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Historia y grafía

versión impresa ISSN 1405-0927

Hist. graf  no.59 México jul./dic. 2022  Epub 27-Jul-2022

https://doi.org/10.48102/hyg.vi59.426 

Comentario crítico

La ficción: alteridad, ausencia, borradura

Fiction: Alterity, Absence, Erasure

Fernando Jesús Betancourt Martínez* 
http://orcid.org/0000-0001-8298-2703

*Instituto de Investigaciones Históricas Universidad Nacional Autónoma de México México. Correo: bmfj@unam.mx


Resumen

Comentarios críticos al libro de Alfonso Mendiola. Michel de Certeau. La ficción: escuchar la voz del otro. México: Navarra, 2019.

Palabras clave: Michel de Certeau; historiografía; Alfonso Mendiola; Freud

Abstract

Critical comments to the book by Alfonso Mendiola. Michel de Certeau. La ficción: escuchar la voz del otro. México: Navarra, 2019.

Keywords: Michel de Certeau; historiography; Alfonso Mendiola; Freud

El libro más reciente de Alfonso Mendiola, titulado Michel de Certeau. La ficción: escuchar la voz del otro, se enmarca en una situación particular: de los dos trabajos previos, uno de ellos también está dedicado al análisis de la obra de Michel de Certeau. Si tomamos en cuenta sus escritos anteriores a los mencionados resalta un rasgo central en las posturas sostenidas por Mendiola, tanto en el terreno historiográfico como en la reflexión teórica. Desde luego que la impronta de la obra de De Certeau es más que notoria en ambos terrenos, pero su significación no se reduce de ninguna manera a esta suerte de desdoblamiento, por una parte, la cuestión de la epistemología1, por otra la vinculación de la ficción con la escritura de la historia, siendo ésta una de las líneas de argumentación central del texto aquí comentado. También la recopilación de ese conjunto de entrevistas realizadas por nuestro autor a diversas personalidades del campo de la historiografía2 -el otro texto previo reciente- exhibe ese interés señero que ha marcado buena parte de su itinerario intelectual y de investigación.

Creo entrever que en ello no va inmersa sólo una cuestión de deuda con respeto a una perspectiva que ha tendido a cuestionar la forma de hacer historia en este país y en otros tantos más. Si bien hay en ello una afinidad que Mendiola reconoce como aporte fundamental de las derivas decertonianas, el apego que ha exhibido y que va más allá de estos tres textos señalados, no puede quedarse ceñido a ese único aspecto. Esto último se encuentra implicado a lo largo de los seis capítulos de este estudio dedicado al papel de la ficción en los escritos del gran historiador francés. En los cuatro primeros el papel de la ficción está relacionada a su emergencia moderna a partir de Kant (capítulo 1); también con esa suerte de retorno de lo ficcional en el campo de los discursos científicos (capítulo 2); con la problemática del otro como alteridad radical no superable por las artes de la escritura (capítulo 3), y, finalmente, con la historiografía en su condición de ficción escritural (capítulo 4).

Por su parte, los dos últimos capítulos se abren a una cuestión central: cómo la impronta freudiana termina por vulnerar las adscripciones habitualmente reconocidas entre lo real, la identidad narrativamente lograda y la razón moderna. Así, entre la ausencia y los retornos, la grafía exhibe aquellos límites no reconocidos hasta hace poco por la racionalidad moderna y que minan calladamente todo trabajo del saber, tal y como lo muestra la historiografía. La parte conclusiva se presenta, frente a todo este desarrollo, como una suerte de apertura, pero también de reconocimiento finalmente alcanzado. La primera señala hacia todo aquello que falta por abordar y problematizar en una obra que no se deja circunscribir a una interpretación última y autorizada, mientras que el reconocimiento se delimita a partir de todos esos signos no unívocos desplegados y motivados por “la fuerza del afecto”.3

En una suerte de influjo circular, ambas cuestiones dan estructura a estos comentarios críticos, es decir, como recepción sometida igualmente a los equívocos de una condición y de un lugar específico. Si los seis capítulos señalados se inscriben en un ejercicio de lectura como dispersión de líneas de fuerza, esa condición múltiple no puede esconderse tampoco en mi propia recepción del libro de Mendiola. Por eso estas líneas no aspiran a convertirse en una suerte de guía para clarificar las opacidades textuales que se derivan de toda lectura. Por el contrario, participa de los mismos factores que el autor reconoce en su recepción de los discursos decertonianos. Por eso, lo aquí presentado adquiere -como la lectura del propio Mendiola- aquella cualidad de ejercicio “herético” puesta de relieve en su libro más reciente, esto es, no sometido a capilla o dogma interpretativo alguno, no guiado por principios o criterios incondicionados.4

