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Historia y grafía

versión impresa ISSN 1405-0927

Hist. graf  no.51 México jul./dic. 2018

 

Reseñas

Las escrituras históricas de la historiografía

The Historiographical Writings of History

Max S. Hering Torres1 

1 Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, Colombia

Morales Moreno, Luis Gerardo; Coudart, Laurence. Escrituras de la historia. Experiencias y conceptos. México: Itaca/Universidad Autónoma del Estado de Morelos, 2017.


El libro coordinado por Luis Gerardo Morales Moreno y Laurence Coudart se inscribe en el marco de las reflexiones historiográficas. La obra recoge entrevistas con diferentes académicos tales como Roger Chartier, Guillermo Zermeño, Francisco Ortega, Jaime Borja, Anne-Christine Taylor y Ricardo Pérez. Todos ellos pertenecientes a generaciones distintas y provenientes de Francia, México, Colombia y Estados Unidos. Lo novedoso del libro es la asignación de un protagonismo inusual a la historiografia de América Latina, especialmente a la mexicana y a la colombiana, hasta el día de hoy subvalorada en el contexto internacional. La preocupación general del libro es la historia cultural, la memoria, la comunicación, la mediación, las representaciones, las apropiaciones y las prácticas; por momentos también, la historia conceptual, aunque de forma desigual. Todos los entrevistados se refieren de manera directa o indirecta a estos ejes, sin negar las particularidades de cada uno de los investigadores y sin generar un cuadro homogéneo, por inexistente, de tal vertiente historiográfica.

A través de los diálogos con cada uno de los historiadores se genera un ejercicio de introspección ante el quehacer histórico; incluso, toda una reflexión sobre cómo se ha conceptualizado el pasado desde diferentes lugares de enunciación. Esto es: sus formas de representación, sus narrativas y sus métodos. Por eso los coordinadores hicieron bien al titularlo Escrituras de la historia, porque es justo durante el proceso escritural con el que se representan las nociones del tiempo, de causalidad y del espacio. En otras palabras, en el libro no se recae en el camino clásico de analizar la obra de un autor, discutiendo sus herramientas y concepciones, más bien, con su forma de proceder se cede la palabra a cada uno de los académicos, otorgándole protagonismo a su propia subjetividad.

Si se quiere, el libro se apega al método etnográfico, en el cual los entrevistados se convierten en la muestra de un grupo de estudio. Y, debemos decirlo, la entrevista no es un camino fácil, mucho menos con historiadores y antropólogos: preguntar acertadamente requiere preparación y un profundo conocimiento de la obra con la esperanza de obtener respuestas que vayan más allá de lo que sabemos o de cualquier lugar común. Por lo tanto, este trabajo tiene como reto sacar a relucir aspectos diferentes de los que podríamos esperar de las obras tradicionales. La razón es sencilla: con la distancia y la objetividad interpretativa de una obra, es muy difícil rescatar el mundo emocional y la experiencia de los autores. Sacarlos a relucir desde la voz de los entrevistados tiene un valor sobresaliente; a sabiendas de que estos aspectos son fundamentales a la hora de conceptualizar la historia.

Pero cuando el lector cree estar ante un campo diferente y privilegiado, Roger Chartier es el primero en problematizarlo, cosa que hace del libro un libro dinámico, en tensión y con diferentes contrapunteos. Según su noción, cuando la gente es invitada a hablar de sí misma, reconstruye como necesidad propia lo que fueron en realidad oportunidades, encuentros, azares; en muchos casos se imagina que se debe atribuir a su propio mérito o genio. Siempre hay trampas o engaños en la reconstrucción autobiográfica, y de manera particular en la idea de vocación. Por eso, resalta el peligro de la ilusión autobiográfica. En medio de la rica información recogida en las conversaciones, el lector tendrá que ponderar qué tanta subjetividad o ilusión bibliográfica se puede recoger de cada una de ellas y cómo cada respuesta nos ayuda a entender tras bambalinas la operación historiográfica.

Guillermo Zermeño incluso describe la historia cultural como un acercamiento esperanzador para superar la crisis de la historia. No sé si la historia cultural tenga ese potencial, pero lo que indudablemente queda claro es el distanciamiento con la historia serial, la econométrica, incluso los anales y, en cierto grado, también con la historia política tradicional. Sin embargo, los lugares de excesiva confianza y certeza no son deseables, y siempre es prudente tener un grado de autocrítica: ante la convicción, la autocrítica siempre es un mejor aliado. Aunque las palabras de Zermeño generan a primera vista una sensación de ambivalencia, después de terminar el libro, habría que darle la razón. La lectura de la obra permite generar conexiones entre sus entrevistados, rescatando argumentos sin duda sugerentes para la historiografía. No sería el lugar para resumir el contenido de las entrevistas; en cambio, sí deseo seleccionar dos ejemplos, entre muchos posibles, de dos reflexiones suscitadas en mi lectura. Éstas son: la historia como alineación y el problema de la interpretación.

