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Historia y grafía

versión impresa ISSN 1405-0927

Hist. graf  no.46 México ene./jun. 2016

 

Expediente

La escritura

Historia, escritura y acontecimiento*

History, Writing, and Event

Ricardo Nava Murcia1 

1Departamento de Historia-Universidad Iberoamericana México


Resumen:

El propósito de este artículo es mostrar cómo Derrida lleva a cabo la deconstrucción del concepto tradicional de escritura fuera de una mera inversión de la oposición entre voz y escritura, colocándola no en la reducción de esta última a una mera técnica anterior a todo sistema de habla, más bien como traza y trazo liberado de dicha oposición en cuanto a diferencia simple, jerarquía de un valor por otro y predominio absoluto de una sobre otra. Un análisis del concepto de escritura viene a plantear el problema de cómo pueden leerse los textos, la producción de sentido, lo que puede y no puede representar, así como los efectos performativos que despliega. Esto abre al menos tres proposiciones y cuestiones para los historiadores: la escritura como impresión sobre un soporte material, y cómo da a ver el acontecimiento, producido y alterado por el soporte de inscripción; la escritura como impresión no reducible a la memoria, pues está abierta al por-venir en las múltiples lecturas y reimpresiones de la escritura de la historia; y toda inscripción es iterable, esto es, repetible más allá de la intención del autor y más allá de su contexto de producción, lo que plantea cómo pueden leerse los documentos e historiografías.

Palabras clave: deconstrucción; escritura; historia; acontecimiento

Abstract:

The purpose of this article is to show how Derrida deconstructs the traditional concept of writing, beyond a mere inversion of the opposition between voice and writing, by locating it as a trace and a tracing that is liberated from said opposition -a hierarchy and the absolute predomain of one value for another- and not as a reduction of a technique that predates all systems of speech. An analysis of the concept of writing posits the problems of how texts can be read, of the production of meaning, what can and cannot be represented, and the performative effects that it puts on display. All of this opens up at least three propositions and/or questions for historians: writing as impression on a material support, and how it makes visible, produces, and alters an event; writing as an impression that is irreducible to memory, for it is open to the coming of the future (por-venir) in the multiple readings and reimpressions of the writing of history; and all inscription as iterable, that is, repeatable beyond the intentions of the author and the context that produced it, something to be considered in the reading of documents and historiographies.

Key words: deconstruction; writing; history; event

Cuando salí del último sótano, lo encontré en la boca de la caverna. Estaba tirado en la arena, donde trazaba torpemente y borraba una hilera de signos, que eran como las letras de los sueños, que uno está a punto de entender y luego se juntan. Al principio, creí que se trataba de una escritura bárbara; después vi que es absurdo imaginar que hombres que no llegaron a la palabra lleguen a la escritura.

Jorge Luis Borges, “El inmortal”

Tomar la escritura como un objeto de estudio, análisis y reflexión desde distintas disciplinas ha permitido que ésta sea considerada tanto una tecnología de la comunicación, el suplemento necesario de la oralidad, un auxiliar de la memoria, la representación del habla e incluso la condición de posibilidad del mismo lenguaje y transmisión oral, además de cómo ésta ha modificado nuestros mismos procesos cognitivos, es decir, nuestros mismos modelos de racionalidad. Por otra parte, la escritura también ha sido vista no como como un medio de transmisión del pensamiento, sino como la integración contextualizada de actividades humanas a través de signos. Históricamente, la escritura ha sido estudiada para mostrar los cambios que van de los sistemas de producción de textos manuscritos desde la Edad Media hasta el uso de la imprenta, para mostrar las diferencias entre alfabetizados y analfabetos, los usos particulares entre comerciantes y eclesiásticos, prácticas de lectura y los procesos de conservación de la memoria.1

De todos estos trabajos, me interesa en particular el de David R. Olson para situar el planteamiento siguiente: dependiendo del modo en que se entienda la escritura, nuestras formas de representación del mundo, la manera en que leemos los textos para producir sentido, construir conocimiento y orientar nuestras prácticas cotidianas, estarán determinadas. Si bien el propósito de este autor en su libro El mundo sobre el papel es mostrar cómo nuestros procesos cognitivos se han visto modificados por el uso de la escritura a lo largo de la historia, en lo particular desliza una propuesta que habrá que retener aquí: la relación entre habla y escritura es la opuesta a la aceptada por tradición, es decir, no se trata de seguir sosteniendo que el habla tiene la primacía en la comunicación y que la escritura es su mera transcripción, más bien, observar cómo los sistemas de escritura hacen posible la estructura de la lengua oral.2 Olson invierte la oposición tradicional entre voz y escritura, y recarga el peso en lo que esta última tiene como característica. Incluso hace eco de aquello que Derrida planteó desde la filosofía, al afirmar que éste sostuvo la idea de una escritura como anterioridad al habla.

El propósito de este artículo es, en consecuencia, mostrar cómo Derrida lleva a cabo la deconstrucción del concepto tradicional de escritura fuera de una mera inversión de la oposición entre voz y escritura, que coloca a ésta no en su reducción a una mera técnica anterior a todo sistema de habla, sino más bien como una traza y trazo liberado de dicha oposición en cuanto a diferencia simple, jerarquía de una valor por otro y predominio absoluto de la voz sobre la escritura. En otras palabras, y esto hace coincidir a Olson con Derrida, un análisis del concepto de escritura viene a plantear el problema de cómo pueden leerse los textos, la producción de sentido, lo que puede y no puede representar, así como los efectos performativos que despliega.

Esta deconstrucción del concepto tradicional de escritura abre al menos tres proposiciones y cuestiones que podemos considerar como envíos que Derrida nos hace a los historiadores: 1) La escritura como impresión sobre un soporte material. ¿Cómo, en tanto impresión (marca, huella, inscripción), ésta da a ver el acontecimiento alterado y producido por la operación historiográfica?; 2) la escritura como impresión no es reducible a la memoria pues está abierta al por-venir. ¿En qué sentido el acontecimiento alterado y producido está por escribirse, leerse y reimprimirse una y otra vez?; y 3) toda inscripción es iterable, esto es, repetible más allá de la intención del autor, de lo que éste haya querido decir y más allá de su contexto de producción, emisión y recepción. ¿Cómo pueden leerse los textos historiográficos desde un nuevo concepto de escritura y qué tipo de pasado puede producirse como discurso histórico?

A continuación se expondrá cómo Derrida realiza una deconstrucción de la idea tradicional de escritura a partir de la lectura que realiza en varios de sus trabajos. He seleccionado algunos que me parecen representativos y útiles para observar el despliegue de una nueva concepción de la escritura. Por último, de todo este entramado se desprenderán las consecuencias y efectos que ésta tiene para pensar la producción del acontecimiento y, por lo tanto, las posibilidades que se abren para poder leer la historiografía de otro modo.

La represión de la escritura

Lo que podría sostenerse como una tesis general de Derrida respecto a la concepción tradicional de la escritura a lo largo de la cultura y de la historia de la filosofía en Occidente es que la escritura ha estado degradada, subordinada y reprimida con relación a la voz, la presencia, el origen y, en consecuencia, a la verdad. Logofonofalocentrismo es una de las palabras que designa dicha represión. La escritura, para Derrida, ha estado determinada por lo que él llama metafísica de la presencia, constituida por los presupuestos de sustancia y esencia, origen pleno y verdad. Ha estado constituida por un sistema de oposiciones binarias en las que el primer término está jerárquicamente encima del segundo, pues lo degrada y excluye como un elemento negativo. El primero se posiciona como elemento positivo, mientras que el segundo es negativo. El binarismo llama a la toma de una decisión por el lado bueno o el malo. La decisión es obligada siempre por éste, pues si bien instaura una diferencia, es en oposición, no en sí misma. No se trata de una diferencia en sí misma en cuanto a una alteridad radical, sino, de manera abierta, opositora y degradante.

