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Convergencia

On-line version ISSN 2448-5799Print version ISSN 1405-1435

Convergencia vol.16 n.50 Toluca May./Aug. 2009

 

Dossier: Asociación Mexicana de Estudios Rurales

 

La desagrarización del campo mexicano

 

Hubert Carton de Grammont

 

Universidad Nacional Autónoma de México. E–mail: hubert@servidor.unam.mx

 

Envío a dictamen: 10 de octubre de 2008.
Aprobación: 30 de octubre de 2008.

 

Abstract

In this work we analyze the large transformations taking place among the countryside's population, emphasizing the last 20 years. In the first part of the study we verify that rural population keeps on growing in spite of migrations. We see how countryside–city migration transforms because of an insufficient, precarious and flexible labor market. Thus, a new migratory model strengthens: non–peasant population in the countryside tends to remain in their hometowns instead of permanently migrating to the city and searches for a short– or long–lasting temporary job. This accumulation of the population in the countryside not only causes an acuter poverty, but also accelerates the process of creation of new localities, disperse, isolated and marginalized. In the second part we analyze the rural households' dynamics from the National Surveys on Incomes and Expenditures of the Households from 1992 and 2004 (Encuestas Nacionales de Ingresos y Gastos de los Hogares). We observe that along the analyzed period, the peasant households decrease while those non–peasant increase their number and account for the most of rural households. We analyze those households' incomes, their poverty level and occupational rate. We draw two main conclusions: in peasant households salaried labor has displaced agrarian activities (pluri–activity), additionally the farmers tend to be poorer that those who are not farmers. We conclude with the need of rethinking the classical concepts we use both for analyzing the farming sector and the rural space, particularly the concepts of the countryside–city relation as well as that of farmer.

Key words: de–agrarianization, pluri–activity, rural households, rural incomes, labor market.

 

Resumen

En este trabajo analizamos las grandes transformaciones que ocurren en la población rural con énfasis en los últimos 20 años. En la primera parte del estudio constatamos que la población rural crece constantemente a pesar de las migraciones. Vemos cómo se transforma la migración campo–ciudad por la generalización de un mercado de trabajo insuficiente, precario y flexible. Así, se fortalece un nuevo modelo migratorio: la población no campesina en el campo tiende a quedarse en sus lugares de origen en vez de migrar definitivamente a la ciudad y busca trabajo temporal de corta o larga duración. Esta acumulación de la población en el campo no sólo provoca una mayor pobreza, sino también acelera el proceso de creación de nuevas localidades dispersas, aisladas y marginadas. En la segunda parte analizamos la dinámica de los hogares rurales a partir de las Encuestas Nacionales de Ingresos y Gastos de los Hogares de 1992 y 2004. Observamos que, durante el periodo estudiado, disminuyen notablemente los hogares campesinos, mientras los hogares no campesinos crecen y conforman hoy la mayoría de los hogares rurales. Examinamos los ingresos de esos hogares, su nivel de pobreza y tasa ocupacional. Llegamos a dos constataciones principales: en los hogares campesinos el trabajo asalariado ha desplazado la actividad agropecuaria (pluriactividad), además de que los campesinos tienden a ser más pobres que los no campesinos. Concluimos con la necesidad de repensar los conceptos clásicos que utilizamos tanto para analizar el sector agropecuario como el espacio rural, en particular los conceptos de la relación campo–ciudad y del campesino.

Palabras clave: desagrarización, pluriactividad, hogares rurales, ingresos rurales, mercado de trabajo.

 

Introducción

A lo largo del siglo XX se consideró que en el campo mexicano vivían campesinos, pequeños agricultores familiares, latifundistas y jornaleros agrícolas.1 A aquellos que no tenían tierra se les consideraba "campesinos sin tierra" o "campesinos con derecho a salvo" por ser posibles beneficiarios del reparto agrario. La importancia de la ideología revolucionaria agrarista nutrida por la enorme capacidad de los campesinos por obtener la tierra, a pesar de la oposición férrea de los latifundistas o caciques locales, daba la impresión de que el reparto era inagotable.2 Los campesinos empobrecidos o "sin tierra" que no podían vivir más en el campo migraban a la ciudad, en donde lograban encontrar trabajo, alimentando los barrios marginales de las periferias de las metrópolis, o hacia Estados Unidos. Las personas que vivían en el campo y que no eran productores agropecuarios trabajaban como peones o en pequeñas manufacturas locales vinculadas al sector primario, así como en las pequeñas urbes cercanas. No se tenían datos suficientes para cuantificar esta situación de manera precisa, pero podemos suponer que esta visión era cercana a la realidad. El primer dato disponible a nivel de hogar nos indica que, en 1963, 72% de las familias rurales eran familias campesinas (Banco de México, 1966).

Sin embargo, en las dos últimas décadas del siglo pasado se transitó de una sociedad agraria, en la cual predominaba el sector agropecuario, a una sociedad rural en donde este sector no sólo coexiste con otras actividades económicas, sino que es la actividad menos importante tanto en términos de la población económicamente activa involucrada, como del número de los hogares y del ingreso obtenido. Hubo un acelerado proceso de "desagrarización", entendido como "la disminución progresiva de la contribución de las actividades agrícolas a la generación de ingreso en el medio rural" (Escalante et al., 2008: 89; Bryceson, 1996: 99), no tanto por la desaparición de la actividad agropecuaria, como se argumenta a menudo, sino por el impresionante crecimiento de los ingresos no agrícolas en los hogares rurales. Como veremos, en 1992 el ingreso agropecuario, en monetario y autoconsumo, representaba 35.6% del total de los ingresos rurales, y hoy representa solamente 9.8% de estos mismos ingresos.

Para entender cabalmente esta transformación debemos distinguir dos procesos complementarios. Por un lado, tenemos la transformación de las familias campesinas que intentan contrarrestar los efectos de los bajos precios de sus productos agropecuarios con estrategias de diversificación de las actividades de sus miembros, esencialmente asalariadas. Si bien las actividades anexas al trabajo agropecuario siempre existieron en la economía campesina, en particutar con el trabajo asalariado fuera de la unidad productiva, se reconocía que era la agricultura la que ordenaba y daba sentido a la vida del hogar campesino, de la comunidad y del campo mismo. Hoy, esta centralidad de la actividad agropecuaria en las fincas campesinas ha sido sustituida por el trabajo asalariado: sin perder del todo su función de productor agropecuario la familia campesina vive esencialmente del salario de sus miembros, y, por lo tanto, las estrategias de sobrevivencia se toman a partir de las condiciones del mercado de trabajo más que de las condiciones del mercado de productos agropecuarios. Esta compleja combinación entre actividad agropecuaria y asalariada, ocasionalmente con pequeños negocios y oficios propios, se conoce como pluriactividad campesina. Llamamos a estas fincas Unidades Económicas Campesinas Pluriactivas (UECP). Por otro lado, tenemos a las familias no campesinas que, debido al impresionante crecimiento demográfico y al fin del reparto agrario, representan ahora la mayoría de los hogares en el campo. Estas familias rurales no campesinas viven, en esencia, del trabajo asalariado que pueden encontrar localmente, o vía las migraciones de retorno a nivel regional, nacional o hacia Estados Unidos, pero también pueden vivir de negocios y oficios propios. Son por definición pluriactivas, ya que sus miembros se desempeñan en diferentes actividades.3 Llamamos a estas familias Unidades Familiares Rurales (UFR).

Los cambios provocados por estas nuevas dinámicas son tan fuertes que la sociedad rural que conoce la actual generación, anclada en pueblos marginados pero volcada hacia el mundo exterior por la migración, no se parece a la sociedad agraria de la generación anterior que todavía veía en la tierra, y en la lucha agraria, el principal medio para mejorar sus condiciones de vida. Los arquetipos de la vida rural que eran la parcela y la milpa se ven sustituidos por la migración y el trabajo asalariado precario. Parece entonces justificado hablar del tránsito de un mundo campesino agrario dominado por la producción agropecuaria y la familia campesina a un mundo rural en donde predomina el trabajo asalariado, la migración y la familia no campesina.

