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Historia y grafía

versão impressa ISSN 1405-0927

Hist. graf  no.42 México Jan./Jun. 2014

 

Reseñas

 

La otra revolución en la URSS

 

Cristian Uriel Solís Hernández

 

Zubok, Vladislav. Zhivago's Children. The Last Russian Intelligentsia. Estados Unidos, Harvard University Press. 2009.

 

Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Campus Sonora Norte, México.

 

El historiador ruso Vladislav Zubok titula esta obra Zhivago's Children con referencia a la generación intelectual soviética que fue influenciada por la tradición cultural y moral del escritor Boris Pasternak (1890-1960) y su novela Doctor Zhivago. Los "hijos de Zhivago" fueron quienes comenzaron el cambio intelectual en el interior de la Unión Soviética.

Transcurrían los años de las purgas estalinistas, cuando miles de intelectuales se denunciaban uno a otro por sobrevivir. Aunque la guerra contra Hitler significó un respiro debido a la movilización de artistas, escritores y científicos por parte del régimen para motivar al pueblo y diseñar armas, la censura y la represión siguieron siendo la constante.

Fue en este contexto cuando Boris Pasternak escribió Doctor Zhivago (1957). La novela de Pasternak, según Zubok, fue el primer desafío al silencio cultural de la posguerra y tuvo gran impacto en el mundo; fue determinante para que el autor recibiera el Premio Nobel de Literatura en 1958. El funeral de Pasternak fue la primera demostración considerable de solidaridad cívica en la Unión Soviética (p. 19). Para Zubok, la muerte de este poeta fue el momento en que otra comunidad espiritual y cívica emergió en la mentalidad popular.

Zubok revela a lo largo de este libro cómo las influencias culturales desempeñaron un papel importante en los cambios de la sociedad soviética, más profundos aún que la ideología y la política. La literatura comenzó a tener un renacimiento con la muerte de Stalin. Anatoly Cherniaev y Alexander Tvardovsky (este último editor del periódico Novy Mir, Nuevo Mundo), junto con Vladimir Pomerantsev, impulsaron la honestidad en la literatura, en contracorriente de la literatura establecida durante la hegemonía estalinista (pp. 54-55).

Cuando Nikita Khrushchev (1894-1971) reveló al Comité Central del Partido Comunista los crímenes de Stalin, los jóvenes universitarios iniciaron una confrontación: unos defendían a este y rechazaban a aquel; otros, estaban de acuerdo con la línea oficial. Así comenzarían los debates intelectuales y los sucesos como los de la primavera de 1956, cuando los estudiantes reemplazaron a los viejos organizadores del Komsomol y se presentaron discusiones acaloradas. En el departamento de Filosofía los estudiantes decían: "Marx y Engels son banales", "Lenin es anticuado. Déjenos leer a Bujarin", y "el partido central no es un icono". Entre esos estudiantes estaban Yevgeny Plimak, Yuri Kariakin y Anatoly Butenkom, figuras que colaborarían en la glasnot de Mijaíl Gorbachov.

La desestalinización no significó el final del ideal comunista. Al contrario, para Zubok, significó un rejuvenecimiento del idealismo y la identidad intelectual (p. 71). Uno de los momentos más radicales fue el 23 de octubre de 1956, con la revolución nacional antiestalinista en Budapest. Este levantamiento ganó la atención de numerosos estudiantes universitarios de Moscú y Leningrado, quienes deploraron los valores del "socialismo real", exigían glasnot y el final de la tiranía burocrática (p. 77). El movimiento surgió de la cultura, pues la kgb reportó que la revolución en Budapest había empezado con discusiones literarias en el Círculo Petófi, un club de escritores inconformes (pp. 80-81).

La "coexistencia pacífica" de Khrushchev abrió una nueva oportunidad para viajar e interactuar con extranjeros. Los jóvenes rusos habían crecido en un ambiente de xenofobia y de propaganda antioccidental, por lo que la "coexistencia pacífica" significó una nueva apertura. Pero hubo quienes se opusieron, como Alexander Kazembek, un aristócrata nacionalista de derecha, que publicó en Literaturnaia Gazeta en 1957 una serie de artículos en los que señalaba a los Estados Unidos como un país sin cultura, de comercialismo y entretenimiento de masas. El editor del periódico, un estalinista apasionado, recibió el artículo como una salvación contra las "fuerzas cosmopolitas" (p. 97).

Se dieron debates entre los periódicos. Pravda fue el vocero del liderazgo del partido, primero en circulación; Izvestia, segundo en tiraje, llegó a ser el diario de la intelligentsia; apoyaba a gente en la sociedad que quería renovar, reformar la medicina, la educación, el teatro, los servicios, los costos y la vida social. El editor de Izvestia fue Alexei Adzhubei, quien se casó con la hija de Khrushchev y así tuvo apoyo para su puesto. Hubo crecimiento en los medios de comunicación, incluyendo la televisión.

