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Historia y grafía

versão impressa ISSN 1405-0927

Hist. graf  no.53 México Jul./Dez. 2019  Epub 10-Dez-2019

 

Expediente

Pensar la migración: entre la historia y la literatura

Archivo y alteridad: “el otro” como lo espectral de la historiografía

Archive and Alterity: The “Other” as the Spectral of Historiography

Ricardo Nava Murciaa 

aDepartamento de Historia. Universidad Iberoamericana. México. Correo: ricardo.nava@ibero.mx


Resumen

En el marco de las preguntas por alteridad, el saber histórico mantiene distintas relaciones con el archivo. El propósito de este ensayo es mostrar, mediante un análisis historiográfico, un caso en el que un historiador, Michel de Certeau, establece un tratamiento inédito del archivo y lo que éste resguarda: las fuentes. La alteridad se mueve con el historiador. Resiste como un espectro que no puede ser visto pero que asedia y que nos mira. Las coyunturas sociales del presente demandan comprender el origen o las causas que han arrinconado a grupos diversos de población a una condición de tránsito, de paso y de no paso, de exilio y de movimientos forzados de un lugar a otro. ¿Qué tipo de trabajo sobre el archivo puede realizarse cuando el historiador busca restituir la memoria de determinadas alteridades, que antaño dejaron su impronta y hoy siguen trazando huellas desde condiciones específicas?.

Palabras clave: archivo; alteridad; otro; acontecimiento

Abstract

When framed in regard to the question of alterity, the relation between historic knowledge and the archive is varied. Through a historiographical analysis this essay presents a case in which the historian Michel de Certeau establishes a completely new approach to the archive and to that which it guards, sources. Alterity moves alongside the historian; it resists like a specter that cannot be seen, but haunts us. The social configuration of our present demands we understand the origin or causes that have cornered diverse peoples into conditions of transit, of passage and non-passage, of exile and forced displacement. What kind of work must be done through the archive when the historian seeks to re-establish the memory of certain alterities, that in the past left their imprint and today still leave traces of their specific conditions?.

Keywords: archive; alterity; other; event

¿Pero qué investigación histórica no parte de una leyenda? Al proporcionarse fuentes o criterios de información y de interpretación, define de antemano lo que hay que leer en un pasado. Desde este punto de vista, la historia se mueve con el historiador. Sigue el curso del tiempo, nunca es confiable.

Michel de Certeau

Introducción

Cuando una reflexión sobre la historia se percata que todo el conjunto de las operaciones que despliega en el archivo tiene por anticipado el fin de lo que habrá de ser escrito (un problema de investigación y una hipótesis de trabajo), el esfuerzo por configurar un sentido del pasado se ve dislocado, pues no encuentra de éste salvo aquello que emerge al modo de una leyenda. Pues es en los restos que escarba en la masa documental donde emerge una alteridad. Ésta aparece, en consecuencia, de un modo espectral. Tal es la configuración que deja a la reflexión Michel de Certeau: el otro está ausente.

Algunas corrientes historiográficas han privilegiado como objeto a todos aquellos sujetos que venían siendo silenciados, o más aún, objetivados por distintos dominios de saber que los describieron, dispusieron e incluso les dieron voz. Esfuerzos propios de una voluntad de saber la verdad del otro, su esencia, su ser o incluso su deseo. Configuraciones propias de distintos lugares de saber y diversos sistemas de comprensión. En el caso de la historia, la alteridad se mueve con el historiador. No se obtiene de ella un pasado que haga inteligible el presente o fundamente la identidad de éste. La alteridad resiste como un espectro que no puede ser visto pero que asedia y que nos mira. Aún se persigue en los archivos la alteridad. No sin razón, pues las coyunturas sociales del presente demandan comprender el origen o las causas que han arrinconado a grupos diversos de población a una condición de extranjeros no deseados, de “sin papeles”, de tránsito, de paso y de no paso, de exilio y de movimientos forzados de un lugar a otro. Su condición es el asedio del presente.

Con todo esto, ¿qué tipo de trabajo sobre el archivo puede realizarse cuando el historiador busca restituir la memoria de determinadas alteridades, las cuales antaño dejaron su impronta y hoy siguen trazando huellas desde condiciones específicas? El objetivo de este ensayo busca emplazar, a partir del análisis de un trabajo historiográfico que retoma un caso a título de ejemplo, pero no arquetípico, algunas notas sobre lo que podría realizarse en la labor sobre el archivo cuando se tiene como objeto una alteridad que pone en jaque los modelos de racionalidad del discurso histórico, en particular, y de otros ámbitos de saber, en general; además de su deseo de constituir un saber sobre el otro. El caso es el de la tarea historiográfica que realiza De Certeau con su estudio sobre el acontecimiento de unas monjas ursulinas, de la región de Loudun, que en la tercera década del siglo XVII, se dice, fueron poseídas, indagando lo que este fenómeno desencadenó.1

Un primer presupuesto: tanto en la historiografía como en la teoría de la historia actual se ha reflexionado que el relato historiográfico es producto del modo en que el historiador mantiene una relación con las fuentes. Ahí donde éstas habían sido consideradas como evidencia empírica de un pasado, ahora se comprende que éstas no ofrecen en ningún momento datos independientemente del historiador que las construye, objetiva e interpreta. Sin embargo, si bien hay una relación con las fuentes que determina los modos de aproximación que el historiador tiene con el pasado, hay un momento anterior a la relación con las fuentes. Ese momento anterior implica una relación con el archivo, entendido como institución, poder, memoria y, principalmente. referido a su conceptualidad. El archivo ya no puede ser reducible a la memoria, sin tomar en cuenta estos campos y los procesos que ocurren en las operaciones que despliega el historiador al momento de entrar en los archivos: la selección de los documentos en función de una pregunta de investigación, una hipótesis de trabajo, que a su vez están determinadas por un lugar social;2 el modo en que lee las fuentes;3 y cómo enfrenta lo que en un archivo está reprimido o suprimido, incluyendo ese accionar que implica una cierta pulsión de muerte en el archivo.4

De esta manera se abren dos cuestiones. La primera, no abordable en este trabajo, pero indicada de cualquier manera, tiene que ver con cómo se va configurando un archivo en la actualidad, esto es, los problemas abiertos en los diversos modos de documentación y de archivación. Las alteridades sobre las cuales el discurso histórico busca restituir la memoria, van dejando trazas en los diversos medios de comunicación y sus distintos modos de registro y consignación.5 La segunda, la que se abordará en este trabajo, ya señalada en la pregunta que lo guía: el trabajo sobre el archivo cuando se busca restituir la memoria de alteridades que cuestionan los modos de racionalidad y de los sistemas sociales que los excluyen.

