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Historia y grafía

Print version ISSN 1405-0927

Hist. graf  n.46 México Jan./Jun. 2016

 

Ensayos

Voces ausentes y presentes: testimonio y representación en la historia oral

Absent and Present Voices: Testimony and Representation in Oral History

Graciela Velázquez1 

1Universidad de Guanajuato, México.


Resumen:

Este artículo tiene como finalidad abordar algunos de los problemas epistémicos de la construcción narrativa del testimonio en la operación historiográfica. El punto central es la reflexión sobre los límites y las posibilidades de la representación de los acontecimientos históricos en la historiografía, teniendo en cuenta los distintos recorridos que realiza el testimonio, desde su enunciación por parte del testigo hasta su narración e integración por parte del historiador. Para desarrollar lo anterior ofreceré tres estrategias argumentativas y reflexivas: la primera, acerca de la posibilidad de los actos de testimoniar; la segunda, sobre la posibilidad de la escucha por parte del historiador; y la tercera, en torno de la posibilidad de la representación y la construcción narrativa del testimonio. Todo pensamiento mira desde algún lugar, así que este texto se enmarcará principalmente dentro de una epistemología constructivista que han enunciado algunos autores como Paul Watzlawick y Alfonso Mendiola, quienes enfatizan una visión relacional, sistémica y constructivista de la comunicación que se establece entre los que participan en ella, en este caso entre el testigo y el historiador.

Palabras clave: historia oral; testimonio; memoria; construcción; representación

Abstract:

This paper addresses multiple epistemic problems related to testimonial narrative construction in historiography. My aim is to reflect on the limitations and possibilities of the representation of historical events in this field, taking into account the various facets of this practice, from the witness making his or her statement to its incorporation and interpretation by the historian. In this discussion, I focus on three specific aspects: first, the witness’ ability to give testimony; second, the historian’s capacity to listen; and third, the possibility of constructing and representing a given testimony in the historian’s narrative. Every thought conveys a particular perspective. To that end, this text is framed primarily within a constructivist epistemology as proposed by Paul Watzlawick and Alfonso Mendiola - authors who promote a vision emphasizing the act of creation via communication and its consequences for individuals and relationships, in this case between the source and the historian.

Keywords: oral history; testimony; memory; construction; representation

Introducción

La irrupción de algunos acontecimientos históricos del siglo XX, como el holocausto en la Segunda Guerra Mundial, los gulags, los genocidios de Camboya, Ruanda y las guerras de Yugoslavia, así como los que se han acumulado en el siglo XXI, han hecho que se vuelva a revalorar el testimonio. En particular, el holocausto posibilitó que se volviera a reflexionar sobre el testimonio como la única forma de poder reconstruir este acontecimiento. La historiadora Annette Wieviorka considera incluso que después de Auschwitz se instaló la “era del testigo”, puesto que los sobrevivientes representaban la única posibilidad de rememorarlo debido a que no se encontraron evidencias materiales que pudieran dar cuenta de lo que ahí sucedió. A partir de ese momento se le dio un giro a la noción de testimonio, considerado éste como la única posibilidad de tener acceso directo al pasado. En este debate sobre el testimonio al menos podemos mencionar a grandes rasgos dos posiciones con respecto a él: la primera afirma que el testimonio de los acontecimientos límite no tiene ninguna posibilidad, puesto que quienes murieron en las cámaras de gas son los únicos que podrían atestiguar la experiencia, pero ya no están, así que no puede haber atestación; la segunda es la posición que considera que el testimonio es un acceso privilegiado pues se conecta de manera directa con la experiencia. Esta segunda posición es la que guiará el presente análisis, pues considero que el testimonio, aunque con limitaciones, es en algunas ocasiones la única posibilidad de acercarnos a la experiencia de determinadas situaciones extremas.

Dicho lo anterior, vale la pena reflexionar en si es posible que en una narración historiográfica se puedan representar “las voces que nos llegan del pasado”, asimismo analizar algunos de los problemas epistémicos del testimonio en su paso de la oralidad a la escritura. El punto central de este artículo es la reflexión sobre los límites y las posibilidades de la representación de los acontecimientos históricos en la historia oral, teniendo en cuenta los distintos recorridos que realiza el testimonio, desde su enunciación por parte del testigo hasta su integración y narración que realiza el historiador. Para desarrollar lo anterior ofreceré tres estrategias argumentativas y reflexivas: la primera, acerca de la posibilidad de los actos de testimoniar; la segunda, sobre la posibilidad de la escucha por parte del historiador; y la tercera, respecto a la posibilidad de la representación y la construcción narrativa del testimonio. Todo pensamiento mira desde algún lugar, así que este texto se enmarcará sobre todo dentro de una epistemología constructivista que han enunciado algunos autores como Paul Watzlawick y Alfonso Mendiola, quienes enfatizan una visión relacional, sistémica y constructivista de la comunicación que se establece entre quienes participan en ella, en este caso entre el testigo y el historiador.

