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Convergencia

On-line version ISSN 2448-5799Print version ISSN 1405-1435

Convergencia vol.13 n.40 Toluca Jan./Apr. 2006

 

Estudios

 

Las niñas a la casa y los niños a la milpa: la construcción social de la infancia mazahua

 

Ivonne Vizcarra Bordi* y Nadia Marín Guadarrama**

 

* Universidad Autónoma del Estado de México. Correo electrónico: ivbordi@hotmail.com

** Universidad de Albany. Correo electrónico: kimi_nadiaxxi@yahoo.com

 

Envío a dictamen: 19 de octubre de 2005
Reenvío: 24 de febrero de 2006
Aprobación: 02 de marzo de 2006

 

Resumen

El propósito del estudio es abordar, desde la antropología feminista, la participación infantil en la economía de subsistencia de los hogares rurales mazahuas en tres generaciones. Se propone partir de la hipótesis de que las prácticas sociales, basadas en la división sexual del trabajo que contribuyen a la reproducción de los hogares rurales mazahuas, cambian más rápido que la subjetividad colectiva sobre asignación genérica de los roles tradicionales. Con la ayuda de la etnografía y relatos de algunas historias de vida, se analizan los cambios en las actividades de las niñas y los niños que responden a los ajustes que exigen las crisis agrícolas, a los procesos de incorporación de la globalización y a las nuevas sujeciones de la política social mexicana. Pese a estos cambios reflejados en la vida cotidiana mazahua, se concluye que persisten ciertos rasgos identitarios sobre los roles de género, en los cuales a las niñas se les asocian con actividades reproductivas: "la casa", y a los niños con productivas: "la milpa".

Palabras clave: infancia, mazahuas, género, identidad, economía de subsistencia.

 

Abstract

Based on feminist anthropology, the purpose of this study is to discuss children's participation in the economy of subsistence of mazahua rural households during three generations. The starting hypothesis is that social practices, based on the sexual division of working, which contribute to the reproduction of mazahua rural households, change faster than the collective subjectivity of the traditional gendered roles. Using ethnography and the narratives of some life histories, we anatyze changes in children activities that are consequence of the agricultural crisis, processes of insertion to globaltzation, and the new ret trictions from the mexican social policy. Our conclusion is that, in spite of these changes in the mazahua daily life, there is a persistence of specific characteristics related to identity and their gender roles. Hence, older generations associate boys to productive activtties such as "la milpa" (the field), and they associate girls with reproductive activities such as "la casa" (the house).

Key words: childhood, mazahuas, gender, identity, economy of subsistence.

 

Introducción

Los niños y las niñas de las zonas rurales han participado desde épocas muy remotas en los procesos de subsistencia a una edad temprana (Ariés, 1962 y 1987;1 Scheper-Hugues y Sargent, 1998). Sin embargo, los estudios sobre la infancia desde una perspectiva antropológica y feminista traen consigo diversos retos, ya que anteriormente este tema se había orientado hacia la legitimación o la imposición de patrones de desarrollo en las sociedades capitalistas (Stephens, 1995a), y muy poco a la construcción social de las identidades de los niños y las niñas en contextos cuyas realidades son cada vez más integradas y globalizantes.

Para romper con el patrón de análisis androcentrista, y realizar un estudio crítico de la infancia que ofrezca suficientes herramientas para entender los cambios en la participación infantil dentro de las dinámicas de subsistencia de los hogares rurales, y considerando que las actividades tienen asignaciones genéricas (femeninas y masculinas), este artículo se basa en las aportaciones de los estudios antropológicos sobre la niñez desarrollados por Sharon Stephens (1995b) y de la Ecología Política Feminista (Vizcarra 2002; Rocheleau, Thomas-Slayter and Wangary, 1996; Plumwood, 1993; Warren, 1987).

En este sentido, tanto la infancia como el género son consideradas nuestras categorías de análisis. Ambas son construcciones sociales que se establecen en culturas específicas a través de procesos históricos y, por lo tanto, varían en cuanto al espacio y al tiempo. Al conjugarlas, observamos que desde el nacimiento, tanto a niños como niñas, se les asigna un género construido para cada sexo (hombre-masculino; mujer-femenino). Niños y niñas pasan por una serie de rituales y de procesos en los que se encuentran en constante aprendizaje. Con base en observaciones y prácticas con otros miembros de la comunidad, ellos aprenden a representar el género que se les ha designado (Lamas, 2003; Quezada, 1996).

No obstante, podemos sospechar que estos procesos de asignación y adquisición no son completamente duales, al menos en el medio rural mazahua, cuyas estrategias de reproducción social se sustentan, además de las actividades propiamente agrícolas, en los ingresos extra agrícolas obtenidos de la migración masculina (Vizcarra, 2002). Por eso niños y niñas conviven en el mismo espacio, donde las mujeres llevan a cabo sus actividades cotidianas en la mayor parte del tiempo sin sus esposos o hijos mayores, teniendo que adaptarse a las propias transformaciones rurales y a la sociedad inmersa en el proceso de globalización.2 De aquí surge la necesidad de entender la participación infantil dentro de este sistema cambiante y dinámico de reproducción, organizado prácticamente por las mujeres.

El trabajo de investigación parte de la hipótesis de que las prácticas sociales, basadas en la división sexual del trabajo que contribuyen a la reproducción de los hogares rurales mazahuas, cambian más rápido que la subjetividad colectiva sobre asignación genérica de los roles tradicionales. Para demostrarla, atravesamos las categorías de género e infancia en el análisis de las historias de vida de tres generaciones de mujeres y hombres mazahuas de la comunidad de San Miguel la Labor. Asimismo, se completa la reflexión con base en nuestras observaciones participantes de 1998 y de los últimos trabajos de campo realizados en 2000, en la misma comunidad.

 

Metodología

Los principales aportes de la antropología feminista en las últimas décadas son los estudios sobre la construcción cultural de los géneros, sus identidades y diferencias, así como las relaciones entre los géneros que se establecen en dichas construcciones (Moore, 1999).

Siguiendo estas contribuciones teóricas, la antropología feminista postula que las identidades de los géneros son marcadas por la asignación de tareas, valores, atribuciones y actitudes a cada uno de los sexos. Asignación fundamentada en la creencia social de lo que le corresponde a cada sexo, que construye un tipo ideal de su género. Indudablemente, la construcción social de la infancia, según el género, no es ahistórica y, por lo tanto, las identidades están en constante movimiento, confrontación, redefinición y legitimación. En este rasgo constructivo, un eje de análisis que llama nuestra atención es conocer cómo se determinan las desigualdades sociales a partir de las asignaciones en la división sexual del trabajo dentro de las estrategias de subsistencia de los hogares rurales.

Por supuesto que el interés no sólo radica en la crítica sobre la distribución y valoración desigual de la carga de trabajo entre hombres y mujeres de las sociedades en transformación, capitalistas o no (dentro del hogar, en la comunidad, en la región, en la nación o en el mundo), sino también porque al conocer cómo se conforman los géneros y sus relaciones nos señalan las diferencias entre las mujeres, los géneros, las generaciones, los pueblos y las culturas. Por consiguiente, el reconocimiento social de estas diferencias favorece al detrimento de categorías universales (Moore, 1999; Vizcarra, 2005).

Para señalar el poder de las diferencias, la investigación de la antropología feminista tiene preferencia en basarse, además de las etnografías, en las historias de vida que dan cuenta de los procesos históricos por los cuales han pasado las construcciones socioculturales de las identidades de género y sus relaciones. No obstante, recuperar la memoria gracias a los relatos en asuntos de género tiene sus riesgos. Por un lado, pueden verse sesgados por la misma historia de vida de la persona que relata, ya sea con tendencia a la victimización, o bien, puede esconder intencionalmente el ejercicio del poder mal habido. Por otro lado, porque la recuperación de la memoria puede presentar desfases temporales o incluso lagunas de periodos claves de la construcción. Aun así, contar con varios relatos de vida de diferentes generaciones y géneros nos da suficiente material para reflexionar sobre los cambios y los procesos de identidad (individual y colectiva) que han cursado los niños y las niñas mazahuas.