Podría sospechase que Derrida, al señalar este lugar secundario y reprimido en que la escritura ha sido colocada en la cultura occidental, trata de un contrasentido, pues no hay nada más representativo en el Occidente moderno que la escritura. Los sistemas económicos, jurídicos, académicos y en general sociales están sustentados en la primacía de la escritura, y en apariencia se desestima la de la voz, que Derrida cuestiona. Sin embargo, ¿en verdad la escritura es primaria como forma de comunicación a tal punto que, como dice la aseveración, “papelito habla”? Desde el punto de vista de la deconstrucción, insistiré en mostrar que no es así; que si de verdad se confiara en la escritura, como podría afirmarse, no habría la necesidad de la hermenéutica, de la exégesis, ni de las teorías de la interpretación, pues se confiaría de modo real en la escritura, siempre afirmando lo que ésta dice, tal y como lo dice. Sin embargo, no ocurre así. En el fondo, y como en el inconsciente, sin percatarse, se desconfía de la escritura. Se le sigue dando más valor a la presencia y su acto de habla, porque se cree que hay más garantía de transmisión del sentido. Cuando se leen los textos, las preguntas inevitables son qué es lo que el autor quiso decir, qué es lo que en verdad pensaba, su querer decir.

Sin embargo, se dirá que esto no es represión de la escritura, que todo proceso de lectura tiene que acudir fenomenológicamente al sentido del texto, porque éste guarda uno, siempre escondido. Se dirá además que la escritura tiene importancia, pues ahí está el mundo representado. Desde el punto de vista de la deconstrucción, no es así; no se percibe la degradación de la escritura porque está reprimida en los sistemas de pensamiento. Porque estas objeciones muestran lo que ocultan: que la escritura es una mera transcripción de la voz, que es representación del habla, una tecnología de la comunicación, auxiliar de la memoria, y esto es lo que para Derrida constituye tal degradación. Haciendo la analogía con el psicoanálisis, no se percibe porque la escritura es algo reprimido, como en el “inconsciente” del pensamiento en la cultura y la historia de la filosofía en Occidente.

De ahí que para Derrida haya la necesidad de una deconstrucción del concepto tradicional de escritura, que dé cuenta de la estructuración de la red de oposiciones binarias que la constituye y haga emerger otra idea de escritura, aquella que en tanto traza y trazo permite articular otras formas de cómo pueden leerse los textos en general, y en particular la historiografía.

A continuación se verá cómo Derrida, en la lectura que hace de dos filósofos, muestra cómo éstos mantuvieron viva dicha degradación en la historia de la cultura occidental y la redujeron a un veneno peligroso para la memoria y a un mero suplemento peligroso y perverso.

La escritura como un veneno para la memoria

En el ensayo “La farmacia de Platón”,3 Derrida muestra cómo ya en la filosofía griega se encuentra presente la degradación de la escritura como una reducción de ésta al habla viviente. Mediante ciertas tácticas que la deconstrucción despliega, se verá cómo este filósofo francés lleva a cabo una lectura que pone en evidencia que más que una condena de la escritura en nombre del habla, Platón designa a ésta como un veneno peligroso para la memoria, por lo que prefiere una buena escritura por encima de una mala.

Derrida partirá del Fedro, texto que, según él, para Platón tenía algo de juvenil. Muchas lecturas toscas o miopes propagaron el rumor de que ahí su autor condenaba simplemente la actividad del escritor, mientras que, de acuerdo con aquél, en el Fedro juega en su escritura a salvarla como el más noble juego.4 Derrida se sitúa, por tanto, en la última parte del diálogo, en donde se muestra el origen, la historia y el valor de la escritura. Aquí puede observarse una de las tácticas de lectura que opera en la deconstrucción: dirigir la mirada y el pensamiento, en el proceso de lectura, hacia los márgenes y bordes de un texto; a los comentarios de pasada, las notas al pie de página, los prólogos, lo poco importante, para poder ubicar ahí su condición metafísica. Pues como puede notarse, esta última parte del Fedro no es el tema central del diálogo, ya que éste trata sobre todo del amor y la belleza. Así, Derrida se sitúa en un margen, en un apartado poco importante en cuanto a la temática central.

En la lectura que realiza de este diálogo platónico señala que “El ocultamiento de la textura puede en todo caso tardar siglos en deshacer su tela”.5 Se refiere a la forma en que la escritura ha estado subordinada a la voz para poder deshacer esa tela metafísica en la que la escritura ha estado como un velo. Es decir, Derrida parte de que la escritura, como se evidencia en este diálogo, se ha mantenido como una mera transcripción del habla y como un auxiliar de la memoria, veneno peligroso para ésta. Al tomar el borde de este diálogo encuentra el relato en el que Sócrates advierte a Fedro sobre las pésimas consecuencias que ha tenido la escritura para los hombres.

Reunidos Sócrates y Fedro en las afueras de la ciudad, el primero ya había notado lo que el segundo traía bajo la capa: el rollo de un discurso escrito. “Tiene el texto o, si se quiere, el farmacon, escondido bajo su manto. Lo necesita porque no se ha aprendido el texto de memoria”.6 Esto significa, observa Derrida, que la escritura debe vincularse al problema del “saber de memoria”. En el relato que analiza, la cuestión sobre la escritura se abre en el momento en que Sócrates quiere examinar la conveniencia o inconveniencia que pueda haber en lo escrito, como si al final, me parece, Fedro estuviese admirado de que Sócrates no trajera escritos para utilizarlos en la apología de su discurso. Derrida llama la atención en el hecho de que el contexto es aquel en el que Fedro se pregunta qué hay en la logografía, pues los ciudadanos más poderosos y los más honrados experimentan vergüenza por escribir discursos, ya que temen el juicio de la posteridad y quedar como sofistas. Éstos son los hombres de la no-presencia y la no-verdad.7 La escritura, dice Derrida, es en el Fedro una escenificación, en la cual se señala la incompatibilidad entre lo escrito y lo verdadero. De ahí que la indicación está puesta en que si bien Sócrates, en principio, mantiene una posición neutral sobre la escritura, esto da pie para que Fedro se pregunte qué es escribir de manera deshonrosa.8

De esta manera, muestra cómo Sócrates cuenta a Fedro acerca del origen de la escritura. El mito egipcio pone en escena a una de las antiguas divinidades, Zeuz, quien fue el primero en descubrir la ciencia del número, del cálculo, la geometría y la astronomía. Por otra parte, reinaba en todo Egipto Zamus. Zeuz fue a verlo y le mostró sus artes para ser comunicadas a los demás. Zamus le preguntó sobre la utilidad de cada una de ellas y, según las consideraba como buenas o malas, las elogiaba o reprobaba. Pero llegado el momento de los caracteres de la escritura, Zeuz dijo que ésta ofrecía un conocimiento cuyo efecto sería hacer a los egipcios más instruidos y capaces de recordar, de tal forma que la memoria hallaba su remedio.9 Así, Sócrates, que había mandado de paseo a los mitos, apela a uno de ellos para responder sobre la cuestión de la escritura. Respecto al mito sobre el origen de la escritura, sostuvo que si bien los dioses la ofrecieron a los hombres como un fármaco-remedio, en realidad lo que le dieron fue un fármaco-veneno. Para Sócrates, la escritura, al ser meramente un auxiliar de la memoria, volverá a los hombres tardos en pensamiento, al impedirles cada vez más la facultad de la memoria. “Un poco más allá, Sócrates, compara con una droga (farmacon) los textos escritos que Fedro ha llevado. Ese farmacon, esa ‘medicina’, ese filtro, a la vez remedio y veneno, se introduce ya en el cuerpo del discurso con toda su ambivalencia”.10 Derrida deja ver que este juicio socrático sobre la escritura presupone ya su concepción metafísica y su condición binaria. Señalará también la problemática que circunda el concepto de fármaco: el de ser una palabra, como todo lenguaje, indecidible, pues tiene la doble semántica de ser cura y veneno; dos cosas a la vez. Sócrates se decide de manera juiciosa por una, aun al haber visto que los dioses dieron la escritura en otro sentido. La escritura, es cierto, es un fármaco, pero es imposible decidir si es cura o veneno -más adelante se verá cómo esto es importante para comprender el momento en que Derrida establece la différance entre voz y escritura-. Hasta aquí se puede situar la segunda táctica deconstructiva puesta en acto al momento de intervenir en los textos: observar en un discurso su condición metafísica, el poder ubicar su red de oposiciones binarias que lo determinan. Así, se puede observar cómo Derrida sitúa esta red de oposiciones binarias en el momento en que Sócrates la instituye: voz/escritura.

Para Roberto Ferro, en este binarismo el habla se presenta, al menos para la tradición occidental, como la forma de expresión de un pensamiento que, a pesar de su mediación, produce el efecto de una comunicación natural y directa.11 Señala que Jonathan Culler también describe la diferencia:12 la escritura se presenta como meras marcas físicas separadas del pensamiento que las produjo, pues éstas funcionan en ausencia de la presencia plena, es decir, de un hablante, y ofrecen un acceso incierto al pensamiento, al aparecer incluso anónimas y ajenas a cualquier hablante o autor. El habla es transmisión natural y directa, mientras que la escritura es artificial e incierta.