En la primera parte de este trabajo estudiamos las transformaciones en los procesos de migración campo–ciudad y sus efectos sobre la población rural en el largo plazo. Planteamos que la tradicional migración de los campesinos hacia la ciudad, que bien que mal les permitía ubicarse en el mercado laboral urbano, se agotó tanto por la escasez de trabajo como por la precariedad de los empleos disponibles. Las nuevas características del mercado laboral limitan las posibilidades de la migración definitiva del campo y propician procesos migratorios más complejos, multidireccionales de largo o corto plazo, nacionales e internacionales, sin provocar el abandono de los pueblos rurales por parte de la población "sobrante" que deja de ser campesina y que se conoce como "avecindados" en los ejidos. Luego, vemos cómo el crecimiento de la población rural, campesina y no campesina, provoca un fuerte proceso de dispersión de los pueblos en regiones aisladas vinculado con la pobreza y la marginación. Terminamos este inciso constatando que en las localidades rurales el trabajo agropecuario deja de ser central a partir de la década de 1970.

En la segunda parte analizamos de dónde provienen los ingresos de los hogares rurales y su evolución entre 1992 y 2004. Para ello nos valemos de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH) que aporta datos de vital importancia.4 A partir de este análisis descubrimos que en el campo no sólo existe la ya conocida pluriactividad campesina, sino también numerosos hogares, hoy la mayoría, que no tienen más relación con la actividad agropecuaria que no sea, si acaso, como asalariados agrícolas. En un primer inciso vemos la evolución de los hogares campesinos y de los hogares no campesinos, luego analizamos la evolución de sus ingresos para terminar con el estudio del nivel de la pobreza e indigencia en ambos tipos de hogares.5 Concluimos con unas reflexiones sobre la actual situación de la estructura ocupacional en el campo y la necesidad de repensar nuestra conceptualización tanto de lo que es el campo hoy en día como de lo que son los propios campesinos.

En este trabajo hacemos un esfuerzo de cuantificación de los cambios ocurridos a partir de diferentes fuentes estadísticas. Somos conscientes de los riesgos de presentar al lector un texto árido, pero nos parece necesario hacerlo para dejar en claro la trascendencia de las transformaciones del campo mexicano, principalmente durante las dos últimas décadas.

 

Las transformaciones de la migración campo–ciudad y sus efectos sobre la población rural

La migración campo–ciudad y los cambios en los mercados de trabajo

En 1921 la población rural ascendía a cerca de 10 millones y representaba 68% de la población total, actualmente se aproxima a 25 millones y representa 25% de la población del país (cuadro 1). A lo largo del siglo XX la población urbana se incrementa a pasos agigantados: su tasa anual de crecimiento es de 2.2% en la década de 1920, pero es de 6.1% en la de 1960. A partir de esta fecha vuelve a bajar tan rápido como subió, ya que para la década de 1990 estaba en 2.5%, el mismo nivel que se tenía a principio de siglo. El punto de quiebre que marca el dominio de la urbanización se da al inicio de la década de 1960, cuando la población se divide a la mitad entre rural y urbana.

Gran parte del crecimiento urbano es exógeno, debido a los enormes flujos de migración definitiva del campo a la ciudad,6 pero debemos distinguir dos etapas en este proceso: la primera corresponde al proceso de industrialización hacia dentro y desarrollo estabilizador, y la segunda, a la globalización y apertura comercial. Las causas de la migración así como los tipos de migración y los flujos migratorios son distintos en ambos momentos.

En el primer periodo la población urbana creció mucho más rápido que la población rural, pero en buena medida por el efecto de las migraciones definitivas del campo hacia la ciudad, que tuvieron su auge durante las décadas de 1950 a 1970, muy particularmente hacia las grandes ciudades de México, Guadalajara y Monterrey.7 Durante este periodo la migración masiva campo–ciudad se debió a la combinación de varios factores, entre los cuales destacan tres: 1) La separación de la industria doméstica, tradicionalmente conocida como artesanía, de la agricultura debido al proceso de industrialización y sustitución de productos domésticos por productos industriales. Este proceso, también conocido como especialización del sector agropecuario, se dio a partir de la década de 1940 y canceló numerosos empleos en el campo. 2) El importante crecimiento demográfico ocasionado por la elevada tasa de natalidad en el campo con la disminución de la mortalidad por el mejoramiento del sistema de salud pública. 3) La crisis de rentabilidad de la economía campesina que se inicia en 1957 con el control del precio del maíz, pero se agrava a lo largo de los años con la caída de los precios de otros productos claves de la economía campesina tales como el henequén y el café, mientras que los precios de los insumos se incrementan notablemente.8 Viejo fenómeno conocido como intercambio desigual campo–ciudad.

Hasta la década de 1970 los migrantes del campo fueron esencialmente jóvenes, más mujeres que hombres, aunque con el tiempo la migración familiar se fue incrementando.9 Son entonces los hijos e hijas de las familias rurales pobres, familias campesinas o no, los que conformaron el grueso de la migración campo–ciudad durante varias décadas,10 en buena medida, como resultado del desgaste de la capacidad productiva de las unidades campesinas. Sin embargo, es importante recordar que durante estos mismos años, y a pesar de las condiciones adversas para la pequeña economía familiar, aumentó el número de unidades de producción gracias al reparto agrario.11 Proceso caracterizado como de recampesinización (Paré, 1977).

A partir de la década de 1970 y más claramente de 1980, el crecimiento de la población urbana frente a la población rural se reduce, se desgasta. Con el tiempo el crecimiento poblacional de la ciudad pierde su dinamismo frente al crecimiento de los poblados rurales. La brecha que se fue abriendo con mucho empuje durante decenios tiende a estabilizarse. Entre 1930 y 1980 la población rural pasó de representar 66.5% a 33.7% de la población nacional, perdiendo en promedio 6.5 puntos porcentuales por cada diez años, pero con una variación anual que decrece a partir de 1970 (cuadro 34). Pasará de representar 25.4% en el año 2000 a 21.1% en 2030, según las proyecciones del Consejo Nacional de Población (Conapo); o sea que perderá en promedio sólo 1.4 puntos porcentuales por cada década, y la variación anual seguirá disminuyendo regularmente hasta llegar a 0.1% en 2030. En esta fecha la población rural será de 26.7 millones, mientras que la urbana será de 100.5 millones. Si esta proyección es correcta, no podemos esperar una constante disminución relativa de la población rural, más bien estamos frente a una nueva tendencia, en la cual la relación entre la población urbana y la rural podría estabilizarse alrededor de una proporción de 80–20%.12

Durante este segundo periodo hay un desplazamiento de las migraciones campo–ciudad hacia las migraciones ciudad–ciudad, esencialmente entre ciudades intermedias así como un importante incremento de la migración internacional. Entre 1995 y 2000 casi la mitad (47.5%) de los traslados internos se dieron de una ciudad a otra, mientras que la migración campo–ciudad representó sólo 18.3% de los flujos (Conapo, 2004). Por su lado, la migración internacional se vuelve la gran válvula de escape. Se estima que en 1970 había poco más de cinco millones de residentes mexicanos, legales o ilegales, en Estados Unidos; en 2005 eran 28 millones (Delgado y Márquez, 2006). La tasa de fecundidad rural (3.6) más alta que la urbana (2.4),13 así como la desaparición de la industria doméstica rural,14 son todavía importantes causas de migración, pero se agregan dos nuevos factores: el fin del reparto agrario y las nuevas condiciones del mercado de trabajo, insuficiente y precario, debido a las profundas transformaciones del modelo de industrialización.

