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Historia y grafía

versión impresa ISSN 1405-0927

Hist. graf  no.46 México ene./jun. 2016

 

Expediente

La escritura

Escritura, archi-escritura e historia. A propósito de Derrida y Stiegler

Writing, Archi-writing and History. On Derrida and Stiegler

Zenia Yébenes Escardó1 

1UAM-Cuajimalpa México


Resumen:

Este ensayo se propone pensar la historia con la escritura y la archi-escritura desde la espacialización del tiempo y la temporalización del espacio que caracterizan a la estructura de la huella, sin la que ninguna historicidad es posible. Derrida está interesado en la estructura de la huella que descubre en la lógica de la escritura como suplemento. Bernard Stiegler está más interesado en el soporte técnico y en la historia de la escritura como suplemento. Esta diferencia de aproximación, ya sea desde la lógica, ya sea desde la historia, es crucial para entender la propuesta histórica de Derrida.

Palabras clave: Sucesión; temporalización; espacialización; huella; lógica; historia

Abstract:

This essay aims to think history with writing and archi-writting from the spatialization of time and the timing of space that characterizes the structure of the trace, without which no historicity is possible. Derrida is interested in the structure of the trace that discovers, in the logic of writing as a supplement. Bernard Stiegler is more interested in technical support and in the history of writing as a supplement. This difference, in approach from logic or from history, it is crucial to understand the historic proposal of Derrida.

Key words: Succession; timing; spatialization; trace; logic; history

Concepto metafísico de historia como historia ideal, teleológica, etc. Como este concepto está generalmente mucho más extendido de lo que se cree y ciertamente más allá de las filosofías etiquetadas como “idealistas”, desconfío mucho del concepto de historia […] Dicho esto […] en lo que se refiere al concepto de historia […] no se puede operar una mutación simple e instantánea, o sea, no se puede tachar un nombre del vocabulario. […] Hay que producir una nueva conceptualización, ciertamente, pero dándose bien cuenta que la conceptuación misma, y ella sola, puede reintroducir lo que se quería “criticar”. Por eso este trabajo no puede ser un trabajo puramente “teórico” o “conceptual” o “discursivo” […] Lo que yo llamo texto es también lo que inscribe y desborda “prácticamente” los límites de tal discurso. Se encuentra tal texto general dondequiera que (es decir en cualquier parte) […] es decir donde su instancia se coloca en posición de marca en una cadena de la que es estructuralmente su ilusión quererla y creerla dirigir. Este texto general, naturalmente, no se limita, como ya se habr(í)a comprendido, a los escritos sobre la página. […] La escritura sobre la página […] Por eso, en suma, me sirvo tan a menudo de la palabra “historia”, pero muy a menudo también entre comillas y con precauciones que han podido hacer creer […] en un “rechazo de la historia”.

Jacques Derrida

Escritura y archi-escritura son nociones claves del pensamiento derridiano; su conexión con la historia es quizá algo que haya que articular con mayor claridad. La propuesta de este ensayo radica en mostrar esta articulación a partir de tres momentos. En el primero, el hilo conductor que nos permitirá vincular la historia con la escritura y la archi-escritura lo constituirá el concepto filosófico de sucesión que presupone una espacialización del tiempo y una temporalización del espacio que caracteriza a la estructura de la huella, sin la cual ninguna historicidad es posible. Aunque nos detendremos en cada una de estas nociones, es preciso realizar, en aras de la claridad, algunas acotaciones. Escritura es concebida aquí como forma de inscripción no necesariamente lingüística. Entre estas formas de inscripción destacan en efecto lo que de manera habitual concebimos como escrituras (pictográfica, jeroglífica, ideográfica, alfabética) a las que, en razón de la exposición, se prestará aquí particular atención. La archi-escritura es la condición general de posibilidad de toda forma de inscripción o escritura, sea ésta lingüística o no. La archi-escritura se estructura como huella, es decir, como espacialización del tiempo y temporalización del espacio, que difiere constitutivamente de sí misma. En un segundo momento observaremos cómo Derrida está interesado en la lógica de esta espacialización del tiempo y temporalización del espacio que descubre, en particular, en la lógica de la escritura como suplemento. Bernard Stiegler propone, sin embargo, un acercamiento más interesado en el soporte técnico (la prótesis) y en la historia de la escritura como suplemento. Esta diferencia de aproximación desde la lógica o desde la historia es crucial para comprender la propuesta histórica derridiana. Por historia entendemos aquí una forma de escritura, es decir, de inscripción empírica, que se concentra en el registro del pasado para el futuro. En un tercer momento, nos acercaremos a lo que Derrida describe como la necesidad “de producir otro concepto u otra cadena conceptual de la ‘historia’: […] historia también que implique una nueva lógica de la repetición y de la huella puesto que no se ve bien dónde habría historia sin esto”.1 Aproximarse a la historia como escritura o como forma de inscripción que registra el pasado con el futuro, y contemplar en la archi-escritura su condición general de posibilidad, significa comprender que no hay historia sino historias que se inscriben de manera diferenciada y desfasada. Entre esas historias (o formas de inscripción que registran el pasado para el futuro), la que privilegia el concepto metafísico de historia se ha presentado como autoridad privilegiada y como regida por una temporalidad lineal y un sujeto-conciencia que le da sentido. La historia en este sentido es también una mitología blanca que reúne y refleja la cultura de Occidente y que borra en sí misma “la escena […] que la ha producido y que sigue siendo no obstante activa, inquieta, inscrita en tinta blanca, dibujo invisible y cubierto en el palimpsesto”.2 Pero ¿qué pasaría con una historia que se pensara desde su condición de posibilidad? Podríamos definir con carácter provisorio a esta historia como archi-historia, como el movimiento del juego expansivo de la huella, un movimiento que es temporal de modo irremisible. La historia, entonces, no como lo que se procura un punto de apoyo fuera del tiempo pretendiendo juzgarlo todo con una objetividad de apocalipsis, no como lo que nos permite reconocernos en todas partes, sino como lo que, tomando en serio la radicalidad del tiempo, se contempla como “tejido”, pedazo de un elemento que va hacia un elemento diferente, con el que establece una relación. Veámoslo con detenimiento.