Ahora bien, si, como señala Derrida, Sócrates parece condenar la escritura, muestra cómo Platón presenta, a partir de la muerte de Sócrates, sus escritos como juegos, y acusa a los escritos en el escrito, esto es, acusa a la escritura por medio de la escritura.13 Como señala Ferro, el lugar otorgado aquí a la escritura es el de una metafísica representativa como canon privilegiado de la cultura occidental. Esta situación binaria -indica este autor- puede leerse de la siguiente manera: la escritura es considerada como algo sensible (cuerpo, materia) exterior al espíritu, al verbo, al logos. Platón la consideró como un fármaco peligroso que nos separa de la realidad: “la escritura cura y contamina a la vez”.14 Platón opone a ella las ideas que hacen presente al ser, en tanto presencia.15

Esta estructura presenta contradicciones. Ferro observa que, en el Fedro, Derrida lee que Sócrates se refiere a la posibilidad de que este hijo bastardo, que es la escritura-fármaco, tenga un hermano bueno, bien nacido, que será el habla; por tanto, podría también ser entendida como otro tipo de escritura. Con ello se deduce que, en tanto hermanas, ambas remiten a un padre originario. Ferro señala que hay por tanto una buena escritura natural, viva, sabia, inteligente, interior, hablante, que se opone a una mala escritura, que es artificial, moribunda, ignorante, sensible, exterior, muda.

Para este autor, lo que Derrida lee en el Fedro es que la buena escritura sólo es designada a partir de la mala en una red de oposiciones binarias. Esto implica que haya dos tipos de escritura, por lo que para Derrida la conclusión del Fedro es menos una condena de la escritura en nombre del habla presente, que la preferencia de una escritura a otra; es decir, la preferencia de una huella fecunda a una estéril, de una simiente generadora (depositada en el interior) a una desperdigada en el exterior, en pura pérdida a riesgo de una diseminación.16De ahí que, para Derrida, lo importante radica en que Sócrates prefiere más bien una escritura a otra, sin que necesariamente condene la escritura.

Se verá a continuación cómo, de Sócrates en adelante, la subordinación de la escritura a la voz se repite pasando por la concepción que Rousseau tiene sobre la escritura, una escritura que reproduce el gesto platónico pero agregando un elemento más: el de la escritura como un peligroso suplemento.

La escritura como ese peligroso suplemento

En el Ensayo sobre el origen de las lenguas, Derrida encuentra la reproducción del platonismo. La lectura de este texto va de la mano con la del Emilio o acerca de la educación.17 La observación general se centra en cómo Rousseau, desde un cuestionamiento sobre el habla viva y la presencia que ésta conlleva, no pudo evitar darse cuenta de que mediante la escritura el sujeto no puede menos hacerse presente a través de ella, por lo que, sostiene Derrida, está “más apurado por conjurarla que por asumir su necesidad”.18 De ahí que el propósito del Ensayo sea el de restaurar el habla por encima de la escritura. “Rousseau condena la escritura como destrucción de la presencia y como enfermedad del habla. La rehabilita en la medida en que ella promete la reapropiación de lo que el habla se había dejado desposeer”.19 Es decir, se trata de un doble gesto, pues el habla había sido poco a poco desposeída por el valor de la escritura; por tanto, hay la necesidad de restituir el habla mediante la condena de la escritura. La grafía resta presencia, sentido y verdad, mientras que la voz garantiza la comunicación. En este ejercicio rousseauniano, Derrida muestra cómo Rousseau había reflexionado sobre su propia actividad de escritor. La escritura era para él la restauración mediante cierta ausencia y calculada cancelación de la presencia decepcionada de sí en el habla. De ahí que escribir era la única forma de retomar el habla, ahí donde ésta no puede hacerse presente.20 En consecuencia, el acto de escribir es un sacrificio que apunta a la restauración simbólica de la presencia.21 Al respecto, debe notarse cómo se reproduce uno de los binarismos: presencia/ausencia.

Escribir resulta entonces algo miserable, pues ahí donde el habla fracasa, la escritura se vuelve necesaria. Ahora bien, la lectura que hace Derrida se acentúa en lo siguiente: el habla es expresión natural del pensamiento; a ella se le añade la escritura, se le adjunta como una imagen o una representación.22 La escritura es entonces lo opuesto, al no ser natural sino artificial. “Es la adición de una técnica, es una suerte de astucia artificial y artificiosa para hacer presente el habla cuando, en verdad, está ausente”.23 La escritura aparece, en consecuencia, como un suplemento peligroso para el habla. La representación simula la presencia, y el signo la cosa misma. Aquí es donde la lógica del suplemento se instaura como la novedad en la lectura que Derrida realiza del discurso de Rousseau.

Para Derrida esta lógica del suplemento tiene dos significaciones. El suplemento es aquello que se añade, un excedente y una plenitud que enriquece a otra plenitud, es decir, el colmo de la presencia. Ejemplificando con el arte, dice que es la techne, imagen, representación que se produce a modo de suplemento de la naturaleza para enriquecer la función de acumulación. Sin embargo, hace notar que el suplemento suple, se añade para reemplazar, ese en-lugar-de que tiene como objetivo completar y colmar algo que, al necesitar el suplemento, muestra su propia carencia. En el caso de la voz, también su falta de presencia. “En tanto sustituto, no se añade simplemente a la positividad de una presencia, no produce ningún relieve, su sitio está asegurado en la estructura por la marca de un vacío. En algún lugar algo no puede llenarse consigo mismo, no puede realizarse sino dejándose colmar por signo y procuración”.24 De esta forma, Derrida hace notar que el suplemento es exterior y extraño a la naturaleza de aquello que recibe el suplemento. Se trata, en suma, de una prótesis del habla.

Rousseau condena la escritura como destrucción de la presencia y enfermedad del habla. La escritura es una amenaza y una perversión, pues lo que ni la naturaleza ni la razón pueden tolerar, señala Derrida, es el suplemento.25 Así, lo que escapa a Rousseau es que al final lo que indica es la exhibición de una carencia originaria en la naturaleza; para este caso, en la voz. El discurso de Rousseau muestra que la presencia está siempre aplazada, diferida, y que lo suplementario es posible porque existe una carencia originaria. “La razón es incapaz de pensar esta doble infracción a la naturaleza: que haya carencia en la naturaleza y que por eso mismo algo se añada a ella”.26 Se trata, para Derrida, de observar, por tanto, cómo la escritura es un suplemento peligroso que engaña a la naturaleza y salva a los jóvenes, según Rousseau, de muchos desórdenes a expensas de la salud. Es decir que, para este, la escritura es una mera masturbación del habla, un suplemento peligroso, un añadido perverso, una práctica que, en su concepción de la sexualidad, se agrega a la sexualidad normal, de la misma manera que la escritura al habla.

Puede observarse cómo -lo interesante también en esta lectura que hace Derrida del texto rousseauniano- la deconstrucción está ya activa en la misma tradición filosófica, pero reprimida. Pues el mismo texto de Rousseau evidencia lo que se le escapa: esta lógica de lo suplementario. Porque si la presencia está siempre aplazada y es incompleta, lo que su configuración plantea es que no hay un más allá de los textos empíricos de una cultura, sino que son los suplementos, las cadenas sin clausura de los suplementos, los que quedan fuera, e instalan la marca de la imposibilidad en la seguridad de la diferencia entre lo interior y lo exterior.28

Si unimos aquí las lecturas del Fedro y de Rousseau que hace Derrida, ¿qué consecuencias se desprenden? De acuerdo con Ferro se puede mostrar aquí un aspecto concluyente: la escritura pensada como suplemento del habla implica, a su vez, que esta última está marcada con las características de la escritura: ausencia y malinterpretación. A ello se puede sumar la observación de que la escritura, al ser un veneno auxiliar de la memoria y un suplemento artificial agregado a la naturaleza, evidencia que lo que es en apariencia natural no es completo, que no hay ni presencia ni naturaleza en sí. En otras palabras, que hay una falta constitutiva tanto en el sujeto como en el mundo, y lo artificial, lejos de ser algo negativo y despreciable, es necesario para completar. La escritura es necesaria para la transmisión del sentido, del saber y del pensamiento, lo cual no es negativo, sino que puede explotarse, como hace Derrida, de manera afirmativa. Lo artificial compone lo que en apariencia es natural. Si la presencia siempre está diferida, el sentido nunca podrá ser aprehendido de modo estable y unívoco. El sentido estalla con perseverancia en una diseminación, y ésta muestra que la escritura, al no ser considerada fértil, una inseminación, hace que el sentido se desparrame en tierra; que la actividad del escritor sea una acción por completo onanista, improductiva, infértil, a diferencia de la de un orador

Con ello se puede observar otra táctica más de la deconstrucción: invertir la jerarquía de las oposiciones binarias, posibilidad que ya opera en el discurso metafísico. Hacerlo permite obtener, al mismo tiempo, la aporía o el límite de la diferencia, no tanto para sustituir un valor por otro, porque esto sólo llevaría al mantenimiento de la misma metafísica que se desea deconstruir. Más bien, para que el concepto o el discurso manifiesten el límite que los constituye, de tal forma que se perciba la dificultad de ser concebidos como una oposición jerárquica y puedan observarse en su différance.