No habría que pasar por alto el reconocimiento que pone en liza Mendiola a partir de los textos del jesuita: la problemática del retorno en el corazón mismo de la empresa escriturística moderna. Ese retorno -convertido en evidencia inquietante por Freud- marcaría también al conjunto de la obra del propio Mendiola, donde las múltiples referencias a Michel de Certeau se pueden enmarcar en ese impulso que está en la base del texto aquí abordado, esto es, el afecto tensado por una búsqueda sagital. Se trata, en efecto, de tratar de escuchar la voz del otro. La equivocidad que proviene del lugar de la enunciación no sólo marca a la escritura: está también como elemento determinante en la esfera de la recepción. Si como escribe Alfonso Mendiola, no existen signos unívocos puesto que ellos se encuentran aquejados por la carga de lo afectivo, entonces el papel central le corresponde a la diferencia como elemento fundante.

El retorno de lo reprimido, que disloca la función de la escritura en la modernidad, puede entenderse como el retorno de la diferencia misma, ya sea como fantasma, ya como lo otro que se mantiene siempre otro sin dejarse apresar. Es la diferencia la que genera esa oposición señalada por nuestro autor entre una “escritura-ciencia” y una escritura-ficción; la primera ejercería el papel de caníbal pues “devora el cuerpo del otro” en el cuerpo textual, mientras que la segunda se despliega como duelo al ofrecer una tumba con la cual honrar “lo que se ha perdido”.5 La pregunta es, entonces, si este libro le sirve a Mendiola para anexar al afecto el ejercicio soterrado de su propio duelo. Es de ambas cuestiones -la fuerza del afecto y el ejercicio de un duelo- de lo que está hecho este libro, entendiendo que ambas se sintetizan en el papel que juega la diferencia como elemento fundante de toda representación posible.

Se trata de una escritura que, como toda escritura, está conformada por borraduras, por tachaduras, por ese intento de cubrir con grafías la falta esencial que la constituye. De ahí la tremenda importancia que adquiere la recepción de la obra freudiana, tanto para Michel de Certeau como para Alfonso Mendiola. Es como si a ese entre dos -De Certeau y Mendiola- se le agregara un tercer factor de grandes implicaciones. Es un tercer excluido que, al incorporarlo da forma a la función que cumple la diferencia en ambos. En efecto, se trata ya de poner en juego una tríada -Mendiola, De Certeau, Freud- precisamente como nudo reflexivo. Recordemos que una tríada permite a Freud reafirmar el predominio del deseo inconsciente como aporte teórico y al mismo tiempo terapéutico -el Edipo-, sólo porque abre la puerta a la relación simbólica que se postula entre padre, madre e hijo, es decir, como factor relacional. Si retomamos a Lacan, dicha tríada permite nuestra entrada al orden de los simbólico, donde el tres emerge en pos de superar la rivalidad del estadio del espejo, donde la dimensión imaginaria expresa la palabra sólo en la medida en que concierne al tercero.

Ese tres, además, inaugura un campo de registros -simbólico, imaginario, real- que vendría a desbordar toda pertinencia de la psicología del individuo como base central del reto psicoanalítico.6 Los tres registros lacanianos llaman en tono de un eco soterrado (escondido, ocultado) a esas dos tópicas fundamentales que permitieron la descripción del aparato psíquico donde la tríada no oculta su importancia. Así, esa suerte de apertura a lo relacional, significa la entrada a lo social o la entrada de lo social, donde lo afectivo no deja de tener un papel crucial. Se puede decir de otra manera: se trata de la entrada a la historicidad, donde lo relacional no necesariamente se refiere a ciertas cualidades intersubjetivas, sino a que toda elaboración analítica se instaura en un “sistema de interrelaciones” que ligan todo enunciado a otra cosa, esto es, a “cosas borradas o perdidas, y que convierten al texto en el signo engañoso de acontecimientos pasados”.7 Entonces, podría decirse que la historicidad empieza cuando reconocemos que el pasado existe en el presente y sólo por ello esas elaboraciones analíticas que parten de una tríada construyen el esquema neurótico a partir de la inaccesibilidad como acontecimiento originario, cambiando su lugar por la actualidad del síntoma. Una huella que nos conduce a la ficción psicoanalítica entendida como “construcción”.8