No es sino a partir del fin del reparto agrario, legalmente a partir del 6 de enero de 1992, pero en los hechos desde el sexenio de López Portillo (1976–1982), y la aplicación de las políticas neoliberales, iniciadas durante el gobierno de Miguel de la Madrid (1982–1986), cuando se profundizará ineludiblemente el proceso de descampesinización con la desaparición, como lo veremos en la segunda parte de esta investigación, de un importante número de unidades de producción. Sin embargo, por las actuales condiciones del trabajo precario los migrantes tienen mayores dificultades para instalarse definitivamente en las regiones de atracción. Así, la combinación de la inestabilidad laboral junto con la mayor competencia entre los trabajadores mismos tiende a crear flujos migratorios temporales en vez de definitivos. Es por esta precariedad laboral que los trabajadores conservan su lugar de residencia original para migrar temporalmente (a menudo lejos y por temporadas que pueden durar hasta varios años) en busca de empleo. La migración definitiva no desaparece pero se combina ahora con estas "migraciones temporales múltiples", a menudo "de larga duración", que adquieren un carácter estructural en el contexto de la generalización de la pobreza (Carton et al., 2004). Analizaremos los efectos de estos cambios en los mercados de trabajo sobre los ingresos de los hogares rurales en la segunda parte del presente texto.

La dispersión delpoblamiento rural, su marginación social y el trabajo en las localidades rurales

Un fenómeno llamativo es el padrón de poblamiento sumamente disperso y con un pequeño número de habitantes por localidad. En términos geográficos, lo que acostumbramos llamar el campo incluye a más de 196 mil localidades, en las cuales viven cerca de 25 millones de habitantes, con un promedio de 126 personas por localidad (cuadro 2).15 El crecimiento de la población rural en términos absolutos junto con la pobreza, que afecta a la mitad de su población, provocan un modelo tripolar de asentamiento humano: por un lado existe una enorme dispersión de la población rural en "microlocalidades" aisladas y marginadas (Conapo, 1998); en el otro extremo encontramos las megalópolis con un muy deficiente desarrollo urbano, debido a la mala calidad de sus servicios; en el medio se ubican las ciudades intermedias que son los nuevos centros regionales de concentración urbana, puntos de atracción de las migraciones locales, también con escaso desarrollo urbano.

En cuanto al aislamiento de las localidades rurales, Conapo (2004) indica que 14.6% con una población de cuatro millones de habitantes son suburbanas, se sitúan en las inmediaciones de las ciudades (más de 15 mil personas); 8.5% con una población de 2.4 millones de habitantes se ubican cerca de localidades intermedias (entre 2,500 y 15 mil personas); 44.3% con una población de 13.1 millones de habitantes están alejadas de las ciudades y localidades intermedias; 32.5% con una población de 4.9 millones de habitantes están en situación de alejamiento, es decir, lejos de las ciudades y localidades intermedias así como de las vías de comunicación transitables todo el año. En suma, más de 150 mil localidades rurales con 18 millones de habitantes están alejadas o aisladas de las vías de comunicación y de las ciudades. También los datos de Conapo muestran que existe una relación entre el aislamiento y el grado de marginación: sólo 13% de las localidades rurales suburbanas son de muy alta marginalidad, mientras que 54% de las localidades rurales aisladas lo son.16 Conforme las localidades se encuentran más aisladas mayor es la marginación, menores son las oportunidades de empleo y aumenta el número de dependientes por personas en edad de trabajar, lo cual incrementa el nivel de pobreza de la población (Conapo, 2004).17

Este modelo de poblamiento contrasta con el que encontramos en los países desarrollados, en donde los pueblos rurales a menudo funcionan como localidades periféricas de las ciudades, con servicios públicos y niveles de bienestar similares a los urbanos (Linck, 2001).

El nivel de aislamiento y marginación de las localidades parece sugerir que estamos frente a una población de campesinos pobres de autosubsistencia, escasamente vinculados con los mercados de trabajo. Sin embargo, como lo veremos adelante, un análisis más fino muestra que esta población rural es cada vez menos una población agropecuaria. Todavía en 1970 se podía considerar que la población rural se asimilaba esencialmente a la agricultura, ya que 76.9% de su población económicamente activa trabajaba en el sector primario, y sólo 9.1% en el secundario y 8.9% en el terciario (cuadro 3). Podemos decir, como parecería obvio, que en el campo vivían campesinos. Hoy, la situación cambió totalmente: cerca de la mitad de la población económicamente activa en el campo trabaja en el sector secundario y terciario. En este mismo sentido, el Registro Agrario Nacional nos aporta otro dato sobre esta población que vive en el campo pero no trabaja en el sector agropecuario: 30% de los hogares de los ejidos y comunidades no tiene tierra. De estos hogares de avecindados 27% no tiene ningún parentesco con los ejidatarios o comuneros (los propietarios de la tierra). Se trata de una población más joven que la población campesina, ya que sus jefes de familia tienen un promedio de 42 años, mientras los ejidatarios y comuneros tienen un promedio de 54 años (Procuraduría Agraria, 2003).

Sin embargo, el análisis agregado a nivel del espacio rural es insuficiente para entender la dinámica de los ingresos rurales, porque no permite saber en qué medida los ingresos no agrícolas pertenecen a hogares campesinos, o si corresponden a hogares rurales no campesinos. Como lo expondremos en el siguiente inciso, en ambos casos las dinámicas de los ingresos son distintas, su relación con la pobreza también.

 

Del mundo agrario al mundo rural

Algunas reflexiones sobre la Unidad Económica Campesina Vluriactiva y la Unidad Familiar Rural

La transformación permanente de las unidades de producción campesina para adaptarse a las situaciones cambiantes de la sociedad en la cual viven y su definición como unidad de producción es un tema de suma complejidad. Los trabajos de muchos autores han marcado la pauta sobre los estudios de la economía campesina en el capitalismo, recordemos sólo a algunos de los más importantes como fueron primero Karl Marx (1972), Karl Kautsky (1974), Vladimir Lenin (1975) o Alex ander Chayanov (1974), y más recientemente Daniel Thorner (1971), Boguslaw Galeski (1977), Teodor Shanin (1983), Eric Wolf (1971) o Robert Redfield (1963). A pesar de las diferentes posiciones teóricas existentes se estableció entre los científicos sociales cierto consenso sobre la definición de la unidad de producción campesina.18 Se ha definido a la economía campesina bajo el capitalismo con una lógica diferente de la lógica capitalista, a partir de las siguientes características: 1) es una unidad de producción (parcialmente) mercantil que intercambia productos en el mercado; 2) en la cual no hay separación entre los medios de producción y el trabajo, por lo tanto hay unidad entre la producción y el consumo; 3) es una forma de producción dominada por el capitalismo que determina su funcionamiento, por eso su relación con la producción capitalista es desigual; 4) se reproduce (esencialmente) a partir de la fuerza de trabajo familiar; 5) en la medida en que la fuerza de trabajo familiar es un recurso fijo, puede desempeñar otras actividades fuera de la unidad, en particular en actividades asalariadas; pero se considera a estas actividades como "complementarias", porque no son ellas las que definen el conjunto de la organización familiar, sino la actividad agropecuaria; 6) esta unidad de producción tiene un bajo nivel tecnológico en la medida en que se privilegia el pleno empleo de la propia mano de obra.19

En América Latina, esta nomenclatura se utilizó ampliamente durante tres décadas, de los sesenta a los ochenta. Sin embargo, en los últimos veinte años surgieron dos fenómenos que obligaron a los estudiosos a introducir nuevos matices en el estudio de la economía campesina. El primero es, en el contexto de la crisis de la producción campesina, la extensión del trabajo asalariado familiar al punto de que, para una porción importante de los campesinos pobres, la actividad agropecuaria ha dejado de ser la que determina la organización del conjunto de las actividades familiares. Este fenómeno es particularmente importante para los campesinos de subsistencia que autoconsumen su producción; pero, como lo veremos, tiene también mucha relevancia entre los campesinos mercantiles que obtienen importantes ingresos del trabajo asalariado de sus miembros. Esta combinación de actividades en la familia campesina se conoce ahora como pluriactividad.

El segundo fenómeno se refiere a la presencia en el campo de una elevada proporción de hogares que no tienen nada que ver con la actividad agropecuaria forestal ni siquiera con pequeñas manufacturas locales vinculadas al sector primario (artesanías, pequeñas industrias de transformación, minería) como se hacía en las antiguas economías campesinas.

