Al-Qaeda ha tejido una extraordinaria red terrorista presente en 70 países, tanto en sociedades donde los musulmanes abundan o son mayoría como entre las comunidades de inmigrantes islámicos asentadas en los países occidentales. Se estima que estaría constituida por tres mil miembros, seguidores en su mayoría de la corriente predominante del Islam, la sunní.

A diferencia de las organizaciones terroristas tradicionales (Romero, 2006a), rígidamente jerarquizadas, Al-Qaeda presenta una estructura horizontal en redes, integradas por células autónomas e independientes entre sí, y ubicadas en infinidad de lugares del planeta. Estas células, de naturaleza permanente o semipermanente, estarían constituidas por entre dos y 15 miembros, se articulan con independencia de las organizaciones locales asociadas a Al-Qaeda que pudieran existir en la misma zona, disponen de infraestructura aparte, suelen procurarse sus propios recursos, e, incluso, pueden llegar a tomar la iniciativa para llevar a cabo un atentado.

La estructura matriz de la propia Al-Qaeda se divide en distintos comités de asuntos económicos, comunicaciones, estudios islámicos, prensa y publicidad, y militares. Estos últimos se encargan de reclutar y adiestrar a los nuevos activistas, además de planificar y ejecutar los atentados. En la cúspide de la organización se encuentra el Consejo Consultivo, órgano de máximo poder, donde se planifica la dirección estratégica y se adoptan las decisiones tácticas más importantes.

Las nuevas tecnologías de la comunicación, características de la era de la globalización, han venido a propiciar, irónicamente, que una de las fuerzas que más se le oponen pueda gestionar eficaz y eficientemente su amplio entramado terrorista transnacional. Así, internet facilita las labores de proselitismo y reclutamiento, el entrenamiento de los militantes, el almacenamiento y tratamiento de datos, e, incluso, la gestión de los recursos financieros; la telefonía móvil, por su parte, permite un contacto estable entre los distintos componentes de la organización, sin importar la distancia física.

Al-Qaeda ha sabido articular, de este modo, al islamismo radical en todo el mundo, y ha sido capaz de infiltrarse en la mayoría de las asociaciones islámicas, incluyendo a partidos políticos y organizaciones no gubernamentales, aparentemente, caritativas. Ello le ha otorgado un inmenso poder y le ha hecho enormemente peligrosa. Al-Qaeda dispone así "[...] de dinero y tiempo para producir esas bombas del Apocalipsis [nucleares, biológicas o químicas]" (Reinares, 2003:157).

Los notables éxitos obtenidos hasta ahora por Al-Qaeda en la lucha contra sus enemigos han derivado, sobre todo, de su propia idiosincrasia, es decir, de la forma tan peculiar como ha logrado organizarse y estructurarse, de su modus operandi, y del amplio eco y predicamento de su filosofía en los sectores islámicos radicales de todo el planeta. Este tipo de terrorismo está suponiendo, por ello, un enorme reto a la capacidad de respuesta y de resistencia de quien lo sufre.

Desde luego, la vieja política de "buscar y destruir", llevada a cabo por los norteamericanos en Vietnam y puesta en práctica de nuevo contra Al-Qaeda en Afganistán, se está mostrando ineficaz, a pesar del impacto simbólico que pueda representar la muerte de su líder carismático, Osama Bin Laden, en mayo de 2011.

Esta torpe e ignorante estrategia guerrera emprendida por Estados Unidos contra Al-Qaeda está obteniendo, como contrapartida, una inteligente y hábil respuesta por parte de ésta, al descentralizar aún más la actuación de su red —otorgando mayor autonomía a las células y grupos locales ubicados en países de mayoría musulmana—, así como al fomentar la creación de células "dormidas" entre las comunidades islámicas de los países occidentales —prestas a actuar cuando la situación les resulte propicia (Jordán y Boix, 2004)—, o al favorecer el surgimiento ex novo de este tipo de terrorismo en "zonas calientes", tales como en el Irak ocupado por las tropas norteamericanas. En definitiva, es de prever que la actuación de Al-Qaeda someterá a sus víctimas a un largo, intenso y penoso calvario. Por ello, sólo una política basada en la plena consciencia de las causas y consecuencias de este tipo de terrorismo puede contar con ciertas garantías de éxito a la hora de combatirlo.