Segundo presupuesto: el análisis historiográfico sobre el caso de las posesas de Loudun se lleva a cabo a partir de una distinción que busca situarse de manera reflexiva, en un intento por pensar históricamente: todo acercamiento al pasado se lleva a cabo desde una observación de observaciones. Este presupuesto constituye el eje de mi observación, al mismo tiempo que lo es también el de De Certeau. La cuestión ya no es sobre qué es la realidad, en este caso de un pasado, sino para quién la realidad es así. Como sostiene Alfonso Mendiola, un enunciado reflexivo es aquel en el que puede sostenerse, al menos como un esfuerzo por pensar históricamente, que, al hacer una referencia a la realidad, ésta se remitida a su contexto, al momento de su enunciación, es decir, a una determinada época.6

Un análisis historiográfico se hace con los mismos instrumentos y modelos de racionalidad que están puestos en juego en el mismo objeto por analizar. De esta manera, de lo que se trata es de operar en esta paradoja epistemológica para dejar claro que no hay posibilidad de objetividad total sino de comprender algo a partir de la reintroducción del observador en su observación.7 Por tanto, Mendiola propone que se puede operar dentro de este círculo distinguiendo la razón como operación de la razón como observación. La operación implica el seguimiento de determinados criterios de observación (distinciones) no objetivados, esto es, implícitos. Pero, cuando se observa la operación, esto es, los criterios de la distinción, se toma conciencia de dichos criterios que se usan para poder evaluar la observación. Este mismo desplazamiento operativo está implicado también en el modo en que De Certeau aborda no sólo su observación del pasado, sino el modo de tratamiento del archivo del caso de las posesas de Loudun. En consecuencia, como se puede ver, se trata de dar cuenta de la observación de algunas de las operaciones que despliega De Certeau en su trabajo sobre el archivo.

Último presupuesto: algunas notas de interpretación, a modo de unas cuantas hipótesis sobre el modo de tratamiento sobre el archivo de De Certeau en el caso a estudiar. 1) Las fuentes son percepciones de otros, no se accede al acontecimiento independientemente de esto, por lo que la historia se configura también al modo de una leyenda; en este sentido, hacer historia sólo es posible a partir de una historia de la historia del acontecimiento en cuestión.8 2) Los criterios de indagación están definidos de antemano a partir de un problema y una hipótesis de trabajo que determinan las distinciones de la observación del contexto por reconstruir y que dejan ver el modo en que el historiador interviene en la interpretación de los archivos. 3) El modo de observación del acontecimiento es condición de posibilidad del sentido que se asigna a los documentos, por lo que las diversas distinciones que posibilitan interpretar el contexto en que los hechos suceden, configuran una dispersión de los documentos sobre la cual se vuelve imposible restaurar o construir su unidad. 4) El archivo podría ser pensado a partir de la huella y no de los valores de presencia/ausencia, pues dividido entre el comentario y el archivo, el historiador no puede asignar un valor de presencia plena del acontecimiento; éste está dislocado, de tal modo que toda interpretación del pasado está pospuesta y por lo mismo permanentemente diferida la llegada al otro. 5) El archivo es una invención y, en este sentido, quizá habría que poner más atención a la función social que los discursos e informaciones puestas en el archivo tienen, que a los datos que ofrecen.

Emplazamientos de un lugar teórico

Para comprender el trabajo que De Certeau realiza con el archivo del caso de las posesas de Loudun, puede resultar pertinente establecer algunos de los criterios a partir de los cuales posiblemente opera este historiador. Se trata de dos ámbitos de saber con sus diferentes epistemologías y maneras de encarar el pasado.

Para De Certeau la historia y el psicoanálisis se vinculan al tratar cada uno con distintas estrategias del tiempo o, dicho de otra forma, con dos maneras de distribuir el espacio de la memoria. El psicoanálisis reconoce al pasado en el presente, bajo el modo de la imbricación (uno en el lugar del otro): en el sujeto, el pasado está en el presente, en sus actos cotidianos. La historiografía, pone al pasado al lado del presente, bajo el modo de la sucesión (uno después de otro); la historiografía opera a partir de la diferencia entre presente y pasado. Al tratarse, dice De Certeau, de dos estrategias distintas del tiempo, ambas desarrollan sus presupuestos y elaboraciones a partir de preguntas análogas: cómo comprender las diferencias y continuidades; cómo explicar el pasado o traerlo al presente; o bien cómo traer las representaciones del pasado al presente remitiéndolas a sus condiciones de producción.9

En la disciplina histórica, introducir una teoría que organiza el tiempo de manera distinta a como hace la historiografía es importante porque permite otros modos de tratamiento con la memoria y el olvido. Es decir, otra manera en que ésta se relaciona con el tiempo, particularmente con el archivo (su institucionalidad, su poder, sus operaciones de conservación, registro y difusión, entre otras). Por ejemplo, para De Certeau, el psicoanálisis tiene su núcleo central en un gran descubrimiento que da que pensar a la historiografía: lo inconsciente a partir de lo reprimido (olvidado, pero latente, es decir, al mismo tiempo conservado) y el retorno de éste disfrazado por el presente. De ahí que para De Certeau el vínculo entre la historia y el psicoanálisis trae a la reflexión la importancia de Freud para la historia. De cierta manera podría decirse que éste viene a deconstruir nuestra supuesta certeza sobre lo que es memoria y lo que es olvido afectando el modo en que el historiador establece una relación con el archivo.