En rigor, esta situación no es nueva. A final es de los setenta estuvo presente en México en la polémica teórica sobre la articulación de los modos de producción, así como de los procesos de proletarización del campesino, cuando se discutieron los conceptos de descampesinización, proletarios y semiproletarios (Paré, 1979). Para sintetizar estos planteamientos recordamos que se consideraba campesino al productor familiar mercantil (aunque sea parcialmente) que puede complementar sus ingresos agropecuarios con actividades artesanales o asalariadas, el semiproletario dependía más de sus ingresos como asalariado que de su producción agrícola de autoconsumo, el proletario era un "ex campesino" o hijo de campesino que ya no tenía acceso a la tierra y vivía sólo de su trabajo asalariado o casi exclusivamente, ya que siempre existía la posibilidad de las actividades de traspatio. Si bien había fuertes desacuerdos sobre el devenir de los campesinos mercantiles —para los campesinistas era una clase que formaba parte de la estructura misma del capitalismo por ser funcional a la acumulación de capi t al mediante el intercambio desigual; mientras que para los descampesinistas era una clase precapitalista en vías de desaparición por los efectos de la competencia en el mercado de productos— había cierto consenso en suponer que el proletario se mantenía en el campo en tanto conservaba vínculos con la economía campesina y la comunidad rural a través del parentesco, pero que su destino era la migración definitiva hacia la ciudad por la falta de trabajo en su pueblo. En todo caso, el desacuerdo era determinar la fuerza de estos vínculos. Por su lado, el semiproletario era un campesino pobre en proceso de transición hacia su total desvinculación de la tierra como productor directo. Estas propuestas eran variantes de la conocida postura de Lenin (1975) acerca de los campesinos ricos, medios y pobres.

Treinta años después podemos constatar la permanencia de los hogares de los campesinos pobres, aunque en menor número, así como el impresionante crecimiento de los hogares no campesinos. Siguiendo el planteamiento de todos los autores clásicos que estudiaron la cuestión agraria no se debe buscar la explicación de esta situación en el campesinado mismo, sino en su relación con la sociedad capitalista dominante. Hoy la relación entre ambas formas de producción ha cambiado profundamente, porque el capitalismo se ha transformado y, por lo tanto, su relación con el campesinado impone nuevas reglas de funcionamiento en los hogares rurales. La persistencia de los hogares campesinos y no campesinos no responde solamente a la fuerza de los vínculos comunitarios tal como se planteaba hace algunas décadas, sino principalmente a la actual situación del mercado de trabajo, escaso y precario, incapaz de absorber la mano de obra sobrante del campo.

Sin embargo, ambos tipos de hogares tienen distintas problemáticas, por lo cual debemos diferenciar claramente cada situación. Proponemos hablar de Unidad Económica Campesina Pluriactiva (UECP) cuando se trata de unidades campesinas mercantiles (parcial o totalmente), y de Unidad Familiar Rural (UFR) cuando se trata de hogares sin actividad agropecuaria propia o cuando éstas sean exclusivamente de autoconsumo. En el primer caso las actividades del hogar se vinculan con el ámbito del trabajo propio, mientras que en el segundo pertenecen al ámbito del trabajo asalariado (raras veces de negocios propios).

La evolución de la Unidad Económica Campesina Pluriactiva y de la Unidad Familiar Rural

Si bien distinguimos dos categorías de hogares en el campo: los campesinos y los no campesinos, cada uno, a su vez, se puede subdividir en función del origen de sus ingresos. Subdividimos los hogares campesinos y los no campesinos en dos tipos. Los hogares campesinos tienen actividades agropecuarias mercantiles (además del autoconsumo) y además tienen actividades fuera del predio familiar, son unidades económicas campesinas pluriactivas (UECP). Sin embargo, una pequeña proporción de ellos no tiene actividades fuera del predio, son exclusivamente agropecuarios y, por lo tanto, unidades económicas campesinas (UEC). Por su lado, los hogares no campesinos no tienen actividades agropecuarias mercantiles y los caracterizamos como unidades familiares rurales (UFR). Algunos producen para su consumo (UFR con autoconsumo), pero la mayoría no tiene ninguna actividad de autoconsumo (UFR sin autoconsumo).20

En 1992, 65% de los hogares rurales eran campesinos, el resto (35%) no lo eran (gráfica 1 y cuadro 4).21 De los hogares campesinos 89% era pluriactivo (UECP), mientras el resto (11%) no tenía actividades fuera del predio familiar (UEC). De los hogares no campesinos (UFR) 28% tenía autoconsumo (UFR con autoconsumo), en tanto 72% no lo tenía (UFR sin autoconsumo).

 

Poco más de una década después, en 2004, constatamos que la situación cambió drásticamente, ya que sólo 31% de los hogares son campesinos, el resto (69%) no lo son (gráfica 1 y cuadro 5). Esto se debe a un doble proceso: la fuerte disminución de los hogares campesinos (en 1,002,798) por la crisis de la agricultura y la consecuente concentración de la producción,22 junto con el impresionante incremento en más de 1,5 millones del número de UFR por el crecimiento demográfico y el desgaste de las migraciones definitivas. También vemos que ahora todos los hogares campesinos tienen actividades propias no agropecuarias (sólo 1.7% no tienen), todos son pluriactivos (UECP). Por el lado de las UFR, el autoconsumo pierde importancia, pues se encuentra solamente en 15% de estos hogares.23

Sus ingresos

Analicemos primero los ingresos de los hogares campesinos, luego los ingresos de los hogares no campesinos.

Hoy en día 42% de las UECP (758,722 unidades) vende toda su producción en el mercado (no practican el autoconsumo), cuando hace 12 años sólo 15% se encontraba en esta situación (gráfica 2 y cuadros 67). Probablemente son granjas especializadas en algún producto específico (hortalizas, frutas, café, tabaco, leche, carne) e integradas en cadenas productivas. Podemos suponer que son los hogares campesinos más exitosos y desahogados. También vemos que la mitad de las UECP tienen trabajo asalariado monetario (53% en 1992), pero 67% recibe salarios en especie (51% en 1992), entre ambas formas de pago 82% de los hogares recibe salarios (74% en 1992); también 28% desempeña alguna actividad propia fuera del predio (21% en 1992), 26% de los hogares recibe remesas (19% en 1992), y 73% recibe subsidios gubernamentales (2% en 1992). Muy pocos jefes de hogar campesino migran (1% de los jefes de hogar), y ninguna mujer jefa de hogar lo hace. En su caso, son los hijos quienes migran. Si bien las actividades propias no agropecuarias y el impacto de las remesas en los hogares crecieron en 12 años, llama la atención el aumento de los subsidios que eran prácticamente ausentes en 1992, pero que actualmente tienen presencia en las tres cuartas partes de los hogares rurales.

En cuanto al monto de sus ingresos, encontramos que hoy 27% proviene de las ventas de sus productos agropecuarios, 5% del autoconsumo, 24% del salario monetario, 7% del salario en especie, 10% de diferentes actividades empresariales (comercio, artesanía, oficios varios, etcétera), 13% de los subsidios gubernamentales, 7% de las remesas (gráfica 3 y cuadro 7).24

Varios datos llaman especialmente la atención: la actividad agropecuaria, monetaria y de autoconsumo representa sólo una tercera parte del ingreso total; el salario, monetario y en especie, es tan importante como la actividad agropecuaria, pero si le agregamos las remesas y las actividades propias, que también provienen a menudo de salarios, el monto del ingreso salarial de las UECP sube a 48% del ingreso familiar; por su lado, los subsidios gubernamentales han adquirido una notable importancia con Procampo por el lado de la finca, y Oportunidades por el lado del hogar (13%);25 las actividades propias no agropecuarias (tienditas, oficios, artesanías) tienen menos relevancia que los subsidios.

