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Convergencia

versión On-line ISSN 2448-5799versión impresa ISSN 1405-1435

Convergencia vol.16 no.49 Toluca ene./abr. 2009

 

Reseñas

 

Nueva mirada a la prehistoria

 

Hilario Topete Lara

 

Adovasio, J. M. et al. (2008), El sexo invisible. Una nueva mirada a la historia de las mujeres, México: Lumen, 355 pp. ISBN 978–970–810–442–5

 

Escuela Nacional de Antropología e Historia – Instituto Nacional de Antropología e Historia. E–mail: topetelarah@yahoo.com

 

En 1975 México fue sede de la Primera Conferencia Mundial Sobre la Mujer. Las mujeres produjeron un momento climático en su lucha a la alza por conquistas políticas, sociales, económicas y de todos tipos. Pero este evento, que para muchos fue simplemente un escaparate donde la clase política mexicana se mostraba, para muchas de las asistentes sería el símbolo de una serie de conquistas por la recuperación de sí mismas —en tanto género— en la historia y la sociedad. Silenciosamente habían ocurrido muchas cosas, a cuál más de formidables cada una de ellas: el movimiento hippie de los años sesenta había ayudado a colocar "un ladrillo en la pared" en la lucha por la liberación femenina "de la cintura para arriba", y no aquella que emprendieron los medios masivos de comunicación para valorarlas "de la cintura para abajo" con la puesta en moda de la minifalda. Sólo por no extender más el comentario, agregaré que Claudie Broyelle había dado a luz La mitad del cielo, una sociología del movimiento social liberacionista de las chinas de Mao, quien hizo célebre en Occidente la idea de que las mujeres —en la cultura china— son la mitad del cielo, una divisa que impactó inicialmente, sobre todo, a los círculos juveniles universitarios.

Pero el tema que ocupa a El sexo invisible...:la recuperación de la mitad del mundo que sostiene el cielo, en la historia y, especialmente, en la prehistoria, se abordó con lentitud dada la escasez de mujeres en el terreno de la arqueología, paleontología, antropología física, etc., por un lado; por otro, en la formación de esas científicas —y sus colegas varones— había "entrenamiento masculinizado", empeñado en buscar la espectacularidad de las armas utilizadas en la caza, herramientas asociadas a los varones; de uno más, la animadversión de los hombres para rastrear "lo femenino" en los restos paleontológicos, fuese por desconocimiento o por su propia perspectiva de género, maculada con atavismos y prejuicios que casi lindaban con un machismo maquillado de cientificidad, o fuese por la reticencia que el propio movimiento feminista "rabioso" e intransigente ocasionó entre tirios (as) y troyanos (as), quienes se negaron a colaborar en la construcción de la perspectiva de género, y la gestación de la historia silenciosa y silenciada del papel femenino en los orígenes de la humanidad que, repito, es lo que interesa en la obra.

El sexo invisible... es una obra original en la propuesta, aunque no en la línea de la recuperación de las mujeres en la prehistoria. Y al escribir esto tengo en mente una larga cadena de obras en las que ese propósito se ha visto en algo satisfecho: Dios nació mujer, de Pepe Rodríguez; Las biografías de Eva. La evolución humana a través de la hembra de la especie y La cadera de Eva. El protagonismo de la mujer en la evolución de la especie humana, de José Enrique Campillo Álvarez; Descent of woman, de Elaine Morgan; El primer sexo, de Helen Fisher; El papel de la mujer en la evolución humana de Carolina Martínez Pulido; Las siete hijas de Eva de Bryan Sykes, y, entre otras, Los senderos del Edén de Stephen Oppenheimer. Pero, ¿en qué radica su originalidad?