La voz también está perdida, pues si fuera posible pensar que transmite con naturalidad el pensamiento, no se repara en que, al ser emitido un enunciado, la palabra hablada es lanzada a un exterior y, por tanto, a una deriva, ya que no somos dueños del sentido de nuestras palabras; la palabra también está sujeta al malentendido. Por su parte, la escritura permite que, de alguna manera, el pensamiento sobreviva a su autor, con independencia de las intenciones o su querer-decir. La voz también es ausencia. Una vez dicha la palabra, ya no tiene garantía de presencia, pues su sonoridad se pierde en la recepción. La escritura, a su vez, manifiesta cierta presencia al estar colocada en marcas que transmiten. La voz también es muerte, una vez emitido el enunciado está muerto en cuanto a su sentido. La escritura es también, por tanto, vida: una vez escrita, queda materialmente como depósito de la memoria, es decir, como archivo. La voz es también una cierta diseminación e infertilidad, al estar desconectada del pensamiento de quien habla. Así, la escritura tiene la fertilidad de inseminar para la memoria una différance de sentidos siempre abiertos y posibles.

A continuación se verá cómo, a partir de otros dos autores, Derrida muestra cómo ellos ponen en escena otra idea de escritura que permite romper con la idea de que ésta es un veneno peligroso y un suplemento. Ello hace posible que Derrida construya otro concepto de escritura, cuyas consecuencias estarán dadas en torno a cómo pueden leerse los textos, y en particular, la historiografía.

La puesta en escena de la escritura

Sobre la huella de Husserl

En la lectura que realiza Derrida del ensayo acerca de El origen de la geometría29 de Edmund Husserl, muestra cómo éste coloca a la escritura como el vehículo que permite pensar los objetos ideales con historia; es decir, la manera en que es posible unir tanto la génesis como la estructura.30 Para el filósofo francés, la consecuencia de este esfuerzo de Husserl, con independencia del logro que haya obtenido para poder pensar las ideas puras con historia, es que la escritura aparece como una huella ligada al tiempo, lo cual hace posible otra idea de escritura.

Derrida indica que la relación entre la génesis y la estructura se da en el marco de poder elucidar esta relación a partir de la pregunta por las condiciones de posibilidad del conocimiento universal y verdadero, sin ceder a las pretensiones del objetivismo y del historicismo. Sólo de esta manera se pudo evitar aquello más temido por las ciencias a finales del siglo XIX: el peligro del relativismo. ¿Cómo pensar las estructuras ideales con historia y mantenerlas como tales? Ésta es la pregunta en cuestión. Por lo que el problema planteado por Husserl es el siguiente: hay una tensión entre la estructura como idea a través de la cual se llega al conocimiento mediante la intuición sin historia y la delimitación del proceso histórico del camino al conocimiento universal, la génesis. Para dicha tensión, el ejemplo que ofrece Husserl es el de la geometría, ya que ésta da cuenta de estructuras ideales de carácter universal que no están determinadas por la historia. ¿Qué observa Derrida en esto respecto a una nueva concepción de la escritura? Muestra que hay una oposición binaria en la relación entre la génesis y la estructura. Sobre dicha oposición señala que Husserl introduce la cuestión de la técnica y el tiempo como condición de posibilidad de las estructuras ideales con historia, por medio de la escritura. La constitución de dicha oposición está determinada por el planteamiento general de Husserl en el ejemplo de la geometría: los objetos ideales se producen por actos de identificación de lo que nos es propio y se idealizan a partir del mundo sensible, finito y precientífico del mundo de la vida.31 Por tanto, la condición de posibilidad de los objetos ideales está dada en el lenguaje, la intersubjetividad y el mundo de la vida.

Como estructura, Husserl tomó el objeto matemático como ejemplo privilegiado de idealidad y transparencia, pues es por completo objetivo, al estar liberado de una subjetividad empírica.32 En cuanto a la génesis, Husserl, señala Derrida, piensa la historia como unidad caracterizada como unidad de huellas, de remisiones, de residuos y de síntesis dentro de la esfera egológica pura. Así, los objetos ideales son los únicos que garantizan la posibilidad de la historicidad al no pertenecer al eidos del ego concreto.33 De ahí que Husserl se pregunte por el origen de la geometría, y la sustrae de la idea de un geómetra que dispone ya de un sistema de verdades que opera en su acto geométrico, tanto como de la de un epistemólogo que de manera ahistórica, con un corte horizontal, estudia la estructura sistemática de la ciencia geométrica.34 De esta manera, Derrida muestra cómo Husserl trata de mantener las estructuras ideales de la ciencia con independencia de toda conciencia fáctica, pero haciéndolas depender de una subjetividad histórica concreta como experiencia trascendental antes que empírica.35

Derrida señala que el argumento de Husserl es que la condición de posibilidad de una evidencia geométrica no se da en el paso de una subjetividad que la haga evidente al tornarla objetiva, más bien, se vuelve evidente en tanto objetividad ideal. Esto se da solamente en el momento en que es puesta en circulación intersubjetiva.36 Es decir, desde el momento en que desde la experiencia fáctica del mundo de la vida hay necesidad de comunicarla. Los objetos ideales se dan a partir de la posibilidad del lenguaje, con lo que logran la objetividad. Las objetividades ideales de la geometría tienen un carácter común a todas las formas del lenguaje y de la cultura.37 Ahí donde la verdad geométrica es independiente de toda expresión lingüística privada y fáctica, esto es, de todo sujeto hablante y determinado por una cultura, la objetividad de esta verdad no puede constituirse sin el lenguaje puro en general.38

Hasta aquí Derrida observa que en el planteamiento de Husserl lo que parece una reducción al lenguaje y a la historia (una formación empírica insertada en subjetividad psicológica) es en realidad la puesta en acto de su encarnación histórica que libera lo trascendental. El objeto ideal se constituye en el momento en que está disponible para una mirada pura. De esta manera, la idealidad lingüística es sólo la mediación a través de la cual el objeto ideal se deposita como sedimentación y almacenamiento, reduciendo un objeto común. El lenguaje mantiene la verdad para que ésta pueda ser observada en la transmisión. Hace posible que la misma través de momentos y actos distintos.39 Es el lenguaje la condición de posibilidad de su dimensión temporal.

La consecuencia inevitable de la idealidad en su forma lingüística llev a Husserl, señala Derrida, a plantear a la escritura como aquella que asegura la tradicionalidad absoluta del objeto. Es decir, que la figura geométrica, al ser trazada, posibilita la estructura con historia.40 El sujeto hablante es incapaz de fundar de modo absoluto la objetividad ideal del sentido, puesto que para ser ideal necesita estar liberada de todo lazo con una subjetividad, por lo que es la posibilidad de la escritura la que asegura la posibilidad de la estructura con su génesis. La escritura emancipa el sentido respecto de su evidencia actual para un sujeto concreto; además, emancipa el sentido de su circulación actual y efectiva en el interior de una comunidad específica, como si fuese, indica Derrida, una comunicación virtual. La escritura hace efectiva la dimensión temporal y espacial.41“La escritura crea una especie de campo trascendental autónomo del cual todo sujeto actual puede ausentarse”.42 Así, el campo de la escritura tiene la originalidad de poder ir más allá, en cuanto a su sentido, de toda lectura actual en general, al mismo tiempo que tiene siempre la posibilidad de ser inteligible más allá de ésta. Por tanto, para Derrida la afirmación de Husserl es que el cuerpo gráfico es una carne, una corporeidad. Es decir, la escritura no sólo es un auxiliar mundano y mnemotécnico de una verdad cuyo sentido de ser no necesita consignación. “No sólo la posibilidad o la necesidad de encarnarse en una grafía ya no es extrínseca y fáctica respecto a la objetividad ideal: es la condición sine qua non de su consumación interna”.43 Si la objetividad ideal no se graba (inscribe, imprime, traza) en el mundo, o se encarna, no está constituida en pleno.

