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Gestión y política pública

Print version ISSN 1405-1079

Gest. polít. pública vol.19 n.1 Ciudad de México Jan. 2010

 

Posiciones e ideas

 

Herbert A. Simon y su monomanía. El comportamiento humano como comportamiento artificial

 

Herbert A. Simon and his Monomania: Human Behavior as Artificial Behavior

 

Eduardo Ibarra Colado*

 

* Doctor en sociología por la UNAM, actualmente es profesor titular C de tiempo completo del Departamento de Estudios Institucionales de la Universidad Autónoma Metropolitana-Cuajimalpa. Experto en el campo de los estudios organizacionales, ha publicado más de un centenar de trabajos entre libros, artículos, capítulos y reseñas críticas. Es miembro regular de la Academia Mexicana de Ciencias y pertenece al Sistema Nacional de Investigadores nivel III. Apartado Postal núm. 86-113, Villa Coapa, 14391. México, D.F. Tel. 5516 6733, ext. 104. Correo-e: eibarra@correo.cua.uam.mx. Página de Internet: http://desinuam.org/ibarra/ibarra.htm.

 

Artículo recibido el 5 de enero de 2009
Aceptado el 7 de julio de 2009.

 

Resumen

El artículo realiza una valoración crítica de la concepción de Herbert A. Simon sobre el comportamiento humano como comportamiento artificial. Destaca algunas de sus implicaciones en el contexto de una sociedad caracterizada por la articulación compleja entre libertad y control. El argumento central muestra el carácter paradójico de la hipótesis que sostiene que las computadoras podrán hacer cualquier trabajo que pueda hacer un hombre, sugiriendo que lo que tal vez se plantea es que los hombres hagan su trabajo tal como lo hacen las computadoras. Esta discusión en curso indica la relevancia y la vigencia de las contribuciones realizadas por Simon en su libro Las ciencias de lo artificial para comprender los principios bajo los cuales se ha ido perfeccionado el diseño de esa jaula de hierro artificial que denominamos "modernidad".

Palabras clave: comportamiento humano, modelos, racionalidad limitada, ciencias de lo artificial, modernidad.

 

Abstract

The article advances a critical assessment of the conception of human behavior as artificial behavior proposed by Herbert A. Simon. It highlights some of their implications in the context of a society characterized by the complex articulation between freedom and control. The main argument stresses the paradoxical nature of the hypothesis that sustains that the computers could do any work made by a person, showing that perhaps what it really poses is that any person must do his work as if they were a computer. This current discussion aims to highlight the relevance and actuality of Simon's contributions in his book The sciences of the artificial to understand the principles under which has been improved the design of that artificial iron cage we call modernity.

Keywords: human behavior, models, bounder rationality, sciences of the artificial, modernity.

 

Mi profesión es la de un científico social y busco
comprender el comportamiento humano a través de
modelos matemáticos (o, más recientemente, con modelos
de simulación programados por computadoras).

Herbert A. Simon en carta dirigida a
Jorge Luis Borges, 1971 (Battista, 1999)

 