Jacques Derrida: escritura y archi-escritura

La escritura se vincula a una cierta concepción del sujeto, del tiempo y de la memoria de la que somos deudores. La primera pregunta es entonces ¿cómo escribir desde el interior del campo cultural que queremos describir? ¿Es posible una teoría de la escritura? La palabra teoría nos advierte del obstáculo. Proveniente del griego, theorie, espectáculo ofrecido a un espectador, se refiere a lo que puede ser visto objetivamente.

Jacques Derrida nos ha proporcionado una aproximación a la leyenda que la escritura se cuenta sobre sí misma. Para Derrida ésta es semejante en estructura en todos los textos de cierta tradición occidental. Su clave más diáfana está en el Fedro (274e-275b) de Platón. Allí se nos relata la ofrenda de la invención del alfabeto que hace Teuth al rey Thamus. Sócrates presenta a la escritura como un fármaco, es decir como veneno peligroso que, sin embargo, es eficaz contra la pérdida de memoria. Según Sócrates, la escritura es peligrosa porque subvierte la relación directa del habla con el pensamiento.

En efecto, en primer lugar, se representa a la escritura como un “afuera” superfluo y parasitario de un “adentro” ocupado por la autenticidad de la palabra hablada. En tanto la escritura pueda operar en ausencia del hablante y del receptor, se considerará “falsa”. “Oírse hablar” parece ser la condición más cercana al pensamiento. Podríamos decir: la voz interior es la conciencia.

En segundo lugar, se describe a la escritura como “instrument imperfecto”, “técnica peligrosa”, porque la inscripción sensible es exterior y ajena al espíritu del verbo. Con ello se inaugura uno de los lados más negros de la leyenda de la escritura en el que se la hace responsable de la violencia fatal de la constitución política que inaugura toda sociedad. Derrida llama fonocentrismo a esta fetichización o veneración exagerada de la phoné (del sonido, de la palabra hablada).3 Desde hace tres siglos, sin embargo, la gramatología (grama en griego significa huella) ha empezado a desanudar esta leyenda que la escritura cuenta sobre sí misma.4 La propuesta de Derrida es mantenerse en un equilibrio inestable, entre lo que nos constituye y excede, trabajando en el margen mismo. Para ello introduce el concepto operativo de archi-escritura. Para entenderlo, volvamos sin embargo a la escritura.

Inscribir algo es, ante todo, un acto de memoria. Con independencia de qué, a quién, o por qué escribo, mis palabras se transforman en huellas del pasado en el mismo momento en que quedan inscritas. La escritura, por tanto, tiene una capacidad para almacenar los datos de la historia, para documentar y recordar lo que ha tenido lugar. Al inscribir lo que sucede en una ocasión particular, me proveo de un suplemento que puede retener detalles incluso si yo los olvido. Mediante este suplemento incremento mis posibilidades de recordar acontecimientos pasados, pero en el mismo gesto señalo la condición precaria de mi temporalidad. Sin el pensamiento de un lector por venir (yo misma u otro) no habría razón para la escritura. El futuro al que se dirige la escritura es no obstante incierto. Cuando alguien lea mi texto, yo puedo haber muerto o el significado de mis palabras puede ya no ser el mismo. Es más, al estar expuestas al futuro las inscripciones mismas pueden borrarse o alterarse. Así, la escritura puede ser un antídoto contra el olvido y, al mismo tiempo, revelar una amenaza latente, la de estar de modo irreductible abierta a su propia desaparición. Mi acto de inscribir algo ya indica que puedo olvidar. La escritura, entonces, atestigua mi dependencia de lo que es exterior a mí. En su lectura de Fedro, Derrida advierte:

El “exterior” no comienza en la juntura de lo que en la actualidad denominamos lo psíquico y lo físico, sino en el punto en que la mneme, en lugar de estar presente en sí, en su vida, como movimiento de la verdad, se deja suplantar por el archivo, se deja expulsar por un signo de re-memoración y de conmemoración. El espacio de la escritura, el espacio como escritura se abre en el movimiento violento de esa suplencia, en la diferencia entre mneme e hipomnesis. El exterior está ya en el trabajo de la memoria. La enfermedad se insinúa en la relación consigo de la memoria, en la organización general de la actividad mnésica. La memoria es por esencia finita. Platón lo reconoce atribuyéndole la vida. Como a todo organismo vivo, ya lo hemos visto, le asigna límites. Una memoria sin límite no sería además una memoria, sino la infinidad de una presencia en sí. Siempre tiene, pues, la memoria, necesidad de signos para acordarse de lo no presente con lo que necesariamente tiene relación.5

Este pasaje es crucial para la comprensión de lo que Derrida entiende por archi-escritura. La archi-escritura no debe confundirse con el concepto empírico de la escritura o ser situada en oposición al habla. El argumento de Derrida es que ciertos rasgos que se asocian con la escritura empírica pertenecen a las condiciones de posibilidad de toda forma de inscripción (incluidas el habla y la escritura empírica). Es decir, a eso que llama archi-escritura. Antes de cualquier sistema gráfico existe la necesidad de que lo que hay sea inscrito para poder ser lo que es. La archi-escritura abarca todos los signos en general (y es muy importante recordar que la noción de signo derridiano no se limita al campo lingüístico, sino a toda inscripción, a toda marca que se registra en el tiempo, es decir, a todo lo que hay).

En el caso de la memoria, la filosofía ha admitido una vinculación íntima entre experiencia e inscripción. Tal y como Derrida nos recuerda en el pasaje que acabamos de citar, Platón reconoce que la memoria “tiene necesidad de signos para acordarse de lo no presente”.6 Precisamente porque el pasado ya no está presente y no es accesible como presencia en sí misma, debe ser inscrito como una marca que pueda repetirse de un tiempo a otro. Ahora bien, si la filosofía de Platón en adelante ha reconocido a la escritura como condición de la mnemotécnica, la ha derivado sin embargo de una presencia primordial que se da a sí misma sin mediación. El pasado se entiende así como lo que alguna vez fue presente y después se vio reemplazado por su huella. Aún más.