I.La posibilidad de los actos de testimoniar

Dentro de la discusión sobre las nociones de testimonio y testigo hay diversas posiciones epistémicas. En cuanto a la de testigo, Giorgio Agamben menciona dos cuestiones que nos interesan para este análisis: en primer lugar, por su etimología la palabra significa “aquel que se sitúa como tercero (terstis) en un proceso entre dos contendientes”; en segundo lugar, superstes hace referencia a la persona que ha vivido algún acontecimiento y puede estar en condiciones de ofrecer su testimonio sobre él1 De igual manera, el testimonio tiene varios significados: por un lado es un acto del habla en el que alguien declara en primera persona y certifica que vivió determinado suceso;2 además, es una fuente privilegiada de acceso a los sujetos, que transmite no solamente el suceso en tanto tal, sino apreciaciones morales, afectivas y de sentido por parte del testigo.

La segunda definición de testigo planteada por Agamben -ya mencionada- se centra en la posibilidad de testimoniar sobre algún acontecimiento. Para este filósofo, el lenguaje del testimonio es transmitido del testigo hacia quien lo quiera escuchar, y se refiere más que nada a la experiencia vivida por el testigo presencial del acontecimiento, y que será transmitida a otro para la reconstitución del pasado. Para Agamben hay algunos acontecimientos, como los sacrificios de los judíos en las cámaras de gas ciánico, que no pueden ser testimoniados, puesto que los testigos que estuvieron en ellas murieron a manos de los nazis. En este caso, no puede haber “acceso a una realidad pasada” porque los testigos no están en condiciones de ofrecer su testimonio; en consecuencia, no hay ninguna posibilidad de contarlo. Por otro lado, existe una posibilidad de que el acontecimiento pueda ser reconstruido en parte, recurriendo a los sobrevivientes de los campos de concentración que puedan traer la palabra ausente del que ya no está. Lo anterior lo señala Agamben de la siguiente manera:

El testimonio vale en lo esencial por lo que falta en él; contiene en su centro mismo algo que es intestimoniable, que destruye la autoridad de los supervivientes. Los “verdaderos” testigos, los “testigos integrales” son los que no han testimoniado ni hubieran podido hacerlo. Son los que han tocado fondo […] los que lograron salvarse, como seudotestigos, hablan en su lugar, por delegación: testimonian de un testimonio que falta […] Y eso altera de manera definitiva el valor del testimonio, obliga a buscar su sentido en una zona imprevista.

En este sentido, la experiencia es intransmisible, y no puede haber un testimonio pleno, sino un testimonio incompleto por parte de los sobrevivientes. Sin embargo, para Agamben, aunque los sobrevivientes pueden contar lo que sucedió, el lenguaje no puede expresar la experiencia en todas sus magnitudes, pues ningún ser humano puede restituir los acontecimientos tal como sucedieron, ni tampoco puede imaginarlos ni expresarlos tal como sucedieron, y mucho menos el historiador puede restituirlos.

Con base en lo anterior, si bien es cierto que los acontecimientos no pueden ser restituidos tal como sucedieron en el pasado, también es verdad que los historiadores tienen posibilidad de investigarlos por medio de los testigos, ya sean éstos directos o secundarios, es decir, a través de personas que tal vez no estuvieron en contacto directo con el acontecimiento, pero que de alguna u otra forma estuvieron relacionados con él.

Ahora bien, aunque la experiencia no pueda ser restituida por parte del testigo, sí puede ser construida a través de la comunicación que ofrece el testigo sobreviviente. De acuerdo con Paul Watzlawick, Janet Beavin y Don D. Jackson,3 la comunicación contiene cinco axiomas: el primero, es imposible no comunicar, todo comportamiento de un miembro tiene un valor de mensaje para los demás; el segundo, en toda comunicación cabe distinguir entre aspectos de contenido o semánticos y aspectos relacionales entre emisores y receptores; el tercero, la definición de una interacción está siempre condicionada por la puntuación de las secuencias de la comunicación entre los participantes; el cuarto, la comunicación implicados modalidades: la digital y la analógica. La comunicación digital es la que se da mediante palabras o símbolos, mientras que la comunicación analógica es todo lo que sea comunicación no verbal (movimientos corporales, la postura, los gestos, la expresión facial, la inflexión de la voz, la secuencia, el ritmo y la cadencia de las palabras mismas);4 el quinto y último axioma establece que toda relación de comunicación es simétrica o complementaria, según se base en la igualdad o la diferencia de los agentes que participan en ella.5

De acuerdo con estos axiomas, cualquier experiencia puede ser comunicada, incluso las que provienen de experiencias al límite. Las voces que nos llegan del pasado en forma de testimonios se hacen presentes en la narración del historiador. Entre el testimoniante y el historiador se establece un proceso comunicacional que involucra pautas de comunicación en las que uno ofrece su testimonio y el otro lo escucha, pero no con pasividad, sino que a la vez interactúa en la información que le proporciona el testigo.