 

Conclusiones

El final de la etapa de la Guerra Fría y el "nuevo" orden mundial originado tras la misma deberían haber contribuido a unos niveles de paz y bienestar universales. Sin embargo, la política neoimperialista norteamericana, los déficits del modelo de relaciones internacionales vigente, y las nefastas consecuencias que, sobre todo para los territorios periféricos subdesarrollados, está conllevando la era de la globalización, han propiciado unos niveles de terror inusitados.

La ira, la frustración y el resentimiento vividos por amplios sectores de las sociedades árabe-musulmanas han transcendido sus fronteras nacionales respectivas y han hecho de la propia comunidad internacional el escenario del horror. Tal y como en su momento indicara Kropotkin, el terrorismo sigue siendo el arma de los débiles, y al situar a la comunidad internacional en su punto de mira, sin establecer distinciones entre los gobernantes y la población civil, hoy estaría respondiendo más al nuevo paradigma de guerra que al concepto clásico del mismo.

Como hemos indicado a lo largo de estas páginas, el terrorismo fundamentalista islámico es un fenómeno que se ha ido gestando a lo largo del tiempo, producto de la extrema radicalización de importantes sectores de las sociedades árabe-musulmanas ante los continuos abusos, atropellos y desafueros a los que han sido sometidas, sobre todo, por parte de Occidente. Primero, fue el colonialismo, y después, el neocolonialismo o el neoimperialismo. Ello ha impedido el desarrollo armónico e integral de dichas sociedades, y ha abortado las posibilidades de un verdadero cambio democrático, garante de la justicia social, las libertades y el respeto a los derechos humanos. En su lugar, ha ido prosperando, por el contrario, una visión fundamentalista del Islam, uno de los pilares básicos de este tipo de violencia.

Como se viene evidenciando, la guerra es el peor de los métodos para combatir cualquier forma de terrorismo. Sólo una política basada en la plena consciencia de las causas y consecuencias del terrorismo fundamentalista islámico podría contar con ciertas garantías de éxito a la hora de combatirlo, eso sí, a medio y largo plazo. Por ahora, es de esperar, sin embargo, que este tipo de terrorismo siga sometiendo a sus víctimas a un intenso y penoso calvario.

Los nuevos movimientos sociales actuales del mundo árabe-musulmán, bautizados en los medios de comunicación como la Primavera Árabe, han venido a evidenciar el fracaso del terrorismo como método para cambiar la realidad de esos países. Y, ante una situación de crisis económica descomunal y de alcance planetario, llegan a representar a las viejas revoluciones sociales de toda la vida, las teorizadas por Carlos Marx, o las vislumbradas por Napoleón, cuando afirmaba que "es el vientre quien hace las revoluciones [...]".

La presencia y la actuación de dichos movimientos sociales suponen, asimismo, un reto y una oportunidad de oro para el mundo occidental. Un reto, porque Occidente debería aceptar que la democracia es plausible y deseable en el mundo árabe-musulmán; una oportunidad de oro, porque Occidente podría aprovechar este momento histórico para intentar modificar su pésima imagen en el mundo árabe-musulmán.

De hecho, a ello parece responder la nueva política exterior norteamericana de Barack Obama y la de otros líderes occidentales, al permitir el cambio sociopolítico en Egipto y Túnez, o al impulsarlo y acelerarlo en Libia, y al tratar de provocarlo en Siria. No obstante, con independencia de la evolución sociopolítica de las sociedades árabe-musulmanas, es de prever que el terrorismo fundamentalista islámico permanezca enquistado en las mismas, y siga siendo una opción legítima y deseable, aunque minoritaria e, incluso, marginal, para cambiar la realidad de dicho mundo.

