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Historia y grafía

versión impresa ISSN 1405-0927

Hist. graf  no.41 México jul./dic. 2013

 

Reseñas

 

Encuentro con el memorioso

 

An encounter with the Memorius

 

Priscila Pilatowsky Goñi

 

Zermeño Padilla, Guillermo. La historia y su memoria. Entrevista(s) con el historiador Moisés González Navarro, México, El Colegio de México, 2011.

 

Memory is dynamic, it's alive. If some details are missing, memory fills in the holes with things that never happened.

De la película Vals con Bashir, dirigida por Ari Folman

 

El nombre del libro desconcierta. Parece abstracto, por no decir teleológico. Sin embargo, advierte al lector: si bien tratará la historia, enfocará la construcción de su recuerdo. El subtítulo revela al decodificador: un historiador memorialista. A primera vista se despliega una serie de entrevistas precedidas de sugestivos encabezados. A manera de un segundo homenaje a su maestro,1 Guillermo Zermeño activa el recuerdo de Moisés González Navarro sobre algunos pasajes de su vida y experiencia en la disciplina. El resultado es un collage de anécdotas, aventuras, reflexiones, algunos relatos cómicos y conclusiones sobre un momento clave en la historia de la historiografía mexicana. En un tono más parecido a una conversación informal que a una entrevista programada, el diálogo entre los dos historiadores conduce al lector más allá de un relato individual. En él se palpan pasajes exquisitos del período identificado con la profesionalización de la historia en el país: en sus lugares, sus hombres y sus paradigmas.

Sin procurar apologizar a su biografiado, Zermeño se interesa en los pormenores de una vida en tanto pieza de un tejido más amplio de instituciones y personalidades. González Navarro nació en Guadalajara, Jalisco, estudió derecho en la Universidad de esa ciudad e ingresó al Centro de Estudios Sociales de El Colegio de México poco después de que éste dejara de ser la Casa de España. Por lo tanto, estuvo bajo tutela de las figuras fundadoras: Víctor Urquidi, Arturo Arnaiz y Freg, José Medina Echavarría, Silvio Zavala o Daniel Cosío Villegas. El entrevistado fue investigador del Centro de Estudios Históricos y vivió momentos tónicos del pasado historiográfico del país. En la actualidad, es de los pocos autores testimonio de esa época, que a la fecha sigue proyectando trabajos prometedores.

El interés de Zermeño no se centra en conocer asuntos inéditos del personaje a quien entrevista. Antes bien, lo trata de "memorialista", es decir, como una fuente de primera mano para evocar el marco humano, cultural y material que vio a la historia instalarse como un saber autónomo en el país. De ese recuerdo traslucen fenómenos sobre la socialización intelectual, los encuentros y desencuentros con actores políticos, las limitantes materiales e institucionales, o los puntos críticos que marcaron los tránsitos entre regímenes: positivismo, historicismo, marxismo. Por lo tanto, la entrevista puede ser vista como un doble ejercicio. Primero, a manera de una compilación informativa sobre el proceso de confección de la disciplina. Segundo, como un procedimiento con el que un historiógrafo activa el recuerdo de un historiador. Es una continua detonación del recuerdo para capturar posibles registros inéditos. Es la observación de la reflexión de la historia sobre sí misma. Es un movimiento de actualización.

En consonancia, la introducción al texto previene de las trampas de la memoria, o bien, da prescripciones para orientar una historia oral: "la memoria no trascurre lineal ni progresivamente. Siempre se puede regresar a la escena que da origen al relato, no siempre detectada al primer giro. La memoria es tenaz y selectiva, y su emergencia depende de situaciones y momentos particulares".2 Así, el modo de operar de la conversación se resume en un juego de insistencias, nunca forzadas, para precipitar al entrevistado sobre temas precisos. De algún modo, Zermeño hace de González Navarro una ruta nueva para responder preguntas que había abierto en otros lugares de su obra. Por ejemplo, el papel de la historiografía católica, el impacto de los conflictos sociales en la historia nacional, la evolución del concepto "mestizaje", la profesionalización de la historia y la institucionalización de un discurso histórico, o las zonas de contacto entre historia, política y filosofía.3 La entrevista acaba siendo una metodología para penetrar al lado humano y vivencial de un momento historiográfico. El transcurso de la plática va generando ambientes que difícilmente serían fabricables acudiendo a fuentes tradicionales. El ejercicio de la memoria evoca al sentimiento, la sensibilidad, a las personas, a esos puntos latentes que han sido, de cierta forma, la "caja negra" de la historia intelectual.