Quizá por eso mismo en el libro de Mendiola la referencia a los textos freudianos se encuentra claramente delimitada. Es así como le otorga prioridad al Freud de los discursos analíticos, no de los denominados discursos pedagógicos, diferenciación análoga a la que media entre la fuerza de la explicación argumentativa y las formas que se despliegan como narrativas, entre ciencia (escritura caníbal y devoradora) y literatura (ficción teórica).9 Es en los discursos analíticos -que cubren sus famosas historias de enfermos- donde Freud plasmó, a la manera de una ficción teórica, su propia conversión a la literatura, esto es, al despliegue del acto narrativo. Es ahí donde se expresa el dolor que resulta de la puesta en obra de una escena primitiva, misma que resulta de constituirse como una escenificación concertada y siempre limitada. Es en los resquicios de este decir analítico -proceso en el que el analista se encuentra involucrado como parte de la escenificación misma- donde se cuela una historicidad.

Esas narraciones o historias de enfermos se encuentran alteradas o afectadas por la alteridad, por la diferencia misma, de manera que el retorno de la primitivo se gesta como retorno, no de lo mismo, sino de lo siempre otro. El analista, como el propio historiador, logra captar sus materiales como un producto gestado desde la ficción, esto es, desde esa radical conversión a la literatura, por lo que toda referencia a lo real -ya sea al hecho histórico, ya a la naturaleza última de la afección psicológica- se encuentra dominada por esa determinación. Digamos que tanto uno, el analista, como el otro, el historiador, cubren la ausencia del acontecimiento original con la ficción teórica y sólo así pueden construir discursos que hablen de lo real. Habría que agregar, además, la condición de alteración que domina también a esa actualidad entendida como el presente de la enunciación, cuestión que resulta de gran relevancia tanto para De Certeau como para Mendiola. De hecho, la impronta freudiana en ambos adquiere pertinencia porque termina problematizando el lugar que determina un hacer, en este caso, historiográfico. Si los discursos analíticos resultan cruciales, esto se debe a que introducen un nivel de historicidad no presente en la propia teoría freudiana.

De manera análoga, esa introducción mina también las pretensiones de alcanzar un conocimiento universalidad y clarificador, precisamente porque hace emerger la diferencia como resultado del trabajo del tiempo en el lugar mismo del pretendido saber.10 En el caso de la historiografía, esta historicidad es ocultada porque de otra manera haría evidentes sus pérdidas -de lo real, del acontecimiento, del origen- que son cubiertas por el trabajo de la historia en su dimensión escrituraria, esto es, como forma de saber positivo. Tal y como señaló el propio De Certeau, la historicidad hace manifiesta la equivocidad en el lugar limpio, ascético (máquina célibe apuntó De Certeau) de la ciencia. Ese lugar ascético se transforma por aquello que oculta la escritura, en una comodidad constituida como instancia de lo no equívoco. Pero el tiempo resulta en aquello que vuelve imposible la unidad de los lugares, de las sociedades, de los individuos.

Es así como la historicidad termina por fracturar el emplazamiento donde el sujeto es presentado como ser soberano al evidenciarlo, por el contrario, como resultado del juego mismo de la diferencia: la historicidad viene a ser la imposibilidad de seguir sosteniendo el sí mismo como fuente de toda identidad. Mendiola insiste constantemente en la postura que toma al movimiento de la historicidad -presente en el texto freudiano dedicado a ese Moisés, el egipcio- como aquel que hace retornar los afectos y las pasiones. Es decir, todo aquello que ha sido excluido de los discursos científicos, esos mismos que buscaron denodadamente validarse como contrarios a la ficción gracias a su capacidad de decir lo real. Para Michel de Certeau, justamente es esa economía de los afectos la que retornó bajo la modalidad freudiana de una economía del inconsciente. En efecto, en su forma elemental como base de las energías pulsionales, proporciona el marco a partir del cual se expande el tratamiento freudiano de la histeria al punto de convertirse en el análisis económico de los fenómenos psíquicos.