 

Bibliografía

Blanco, Amalio, Rafael Del Águila y José Manuel Sabucedo (2005), Madrid 11-M. Un análisis del mal y sus consecuencias, Madrid: Trotta.         [ Links ]

Cross-Cultural Psychology Bulletin (2003). Terrorism, Monográfico, 37 (3), Estados Unidos: International Associationfor Cross-Cultural Psychology.         [ Links ]

Davis, Joyce M. (2004), Mi cuerpo es un arma. Los mártires suicidas en Oriente Próximo, Barcelona: Ediciones B.         [ Links ]

De la Corte, Luis et al. (2007), "Siete principios psicosociales para explicar el terrorismo", en Psicothema, núm. 19, vol. 3, España: Colegio Oficial de Psicólogos de Asturias.         [ Links ]

De la Corte, Luis y Javier Jordán (2007), La yihad terrorista, Madrid: Síntesis.         [ Links ]

Jordán, Javier (2004), Profetas del miedo. Aproximación al terrorismo islamista, Pamplona: Eunsa.         [ Links ]

Jordán, Javier (2005), "El terrorismo islamista en España", en Blanco, Amalio, Rafael Del Águila y José Manuel Sabucedo [eds.], Madrid 11-M. Un análisis del mal y sus consecuencias, Madrid: Trotta.         [ Links ]

Jordán, Javier y Luisa Boix (2004), "Al-Qaeda and Western Islam", en Terrorism and Political Violence, núm. 16, vol. 1, Estados Unidos: Taylor & Francis.         [ Links ]

Karantnycky, Adrian (2002), "The 2001 Freedom House Survey. Muslim countries and the democracy gap", en Journal of Democracy, núm. 13, vol. 1, Estados Unidos: Johns Hopkins University Press.         [ Links ]

Martín Muñoz, Gema (2003), Iraq. Un fracaso de Occidente (1920-2003), Barcelona: Tusquets.         [ Links ]

Naïr, Sami (1996), "Violencia religiosa y violencia política", en Leviatán, núm. 66, España: Fundación Pablo Iglesias.         [ Links ]

Ramonet, Ignacio (2005), Irak. Historia de un desastre, Barcelona: Debate.         [ Links ]

Reinares, Fernando (2003), Terrorismo global, Madrid: Taurus.         [ Links ]

Reinares, Fernando y Antonio Elorza (2004), El nuevo terrorismo islamista. Del 11-S al 11-M, Madrid: Temas de Hoy.         [ Links ]

Reinhart, Tanya (2004), Israel-Palestina: cómo acabar con el conflicto, Barcelona: RBA.         [ Links ]

Revista de Psicología Social (2005), Monográfico sobre el impacto psicosocial tras el 11-M, núm. 20, vol. 3, España: Fundación Infancia y Aprendizaje.         [ Links ]

Rodrigues, Aroldo et al. (2005), "Social-Psychologyand the invasion of Iraq", en Revista de Psicología Social, núm. 20, vol. 3, España: Fundación Infancia y Aprendizaje.         [ Links ]

Romero, Antonio José (2006a), "Etnicidad y violencia etarra", en Revista de Psicología Social, núm. 21, vol. 2, España: Fundación Infancia y Aprendizaje.         [ Links ]

Romero, Antonio José (2006b), "Las raíces del terror islámico en Argelia y Egipto", en International Journal of Social Sciences and Humanities, núm. 16, vol. 2, México: Universidad Autónoma de Tamaulipas y Universidad Nacional Autónoma de México.         [ Links ]

Romero, Antonio José (2007a), "The Different Faces of Islamic Terrorism", en International Review of Sociology, núm. 17, vol. 3, Universidad de La Sapienza, Roma: Taylor & Francis Group.         [ Links ]

Romero, Antonio José (2007b), "Psicología Social del terrorismo integrista islámico", en Guillén, Carlos y Rocío Guil [eds.], Psicología Social: un encuentro de perspectivas, Cádiz: Asociación de Profesionales de Psicología Social.         [ Links ]

Romero, Antonio José (2007c), "Islamismo y terror sagrado", en Guillén, Carlos y Rocío Guil [eds.], Psicología Social: un encuentro de perspectivas, Cádiz: Asociación de Profesionales de Psicología Social.         [ Links ]