Derrida muestra, en consecuencia, que lo que Husserl despliega es la posibilidad de la escritura como aquella que permite la constitución de la objetividad al darse en una marca material que resguarda una inteligibilidad propia de un tiempo determinado, de ahí que por eso, para Husserl, este espacio-temporalidad de la escritura haga que la idealidad tenga las condiciones de su supervivencia implicadas en las de su vida, con lo que se libera de toda facticidad lingüística. “Paradójicamente, es la posibilidad gráfica la que permite la última liberación de la idealidad”.44 En suma, para Derrida, lo que Husserl hace posible es el campo de una fenomenología de la cosa escrita.

A partir de esto, podemos sostener que la lectura que hace Derrida de Husserl muestra que siempre hay un a priori material que sería de un solo golpe el signo como marca gráfica. Éste no es sólo el medio del pensamiento, más bien la condición de posibilidad de las ideas. El signo es, al mismo tiempo, tanto medio como traza y trazo; tiempo y técnica; rastro e inscripción. Si hay la posibilidad de una idea, de una estructura pura, es sólo a condición de su surgimiento en las múltiples formas de inscripción liberadas de toda subjetividad. Husserl no alcanzó a ver, al menos como lo muestra Derrida, que el signo no es un medio sin movimiento, sin vida, sino lo que hace posible que haya ciencia. El signo es constitutivo del mundo de la vida, pues el sujeto tiene que ver con él en una originariedad puesta a la deriva por la Différance misma. Tiene que ver primero con signos antes que con una determinación absoluta del lenguaje y antes que con la comunicación. Toda experiencia del mundo se da en los signos. Ahí donde el giro lingüístico coloca al lenguaje como condición de posibilidad de la experiencia y ahí donde la teoría de sistemas sociales coloca a la comunicación como condición de posibilidad del sentido y del mundo; para Derrida, lo que hace del Presente Viviente toda primera experiencia con el mundo, son los signos. Por lo tanto, la escritura y cualquier tipo de inscripción en general es lo que hace posible el pensamiento, el lenguaje y la comunicación. Lo que Derrida lee en Husserl es, a fin de cuentas, la puesta en escena de otro concepto de escritura: traza y trazo que puede ser leído con independencia de la intención del autor, de su querer decir y del contexto de producción y recepción. Aparece una escritura marcada por su historicidad, esto es, por su finitud, y nos coloca en otra relación con la muerte, la representación, la memoria y el olvido. Relación que se puede ver completada y singularmente trabajada en cómo Freud pone en escena la escritura.

La escritura como impresión mnémica sobre un soporte material de inscripción

¿Qué noción de escritura pone Freud en escena? En el ensayo Freud y la escena de la escritura, Derrida muestra cómo en la “Nota sobre la ‘pizarra mágica’” el fundador del psicoanálisis hace pensar la escritura de otro modo: la escritura como huella mnémica (escritura de memoria) en relación con un soporte de inscripción. La escritura, si bien es prótesis de la memoria, pone en su acto de inscribirse la borradura y alterado de su ser huella.

En lo que constituye sólo una nota breve, antes que un ensayo, “Nota sobre la ‘pizarra mágica’”,45 Freud explica lo que un juguete para niños ofrece en torno a las funciones de la percepción y la memoria. Al ejemplificar cómo uno se sirve del papel y del pizarrón para registrar pensamientos para que éstos no caigan en el olvido, va señalando los límites de ambos soportes técnicos de escritura como auxiliares de la memoria. Freud comenta cómo los distintos soportes permiten cierta duración de la memoria, esto es de las huellas mnémicas. Si bien resultan limitados para lo que el aparato psíquico sí puede percibir, ya que éste lo hace de manera ilimitada, para Freud el bloc mágico resulta ser la analogía ideal con el fin de mostrar el funcionamiento del aparato psíquico, ya permite mayor rendimiento que la hoja de papel y que el pizarrón, pues este artefacto ofrece dos cosas similares a las del aparato perceptivo: una superficie siempre dispuesta a registrar nuevas percepciones y otra para preservar de modo duradero huellas de impresiones recibidas.

En la descripción que hace del funcionamiento del bloc mágico, Freud señala que se trata de una tablilla de cera o resina de color oscuro colocada en un marco de cartón. Sobre la tablilla de cera hay una hoja delgada y transparente fija en el extremo superior de aquélla. Tiene dos estratos que se separan entre sí: arriba, una lámina transparente de celuloide; abajo, un delgado papel encerado transparente también. Si el aparato no se usa, la superficie inferior del papel encerado está adherida con levedad a la superficie superior de la tablilla de cera. Para escribir en ella, se trazan los signos sobre la lámina de celuloide de la hoja que recubre la tablilla de cera. Estos trazos se hacen por medio de un punzón que rasga la superficie y sus incisiones producen el escrito. Al respecto, el señalamiento importante que hace Freud es que la acción de rasgar no es directa, sino que se produce a través de la hoja que sirve de cubierta:

El punzón, en los lugares que toca, hace que la superficie inferior del papel encerado oprima la tablilla de cera, y estos surcos se vuelven visibles, como una escritura de tono oscuro, sobre la superficie clara y lisa del celuloide. Si se quiere destruir el registro, basta con tomar el margen inferior libre de la hoja de cubierta, y separarla de la tablilla de cera mediante un ligero movimiento. De ese modo cesa el íntimo contacto entre papel encerado y tablilla de cera en los lugares rasgados (es justamente lo que hace visible el escrito), y no vuelve a establecerse cuando ambas se tocan de nuevo. Ahora la pizarra mágica ha quedado libre de toda escritura y preparada para recibir nuevos registros.

Para Freud, lo más interesante es cuando señala que si se separa toda la hoja de cubierta de la tablilla de cera, el escrito desaparece, y así la superficie queda libre de escritura y con la posibilidad de recibir nuevas inscripciones. Sin embargo, en la tablilla de cera se conservan las huellas duraderas de lo escrito, las cuales se pueden ver con una iluminación adecuada. De esta forma, dicho artefacto ofrece lo que un pizarrón, esto es, una superficie siempre utilizable, al igual que la hoja de papel; en consecuencia, sostiene Freud, resuelve el problema de unir en dos operaciones sistemas separados vinculados entre sí.48

De esta manera, la analogía con el bloc mágico muestra los procesos de impresión de las huellas mnémicas en cuanto a cómo unas quedan registradas en dos lugares, preconsciente-consciente, o en el inconsciente, unas no duraderas y otras permanentes pero no conscientes. Ahora bien, ¿qué es lo que se pone en juego en cuanto a los procesos de impresión? La escritura como impresión y memoria, las posibilidades de su borradura y de su dejar huella del borrado. Lo que se registra es una escritura como huella que se imprime como trazo mnémico.