Primero, se trata de una obra colectiva, dos hombres (Jim M. Adovasio y Jake Page) y una mujer (Olga Soffer) que han sabido sortear primero las diferencias entre sí, que las hay respecto de sus posiciones teóricas e interpretaciones, y en cuanto género (aunque esto no tiene ninguna trascendencia en su libro). Pero, advirtamos, no se trata de un experimento cuya elevada calidad haya brotado del azar, pues ellos han producido previamente —como lo evidencia la bibliografía— otros materiales científicos en coautoría, sobre todo la profesora de antropología de la Illinois University.

Segundo, el producto no proviene de miembros de una disciplina, sino de diversas; al menos, de la arqueología y la antropología, lo que torna más problemático el trabajo, y más proteico el producto. El lector se cerciora a cada paso de la riqueza de contenidos que se perfila en una copiosa bibliografía de apoyo y en los propios conocimientos que los expertos aportan desde sus propias investigaciones.

Tercero, es iconoclasta y nada complaciente. El lector asiste en cada parte, en cada capítulo y subcapítulo al despedazamiento de mitos, uno tras otro hasta perfilar, mediante un ejercicio creativo, inteligente, interpretativo, nuevos escenarios, nuevas formas de ser —humano y femenino particularmente— en un mundo complicado para los homínidos (y particularmente del Homo sapiens) en el paleolítico. Pero el resultado, como en un collar, se va hilvanando con la aguja y el hilo que son las mujeres; las cuentas son las evidencias arqueológicas, paleontológicas, genéticas, anatomofisiológicas de la mujer y del hombre. El resultado es desalentador para cualquier lector machista; su orgullo puede morir por abrumamiento desde las primeras páginas. En cambio, para un lector proclive a la reivindicación de las mujeres —o profeminista al menos— es muy gratificante.

Cuarto, es exquisitamente propositivo. En ocasiones, como notará el lector, forzadamente propositivo dada la insistencia por inclinar la balanza del lado de las mujeres. Debido a ello, no resultará extraño encontrarlas en la vanguardia de la recolección, de la caza con redes, de la pesca, de la domesticación de plantas y de la agricultura. La misma historia pero ahora con las mujeres y, en muchísimos —por no decir que en todos— de los procesos, a la vanguardia.

Quinto, es ameno, a momentos literario y didáctico. Los autores, por ejemplo, proponen con frecuencia escenarios ficticios, recreados en el pasado para ilustrarnos la prehistoria, y retan al lector a buscar las inconsecuencias, los yerros de interpretaciones masculinizadas de los mismos; pero no se embelesan en la crítica inútil sino que reconfiguran los escenarios bajo una nueva y—si se me permite— feminizada perspectiva.

Quizá por todas sus virtudes el lector podrá perdonar los que a mi juicio constituyen "algunos negritos en el arroz (blanco)", como aquella extrapolación en la que se defiende el papel de la colaboración del macho Homo con la crianza y cuidados con su hembra en lo que O. Lovejoy llamó "sexo por alimentos" o el principio de la monogamia sobre la base de un macho que aporta carne a la hembra y obtiene de ella cópulas, placer y la seguridad de que los hijos sean de él; pues bien, ¿cómo podría saberlo si el proceso de concepción, embarazo y parto ha sido un misterio en todas las culturas hasta tiempos muy recientes?

Quizá pueda ser chocante el hecho de que a momentos proporciona argumentos que se antojan apresurados, como considerar, no sin cierta razón, que los primates tienen en mente tres problemas para subsistir: "alimento, sexo y reproducción". Digamos que sí, que toda especie para mantenerse requiere de poseer una estrategia reproductiva (con sexo o sin él, agrego) y una manera de garantizarse alimentos; pero no lo es todo: se requiere de una estrategia adicional: de cuidados —o la manera de prescindir de ellos— para garantizar que los miembros de las siguientes generaciones puedan alcanzar una etapa reproductiva y cerrar el círculo.