La huella se concibe en relación con una conciencia presente que reactiva el pasado y que asegura que lo recordemos en el presente. El argumento parece irrefutable. El contenido de la memoria es en efecto el pasado, pero ¿cómo podemos negar que el acto de memoria tiene lugar en presente? De hecho ¿cómo podríamos hablar de experiencia sin presuponer una forma de presencia? El pasado ya no es. El futuro todavía no es. Así, cada cosa que sucede o acaece -cada cosa que es- debe haber sido o ser presente en su presente. La presencia del presente es el principio de identidad del que todas las modificaciones temporales se derivan. El pasado es comprendido como lo que ha sido presente, el futuro como lo que será presente.

Pensemos por ejemplo en una lectura como la que lleva a cabo Reinhart Koselleck en Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos: experiencia y expectativa son categorías metahistóricas que crean y estructuran la historia, puesto que la diferencia temporal (que Koselleck cree sólo propia de los seres humanos) se expresa en una diferencia entre experiencia y expectativa. Detengámonos en la categoría de experiencia. La experiencia puede ser definida como “un pasado presente” que Koselleck vincula a lo que precisamente describe como espacio de experiencia. El carácter “espacial” del pasado da la pauta de que la experiencia está reunida formando una totalidad en la que están presentes a la vez muchos estratos de tiempos anteriores. 7Ahora bien, el problema es que desde este supuesto “pasado presente”, en el que “están presentes muchos estratos de tiempos anteriores”, lo que no se puede pensar es justo el devenir, el suceder del tiempo. En otras palabras: el problema es que la temporalidad es incompatible con la presencia en sí misma.

Reduzcamos el tiempo a una expresión mínima, la del instante. Para que un instante suceda a otro -condición de todo devenir- no puede estar presente a sí mismo y luego verse afectado por su propia desaparición. Un instante presente a sí mismo e indivisible nunca podría dar paso a otro instante desde que lo que es indivisible no puede ser alterado. La sucesión del tiempo requiere no nada más que cada instante pueda ser sobrepasado por otro instante, sino que esta alteración esté presente desde el inicio. Cada instante debe negarse y dividirse desde sí mismo y sucederse en su mismo acaecer. Si el instante no se negara a sí mismo no habría tiempo, sólo una presencia que permanecería siempre la misma. Ello no significa que haya que pensar el instante como una entidad contradictoria capaz de contener su propio no-ser dentro de sí misma. La constitución del tiempo implica que no puede haber ninguna entidad (contradictoria o no contradictoria) que se contenga a sí misma dentro de sí misma. La sucesión del tiempo implica que nada nunca es en sí mismo; que desde que es, todo está sujeto a la alteración y a la destrucción que están involucradas en cesar de ser. Una entidad temporal no puede ser indivisible; depende de la estructura de la huella (grama).8

Derrida define la huella o grama como una coimplicación de tiempo y de espacio que designa el devenir espacio del tiempo y el devenir tiempo del espacio, ambos descritos por él como espaciamiento (espacement). La necesidad el espaciamiento puede deducirse del problema filosófico de la sucesión. La sucesión no es la cronología del tiempo lineal sino que señala el retraso, el diferir constitutivo de cualquier entidad (diferancia). A diferencia del privilegio que Koselleck otorga a las categorías de experiencia y expectativa como exclusivamente antropológicas, el espaciamiento es la condición de todo lo que está sujeto a la sucesión, sea animado o inanimado, ideal o material. Hay que señalar sin embargo que Derrida no generaliza la estructura de la huella a partir de una aseveración sobre la naturaleza de las cosas en cuanto tal.9 La huella no es una estipulación ontológica sino una estructura lógica. Insistir en el estatuto lógico de la huella no es oponerlo a la ontología, la epistemología, la fenomenología o la historia, sino indicar que es la noción que hace explícito lo que está implicado en los compromisos que cada uno de estos registros tiene con la sucesión.

La distinción clásica entre espacio y tiempo ha operado a partir de la distinción entre simultaneidad y sucesión. La simultaneidad permite que un punto coexista con otro, y por eso, a partir de ella, pensamos el espacio como lo que permanece igual. Lo temporal, sin embargo, es lo que no puede permanecer igual desde que lo pensamos a partir de la sucesión, que implica que cada instante cese de ser tan pronto como llega a ser. Y sin embargo, y por este mismo motivo, el tiempo es imposible sin el espacio. No hay un fluir del tiempo independiente de la espacialización, desde que sólo lo espacializado (pensemos en el río de Heráclito) puede fluir. En efecto, todo lo que decimos del tiempo (que fluye, que pasa, etc.) es ya una metáfora espacial. No se trata de que haya una falla del lenguaje a la hora de pensar el tiempo sino de que lo que está en juego es justo la estructura de la huella. El tiempo en sí es nada más negatividad, no es nada, necesita un soporte especial para poder “fluir”, “pasar”, etc. El concepto mismo de duración presupone que algo permanece a lo largo de un intervalo de tiempo y sólo lo que está inscrito de manera espacial puede permanecer. Y sin embargo no únicamente la temporalización es imposible sin la espacialización sino que, a la inversa, la espacialización es imposible sin la temporalización. La simultaneidad del espacio es ella misma una noción temporal. Para que un punto sea simultáneo a otro, tiene que haber una temporalización del espacio que relacione de modo temporal a un punto con el otro punto como tal.