En comparación con 1992 (gráfica 3 y cuadro 6) constatamos que el ingreso monetario agropecuario y el autoconsumo pierden importancia (41% y 10% en 1992); el salario monetario sube un poco (21% en 1992), mientras que el salario en especie se mantiene fijo (7% en 1992), las actividades propias no agropecuarias crecen casi al doble (6% en 1992), los subsidios gubernamentales adquieren una gran importancia (0.2% en 1992) y las remesas también se duplican (3% en 1992). La disminución de los ingresos agropecuarios monetarios en el monto total del ingreso del hogar campesino, a pesar, en muchos casos, del incremento en los rendimientos, es el resultado de la constante disminución de los precios de mercado en términos reales y del incremento de los costos de producción. En estas condiciones las otras actividades, incluso el trabajo asalariado, permiten obtener un mejor ingreso. Un estudio muestra que un pequeño productor típico de maíz con dos ha de producción, rendimiento promedio de dos toneladas y suponiendo que vende toda su producción en el mercado, obtiene un ingreso anual de 138 dólares por cada miembro de la familia (cinco miembros en total). Esta situación refleja la situación de más de la mitad de los maiceros mexicanos (Rosenzweig, 2005). En estas condiciones, el costo de oportunidad de las demás actividades es un factor clave para entender la dinámica de los ingresos de los hogares campesinos.

En el caso de las Unidades Familiares Rurales la actividad asalariada es más importante: 76% de los hogares cuenta con salario monetario, pero si se le agrega el salario en especie la casi totalidad de los hogares recibe un salario (95%) (91% en 1992) (gráfica 4 y cuadros 67). El autoconsumo existe solamente en 15% de los hogares (28% en 1992), cerca de una tercera parte (31%) tiene actividades propias (22% en 1992), 28% recibe remesas (24% en 1992) y 40% subsidios gubernamentales (2% en 1992). En este caso los jefes de hogar, tanto hombres como mujeres, participan de la migración (3% de los jefes de hogar). En cuanto al tipo de ocupación que desempeñan, 41% de los jefes de hogar son obreros, 35% jornaleros, pero sólo 19% trabaja por cuenta propia; mientras que 39% de las jefas de hogar son empleadas, 35% labora por cuenta propia y 15% son jornaleras.

Por el lado de sus ingresos, 57% proviene del salario monetario y 8% del salario en especie, 15% de actividades propias, 9% de las remesas, 4% del subsidio otorgado esencialmente por el programa Oportunidades; el autoconsumo es irrelevante (1%) (gráfica 5 y cuadros 67). En comparación con 1992 verificamos una mayor monetarización de los salarios (52% de salario monetario y 13% en especie en 1992), un ligero incremento de las actividades propias (13% en 1992) y de las remesas (8% en 1992), un notable incremento de los subsidios (0.2% en 1992) una disminución del autoconsumo (4% en 1992).

Si vemos hoy el conjunto de las actividades de los miembros del hogar, las dos principales actividades de la familia en las UECP son el trabajo jornalero en el campo y de peón en la ciudad, junto con el trabajo sin pago en la finca familiar; luego viene el trabajo de obrero en el sector manufacturero–industrial y de empleadas en el sector de servicio. En las UFR predomina claramente el trabajo como obrero y empleado, después el de jornalero y peón, y finalmente el de trabajador por cuenta propia. Constatamos que entre los campesinos no hay una división sexual del trabajo marcada en las actividades económicas (salvo en el sector de servicios); mientras que en las familias no campesinas esta división es mayor (las mujeres predominan en los servicios y el trabajo por cuenta propia, aunque tienen notable presencia entre los jornaleros del campo y peones de la ciudad). Es notorio que hay mayor especialización del trabajo en las Unidades Familiares Rurales que en las Unidades Económicas Campesinas Pluriactivas. También el nivel escolar es sensiblemente más alto en las UFR que en las UECP. Parece que hay mejor capacidad de ubicarse en el mercado laboral por parte de los hogares no campesinos, lo cual se confirma con los datos que veremos ahora acerca de los niveles de pobreza.

Ingresos, pobreza y tasa ocupacional de la Unidad Económica Campesina Pluriactiva y de la Unidad Familiar Rural

En términos generales, en 1992 había una mayor proporción de hogares rurales pobres (67%) que en 2004 (58%).26 La pobreza rural ha disminuido en 9% de los hogares en este lapso; sin embargo, es preciso enfatizar que, en términos absolutos, el número de hogares pobres es mayor que al principio de los noventa. En ambas fechas la proporción de UECP pobres es mayor (70 y 66%) que la proporción de UFR pobres (61 y 54%) (gráfica 6 y cuadro 8).

Si la pobreza no disminuye de manera notable entre los productores agropecuarios a pesar de su muy importante disminución en términos absolutos, es porque los productores que desaparecieron no fueron los más pobres, sino que desaparecieron también productores mercantiles que no pudieron resistir las nuevas reglas del mercado.27

Por otro lado, si desagregamos los hogares de acuerdo con las fuentes principales de sus ingresos, en especial a partir de los ingresos salariales y empresariales (actividad propia o autoempleo), vemos que, tanto para las UECP como para las UFR, hay mayor pobreza cuando el ingreso principal proviene del salario que cuando proviene del autoempleo. Esta tendencia es todavía más clara ahora que en 1992, debido al deterioro de los salarios. Efectivamente, para el caso concreto del trabajo asalariado en el cultivo de tomate rojo de exportación en campo abierto (cultivo y cosecha) en el estado de Sinaloa, en el periodo de gran desarrollo tecnológico que va de 1985 a 1995, hemos calculado que mientras la productividad del trabajo crecía en 65%, el valor real del salario disminuía en 51%. De esta manera, el valor del salario pasaba de representar 27% a 16% del costo de producción en estas fechas (Carton, 2007).28

La diferenciación entre los hogares campesinos y los hogares no campesinos es aún más marcada si consideramos la línea de indigencia. En 1992 los hogares campesinos indigentes representaban 47% de todas las UECP, en 2004 bajaron sólo en dos puntos porcentuales (45%). Por su lado, en 1992 los hogares no campesinos indigentes representaban 34% de todas las UFR, mientras que para 2004 bajaron en 10 puntos porcentuales (24%) (gráfica 7 y cuadro 9). Estos datos indican, de nuevo, que no sólo las familias campesinas tienden a ser más pobres que las familias no campesinas, sino que, mientras el nivel de pobreza es casi estable para los campesinos, disminuyó en los hogares no campesinos a partir de la década de 1990.

En 1992 y en 2004 la tasa ocupacional de las UECP, tanto de las que están debajo como de las que están por encima de la línea de pobreza, es más alta que la tasa de unidades familiares rurales (cuadro 10). Sin embargo, acabamos de ver que tiende a haber mayor pobreza entre las primeras que entre las segundas. Esto indica otra vez que, en las condiciones actuales, la actividad agropecuaria ocupa una importante cantidad de mano de obra, pero en las peores condiciones de remuneración: en el año 2000, 60% de la población ocupada agropecuaria ganaba menos de dos salarios mínimos, 88% menos de tres salarios, cuando se estimaba que para estar por encima del nivel de pobreza una familia necesitaba ganar más de tres salarios mínimos (cuadro 11). Entre 1992 y 2004 aumentó sensiblemente el nivel de ocupación de los hogares rurales, tanto campesinos como no campesinos; pero sólo los hogares que lograron una intensidad ocupacional alta consiguieron mejorar su bienestar, porque el incremento del trabajo no pudo compensar la caída ni de los precios agrícolas ni de los salarios.

El análisis por decil de la población rural refuerza esta conclusión. El autoconsumo y la agricultura de subsistencia prevalecen hasta el cuarto decil, o sea que propician la pobreza. También vemos que los hogares de los campesinos son más pobres que los hogares no campesinos que viven del salario o de actividades propias. Por su lado, en los deciles más altos predominan los hogares de productores agropecuarios que se dedican exclusivamente a la producción para el mercado (sin autoconsumo y sin pluriactividad); mientras que en los deciles intermedios se concentran los hogares de productores pluriactivos con ingresos por salarios, actividades propias (pequeño comercio, talleres, artesanías, oficios) y remesas.