El interés sobre la infancia mazahua surge de nuestra propia experiencia durante el trabajo de campo emprendido en el verano de 1998, en la comunidad San Miguel la Labor (SML) del municipio de San Felipe del Progreso,3 bastión de la cultura mazahua.4 SML es una comunidad eminentemente indígena (98% de la población es hablante de la lengua mazahua) y está enclavada en la parte alta de la sierra del municipio, entre los 2,700 msnm. En ella habíamos comenzado trabajos etnográficos desde 1991, por lo cual fue relativamente fácil adentrarnos en las vidas privadas de algunos hogares donde ya nos conocían.

Nuestro trabajo consistió en observar el diseño femenino de las estrategias de reproducción social, así como participar en sus actividades cotidianas. Pero también entender los cambios relacionales entre géneros y generaciones en el diseño y sus prácticas para subsistir a través de las transformaciones rurales mexicanas. Por eso recolectamos 24 historias de vida: 12 de hombres y 12 de mujeres de tres diferentes generaciones, divididas según sus correspondencias con tres grandes transformaciones del medio rural mexicano:

a) Los y las mayores de 60 años: por haber vivido su infancia en la lucha por el reparto agrario y la constitución de ejido de SML. Además es una época que se relaciona con el analfabetismo generalizado.

b) Entre 30 y 60 años: por pasar su infancia en el tránsito de la abundancia de maíz (originada de la Revolución Verde) a las crisis del mercado del mismo. Paralelo a la crisis que se tradujo en una acelerada migración masculina, se habilita la naciente escuela primaria estatal y con ella la incorporación paulatina de las niñas a la educación formal.

c) Menores de 30 pero mayores de 15 años de edad: quienes vivieron su infancia en el proceso del retiro progresivo del Estado de las políticas agropecuarias y su reorientación en políticas de combate a la pobreza. Pese a que la mayoría de los jóvenes de los dos sexos han pasado por la educación primaria obligatoria, la migración transnacional y nacional, temporal, circular o permanente se ha convertido en una de las opciones de preferencia juvenil.

Asimismo, para percibir las diferencias de género en la infancia, durante nuestra estancia organizamos varias actividades lúdicas con los niños y las niñas de entre cinco y 12 años de edad. La más significativa fue un concurso de dibujo por categorías de edad y por sexo. La mayoría de los varones dibujaron la milpa en forma de croquis rectangular, con vista aérea y horizontal, detallando las labores que requiere la milpa, algunos agregaron al dibujo un vehículo, otros sobrepusieron un avión en el cielo, y algunos de mayor edad (12 años y más) llegaron a dibujar planos de edificios y urbes. En cambio, las niñas dibujaron, sin excepción alguna, su casa, vista de un plano frontal y vertical, integrando la cocina, el fogón y el solar rodeado de flores con colores llamativos.

Estos dibujos representaban, de alguna manera, su vida presente, reflejando el pasado de sus progenitores (abuelos, y/o padres de ambos sexos), pero también su vida futura. Así, una vez madresposas5 serían las cuidadoras de la casa y su hogar, cuyo destino se manifiesta en el restringido espacio de lo privado. Por su parte, los varones, con una visión más amplia de su horizonte, se muestran como productores agrícolas y propietarios de la parcela; también, al mismo tiempo, muy probablemente se ven como trabajadores de la construcción en las grandes ciudades (nacionales e internacionales), tal como lo hacen sus padres, tíos y hermanos.

 

Infancia y género

La adición de las mujeres en la historia del mundo no ha implicado un estudio exhaustivo sobre la participación de los niños en las sociedades estudiadas, ni siquiera de la construcción social que de ellos hacen en las generaciones adultas. Sin embargo, cuando en las ciencias sociales se discuten temas relacionados con mujeres, especialmente cuando ese tema es sobre la maternidad, la población infantil es inherente al análisis. De hecho, en las comunidades mazahuas existe una constante relación binominal entre mujeres-hijos e hijas, en el sentido de ser una estrategia de reproducción en la vida cotidiana (Vizcarra, 2002; González y Vizcarra, 2004; González Ortiz, 2005).

La información acerca de la crianza de los niños y las niñas, así como la participación infantil en Mesoamérica, es limitada. No obstante, los estudios etnohistóricos de Burkhart (1997) respecto a los primeros años de los niños nahuas del México central muestran que la crianza de los más pequeños se da en momentos de aprendizaje de la estructura social y de su cultura, principalmente a partir de la observación de las actividades cotidianas de las mujeres que los crían (tales como preparar la comida, hilar, limpiar, rezar, etcétera).

De acuerdo con Meillasoux (1985), en la época colonial tanto niños como niñas fueron incorporados al trabajo familiar desde una edad muy temprana, siendo una de sus actividades principales el trabajo pastoril. Aun con la carga de trabajo que tenían dentro de su grupo doméstico, la labor de las mujeres y de los niños y niñas desaparecía detrás de la figura masculina, en la cual sí se reconocía su estatus social como ente productivo.

En lo que respecta a los diferentes estudios antropológicos, éstos se han dado a la tarea de entender, sobre todo, la situación de la infancia en tiempos de globalización.6 Por su parte, Stephens (1995a) ha mostrado una paradoja existente entre los niños, las niñas y los adultos. Ésta radica en el gran interés occidental en favor de la lucha por los derechos de las mujeres y los derechos de la infancia, discursos que obedecen a intereses occidentales en los que se promueve el derecho a tener una familia estable, entendiéndola como una institución que reproduce los patrones culturales de una sociedad determinada. Pero, por otro lado, en el mismo discurso se impulsa el derecho a la educación, la salud y a disfrutar de la infancia como si fuese una etapa universal, cuyo referente es una realidad construida socialmente en culturas occidentales (Malkki y Martin, 2003). Stephens (1995a) considera que la infancia entendida como aquellas generaciones más jóvenes que tienen derechos esenciales específicos relacionados con la salud, la escuela y el juego, y que condenan el trabajo infantil y el abuso, entre otros, es una contemporánea construcción social de Occidente que ha sido exportada a otros contextos, con todo y sus asignaciones genéricas respectivas.

Estas reflexiones traídas al ámbito de las sociedades indígenas rurales muestran que, al igual que en regiones urbanas, la infancia en las zonas rurales es pensada como una etapa transitiva. La infancia en dichas zonas está inserta en una dinámica de subsistencia donde los sujetos son formados como "productos" de la reproducción social biológico-cultural, y, al mismo tiempo, participan en la reproducción de esa formación a través de la vida cotidiana. En este proceso de subsistencia de grupos domésticos rurales, tanto mujeres como niñas y niños se encuentran en constante lucha por acceder a los recursos naturales, así como a los otros recursos necesarios para la reproducción social de sus grupos y, por consecuencia, de sus comunidades.

En este tenor, la ecología política feminista sugiere el uso del término de subsistencia en lugar del término de desarrollo. Se propone que los diferentes roles femeninos como productoras, reproductoras y consumidoras han generado habilidades integrativas de creación y mantenimiento entre el sistema complejo de los hogares, de la comunidad y del ambiente, el cual está en constante confrontación con las ciencias especializadas. Por lo tanto, la ciencia de la subsistencia, o llamada también economía de la subsistencia con perspectiva de género, reconoce las habilidades creativas de las mujeres que organizan los sistemas de subsistencia, repartiendo tareas específicas a sus hijos y transmitiéndoles el conocimiento de su entorno, para asegurar la reproducción social de su hogar y su comunidad (Rocheleau et al., 1996).