Recapitulemos. Cada momento temporal depende de un soporte de inscripción espacial. El soporte material y especial de la huella es la condición para la síntesis del tiempo desde que permite que el pasado sea retenido para el futuro. Este soporte material es, él mismo, temporal. Si no lo fuera, una huella no podría persistir a través del tiempo y relacionar el pasado con el futuro. De acuerdo con ello la persistencia de la huella no puede ser la persistencia de algo exento de la negatividad del tiempo, es decir, la persistencia de la huella radica en su apertura al futuro y, con ello, a la amenaza de su borradura. La estructura de la huella es diferancia, que significa a la vez diferenciación y diferimiento, espaciamiento en el tiempo y temporalización del espacio:

El verbo diferir [...] tiene dos sentidos que parecen muy distintos. [...] En ese sentido, el differre latino no es la traducción simple del diapherein griego [...] La distribución del sentido en el griego no comporta uno de los dos motivos del differre latino, a saber, la acción de dejar para más tarde, de tomar en cuenta el tiempo y las fuerzas en una operación que implica un cálculo económico, un rodeo, una demora, un retraso, una reserva, una representación; conceptos todos que yo resumiría aquí con una palabra de la que nunca me he servido, pero que se podría inscribir en esta cadena: la temporización. Diferir en este sentido, diferir es temporizar, es recurrir, consciente o inconscientemente, a la mediación temporal y temporizadora de un rodeo que suspende el cumplimiento o la satisfacción l...] Esta temporización es tam- bién temporización y espaciamiento, hacerse tiempo del espacio y hacerse espacio del tiempo [...]. El otro sentido de diferir es el más común y el más identificable: no ser idéntico […].10

El diferir temporal indica que la síntesis del tiempo requiere de una inscripción espacial, ello indica un retraso, un diferir en el orden temporal de lo que es consigo mismo, ya que todo lo que es ha de ser inscrito para poder ser lo que es. En otras palabras: lo que es, sólo es, tras haber sido inscrito de una u otra manera; por ello siempre es desde el futuro, desde la posterioridad a la inscripción que permite su emergencia. El pasado por lo tanto no puede contemplarse ya como lo que fue presente en sí mismo alguna vez sino como lo que es a partir de un diferir, de un retraso constitutivo con respecto a sí mismo. La huella o grama, advierte Derrida: “no se deja resumir en la simplicidad de un presente”.11 El diferir espacial significa, por su parte, que la huella como inscripción espacial permite la persistencia para el futuro, pero la persistencia es estar expuesto precisamente al devenir del tiempo, es decir, a la borradura, la desaparición, la caducidad. La huella difiere de sí misma, su persistencia es su otro: su caducidad. Para explorar cómo esto podría ser significativo a la hora de pensar en la historia como escritura y en la historia como archi-escritura, es necesario dar un rodeo.

Stiegler: la historia de la escritura como historia del suplemento

En La técnica y el tiempo Bernard Stiegler se propone, a partir (entre otras lecturas) de cierta aproximación a Derrida, llevar a cabo una historia de la técnica en la que la escritura cobra una relevancia que hay que subrayar. En efecto, a Stiegler le interesan los objetos técnicos (la prótesis o la memoria terciaria husserliana) que permiten preservar la experiencia epigenética e inaugurar la epifilogénesis. La epifilogénesis sería:

una acumulación recapitulativa, dinámica y morfogenética de la experiencia individual (EPI), que designa la aparición de una nueva relación entre el organismo y su medio, que también es un nuevo estado de la materia: si el individuo es una materia orgánica y por tanto organizada, su relación con el medio (con la materia en general, orgánica e inorgánica) cuando se trata de un quién, está mediatizado por esta materia organizada aunque inorgánica que es el organon, la herramienta con su papel instructor (su papel de instrumento), el qué. Es en este sentido que el quién inventa al qué tanto como aquél es inventado por éste.12

Acreedora de los primeros trabajos de Derrida, la concepción del soporte técnico que desarrolla Stiegler se apoya en la investigación del filósofo francés Gilbert Simondon y, sobre todo, en la del paleoantropólogo Leroi-Gourhan. Para Stiegler todo soporte técnico es una exteriorización y una espacialización de la experiencia, un soporte de memoria. La epifilogénesis marca el paso de lo genético a lo no genético. La habilidad técnica, existente en todo el reino animal, se emancipa en ella de la determinación genética del comportamiento. La capacidad de inscribir la experiencia en soportes duraderos amplía con enormidad los confines de la experiencia misma, haciéndolos dinámicos y evolutivos. Este paso permite lo que él mismo denomina la invención o fabricación de lo humano: “trataremos de pensar más que el nacimiento del hombre como ente que se refiere a su fin, su invención, valga decir su fabricación […] e intentaremos hacerlo fuera de todo antropologismo”.13 Lo específicamente humano es constituido, no a partir de una organización determinada de células, de una conciencia trascendental o una voluntad libre, sino a partir de lo no-humano. Es decir, a partir de un proceso de exteriorización en objetos técnicos que van a permitir preservar el pasado para el futuro. El origen de lo humano en lo no-humano (técnica o prótesis de la vida) es aporético. No hay humano sin algo exterior a él que son las herramientas, o las técnicas de inscripción (entre las que, como veremos, destaca la escritura): “La paradoja es tener que hablar de una exteriorización incluso cuando no hay interior que la preceda; éste se constituye en la exteriorización”14 o, tal y como el mismo Stiegler ha señalado con anterioridad, “el quién inventa al qué tanto como aquél es inventado por éste”.15 En este sentido, podríamos decir, la andadura de Stiegler comienza y da continuación a la aseveración de Derrida en su lectura de Fedro: “El ‘exterior’ no comienza en la juntura de lo que en la actualidad denominamos lo psíquico y lo físico, sino en el punto en que la mneme, en lugar de estar presente en sí, en su vida, como movimiento de la verdad, se deja suplantar por el archivo, se deja expulsar por un signo de re-memoración y de con-memoración”.16 Todo objeto técnico es, en efecto, memoria de la experiencia. Una memoria con características específicas puesto que no se transmite de manera genética y porque su ritmo de transcurso y olvido sigue una dinámica muy distinta de la que caracteriza la memoria neuronal. Exteriorizada bajo la forma de soportes, esta memoria es objetiva o, lo que es lo mismo, podemos disponer de ella, mostrarla y repetirla; abre un espacio público de sentido y modela una comunidad de usuarios-productores. El objeto técnico es memoria: testimonia y permite el acceso al pasado y a la historia en general, en la medida en que únicamente por medio de la conservación de rastros materiales podemos ser conscientes del tiempo. Es decir, el objeto técnico, el qué que es fabricado e inventado por el hombre, que a su vez es fabricado o inventado por él, produce la historia. En De la gramatología Derrida advierte, haciendo referencia al paleontropólogo Leroi-Gourhan, un pasaje que Stiegler cita y al que es crucial volver para mostrar la V diferencia de ambos autores en torno a esta cuestión:

Leroui-Gourhan ya no describe la unidad del hombre y la aventura humana mediante la simple posibilidad de la grafía en general: más bien como una etapa o una articulación en la historia de la vida -de lo que nosotros denominamos aquí la diferencia- como historia del grama [de la huella]. En lugar de recurrir a conceptos que habitualmente sirven para distinguir al hombre de otros vivientes (instinto e inteligencia, ausencia o presencia del habla, de la sociedad, de la economía, etcétera), se recurre aquí a la noción de programa. Es preciso entenderla, por cierto, en el sentido de la cibernética, pero ésta sólo es inteligible a partir de una historia de las posibilidades de la huella como unidad de un doble movimiento de pretensión y retención. Este movimiento desborda ampliamente las posibilidades de la “conciencia intencional”. Ésta es una emergencia que hace aparecer el grama como tal (vale decir según una nueva estructura de no presencia) y hace posible sin duda el surgimiento de sistemas de escritura en un sentido estricto. Desde “la inscripción genética” y las “cortas cadenas” programáticas que regulan el comportamiento de la ameba o el anélido, hasta el pasaje más allá de la escritura alfabética […] la posibilidad del grama estructura el movimiento de su historia según niveles, tipos y ritmos, rigurosamente originales. Pero no puede pensárselos sin el concepto más general de grama. Éste es irreductible e inaprensible. Podría hablarse de una […] exteriorización comenzada desde el principio pero siempre más amplia de la huella […] desde los programas elementales de los comportamientos denominados “instintivos” hasta la constitución de los ficheros electrónicos y las máquinas de leer […].17

Desde la perspectiva de Stiegler lo importante en la lectura derridiana de Leroi-Gourhan es que la exteriorización de lo humano en herramientas y marcas gráficas es sólo un estadio en la “historia de la huella” en general. Derrida subraya la continuidad de la estructura de la huella a partir justo de la noción de un programa que iría desde la inscripción genética y, más allá, hasta la escritura alfabética. Para Stiegler, si “la physis como vida ya era diferancia hay una indecisión, un paso que queda por pensar. La cuestión es la especificidad de la temporalidad de la vida cuando ésta es inscripción en lo no-vivo, espaciamiento, temporalización, diferenciación y diferimiento por, de y en lo no-vivo, en lo muerto”.18 La indecisión, el paso por pensar al que se refiere, tiene que ver con que es incoherente que la huella constituya “la historia en general” y, al mismo tiempo, un estadio específico en esa historia que él asocia con la invención de lo humano y de la técnica como epifilogénesis, que se caracteriza por un movimiento en el que lo viviente se prolonga a sí mismo a partir de lo no viviente. Es decir, de la materia inorgánica organizada en soporte tecnológico. Es sólo a partir de esta discontinuidad que supone la invención de lo humano, que la huella articula la economía entre la vida y la muerte, ya que es nada más en ese momento cuando la evolución de un viviente particular (el humano) se vincula con la evolución de lo que no está vivo, “la materia inorgánica organizada”, en forma de herramientas, escritura, etc. Espaciamiento, temporalización, diferenciación y diferimiento emergen en este momento, porque suponen la prolongación de la vida por, de y en, lo no-vivo. Para Stiegler, pensar esta articulación “es pensar también el nacimiento de la relación con el tiempo que llamamos existir”,19 es decir, la historia.

Ahora bien, el problema aquí es que la estructura de la huellavderridiana precisamente desdibuja distinciones como la oposición entre epigénesis y epifilogénesis que reproducen en otro nivel la distinción clásica naturaleza/cultura. La inscripción genética, por ejemplo, articula ya la economía vida y muerte que Stiegler ve como un estadio específico que sólo emerge con lo humano. El adn de una entidad biológica se vincula con lo no-vivo de dos maneras: incorpora a sus ancestros no-vivos y organiza su legado a partir de una escritura entendida como forma de inscripción. En ella el código genético preserva el legado de lo no viviente de una manera semejante (aunque no idéntica) a la escritura alfabética. Yendo más lejos, no es evidente por qué la evolución genética es contemplada por Stiegler como simple economía de la vida, cuando la muerte y la no supervivencia genética son parte del criterio de selección. La genética podría ser una economía de la vida y de la muerte, lo cual hace problemático subrayar la originalidad de la epifilogénesis. Si el propósito de Stiegler es desterrar una visión humanista de la historia señalando que lo humano únicamente se inventa en relación con lo no-humano, el resultado paradójico es que se restablece el privilegio de lo humano que, desde la lectura de Stiegler, es lo único que se abre a la relación con lo no-vivo, el soporte técnico que permite la inscripción del pasado, y la relación con el tiempo que produce la historia.