Toda vez que se establece el proceso comunicacional entre el testigo y el historiador, de inmediato comienzan a surgir los problemas epistémicos. Uno de ellos es el de la observación de los acontecimientos. Valga recordar que el testimonio está delimitado por la observación del testigo, y como ya lo han afirmado varios filósofos como Norwood Russell Hanson (Patrones de descubrimiento, 1958) y el mismo Thomas Samuel Kuhn (La estructura de las revoluciones científicas, 1962), la observación depende no solamente de la visión sino también de la percepción que tiene cada uno de los individuos. La visión de las personas no sólo está influenciada por la carga teórica sino también por el lenguaje y por la forma en que lo expresan. En suma, la experiencia visual es individual, y por esta razón, un testigo pudo haber visto algo diferente a otro, aunque hayan estado en el mismo lugar y hora en que sucedió el acontecimiento. Parafraseando a Watzlawick, el observador es el que atribuye significado a sus experiencias en una realidad de segundo orden. Por lo cual el observador, que en este caso es el testigo, le atribuye significado a las experiencias que son relevantes para él; en pocas palabras, es el constructor de su propia realidad. Además, la observación como percepción no comunica, es decir, no se realiza hasta que se convierte en un acto del habla. La comunicación de lo percibido convierte algo que en exclusiva estaba en la conciencia en algo que pasa a estar en la sociedad.6 En este caso de la historia, la experiencia del testigo no es testimonio hasta que es comunicado al historiador.

Ahora bien, ¿qué es lo que se comunica en un testimonio?,¿cuál es su contenido? Paul Ricœur plantea en La historia, la memoria, el olvido (2000) que el testimonio tiene dos contenidos: el contenido fáctico y el contenido de sentido. El primero de ellos es contrastable de manera objetiva, pero el segundo se refiere no nada más a la factualidad de los hechos, sino al sentido que el testimoniante imprime a su relato.7 Sin embargo, el contenido de sentido para este autor tiene un valor moral y no epistémico. Hay que aclarar que aquí habla de la distinción analítica que realiza el historiador entre el acto de testimoniar y el discurso histórico, pero, a mi parecer, el testigo de ninguna manera tiene posibilidad de hacer tales distinciones, pues para él las dos dimensiones están interconectadas.

A la dificultad antepuesta agreguemos la que tiene el historiador para establecer la condición veritativa del testimonio. Por supuesto, el testimonio no se corresponde en una escala uno a uno con los acontecimientos del pasado; no se puede decir que haya en él una verdad por correspondencia, sino a lo único que puede aspirar el historiador es a obtener del testigo una verdad como discurso coherente entre el hecho atestiguado en el pasado y la experiencia narrada en el presente.

Por supuesto, ninguna declaración es precisa, mucho menos aquellas que son producto de experiencias al límite, por la carga emotiva que portan los testigos cuando rememoran dichos acontecimientos. Así que a mi entender, el testimonio no solamente debe valorarse por su contenido fáctico sino por el contenido de sentido que le otorga el testigo. Pero, entonces, para el historiador ¿todos los testimonios serían válidos por igual? Sí y no. Sí, si sólo se toma en cuenta la dimensión de sentido, y no, si se privilegia la dimensión factual.

Otra problemática que le impone el testimonio al historiador para constituir la veracidad es que pertenece al campo perceptual del testigo y, como vimos antes, tanto la percepción como la comunicación deben conjuntarse para poder considerar algo como testimonio. Ahora bien, siguiendo con la dimensión de sentido, la primera consideración es que el testimonio declarado es siempre susceptible a las emociones que envuelven en ese momento al testigo, pues pretende describir una realidad pasada que impacte en la realidad presente, y puede ser que el testigo haga una apelación hacia los sentimientos del historiador para lograr conmoverlo con la narración de su experiencia. Otra consideración necesaria es que la misma percepción puede afectar la rememoración del acontecimiento. Al respecto Renaud Dulong asevera que “El testigo ocular se ve sorprendido en un acontecimiento fortuito, su percepción puede estar aturdida por la emoción o la rapidez del desarrollo del suceso, y su memoria puede verse influenciada por las informaciones recibidas después sobre lo ocurrido”.8

Por lo tanto, el historiador no sólo debe estar atento al discurso verbal, sino a las reacciones y emociones del testigo, así como a su capacidad para narrar lo acontecido, es decir, debe ser cuidadoso con los silencios, los huecos, las pausas, los gestos, los tonos de voz y los movimientos corporales, para tratar de restituir, en la medida de lo posible, la realidad factual o el contexto en que se produjo el acontecimiento, así como la significación que le otorga a su testimonio.