De esta manera, el estudio de la constitución del conocimiento del ambiente en las estrategias de subsistencia y de la reproducción, así como el del acceso y control de los recursos en los grupos sociales, se vuelven claves para cualquier análisis de la distribución social y sexual de trabajo para subsistir.

Las diferencias de géneros, etnias, razas, clases y generacionales han existido desde antes de la era moderna, pero es en este nuevo periodo de la modernidad y la globalización cuando se ha agudizado la inequidad y se ha originado mayor desigualdad social entre estas diferencias, afectando principalmente a las mujeres rurales que viven en condiciones de pobreza (Vizcarra, 2003), y como resultado los niños y las niñas que viven con ellas.

 

Subsistencias en San Miguel la Labor

En casi 500 hogares en SML habitaban hasta el año 2000 más de 4,500 personas (INEGI, 2000). Para subsistir, la mayoría desarrollan parecidas estrategias de reproducción social, basándose especialmente en una economía de subsistencia estacional, de la cual dependen las prácticas agrícolas del ciclo de producción de maíz de temporal. En general, podemos observar que de éste el trabajo familiar se divide en dos grandes periodos: el de lluvias, llamado por la población mazahua: "verde es vida", y el de secas. Los dos periodos presentan, sin embargo, un alto riesgo de alcanzar plena satisfacción, ya que las estrategias son susceptibles o vulnerables a los cambios del clima,7 del mercado de trabajo y de la eficiencia de políticas gubernamentales diseñadas para estas poblaciones.

El periodo verde está relacionado con la vida porque renacen hierbas, pastos y los arroyos vuelven a tener cauce, pero con ello también se intensifica el trabajo de las mujeres, los niños y las niñas. Una vez que los hombres adultos preparan la tierra, esperan la primera lluvia (abril) para que en conjunto con las mujeres siembren el maíz, y en ocasiones, pero en mucha menor proporción, avena para el ganado, habas y frijoles. Mientras las calabazas, frutos y las mazorcas crecen, las lluvias comienzan a intensificarse (de mayo a septiembre) y brotan en los bosques, parcelas, solares o traspatios y a las orillas de los caminos y veredas una inmensa variedad de hongos, arvenses, plantas y flores, algunas malas para la cosecha pero otras con diferentes usos comestibles y medicinales.8 El caso es que las mujeres y los niños y niñas pasan mucho tiempo desyerbando con sus manos y un cuchillo o machete la parcela y el solar.

Pero, al mismo tiempo, recolectan una gran parte de plantas y hongos para integrarlas a la alimentación diaria de sus hogares.

Su recolección no sólo demanda de tiempo sino de un saber local ampliamente socializado. Mientras van recolectando, las mujeres adultas van mostrando a sus pequeños las plantas que sirven o no al hogar, así como las que son peligrosas y prohibidas.

Si no hay días festivos ni son aún las vacaciones escolares, por las tardes los niños y niñas mayores de ocho años se dedican a cuidar los rebaños de borregos, mientras estos pastean. En vacaciones y días de descanso este trabajo se prolonga por horas.

De chiquita este, pues le ayudaba a mi mamá lo que podía, a barrer o a lavar trastes, hacer tortillas, para empezar, cuando ya tenía 10 años, entonces ya lo hacía sola, hacer tortilla, poner el nixtamal, buscar quelites para hacerle mis hermanos de comer, una salsa, y lavar los trastes, traer agua en el pozo. Mis hermanos, ellos cortaban hierba para los animales, y luego tenían que ir a cortar primero la hierba y luego ir a la escuela, y llegando de la escuela, lo mismo, comían y luego se iban a la hierba otra vez (Pilar, 32 años).

Sin importar el tamaño de las parcelas —que varían entre un cuarto a una hectárea por hogar (Vizcarra, 2002; Rodríguez, 1997; Limón, 1994)— la carga de trabajo femenino e infantil continúa siendo igual. La agricultura de subsistencia de los mazahuas requiere de una gran cantidad de horas de trabajo familiar. La vuelta en mano (yo trabajo tu tierra, tú me ayudas a trabajar la mía) es una práctica común que, cada vez más, coexiste con el contrato de jornaleros de la misma comunidad o comunidades vecinas, con el fin de no dejar abandonadas las parcelas por la falta de hombres que emigran por más tiempo.

En efecto, cada vez es más difícil cubrir las necesidades básicas del hogar. El autoconsumo de maíz alcanza hasta ocho meses. Así que la mayoría de los hombres aprovechan la época de lluvias, mientras crece el maíz, para salir de sus hogares y comunidades en busca de ingresos en las ciudades de Toluca, México, y recientemente en los Estados Unidos de Norteamérica (EUA). Para ellos su trabajo arduo de preparación, siembra y hasta de la cosecha (en noviembre) es durante las secas, así que le dejan el periodo verde a las mujeres, quienes se encargan no sólo del cuidado del cultivo del maíz, sino sobre todo del cuidado de las propiedades de sus esposos, hijos o padres, ya que ellas prácticamente no tienen acceso a estos recursos (Vizcarra, 2002; González y Vizcarra, 2004; González Ortiz, 2005).

En esta época de intensas lluvias también se incrementan las labores domésticas cotidianas. Debido a los suelos de barro rojo, con el agua, el lodo se convierte en parte de los suelos del hogar (90% de las casas tenía pisos de tierra).9 No sólo las mujeres de todas las edades deben limpiarlos constantemente, sino también se debe lavar y relavar la ropa todos los días. Si bien los niños ensucian sus prendas, comen y juegan en la casa, les corresponde solamente a las mujeres y niñas lavar, barrer, cocinar y asear la vivienda.

Precisamente el periodo de secas está más relacionado con el trabajo de los hombres, lo cual no significa que las mujeres estén en un lapso de descanso. Es preciso señalar que las mujeres desarrollan una serie de actividades comerciales a pequeña escala que les permite contar con algunos recursos para subsanar las épocas de escasez y penuria, tales como la crianza, venta o intercambio de ganado menor y aves de traspatio, venta de comida y dulces en puestos ambulantes, costura y bordados, trabajo doméstico en otros hogares. Desde los años setenta se ha observado un incremento de las mujeres jóvenes en el mercado de trabajo remunerado, principalmente en el ramo de la servidumbre (Vizcarra, 2002).

Los hombres dedican más horas de trabajo a la parcela en la época de secas, ya que por la falta de recursos para adquirir y mantener maquinaria que simplifique su labor en el campo, y dado que 70% del territorio de esta región es geográficamente irregular, se les dificulta el acceso y uso de tractores para preparar la tierra (González Díaz, 1993); por eso continúan utilizando la yunta, el pico y el azadón para cultivar el maíz.10 Si bien estas herramientas son asociadas totalmente al género masculino, en la realidad se ve a mujeres empleándolas para cuidar las parcelas.

En las secas ya no hay mucho que recolectar, pero para subsistir y si llegase a haber una mejor cosecha, se practican el intercambio o venta de los productos agrícolas (Limón 1994); o de lo contrario se ven obligados a depender de los programas de asistencia social, mientras esperan el tiempo de emigrar y dejan preparados los terrenos para el próximo ciclo productivo de maíz.

En este periodo, las niñas aprenden las labores domésticas, desgranan maíz, preparan nixtamal y cuidan a sus hermanos u otros menores de hogares ajenos. Por su parte, los niños dedican más su tiempo a reparar objetos como bardas, caminos, techos y muebles, algunos acompañan a los adultos a buscar leña, y la mayoría alimenta los rebaños o animales de traspatio.