Los hijos de Zhivago no dudaban que Marx había descubierto las leyes que guiaban el proceso histórico. El marxismo podría explicar por qué la Revolución rusa se había transformado hacia el régimen estalinista. Muchos intelectuales antiestalinistas durante el "deshielo" pensaron que un "regreso de Lenin" ayudaría a revelar la verdad acerca del pasado. Los intelectuales comunistas hicieron algo que no consumó el partido: tomaron seriamente ideas y cultura y debatieron de una manera igualitaria y en un ambiente democrático. Su edad fluctuaba entre 35 y 40 años y discutían libremente los temas sensibles de la sociedad soviética. Creían que las reformas en la Unión Soviética eran inevitables y que vendrían pronto (p. 160).

Las fuentes principales de Zubok fueron los textos literarios, la prensa y los escritos de los pensadores de la época, que le permitieron revelar el hermético paradigma soviético y construir el contexto intelectual donde se discutían las ideas referentes a ese paradigma. Zubok es claro al exponer que la apertura se dio a través del arte, la literatura y la ciencia, y no por medio de la ideología. Para él, los jóvenes intelectuales buscaban un significado individual en la vida y un ambiente más humanístico (p. 185).

Aunque la intelligentsia rusa tuvo momentos de renacimiento con Khrushchev, no pudo completarse por la represión del sistema; y jamás lo conseguiría porque al derrumbarse el sistema, caería junto con él, ya que ese sistema la sostenía. Al acabarse el mundo del lenguaje al que pertenecían, entraron en una esfera intelectual diferente y ajena a su cosmovisión, que los arrojó al olvido.

Hubo también un creciente número de escritores y artistas que buscaban rehabilitar el patriotismo y la grandeza imperial rusos. Se apoyaron en los conceptos antiliberales, chauvinistas y antisemitas. Había una búsqueda por la identidad cultural grupal. Para 1965, el nacionalismo, las identidades étnicas, nacionalistas y el antisemitismo tenían un papel central en la discusión intelectual. Esto dejó a los hijos de Zhivago no solo en desacuerdo con el régimen, sino en guerra entre ellos mismos (p. 225).

Debido a que los lectores de Novy Mir eran multiétnicos y la misión del diario era revelar los crímenes de Stalin contra rusos y no rusos, intelectuales y campesinos, el diario fue objeto de ataque de los estalinistas y nacionalistas xenófobos rusos. El antisemitismo entre el partido ideológico y las autoridades culturales, como en la kgb y la Komsomol, nunca perdieron la oportunidad para presentar a Novy Mir como un periódico judío (p. 250).

Figuras judías como Ehrenburg y Tvardovsky reconocieron los efectos corrosivos del nacionalismo ruso antisemita. Ambos dedicaron grandes esfuerzos para formar una identidad más amplia, donde elementos socialistas y cosmopolitas pudieran coexistir con el nacionalismo y el patriotismo. La política se dividía entre la izquierda de intelligentsia y la derecha nacionalista. Esto disminuyó las oportunidades para la formación de un nuevo movimiento democrático.

Mediante la cultura, las raíces religiosas y la cosmovisión, Zubok encuentra los obstáculos que impidieron el progreso democrático y global de la URSS. Más allá de la ideología, del centralismo y de la KGB, había un discurso colectivo xenófobo que no podía entender el discurso occidental para adaptarse a los cambios de un mundo que fue más revolucionario que la misma Unión.

Desde 1965 hasta 1967 hubo una demanda pública para la revisión del pasado estalinista y la dialéctica materialista del marxismo-leninismo. La interpretación de la historia soviética y del marxismo-leninismo era parte del monopolio del régimen; pero repentinamente había llegado a ser un material explosivo en las manos de los escritores, historiadores y filósofos (p. 269). En esa coyuntura se presentó el libro de Alexander Nekrich intitulado 22 de junio de 1941, donde reveló hechos que ponían en entredicho tanto las mentiras oficiales acerca de la entrada a la guerra de la URSS, como el chauvinismo ruso y el liderazgo de Stalin. Con ello se proclamaba la apertura de archivos y documentos clasificados, pero el Estado lo prohibió (p. 271).

En la economía también hubo mentes reformadoras, como la de N. Nemchinov, que entendieron la necesidad de mejorar el papel de la moneda como una reguladora de la producción y el cambio, e impulsora del menor control de precios y de la competitividad. En 1960 este economista había publicado el folleto "Valor y precios bajo el socialismo", que inició una discusión pública en Pravda, Izvestia y otros periódicos (p. 276).

Los hijos de Zhivago, como los llama Zubok, comenzaron a entender que el partido y la ideología marxistas no iban a dar los cambios por sí mismos. Se necesitaban reformas y mayor apertura. De ahí que no veían con entusiasmo a la Revolución china y su dogmatismo. Un intelectual moscovita, corresponsal de Literaturnaia Gazeta que había estado en Europa en 1968, no podía más identificarse con los estudiantes de la Sorbona que cargaban imágenes de Mao, Che Guevara, Lenin, Trosky y Stalin. Él estaba harto de los retratos de los líderes en la Plaza Roja. Los disidentes occidentales ignoraban la trágica experiencia comunista y sus realidades (p. 283). Los intelectuales entendieron que detrás de los jóvenes radicales en China y las guerrillas en Vietnam había manipuladores despiadados que solo traerían más tiranía, y no mejoraban la libertad (p. 295).