Con fidelidad a la secuencia cronológica que suele regir los relatos de vida, las preguntas iniciales apuntan a los primeros años del historiador. El jalisciense revela sus primeros contactos con la historia tras concluir sus estudios de Derecho en su ciudad natal. En un momento en que la disciplina carecía de una oferta laboral, este autor laboró como juez en sus primeros años activos. La anécdota es muy curiosa y se recarga ante varias preguntas. El narrador aclara que sorteó las consecuencias de desafiar a la política. Como jurista recibió presiones de muchos tipos. En una ocasión intentó imponer una multa al primo hermano del presidente Lázaro Cárdenas. Entonces, exigieron a este juez mudar su despacho a una región de menor importancia, pero en ese momento, una invitación de Daniel Cosío Villegas lo sacó de improviso, justo para ingresar como profesor investigador en el Centro de Estudios Históricos (CEH) de El Colegio de México.

Varias escenas iluminan estupendos detalles del mundo intelectual entre las décadas de 1940 y 1950. El Colegio carecía de condiciones para garantizar a González Navarro un trabajo; de hecho, la docencia no existía. Así, sus mentores lo instaron a seguir su carrera de legista. Ciertos eventos narrados revelan la precariedad sufrida por las primeras generaciones de la institución. Los seminarios se organizaban en condiciones improvisadas, en una sala de la biblioteca de la Secretaría de Hacienda, que entonces se ubicaba en Palacio Nacional. Similar a la reunión de un cónclave, en las sesiones "había cabezas" que dirigían un tema, "y cada cabeza tenía sus ayudantes".4 De alguna manera, esto revela que los seminarios distaban de parecerse a lo que son ahora, donde un profesor es mediador de discusiones sobre lecturas o investigaciones. Si hacemos caso de lo que Zermeño asumió en La cultura moderna de la historia con relación a la influencia de Rafael Altamira en México, aquella organización de clases pudo basarse en el modelo de seminario alemán cuyas prácticas inauguró el padre del positivismo, Leopold von Ranke. "Seminario como el lugar ideal para adiestrar a los jóvenes aprendices bajo la dirección de un maestro". Una clase de formación orientada por la idea del "artesano de connotación gremialista y jerárquica".5 Con esto, un relato acerca de las estrategias didácticas de los primeros tiempos del Centro de Estudios Históricos podría aludir a lugares de apropiación de corrientes alemanas sobre la enseñanza, la investigación y la reproducción del discurso histórico.

Nuestro entrevistador va evocando en su interlocutor momentos de juventud con temas aparentemente frívolos: recuerdos, emociones, sentimientos, que si bien apuntan al corazón de la vivencia del hombre, van también al de la historiografía. A la pregunta ¿México se veía como una ciudad tranquila?, González Navarro sorprende: el lugar era perfectamente habitable. Era posible ir y venir del sur al centro en poco tiempo, lo que le permitía tomar cursos en varios puntos de la ciudad y encontrarse con "todo tipo de gente"; no sólo historiadores, también los artistas, escritores y políticos del momento: José Clemente Orozco, Diego Rivera, José Vasconcelos, Alfonso Reyes o al mismo Rafael Altamira. En ese mundo relativamente chico, el lado mágico de esos tiempos fue haberlo situado dentro del olimpo historiográfico del país: Silvio Zavala, Daniel Cosío Villegas, Edmundo O'Gorman. Sin decir que tuvo por compañeros a quienes harían su propia leyenda, Luis González, por ejemplo.

El jaliciense recuerda a sus maestros y exalta sus afabilidades. Salen a flote imágenes evocativas del carácter personal de algunos. El talante reservado de Silvio Zavala, en contraste con el "garbo" de Edmundo O'Gorman es una minucia que podría explicar la ausencia de confrontación durante la célebre polémica que puso en jaque al positivismo frente al historicismo. Aparte, es de maravillar que en un país sin un mercado laboral para el historiador, el alumno dependiera tan estrechamente de su maestro. Las relaciones de lealtad eran inquebrantables. Por encargo de Zavala, cuando González Navarro tenía el título de "pasante de historiador", guiaba gratuitamente al público en el Museo Nacional de Historia. Más adelante, con apoyo de sus maestros, nuestro autor se privilegió de una recomendación para estudiar en París, nada menos que con Fernand Braudel.

En su ensayo "Ranke en México, un siglo después", Zermeño anotó: "Se ha pensado generalmente que la historiografía mexicana accede al estatuto científico y se profesionaliza alrededor de los años de 1940-1970".6 De este supuesto derivó una reflexión sobre las implicaciones de esta profesionalización. Mostró que este proceso, que básicamente supone la fundación de centros de estudio y la instalación de ciertos saberes, tuvo un origen no necesariamente institucional. Esto es, los enfoques críticos adoptados por las comunidades académicas mexicanas de mediados del siglo XX pueden rastrearse desde el siglo XIX.7 Volvemos a pensar la impronta de la escuela científica de Ranke.