En este corte transversal de la economía de subsistencia de los hogares mazahuas, únicamente se puede percibir una división sexual de trabajo tradicional, apreciándose las diferencias de intensificación del trabajo de un periodo de secas a uno verde. Cierto, esta descripción somera no incluye las formas de transmisión del conocimiento local femenino, la socialización de éste, los ritos que acompañan las asignaciones y adquisiciones de los roles, tampoco deja ver las relaciones de poder ni mucho menos los cambios que se presentan en las dinámicas domésticas cuando se van introduciendo elementos que contribuyen al desarrollo de capacidades de los individuos, como es la educación formal y el consumo de productos globales (videojuegos es uno de ellos). El siguiente apartado intenta dejar entrever estos cambios en tres generaciones.

 

Persistencia genérica y cambios generacionales

González Ortiz (2005) describe los rituales que persisten a través del tiempo en el pueblo mazahua para asignarle un género al sexo del recién nacido. Las diferencias que se convierten en desigualdades yacen desde el parto, si nace una niña, las parteras cobran menos que cuando nace un niño. Le continúa el enterramiento del cordón umbilical: el de las niñas se quema en el fogón, como símbolo del cuidado del hogar y del mantenimiento del fuego; el de los niños se entierra en el marco de la puerta de la casa o habitación que da al exterior, lo que simboliza su papel de proveedor, cuyas actividades se encuentran fuera de la casa. En otras palabras, a las niñas se les destina el espacio privado y doméstico, y a los niños el espacio público y productivo. ¿Cómo y por qué persisten estos símbolos a pesar de los cambios en el medio rural a partir de la incorporación de las mujeres al mercado del trabajo asalariado y a la educación formal? Las respuestas a esta interrogante las encontramos en las vidas infantiles reconstruidas en las siguientes narrativas de tres generaciones mazahuas.

 

La generación analfabeta con y sin tierra

Todas las mujeres mayores de 60 años entrevistadas eran viudas y se asumieron en una época de su edad reproductiva como jefas del grupo doméstico. Relatan que tienen en su memoria haber delegado responsabilidades a las generaciones jóvenes. De esta manera, a sus hijos se les persuadía de que se encargaran de la parcela y la producción de la milpa, y a sus hijas se les obligaba a realizar el trabajo doméstico. En ocasiones las niñas eran prestadas a otros hogares para ayudar en las labores del cuidado de pequeños y como domésticas en otras casas con o sin parentesco. Muchas veces cuando las niñas comenzaban a menstruar se esperaba que tuviesen edad suficiente o dejasen de ser niñas (catorce años en promedio), para otorgarlas a otros hogares como futuras nueras.11

Bernarda relata la memoria de su infancia: ella y su hermano crecieron con sus abuelos, debido a que su padre había sido asesinado y su madre no vivía con ellos. Cuando ella tenía aproximadamente diez años de edad, ya contaba con diferentes responsabilidades en el hogar.

Mis abuelitos me querían mucho [...] éramos dos, yo trabajaba echando tortilla o cortando quelites, o unos honguitos, cuando cuidaba (borregos) los iba a cuidar al monte, y así llevaba y traía mi honguito y lo iba a amasar o a echar chile, guisado y si no le iba a echar ahí en las brasas y después nos echábamos un taco, yo molía desde como a la edad de Anayeli (su nieta), más o menos 10 años o 12 años y desgranaba el maíz, me enseñó mi mamá. Nunca fui a la escuela, mi hermano sí fue, pero no mucho, como tres años, y no sabía bien la letra, y después me casé y nunca trabajé de jornalera en otro lado, no conozco ningún lugar (Bernarda, 60 años).

El abuelo de Bernarda tuvo una hectárea de tierra ejidal, la cual fue heredada por el hermano. Sin embargo, ella no recriminaba ese hecho, pues en ese entonces ni se pensaba en que existiera alguna posibilidad de que las mujeres llegasen a tener acceso a la tierra. Más bien, su infancia es recordada por la protección de sus abuelos, pero también por la penuria y la desigualdad. Ella agradece a su abuela que le enseñara a preparar el nixtamal, echar la tortilla, recolectar leña, agua, quelites y hongos, coser la ropa y, sobre todo, a reconocer con el pie qué tipo de tierra necesitaba el tipo de semilla de maíz para que ahí se diera una buena planta. Sin estos conocimientos, ella sostiene que difícilmente hubiera sobrevivido en SML, pero también lamenta no haber podido ir a la escuela, y si los tiempos fueran como "ahora" haber tenido un pedazo de tierra.

Eustaquio tenía la misma edad que Bernarda. Hablar de su infancia lo remitió a la explotación de la raíz zacatón, la cual se extraía en la hacienda de SML desde el siglo XVIII. Con esta raíz se producía zacate, cepillos y otros productos derivados, que los hacendados llegaban a exportar a Europa. Después de la repartición de tierras, el padre de Eustaquio continuó extrayéndola, pero de una manera marginal. Cabe decir que la indiscriminada extracción del zacatón trajo como consecuencia que las tierras fuesen poco aptas para la agricultura; sin embargo, fueron esas tierras las que se repartieron y las que ahora son las fuentes de producción del maíz de autoconsumo de los hogares mazahuas.

Mi papá era del campo, trabajó en la raíz, y ora cuando ya era niño tenía [que ir] yo ahí a la fuerza, pus ya me llevaba ahí a la raíz, desde chiquito a sacar y a terronear y a cortar y a variar y amarrar, y ya el día viernes que llevamos a remojar los manojo más bien, a dejar otra casa, ya el día sábado hay que ir a lavar, a lavar y pus... lo pesaba con todo y agua, para que escurriera l'agua pero ya después ponía un lazo desde aquí hasta allá, y lo tendía esas raíces para que se secara pero ya a nada el kilo llegaba, llegaba pero ya muy poco, ya estaba seco. A mi papá le pagaban, a mí no. Lo que lo pagaban depende los kilos que pesaban las raíces, después ya es lo que le daban (Eustaquio, 65 años).

El padre de Eustaquio participaba cotidianamente en las estrategias de subsistencia de su hogar. No sabía leer y tampoco emigró, se quedó en la comunidad pese a que desde entonces (1930-1940) algunos pocos varones comenzaron a salir hacia a la ciudad de México para conseguir ingresos. Al parecer, a Eustaquio le favoreció un año de escuela, pues leer le permitió emigrar cuando él tenía 18 años de edad. Después de estar trabajando como pastor de los animales de un familiar y atendiendo la tienda del pueblo, decidió irse a la ciudad de México, dejando en SML en casa de sus padres, a su esposa de 15 años de edad, quien ya esperaba su primer hijo. Una vez en dicha ciudad trabajó como ayudante de albañil y por fin obtuvo sus primeros ingresos.

Pus ya me mandó a escuela mi papá pero como era anteriormente de los abuelos, ora sí que yo no estudié bien la escuela, no. Sí me fui pero poquito lo que aprendí porque había un maestro, era de aquí del pueblo, y pus ni sabía, sabía un poco del libro que no sé [...] "poco poco", "carretilla", no sé de qué libro que tenía, después ya cambió los maestros pero ya el difunto mi papá me decía que no para qué la escuela, para qué la escuela, y que iba yo hacer la lucha yo a trabajar en los animales, a cortar hierba o algo así... a cuidarla, pus casi no me dejó bien para qué, para qué iba yo a estudiar bien, para que saliera yo bien mi estudio, pero un poquito sí, por eso se leer (Eustaquio).

En esta época los niños trabajaban bajo la sombra de los padres sin pago. Esta labor era considerada como un aprendizaje obligado para ser hombre. La escuela para los niños comenzaba a ser razonada en función de que le abriría el camino hacia la emigración y el trabajo remunerado, práctica que no era deseada para las mujeres. Más bien, a ellas se les entrenaba desde una corta edad para ser buenas mujeres: madresposas.