Romero, Antonio José (2007d), "Irak: señales de una guerra", en Romay, José [ed.], Perspectivas y retrospectivas de la Psicología Social en los albores del siglo XXI, Madrid: Biblioteca Nueva.         [ Links ]

Romero, Antonio José (2008), Psicología Social del conflicto, Granada: Ediciones Sider.         [ Links ]

Romero, Antonio José y Ma del Mar Durán (2010), "Islam y Terror", en Convergencia. Revista de Ciencias Sociales, núm. 54, México: Universidad Autónoma del Estado de México.         [ Links ]

Roy, Olivier (1996), Genealogía del islamismo, Barcelona: Bellaterra.         [ Links ]

Taibo, Carlos (2003), Cien preguntas sobre el nuevo desorden. Una mirada lúcida sobre la globalización y sus consecuencias, Madrid: Suma de Letras.         [ Links ]

 

Notas

1 Integrismo y fundamentalismo islámico son dos términos recreados por Occidente desde el fundamentalismo cristiano. El primero tiene su origen en una serie de grupos católicos ultramontanos del siglo XIX, y el segundo surge en el ámbito protestante norteamericano de la World Christian Fundamentals Association, fundada en 1919. Ambos términos suelen aludir a distintos movimientos e, incluso, a antagónicas corrientes del Islam, aunque dotadas de una cierta unidad en el imaginario occidental. No obstante, el integrismo va a ser el reflejo de la tendencia al mantenimiento estricto de la tradición, oponiéndose así a toda idea de cambio o apertura. Y en el seno del fundamentalismo (usuliyya) es posible diferenciar entre el tradicionalismo propiamente dicho, el islamismo y el neofundamentalismo, siendo estas dos últimas corrientes las más relacionadas con el yihadismo y la práctica del terrorismo (Roy, 1996).

 

Información sobre los autores

Antonio J. Romero Ramírez. Doctor en Psicología y profesor titular de Psicología Social en la Universidad de Granada, España. A lo largo de sus más de 20 años de trayectoria docente e investigadora, viene ocupándose de dos grandes temas de estudio: el conflicto y la cooperación. En lo que concierne a la cooperación, es autor de una monografía y de numerosos artículos, publicados tanto en España como en el extranjero, sobre la democracia laboral y el cooperativismo de trabajo asociado. En 1998, además, el Consejo Andaluz de Cooperación le concedió, en su X edición, el Premio Arco Iris a la mejor investigación sobre el cooperativismo por su tesis doctoral. Sobre el conflicto, es autor de una monografía y de numerosos artículos, tanto en revistas españolas e internacionales de gran prestigio como en la prensa escrita, acerca del terrorismo (etarra e islamista) y diversas guerras. Publicaciones recientes: junto con Ma del Mar Durán, "Islam y Terror", en Convergencia. Revista de Ciencias Sociales, núm. 54, México: Universidad Autónoma del Estado de México (2010); Psicología Social del Conflicto, Granada: Ediciones Sider (2008a); "The Different Faces of Islamic Terrorism", en International Review of Sociology, vol. 17, núm. 3, Italia: Taylor & Francis Group (2007).

Yolanda Troyano Rodríguez. Doctora en Psicología y profesora contratada doctora en la Universidad de Sevilla, España. Forma parte del grupo de investigación: Intervención psicosocial en educación y juventud, donde centra su trabajo en las habilidades de comunicación interpersonal y la resolución de conflictos en diversos contextos. Publicaciones recientes: Troyano, Y. y M. A. Garrido, "El conflicto en los grupos", en El grupo desde la perspectiva psicosocial, Madrid: Pirámide (2003); Troyano, Y. y M. A. Garrido, "El análisis de los conflictos grupales y su resolución", en M. Marín y Y. Troyano [coords.], Trabajando con grupos, Madrid: Pirámide (2006); Marín, M., Martínez, R., Troyano, Y. y P. Teruel (2011), "Student perspectives on the university professor role", en Social Behavior and Personality, núm. 39, vol. 4.

Creative Commons License Todo el contenido de esta revista, excepto dónde está identificado, está bajo una Licencia Creative Commons