Historia como alienación

La entrevista con Anne-Christine Taylor, antropóloga preocupada por el tiempo, nos sensibiliza para apreciar las diferentes nociones del tiempo, lejos de linealidades y cronologías en la comunidad de lo jíbaros en la Amazonia ecuatoriana. Por ejemplo, ¿cómo explicar la atemporalidad y la falta de cronología en los cantos chamánicos de los jíbaros?, aunque con los cantos se hiciera memoria. Queda claro que para los jíbaros la historia se percibe como una forma de alienación, lejos del materialismo histórico; se refieren en concreto al pasado como enfermedad. La historia, es decir, el pasado, ha sido un momento de trauma para ellos por las diferentes confrontaciones con los procesos de colonización. Y por lo tanto, el canto chamánico evocador del pasado, fuera de cronologías, es un ejercicio terapéutico: ¡función ritual y terapéutica de la memoria! Esto no sólo nos hace pensar en la entrevista de Francisco Ortega cuando nos habla de su libro Trauma, cultura e historia, sino también nos suscita lo siguiente: la historia nacional siempre es ritual y poder, grandeza y heroísmo. Pero, por fuera del interés estatal y oficial, ¿qué tanto nos preocupamos por la función de ritual y terapia en la historia? Un conflicto armado, sin historia, sin retrovisor al pasado, es una sociedad enferma, sin terapia. Si bien son loables los esfuerzos por la reconciliación y la reparación a partir de la memoria, por ejemplo en el conflicto colombiano, la academia, por lo general, ha impuesto sus nociones de temporalidades, haciendo caso omiso del tiempo y las formas de curación de sociedades campesinas, indígenas y afro. ¿No es ésta una veta importante que nos dejan estas conexiones tácitas entre los entrevistados?

La no interpretación

En la entrevista con Zermeño, después de hablar de Marx, la Escuela de Frankfurt, de Niklas Luhmann y Reinhart Koselleck, el colega mexicano se detiene en Hans-Ulrich Gumbrecht. Un autor alemán-estadounidense que le apuesta a una narrativa histórica enunciativa, se supone sin interpretación, derivando de fuentes primarias, sobre todo acontecimientos. En sus largas enumeraciones de eventos la idea es evitar la interpretación y hacer que el lector, a través de un acercamiento sensitivo, se sienta en 1926. De ahí, no sorprende el título de su libro. 1926. Al borde del tiempo. No en vano, Jaime Borja, en el pasado estudiante de Zermeño, ha insistido, en diferentes actividades académicas, en el “problema de la sobre-interpretación”. Esta postura genera una tensión muy interesante en la entrevista con Anne-Christine Taylor, en la cual se rescata el rol del etnógrafo y la importancia de “la fuerza de imaginación empática.” Incluso cita a El queso y los gusanos de Carlo Ginzburg, describiéndolo como “un magnífico trabajo de antropología imaginativa”. Taylor tiene toda la razón, porque sin negar la importancia de la prueba en la microhistoria, las conexiones hechas son de carácter conjetural, y para ello no sólo se necesitan pruebas, también se requiere imaginación; los dos elementos no se excluyen, todo lo contrario, se refuerzan y complementan mutuamente. Y para conjeturar con pruebas, gracias a la imaginación, se necesita interpretar, generando una narrativa que además evoca lo sensitivo.

En este sentido, me parece clave reflexionar sobre el problema de la interpretación, tildada por algunos como sobreinterpretación. Primero, no podemos recaer en la vieja discusión sobre la verdad con nuevas palabras: verdad = interpretación acertada; falsedad = sobreinterpretación. Para no incurrir en esta suerte de simplificación, de antemano debemos aceptar que cada apuesta narrativa es interpretación en sí misma, una explícita (Ginzburg), otra implícita (Gumbrecht). A pesar de las diferencias, con ambas se crean efectos de verdad, las dos están basadas en pruebas y, mientras una opta por efectos sensitivos de presencia, la otra genera una persuasión conjetural. La diferencia es que con la primera se saca a relucir al autor y su ejercicio conjetural, con la segunda pareciera invisibilizarse al autor, pero con lo efectos sensitivos que desea éste. Ergo, la tangibilidad histórica siempre está mediada por la narrativa; por eso, mucho más importante es detenernos no en el dilema de la interpretación, sino en el cómo generamos empatía con nuestras mediaciones a partir de la narrativa. Mientras una forma puede ser la enunciación secuencial de acontecimientos, otra opta por la conexión conjetural de acontecimientos. Las dos tienen similitudes y son diferentes a la vez, lo deseable es siempre tener múltiples estilos de representación del pasado.

Es imposible hacer un recuento detallado de la riqueza de argumentos inmersos en cada una de las charlas, habría muchos más temas y conexiones que señalar y debatir. Por ello, este inteligente ensamblaje de entrevistas, editadas y con un aparato crítico, sólo evidencia el rigor con el que este libro ha sido conceptualizado. Es un libro ineludible para aquellas personas interesadas en saber más sobre los aspectos metodológicos de la historia cultural, sus limitaciones, sus diálogos y sus categorías analíticas. En varios espacios he insistido en el valor de la historia cultural como entrada metodológica para discutir la configuración de relaciones de poder mediante las significaciones, y hoy, después de la lectura del libro, confirmo que son muchas las vetas que todavía faltan por transitar y profundizar.

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