 

La infancia de la tecnoburocracia

Tanto los hijos e hijas de Eustaquio como los de Bernarda nacieron en el auge de la Revolución Verde a principios de los años sesenta. Pero no fue hasta los años 80 cuando a SML llegaron los programas de desarrollo rural originados de esta modernización. Estos programas eran dirigidos totalmente a los ejidatarios hombres, y consistían en incorporar un paquete técnico agropecuario para incrementar la producción de maíz y frijol. Para ello, los dotaron de herbicidas y fertilizantes químicos y un poco de asistencia técnica. Los primeros diez años del auge agroquímico obtuvieron rendimientos de hasta cinco toneladas por hectárea. Sin embargo, los excedentes no fueron suficientes para conseguir los ingresos para mejorar las condiciones de vida de sus hogares, principalmente porque los precios del maíz se redujeron al internacionalizarse y los costos de producción iban en aumento.

Los hombres de entre 40 y 60 años de edad mencionan que jugaban arriba de los sacos de fertilizantes y herbicidas, y ayudaban a echar los agroquímicos a la tierra. En las entrevistas, algunos de ellos recapacitan sobre el daño que produce el contacto con éstos, por lo que tratan de evitar que los hijos y nietos de menos de diez años estén cerca de la aplicación de estos productos. Tal pareciera que después de esa edad los niños fueran inmunes a las enfermedades, pero lo que se legitima con la edad es la necesidad de incorporar la mano de obra infantil en la parcela. Además, actualmente, sin los agroquímicos sería muy difícil obtener maíz.

Por su parte, Victoria de 32 años vivió su niñez en la década de los setenta, cuando se extendía la migración masculina y comenzaba el uso de agroquímicos. Debido a que su padre murió cuando ella tenía dos años de edad, su madre decidió partir con ella y su único hermano, enfermo de poliomielitis, hacia la ciudad de Toluca. Una vez ahí, Victoria y su hermano se dedicaron a recoger latas y cajas para venderlas; con el dinero que conseguían podían comprar comida para ese día. Recuerda que en las ocasiones que su madre se enfermaba, ella se iba a sentar a las calles a pedir limosna, y a pesar de que su madre trabajó como jornalera y lavandera en la ciudad, sufría para sostener a su pequeños, por lo que decidió regresarlos a SML y dejarlos al cuidado de su madre. Con ella pasó algunos años de su infancia. Alcanzada su edad reproductiva, dejó de nuevo la comunidad para trabajar como sirvienta en una casa de la ciudad de México. A los pocos meses regresó para seguir el camino trazado por el género femenino mazahua: juntarse con su novio para ser madresposa al año siguiente.

Ya después, pus ya me dejaron en la casa como la edad de esa niña de siete años, o sea me dejaron [...] la difunta de mi abuela. Yo cuidaba guajolotes, borregas. Ya cuando empecé, ya más grande, yo ya cuidaba vacas y borregos, todo; y si no hacía yo eso, pus me golpeaban [...] ya cuando tenía la edad mi hija yo fui para México, me vinieron a llevar unas señoras y yo fui a trabajar allí [...] ya después tenía yo mis 14 años, y ya conocí ora a mi esposo, nada más lo conocí de novio tres meses, y ya después me junté con él, me fui ora con él y ya (Victoria).

La estancia de Victoria con su abuela muestra la importancia del trabajo infantil para lograr la subsistencia de los ancianos. Victoria suplía el trabajo de los niños a falta de ellos, pero además dedicaba un buen tiempo a cumplir sus obligaciones de niña: moler maíz, echar tortilla, lavar los trastes y la ropa, y acompañar a su abuela a los mandados. En su caso, ella sólo tuvo la oportunidad de ir a la escuela por tres años. Pese a que cada vez más las niñas de su edad ya tenían la opción de frecuentar la escuela, aunque fuese en segunda opción, pues si se las requerían en el hogar, tenían la obligación de atenderlo antes que cualquier distracción escolar.

Por ejemplo, Pilar amiga de Victoria (32 años) tuvo padres alcohólicos, por lo que ella y sus hermanos tuvieron que cuidar de sí mismos desde una edad temprana. El padre de Pilar trabajaba en la ciudad de México como albañil, pero cuando llegaron los apoyos gubernamentales (paquetes de agroquímicos) decidió quedarse en la comunidad y dedicarse a cultivar las dos hectáreas de tierra ejidal que había heredado, ya que gracias al milagro de los fertilizantes llegaron tener excedentes que podían vender en el mismo pueblo.

Pilar podía ir a la escuela siempre y cuando hubiera terminado los deberes domésticos del hogar. Ella atribuye su bajo rendimiento escolar a la falta de tiempo y no a la "falta de cabeza" (inteligencia) para salir adelante, tal y como se lo recalcaban sus padres y hermanos: "Ya ves, tú ni sirves para eso", "tú no tienes cabeza para la escuela". Todos los días, antes de ir a clases, elaboraba tortillas, barría la casa e iba por agua al pozo dos veces. Después, se cambiaba de ropa y se marchaba a la escuela. Regresaba a casa a comer, hacía su tarea e iba nuevamente por agua al pozo y preparaba el nixtamal para el día siguiente. Deseos no le sobraban para continuar sus estudios, pero la comunidad nada más contaba con la escuela primaria, así que Pilar sólo estudió hasta que tuvo once años de edad.

Las responsabilidades de sus hermanos eran diferentes. En épocas de lluvias, ellos tenían la única obligación de cortar la hierba para los dos toros que su padre utilizaba en la yunta. Después quedaban liberados del trabajo para poder ir a la escuela y al regresar, en ocasiones, continuaban cortando la hierba. Pilar no desempeñaba ese tipo de trabajo: "yo pues como era mujer, niña, me quedaba al quehacer en la casa, no iba a ayudarles a ellos, aunque sí lo sabía hacer".

Por su condición de género, las niñas tenían como juego otra actividad puramente femenina: el bordado. Concepción (45 años) y Marcela (30 años) cuentan que aprendieron a bordar antes de los doce años. Ellas mismas explican que gracias a este "juego", o más bien trabajo femenino, ahora que ya tienen hijos, pueden hacer servilletas bordadas y venderlas para tener sus propios ingresos.

Yo nunca era [...] nunca me gustó jugar, no como los demás que todo juego garra tierra o hacen muñeco de tierra, yo nunca jugué con eso, yo jugaba o más bien agarraba un trapo y bordaba aunque no sabía pero ahí le hacía (Marcela).

Otra actividad asociada a la asignación de géneros pero que no es cotidiana sino ocasional, ocurre cuando las madres tienen a sus bebés. En esos casos, a las niñas mayores de ocho años se les encarga realizar diferentes tareas en su hogar.

Cuando estaba enferma mi mamá, cuando se aliviaba de los últimos niños, ya medio me acuerdo, tenía yo que lavar la ropa de todos, y si no la aguantaba lo tenía que lavar, por ejemplo las chamarras grandes, tenía que lavarlo la mitad, nomás le iba dando vuelta, luego los pantalones, pero ya empecé a crecer más y más pus ya, lo tenía que hacer todo (Pilar).

La creencia de que son las hijas quienes deben cuidar de sus madres cuando ellas están en cuarentena (tiempo que pasan en reposo absoluto después de parir) está asociada fuertemente a la adquisición de la identidad femenina. Se espera que con esta "ayuda" obligada las niñas vayan aprendiendo no sólo las labores domésticas del hogar, sino sobre todo, a sociabilizar el conocimiento de la salud femenina y reproductiva mazahua. En este sentido, el cuidado del posparto es absolutamente femenino. Los hombres no participan en ninguna actividad doméstica, cuidado de los hijos o en cuidar la salud de su esposa cuando se encuentra en este estado. Los hijos participan mientras tanto en labores productivas.