La lectura que hace Derrida de la “Nota” muestra cómo lo que Freud pone en escena como escritura está justo en esto: una escritura como huella o marca que imprime memoria y porvenir de esta memoria, ya que Freud, aun conservando una idea metafísica y logocéntrica sobre la escritura (escritura como auxiliar de la memoria y como representación del habla), pone en escena una escritura como traza y trazo mnémico, impensable sin la represión.49 La analogía freudiana del bloc mágico con el aparato psíquico no trata, según Derrida, sobre la ausencia de memoria o la finitud originaria y normal del poder mnémico, más bien lo hace sobre las condiciones que imponen a estas operaciones las superficies de escritura, es decir, de la suplementariedad de un sistema en un único aparato diferenciado de reserva infinita de huellas.50

Las características que señala Derrida de esta escena de la escritura son: que la profundidad del bloc mágico trata de una profundidad sin fondo que consiste en un infinito remitir y en una exterioridad superficial; esto es, de estratificación de superficie cuyo interior no es más que otra superficie.51 Así, la escritura aparece como huella que sobrevive al presente, como huella permanente de lo escrito.52 Freud abre la posibilidad de pensar la escritura para pensar el tiempo de la huella que ofrece el pedazo de cera, el tiempo como una economía de la escritura, ya que “Las huellas sólo producen el espacio de su inscripción dándose a sí mismas el periodo de su desaparición”.53 Freud habla entonces de una escritura diferida, una marca iterable que no se deja atrapar en la oposición voz/escritura, y deja fuera la idea de un origen absoluto de la percepción, de la huella primaria. Para Derrida la escritura aparece como una relación técnica entre la vida y la muerte, con lo que abre la cuestión de la técnica y el tiempo.54 La huella, por tanto, implica que toda escritura es el borrarse a sí misma, el borrarse de su propia presencia, siempre consignada para su desaparición.55

De esta manera la escritura está ligada al soporte técnico que vehiculiza todo tipo de impresiones y cómo éstas se inscriben en él. En otro trabajo, Derrida llama la atención a esto, ligado al problema del archivo.56 La función de la escritura y de lo tipográfico implica entender a ésta como una marca en una superficie o espesor de un soporte. En tanto inscripción que se imprime en dicho soporte, se trata de pensar a éste como un lugar de consignación o de registro.57 La importancia de esto radica en que la puesta en escena de la idea de escritura freudiana permite pensar cómo el acontecimiento se da a ver y está determinado por los soportes técnicos de impresión. Es en el acto de impresión y del soporte en donde la escritura hace su tiempo, registro y conservación, borrando algunas veces, pero dejando siempre una huella del borrado. Toda impresión de escritura en su hacerse huella se caracteriza por su borrarse y alterarse, con lo que produce efectos en lo real.

Una escritura ligada al tiempo, a la memoria, y determinada por el soporte de impresión, abre, en consecuencia, la posibilidad de observar cómo desde el modo en que se ha articulado una deconstrucción del concepto de escritura en Derrida, se perfila un nuevo concepto de escritura, el cual es una invitación a pensar nuevos modos en que pueden leerse los textos. A continuación se verá cómo emerge otra escritura.

Un nuevo concepto de escritura

Después de identificar a la represión de la escritura cómo un fármaco y un suplemento, así como de la puesta en escena de otra forma de entender la escritura, Derrida propone a la archi-escritura como la puesta en escena de la différance de la oposición entre voz y escritura. Se trata de un tercer concepto, nombre o indicación que ya no señala a la voz o a la escritura sino que las nombra a la vez para mostrar que entre ellas hay en verdad una diferencia, pero en donde ya no pueden concebirse como una oposición, porque, como ya se ha visto, ambas están marcadas con propiedades similares pero en diferencia: la voz está marcada por cierta ausencia y la escritura por cierta presencia. En esto se puede observar cómo Derrida ha llevado a cabo una inversión de la oposición, como paso necesario para poder indicar dicha différance. Se trata de un tercer concepto que, además, no es dialéctico, puesto que no se trata de colocar a la archi-escritura como una síntesis que reconcilie los contrarios en oposición. Más bien, se trata de un tercer concepto que sólo puede darse a través de pensar la escritura al mostrarla como la sugerencia de que la pretendida derivación de la escritura por real y masiva que sea, no ha sido posible sino con una condición: que el lenguaje “original”, “natural”, etc., no haya existido nunca, que nunca haya sido intacto, intocado por la escritura

que él mismo haya sido siempre una escritura. Archi-escritura cuya necesidad queremos indicar aquí y esbozar el nuevo concepto; y que sólo continuamos llamando escritura porque comunica esencialmente con el concepto vulgar de escritura. Éste no ha podido imponerse históricamente sino mediante la disimulación de la archi-escritura, mediante el deseo de un habla que expulsa su otro y su doble y trabaja en la reducción de su diferencia.58

Para Roberto Ferro, este concepto permite la distinción por medio de la cual Derrida concibe la escritura. Marca una diferencia con el sentido tradicional y restringido de escritura, tal y como la constituye el pensamiento logocéntrico.59 El privilegio de la escritura acepta que el lenguaje media en la relación del sujeto con el mundo; pero la escritura, en tanto es considerada por Derrida como una huella, se sitúa en un estrato más originario y estructural. Maurizio Ferraris señala a propósito que antes de que se haya identificado un nivel lingüístico, y aislado un ámbito de la experiencia en que encontremos signos, nuestra experiencia está determinada por contenidos no conceptuales, que se ramifican en signos, códigos, lenguajes y conciencia. Las huellas, desde estas consideraciones de Ferraris, son la condición de posibilidad, tanto del pensamiento como de la experiencia; con lo cual se puede afirmar que, si fuera posible encontrar una estructura o realidad última, un fundamento absoluto para la experiencia, tendría la forma de la huella.60

La archi-escritura, comenta Ferro, coloca a Derrida tomando en cuenta la interrelación del habla y la escritura, que observa en toda la tradición metafísica (de Platón a Lévi-Strauss), en un desmontaje de todo lo reprimido en tanto prejuicios consolidados por la tradición occidental. Es cierto que hay una inversión del binarismo, mas para Derrida significa constituir la escritura “no como un sustituto que reproduce otro real y presente situado más allá de ella”.61

Podría pensarse que la archi-escritura es de entrada un concepto estructurado por la misma metafísica que se ha puesto en duda, pues hace referencia a la palabra Arké, que significa origen, mandato o autoridad. Sin embargo, para Derrida también se trata de tomar un nombre desde la misma tradición metafísica, imposible de superar y al mismo tiempo bajo la conciencia de que no se dispone de otro lenguaje que no sea el de la misma metafísica. La diferencia está en que, al nombrar esta différance de la voz y la escritura, Derrida sostiene que en tanto différance, la referencia al origen se hace considerando a éste como un origen originalmente puesto a la deriva, que difiere, retarda, demora tanto el sentido del origen, como su estabilidad. Dicho en otras palabras, lo que está pospuesto es que se trata de la referencia a una escritura ori- ginaria garante del origen tanto de la voz como de la escritura. Se trata más bien de la referencia a un origen sin origen pleno. Un origen tachado; por tanto, una escritura originaria diferida. Para Derrida, la archi-escritura no es un sistema identificable que se pueda demostrar de modo empírico. Se trata de un sistema anterior a todo sistema de voz y a todo sistema de escritura. Antes de que hubiese una oposición binaria jerárquica, sólo había voz y escritura sin oposición.

¿Qué es, por tanto, preguntarse por lo que la escritura representa y no representa? En este sentido, “La escritura sólo sería la que se produce en el juego, en la deriva sin fin de la différance”.62 Ferro señala que la archi-escritura no se circunscribe sólo al campo lingüístico, sino que considera a todo los signos. Es así como entendemos por qué hace estallar el horizonte semántico que gobierna la noción de comunicación, condición de posibilidad del lenguaje en tanto sistema articulado.63 En consecuencia, Derrida apostará por tomar en serio, y de otra forma, aquello que ha sido visto como degradado en la escritura, para afirmarla en los campos del lenguaje, la comunicación y la interpretación.

La archi-escritura como iterabilidad

Así se llega a lo que Derrida propone como característica de esta archi-escritura y de toda inscripción en general: la iterabilidad. Para Derrida, comenta Ferro, esta iterabilidad, en principio, depende de la comprensión de que una cadena de significantes o de sonidos tiene esa función en tanto son repetibles, si son susceptibles de ser reconocidos como los mismos en diferentes circunstancias.64 En “Firma, acontecimiento, contexto”,65Derrida explica esta característica de la iterabilidad.

En primer lugar, indica que un signo escrito es una marca que permanece y no se agota en el presente de su inscripción, lo que da lugar a una repetición en la ausencia y más allá de la presencia de un sujeto empíricamente determinado; la marca se repite con independencia del contexto en que se ha producido. La iterabilidad se entiende como el hecho de que un signo, en tanto marca material, pueda repetirse más allá de su autor, dado que el ser una marca permite que funcione como huella repetible.