El 21 de agosto de 1968 las fuerzas armadas de la Unión Soviética, la República Democrática Alemana, Polonia, Hungría y Bulgaria, invadieron y ocuparon Checoslovaquia. Hubo 170 000 efectivos soviéticos. La mayoría de los rusos aceptaron la invasión como una necesidad para la seguridad de la Unión y el equilibrio del mundo. Para muchos no era invasión, porque habían salvado a Checoslovaquia en 1945 (p. 291). Esto evidenció que las relaciones entre Occidente y los intelectuales rusos eran casi inexistentes. La agenda de la Nueva Izquierda Occidental era muy diferente de la de los reformistas checos y rusos. Los occidentales querían mejorar su democracia pluralista, erradicar el racismo, la discriminación contra las minorías y la autoridad jerárquica en la vida social y académica. Los intelectuales de izquierda en la URSS solo podían hacer que el partido omnipotente y el Estado observaran sus propias leyes soviéticas (p. 295).

Había una sensación general entre los intelectuales de izquierda de que la historia los había traicionado ante la falta de apertura y el evidente atraso de la URSS respecto a Occidente. Los estudiantes de finales de los años sesenta, que habían nacido entre los cuarenta y los cincuenta, crecieron en un tiempo de paz y no recordaban a Stalin. Esta generación fue experimentando un continuo declive del romanticismo e idealismo, y según las mismas fuentes rusas, los jóvenes se iban volviendo más materialistas, con ideas y principios diferentes (p. 316).

Las influencias occidentales no generaban automáticamente valores liberales y democráticos entre los estudiantes, pero sí iban socavando el proyecto comunista. Un número creciente de estudiantes catalogaban El capital como un texto "talmúdico" irrelevante para sus necesidades. No se consideraban verdaderos comunistas, pero tampoco veían a Occidente como la real democracia y libertad, sino como el mundo del consumismo. Asociaban el estilo de vida occidental con ropa de moda, marcas comerciales, rock and roll, Hollywood y héroes, pero estaban conscientes de que ahí se gozaba de un nivel de vida más alto. Se sentía a la vez envidia de ese mundo y desilusión por los mitos soviéticos (p. 318).

La poca apertura que había tenido la prensa se terminó en febrero de 1970, cuando Tvardovsky fue forzado a renunciar como editor de Novy Mir. Con ello se acabó el concepto de literatura libre. A partir de ahí, cualquier intento de organizar una literatura independiente fue reprimida (p. 327). Las cosas empezarían a cambiar radicalmente con la llegada al poder de una nueva generación.

Con Gorbachov arribó una generación que había leído y discutido las ideas de Jean-Paul Sartre, Martin Heidegger y Herbert Marcuse. Sus integrantes abrevaron en la Historia de la URSS escrita por el comunista italiano Giuseppe Boffa, los trabajos de Palmiro Togliatti, Antonio Gramsci y los artículos de Willy Brandt y Francois Mitterrand. Gorbachov y su esposa Raisa rechazaron el antisemitismo de los nacionalistas por considerarlo una traición a los ideales socialistas, viajaron a países occidentales preguntándose cómo mejorar el socialismo (p. 336).

Para 1988, glasnot hizo que miles de libros fueran abiertos al público, libros que contenían ideas no comunistas. En agosto de 1988 apareció el primer periódico no gubernamental; al mismo tiempo, los prisioneros políticos organizaron el grupo "Memorial" para documentar la historia soviética y la persecución de disidentes (p. 343). Pero ya nada pudo detener el colapso moral, intelectual y espiritual de los años noventa.

La intelligentsia, como una autoridad moral durante la perestroika y la glasnot, empezó a decaer una vez que los intelectuales estuvieron dentro de la política. Con el abandono de los ideales comunistas en favor del liberalismo occidental y los conceptos capitalistas, los intelectuales perdieron sustento moral e intelectual. No eran expertos en esas áreas, y el número de consejeros occidentales en Rusia los eclipsaron (p. 353).

La historia de los hijos de Zhivago finalizó en la década de los noventa. Zubok nos expone así "una historia de luchas de intelectuales y artistas por recuperar la autonomía de un régimen autocrático que buscaba el control de la sociedad y la cultura. Es también la historia del alto precio que pagaron por esta autonomía" (p. 356). Fue en momentos difíciles cuando una gran parte de la última intelligentsia rusa apoyó a Yeltsin con todo y sus defectos, con tal de impedir la instalación de los ultranacionalistas antiliberales o el regreso del comunismo autocrático.

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