Los afectos y el mundo de las pasiones -lo propiamente patológico, es decir, pathos- fueron expulsados en la modernidad cultural hacia los márgenes de una sociedad productivista, positiva y dominante. Eso es lo que regresa con el freudismo, esos movimientos sin lenguaje técnico que, en opinión de De Certeau, determinan al conjunto de las relaciones sociales.11 Entonces, exhibir ese hueco discursivo en el campo científico -la ausencia misma de lo real- consiste en mostrar la función ficcional que los determina. Y esto al punto de considerar como tesis general, implicada en la perspectiva manejada por Mendiola, que la ficción es aquello que hace posible, no sólo a los discursos científicos, sino a todo proceso cognitivo. Justamente, si los discursos psicoanalíticos -tanto los pedagógicos como las historias de enfermos y las presentaciones de casos- se prestigian, esto sólo es posible porque son ficciones teóricas. Este conjunto amplio de escrituras, orientadas entre otras cuestiones a tratar las manifestaciones de lo inconsciente en la vida consciente, admiten y alientan el retorno de la ficción a la seriedad de los discursos científicos, que son por definición, caníbales.

De modo que los propios textos freudianos están determinados por el duelo y la falta del otro, situación que alcanza también al libro aquí comentado. En efecto, el texto de Mendiola puede ser abordado como una ficción teórica con todo derecho, dado que se deja afectar por ese meneo que introduce lo afectivo y, por tanto, se coloca en la posibilidad de manifestar el retorno de todo aquello que ha sido expulsado de la esfera de la grafía. Se trata de una escritura-duelo que se deja sorprender por el sufrimiento y por lo afectivo, colocándose por ello en una posición análoga al del analista. Por debajo de la interpretación autorizada de datos extraídos por una elaboración determinada (el proceso terapéutico, pero también la construcción de una narrativa), ese retorno introduce la diferencia en el espacio mismo del saber historiográfico. Cito a Michel de Certeau al respecto:

“Recíprocamente, la concepción que Freud hace de su escritura le enseña a leer otros documentos. Permite considerar cualquier relato como una relación entre una estructura y unos acontecimientos, es decir entre un sistema (explícito o no) y lo que se dibuja como su otro. En este caso, la obra literaria no es reductible a lo “serio” de un modelo estructural impuesto por una cientificidad […] La “novela”, en el sentido en que la hemos precisado, puede caracterizar a la vez los propósitos de un(a) enfermo(a), una obra literaria y el mismo discurso psicoanalítico.12

Si gracias a la novela puede Freud leer cualquier material, no podría poner aparte a su propio saber analítico. La obra freudiana, incluyendo la biografía psicoanalítica, no es reducible a lo serio de una estructuración impuesta, y esto va desde su vocabulario teórico (pulsión, represión, libido, etc.) hasta los procesos de la técnica analítica. En igual situación se encuentra el texto de Mendiola pues no se identifica con la Aufklärung, por lo que no está en condiciones de privilegiar la coherencia, lo literal, lo unívoco, y, por supuesto, el principio de identidad y de tercero excluido. Su texto es literario si consideramos como tal aquel ejercicio que permite localizar (hacer una topología de) las tácticas y las deformaciones que operan en el lugar mismo de la racionalidad lineal, aquélla confiada en sus poderes de esclarecimiento. Como literatura se coloca en una relación con su otro, con su propio faltante. Una lógica de lo otro se despliega aquí, en este libro dedicado a la deriva certoliana. En suma, se trata en los tres casos -Mendiola, De Certeau, Freud- de una literatura que se deja afectar por procesos complejos que no controla ni domina.

Una ficción teórica que ejerce una suerte de diagnóstico -por supuesto, sin complemento terapéutico- del equívoco y de la pluralidad de lugares como formas de tránsito. En tal sentido, se encuentra en consonancia con aquella biografía psicoanalítica que adquiere los poderes de una reinvención crítica. En el seno del individuo esa combinación de estructuras y acontecimientos narrativos le da soberanía a la alteridad, a la ambigüedad o ambivalencia que resulta en su propia condición: Se trata no de la unidad, sino de la diferencia. Diagnostica el equívoco y, a continuación, genera una pluralidad de lugares o posibilidades. Así que, tanto para De Certeau como para Mendiola, el retorno del que se trata es el retorno del freudismo. Gracias a éste, los escritos de ambos identifican y aplican todos esos juegos que son lo contrario al lenguaje técnico y que determinan finalmente, como en el propio Freud, las relaciones sociales. De modo que por un vuelco, el tema que aborda el libro de Mendiola -la ficción como mecanismo central escriturístico en De Certeau- se convierte en su propio andamiaje discursivo y analítico.