A mi modo de ver, las dos dimensiones deben tomarse en cuenta sin establecer jerarquías entre ellas. Por otro lado, la dimensión fáctica puede establecerse contrastando el testimonio de varios testigos, mientras que la dimensión de sentido la imprime cada individuo de acuerdo con su experiencia y, más tarde, por medio de un entramado comunicacional, convierte su testimonio en una cuestión social. Por tanto, no nada más son importantes los datos factuales que el testigo informa al historiador, sino la forma en la que el testigo recuerda el acontecimiento. Éste no sólo aporta datos objetivos sobre el acontecimiento, sino también datos de contenido subjetivo o de sentido en los que el historiador debe tener especial cuidado de no perder de vista su objetivo cognitivo y no convertirse en defensor o juez de la actuación del testigo por la empatía o rechazo que sienta hacia él.

En suma, habrá que reconocer que un testimonio es un relato o discurso de la experiencia, y por lo tanto tendrá que ser considerado como un discurso subjetivo y selectivo de quien lo aporta. En este sentido, el historiador no podrá valorarlo como verdadero o falso, ni como más verdadero que otro, puesto que la palabra dada por el testigo pertenece al ámbito puramente experiencial. En pocas palabras, investigar la palabra de quien narra un acontecimiento histórico equivale a tratar de comprender las atribuciones de sentido de su experiencia, pero no a conocerlas. Enseguida se abordarán algunos de los problemas epistémicos sobre la escucha.

II.La posibilidad de la escucha del historiador

Ricœur afirma que las limitaciones para una representación cabal de los acontecimientos del pasado por los historiadores empiezan por la memoria del testigo. El historiador archiva la memoria en la fase documental de la operación historiográfica en la que se “abre un proceso epistemológico que parte de la memoria declarada, pasa por el archivo y los documentos, y termina en la prueba documental”.9 En la operación historiográfica que realiza el historiador, y en específico en la fase de archivación, no sólo las limitaciones provienen de la memoria del testigo, sino de la propia escucha del historiador. En la escucha del historiador también se dan varios condicionantes y limitaciones para la representación de los acontecimientos del pasado. Es de destacar que, en la teoría de sistemas, la comunicación da primacía al acto de entender; por lo tanto, no sólo es importante la emisión del mensaje, sino también la recepción del mismo. Mendiola afirma que “sólo es posible entender la comunicación como unidad cuando se parte de que la comunicación se lleva a cabo hasta el momento en que el receptor la comprende como tal”.10 Vista de esta manera, la escucha del historiador es parte de la comunicación, es decir, el historiador es el receptor de la comunicación, es el elemento con el que se completa el proceso comunicativo.

Entonces, en el circuito de transmisión de la información que se realiza entre el historiador y el testigo, la palabra que es expresada ya no le pertenece a quien la emite, sino también al receptor, y luego vuelve al emisor por medio del vínculo con el otro que es quien escucha la narración en una entrevista, en este caso el historiador. Es decir, hay una relación recursiva en donde se presenta un mutuo ejercicio de influencias recíprocas entre los que intervienen en el circuito de la comunicación. Esto es coincidente con el primer axioma de la comunicación de Watzlawick (mencionado antes), el cual dice que es imposible no comunicarnos ni influirnos uno a otro entre los seres humanos. De acuerdo con Alfonso Mendiola, “sólo hay comunicación cuando el oyente ha supuesto que había una intención de comunicar en lo percibido, pues de otra manera no tendría por qué interrogarse por lo que se le quiso decir”.11 Por tanto, la comunicación es interactiva entre el testigo y el historiador, entre quien emite el testimonio y quien lo escucha, pues todo testimonio que es narrado ya supone una elaboración discursiva.

En la entrevista se realiza un pacto testimonial que consiste en que el testigo narre los acontecimientos tal como dice que los observó y, a su vez, el historiador le concede crédito al narrador. Sin embargo, de inmediato, el historiador apela a la crítica historiográfica al contrastar, de diferentes formas posibles, al testimonio para convertirlo en evidencia del pasado que le interesa indagar. A pesar de que el historiador escuche con atención al testigo, ¿qué tanto de este proceso comunicacional logra captar a través de la escucha?