Esta relación con el archivo no se coloca independientemente de lo que según De Certeau fabrica el historiador cuando hace historia. El historiador mantiene una relación con la sociedad presente y otra con los muertos. Esta relación se articula desde lo que llama una operación historiográfica: las relaciones entre un lugar social, una práctica y una escritura. El lugar social está constituido por la institución (universitaria, académica, de investigación; o bien social, política y cultural). Es éste el que hace posible o imposible un pasado, puesto que elige lo que es historiable o no, en relación con las demandas que una sociedad dirige al historiador en el presente. La práctica está referida a la actividad concreta del historiador: el trabajo en el archivo, el análisis de fuentes, la crítica de éstas, su establecimiento en relación a las preguntas de la investigación; tiene que ver con los métodos propios de la disciplina, todo aquello que hace posible la construcción de los hechos mediante un discurso. Este discurso tiene su forma en la relación entre un soporte de inscripción y el trazo que lo rasga: la escritura. Para este historiador, la escritura constituye la marca que busca devolver el pasado al presente. Es, además, el medio compartido con su contrario para representar acciones humanas: la literatura. Pero, mientras que la historia pretende verdad, la literatura no, pretende ficción. Este espacio compartido lleva a la historia a la asunción de que su medio produce también ficción, ya que articula el pasado, lo quiera o no, bajo una trama literaria que cumple las condiciones de una narración en el esfuerzo de asignarle una inteligibilidad mayor en la comprensión.10

Desde esta operación, hacer historia según De Certeau es habitar la paradoja entre la función social de la historia, que consiste en traer el pasado al presente, y su relación con los muertos, esto es, con el pasado, el cual está habitado por la imposibilidad de ser restituido tal y como fue. De ahí que para De Certeau, hacer historia sea una erótica del duelo imposible o interminable.11 Es decir, una práctica atravesada por el deseo de una ausencia y la imposibilidad de llevar un trabajo de duelo que implique poder superar la pérdida. Por el contrario, implica aprender a vivir con la perdida, es decir, con la imposibilidad de restituir el pasado tal y como fue, asumiendo que la reconstrucción histórica, habitada por la ausencia, es una ficción o en otras palabras una producción de sentido determinada por las preocupaciones diversas de un presente.

Las condiciones de producción de La posesión de Loudun

En 1966, De Certeau ya tenía preparado el manuscrito sobre el caso de las posesas de Loudun, que sin embargo, como se verá más adelante, será publicado en su forma final hasta 1970.12 Pero, ¿a partir de qué condiciones intelectuales se forja esta investigación? En 1966 también fue publicado el libro de Michel Foucault, Las palabras y las cosas,13 el cual podría leerse como un diagnóstico del estado de las ciencias humanas. Este libro planteó lo que podría enunciarse como el lugar que ocupa el discurso histórico al interior de éstas: la historia como una contra-ciencia, es decir, como un saber que cuestiona de fondo la posibilidad de dar cuenta de su objeto, el pasado, que aparece como aquello que más resiste a ser pensado. Esta resistencia denota una problemática que es abordada en todo el libro: las relaciones milenarias entre lo Mismo y lo Otro.14 La cuestión del otro y sus formas de restitución fue uno de los temas y problemas de investigación propios de finales de la década de 1960 y principios de la de 1970.15

Ese mismo año es referido por François Dosse como el momento de clímax del estructuralismo en Francia, para continuar, posteriormente desde 1968, con su declive.16 En esos momentos de grandes cambios intelectuales, políticos y sociales, la filosofía se sintió perturbada en ese paso de una década a la otra, pues la Razón occidental, según Dosse, se lanzó a la búsqueda del Otro desde el cuestionamiento de los presupuestos de la articulación de su propia racionalidad. En consecuencia, se vio obligada, como la historia, a abrirse a nuevos campos de investigación, como la antropología y el psicoanálisis, para descubrir al Otro, particularmente como una alteridad vinculada al espacio y al tiempo. La figura protagónica fue Claude Lévi-Strauss quien hizo del saber antropológico una pieza fundamental y retadora para la filosofía.17

En este momento, la mirada antropológica que observa al Otro a partir de la alteridad, penetra fuertemente el modo de observación de la historia, haciendo que ésta se plantee el pasado como alteridad. La introducción del Otro en el tiempo tendrá una figura importante: Jean-Pierre Vernant, quien introduce desde principios de la década de 1960, en su estudio de los mitos griegos, el modelo de Lévi-Strauss, para consolidar su trabajo historiográfico a principios de la década de 1970 con una antropología histórica, revitalizadora de la historia, en cuanto disciplina que observa el pasado como su Otro.18

Pero esto no será exclusividad de este historiador. La corriente historiográfica francesa en boga, la Escuela de los Annales, comenzó desde sus orígenes con planteamientos metodológicos y epistemológicos (a pesar de sus resistencias a éstos y a todo vínculo con la filosofía) fundamentales que abrieron poco a poco el espacio para la pregunta por el otro en cuanto alteridad. Marc Bloch y Lucien Febvre se opusieron a la historia política a cambio de una historia de la sociedad que más tarde será sobre toda la cultura. En lugar de una narración, propusieron una explicación histórica. Y más adelante, con Fernand Braudel, el protagonista y objeto de la historia ya no fue sólo el hombre sino también la geografía, como hizo con su estudio sobre el Mediterráneo. Categorías suyas como historia total e historia de larga duración, vistas desde hoy, muestran cómo también el estructuralismo se adaptó, con éstas, desde las circunstancias intelectuales en auge. Puede decirse que, el concepto de larga duración hizo de la historia una historia casi inmóvil, paralizando el trabajo de un pensamiento articulado por la historicidad. En otras palabras, si la historia es de larga duración, entonces hay que dar cuenta de esos minúsculos cambios, casi imperceptibles a la mirada del historiador, haciendo ver que el cambio histórico es lento y minúsculo.

Ahora bien, es en 1969, con el relevo generacional en la dirección de la revista Annales, que el clima intelectual en la historiografía recibe un cambio. Esta tercera generación, como se la conoce, llevó a cabo la transformación de su discurso en una antropología histórica, en una especie de reflujo de lo social hacia lo simbólico y cultural.19 Es en este ámbito que esta historiografía comienza a rectificar el modo de privilegiar nuevos sujetos de la historia: la familia, el niño, las mujeres, sus costumbres y el pueblo, ya no sólo como fuerza política sino reapareciendo como material estético en su vida cotidiana. Adquieren valor las tradiciones orales, las costumbres, la cultura material y las sensibilidades.20

En consecuencia, se introduce un nuevo concepto mediante el cual esta tercera generación será principalmente conocida: mentalidades. De tal manera que, para el inicio de la década de 1970, momento en que La posesión de Loudun fue publicado, y desde el interés antropológico como modo de observación del pasado, se puede hablar ya de una historia de las mentalidades. Sus características fueron: la mirada del pasado enfatizada sobre lo impersonal, lo inconsciente, dejando fuera una explicación histórica colocada en los fenómenos conscientes intencionales. Por otra parte, esta tercera generación dio prioridad a los fenómenos colectivos más que a los individuales, de tal manera que la función del concepto de mentalidad privilegió el estudio de los de abajo, del otro, de lo extraño.21