ENCUENTROS, DUDAS y DIFERENCIAS

Hace ocho años, el 9 de febrero de 2001, falleció Herbert A. Simon (1916-2001), personaje central para comprender la gestación de lo que podríamos denominar el conocimiento práctico suave del siglo XX, ese que permite que las cosas funcionen bajo principios de ordenamiento jerárquico en sistemas complejos. Veintiún años antes de su muerte, en 1980, tuve mi primer contacto con algunas de las ideas de este científico duro, que ha influido ampliamente en la producción del conocimiento en muy diversos campos del saber y que marcó mi propia ruta intelectual. Al leer con todo cuidado El comportamiento administrativo:estudio de los procesos decisorios en la organización administrativa (Simon, 1982a), cuya versión previa fue defendida en 1943 como tesis doctoral, comprendí la fragilidad de una disciplina que a lo largo de la primera mitad del siglo XX había logrado solamente formular aparentes "principios científicos", más bien "proverbios", que Simon se encargó de desenmascarar (Simon, 1946; Simon, 1982a, 21; cfr. Cruise, 1997). Al confrontar la teoría clásica de las organizaciones plasmada en obras como Introducción al estudio de la administración pública (White, 1964) o Ensayos sobre la ciencia de la administración (Gulick y Urwick, 1970), demostró que la aplicación simultánea de tales "principios" era simplemente imposible, lo que invalidaba su rigor bajo las reglas del conocimiento positivo, pues no se fundaba en hechos comprobables sino en principios normativos. Esta crítica devastadora le sirvió a Simon de base para proponer la construcción de una verdadera ciencia administrativa que posibilitara diseños para acrecentar la racionalidad del comportamiento humano en las organizaciones (Simon, 1982a,36). Sin entrar a discutir la validez de tal intención, lo que en el fondo demostraba el análisis de Simon era la enorme ausencia de formulaciones teóricas rigurosas que había acompañado hasta esos momentos a la denominada "ciencia de la administración"; este penetrante análisis pionero en la disciplina me permitió comprender muy a tiempo mi propia (de)formación profesional, pues los planes de estudio bajo los que normalmente se estudia la administración se limitan casi siempre a capacitar a los estudiantes en el manejo de cierto herramental técnico, manteniéndolos ayunos de ideas y huérfanos de teorías. Simon vino sin duda a marcar los primeros senderos de mi reeducación.

El resultado de este encuentro inicial se tradujo en un par de textos, los primeros de mi producción académica (Ibarra y Montaño, 1984, 119-144; Ibarra, 1985, 609-620), en los que discutí los aspectos fundamentales planteados por Simon, estableciendo desde entonces mis dudas y diferencias. Me molestaba su positivismo, me sorprendía la claridad y en cierto modo el cinismo con el que comprendía el comportamiento humano en las organizaciones. A lo largo de las páginas de El comportamiento administrativo (Simon, 1982a), no cejaba en su empeño por explicar cómo funciona la racionalidad humana y, en consecuencia, cómo se la podía conducir desde la empresa, reconociendo así las posibilidades de la ingeniería de la conducta humana, que se nutre de los saberes de las ciencias del buen gobierno —el management— (Guerrero, 2004, 71; Du Gay, 2005) y de los saberes psicológicos y terapéuticos, tan útiles para moldear las formas de trabajo y los estilos de vida (Foucault, 1990; Rose, 1996, 2001).

El gran empeño intelectual de Simon fue desde entonces edificar una ciencia de consecuencias prácticas, que permitiera conducir sistemas humanos complejos y sus artefactos, tanto en las organizaciones del ámbito de la actividad privada como en las esferas de la administración pública y la acción gubernamental (Simon, Smithburg y Thompson, 1968; Simon, 2001). Sustentado en el legado de Chester I. Barnard (Mitchell y Scott, 1988; Wolf, 1995), Simon reunió las piezas fundamentales para formular una nueva ciencia administrativa que pasa por el reconocimiento de los límites de la racionalidad, la satisfacción percibida, los niveles de aspiración del individuo y los mecanismos de influencia de la organización, constituyendo así todo un sistema de planeación de las conductas o de ingeniería social para orientar, con el apoyo de diversos artefactos, el comportamiento humano por los senderos de "la organización" (Simon, 2006, 167).

La presentación de la tercera edición en español de Las ciencias de lo artificial (Simon, 2006) es una excelente oportunidad para revalorar mis viejas dudas y diferencias en torno a los planteamientos de fondo de Herbert Simon, y a la vez ponderar la importancia y la influencia que han tenido sus aportes, no sólo en las disciplinas administrativas y organizacionales, sino sobre todo en las prácticas de diseño organizacional para la conducción del comportamiento humano, la toma de decisiones y la resolución de problemas.

 

SINGULARIDADES DE UN CIENTÍFICO DURO

Simon representa una de esas experiencias personales e intelectuales que se encuentran marcadas por la singularidad. Se trata de uno de esos raros individuos que encontró muy temprano su camino y lo encontró de una vez y para siempre. Desde entonces cultivó su monomanía, esa que lo ocupó siempre en una sola gran tarea, perfilando una personalidad obsesiva y obcecada, que desdeñó todo lo que lo alejara de su propósito (Simon, 2001). No sorprende, por lo tanto, su decisión de no leer los periódicos o de viajar sólo lo indispensable, pues consideraba estas actividades como una verdadera pérdida de tiempo (McCorduck, 2004, 474). Tampoco sorprende su inusual permanencia, a lo largo de 52 años, en el Instituto Carnegie deTecnología, ni su reiterada afirmación de que sus hallazgos, alcanzados durante 40 años de investigación, se encontraban ya de alguna manera presentes en las premisas que orientaron su trabajo inicial (Simon, 1979a, 353).