Se suele plantear que la pluriactividad es una estrategia de diversificación de las actividades del hogar para mejorar sus ingresos y, con ello, se supone que entre mayor diversificación mayor probabilidad de salir de la pobreza (Berdegué et al., 2001). En ese sentido, se esperaría que un hogar campesino que produce para su alimentación, vende algo de su producción en el mercado, consigue empleo asalariado temporal o tiene un pequeño negocio estuviera en mejor posición que un hogar no campesino que depende esencialmente de su salario. Para México no parece ser el caso y los datos que tenemos nos permiten precisar esta situación: 1) En términos general es los hogares campesinos son más pobres que los hogares no campesinos y muestran una menor capacidad para incrementar sus ingresos; 2) para ambos tipos de hogares las actividades propias son más rentables que el trabajo asalariado; 3) los hogares campesinos pluriactivos con mayor nivel de autoconsumo son los más pobres; 4) los hogares campesinos pluriactivos con mayor venta en el mercado suelen ubicarse en niveles intermedios de ingresos; 5) los productores agropecuarios que logran especializarse y vivir sólo de la agricultura, probablemente gracias a su inserción en cadenas productivas, se ubican en los mejores niveles de bienestar.

¿De qué vive el campo?

Aunque sea de manera muy breve, nos parece útil dar una visión de conjunto de la composición de los ingresos de todos los hogares rurales (UECP+UFR) para dejar en claro cuál es la importancia económica de cada actividad en el campo. Podemos afirmar que en 1992 ya se había iniciado el proceso de desagrarización: la pluriactividad campesina era ya una realidad contundente y los hogares no campesinos representaban 35% del total de los hogares. Si bien para entonces la mayoría de los hogares era todavía campesina, el ingreso rural más relevante era el asalariado (41%); mientras que el ingreso agropecuario representaba una tercera parte del ingreso rural total (gráfica 8 y cuadro 12). Cerca de la cuarta parte de los hogares tenía actividades propias no agropecuarias, pero el ingreso que generaban representaba sólo 8% del ingreso rural total.

En 2004, la desagrarización se había profundizado de manera drástica: ahora los hogares campesinos representan sólo la tercera parte de todos los hogares rurales, y los ingresos agropecuarios representan 10% del total de los ingresos rurales, en un nivel similar a las remesas y por debajo de las actividades propias no agropecuarias. El ingreso más importante, y por mucho, fue el salario: que representó más de la mitad del ingreso rural total, con presencia en casi todos los hogares rurales. Finalmente es de reconocerse el impacto de los subsidios, ya que la mitad de los hogares fue beneficiaria de estos apoyos que representaron 6% del total de los ingresos rurales. Es muy probable que a la fecha algunas de estas tendencias se hayan agudizado: el salario tendrá cada vez mayor importancia, es probable que el ingreso agropecuario siga bajando y que las actividades propias crezcan paulatinamente.

Reiteramos que la disminución relativa de los ingresos agropecuarios rurales se debe esencialmente a la baja de los precios de los productos agropecuarios así como al impresionante crecimiento de las actividades no agropecuarias, en particular asalariadas y propias.

 

Algunas reflexiones finales

Durante el periodo que se inicia con la globalización, tres fenómenos destacan respecto a la población rural. En términos absolutos la población rural sigue creciendo, a pesar de la enorme sangría que significa la migración definitiva. Además, al inicio de la última década del siglo XX todavía la mayoría de los hogares era campesina, aun si parte de la familia campesina trabajaba fuera de la agricultura. Hoy sólo una tercera parte de los hogares rurales son hogares campesinos, el resto son hogares no campesinos, de asalariados u ocasionalmente hogares con pequeños comercios, actividades artesanales o de oficios (albañiles, mecánicos, etcétera). Finalmente, la pluriactividad se ha generalizado al conjunto de las familias campesinas. En 1992, 11% de los hogares campesinos no tenían actividades fuera del predio, en 2004 esta proporción se ha reducido a 1.7%.

El crecimiento de la población rural se debe al impresionante incremento de las UFR, porque la migración campo–ciudad se vio frenada por la incapacidad de las urbes para absorber la mano de obra sobrante en el campo, debido a la consolidación del trabajo precario y flexible del actual proceso de industrialización posfordista. Es por el tránsito de un mercado que ofrecía, hasta cierto punto, empleos seguros y permanentes a otro insuficiente, precario y flexible, que la migración definitiva a la ciudad se ha desgastado y se ve ahora complementada con un nuevo esquema migratorio basado en las migraciones temporales de corta o larga duración. Por esta razón muchos hogares rurales que ya no tienen nada que ver con la actividad agropecuaria se quedan en su localidad de origen, mientras que sus miembros buscan ubicarse en el mercado de trabajo vía complejos procesos migratorios.

Si bien parte de los miembros de los hogares no campesinos trabajan como asalariados en la agricultura misma, hoy la principal fuente de trabajo de la población rural, tanto de hogares campesinos como no campesinos, se encuentra en el sector secundario y terciario.

Este proceso de asalarización de la población rural se ha dado con tal velocidad y bruralidad por el impacto de la globalización que no logramos vislumbrar sus verdaderas consecuencias. Mientras el proceso de construcción del campesinado mexicano duró por lo menos unos sesenta años, del inicio de la reforma agraria a su término efectivo durante la década de 1970, el actual proceso de desconstrucción del campesino y transformación de la población rural tomó menos de dos décadas. La notable disminución de los hogares campesinos se debe a la crisis de la agricultura y a la consecuente concentración de la producción que no podemos medir con mucha certeza por la ausencia del censo agropecuario de 2001 que no se levantó, pero es una tendencia ineludible cuyas consecuencias no se han tomado debidamente en cuenta.

La relación campo–ciudad se ha modificado profundamente. La separación entre el lugar de residencia y el lugar de trabajo para los pobladores rurales es una característica de la globalización y precarización de los mercados de trabajo. La vieja migración definitiva ya no es un recurso adecuado para los pobladores del campo, porque las ciudades no ofrecen más la posibilidad de insertarse en el mercado laboral, ni siquiera en el trabajo informal. Por eso las migraciones temporales múltiples y de larga duración tienden a sustituir la migración definitiva. Numerosos pobladores rurales mantienen su residencia en su pueblo de origen por ser el lugar más seguro y barato en donde puede vivir la familia, pues permite mantener ciertos vínculos de solidaridad con la comunidad y ejercer actividades de traspatio o de recolecta. Es, por demás, el lugar en donde pueden recibir los apoyos de los programas gubernamentales, en particular el Oportunidades, de lucha en contra de la pobreza. Este fenómeno de retención de la población, en particular de la no campesina, en microlocalidades aisladas y marginadas se debe, entonces, al efecto combinado de la pobreza con las actuales condiciones del mercado de trabajo precario; por lo cual podemos esperar que este proceso se amplíe mientras no cambien las condiciones económicas que lo propician.

En muchos casos, el incremento de las actividades asalariadas de la familia campesina no provocó la desaparición de la unidad de producción a causa de la migración definitiva, como hace algunas décadas, sino el desplazamiento de la actividad agropecuaria por las asalariadas y la transformación de su lógica organizativa: sin dejar su vínculo con la tierra la familia campesina valoriza de igual forma las demás actividades. Con ello, la unidad campesina pasó de ser una organización sistémica dominada por la producción agropecuaria complementada con actividades anexas, a una organización sistémica pluriactiva en donde la actividad más lucrativa marca la dinámica del trabajo familiar. Seguirá siendo la agricultura cuando sea la actividad más rentable para la unidad de producción, pero será el trabajo asalariado cuando el mercado de trabajo ofrezca mayores posibilidades de ingreso que el mercado de productos agropecuarios. En este contexto, los productores pobres no están forzosamente en un proceso de transición hacia su proletarización, o proletarización no asalariada, como se argumentaba a finales de los setenta, sino que se reproducen en la unidad pluriactiva. Esta situación recuerda en cierta medida la de los "obreros–campesinos" (ouvriers–paysans) u "obreros–rurales" (ouvriers–ruraux) analizada en Francia en la década de 1960 (Rochard, 1966).