Dosse destaca la figura de un historiador que estará en relación al trabajo de De Certeau a finales de la década de 1960 sobre el caso de las posesiones de las monjas ursulinas. Se trata de Robert Mandrou, pionero en el terreno de la historia de las mentalidades. Éste buscó llegar a una historia verdaderamente total y dialéctica, mostrando ciertas reservas sobre el psicoanálisis. Su tesis presentada en 1968 abordó el problema de la actitud de los magistrados frente al fenómeno de la brujería en el transcurso del siglo XVII. Con ésta mostró la dislocación de una estructura mental poniendo el vector de cambio en una cultura de élite: la de los magistrados que se identificaron con el progreso de la razón. Es en esta idea, en donde Dosse destaca la proximidad de este historiador con De Certeau. En principio -y ésta será la tesis de De Certeau que funcionará, como se verá, de pivote para su trabajo sobre las posesas-, ambos van en una misma dirección: la interpretación histórica en una oposición, la brujería como propia del mundo rural y la posesión como un fenómeno fundamentalmente urbano, buscando, en el fondo las actitudes mentales en los medios implicados que se usaron para enfrentarlas. Una, la de la élite, estuvo recargada en el progreso, la otra, popular sólo fue una forma degradada de la primera. Para De Certeau, el punto de separación de un trabajo inicialmente en la misma dirección de Mandrou, estuvo en que el problema de éste fue situado en el modo de tratamiento de las fuentes, del archivo, pues el límite se ubicó en que se analizaron aquellas fuentes que sólo correspondían a las de la conciencia judicial.22

Sin embargo, la ruptura fundamental y decisiva para el propio trabajo de De Certeau estuvo en no compartir la tesis de una cultura popular opuesta a una cultura de élite. La oposición entre brujos y magistrados no puede ser la de modernidad y arcaísmo, sino más bien aquella en la que circulan dos lenguajes nutridos mutuamente. Por otra parte, esta disociación limita la explicación histórica, pues no considera que aquello que se designa como popular tiene su origen en aquello que se denomina cultura culta o de élite. Esta interpretación que sostiene Dosse muestra que, para De Certeau, la cuestión fue la falta de compresión de que la cultura es frecuentemente impuesta por las clases dominantes en formas degradadas destinadas al pueblo, pero que no echan raíz en las capas populares. En consecuencia, el problema fue que las nociones de pueblo o de élite son más complejas como para reducirse a una mera oposición.23

Es en este contexto en el que La posesión de Loudun apareció originalmente, y lo hizo en una colección dirigida por Pierre Nora y Jacques Revel bajo el título de Archives, creada en 1964, cuyo objetivo fue desenterrar las viejas tesis para hacerlas accesibles a un público más amplio, mostrándole algo así como el expediente de los archivos sobre los cuales un historiador hace su investigación, además, con la finalidad de poner en evidencia la huella que un historiador deja en el archivo de la historiografía. En otras palabras, la colección buscó hacer circular una especie de juego de ecos entre el historiador y su archivo. Como se mencionó más arriba, el libro estuvo preparado desde 1966, pues De Certeau investigó y publicó la correspondencia de Surin en ese mismo año. Sin embargo, el programa de la colección fue organizado hasta 1968, y el libro tuvo que esperar dos años más para ver la luz.24

Finalmente, para cerrar este contexto de producción del texto certeauliano, cabe contrastar su publicación en esta colección con aquella que también publica Michel Foucault. Esto con el propósito de situar, a continuación, el modo de trabajo sobre el archivo de este historiador jesuita. Foucault publicó en 1973 un trabajo de indagación histórica, a modo de expediente, sobre un caso encontrado en los archivos y producto de una investigación colectiva: Yo, Pierre Rivière, habiendo degollado a mi madre, mi hermana y mi hermano.25 A diferencia de lo que hace De Certeau, cuya relación con el archivo se establece, como se verá, a partir de mostrar cómo interviene el historiador en la interpretación de las fuentes, en ese juego de ecos entre historiador y archivo, Foucault por su parte, buscó mostrar el expediente sobre el caso Rivière y no interpretarlo, con el objetivo de establecer una distancia entre los distintos documentos del expediente sobre el caso y el historiador, con la finalidad de hacer resaltar la estructuración de las relaciones de poder en juego. Mientras uno trata de dejarse ver como historiador en el archivo, el otro, trata de desaparecer, no con la idea de una objetividad que haga emerger la verdad, sino con el propósito de que el lector encuentre su propio camino en la interpretación. Uno y otro despliegan modos distintos de relación con el archivo, en donde lo extraño y lo Otro constituyen un motivo de indagación histórica.

Inventar el archivo

Michel de Certeau lleva a cabo un modo de tratamiento inédito, en su momento, respecto a lo que constituye el objeto de la historia (un pasado) y los archivos (lo que comúnmente se entiende por evidencia de la historia). Este modo de tratamiento inédito se inscribió, ahora se comprenderá, como una serie de desplazamientos respecto a la historia de las mentalidades, pero sobre todo como un modo distinto de la relación que el historiador podría tener con el archivo.

Para Dosse, La posesión de Loudun, constituyó realmente la respuesta al problema sobre la oposición entre cultura popular y cultura de élite. Al mostrar cómo De Certeau se coloca en la situación entre ese deseo y fascinación por el archivo, que implicaría la exclusión de todo comentario por parte del historiador, y la proyección anacrónica de investir el pasado a partir de las preocupaciones y modos de observación del presente, dibuja a un De Certeau que realiza una operación archivística fundamental: el historiador debería emplazarse en un espacio que es de facto equívoco. Al enfrentarse al archivo, debería ponerse en juego, entre un dejarse ver y la adopción de un cierto recato que no debe transformase en una simple desaparición.26

De Certeau pone mucha atención a la forma en que supone que el acontecimiento de las posesiones de las monjas ursulinas en la región de Loudun fue, según los documentos, tratado por las autoridades. O más bien, lo que detecta es que fue escenificado como un teatro.27 Dosse señala también esta teatralización, entre un mundo como un pequeño teatro sobre el cual hay una distorsión del discurso y las prácticas, entre un decir y un hacer, prolongándose como un espectáculo trágico cuyo clímax es la quema del padre Urbain Grandier, culpado de las posesiones.28

El modo inaugural del libro tiene entre sus enunciados uno que es desconcertante para quien se acerca a la historia con la certeza de que este ámbito de saber mostrará qué es y cómo ocurrió el acontecimiento de Loudun:

¿Pero qué investigación histórica no parte de una leyenda? Al proporcionarse fuentes o criterios de información y de interpretación, define de antemano lo que hay que leer en un pasado. Desde este punto de vista, la historia se mueve con el historiador. Sigue le curso del tiempo. Nunca es confiable. 29