La dificultad del planteamiento de Stiegler radica en su lectura de la estructura de la huella derrideana. Hay que recordar que Derrida define la huella (grama) como una coimplicación de tiempo y de espacio que designa el devenir espacio del tiempo y el devenir tiempo del espacio, ambos descritos por él como espaciamiento, y que la necesidad el espaciamiento puede deducirse del problema filosófico de la sucesión. Para que la invención de lo humano emerja tiene que ser contingente; en otro caso hablaríamos de una entidad necesaria que, en términos estrictos, no se habría inventado nunca y habría estado, por así decir, “desde siempre”. Ahora bien, la contingencia implica tiempo. El tiempo hace imposible una entidad necesaria puesto que la condición temporal de una entidad implica que ésta puede ser destruida. La condición mínima del devenir temporal es, como hemos señalado ya, que un instante suceda a otro. Y todo lo que está sujeto a la sucesión depende de la estructura de la huella como co-implicación del tiempo y el espacio. Stiegler reduce la condición de posibilidad de la experiencia y de lo que hay en general (condición implícita en su discurso desde que éste opera con la noción de sucesión), a un momento en el que la emergencia de la tecnología haría posible el espaciamiento, la temporalización, la diferenciación y el diferimiento que producen la historia. Ahora bien, la economía vida y muerte, que Stiegler interpreta como un estadio que aparece con la invención de lo humano que vive a partir de lo no-vivo (los soportes técnicos), está ya en la estructura de la huella que dichos soportes han de presuponer en tanto que es su condición de posibilidad.

Para iluminar la cuestión es preciso recordar que Stiegler realiza una distinción entre su trabajo y el de Derrida. A Derrida en De la gramatología le interesa la lógica de la técnica de la escritura como suplemento: “Suplemento […] abriga en sí dos significaciones cuya cohabitación es tan extraña como necesaria. El suplemento se añade, es un excedente […] Pero el suplemento suple. No se añade más que para reemplazar […] en algún lugar algo no puede llenarse consigo mismo”.20 Como hemos visto con anterioridad, la escritura tiene una capacidad para almacenar los datos de la historia, para documentar y recordar lo que ha tenido lugar. Al inscribir lo que sucede en una ocasión particular, me proveo de un suplemento que puede retener detalles incluso si yo los olvido. A través de ella incremento mis posibilidades de recordar acontecimientos pasados, pero en el mismo gesto, señalo que escribo porque puedo olvidar. La escritura como suplemento es algo que puedo añadir, pero lo añado, porque puedo olvidar. Pues bien, mientras Derrida está interesado en esta lógica, en la condición de posibilidad de toda forma de inscripción (archi-escritura) y en su estructura (espaciamiento), a Stiegler le interesa no ya la lógica sino la historia de este suplemento.

En el segundo volumen de La técnica y el tiempo y en el capítulo dedicado a la época ortográfica, su propósito es mostrar “la especificidad de la escritura lineal en la historia de la archi-escritura, escritura ortográfica que también es fonológica, comprendida siempre de entrada como tal en primer lugar y cuya especificidad Derrida a menudo parece borrar, si no negar, en la historia de la huella”.21 Stiegler argumenta, a partir de Jean Bottero, que lo que es distintivo de dicha escritura es su capacidad para romper con el contexto de inscripción de una manera que no es viable para los signos pictográficos. Stiegler advierte la condición general de la archi-escritura en toda escritura. El espaciamiento del tiempo y la temporalización del espacio, hacen que toda escritura (o todo lo que hay) no pueda replegarse sobre sí misma en un contexto cerrado que haría imposible la relación del pasado con el futuro: “En toda escritura siempre habrá habido, en efecto, separación del contexto”. Sin embargo, añade “sólo con la ortografía se lleva a cabo la efectividad de la separación del contexto”.22

Stiegler encuentra problemático que en el exergo de De gramatología Derrida argumente que “la fonetización de la escritura [es el] origen histórico y [la] posibilidad estructural tanto de la filosofía como de la ciencia, [la] condición de la episteme”23 y en un capítulo del mismo libro (“De la gramatología como ciencia positiva”), que “Esta fonetización tiene una historia, ninguna escritura está absolutamente exenta de ella, y el enigma de esta evolución no se deja dominar por el concepto de historia. Éste aparece, se sabe, en un momento determinado de la fonetización de la escritura y la presupone de una manera esencial”.24Stiegler advierte en esta aseveración de Derrida que al centrarse en lo que se presupone de manera esencial (la lógica), lo que se descuida es justo la historia:

La gramatología elabora una lógica del suplemento […] Atenuando la mayoría de las veces la especificidad de la escritura fonológica, sugiriendo que la mayoría de las veces casi todo lo que ahí se desarrolla estaba ya ahí antes y sin hacer de esta especificidad, por lo tanto, una cuestión central (y ¿acaso en cierto modo no viene toda la gramatología a relegar necesariamente semejante cuestión?), ¿no debilitamos de antemano el Proyecto gramatológico? ¿No hacemos posible la objeción de que, a fin de cuentas, el suplemento no habrá sido nada efectivamente?25

Hay que comprender este movimiento en el desarrollo del proyecto del mismo Stiegler. La deconstrucción de la escritura y el habla es crucial porque muestra cómo el suplemento técnico (la escritura) está ya en el corazón del lenguaje. Deconstruye por lo tanto la oposición entre la exterioridad “accidental” del suplemento técnico y el lenguaje como necesidad o esencia. Sin embargo, para Stiegler esto es solamente un primer paso. Se trata de ir más allá de lo que contempla como una lógica del suplemento (el movimiento deconstructivo que localiza la contingencia dentro de la esencia o la co-implicación de la espacialización del tiempo y la temporalización del espacio en todo lo que hay) para pensar la historia del suplemento. El problema, como he señalado ya, es que la historia de la que habla Stiegler presupone asimismo la noción de sucesión y por lo tanto la estructura de la huella, que es lo que él, en última instancia, pretende historizar.