Recordando esto, la entrevista supone un nuevo campo de pruebas para indagar en esa parte "no institucional" de la historiografía. En varios momentos González Navarro habla de los obstáculos materiales e ideológicos que desafiaron al trabajo del historiador. Zermeño pregunta por la experiencia con ese México «bronco». «Un México que tiene instituciones, instituciones republicanas, pero que quizá no son lo suficientemente institucionales [...] Su institucionalidad es muy frágil porque se presta todavía a que grandes personajes, grandes personalidades puedan tener una gran influencia".8

La institucionalización historiográfica fue reflejo de la institucionalización política posrevolucionaria. Sin embargo, la confrontación de ciertos temas del historiador con su medio, revelaron la latencia de militancias añejas. La tesis sobre Lucas Alamán de González Navarro colocó sobre la mesa lo que fuera un tabú de los juaristas: la participación política de sacerdotes, y más, la expresión de sus reflexiones "enérgicas y valientes" en el tránsito del siglo XIX al XX. El hallazgo sorprendió a "don Daniel"; un suceso interesante porque hasta las décadas de 1940 y 1950 seguía viva la suspicacia sobre la participación de católicos en la experiencia moderna del país. Eran las resonancias del siglo XIX en los discursos históricos de los años cuarenta. En efecto, la escritura de la historia practicada por el profesor Cosío Villegas acusó una militancia liberal. De esto consta el gran esfuerzo de síntesis de la Historia moderna de México, cuyos periodos de base son los trazados por los protagonistas políticos liberales: Benito Juárez y Porfirio Díaz.

Llegando a estos puntos, Zermeño indaga en otro momento de ajuste historiográfico relativo a los guiños de González Navarro con la historia social. El autor de La cultura moderna de la historia reconoció que el ceh dirigido por Zavala, bajo influencia de Rafael Altamira, introdujo una apertura destinada a rebasar los límites de la historia política y militar. El nuevo horizonte se dispuso en "el espíritu de los pueblos: los factores ambientales y geográficos, la economía y las ideas, la cultura y las condiciones materiales de vida, incluyendo las 'vicisitudes de las masas' ".9 González Navarro, con su experiencia en el proyecto de Historia moderna de México, exploró a los hombres en el porfiriato, sus actividades y vida cotidiana. En ello aplicó modelos de análisis estadísticos y recursos metodológicos entonces en boga en Europa. Una de las mejores preguntas que brota en la entrevista es: "¿Cuándo se incorpora en el ámbito académico la denominación de 'historia social'?"

En el momento de redacción de esa gran obra de síntesis, el rótulo de "historia social" no había acabado de cuajar. Cosío Villegas había calificado las líneas de esa sección como "historia económica, vida política y vida social". Pero fueron los mismos receptores de la obra quienes comenzaron a fijar la denominación de "historia social" para este trabajo.10 Según González, la Historia moderna fue el punto de arranque de la nueva práctica. La denominación se estabilizó durante sus seminarios en El Colegio de México y El Colegio Mexiquense.

Localizar con precisión la apertura de la historia social es de importancia, precisamente, por ser uno de los temas que siguen estimulando admiración hacia el trabajo de González Navarro. Esto quedó de manifiesto en el homenaje al autor en la Universidad Iberoamericana en el año de 1992. Shulamit Goldsmit lo llamó una de las "figuras claves de la historiografía social mexicana".11 Carlos Illades sostuvo que entre los campos explorados en la obra del autor, "la historia social es sin duda un lugar más que destacado".12 Así, se convino que González Navarro había fijado un punto crítico para sesgar a la historiografía por una de las orientaciones de mayor cultivo y recepción actual en el país.

Conforme la entrevista avanza, Zermeño desplaza las preguntas de vida del hombre para cavar en la memoria de los regímenes historiográficos. La conversación se precipita en preguntas en torno al positivismo: ¿cómo reapareció el término en la historiografía?, ¿qué se podría entender hoy con él? González Navarro ofrece una larga explicación que revierte lugares comunes sobre un concepto muy manido, pero aun poco estudiado desde enfoques propiamente historiográficos. De ahí que Zermeño pretenda deslindar cuáles eran no las prácticas identificadas con esa corriente en aquel momento y cuáles. González afirma que una inercia "positivista" se arrastró desde el siglo XIX hasta los historiadores de la década de 1940. Silvio Zavala habia aplicado métodos científicos, en buena medida aprendidos de su profesor Altamira. Daniel Cosío Villegas tenía una formación de economista, aunque era polígrafo. Sin embargo, ellos no se llamaron a sí mismos "positivistas", sino que la etiqueta les vino, precisamente, de sus amigos "historicistas".