El libro está estructurado en una única parte integrada por catorce capítulos, intitulada “La historia nunca es confiable”, además de una conclusión interesante en la enunciación que la nombra: “Las figuras del otro”. Son dos letreros colocados en la puerta de cada una de estas entradas. Ambos constituyen lo que se desarrolla como fundamental en la trama del libro: este discurso referido a un pasado que está ausente sólo puede ser dicho a partir del acceso del que se tiene, éste es el de un discurso cuyo dispositivo nunca es confiable, pues el acceso, mediado por el archivo, está dado por percepciones de otros. No se accede más que de un modo incierto, legendario, inventado por determinadas operaciones que se dicen ser científicas y por la imaginación que permite atribuir sentido a aquello que ya no está. Así, la trama que teje De Certeau, hilvana poco a poco desde la naturaleza de la posesión, pasando por su aspecto de atribución mágica, los discursos en boga sobre ésta: lo que llama el teatro de las poseídas (con atención significativa a como éstas articulan un lenguaje del otro y no suyo), el acusado Grandier (juicio y ejecución), hasta la constitución, después de la muerte del cura, de toda una literatura que la inviste, el trabajo del padre Surin y el triunfo de Juana de los Ángeles (superiora de las monjas ursulinas, poseída y personaje principal) que será vista como santa y conocida en muchas regiones de Europa por haber sobrevivido al demonio.

Bajo este entramado histórico, La posesión de Loudun muestra el archivo puesto en acto, entre aquello que está ausente (un pasado) y que se le escapa al historiador, y la demanda respecto a la función social de la historia: hacer inteligible el pasado, devolviéndolo al presente del cual ha estado separado. Se trata, como dice De Certeau, de traer lo extraño que “circula discretamente bajo nuestras calles” y que “lo nocturno se abra brutalmente a la luz del día”.30

¿Cuál es la relación que De Certeau establece con el archivo en este libro? Para este historiador, son los momentos de crisis que una sociedad enfrenta, cuando lo extraño, lo no pensado y lo Otro aparece por todas partes. Que lo Otro cobre relevancia como sujeto historiable también surge en momentos como éstos. Se ha visto cómo la mirada antropológica se introduce en la del historiador. Las condiciones de posibilidad de este libro, están situadas, por una parte, en el momento de una crisis de carácter global: la Guerra Fría y la emergencia de las diversas luchas de las minorías que habían sido reducidas al silencio por la proliferación de distintos discursos. Por otra parte, la mirada de historiador de De Certeau refleja también la crisis propia de su momento histórico. La metáfora que articula esta idea la profiere así: que lo extraño siempre ha circulado discretamente bajo nuestros pies, pero en momentos de crisis, de todas partes: “como desbordado de su cauce por el caudal subterráneo, levante las tapas que mantenían cerradas las alcantarillas e invada los sótanos, y luego las ciudades. Nos sentimos sorprendidos cada vez que lo nocturno se abre brutalmente a la luz del día”.31 Se trata de la sorpresa de ese otro que pone en duda las supuestas certezas que articulan, tanto los modelos de comprensión propios como los modelos de racionalidad occidentales. Se pone en juego el eco entre historiador y archivo.

El acercamiento al archivo que en este juego se despliega parte de una hipótesis de trabajo sobre el fenómeno de la posesión: la distinción que ésta tiene con la brujería. Ésta última pertenece a un ámbito rural caracterizada por lo que se entiende, al interior de la historiografía de ese momento, bajo la categoría de colectividad, es decir, es observada como una expresión masiva; mientras que el fenómeno de la posesión corresponde a un ámbito urbano, caracterizada por tener su manifestación explícita en figuras individuales y en grupos reducidos. El fenómeno de la posesión es presentado por De Certeau a partir de una estructura ternaria, en donde los protagonistas son los jueces y los culpables, pero cuyo tercer término son las poseídas, como víctimas; mientras que en la brujería, la estructura es completamente binaria, pues está constituida por dos tipos de actores, los jueces y las brujas.32 Debe observarse que, como se vio más arriba, De Certeau no asume, en esta hipótesis de trabajo, una mera oposición binaria, pues ya en una crítica al trabajo de Mandrou el concepto mismo de mentalidad está obturado, al ser demasiado binario y mecánico. La investigación y el trabajo sobre el archivo deben hacerse con una enorme documentación, pero sin reducir la mirada a una dicotomía absolutizada entre una cultura que se supone popular y una culta, pues, ahora se entiende, esta última es una forma degradada de la primera. De Certeau ve en ambos lados (brujería-rural/posesión-urbana), tanto lo colectivo como lo individual, y no una como forma degradada de la otra sino como manifestaciones que emergen en momentos de crisis que instituyen cambios relevantes en los modos en que una sociedad tramita los problemas que la cuestionan. De ahí que De Certeau sostenga que el fenómeno de la posesión revela los desequilibrios de una cultura que aceleran los procesos de su mutación y que, dice, se dan en los márgenes, abriendo un espacio entre lo que desaparece y lo que surge.33

Por eso es que en este libro De Certeau parte de una actitud hacia el archivo: la conciencia de una distancia histórica que instaura una diferencia. Se hace historia desde un presente que se dirige a un pasado que está ausente. Un pasado del que proviene, que lo funda, pero del que no puede dar cuenta en su esencia tal y como fue, precisamente por esa ruptura entre presente y pasado. Hace imposible que una identidad se funde en un pasado que es el otro. En el presente se parte de una serie de datos, de ideas que se tienen sobre el pasado. De Certeau supone, en su hipótesis inicial, ideas sobre el caso que estudia. No las esconde, las evidencia. Se trata de un espacio entre dos como el lugar desde donde se fabrica la historia. Para él, este lugar de enunciación tiene como consecuencia que el libro mismo esté agrietado de arriba abajo. Las grietas, en una estructura, se manifiestan como zonas de corte, producen torsiones, no se pueden aliviar. Se trata de fisuras producidas por una ausencia, es decir, por un pasado que se constituye como una pérdida irrecuperable. “Dividido así entre el comentario y los documentos de archivo, remite a una realidad que ayer tenía su unidad viva, y que ya no es”.34 En consecuencia, la distinción entre brujería y posesión permite a De Certeau, un modo de observación y de atribución distinto sobre los documentos, hace posible la invención del archivo.