Detengámonos antes de reflexionar sobre las implicaciones que ello puede tener para la historia y su relación con la escritura. La estructura de la huella es diferancia, que significa a la vez diferenciación y diferimiento, espaciamiento en el tiempo y temporalización del espacio. Stiegler no puede responder a la siguiente pregunta: ¿Cómo es posible el conocimiento histórico y teórico de la técnica si la técnica es lo que hace posible la teoría y la historia? Podemos, por supuesto, llevar a cabo la genealogía de un concepto, pero en este caso lo que Stiegler está intentando hacer no es la genealogía de un concepto sino la genealogía de lo que haría posible la conceptualización. Es más, si la técnica como epifilogénesis (o memoria terciaria) es la condición de la transmisión del pasado, una genealogía de la técnica sería una genealogía de la genealogía. Derrida, sin embargo, advierte repetidas veces que no se puede tratar a la estructura de la huella como un objeto histórico o “genealogizable”, porque la estructura de la huella es la condición de toda historicidad. La diferancia no es “ni una palabra ni un concepto”,26 es la “posibilidad de la conceptualidad, del proceso y del sistema conceptuales en general”27 que requiere todo registro en el que se halle implicada la noción de sucesión. La diferancia, hablando con propiedad, “no es, no existe, no es un ser presente (on) cualquiera que este sea”.28 Pero no lo es, no porque sea algo inefable que trasciende el tiempo y el espacio, sino porque indica la co-implicación espacio y tiempo que impide que cualquier entidad pueda ser presente a sí misma. Derrida desdibuja la diferencia entre las escrituras porque le interesa su lógica, es decir, la archi-escritura: “lo que estructura la marca de la escritura misma, cualquiera que sea además el tipo de escritura (pictográfica, jeroglífica, ideográfica, fonética, alfabética) para servirse de esas viejas categorías”.29 Lo que Stiegler quiere pensar como la organización de la materia inorgánica (la prótesis, el soporte técnico, la escritura ortográfica), no produce la historia per se porque no inaugura, sino que ya presupone un espaciamiento (una espacialización del tiempo y una temporalización del espacio). Detengámonos para ver las consecuencias de todo esto que acabamos de señalar.

De la escritura a la archi-escritura: hacia un nuevo concepto de historia

En la Introducción de De la gramatología, Philippe Sollers nos proporciona un indicio valioso:

La palabra historia, entonces tendría en adelante dos sentidos: uno reduciría más la historia […] ¿No olvidamos constantemente que vivimos en un modo de producción transitorio (el modo de producción capitalista) que impone su concepción de la historia a partir de un tiempo a su servicio? […] Su razón de ser [de esta historia reducida] sería este desconocimiento de la escritura.30

¿Cuál sería entonces el otro sentido de historia? La historia es una escritura, es decir, una forma de inscripción, un programa que articula el juego de expansión de la huella en la espacialización del tiempo y en la temporalización del espacio. En este sentido, no es sino el movimiento de temporalización que articula la condición general de toda escritura. El concepto derridiano de historia no es por tanto, como quiere Koselleck, únicamente humano. El concepto metafísico de historia, lo que Sollers llama “la historia reducida”, es una escritura que se ha impuesto mediante la disimulación de su carácter de ser sólo una de las formas de inscripción que registran el pasado para el futuro, y cuya condición general es la archi-escritura. Tal y como advierte Michel Foucault en su reflexión sobre la Segunda intempestiva de Nietzsche, el concepto metafísico de historia es una “forma de historia que tendría por función recoger, en una totalidad bien cerrada sobre sí misma, la diversidad a fin [sic] reducida del tiempo”.31 Los supuestos de esta historia metafísica, por ejemplo el privilegio del ahora-presente como conciencia fundadora del sentido histórico, o la temporalidad lineal pasado/presente/futuro, se deconstruyen ya que la temporalidad es discontinua, es diferancia, espacialización del tiempo y temporalización del espacio. Esto implica que hay diversas escrituras y formas de inscripción que registran el pasado para el futuro y que no tienen que ser lingüísticas por necesidad: “no hay una sola historia, una historia general, sino historias diferentes en su tipo, en su ritmo, en su modo de inscripción, historias desfasadas, diferenciadas, etc”.32

La segunda conclusión que podemos extraer es la deconstrucción del sujeto-conciencia como lo que hace y da sentido a la historia. El sujeto-conciencia, como todo lo que hay, está sujeto a la estructura de la huella, a la espacialización del tiempo y a la temporalización del espacio. Aún más, la estructura de la huella precede y excede cualquier delimitación de lo “humano” porque lo temporaliza. La forma de escritura que ha privilegiado como forma de inscripción y registro del pasado para un futuro, es una más entre las que se han incluido “la inscripción genética” y “las cortas cadenas programáticas” hasta el “homo sapiens” y la escritura alfabética.33 Es evidente entonces que la historia de la metafísica, de la que depende el concepto metafísico de historia, “Pertenece a un conjunto al que sin duda ya no conviene el nombre de historia”.34 Este conjunto, que hemos considerado aquí como el movimiento de temporalización que articula la condición general de toda escritura, es decir, la archi-escritura, es el que proponemos llamar en una segunda acepción, siguiendo el indicio de Sollers y en un tenor sólo estratégico que nos permita lidiar con la cuestión, archi-historia. La archi-historia como movimiento de espaciamiento del tiempo y de temporalización del espacio que articula distintas formas de inscribir el pasado para el futuro, que por lo tanto articula distintas escrituras y obliga a pensar la huella “antes de la oposición naturaleza y cultura, animalidad y humanidad”35 desde que ésta designa “la apertura de la primera exterioridad en general, el vínculo enigmático de un viviente con su otro y de un adentro con un afuera: el espaciamiento”.36

¿Cuál es la relación de la archi-historia con la forma particular de inscripción y registro del pasado para el futuro que hasta hoy conocemos disciplinarmente como historia? No hay que comprenderla como la relación que existiría entre un plano empírico y uno trascendental porque hablamos de la espacialización del tiempo y de la temporalización del espacio y hay que recordar que, para Derrida, el tiempo y el espacio no son formas trascendentales de la intuición humana (a la Kant) que se dan de la misma forma con independencia de sus condiciones empíricas. En efecto, el espaciamiento del tiempo y la temporalización del espacio deconstruyen justo la distinción entre lo trascendental y lo empírico.