Su preocupación giró siempre en torno a la toma de decisiones, "un problema que encontré en 1935 —señala— y que ha permanecido siempre conmigo" (citado por Augier y March, 2004, 6; también Williams, 1978). Para abordarlo se consideró siempre a sí mismo como científico, antes que como ortodoxo seguidor de alguna disciplina. Por eso se le vio transitar por territorios tan diversos como la ciencia política, las ciencias administrativas y la teoría de la organización, la economía, la sociología, la psicología social, la psicología cognitiva, la filosofía, la informática, las matemáticas y la estadística, la biología y la ingeniería. Su extensa obra cubrió todas estas áreas y lo hizo siempre de manera sobresaliente. No sabemos si esto es lo que algunos denominan transdisciplinariedad, y realmente poco importa; lo relevante es notar que Simon se vio atrapado desde el inicio por un gran problema y, para comprenderlo en sus diversas facetas y dimensiones, echó mano de todo conocimiento que estuviera a su alcance y le resultara de utilidad. Su esfuerzo se vio plasmado, según un último recuento, en la publicación de 684 trabajos, un promedio de diez por año, incluyendo la publicación o edición de un libro casi cada dos años (Heukelom, 2007, 2). La página de Internet de este laureado científico (Larkey, 2002, 210), registraba en 2001 una producción de 973 textos, es decir, alrededor de 15 trabajos por año (Department of Psychology, 2001). La mayor parte de esta extensa obra, ampliamente citada (Rainey, 2001, 497-498) y discutida (Wood y Wood, 2007), la realizó como autor único (66.6%).

La singularidad que acompaña a Simon se expresa también en la capacidad que tuvo para destacar desde campos del conocimiento aplicado que habían sido tradicionalmente despreciados por las ciencias básicas, de esa indiferencia tan arraigada de la física frente a las ingenierías, o de la arrogancia de las ciencias sociales de mayor tradición, como la economía, la historia o la filosofía, frente a disciplinas menores como la administración y la psicología. Simon nunca se vio a sí mismo como economista, a menos que se entendiera la economía como psicología aplicada (Heukelom, 2007, 4-5), ni se vio atraído nunca por la especulación sin fundamentos prácticos. Todo lo contrario, fiel al rigor formativo que obtuvo de Nicholas Rashevsky, Henry Schultz y, de manera particularmente relevante, Rudolf Carnap (Simon, 2001, 53-54), su reflexión nunca se apartó de la búsqueda de los fundamentos lógicos de la ciencia de la administración. Su interés en la lógica y la filosofía de las ciencias y su facilidad para concebir los problemas de comportamiento a partir de la construcción de modelos matemáticos le permitieron distanciarse paulatinamente de las posturas predominantes en las disciplinas de la época. Como ya indicamos, se atrevió a construir sus aportes desde esos reductos del conocimiento que no alcanzan el prestigio de los "grandes saberes", esos que se mueven al margen de los luminosos reflectores del mundo de las ideas y las instituciones académicas, pero que se saben poderosos como conocimientos de profundas consecuencias prácticas. Esta es toda una lección, pues reconoce desde el principio que el fundamento último de todo conocimiento se encuentra en el comportamiento humano y que, en consecuencia, todo conocimiento que trate de comprenderlo deberá producir efectos en las prácticas humanas que acrecienten la adecuación de medios-a-fines como expresión básica de su racionalidad.

Esta condición nos lleva a un tercer aspecto que marca la singularidad del autor. Como buen científico duro, se mantuvo siempre en duda, siempre preguntándose y cuestionando, pero también, siendo fiel a su inquebrantable espíritu positivista, se apegó a los principios del conocimiento racional, que le permitían ver el mundo como un sistema complejo que resulta de la articulación de elementos simples. Los problemas del mundo no se encuentran en sus elementos singulares sino en el contexto en el que operan, lo que hace cada vez más complejo el diseño de sistemas jerárquicos que propicien una mayor racionalidad.