Primera hipótesis de esta invención: las fuentes como percepciones de otros constituyen lo legendario del discurso histórico. Se puede comprender ahora por qué, para este historiador, las fuentes son percepciones de otros, lo cual hace que no se pueda tener un acceso al acontecimiento independientemente de esto, por lo que la historia se configura también al modo de una leyenda. En este sentido, hacer historia sólo es posible a partir de una historia de la historia del acontecimiento. En otras palabras, el acceso al archivo del caso que estudia De Certeau se constituye por la imposibilidad de un acercamiento al fenómeno, al darse a través de los relatos de otros, de una historia ya contada.

Lo que este historiador muestra es que los testimonios tienen un sentido que ya no pertenece a los protagonistas, pero tampoco pertenece al historiador. Éste, al atribuir un sentido en función del presente y del lugar de enunciación que lo constituye, muestra la distancia histórica entre lo que se dice de un pasado y lo que realmente tuvo lugar. En consecuencia, no se podría quizá restituir una continuidad entre el pasado y el presente, sino más bien, abrir una brecha para resaltar las diferencias y producir la ficción del acontecimiento, el cual emerge resistiendo a ser pensado, objetivado y estabilizado en unidades de comprensión. El archivo sobre las posesas de Loudun no es la evidencia de su historia.

Esto explica el modo de tratamiento que De Certeau hace de dicho archivo: atención a lo que las fuentes dicen en sus modos de enunciación, en sus comillas, en sus bordes, en lo que se repite, en lo que está añadido, antes que en su origen o en sus causas y antes que en las pruebas. “En Loudun, va a perderse esta bella unidad entre el relato y la teoría, entre la historia y el discurso: la historia se dramatiza, se hace psicológica y se desarrolla desmesuradamente; el discurso se fragmenta y se disuelve para hacerle sitio a otras razones”35

De Certeau muestra, por ejemplo, cómo una de las condiciones de posibilidad de la muerte de Grandier está en un lenguaje que la hace posible y autoriza: el lenguaje de la posesión. Hay un culpable. De esta manera, sin dejar de citar y transcribir abundantemente las fuentes, este historiador jesuita recoge lo que pudo haber sido el actuar del poder judicial y político poniéndolo en acto, pero no para dar por sentado que las fuentes muestran el acontecimiento, sino para dislocarlas como percepciones de otros. Así se interroga, en referencia a las fuentes, sobre el juicio, los atestados, los libelos y la palabra de las posesas: “¿Dónde termina aquí la leyenda, dónde empieza la historia?”.36

El análisis que hace De Certeau del proceso en el que se enjuicia al padre Grandier, sumado a lo que, como ya se vio, constituye, para este historiador una escenificación teatral en el modo y la disposición de los documentos que lo relatan, se pone a la escucha de los lenguajes que circulan en el procesos que, como huellas, según se verá más adelante, borran el acontecimiento mismo, haciendo posible ver solamente lo que se testimonia en una palabra lanzada a un exterior que ya no puede ser controlada por el historiador. En la palabra de los cuerpos de las posesas, De Certeau elabora lo que constituye una norma; tal es el caso de lo diabólico, esto es, las listas de las religiosas poseídas y los tipos de demonios que las habitan.37 En éstas, el modo en que echa a andar el archivo no es aquel que sustrae los datos como lo real y cuantitativo del acontecimiento mismo. Enseña cómo la configuración de las listas indica solamente la función nosológica que le adjudican y la necesidad de identificación de los demonios. Por lo tanto, estas listas no son observadas como datos, más bien son estudiadas como huellas de un pasado que permite identificar los sistemas jerárquicos que dan a ver el acontecimiento. Las posesiones de Loudun están afectadas por los archivos que dan a ver su “tener lugar”, el cual no es otro más que aquel que los lenguajes y los discursos otorgan a un espacio de dispersión.

De ahí que una consecuencia en la operación archivística de De Certeau, es que pone atención no a los datos, sino a la función social que estos discursos tienen. Al emplazarlos en el lugar de su enunciación, deja ver cómo el lenguaje que éstos despliegan, el modo en que construyen su objeto, son los que permiten dar cuenta de cómo el fenómeno de la posesión se da a sí mismo las pruebas, inventando su propio “tener lugar”.

En cuanto al juicio del brujo, del culpable de las posesiones de las cuales fueron víctimas las monjas ursulinas de la región de Loudun, De Certeau muestra los documentos del proceso y hasta su ejecución, a partir de un tratamiento de lo que podría llamarse, en consecuencia, el acontecimiento que se da a ver en los archivos. Yuxtapone a la leyenda con la historia, una junto a la otra: “Esta muerte se le escapa a la historia. No existe la ejecución sino en relatos posteriores. Dejan el acontecimiento mismo en blanco. La ambigüedad de las palabras y gestos de Grandier, durante esas horas, se vuelve aún más grave por ser el caso de un desaparecido, despedazado en los testimonios de otros”.38 Con esto, la invención del archivo se desliza aún más. Los testimonios incluso desaparecen lo real, quedando sólo documentos que exponen la ausencia de un pasado, inventando, a su vez, una alteridad que se aleja en los lenguajes que la constituyen. Esto significa que al final sólo emerge, como espacio donde se despliega el archivo, la literatura posterior a la ejecución, un lenguaje que mitifica el caso de las posesas de Loudun.

Todo esto verifica lo que se ha enunciado como una segunda hipótesis de lectura: que los criterios de indagación, al estar definidos de antemano, a partir de un problema y una hipótesis de trabajo, determinan las distinciones de la observación del contexto por reconstruir, dejando ver el modo en que el historiador interviene en la interpretación de los archivos.

Ahora bien, una tercera hipótesis de lectura, indica otro elemento más del modo en que De Certeau trata con el archivo y lo que deja ver, no sólo del acontecimiento sino del archivo mismo que lo produce: el modo de observación del acontecimiento es condición de posibilidad del sentido que se asigna a los documentos, por lo que las diversas distinciones que posibilitan interpretar el contexto en que los hechos suceden configuran una dispersión de los documentos sobre la cual se vuelve imposible restaurar o construir su unidad. En esto, por ejemplo, la distinción operativa de entrada en el libro, esto es, aquella entre brujería y posesión permite una observación y una atribución de sentido distinto respecto a los documentos, al mismo tiempo que configura su dispersión. Ahí donde el historiador esperaría la producción de la unidad de un corpus documental que hiciera inteligible el acontecimiento, sólo produce una dispersión, a veces informe y difícil de unificar. Sólo se puede construir diferencias entre el despliegue de sus significantes y de sus significados.