Por su parte, Pablo, quien tiene la misma edad que Victoria, recuerda su infancia como un tiempo de hambre y sufrimiento. Su madre Bernarda quedó viuda de su primer esposo. Junto con su hermano mayor comenzaron a trabajar la milpa a edad muy temprana. Él comenta que gracias a su madre, quien le enseñó a cultivar la tierra, ellos no perdieron los terrenos reclamados por su tío (hermano de su padre). Si Bernarda no hubiera tenido hijos varones seguramente hubiera perdido todos los derechos sobre la tierra de su esposo.

Yo sí me acuerdo de cuando tenía hambre, porque luego a veces en ese año, cuando ya me acordé que ya estaba yo grandecito como unos diez o nueve año, este pus ya luego no teníamos este [...] todavía no trabajaba mi hermano, iba a la escuela, y pus no aplicábamos fertilizante en los terrenos, y no levantábamos cosecha, teníamos que comprar, mi mamá salía a lavar, por ejemplo los señores que tienen tienda acá abajo, lavaba ropa o le lavaba ropa a los maestro que estaban en la escuela, no recuerdo cuánto costaba el maíz, mi mamá luego traía o sea a cambio no le daban dinero, le daban dos, tres cuartillo, al día, cuando no, pus [...] luego iba por ejemplo a veces cuando le invitaban a moler ella, pus ya nos traía tortilla, ya le decían, llévale a tus hijos esto (Pablo).

Cuando Pablo era niño, al igual que los hermanos de Pilar y todos los niños, el trabajo no era dentro de la casa sino en la milpa y cuidando borregos. Los menores de doce años solamente trabajan 21 días al año en la milpa, y una vez que logran soportar el peso de la yunta su trabajo aumenta. Mientras que como pastores lo hacen mientras existan pastos en la comunidad.

Mi papá nos dejó como una hectárea y un cuarto más o meno, lo que le trabajaba, lo demás ese lo empeñaron, lo sembraron otra persona, y otros dos pedazo estaban baldío, creo empecé agarrar la yunta creo a los 14, 15 año más o menos, nosotros conseguíamos yunta, nos emprestaban por ejemplo los que tenían animales, ya nosotros agarrábamos, o sea yo a veces agarraba la yunta (Pablo).

Por su parte, las niñas trabajan dentro de la casa, cuando lo hacen fuera de ella es para reproducir las mismas actividades domésticas pero en otros hogares. Lavar ropa, cuidar borregos, recolectar hierbas y esporádicamente realizar algunas tareas agrícolas. Si bien son actividades realizadas fuera del espacio de la casa, éstas tienen una relación vinculada estrechamente al sustento estratégico de reproducción del hogar.

Yo trabajaba en la parcela, pero pues este siempre me dejaban que yo hiciera la comida, siempre, ayudaba muy poco a trabajar en la parcela, porque era la única niña y tenía que ayudar a mi mamá a hacer las cosas (Pilar).

 

Las niñas ya van a la escuela pero...

Durante nuestra estancia en SML convivimos con una parte importante del mandato materno para reproducir el trabajo infantil. Tanto niñas como niños continuaban con actividades similares a las de sus padres y abuelos. Por ejemplo, el día en que Victoria nos relató parte de su vida, habló acerca de su hija y sus deberes en la casa.

Ayer pusimos sopita, y pusimos un poquito de quelite, ya iba mandar otra vez la niña que iba a juntar [...] Ellos bien que comen quelite, voy ir a juntar un poquito pa' orita que coman ellos un poquito. Rocío (su hija de 11 años) junta quelite, la mañana, levantando ella, se vino a cortar este un poquito de flor de calabaza, donde tiene su casa esta señora que está aquí, un poquito de flor de calabaza, con huevo pus ya la hicimos (Victoria).

Mientras Victoria lavaba la ropa en el río, le pidió a su hija de cinco años que fuera a tender unas prendas en el pasto para que comenzaran a secarse y recogiera agua del río para darle de beber a los perros. En otro momento, Pilar lavaba en el canal de agua que llega a su casa y su hija más pequeña jugaba a lavar la ropa, tal como su mamá lo estaba haciendo. Es decir, entre el juego las niñas están aprendiendo las tareas que les tocará llevar a cabo cuando crezcan un poco más.

Otra actividad repetitiva que han efectuado las tres generaciones estudiadas es el cuidado de los animales. Esto consiste en llevarlos a pastar por largo tiempo, en el cual los niños juegan mientras los cuidan; por su parte, las niñas acostumbran, al mismo tiempo, recolectar diferentes hierbas comestibles, así como hongos y flores de ornato.

Hasta aquí tal parece que ni los niños ni las niñas tienen alguna oportunidad de cambiar sus destinos, pero en estos últimos ocho años, con el programa Oportunidades (antes PROGRESA),12 junto con la creciente migración masculina (jóvenes y adultos) hacia los EUA, la vida cotidiana de los hogares mazahuas ha dado un giro significativo en las relaciones de género infantil.

 

Cambios en las prácticas sociales y vida cotidiana infantil

En efecto, obedeciendo a las propuestas internacionales de la UNICEF (Organismo de las Naciones Unidas para la Atención a la Niñez y la Familia) y del Banco Mundial, el gobierno mexicano ha incentivado la inserción infantil obligatoria en las escuelas. La política social de mayor éxito en este sentido es el Programa Oportunidades (2002-2006) lo que antes fue el PROGRESA (Programa de Educación, Salud y Alimentación, 1997). Su carácter focalizador dirige sus esfuerzos a las familias rurales e indígenas que viven en pobreza extrema (con menos de un dólar al día).

Este programa otorga un cheque bimensual directamente a las mujeres madres, responsables de los menores. El monto varía de acuerdo con el número de hijos que tengan inscritos en la escuela primaria (a partir del tercer grado) y en la escuela secundaria. Con esto se pretende evitar la deserción e incentivar la asistencia escolar, principalmente de las niñas. Como parte de la estrategia política este programa pretende compensar la inequidad de género, otorgando un porcentaje mayor de beca a las niñas que estudian.

Desde un sentido político de corresponsabilidad, las madres se ven obligadas a mandar a todos sus hijos a la escuela, por lo menos hasta que completen la educación básica (término de tercero de secundaria). Como parte integral del programa y por la corresponsabilidad de las mujeres, ellas se ven igualmente obligadas a asistir a 24 reuniones anuales para que reciban en las clínicas de sus comunidades pláticas y cursos de salud, nutrición, alimentación, economía familiar, higiene y equidad de género. Además, las autoridades de salud comunitaria llevan un carnet de control y prevención, en el cual registran el seguimiento epidemiológicos y de prevención (vacunas, control de peso, exámenes de detección de cáncer y anticoncepción) de cada miembro del hogar.

En suma, con estas acciones se prevé fomentar las capacidades de los niños y niñas para que amplíen sus oportunidades de desarrollo humano. Sin embargo, por el incumplimiento de cualquiera de las obligaciones contraídas por las mujeres, ellas son directamente sancionadas, es decir, sus faltas ameritan desde una penalización reflejada en el monto del cheque, hasta la suspensión definitiva del programa.

En 1998, poco más de 50% de los hogares en SML eran beneficiarios del PROGRESA. En el año 2003 prácticamente todos los hogares tenían acceso al programa Oportunidades. Esto ha implicado que las mujeres tengan un mayor número de tareas domésticas, comunitarias y compromisos con el Estado, lo que no evita que los niños y las niñas dejen de tener algunas responsabilidades en su casa.

No hay duda de que tanto los padres como las madres están convencidos de los beneficios de la educación de sus hijos e hijas, pero al mismo tiempo no desean que dejen de aprender las formas de subsistir en su medio rural, según sean los roles asignados por género.