En segundo lugar, Derrida señala que, debido a lo anterior, un signo escrito comporta una fuerza de ruptura con su contexto, al entender este último como el conjunto de presencias que organizan el momento del trazo de una inscripción. Esta fuerza de ruptura no es un mero accidente, sino la estructura misma de lo escrito. Para Derrida, este contexto es aquel denominado como “real”, presente de la inscripción, la presencia del escritor, el medio ambiente, el horizonte de experiencia, la intención, el querer-decir, todo lo que hace posible la inscripción. La iterabilidad hace que la marca pueda ser legible, aun si el contexto se ha perdido para siempre, si no se puede saber lo que el autor ha querido decir en conciencia e intención en el momento en que ha escrito. El signo está abandonado a una deriva esencial por su misma iterabilidad. Además, explica, también incluye el contexto semiótico e interno de un texto, pues en éste la fuerza de ruptura no es menor. Por la iterabilidad se puede tomar un sintagma escrito fuera de la cadena en el que está dado, sin que pierda toda su posibilidad de funcionamiento en la comunicación. De aquí que Derrida sostenga que un signo, marca o sintagma pueda ser sacado de su contexto originario e injertado en otro. Ningún contexto puede cerrase en sí mismo, así como en ningún código. La iterabilidad, en consecuencia, asume que ningún contexto es de manera absoluta determinable para estabilizar el sentido de una frase o discurso, como tampoco ningún contexto es por completo saturable. Esto subraya la crítica que hará a la hermenéutica en general: aquella que sostiene que todo texto fuera de contexto es puro pretexto, haciendo depender una multiplicidad de sentidos como válidos, si y sólo si están determinados y controlados por el contexto en el que se produjo la comunicación o emisión. Al contrario, todo texto fuera de contexto es productivo, hace sentido y puede funcionar en otros contextos ajenos al originario.

En tercer lugar, esta fuerza de ruptura se refiere también al espaciamiento que constituye un signo escrito, aquel que separa al signo de los otros elementos de la cadena contextual interna (la posibilidad de ser sacado e injertado, dice Derrida) y de todas las formas de referente presente. Un espaciamiento que no es una simple negatividad, sino la condición de posibilidad de surgimiento de la marca.

Derrida afirma que estas tres características no se reducen a la comunicación escrita sino que constituyen a todo lenguaje; también el habla tiene una condición de iterabilidad, pues cualquier lenguaje hablado tiene por condición, para que funcione, la de estar localizado en un código. Una palabra emitida es reconocida por su repetitividad, a partir de las variaciones empíricas y el tono de voz. Con un determinado acento siempre es posible reconocer la identidad de una forma significante.

¿Qué consecuencias se desprenden de este nuevo concepto de escritura para nuestras formas de representación historiográfica, la manera en que leemos los textos para producir sentido, construir conocimiento y orientar nuestras prácticas cotidianas? Ésta ha sido la pregunta inicial del presente trabajo, y en torno de ella, en este escrito se seguirá sosteniendo que es a partir del modo en que entendemos la escritura, de sus distintas formas, como se puede responder a esta interrogante.

Un texto, al ya no estar determinado de manera absoluta por el contexto de emisión, ni por la intención originaria del autor, puede ser sacado de dicho contexto y ser injertado en otros contextos. Esta consecuencia plantea otro modo de relación del historiador con el documento; lo hace consciente de cómo, al representar también el acontecimiento a partir de otras representaciones, éste vuelve transformado y alterado por el soporte o medio que lo da a ver de cierto modo. Los soportes de inscripción en los que se imprimen las huellas son los productores del acontecimiento. Cuestión activa en los modos de operación historiográfica. De ahí que, como se verá a continuación, la escritura en tanto impresión no puede reducirse a la memoria, pues está abierta al porvenir. Ahí donde toda impresión es iterable, los textos pueden ser leídos de modo diferente.

La escritura en la escritura de la historia

¿Cómo pueden leerse los textos historiográficos?

Toda escritura es una impresión sobre un soporte material. Una huella de memoria que al inscribirse es portadora de la posibili- dad de su borradura y de dejar su resto del borrado. Es legible más allá de su autor y del presente de su inscripción. Esta condición de archi-escritura permite un juego distinto en las posibilidades que se abren en cuanto a la construcción del sentido o, si se prefiere decir, en cuanto a su interpretación. Para un ejemplo concreto de dichas posibilidades, refiero al lector a otro trabajo que por razones de extensión de éste no me detengo a explicar.66 Sin embargo, puedo decir que en la operación historiográfica, esto es, en la actividad que realiza el historiador cuando escribe historia, el momento en el que lee los textos (documentos y en general todo artefacto historiográfico) es aquel que ya está atravesado por la deconstrucción del concepto de escritura que se ha explicado. La información extraída de dichos textos está ya siempre a la deriva, esto es, fuera de contexto desde el momento en que, como escritura, se ha inscrito. Esto hace que el historiador solamente continúe dicha descontextualización, por más que sus esfuerzos sean lo contrario. Michel de Certeau había dicho ya lo mismo: el gesto del historiador comienza por poner aparte “de reunir, de convertir en ‘documentos’ algunos objetos repartidos de otro modo”. Y más adelante recuerda que este gesto se hace al producir los documentos en el momento en que copia, transcribe o fotografía, con lo que lleva a cabo un cambio de lugar y de condición de sus objetos. Se trata de piezas que llenan un conjunto de lagunas establecido a priori.67 Este gesto evidencia una deconstrucción en los procesos de lectura, de interpretación, de disposición de la información y de estructuración del texto histórico: la escritura alterada, transformada y en juego siempre fuera de su contexto e injertada en otros contextos. Sentidos construidos siempre más allá de lo que los signatarios, autores, testigos o productores de los textos quisieron decir, habrían querido decir o hayan dicho. Esto manufactura el texto histórico y produce las ya sabidas ficciones de historiador, las cuales, por cierto, no significan que no ofrezcan un pasado a la sociedad presente.

La lectura, desde esta nueva idea de escritura, invita al historiador a leer en los márgenes, en los bordes, en los comentarios de pasada y en las notas al pie de página y en lo poco importante. De esta forma pueden observarse las fisuras de un entramado textual, las contradicciones, los límites, e incluso las aporías o problemas no resueltos. Hay que llevar a los autores más allá de ellos. La fidelidad al autor no estaría en mantener vivo su querer decir sino en hacerle decir lo que no habrá acaso querido decir, usando sus mismas palabras, argumentos y secuencias de desarrollos. De esta forma, nuevas lecturas estarán abiertas al porvenir. Es en este sentido que se ha sostenido aquí que la escritura como archi-escritura no se reduce a la memoria, sino que está abierta a su provenir. En otras palabras, un texto nunca termina de leerse, pues si en sus contextos históricos hay una polisemia implicada, esto es, muchos posibles sentidos, en una lectura deconstructiva el sentido está diseminado, esto es, que el texto dice más aún fuera de su contexto al ser injertado en múltiples contextos, ajenos y exteriores al originario.

Impresión, registro y alteración del acontecimiento

La escritura como impresión sobre un soporte material da a ver el acontecimiento alterado y producido por la operación historiográfica; ésta como medio que desrealiza el acontecimiento mismo. El acontecimiento, en tanto escritura, está afectado por la historicidad de su ser inscripción, su borradura y su dejar huella del borrado. En otras palabras, el acontecimiento está afectado por la técnica (escritura) y por el tiempo (historicidad). En tanto escritura como marca material iterable, se repite con independencia del momento de su enunciación, de la intención del emisor, con lo que vuelve problemáticas las distintas formas o modos de tratamiento histórico del acontecimiento, hasta el punto en que éste se torna como aquello imprevisible e imposible de aprehender. La condición de posibilidad del acontecimiento no puede ser pensada sin la vehiculización escrita. Al historizarse en la espacio-temporalidad de la escritura, la iterabilidad pone en movimiento la transmisión de la tradición, del saber y de la memoria, al mismo tiempo que su precariedad se constituye sobre el riesgo de su destrucción. Sin embargo, la inteligibilidad del sentido y la comprensión del acontecimiento se ven obturadas en el mismo momento en que la forma escritura lo determina, pues es la misma escritura la que pone de manifiesto la ambigüedad del lenguaje: el posible sentido ya está vehiculizado por un signo gráfico. Así, la escritura del acontecimiento impide hacer presente en su totalidad lo ocurrido o lo que sucede; no remite a un origen pleno y tampoco lo da a ver tal cual. Lo que el acontecimiento en su forma escritura opera es, más bien, una des-realización del acontecimiento mismo por la misma condición de su iterabilidad.68 Las múltiples reiteraciones propias de la escritura, sumadas a las múltiples tecnologías de la comunicación, fabrican el acon- tecimiento, dando a ver sólo la ficción de aquello que, se dice, ha ocurrido. De esta manera, su materialidad gráfica lo coloca bajo las condiciones que hacen de todo texto la historia de sus interpretaciones, la diseminación del sentido y la deriva de su différance.