La posesión, al ser un fenómeno urbano, en pequeños grupos y cuya pertenencia se sitúa en medios más altos, hace que los informes ya no sean sólo producto de las eminencias o de los jueces. Para este historiador, las posesas hablan, exteriorizando una palabra que se vuelve publica y que permite nuevos modos de registro. Años más tarde, en un capítulo de La escritura de la historia,39 esta palabra le planteó una doble cuestión. Por una parte, el acceso al discurso del otro, y por la otra lo que constituye la alteración del lenguaje por una posesión. Para este historiador, el archivo exhibe su dispersión, tanto como las fuentes mismas. Al preguntarse si existe o no un discurso del otro, se percata de que el discurso de las posesas es tal en cuanto se dice hablado por otro. Ellas, sostiene, afirman en su discurso: “Hay otro que habla en mí”. De ahí que frente a la imposibilidad de unificar el archivo, la operación que hace en este ensayo posterior para tratar los manuscritos, las obras antiguas, en suma los archivos, sea aquella en donde se pueda hacer un examen histórico del teatro sociocultural que formaba su lugar, analizando la relación de los actores de Loudun, la combinación de sus posiciones disimétricas, tanto de las posesas como de los jueces, exorcistas, médicos, etcétera.40 Así, la palabra de la posesas como palabra de otro, como su lenguaje, sus modos de enunciación y sus contenidos, asentados en los documentos que la dan a ver, evidencia la imposibilidad tanto de una unidad del archivo como de una unidad del acontecimiento que permita una inteligibilidad estable entre lo que se dijo y lo que se podría decir en un presente. De Certeau se esfuerza en reagrupar una dispersión documental que, como dice él, sólo se manifiesta como la punta del iceberg. El acontecimiento está enraizado: “Tratar de extraerlo es jalar con él toda la tierra a la que se apega de tantas maneras”.41

En consecuencia, se puede ver cómo la invención del archivo se da sustrayéndose a toda posibilidad de una unidad documental, abriendo en cambio toda una dispersión, en donde la palabra de los jueces, las víctimas y los culpables prolifera en un exterior que ya no pertenece al acontecimiento: cartas y escritos de las poseídas, testimonios públicos, atestados, informes de testigos oculares y oficiales, correspondencia que circuló entre las autoridades y distintas publicaciones como sátiras, historias, panfletos y periódicos. Todo se multiplicó en el transcurso del tiempo.

Toda esta dispersión documental, permite ahora comprender la cuarta hipótesis de lectura: De Certeau invita a pensar que el archivo podría ser pensado a partir de la huella y no de los valores de presencia/ausencia, pues dividido entre el comentario y el archivo, el historiador no puede asignar un valor de presencia plena del acontecimiento. Éste está dislocado, así que toda interpretación del pasado está pospuesta y por lo mismo permanentemente diferida a la llegada al otro. De esta manera, colocado en un espacio entre dos, y dividido entre el comentario y los archivos, De Certeau no asigna a éstos un valor de presencia plena del acontecimiento, pero tampoco el de una ausencia que sólo es determinada en función del presente. Es decir, no se encuentra en este historiador una interpretación del pasado como aquello que sucedió una vez y llegó a término, como una presencia que sólo se volvió ausente, siendo comprendida solamente a partir del presente. El valor de presencia, en el modo de operar el archivo, está dislocado. Al considerar, como se ha visto, que las fuentes no permiten un acceso a lo supuesto como real del pasado, como percepciones de otros, al mostrar cómo interviene el historiador desde un conjunto de operaciones que lleva a cabo en el archivo, y al evidenciar la dispersión de éste, se puede observar la imposibilidad de una presencia o ausencia plena del acontecimiento.

El trabajo sobre el archivo se realiza en el linde de una frontera, lugar de una diferencia, un espacio diferido como lugar de enunciación y de observación. Espacio diferido en donde tanto la observación como la interpretación están pospuestas con respecto a la posible llegada al Otro (un pasado). En el estudio histórico de De Certeau se puede ver que decir al Otro implica un enunciado cuyo sentido está pospuesto con respecto a su contenido y cuyo modo se dispersa en el tono manifiesto de enunciados metafóricos como un lenguaje posible. Lenguaje que De Certeau utiliza para designar el acontecimiento disperso en la invención del archivo de Loudun. En consecuencia, la historia tejida en este libro parte de un historiador que piensa el archivo a partir de la huella y no de la presencia. Pensarlo a partir de la huella implica que todo acontecimiento en su “tener lugar” afecta la experiencia misma del lugar y del registro, pues todo archivo se constituye como traza y trazo, pues inscribe, guarda, lleva, refiere y difiere el acontecimiento.42

Entre la idea de un pasado y el archivo, De Certeau va contextualizando las fuentes y el acontecimiento mismo. Es aquí donde se entiende por qué puede observarlo y situarlo como un teatro, como una puesta en escena. Describe cómo es mirada la posesión desde las mismas fuentes. Los atestados, la literatura y los testimonios se convierten en el discurso de la posesión como un círculo mágico constituido por un lenguaje. Entre una gramática demoniaca y la lengua del cuerpo,43 el archivo como huella va posponiendo la posibilidad de comprender una causa del acontecimiento mismo.

Conclusiones

La quinta y última hipótesis de lectura es en realidad lo que se pone aquí como una conclusión, pero en ningún momento definitiva, pues está diferida en sí misma: el archivo es una invención, y en este sentido quizá habría que poner más atención a la función social que los discursos e informaciones puestas en el archivo tienen, que a los datos que ofrecen. Lo que De Certeau realiza es precisamente mostrar cómo funciona el archivo en el momento en que el historiador lo interroga. No da a ver un pasado, más bien muestra como éste ha sido visto y enunciado, aún en el momento de la emergencia del acontecimiento mismo. El pasado se constituye como lo espectral del archivo en cuanto huella diferida.