Son escrituras que funcionan como espejo: devuelven una imagen que alienta la deriva, esto es, el retorno de la diferencia. Tema desarrollado y al mismo tiempo condición escriturística que permite su abordaje. Por eso es por lo que el texto de Mendiola se encuentra ligado al afecto y al duelo, ocultos tras la representación manifiesta de la grafía. Si habla del proceso escriturístico estudiado por Michel de Certeau y explica cómo, en la modernidad, emerge bajo la modalidad del ocultamiento y de la borradura de su otro, Mendiola documenta también su propio proceso textual como síntoma. Es una escritura que se sabe a sí misma ejercicio de ocultamiento y borradura. Nos ofrece una textura discursiva turbada por aquello que le falta y que busca cubrir, también, con una tumba simbólica, ahora dedicada a De Certeau.

Lo mismo se lleva a cabo en su oficio, la historiografía. En tal caso, el libro de Mendiola tramita las afecciones de la contratransferencia pero con una diferencia importante: no oculta su propia historicidad. Es decir, todo aquello que no puede nombrarse por medio de un vocabulario técnico. Confesar el afecto es reaprender un lenguaje olvidado por la racionalidad científica y reprimido por la normatividad social, asegura. Enraizado en la diferencia, este lenguaje aún circula en los sueños, en las leyendas y los mitos. Termino con una cita que me parece muestra de cómo el juego de la equivocidad y las sustituciones rige en el propio libro de Alfonso Mendiola:

Terminemos señalando que De Certeau se deja interpelar por ese otro que es Freud. El extranjero viene, como Moisés, al pueblo de los historiadores a perturbarlos. Si somos capaces, nosotros los historiadores, de dejarnos interpelar por las “escrituras freudianas”, aprenderemos que la relación entre nombre y realidad se rompió y que sólo nos queda el lenguaje de la metáfora. El qui-proquo, el equívoco, el decir una cosa por otra, la imposibilidad de decir lo real.13

Bibliografía

Certeau, Michel de. La escritura de la historia. Traducción de Jorge López Moctezuma. México: Universidad Iberoamericana, 1993. [ Links ]

Certeau, Michel de. Historia y psicoanálisis entre ciencia y ficción, 2ª ed. Traducción de Alfonso Mendiola. México: Universidad Iberoamericana, 2003. [ Links ]

Mendiola, Alfonso. Diálogos con historiadores. México: Navarra, 2017. [ Links ]

Mendiola, Alfonso. Michel de Certeau: epistemología, erótica y duelo. México: Navarra, 2014. [ Links ]

Mendiola, Alfonso. Michel de Certeau. La ficción: escuchar la voz del otro. México: Navarra, 2019. [ Links ]

Murillo Miguel, “La hipótesis de los tres registros -simbólico, imaginario, real- en la enseñanza de J. Lacan”, Anuario de Investigaciones, Universidad de Buenos Aires, 18(2011):123-132. [ Links ]

1 Alfonso Mendiola, Michel de Certeau: epistemología, erótica y duelo (México: Navarra, 2014)

2 Alfonso Mendiola, Diálogos con historiadores (México: Navarra, 2017).

3 Alfonso Mendiola, Michel de Certeau. La ficción: escuchar la voz del otro (México: Navarra, 2019), 143.

4 Mendiola, Michel de Certeau. La ficción, 109.

5 Mendiola, Michel de Certeau. La ficción, 144.

6Cfr., Miguel Murillo, “La hipótesis de los tres registros -simbólico, imaginario, real- en la enseñanza de J. Lacan”, Anuario de Investigaciones, 18(2011) .

7 Michel de Certeau, La escritura de la historia (México: UIA, 1993), 278.

8 Mendiola, Michel de Certeau. La ficción, 123.

9 Mendiola, Michel de Certeau. La ficción, 53.

10 De Certeau, La escritura, 284.

11 Michel de Certeau, Historia y psicoanálisis entre ciencia y ficción (México: UIA, 2003), 51.

12 De Certeau, Historia, 46.

13 Mendiola, Michel de Certeau. La ficción, 141.

Recibido: 07 de Diciembre de 2021; Aprobado: 10 de Febrero de 2022

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