Podría suponerse que la escucha del historiador no tiene que ver con la representación de los acontecimientos del pasado, puesto que el historiador no sólo escucha de manera directa el testimonio, sino que lo graba, y por lo tanto puede restituirlo con fidelidad; sin embargo, lo que no puede restituir son las pausas, los silencios, los huecos del relato, en suma, todos los actos de habla. Además, se debe tener en cuenta que al igual que la observación y la memoria son de naturaleza selectiva, la escucha también lo es. Esta circunstancia es determinante para la representación histórica, puesto que impacta con notoriedad en la reconstrucción integral del acontecimiento.

Existe la creencia errónea de que la escucha se realiza de modo automático y pasivo; sin embargo desde hace varios años se sabe que esto no es así, pues se hace selectiva y activamente (efecto cock- tail). En algunas investigaciones experimentales dadas a conocer en 2012 en las ciencias cognitivas, efectuadas por Nima Mesgarani y Edward F. Chang, se muestra que el cerebro de una persona posee filtros que le permiten oír de forma selectiva e inconsciente. Estos filtros pueden elegir sonidos en ambientes ruidosos y centrar la atención en alguna conversación o ruido en particular.12 Si esto es así, la labor de escucha del historiador sería de naturaleza selectiva y, en consecuencia, la integración del testimonio a la fase escrituraria sería fragmentada y parcial. Por estas condiciones de naturaleza selectiva, el historiador como narrador del testimonio no lo puede transmitir con fidelidad, puesto que está en juego un constante proceso de interpretación y reinterpretación selectiva en la escucha del historiador.

Según José Miguel Marinas, hay tres niveles de escucha: uno comunicativo-social, otro psicoanalítico y otro biográfico. En el primero el historiador está atento a las percepciones de aquellos elementos que forman parte del entramado discursivo en que vive quien emite el testimonio, es el campo de las historias y su función significativa. En el segundo, se hace eco de algunas precisiones de la escucha analítica que pueden ayudarnos a esclarecer la escucha de las historias: de las historias y su relación con la otra escena, con lo implícito. En el tercero, se puntualiza qué tipo de escucha requiere el específico traslado de los relatos de vida: de las historias y su valor para los sujetos y la comunidad en que se producen.13

En cuanto al primer punto, que se refiere a las historias y su relación con la comunicación, qué tanto entiende el que escucha de lo que le transmite el que habla. Retomando a Watzlawick, la comunicación no se da linealmente entre el emisor y el receptor, sino que depende del significado que le puede dar cada uno de los involucrados en ella. En cuanto a los elementos implícitos que puede haber en la transmisión del testimonio, el historiador está concentrado para observar lo que pueda informarle el testigo de modo no sólo verbal, sino también en cuanto a silencios, huecos y pausas que realiza, con la finalidad de percibir en la medida de lo posible todas las emociones que sean manifestadas de manera explícita o implícita por parte de quien está narrando su experiencia de vida. El pasado se incorpora de forma dinámica, pues el sujeto que recuerda lo hace a través de las emociones, los pudores, los sentimientos y las mediaciones inconscientes.

Ahora bien, en el circuito de transmisión de la narración testimonial, la escucha es muy importante, pues la experiencia vivida enseña que “quien escucha se hace depositario de la historia y, por consiguiente, ésta le seguirá incumbiendo, importando, aun en ausencia o en el caso de la desaparición del protagonista del relato”.14 La historia-relato sigue obrando más allá del momento de la transmisión, lo sigue haciendo en quien la escucha y después en quien lee la historia. Incluso, continúa obrando en quien la otorga, puesto que es susceptible a la rememoración dinámica. Esto quiere decir que cada vez que es otorgado el relato, puede ocurrir que el testigo ficcionalice su testimonio y que con recurrencia cambie, aumente o disminuya datos cada vez que aporta su testimonio al que escucha. Esto por supuesto, no debe tomarse como imprecisión, sino como rememoración de elementos relevantes de su experiencia. Por esta razón, se considera que el testimonio nunca es una construcción cerrada, sino abierta a las posibilidades recursivas de construcción por parte de quien lo enuncia y de quien lo escucha. Esta construcción recursiva puede ilustrarse con lo que plantea Mendiola acerca de todo relato: “Que en el momento en que el oyente lo escucha no sabe en qué va a terminar. El acto de contar algo a alguien, implica que haya disyuntivas en cada episodio, esto motiva el interrogarse constantemente por lo que sigue, pues esto no está de ninguna manera determinado”.15

En la escucha, el historiador se encuentra comprometido de manera no sólo racional sino también emocional con el testigo. Es decir, en el momento en que otorga la entrevista, el testigo apela a involucrar de modo emotivo al que lo escucha, busca sensibilizarlo con la historia que narra y provocar una reacción de empatía hacia su experiencia. De tal suerte que el historiador puede verse implicado en lo emocional y escuchar con conciencia de manera selectiva lo que le interese sobre la narración testimonial. En este proceso de narración y escucha del testimonio, el historiador puede ser presa de la subjetividad, de las opiniones, de las actitudes y los comportamientos de aquellos a los que pretende investigar. Pero a la vez, el testimonio que presenta el historiador puede oscurecer la voz del testigo si no se tiene cuidado en el uso del lenguaje.