Esto es al menos, el enunciado en que De Certeau hace que uno posiblemente se pueda colocar: hay alteridades del pasado que son consideradas como una amenaza, pero lo cierto es que lo Otro amenazante, como señala en otro lugar remitiendo a Freud,44 sólo puede ser contado al modo de una leyenda, pues de otro modo no sería tolerable. El presente honra y elimina, la inteligibilidad asignada por un presente lleva a cabo esta operación. El acceso a la extrañeza de la historia sólo puede hacerse a partir de “los reflejos activados por sus alteraciones, y la cuestión que se plantea a partir del momento en que surgen diferentes a los maleficios de antaño pero tan inquietantes como ellos, las nuevas figuras sociales de lo otro”.45

En este trabajo, De Certeau pone al descubierto cómo el acontecimiento es dado a ver por un archivo que lo diluye, que enturbia sus aguas, mostrando que lo que ha tenido lugar es transformado por una operación historiográfica, que despliega un sentido posible de un pasado imposible de recuperar en cuanto tal. La invención del archivo que hace este historiador permite vislumbrar de qué se trata cuando el saber histórico se pone como la aporía del propio “tener lugar” del acontecimiento. Aporía como impermeabilidad, como frontera infranqueable, puerta inaccesible como lo imposible. Una aporía como medio del pensamiento que, como dice Derrida, sea menos impaciente por lograr la transición, la superación del atolladero o la solución precipitada que permita el paso.46 Aporía que no es obstáculo sino condición de posibilidad para el modo en que el historiador se relaciona con el archivo, y sobre todo cuando se trata de alteridades que restituir. Sea en el presente o en el pasado, la alteridad resiste como un espectro que no puede ser visto pero que asedia y que nos mira. Esto espectral de la historia es el polvo de los archivos y de las bibliotecas en donde el trabajo sobre el pasado se lleva a cabo bajo el asedio imperante de sus fantasmas. Su escritura es, pues, una espectrografía.

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1 Michel de Certeau, La posesión de Loudun, 270 pp. Una primera aproximaciónal modo en que De Certeau trabajó el archivo de este caso lo exploré con una breve reseña del libro. En este trabajo he podido realizar lo que en ese primer momento no era posible. (cfr. Ricardo Nava Murcia, “La invención del archivo como aporía del acontecimiento de Loudun”).

3Cfr. sobre la cuestión del modo en que el historiador lee las fuentes y cómo el acto de leer determina aquello que es pensable sobre el pasado, Alfonso Mendiola, Bernal Díaz del Castillo: verdad romanesca y verdad historiográfica.

4Cfr. algunas generalidades de esto en Ricardo Nava Murcia, Deconstruir el archivo: la historia, la huella, la ceniza. Particularmente sobre los procesos de represión y supresión en el archivo, del mismo autor, “El archivo desde las diferencias tópicas entre represión y supresión”.

5Son los artistas y los historiadores del arte quienes más han reflexionado sobre los procesos de inscripción de la memoria y las diversas formas de conservación, como una función del archivo en distintas manifestaciones culturales. Cfr. Fernando Estévez González y Mariano de Santa Ana (eds.), Memorias y olvidos del archivo.

6 Alfonso Mendiola, “Las tecnologías de la comunicación. De la racionalidad oral a la racionalidad impresa”. La propuesta corresponde a lo que Mendiola articula como observación de observaciones, al interior de la epistemología del análisis del discurso histórico. Propuesta que a su vez integra desde la teoría de los sistemas sociales y el constructivismo radical. Véase también ibidem, p. 13 para las referencias que Mendiola hace en este mismo artículo a Elena Esposito y Paul Watzlawick en relación a la observación de observaciones y las contribuciones al constructivismo.

7Idem.

8Decir aquí que se trata de percepciones de otros significa, para Michel de Certeau, que todo lo que se puede saber del caso de las posesiones y del juicio contra el padre Grandier sólo es accesible a través de los documentos. Éstos son la puesta en escritura de los que vieron, escucharon y escribieron sobre el caso, lo cual implica que de antemano tienen una percepción de lo que testimonian. Por tanto, las fuentes no ofrecen ningún acercamiento a la “realidad” del acontecimiento que cuentan tanto como una percepción de lo que les fue contado o vieron y que plasman desde su percpeción.

10De Certeau, “La operación historiográfica”, op. cit., pp. 67-118.

14Las mayúsculas indican para Michel Foucault el modo de enunciar que lo Mismo re ere a la cultura occidental, mientras que lo Otro, por el contrario, las culturas no occidentales. En los casos que ciertos autores hacen esta misma distinción, en el presente ensayo se escribirán así.

15Idem. Sobre la cuestión del problema de lo que plantea de las relaciones milenarias entre lo Mismo y lo Otro, véase la “Introducción”, pp. 1-10. Sobre el problema del lugar que ocupa la historia la interior de las ciencias humanas, véase el capítulo x, “Las ciencias humanas”, pp. 334-375.

18Ibidem, pp. 253-257.

20Ibidem, p. 162.

21Dosse, Michel de Certeau, op. cit., p. 237.

22Ibidem, pp. 238-240.

23Ibidem, pp. 242-243.

24Ibidem, p. 247.

26Dosse, op. cit., p. 248.

27En un ensayo posterior “El lenguaje alterado. La palabra de la posesa”, en De Certeau, La escritura de la historia, p. 236), De Certeau ofrece un dato im- portante para la comprensión: que la posesión fue un fenómeno paralelo a la creación del teatro en los siglos XVI y XVII, en un momento en que la sociedad se representa a sí misma, se objetiva y miniaturiza abandonando el espacio de la liturgia popular. En la ópera Los demonios de Loudun, compuesta por el polaco Krzysztof Penderecki, y puesta en escena en la ciudad de Hamburgo en 1969, se puede sentir esta teatralización con la que los testimonios, los documentos, etc., según De Certeau, miraron los acontecimientos de Loudun, esto es, fueron observados como un teatro.

28Dosse, op. cit., pp. 248-249.

29De Certeau, La posesión de Loudun, op. cit., p. 21.

30Ibidem, p. 15.

31Idem.

32Ibidem, pp. 17-19.

33Ibidem, p. 16.

34Ibidem, p. 22.

35Ibidem., p. 32.

36Ibidem, p. 85.

37Ibidem, pp. 101-126.

38Ibidem, p. 191.

39De Certeau, “El lenguaje alterado. La palabra de la posesa”, op. cit., pp. 235-256.

40Ibidem, p. 237.

41De Certeau, La posesión de Loudun, op. cit., p. 24.

42 Jacques Derrida y Bernard Stiegler, Ecografías de la televisión. Entrevistas filmadas, p. 51. En este texto se puede profundizar sobre la noción de huella en relación al acontecimiento, que me ha permitido esta interpretación sobre el trabajo de archivo en De Certeau.

43De Certeau, op. cit., pp. 37-65.

44De Certeau, “La ficción de la historia. La escritura de Moisés y el monoteísmo”, en La escritura de la historia, pp. 293-334.

45De Certeau, La posesión de Loudun, p. 252.

Recibido: 20 de Marzo de 2019; Aprobado: 15 de Mayo de 2019

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