Asimismo, resulta sorprendente que habiéndose propuesto la reivindicación de la mujer en la prehistoria, al tratar de explicarse la difusión tecnológica, hayan determinado que "lo que se extendió [en Europa] fue la tecnología, más que los inventores", lo cual resulta novedoso, pero discutible. Esto, afirmado sea, porque según la etnografía sobre cazadores y recolectoras, y la propia línea de argumentación, lo que pudo ocurrir —y espero no haber interpretado mal sus hipótesis— es que los procesos de segmentación de la banda suponían una cierta simetría en el "proceso meiótico" del grupo, y con ello se garantizaba la continuidad de la técnica, la tecnología y la carga genética. Por otro lado, los intercambios entre bandas, fuesen de hombres o de mujeres, resultarían ventajosas si las mujeres —en el supuesto de intercambio de hembras— hubieran desarrollado o al menos dominado las técnicas y la tecnología lítica y de tejidos. La cadena de sorpresas agregaría al hecho de que no se haya considerado que la sociabilidad tiene un soporte "natural": el gregarismo, y que se atribuya mayor peso al lenguaje en la cooperación, en la conservación del grupo.

Tal vez también resulte incómodo (al lector) y hasta cierto punto contradictorio (entre los autores) que, habiéndose propuesto Adovasio, Page y Soffer derrumbar la hipótesis del cazador, y del estereotipo del hombre cazador, al recuperar en el capítulo VI las tesis de Bryan Sykes para describir a las siete hijas de Eva, no se hayan podido librar del prejuicio del macho cazador y lo hayan reproducido literalmente; la razón: falta de ejercicio de crítica de la fuente.

Ahora, es una verdad incontrovertible que los antropólogos no sabemos manejar muy bien el tiempo al momento de exponer acontecimientos, y eso quizá pueda explicarnos por qué en el capítulo VIII nos proporcionan un escenario donde hace 26 000 años se realizaban trabajos de arcilla y de telar, cuando Dolni Vestonice, en su hallazgo de referencia, evidencia cordelería, no uso del telar. Pero tal vez el más notorio descuido con el tiempo no se debe a los autores, sino a la traductora (o al responsable de la edición en español), al considerar que los anzuelos aparecieron "hace unos 600 años", una cifra que por cierto aparece reiterada.

Por supuesto, dentro de las abundantes tesis y el copioso arsenal de datos, los yerros y las imprecisiones no se pudieron evitar en su totalidad. El lector podrá acudir al encuentro sorpresivo con el argumento de que en el Valle de Tehuacan se cultivaba trigo hace 5000 años, y que no se distancie entre agricultura y cultivo hortense. O, para finalizar, que no se haya distanciado entre la unidad productiva que era el calpulli y una aldea de granjeros.

Pese a todo ello —y habría que agregar que precisamente por ello—, El sexo invisible...está llamado a ser una lectura imprescindible para arqueólogos, prehistoriadores, etnohistoriadores, etnólogos, antropólogos, sexólogos y profeministas, entre otros. Sin embargo, agregaría, retomando las ideas de amenidad y didactismo de que hace gala la obra, que su lectura puede ser acometida por cualquier género de lector y, ya sea de los unos o de los otros, es seguro que ninguno resultará decepcionado al llegar al punto final.

 

Información sobre el autor

Hilario Topete Lara. Maestro en Historia/Etnohistoria y Dr. en Antropología. Líneas de investigación: magonismo, organización social para el ceremonial, gobiernos locales y organización social comunitaria. Publicaciones más recientes: "Túneles del instinto", en Ciencia Ergo Sum, revista científica multidisciplinaria de la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), noviembre–febrero (2009); "Hominización, humanización, cultura", en Contribuciones desde Coatepec, revista de la Facultad de Humanidades y del Centro de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades de la UAEM, julio–diciembre (2008); "Derecho positivo mexicano, sistemas jurídicos comunitarios: apuntes para una reflexión sobre su permanente desencuentro", en Araujo, Hilda [ed.], Los Andes y las poblaciones altoandinas en la agenda de la regionalión y la descentralización,Lima (2007).

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