Dados los condicionamientos de memoria, de observación, de enunciación y de escucha por parte del testigo y del historiador, la representación se torna problemática en grado sumo, como lo veremos enseguida.

III.La posibilidad de la representación del acontecimiento en la historia oral

La fase de la representación ha sido uno de los asuntos más debatidos por historiadores y por filósofos, y se han postulado diferentes posiciones ontológicas y epistémicas al respecto. Para este análisis se pueden resumir dos: una que niega la posibilidad de que un acontecimiento pueda ser representado, y otra que plantea la posibilidad de lograr una representación de los acontecimientos del pasado (con todas las limitaciones y dificultades que pueden pre- sentarse al narrar y fijar en texto los acontecimientos). Esta última posición es la que anima la discusión de este apartado.

La realidad pasada es inaccesible de manera directa para el historiador, por lo cual la representación que realiza de ella es muy problemática. Para Frank R. Ankersmit, representar “es hacer que algo se haga presente de nuevo”, o “hacer presente algo que ahora está ausente”.16 Pero la cuestión a indagar es de qué manera el historiador puede hacer presentes los acontecimientos del pasado por medio del testimonio. De acuerdo con Ankersmit, la representación solamente es posible si asumimos una teoría de la sustitución, es decir, que la representación que el historiador hace de los acontecimientos sustituya a la realidad pasada. Por supuesto, no se puede considerar que entre la representación y la realidad haya una equivalencia, o que la representación refleje dicha realidad. Aunque retomamos la definición anterior, en este texto se entenderá por “representación” a la construcción narrativa de los acontecimientos del pasado que realiza el historiador.

Dado esto, los historiadores se encuentran entre la ambivalencia de la realidad pasada y la representación que hacen de ella. Sin embargo, en este punto es importante mencionar que los historiadores no pueden tener acceso a una realidad pasada; a lo único que tienen acceso es a las huellas o testimonios que han quedado de ella en el presente. Problematizando lo anterior, se podría decir, como lo hace Gregory Bateson, que “no hay que confundir el mapa con el territorio”17 o, como lo apunta Mendiola citando a Michael Baxandall: “Nosotros no explicamos cuadros; explicamos observaciones sobre cuadros -o, más bien, explicamos cuadros sólo en la medida en que los hemos considerado a la luz de algún tipo de descripción o especialización verbal”.18 Las apreciaciones anteriores sobre la realidad y su representación muestran que los acontecimientos narrados por el testigo y por el historiador son construcciones sobre la realidad, no son la realidad misma ni son espejos de ella.

En este sentido, el testimonio escapa a la representación o a la explicación, incluso, podría decirse que queda disperso y alterado en las etapas de la operación historiográfica: en la fase declarativa del testigo, o en el de la escucha por parte del historiador, y al final ser una constante construcción por parte del testigo y del historiador. Por eso dice Paul Ricœur que el testimonio no se queda en exclusiva en la fase de la memoria archivada, ni en la fase de la prueba documental, sino que resurge en la fase de la representación. Dicho con sus palabras:

Estos testimonios orales sólo constituyen documentos una vez registrados; dejan la esfera oral para entrar en la de la escritura, y se alejan así de la función del testimonio en la conversación ordinaria. Se puede afirmar entonces que la memoria está archivada, documentada. Su objeto ha dejado de ser un recuerdo, en el sentido propio del término, es decir, retenido en relación de continuidad y de apropiación respecto a un presente de la conciencia.19

Es evidente que el testimonio varía en toda la operación his- toriográfica, de tal forma que de inmediato asaltan las dudas de qué posibilidades tiene la representación. Philippe Joutard afirma que el interés de la historia oral “no reside en la cantidad de informaciones de hechos recogidas sino en la representación de la realidad, en la visión del mundo”.20 Sin embargo, qué tanta posibilidad tiene el historiador de representar el pasado, dado que en efecto, como afirma Walter Benjamin, “articular históricamente el pasado no significa ‘conocerlo como verdaderamente ha sido’”.21 Para la historiadora Annete Wieviorka es muy problemático hablar de una representación de los acontecimientos puesto que sólo el que los ha vivido tiene la autoridad moral para representarlos; además, como la palabra del testigo está preñada de efectividad y no por fuerza de verdad, no puede ser analizada por el discurso historiográfico.22

De acuerdo con lo expuesto, el historiador no puede llegar a conocer los acontecimientos del pasado o su contenido por medio del testimonio; pero, a mi entender, aunque la representación de la realidad sea problemática en extremo, el historiador puede construir una narración aproximadamente verdadera de ella.