Yo, el futuro de mis hijos, lo que yo quiero para, por ejemplo a Anayeli, que estudie hasta donde ella quiera, le digo que [...] siempre le he dicho que aproveche lo que yo no tuve, de lo que a mí no me quisieron dar estudio, que ella lo aproveche, hasta donde ella pueda y quiera. Igual le he dicho a Efraín, lo que él le guste no lo puedo obligar a una cosa, ¿verdad? Yo sí todo quiero que estudien, mis hijo, que aprendan de lo que [...] pus la mejor yo ignoro muchas cosas, ¿no? Yo pienso que no es lo suficiente, de que aprende mucho de lo que yo sé hacer, ¿no?, de que ver los animales, de que trabajar, terrenos, de sembrar, y todo eso, ¿no? de hacer tortillas, quehacer, y [...] pero yo siento que eso no, no es suficiente. No es suficiente, no se lo deseo, ¿no? de que encuentre un marido de que [...] no le quiera dar con mi hija, al menos tenga ella una pequeña carrera corta, ¿no? eso es lo que yo quisiera, que ellos lo tuvieran. Eso siempre he soñado con mis hijos eso, pero bueno, le he dicho a Anayeli, échale muchas ganas, que estudies, que ojalá yo no [...] yo no te deseo una gran carrera pero tan siquiera una pequeña carrera que tengas corta, ¿no?, que tengas sobrevivir, de dónde defenderte (Pilar).

El incremento de trabajo doméstico femenino no se debe únicamente a que los hijos e hijas pasan una cuarta parte del día en la escuela y, por lo tanto, son menos cooperativos al participar en las actividades diarias de los hogares, sino también por otras razones significativas. Una de ellas es el aprendizaje que los infantes han tenido sobre los derechos de los niños y las niñas. Derechos universales que han puesto en contraposición a los padres que exigen a los hijos e hijas seguir realizando actividades de reproducción necesarias para la subsistencia familiar. Las madres se quejan principalmente de que ya no pueden obligar a sus hijos a efectuar ciertas tareas porque se confrontan con la idea expresada de sus niños y niñas sobre la explotación infantil, concepto que ellas no logran entender.

Aunado a lo anterior, la ausencia cada vez más larga de sus maridos e hijos jóvenes que han decidido emigrar hacia EUA ha aumentado la carga de responsabilidades, viéndose solas para afrontar los nuevos cambios en sus estrategias de subsistencia.

Indudablemente, la migración transnacional era una realidad que en 1998 era poco incierta para SML. De hecho, en ese tiempo sólo dos hogares tenían a un pariente en EUA. Pero con el retiro paulatino del Estado de las políticas de desarrollo rural que apoyaban la producción agropecuaria campesina, se ha ocasionado que esta migración sea un fenómeno extendido en la comunidad. Debido a ello, no sólo las mujeres están pasando por el abandono temporal de sus varones para resolver los menesteres de subsistencia y de sus nuevas vidas cotidianas (como corresponsables de Oportunidades), sino que también los niños y las niñas sufren la separación de sus padres o hermanos mayores.

Una forma de compensar la falta de tiempo para realizar actividades domésticas, y de convencer a sus hijos e hijas de que sigan ayudando con su trabajo para aligerar la carga domésticas de ellas, muchas mujeres que ahora tienen ingresos más o menos regulares, gracias al programa Oportunidades, le dan a los niños y a las niñas (en menor proporción) parte del dinero de las becas para que lo gasten.

Desafortunadamente, los niños y las niñas están derrochando el dinero no sólo en alimentos que han invadido los mercados locales, como son las golosinas, refrescos y otros alimentos con alto contenido de azúcares, grasas e hidratos de carbono simples,13 sino que además y sobre todo los niños, prefieren gastar su dinero en las "maquinitas" de videojuego, los cuales proliferan en todas las tiendas rurales.

Otros distractores que van modificando las identidades infantiles en SML son los programas televisivos. Cada día más los hogares cuentan con un televisor que capta los canales libres nacionales y estatales. Frente a él, niños y niñas pasan algunas horas al día, lo que ha provocado que ciertos estereotipos infantiles urbanos y occidentales comiencen a entretejerse en la niñez mazahua. Confrontaciones que seguramente van en detrimento de las actividades tradicionales mazahuas, pero no de las asignaciones de género que predominan en el mundo patriarcal y que se reproducen en los programas que mujeres e infantes "disfrutan". Principalmente las telenovelas no dejan de difundir los mismos estereotipos urbanos: las niñas y mujeres a la sufrida vida privada, y los niños y hombres a la exitosa vida pública.

Las percepciones de estos cambios que tienen las tres generaciones sobre la infancia mazahua varía una de otra. Por ejemplo, los abuelos añoran los tiempos de espacios más abiertos, frondosos y ríos que dejaron de existir, extrañan el acercamiento con los mayores para aprender a subsistir, y el reconocimiento social y de autoridad del saber que los ancianos tenían en la comunidad. Pero al mismo tiempo recuerdan su niñez como una época de sufrimientos, discriminación, miseria, trabajo, hambre, enfermedades y muerte.

Otro sentimiento de confrontación que expresan tanto los abuelos como los adultos mayores de 30 años es el señalamiento que hacen sobre los niños y las niñas de "ahora". Por un lado, se quejan de la falta de interés de los niños para seguir los trabajos del campo y de su rebeldía, y de las niñas les preocupa que no quieran echar la tortilla, o bien que estén dejando de aprender sobre el conocimiento esencial de uso y manejo de hierbas y hasta de saber los rezos. Su preocupación mayor radica en que de no adquirir los roles que los hacen mujeres (la casa) y hombres (la milpa) mazahuas, es muy probable que se desprovean de herramientas para subsistir si llegasen a fracasar fuera de la comunidad; de ahí que se obligue a niños, pero principalmente a la niñas, a seguir aprendiendo los oficios del hogar y de la subsistencia.

Para la generación más joven, la infancia es percibida como la entrada a la modernidad. No sólo ven a los niños y niñas como parte de una estrategia para recibir becas de Oportunidades, sino que promueven el consumo de productos occidentales (videojuegos, ropa de moda, alimentos procesados) como un medio de asemejarse a la infancia occidental.

 

Conclusiones

Con el estudio de las estrategias de subsistencia en dos grandes periodos del año, y a través de tres generaciones hasta 1998, además de nuestros trabajos etnográficos recientes en SML, logramos observar que las prácticas sociales basadas en la división sexual del trabajo, que contribuyen a la reproducción de los hogares rurales mazahuas, han cambiado en los últimos diez años. Sin embargo, ni con la incorporación de la escuela a las estrategias de reproducción ni con su entrada al mercado de consumo de masas se transformaron las subjetividades sobre las identidades de género en los niños y las niñas.

Analizando la participación infantil en las economías de subsistencia mazahua encontramos una marcada asignación de género en las actividades en las que participan niños y niñas. Aunque la mayor parte del tiempo conviven con sus madres o abuelas, los roles son asignados de manera diferente por las propias mujeres adultas. El fin es asegurar la continuidad de la reproducción social mediante la división sexual de trabajo, socialmente aceptada por la comunidad.

De esta manera, en la época de los abuelos y las abuelas la infancia se vivía cumpliendo tareas domésticas y la escuela no representaba una obligación, ya que no tenía un valor importante para los padres; de todos modos los que llegaron a asistir fueron los hombres y su infancia terminaba cuando se unían en pareja a la edad de entre 14 y 16 años.

En la época de los padres y las madres, durante su infancia continuaron realizando tareas domésticas, la escuela fue un poco más aceptada por la comunidad y una que otra niña mazahua acudió a ella. En su niñez se añadió una estrategia más de subsistencia: la migración temporal hacia las ciudades de Toluca y México.

A partir de los años noventa, y sin dejar las responsabilidades domésticas y de producción, la escuela se convirtió en parte de la vida cotidiana de los hogares mazahuas. Paradójicamente, lo que el desarrollismo promueve con la educación formal es una mejora sustancial en las condiciones y calidad de vida de los individuos; pero lo que hallamos es un proceso de la pérdida del saber subsistir en el medio rural, y con ello el detrimento de la calidad de vida.