En términos teórico–metodológicos hemos diferenciado la Unidad Económica Campesina Pluriactiva de la Unidad Familiar Rural a partir del siguiente criterio: en la primera se combina una finca con un hogar, mientras en la segunda hay solamente un hogar, aun si éste puede contar con pequeñas actividades de autoconsumo para mitigar la pobreza que lo agobia. Sin embargo, los datos analizados nos hacen ver que existe un enorme continuun de situaciones que desdibuja esta diferenciación analítica. En la práctica, los hogares de los campesinos pobres suelen reproducirse con la misma lógica que los hogares no campesinos, en la medida en que el trabajo asalariado prevalece ampliamente sobre el trabajo familiar propio en la parcela. En ambos casos existen actividades diversificadas que combinan el trabajo artesanal, fabril a domicilio y asalariado en la ciudad o en el campo. En ambos casos el trabajo familiar no sólo se relaciona con diferentes esferas de la economía, sino que sus actividades se sitúan tanto a nivel local, nacional como internacional por tres posibles vías que a menudo se combinan: "a domicilio" cuando el trabajador no sale de su hogar; "multilocalizado" cuando el trabajador migra temporalmente en diferentes regiones; "deslocalizado" cuando parte de la familia se establece permanentemente fuera del núcleo familiar original, pero participa de su reproducción económica con aportaciones regulares de dinero.

Obviamente, esta situación tiene importantes consecuencias sobre la organización social campesina, tanto en el funcionamiento de la comunidad campesina y del ejido como de sus organizaciones gremiales. El absoluto predominio de estos hogares sobre los hogares que mantienen una lógica campesina ha transformado profundamente la vida de las localidades rurales.

Esta situación nos permite plantear que en México, pero seguramente en los países subdesarrollados en general, no habrá procesos de "desertificación poblacional" como los que conocieron las naciones desarrolladas a partir de la década de 1960, con su consecuente abandono de regiones agropecuarias y sus posibles efectos benéficos sobre la recuperación de los ecosistemas. Proceso por demás eminentemente contradictorio en la medida en que implica una mayor explotación de las tierras que siguen en producción. Estamos frente a un proceso de creciente presión del hombre sobre la naturaleza, porque numerosas familias pobres se ven empujadas a colonizar cada rincón del país. Mientras no haya empleos suficientes, este doble proceso, aparentemente contradictorio pero en realidad complementario, de colonización hormiga junto con las migraciones será imparable, y sus implicaciones sobre la marginación social, los procesos migratorios y la ecología son enormes.

Otra conclusión sobresaliente es que las familias campesinas con malas condiciones de producción tienden a ser más pobres que las familias no campesinas, y que, además, estas últimas han mejorado su situación a partir de la década de 1990. La crisis de producción de la pequeña producción familiar a raíz de la globalización es tan fuerte que la tierra, otrora esperanza de fuente de riqueza, se ha vuelto causa de pobreza. Cabe preguntarse por qué, en dichas condiciones, estos campesinos pobres se aferran a su terruño. Una posible respuesta es que no tienen la capacidad de ubicarse en un mercado de trabajo precario, inestable, lejano y complejo, que los pone en una situación de indefensión frente al mercado laboral y fragilización social extrema.

Hoy todos los hogares campesinos en las localidades rurales son pluriactivos. Este proceso se ha analizado como una estrategia campesina de sobrevivencia para enfrentar la pobreza o contrarrestar los efectos de la crisis en el campo. Los datos de nuestro análisis permiten precisar esta situación. En contra de la idea de que la diversificación es una estrategia para salir de la pobreza, es más bien la capacidad de especializarse en una sola actividad, o por lo menos en una actividad principal, la que permite a los hogares mejorar sus ingresos. Así, la diversificación de las actividades es sólo una estrategia defensiva de los hogares pobres, en particutar campesinos, por falta de posibilidad para concentrarse en una actividad; pero parece ser una estrategia de sobrevivencia poco favorable para salir de la pobreza. En realidad, son otra vez las condiciones del mercado de productos agrícolas y del mercado de trabajo las que obligan a la población trabajadora a tal dispersión laboral.

En todo caso ya no se puede explicar la pobreza rural sólo a partir de la actividad económica agropecuaria, sino que se debe tomar en cuenta también, y tal vez esencialmente, la nueva relación campo–ciudad que prevalece hoy en día.

Se puede decir que el campo mexicano del siglo XX fue agrario; sin embargo, en el siglo XXI será fundamentalmente asalariado. Pero será asalariado no tanto porque el sector agropecuario se habrá capitalizado, sino porque la mayoría de los hogares rurales no será campesina mientras que los hogares campesinos pluriactivos serán esencialmente asalariados. Serán hogares que tendrán las mismas fuentes de empleo, o por lo menos muy similares, que los hogares urbanos. También, en ese sentido, se puede afirmar que el campo se parece cada vez más a la ciudad.

Los cambios vividos en las localidades rurales son de tal profundidad que estamos frente a la necesidad de repensar los conceptos que utilizamos. Se impone revisar por lo menos dos de ellos: el de campesino y el de descampesinización. Las mutaciones de la unidad de producción campesina por su permanente adaptación a los nuevos contextos en los cuales se inserta, plantea nuevas problemáticas no previstas por el clásico concepto de campesino. Si recordamos la polémica de fin de la década de 1970 entre los llamados "campesinistas" y "descampesinistas", es forzoso reconocer que ninguna de las dos posiciones supo vislumbrar la pauta del desarrollo actual en el campo. Esto nos obliga a repensar no sólo la situación del sector agropecuario y de la población rural, sino también la relación siempre cambiante del campo con la ciudad. Los datos de este trabajo nos dejan por lo menos dos certezas: hoy en día no se puede explicar la dinámica del campo a partir de la problemática del sector agrícola, y la dinámica de la agricultura no se explica sin su relación con la pluriactividad.

 

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Notas

1 En este trabajo utilizamos como sinónimo "campo" y "rural". Para delimitar este espacio geográfico y social nos atenemos a la definición de la población rural del INEGI (localidades con menos de 2,500 habitantes), porque esto nos permite ocupar las fuentes censales con las cuales cuantificamos los procesos estudiados, hacer comparaciones históricas, así como con otros países, ya que es el criterio comúnmente usado en América Latina.

2 Se distribuyeron 107 millones de hectáreas a más de tres millones de campesinos durante el reparto agrario que se inició con el decreto del 6 de enero de 1915, el cual reconocía el derecho de restitución o dotación de tierras a los pueblos, y se fortaleció con el artículo 27 constitucional de 1917, que reconocía tres formas de propiedad: pública, privada y social, y concluyó con la modificación al artículo 27 constitucional del 6 de enero de 1992 y la ley agraria del 26 de febrero del mismo año.

3 Durante la reforma agraria se conocía a esta población como campesinos sin tierra. Ahora, en la medida en que las últimas luchas agrarias importantes a nivel nacional se dieron en 1975 y que el reparto agrario fue cancelado en 1992, me parece necesario buscar conceptos más apropiados. En Brasil se les sigue reconociendo como campesinos sin tierra precisamente porque existe un fuerte movimiento agrarista y porque el proceso de reparto agrario sigue abierto.

4 La base de datos de la ENIGH 2006 recién está disponible, por lo cual no pudimos utilizarla para este trabajo. Sin embargo, hemos realizado algunas pruebas y comprobamos que las tendencias son las mismas que en 2004.

5 Asimilamos el hogar a la unidad de producción familiar, lo cual es correcto para la casi totalidad de los casos del sector agropecuario. Esta asimilación es incorrecta sólo en el caso de las muy grandes empresas, como las agroexportadoras. Sin embargo, estas empresas no se ubican en las localidades rurales aquí estudiadas, por lo cual no afecta nuestro análisis.

6 Durante la década de 1930, 2.8% de la población rural migra a la ciudad, durante la década de 1940 esta proporción sube a 6%, mientras que en la de 1950 baja a 4.3% (CEED, 1970).

7 Según Alba (1977), entre 1940 y 1950 la población urbana creció en 2.8 millones de habitantes, de los cuales 1.7 millones se deben a las migraciones que provienen especialmente de localidades rurales (crecimiento social); en la siguiente década (1950–1960) el crecimiento urbano fue de 4.9 millones de habitantes, de los cuales 1.8 millones provenían, sobre todo, de las migraciones desde las localidades rurales; finalmente entre 1960 y 1970 la población urbana crece en 8.4 millones, de los cuales 2.7 millones son por migración. Sin embargo, Alba hace notar que en estos cálculos los nacimientos de los migrantes establecidos se contabilizan como crecimiento natural cuando son, de hecho, un efecto indirecto del crecimiento social (migración). Precisa que si se contabilizan los nacimientos de los migrantes establecidos como crecimiento social (efectos directos e indirectos), 69% del crecimiento de la población se debe a la migración durante la década de 1960.