La des-realización del acontecimiento que lleva a cabo la escritura de la historia se produce en la posibilidad imposible de su aprehensión. Cada grafía que se signa sobre el papel, sobre el libro de historia, está precedida por los criterios de selección, por la pregunta de investigación y por esa redistribución del tiempo propia de toda operación historiográfica.69 La escritura no transmite las ideas y hallazgos que sobre un pasado el historiador encuentra en los archivos, más bien, el conjunto de sus operaciones son el mismo mundo de la vida que determina en cada enunciado sus condiciones históricas. Las condiciones de posibilidad de la producción del acontecimiento están en las multiplicidades que intentan organizar su sentido y que sólo lo dan a ver en una hechura ficcional propia de la materialidad misma de los archivos, de su organización, de su custodia y de las autoridades que salvaguardan la supuesta correcta interpretación. El deseo del historiador por la presencia plena del acontecimiento, en tanto evidencia empírica, sólo puede permanecer diferido en tanto deseo por aquello que está ausente, pues sólo podría hablarse de presencia del acontecimiento a partir de la oposición presencia/ausencia. Esta oposición se ve fragmentada en el momento mismo en que el medio de la escritura de la historia, sus operaciones técnicas, sus múltiples dispositivos que dan a ver elacontecimiento, lo des-realizan para mostrarlo sólo como percepciones originarias de otro origen, lo dan a ver performativamente interpretado, borrando la certeza entre lo presente en pleno o lo ausente por completo, con lo cual queda sólo un acontecimiento a modo de una virtualidad lejana de la realidad de su acontecer. En consecuencia, se puede afirmar que el acontecimiento se deconstruye en su propio movimiento, borrándose, pues no sucede sino repitiéndose y alterándose.70 El origen del acontecimiento sólo puede ser un origen diferido con respecto a sí mismo en otro origen; esa alteridad del origen es la que abre el acontecimiento como aquello imprevisible de aprehender tanto es su antes (un pasado) y su después (un futuro).

Por lo tanto, el acontecimiento podría enunciarse como una espectrografía, pues esta noción cumple con la condición de la archi-escritura como huella: ser reproducido en ausencia de quien lo produjo. La reproducción técnica es constitutiva de la huella, tal y como podemos desprender de la lectura que hace Derrida de Freud y de Husserl. En consecuencia, es posible pensar la huella como lo que vuelve, ahí donde la reproducción técnica produce un efecto de asedio: deja entrever y hace aparecer la posibilidad de nuestra desaparición y nuestra ausencia.71

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1Las afirmaciones anteriores pueden verse en los trabajos de Walter Ong, Oralidad y escritura; Alfonso Mendiola, “Las tecnologías de la comunicación. De la racionalidad oral a la racionalidad impresa”; David R. Olson, El mundo sobre el papel. El impacto de la escritura y la lectura en la estructura del conocimiento; Roy Harris, Signos de escritura; Armando Petrucci, Alfabetismo, escritura, sociedad; Valentina Torres (coord.), El impacto de la cultura de lo escrito; Roger Chartier, El mundo como representación. Historia cultural: entre práctica y representación; y Guglielmo Cavallo y Roger Chartier (dirs.), Historia de la lectura en el mundo occidental.

2Olson, El mundo sobre el papel, op. cit., pp. 89-92.

3Jacques Derrida, “La farmacia de Platón”, pp. 91-260.

4Ibidem, p. 97.

5Ibidem, p. 96.

6Ibidem, p. 105.

7Ibidem, p. 99.

8Ibidem, p. 100.

9Ibidem, pp. 110-111.

10Ibidem, p. 102.

11Roberto Ferro, Escritura y deconstrucción. Lectura (h)errada con Jacques Derrida, p. 97.

12Idem.

13Derrida, “La farmacia de Platón”, op. cit., p. 240.

14Ferro, Escritura y deconstrucción, op. cit., p. 100.

15Idem.

16Idem.

17Jacques Derrida, “Ese peligroso suplemento...” y “Génesis y estructura del Ensayo sobre el origen de las lenguas”.

18Ibidem p. 182

19Idem.

20Idem.

21Ibidem, p. 183.

22Ibidem, p. 184.

23Ibidem, p. 185.

24Idem.

25Ibidem, p. 190.

26Idem.

28Así lo hace notar Ferro, Escritura y deconstrucción, op. cit., p. 101. Vid. asimismo Derrida, De la gramatología, op. cit., pp. 195-206.

29Jacques Derrida, Introducción a “El origen de la geometría” de Husserl.

30Me sirvo para esta lectura que hace Derrida de Husserl de un trabajo anterior que delimitaba otras cuestiones: Ricardo Nava Murcia, “Deconstruir el acontecimiento: cierta posibilidad imposible desde la génesis y la estructura”.

31Derrida, Introducción, op. cit., p.11.

32Ibidem, p. 14.

33Ibidem, pp. 13-15.

34Ibidem, p. 22.

35Ibidem, p. 22.

36Ibidem, pp. 50-55.

37Ibidem, p. 60.

38Ibidem, p. 72.

39Ibidem, p. 75.

40Ibidem, p. 84.

41Ibidem, p. 85.

42Idem.

43Ibidem, p. 86.

44Ibidem, p. 88

45Sigmund Freud, “Nota sobre la ‘pizarra mágica’”, pp. 239-247.

48Ibidem, p. 246.

49Jacques Derrida, “Freud y la escena de la escritura”, pp. 271-317.

50Ibidem, p. 306

51Ibidem, p. 307.

52Ibidem, p. 308.

53Ibidem, p. 310.

54Ibidem, p. 313.

55Ibidem, p. 315.

56Jacques Derrida, Mal de archivo. Una impresión freudiana, p. 34.

57Idem

58Derrida, De la gramatología, op. cit., p. 73.

59Ferro, Escritura y deconstrucción, op. cit., p.102.

60Maurizio Ferraris, Introducción a Derrida, pp. 78-79.

61Ferro, Escritura y deconstrucción, op. cit., p. 103.

62Idem.

63Ibidem, p. 104.

64Idem

65Jacques Derrida, “Firma, acontecimiento, contexto”, pp. 347-372

66Ricardo Nava Murcia, “Deconstruyendo la historiografia. Edmundo O’Gorman y La invención de América”.

67Michel de Certeau, La escritura de la historia, pp. 85-86.

68Decir que el acontecimiento se des-realiza significa lo que Derrida sostiene respecto a cómo la actualidad, esto es, el acontecimiento mismo, se produce de modo artificial como un artefacto. “Formateado”, “inicializado” por dispositi- vos mediáticos, el acontecimiento está siempre producido, performativamente interpretado por numerosos dispositivos ficticios o artificiales, jerarquizadores y selectivos; nos llega -afirma Derrida- a través de una hechura ficcional. Son los medios (y aquí vale decir, los soportes de impresión) los que dan a ver el acontecimiento. Jacques Derrida y Bernard Stiegler, Ecografías de la televisión. Entrevistas filmadas, p. 15.

69Con respecto a lo que se entiende por “operación historiográfica”, vid. Certeau, “La operación historiográfica”, en La escritura de la historia, op. cit., pp. 67-118.

70Para profundizar en esta des-realización del acontecimiento que se da a ver al alterarse iterablemente, vid. Derrida y Stiegler, Ecografías, op. cit., pp. 45-56.

71Ibidem, p. 145.

Recibido: 10 de Octubre de 2015; Aprobado: 20 de Diciembre de 2015

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Este artículo es una versión ampliada de un apartado de mi libro Deconstruir el archivo: la historia, la huella, la ceniza, México, Universidad Iberoamericana- Departamento de Historia, 2015. En éste se planteó cómo Derrida lleva a cabo una deconstrucción del concepto tradicional de escritura para situar algunas de las operaciones tácticas de la deconstrucción y, así, observar cómo la escritura en tanto huella está implicada en aquello que el archivo da a ver: el acontecimiento. Desde lo propuesto en aquella ocasión, me interesa recuperar esta deconstrucción del concepto de escritura para mostrar de manera más amplia cómo Derrida efectúa en distintos momentos y en determinados textos la propuesta de un concepto de escritura que viene a plantear algunos retos al trabajo que los historiadores realizamos en el análisis de fuentes, en las historiografías y en la producción del acontecimiento.

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