La huella es por necesidad espacial desde que la espacialidad se caracteriza por su capacidad para persistir a pesar de la sucesión temporal, y si el tiempo debe ser espacialmente inscrito, la experiencia del tiempo depende de los soportes materiales y técnicos que permiten inscribirlo. Lo trascendental no es sin lo empírico ni lo empírico sin lo trascendental. Es por ello que Derrida advierte que la inscripción no cae en un espacio constituido con anterioridad, sino que produce, en cada caso, la espacialidad del espacio. La producción, en cada caso, agudiza un sentido histórico que “escapará a la metafísica […] si no se posa sobre ningún absoluto […] [y que] reintroduce en el devenir todo lo que se había creído inmortal en el hombre”.37 Michel de Certeau, por citar un ejemplo, en “La operación historiográfica” se centra en cómo la historia como disciplina moderna descansa en ciertas técnicas que inscriben de una o de otra manera. El historiador es aquel que domina cierto número de técnicas desde el fechado de las fuentes, su clasificación, hasta su redistribución. Es tributario del grado de técnica utilizado para analizar. La revolución informática modifica de modo sustancial en este punto los procedimientos y multiplica las potencialidades de análisis. Pero lo interesante es que estas técnicas de inscribir la temporalidad en soportes materiales distintos (archivo documental, archivo digital, fichas, etc.) espacializan y producen espacios disciplinares inéditos, alteran, asimismo, el concepto de historia.38

Derrida puede pensar la experiencia del espacio y del tiempo sin reducir el espaciamiento a cierta época histórica o tecnológica (como parece hacerlo Stiegler en su interés por el suplemento técnico y por la escritura ortográfica). En efecto, lo que hace que haya distintas formas de escritura y de registro del pasado para el futuro, tiene que ver con la inscripción. La condición general de toda inscripción es el espaciamiento del tiempo y la temporalización del espacio que provoca que las inscripciones que trazan el tiempo puedan ser susceptibles de todo tipo de transformaciones, manipulaciones y borraduras. Ahora bien, esta condición general en tanto que es ella misma articulación de temporalidad, es irrebasable. Si el espaciamiento del tiempo y la temporalización del espacio fueran el efecto de unas condiciones históricas concretas, y no ellas mismas condición de la historicidad, el devenir sería contemplado como lo que acaece después o antes de algo (previo a la historicidad y posterior a la historicidad). Además de lo problemático de pensar un antes y un después del tiempo, la noción misma de antes y después implica ya a la sucesión y la sucesión implica a la huella y por ende al tiempo. La huella impide que haya un origen y un final de la historicidad -y de la técnica, podríamos añadir-, en tanto toda huella necesita, para serlo, inscribirse de una u otra manera. La historia no puede concebirse como historia del sentido produciéndose, desarrollándose, cumpliéndose, puesto que todo lo determinado históricamente, es decir, temporalmente, es discontinuidad, diferancia, temporalización y espaciamiento. Este nuevo concepto de historia que aquí sólo por estrategia hemos llamado archi-historia nos destrona y sitúa con todo lo que hay. Nos obliga a re-pensar nuestras escrituras o formas de inscribir el pasado para el futuro, junto con otras escrituras o formas de inscripción. Nos fuerza a cuestionar la problematización de la historia como una ciencia del espíritu que se opondría, de manera clara y distinta, a una ciencia de la naturaleza. La historia es entonces la reapertura hacia lo que nos desborda. Lo que nos indica -recordando a Sollers- que el tiempo no está a nuestro servicio.

Bibliografía

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1Jacques Derrida, Positions, p. 78. Las traducciones de citas provenientes de esta fuente, son mías.

2Jacques Derrida, Márgenes de la filosofía, p. 253.

3Jacques Derrida, La diseminación, pp. 91-261.

4El desplazamiento epistemológico comenzó con las primeras historias y los primeros desciframientos de las escrituras en los siglos XVII-XVIII. Jacques Derrida, De la gramatología, pp. 97-126.

5Derrida, La diseminación, op. cit., p.163.

6Idem

7Reinhart Koselleck, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, p. 311.

8Véase la discusión del Libro IV de la Física de Aristóteles en Derrida, Márgenes de la filosofía, op. cit., pp. 63-102

9Martin Hägglund, “The Arche-materiality of time: Deconstruction, evolution and speculative materialism”, pp. 265-277.

10Derrida, Márgenes de la filosofía, op. cit., pp. 43-44.

11Derrida, De la gramatología, op. cit., p. 86.

12Bernard Stiegler, La técnica y el tiempo. El pecado de Epimeteo, pp. 263-264.

13Ibidem, p. 205.

14Ibidem, p. 213.

15Ibidem, p. 264.

16Derrida, La diseminación, op. cit., p.163.

17Derrida, De la gramatología, op. cit., pp. 111-112.

18Stiegler, La técnica y el tiempo. El pecado, op. cit., p. 211.

19Ibidem, p. 211

20Derrida, De la gramatología, op. cit., p. 185.

21Bernard Stiegler, La técnica y el tiempo. La desorientación, p. 48.

22Ibidem, p. 87.

23Derrida, De la gramatología, op. cit., p. 8.

24Stiegler, La técnica y el tiempo. La desorientación, op. cit., p. 50.

25Ibidem, p. 51

26Derrida, De la gramatología, op. cit., p. 41.

27Ibidem, p. 46.

28Ibidem, p. 42.

29Ibidem, p. 356.

30Philippe Sollers, “Introducción. Un paso sobre la luna”, p. XV. 31 32

31Michel Foucault, “Nietzsche, la genealogía, la historia”, p. 18.

32Derrida, Positions, op. cit., p. 79.

33Derrida, De la gramatología, op. cit., p. 111.

34Ibidem, p. 310.

35Ibidem, p. 91.

36Ibidem, p. 92

37Foucault, “Nietzsche”, op. cit., pp. 18-19.

38Michel de Certeau, “La operación historiográfica”, pp. 67-118.

Recibido: 10 de Octubre de 2015; Aprobado: 15 de Diciembre de 2015

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