8 El precio del maíz quedó bloqueado entre 1957 y 1973; durante este periodo disminuyó en términos reales en 33% (Gómez Oliver, 1978: 727).

9 Todos los autores destacan la temprana edad de los migrantes, así como la predominancia de la migración de las mujeres sobre los hombres. Por ejemplo, Corona Cuapio et al. (1999) plantean que entre 1965 y 1995 la edad promedio de los migrantes fue de 21.9 años; también precisan que con el tiempo se incrementa la migración familiar. El Centro de Estudios Económicos y Demográficos de El Colegio de México (CEED, 1970) afirma que entre 1940 y 1970 la migración rural se concentra en las edades de 10 a 29 años. Asimismo, señala que en la década de 1930 había 53 hombres por cada 100 mujeres migrantes, en la de 1940 eran 75 hombres por cada 100 mujeres, y en la de 1950 había 83 hombres por cada 100 mujeres. También plantea que mientras más crece la migración menos se concentran los migrantes por edad. De Oliveira (1976), a su vez, calcula que en el caso de la migración a la Ciudad de México, entre 1930 y 1969 la edad promedio de los trabajadores migrantes fue de 20.7 años.

10 Para la década de 1960 más de una tercera parte de los migrantes hacia el área metropolitana de la Ciudad de México provenía de regiones de agricultura de subsistencia. Se estima que esta tendencia se fue incrementando en las siguientes décadas (Stern, 1977).

11 A lo largo de 80 años de reparto agrario se entregaron efectivamente 101 millones de hectáreas (52% de la superficie nacional) a 4.2 millones productores (www.sra.gob.mx). Durante estas décadas el saldo entre las unidades campesinas que desaparecían y las que se creaban por el reparto agrario era ampliamente positivo.

12 Vale la pena recordar que aun en los países desarrollados esta relación nunca es definitiva. El caso francés es interesante al respecto, ya que la actual tendencia es un lento repoblamiento de los municipios rurales que incluían 24.9% de la población total en 1975, pero 26.0% en 1990. Después del histórico éxodo rural (migración campo–ciudad) se inició un flujo urbano hacia el campo, ya que la tasa migratoria en las dos terceras partes de los municipios rurales es ahora positiva (Fougerouse, 1996).

13 Cifras calculadas por Carlos Welti, a partir de la Encuesta Nacional de Salud Reproductiva 2003, INEGI, México.

14 En algunas regiones indígenas las artesanías se transformaron en objetos "cultos" de decoración (ropa, sarapes, alfombras, jarcería, muebles, joyas, pinturas, etc.) para el turismo y el mercado internacional.

15 En 1930, con una población total de 16 millones de habitantes, había poco más de 75 mil localidades (V Censo de Población, 1930).

16 Las localidades suburbanas o cercanas a una vía de comunicación tienen un promedio de 150 habitantes; por su parte, las localidades aisladas (lejos de una ciudad y de las vías de comunicación) tienen un promedio de 77 habitantes.

17 Conapo (2004) estima que en las localidades pequeñas existen 83 dependientes por cada 100 personas en edad de trabajar; mientras que en las localidades urbanas esta relación es de 56 dependientes por cada 100 personas activas.

18 Según la corriente de pensamiento o el énfasis que se quiere destacar, se utiliza una variada gama de conceptos como son: la pequeña agricultura mercantil, la economía mercantil simple, economía campesina, familiar o doméstica, etc. A menudo estos términos se usan como sinónimos.

19 Una buena reseña sobre las diferentes posiciones analíticas existentes en las décadas de 1960 y 1970, así como sobre la definición del campesino, se encuentra en los capítulos 1 y 2 del libro Economía campesina y agricultura empresarial (CEPAL, 1982).

20 El autoconsumo es poco relevante. Incluye tanto la producción propia en el traspatio o la parcela como actividades de recolección para el consumo familiar. En 1992 las UFR con autoconsumo representan 28% de las UFR y 10% del total de los hogares rurales. El monto de los ingresos por concepto de autoconsumo representa 12% del monto total de sus ingresos. En 2004 representan sólo 15% del total de las UFR y 10% de los hogares rurales. El monto de los ingresos por concepto de autoconsumo baja a 8% del monto total de sus ingresos. Es notorio que el autoconsumo es, por mucho, la actividad menos significativa, que su importancia disminuye cada vez más y que se ubica esencialmente en los hogares más pobres.

21 En 1992 estos hogares campesinos representaban 73% del total de las unidades de producción agropecuarias del país (el 27% restante se ubicaba en localidades de más de 2,500 habitantes), y en 2004 la proporción era similar (74%).

22 En la medida en que la superficie cultivada no ha variado en estos años, la hipótesis de una fuerte concentración de la producción en unidades fuertemente capitalizadas se impone. Por desgracia el censo agropecuario de 2001 no se ha levantado, por lo cual no tenemos una idea precisa de la actual estructura agraria.

23 Es probable que haya una mayor concentración de hogares no campesinos en las localidades suburbanas que en las localidades aisladas y marginadas.

24 En 2004, 75% de las unidades de producción agropecuarias (1.8 de 2.4 millones) se encuentra en las localidades rurales, pero es notorio constatar que la pluriactividad es similar tanto en las unidades que se ubican en pequeñas localidades como en localidades intermedias (2,500 a 15 mil habitantes) o ciudades (más de 15 mil habitantes) (Carton, 2008).

25 Existen otros dos programas de la Sedesol dirigidos a los hogares pobres, pero con un alcance menor: el programa de Empleo temporal (en 2003 se generaron 115,839 empleos con un salario de 43 pesos diarios y un ingreso total de 3,708 pesos por persona) y el programa de Atención a adultos mayores en zonas rurales (en 2003 se apoyó a 200 mil adultos con una aportación total de 2,500 pesos por persona).

26 Adoptamos los niveles de pobreza per cápita definidos por la CEPAL (2006: 319) para determinar la línea de pobreza monetaria en 2004, y para 1992 deflactamos los datos sobre la base de 1994.

27 En otro trabajo (Carton, en prensa) sobre la evolución del sector primario entre 1992 y 2004, encontramos que, por estrato de ingresos, 42% de las unidades de producción agropecuarias con un ingreso menor a 2 SMM desaparecieron; en el estrato de 2 a 5 SMM fueron 36% las que desaparecieron; en el estrato de 5 a 10 SMM fueron 28%; en el estrato de 10 a 20 SMM fueron 22%, y en el estrato de más de 20 SMM fueron 75%. Podemos considerar que los hogares de menos de 2 SMM corresponden a campesinos indigentes o pobres, de 2 a 5 SMM son pobres o con una reproducción simple, de 5 a 10 son campesinos con bienestar, de 10 a 20 son campesinos con bienestar y capacidad de acumulación, los de más de 20 SMM son productores con acumulación alta.

28 Según las Cuentas Nacionales el salario agrícola nacional disminuyó en 45% durante este mismo lapso.

 

Información sobre el autor

Hubert Carton de Grammont. Doctor en Sociología. Actualmente se desempeña en el Instituto de Investigaciones Sociales, de la Universidad Nacional Autónoma de México. Líneas de investigación: la nueva estructura ocupacional en el campo, y la organización campesina para la producción y su relación con la política. Publicaciones recientes: "Fortalezas y debilidades de la organización campesina en el contexto de la transición política", en El Cotidiano, núm. 147, México (2008); coordinó, junto con Edelmira Pérez y María Adelaida Farah, La Nueva Ruralidad en América Latina: avances teóricos y evidencias empíricas, Bogotá (2008); "Las empresas, el empleo y la productividad del trabajo en la horticultura de exportación", en Ortega, María et al., Los jornaleros agrícolas, invisibles productores de riqueza, México (2007).

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