Ahora bien, en la construcción de la narración historiográfica aparece la voz del testigo que narra su experiencia, pero en una narración que ya le es ajena al testimonio declarado. Por lo tanto, ¿el testimonio es una voz ausente o presente en la construcción narrativa del historiador? ¿El desplazamiento narrativo del testigo al historiador oculta la voz del primero?

La primera consideración será que está ausente porque ya no es la voz del testigo, sino la voz del historiador, que narra por escrito lo que se le confío de manera verbal, y nada más de esta forma el testimonio se hace presente. En este sentido, la construcción narrativa es atravesada por múltiples voces que la complejizan y la enriquecen. La construcción narrativa del relato es tanto un producto como una producción intersubjetiva y dialógica, o “una acción conjunta” entre los que intervienen en el proceso de investigación (el historiador y los narradores testimoniales). Se puede decir que en la historia oral se da un proceso de construcción conjunta que compromete a dos personas: narrador testimonial e investigador, para producir un relato integrador que articule y ordene con inteligibilidad los significados construidos de modo social en una comunidad cultural y un tiempo determinados.23

De antemano habrá que resaltar que la construcción narra- tiva comienza antes de que el historiador escuche el testimonio. Esta construcción aparece prefigurada, por un lado, desde los intercambios comunicativos entre el historiador y los que aportan testimonios, y, por otro, en el bagaje teórico del investigador y el problema que formula antes de realizar la investigación.24 En cuanto a la construcción y constitución del testimonio, Joutard menciona lo siguiente:

El historiador no debe olvidar todo lo que le aporta la memoria; además de informaciones precisas que también deben transmitirse: no sólo la comprensión de las mentalidades y el sentimiento de lo vivido, sino también las imágenes, los imaginarios y los símbolos que no son sólo adornos de la memoria, sino una de las claves de la historia.25

Sin embargo, no hay que olvidar que el historiador es el que tiene el rol dominante en la configuración narrativa. Puede orientar, oscurecer y ocultar el diálogo que sostuvo con el narrador testimonial. Esto provoca una tensión continua entre el sistema-observador y el sistema-observado, puesto que puede ser que el historiador imponga o privilegie sus esquemas cognitivos por encima de los que portan los testimoniantes. Esta tensión es muy clara cuando Kenneth Gergen menciona que el problema hermenéutico surge cuando “consideramos el texto (o cualquier otra acción social) como algo opaco, y se supone un segundo nivel (lenguaje interno) que debe determinarse para hacerlo transpa- rente”.26 Al final la construcción narrativa contiene diversas voces relacionadas e integradas en estructuras de relatos causales, circu- lares, espiraladas, rizomáticas y muy complejas que dan cuenta de acontecimientos dramáticos de experiencias de vida en su devenir histórico.

Conclusiones

Como podemos concluir de todo lo anterior, en cuestiones historiográficas hablar de construcción nos da la posibilidad de no insistir en el establecimiento de relaciones objetivas con el pasado, puesto que el observador es un sujeto que investiga a otros sujetos, y por tal motivo el conocimiento estará siempre constreñido a nuestras capacidades como observadores y comunicadores. Siguiendo a Alfonso Mendiola, el historiador debe realizar un tra- bajo autorreflexivo sobre su quehacer “en una teoría de la historia que introduzca al historiador, en tanto que observador empírico, en la construcción de su conocimiento”.27 En resumen, las voces testimoniales que se entretejen en una narración historiográfica nos dan la posibilidad de construir y volver a construir representaciones del pasado en una trama narrativa historiográfica. De esta forma el conocimiento histórico no solamente contemplará relaciones causales lineales, sino relacionales complejas en grado sumo que se establecen entre los individuos que intervienen en la operación historiográfica.

Las fuentes orales consideradas desde una perspectiva constructivista plantean cuestiones sobre el papel del observador (testigo-historiador), sobre el contexto social e histórico en el que se dieron los acontecimientos, en el que se enuncia el testimonio, elementos que hacen emerger y contemplar la subjetividad del testigo y la del historiador.

Adoptar una posición constructivista no quiere decir que se tenga que desterrar el ideal regulativo de la verdad, que es una de las pretensiones principales del historiador, pero tampoco puede seguirse aceptando que el testimonio es una fotografía estática de los hechos, puesto que significaría que no hemos reconocido su naturaleza constructiva, dinámica y compleja. Equivale a no reconocer que el observador sólo puede realizar observaciones de otras observaciones, o distinciones de otras distinciones, por supuesto sin caer en un relativismo en el que cualquier observación sobre el pasado es igual que cualquier otra.