Esta postura se expresó siempre en el lenguaje de Simon, en su representación recurrente de la realidad a través de modelos, dando lugar a una arquitectura en la que se articulan diversos planos que permiten conocer la realidad: no tengo dudas de que la producción científica de Simon puede ser leída como un metamodelo en el que se fueron ensamblando sus preocupaciones sobre el comportamiento humano, vistas desde diversas dimensiones o planos. No es ni un capricho ni un accidente que Simon haya titulado sus principales obras utilizando este concepto: Models of Man (1957), Models of Discovery (1977), Models of Thought (1979b, 1989), Models of Bounded Rationality (1982, 1989, 1997) y, finalmente, por qué no, Models of My Life (1991). Se trata de toda una arquitectura conceptual que abarca el comportamiento del hombre en sus diversas facetas como decisor, como científico y como individuo que transita por muy diversos laberintos a lo largo de la vida (Simon, 1991).

A los modelos se suma otro concepto central, con todos los equívocos y debates que en torno al mismo se han generado. Nos referimos a la racionalidad limitada. Aunque pudiera pensarse que Simon reconoce con este término los aspectos irracionales del comportamiento, en realidad nada estuvo más lejos de su postura. Simon siempre defendió la naturaleza esencialmente racional del comportamiento humano, la cual se encuentra limitada sólo por las capacidades cognitivas del individuo y por la información disponible en su medio ambiente accional (Simon, 2006, 29; Simon, 2008). No se trata de reconocer comportamientos irracionales, terreno propio de la psiquiatría, sino de comprender los límites de comportamientos racionales mediante los que las personas seleccionan medios para alcanzar un propósito previamente establecido, a partir de cierta información disponible y de cierta capacidad para procesarla. Para decirlo de otra manera, se trata de comprender el medio ambiente en el que se produce la decisión del individuo en su intención por alcanzar ciertas finalidades y de propiciar diseños que permitan reducir la incertidumbre presente en dicho medio, así como de acrecentar su capacidad de cálculo y deliberación (Simon, 2006, 61).

Si tomamos en cuenta tan sólo estos dos conceptos, modelos y racionalidad limitada, comprenderemos mejor por qué Simon recibió, entre otras muchas distinciones, el premio Nobel de economía 1978 (Lindbeck, 1992). Se trata de un científico que comprendió que la esencia del gobierno en la sociedad moderna se encuentra en el diseño de estructuras que posibiliten la conducción de individuos y poblaciones, y en el reforzamiento de normas, reglas y rutinas que orienten el comportamiento. De lo que se trata es de diseñar y construir la arquitectura de la complejidad, esa que permitiría resolver las disfunciones burocráticas de la primera mitad del siglo XX, para conducirnos, en la primera mitad del siglo XXI, a la sociedad del control (Deleuze, 1995), ese espacio en el que el individuo habría de percibir el ejercicio de su libertad, sin reconocer el medio ambiente que la limita.

Si a Keynes se le consideró como el salvador del capitalismo en los años treinta, no resulta exagerado afirmar que a Simon se le debe recordar como el salvador de la burocracia que precipitó el New Deal, al proponer fórmulas para hacerla menos pesada, más fluida y más flexible (Waring, 1991). ¿Cuánto le debe Keynes a Simon al posibilitar que la burocratización del mundo encontrara cauces adecuados para su reordenamiento estructural con la incorporación de los sistemas informático-computacionales a partir de los años cuarenta? ¿y cuánto más le debe el "libre mercado" a Simon desde los años setenta, pues con sus aportes se diseñaron las estructuras organizativas desde las que fue posible comenzar a "regular la mano invisible", problema que retorna hoy a la luz de la crisis financiera de 2008? La posibilidad de conducir la actividad económica descansa, entre otros elementos, en el diseño de instituciones de regulación que posibilitan la operación de sistemas y procedimientos crecientemente automatizados, con lo que ha sido posible transformar las soluciones de ciertos problemas en rutinas (Ibarra, 2006a). Así, Simon se erige, a la vez, como salvador de la burocracia y del mercado, al propiciar la articulación de la intervención del Estado y la libertad económica en una arquitectura de regulación. Se trata de un diseño híbrido que posibilitó la empresarialización de la burocracia, expresada más tarde en las tesis del New Public Management (Osborne y Gaebler, 1994), dando como producto la consolidación de esa mano visible —el management— que permite la reconciliación armónica, diría Hayek, del Estado modesto con el gran mercado. Por eso Simon mereció el premio Nobel, pues se constituyó como el arquitecto de esa modernidad en la que los individuos actúan con libertad, aunque siempre dentro de los marcos que les fija el sistema, las instituciones y la organización. Había que reconocérselo.