Por un lado, el paisaje que ahora domina en esas comunidades es dramáticamente transformado, mucho se debe a la erosión y al crecimiento cuasi urbano de la comunidad, donde abunda la basura inorgánica y las casas en los límites de las parcelas cada vez más pequeñas. Por otro, las posibilidades de subsistir de las actividades agrícolas se agotaron, un tanto porque las tierras han perdido su fertilidad debido al abuso de agroquímicos, otro tanto por la ausencia total del Estado para impulsar proyectos de desarrollo rural basados en las economías de subsistencia.

Aunado a lo anterior, vale la pena mencionar que la desnutrición ha sido siempre un mal acompañante de la niñez mazahua, y con el cambio de patrones de consumo alimentario este mal se ha agudizado.

Ante este panorama, tal parece que la migración transnacional e ilegal ha comenzado a ser el sueño del futuro de los niños mazahuas, ya que cuando crezcan las niñas la mayoría deberá quedarse a cuidar las nuevas casas que se irán construyendo en lo que algún día fue el medio más importante de la subsistencia: la tierra.

En estos contextos no se puede negar que el trabajo infantil en los hogares rurales mazahuas ha sido pieza importante en los procesos que buscan la subsistencia de los grupos domésticos. Sin embargo, gracias a la aceptación de los valores y prácticas occidentales tales como la escuela, el videojuego, la televisión y los reclamos infantiles para que se les respeten los derechos universales de los niños y las niñas, adicionándole la nueva migración transnacional, observamos que las prácticas sociales han traído una inevitable reestructuración en las estrategias de reproducción campesina de los mazahuas.

No obstante, ante los cambios reflejados en la vida cotidiana mazahua se concluye que persisten ciertos rasgos identitarios sobre los roles de género, en los cuales a las niñas se les asocian con actividades reproductivas o de "la casa", recluidas en la vida privada aunque participen (ayuden) económicamente en la manutención de su hogar, y a los niños con productivas o "la milpa", buscando los medios en la vida pública para proveer el hogar. Mientras estos roles se sigan reproduciendo en el imaginario mexicano sin importar su difusión masiva, aunque en la práctica se reproduzcan otros roles, seguirá existiendo el predominio de la ideología y el orden social del sistema patriarcal que, por cierto, funda su poder en reproducir la desigualdad social entre los géneros, las clases, las razas y las etnias (Vizcarra, 2005).

De estas reflexiones, sin perder de vista la perspectiva de género, se propone seguir realizando estudios más profundos sobre las medidas desarrollistas que tratan de mejorar la vida infantil en los países como México inscritos al camino de la modernidad.

 

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Notas

1 El historiador Philippe Ariés es considerado el iniciador de las investigaciones sobre la infancia en la Edad Media.

2 Diferentes eventos históricos han ocurrido en el sector agrícola de las áreas rurales en México. La segunda mitad del siglo XX y los años transcurridos del siglo XXI han sido contextualizados por reparticiones agrarias, la Revolución Verde de los años setenta, las crisis nacionales desde finales de la misma década, y finalmente la globalización que, con los gobiernos neoliberales en México, ha transformado aceleradamente las situaciones sociales y culturales de las sociedades mexicanas (Appendini, 1995; Vizcarra, 2002).

3 Este municipio se encuentra al noreste del Estado de México, en el altiplano central de la república mexicana.

4 Entre los estudios del pueblo mazahua destacan los de Arizpe (1975a, 1975b, 1978, 1980), González Ortiz (1996, 2005), González y Vizcarra (2004), Margolies (1975), Sandoval (1997) y Vizcarra (1996, 2002).

5 Lagarde (1990) introduce el binomio madre y esposa (madresposas) en un solo concepto, debido a la condicionante que están sujetas las mujeres que se convierten en esposas. Argumenta que las mujeres casadas no serán completamente mujeres, si no se convierten en madres. Una vez conseguida esta condición, su cautiverio se expresa en servir a su esposo e hijos (as).

6 Entre los más importantes destacan los artículos incluidos en las obra editadas por Scheper-Hughes y Sargent (1998), Stephens (1995b) y Malkki Martin (2003).

7 Reyes (1997) ha mostrado que la época de secas se presenta entre los meses de octubre a mayo, cuya precipitación es mínima y en ocasiones nula. Las lluvias comienzan a finales de mayo y terminan hasta octubre. Éstas son abundantes y torrenciales en julio y agosto, y dada la sobreexplotación de las tierras, los terrenos son más susceptibles a la erosión. La siembra se da en abril y cuando se retarda la primera lluvia (marzo-abril) se siembra en mayo. Cuando las lluvias se atrasan y existen heladas tempranas es muy probable que se pierdan las cosechas.

8 Chávez (1998) ha reportado una variedad de especies de hierbas que llegan a más de 40 tipos y que son utilizados por la comunidad mazahua como comida o como plantas curativas.

9 Datos del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática (INEGI) (2000).

10 En SML, 89% del territorio ejidal no es propicio para la agricultura, las tierras son de temporal, y sólo 11% es tierra de riego (Rodríguez, 1997; Limón, 1994).

11 El sistema de parentesco mazahua se basa en el patrilinaje-patrilocal. Por lo general, las mujeres jóvenes son robadas por otro joven. Si no existe un noviazgo de por medio para que se realice la ceremonia del pedimiento, donde los padres del joven visitan a los de la novia para solicitar su consentimiento del matrimonio, ellas son llevadas a la casa del futuro esposo, casi siempre sorpresivamente y por la fuerza. Una vez que los padres del joven aceptan a la joven, se llevan a cabo los pedimientos para que se junten o se casen. Pero para que esto se concrete pueden pasar varios meses y hasta años, y haber hijos entre tanto (Vizcarra, 2002; González Ortiz, 2005) .

12 Principal programa de lucha contra la pobreza extrema del gobierno federal mexicano [nota del editor].

13 El consumo de estos alimentos va en detrimento del consumo de la dieta tradicional basada en la tortilla de maíz, atole, tamal, habas, frijoles y quelites. Un estudio reciente sobre estos cambios en los hábitos alimentarios muestra que los niños satisfacen rápidamente su apetito con alimentos industrializados de mala calidad nutritiva, lo cual provoca que dejen de comer alimentos producidos en sus hogares y con mayor valor nutritivo (Mejía et al., 2005).

 

Información sobre las autoras

Ivonne Vizcarra Bordi. Realiza estudios de doctorado en Antropología Social en la Universidad Laval Québec. Es profesora investigadora del Centro de Investigación en Ciencias Agropecuarias (CICA) de la Universidad Autónoma del Estado de México. Sus temas de interés son: el género en el desarrollo rural, medio ambiente, políticas de seguridad alimentaria, migración y etnografía institucional. Sus más recientes publicaciones son: "El saber local femenino, lejos de la frontera científica", en Género, ciencia y tecnología en Iberoamérica, Plaza y Valdés, Universidad Nacional Autónoma de México (2005); "Políticas Alimentarias de los 90s con sesgo genérico", en Acciones sociales públicas y privadas contra lapobreza, Praxis, Asociación Mexicana de Estudios Rurales, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (2005); "A manera de introducción, hacia una economía política feminista", en Género y poder. Diferentes experiencias mismas preocupaciones, Universidad Autónoma del Estado de México (2005).

Nadia Marín Guadarrama. Es licenciada en sociología por la Universidad Autónoma del Estado de México y maestra en antropología. Actualmente está realizando estudios de doctorado en antropología en la Universidad de Albany, Nueva York, Estados Unidos. Sus más reciente publicación es junto con Ramón Gil: "Política educativa y protección del medio ambiente: una retrospectiva de la educación ambiental en la ciudad de México", en Espacios Públicos, Universidad Autónoma del Estado de México (2003).

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