El contenido de la noción era más bien oscuro, si bien con él se empezó a reconocer una cierta forma de hacer historia. El estrato filosófico del concepto quedó en buena medida desvirtuado en esa década. "Positivismo" se estaba aplicando a una técnica de investigación y escritura, con base en un estricto apego documental. Zermeño pregunta, justamente, por los resabios del sentido filosófico oculto, relacionado con las tres etapas de la historia de Auguste Comte o las ideas de progreso y el darwinismo social de Herbert Spencer. Esas nociones, según González Navarro, fueron ajenas a los académicos del ceh a quienes, pese a todo, se les achacó el término. Con esto, las últimas palabras de nuestro autor y testimonio revelan la asociación final de la historia positivista como una historia "documental": "Yo diría que el positivismo, en cierto sentido, es la historiografía más evidente, más natural; es la historiografía a un nivel si se quiere bajo, de los aficionados de la historia. Los que han destacado y que siguen destacando en esa línea, y muchos en esto son los que tienen un interés en la historia de su estado, no digo la regional, sino la de su estado, son positivistas".13

De la entrevista pueden recogerse y repensarse muchos otros asuntos sobre el momento historiográfico y el entorno intelectual que le dio vida. Algunas preguntas que nos acechan tras la lectura son: ¿puede un hombre, con las trampas de su memoria, ser testimonio fiable para abrir la lente hacia el pasado de la historiografía?, ¿cuáles son los huecos que va llenando su propio recuerdo?, ¿cuáles son las inquietudes de su presente que lo llevan a relatar esos pasados, y no otros?

La mayor aportación de este libro, a nuestro juicio, es establecer una metodología no textual sino humana para comprender la evolución historiográfica en el país. En los recuentos de González Navarro descubrimos que las convenciones del trabajo académico no siempre son inducidas por influencias librescas, por ósmosis de maestro a alumno o como respuesta a modas internacionales. Antes bien, están sujetas a las posibilidades materiales, al acceso a un salón de clases, a los recursos económicos, al embelesamiento con el trabajo de otros, a las presiones del medio político; sin hablar de las distancias para llegar al lugar de estudio, la disponibilidad de archivos, la influencia de los amigos; pero también las actitudes personales frente a los juicios y las polémicas. Quizá O'Gorman habría sido más dócil con Silvio Zavala si no hubiera tenido un pasado de jurista. Tal vez jamás habría habido historia "positivista" en México sin el acceso a materiales que supuso la apertura del Archivo General de la Nación.

En suma, la selección de preguntas de Guillermo Zermeño crea un escenario bastante completo sobre ese momento clave para la historiografía mexicana. Sólo quedó pendiente, en el mismo libro, una reflexión de síntesis. Un texto que resumiera ese impacto humano y contextual que enmarcó los tránsitos y adopciones de regímenes en la historia. Un escrito que comparara sus conclusiones con otras expresiones de homenaje o estudios biográficos acerca del entrevistado, o bien, que cuestionara relatos de la vida académica procedentes de la historia intelectual tradicional. Que inaugure un campo problablemente titulable "historia cultural de la historiografía".

 

Notas

1 En el año de 1992 Guillermo Zermeño organizó, junto a Shulamit Goldsmith y otros autores, un homenaje a Moisés González Navarro con motivo del 65 aniversario de su natalicio y 25 años de su labor docente.

2 Zermeño, La historia y su memoria, op. cit., p. 12.

3 Referimos a la obra general de Zermeño, como sus textos sobre los jesuítas o grupos sinarquistas; artículos como "Mestizaje: arqueología de un arquetipo de la mexicanidad"; o su libro: La cultura moderna de la historia. Una aproximación teórica e historiográfica, México: El Colegio de México, 2010.         [ Links ]

4 Zermeño, La historia y su memoria, op. cit., p. 60.

5 Cfr. Zermeño, La cultura moderna de la historia, op. cit., p. 178.

6 Ibidem, p. 147.

7 Véase el apartado «Ranke, un siglo después», en Ibidem, pp. 147-183.

8 Zermeño, La historia y su memoria, op. cit., p. 48.

9 Zermeño, La cultura moderna de la historia, op. cit., p. 177.

10 Zermeño, La historia y su memoria, op. cit., pp. 65-66.

11 Goldsmit, Shulamit, "Comentario al libro Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero", en Guillermo Zermeño, y Shulamit Goldsmit, La responsabilidad del historiador. Homenaje a Moisés González Navarro, México: Universidad Iberoamericana, 1992, p. 75.         [ Links ]

12 Carlos Illades, "El movimiento obrero en la obra de Moisés González Navarro", en Zermeño y Shulamit Goldsmit, La responsabilidad del historiador, op. cit. , p. 91.

13 Zermeño, La historia y su memoria, op. cit., p. 117.

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