 

PARADOJAS DE UNA OBRA DE PROFUNDAS CONSECUENCIAS PRÁCTICAS

A estas alturas, el pensamiento de Simon no nos volvería a soltar, pues proporciona los medios para diseñar rutinas, procedimientos, sistemas y estructuras que, al institucionalizarse, gobiernan modos de existencia, propiciando un funcionamiento estable y ordenado de la vida social. Si a este planteamiento, realizado muy tempranamente en El comportamiento administrativo (Simon, 1982a, 92), que fue ampliado más tarde en Teoría de la Organización (March y Simon, 1977), añadimos sus desarrollos en torno a la arquitectura de la complejidad (Simon, 2006, 217), a la inteligencia artificial (Newell y Simon, 1972) y al potencial de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación como artefactos esenciales para organizar la vida moderna (Simon 1982c, 2002), estaremos en el camino de comprender la metateoría que Simon edificó a lo largo de seis décadas. Insistimos, se trata de un aporte fundamental que ha ayudado a consolidar un orden social que encuentra su estabilidad en estructuras e instituciones, a pesar de que no se haya resuelto su condición ambivalente y paradójica, esa que Simon ignoró, pero que hace de nuestra existencia ese juego agridulce de formas instituidas o sutiles de control y libertades humanas (Garriga, 2000). Así, la comprensión plena de las estructuras como dispositivos para operar la autoridad y facilitar la obediencia exige el reconocimiento de la libertad como condición humana que posibilita actos de resistencia en la defensa y la búsqueda de finalidades sustantivas que suponen la elección de un cierto modo de existencia (Ibarra, 2006b, 47-50; Ibarra et al., 2006, 52-53).

De este modo, Las ciencias de lo artificial es una obra fundamental en la que Simon lleva a la reescritura de El comportamiento administrativo, pero 50 años después. Las premisas y los temas son los mismos; lo que varía es su nivel de desarrollo, pues considera las diferencias tecnológicas y organizativas del presente. Esta obra nos permite comprender esa realidad que se organiza y estructura a partir del diseño de artefactos muy diversos y de sistemas jerárquicos que funcionan de manera racional. Se trata del mundo perfecto del diseño, de ese mundo que preocupó siempre a Simon, partidario sin duda de las utopías radicales, que no dudan de las capacidades ilimitadas de las computadoras y la inteligencia artificial (Simon, 1982c).

Simon insistió siempre, desde su radicalismo tecnológico, en que "las computadoras podrán hacer cualquier trabajo que pueda hacer un hombre" (Simon, 1982c, 4). Esta percepción se debió, como ya indicamos, al inquebrantable espíritu positivista que lo condujo a mirar en el hombre lo que veía en su propio espejo, en los modelos de su vida, a ese hombre racional, meticuloso, calculador y ordenado que llenó su vida con una sola gran preocupación, esa que creyó comprender plenamente pero que sólo apreció en parte y que lo llevó a concebir al ser humano a imagen y semejanza del ordenador. Acaso lo que realmente esconde esta postura es precisamente su contrario, que "los hombres podrán hacer cualquier trabajo tal como lo hacen las computadoras".