Si bien es muy difícil de establecer la “verdad” sobre la realidad pasada, sí hay posibilidades de reconstruirla. Tal vez con muchos huecos y limitaciones, pero pueden realizarse representaciones aproximadamente verdaderas sobre la realidad pasada aportadas por los testigos de un acontecimiento. Además, estas limitaciones epistémicas permiten que haya una interacción dinámica y recursiva entre las diversas construcciones de la realidad, tanto en el presente como en el pasado, y que el conocimiento histórico sea de modo constante revisado, construido y corregido, a fin de establecer interpretaciones con mayor poder explicativo.

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Wieviorka, Annette. The Era of Witness, tr. de Jared Stark, Nueva York, Cornell University Press, 1998. [ Links ]

1Giorgio Agamben, Lo que queda de Auschwitz, p. 15.

2Esteban Lythgoe, “Testigo; testimonio”, p. 213.

3En su obra Teoría de la comunicación humana publicada en 1967, Paul Watzlawick, Janet Beavin y Don D. Jackson contraponen su teoría de la comu nicación al modelo hegemónico y unidireccional de la comunicación de Claude E. Shannon y Warren Weaver basado en acciones y reacciones de los elementos tradicionales de la teoría de la información: emisor, mensaje y receptor. En cambio, la teoría sistémica de la comunicación la plantea como un proceso en sumo grado complejo que se basa en la interacción y retroalimentación entre los agentes que participan en el proceso comunicativo, además de incluir el contexto en el que se desenvuelve éste.

4Watzlawick, Beavin y Jackson, “Algunos axiomas exploratorios de la comunicación”, en ibidem, pp. 62-63.

5Para mayor detalle de estos axiomas, vid. todo el capítulo de Watzlawick, Bea- vin y Jackson que acaba de citarse, pp. 49-71.

6Alfonso Mendiola, “Los géneros discursivos como constructores de realidad. Un acercamiento mediante la teoría de Niklas Luhmann”, p. 22.

7Paul Ricœur, La historia, la memoria, el olvido, p. 212.

8Renaud Dulong, “La implicación de la sensibilidad corporal en el testimonio histórico”, p. 103.

9Ricœur, La historia, la memoria, op. cit., p. 208.

10Mendiola, “Los géneros discursivos”, op. cit., p. 44.

11Ibidem, p. 29.

12<http://www.ucsf.edu/news/2012/04/11868/how-selective-hearing-works-brain> y <http://www.nature.com/nature/journal/v485/n7397/full/nature11020.html>. Consulté nada más la sinopsis del experimento en esta página. La versión completa del artículo aún no se encuentra disponible en versión digital. Sin embargo, para una posterior consulta del artículo proporciono su referencia completa: Nima Mesgarani y Edward F. Chang, “Selective cortical representation of attended speaker in multi-talker speech perception”, Nature, 485, 7397, abril de 2012. El experimento consistió en someter a tres pacientes con epilepsia severa a una operación cerebral. En la corteza cerebral se les implantaron 256 electrodos, de manera específica en la región encargada de procesar los sonidos y de la capacidad de escuchar. Los pacientes debían escuchar dos muestras de habla al mismo tiempo emitidas por dos individuos. Al final, en linvestigación se observó que la corteza cerebral de los pacientes sólo reaccionaba cuando hablaba el individuo que les interesaba escuchar.

13José Miguel Marinas, La escucha en la historia oral, p. 90.

14Ibidem, p. 19.

15Alfonso Mendiola, “La inestabilidad de lo real en la ciencia de la historia: ¿argumentativa y/o narrativa?”, p. 106.

16Frank Ankersmit, “Representación, ‘presencia’ y experiencia sublime”, p. 140.

17Gregory Bateson, Espiritu y naturaleza, p. 41.

18Alfonso Mendiola, “El giro historiográfico: la observación de observaciones del pasado”, p. 509.

19Ricœur, La historia, la memoria, op. cit., p. 232.

20Philippe Joutard, Esas voces que nos llegan del pasado, p. 228.

21Walter Benjamin, Tesis sobre la historia y otros fragmentos, p. 40.

22Annette Wieviorka. The Era of Witness.

23Darío Muñoz Oñofre, “Construcción narrativa en la historia oral”, pp. 98-99.

24Ibidem, p. 95.

25Joutard, Esas voces, op. cit., pp. 10-11.

26Kenneth Gergen, “La psicología posmoderna y la retórica de la realidad”, apud Muñoz Oñofre, “La construcción”, op. cit., p. 99.

27Mendiola, “El giro historiográfico”, op. cit., p. 514.

Recibido: 20 de Mayo de 2015; Aprobado: 07 de Diciembre de 2015

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