Simon sostiene que estamos ante la posibilidad técnica de acceder a mayores volúmenes de información, más ordenados y de mayor calidad, que nos permitirán decidir mejor y subir algunos escalones más en el edificio de la racionalidad. Sin embargo, este acceso tiene su lado oscuro. Debemos preguntarnos en qué medida todo este conjunto de datos está minando esa otra parte de la condición humana de la que Simon nunca se ocupó, de esa condición humana que se sintetiza ya no en el homo sapiens que Simon representó ejemplarmente, sino en el homo demens que ha hecho posible lo impensable en el mundo a partir de su creatividad, imaginación y capacidades inventivas. Acaso el rápido tránsito de los bits a los bytes, y de éstos a los kilo, mega, giga o terabytes de memoria, el creciente acceso a dispositivos de búsqueda y bases de datos cada vez más potentes y sofisticados, a índices e indicadores y cálculos recursivos y recurrentes, no terminen por indicarnos lo que debemos decidir, es decir, lo que decidimos o creemos decidir cuando en realidad la decisión ha sido producida por el sistema, las estructuras, las reglas y los datos que acotan nuestros grados de libertad, marcando así el triunfo aparentemente definitivo de la burocracia y sus sistemas abstractos sobre la vida humana y sus expresiones más concretas en el amor, la poesía y la sabiduría (Morin, 2001).

Aunque las predicciones de Simon se han cumplido en parte, no se han concretado del todo. Así lo demuestra el pronóstico consumado de que el hombre construiría una máquina que derrotaría a cualquier ser humano sobre la faz de la tierra en una partida de ajedrez, como seguramente lo lamentó en 1997 Gary Kasparov (Gabor, 1999, 225). Afortunadamente no se ha logrado aún diseñar ese ordenador inteligente que, además de ganar tal partida, gozara del triunfo obtenido, como lo constata la indiferencia de Deep Blue después de tan memorable enfrentamiento. La máquina ganó, pero no lo supo y mucho menos lo disfrutó.

En realidad no sabemos si se llegue a concretar plenamente dicho mundo que a tantos novelistas, científicos y cineastas ha cautivado, o si en el futuro veremos realmente esa sociedad en la que convivan y se fusionen mentes y máquinas, sustituyendo a los individuos de carne y hueso por los ciudadanos de carne, hueso, silicio y metal. Lo que sí sabemos, y es ya una incuestionable realidad, es que las computadoras y todo lo que en torno a ellas se ha desarrollado para potenciar nuestra memoria y capacidades de cómputo marcan formas de vida cada vez más intensas y estructuradas, que comprometen nuestros espacios de libertad debido a la creciente operación de dispositivos sutiles de conducción, vigilancia y control. Se trata de esa nueva libertad supervisada que no puede escapar al correo electrónico, el teléfono celular, los asistentes digitales personales (pda por sus siglas en inglés), los sistemas de monitoreo a distancia o las cámaras de video desplegadas en las calles y edificios de la ciudad.

En suma, el homo simonianus supone la reducción de la complejidad del razonamiento humano a la simplicidad del "pensamiento" binario bajo el que opera la computadora, como si nosotros mismos fuésemos en el fondo y en última instancia ese homo computacional que vive y existe esencialmente para colectar, procesar y transmitir información (Newell y Simon, 1972). Se trata de una visión que desnaturaliza el comportamiento humano para apreciarlo como comportamiento artificial, como esa capacidad de almacenamiento y cómputo que indique al hombre los términos de "su decisión". Desde esta perspectiva, las ciencias de lo artificial tendrían que dedicarse no sólo a investigar todo lo que se relaciona con los sistemas artificiales creados por el hombre, sino a comprender las maneras en las que tales sistemas recrean al hombre mismo a imagen y semejanza de los sistemas artificiales, amenazando su propia existencia. Por todo lo que encierra esta paradoja de la modernidad artificial que se dibuja en este nuevo milenio, es indispensable reconocer y debatir los fundamentos del pensamiento de Simon para comprender el comportamiento humano en su jaula de hierro artificial.

 

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NOTAS

Texto revisado de la intervención en la presentación del libro Las ciencias de lo artificial de Herbert A. Simon, organizada por el Departamento de Tecnologías de la Información de la División de Ciencias de la Comunicación y el Diseño de la UAM-Cuajimalpa.

1 Cuando se indican dos años, el primero corresponde a la edición consultada y el segundo al año de publicación original.

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