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Historia y grafía

Print version ISSN 1405-0927

Hist. graf  n.35 México Jul./Dec. 2010

 

Reseñas

 

Ser o no ser: ¿será ésa la cuestión?

 

Pedro L. San Miguel

 

José Luis Abellán, La idea de América: Origen y evolución. Madrid/ Frankfurt Am Main/México, Iberoamericana/Vervuert/Bonilla Artigas Editores, 2009,         [ Links ] 291 pp.

 

Universidad de Puerto Rico/Departamento de Historia

 

El 2010 ha sido un año auspicioso para América Latina, pese a la crisis económica y a los problemas políticos y sociales que la agobian. Como parte de la conmemoración del bicentenario de vida independiente de varias de las antiguas colonias españolas en el Nuevo Mundo, los gobiernos de estos países han auspiciando decenas de vistosos y pomposos actos para rememorar los héroes patrios y los eventos fundadores de las naciones hispanoamericanas. Ha sido, pues, tiempo de celebración, festejo, desfile y agasajo, incluso de rumba, jolgorio y carnaval. Amén de momento para el sarao y la parranda, quizás sea ésta, también, una ocasión propicia para reflexionar en torno a tan ensalzadas experiencias históricas. De hecho, ya se perfila que el bicentenario de las independencias latinoamericanas dejará una estela de textos disímiles en los que se celebrarán, discutirán e incluso cuestionaran tan memorables y decisivos acontecimientos. La mayoría, sin duda, constituirán encomiásticos textos que enaltecerán hasta el Olimpo a los "padres de las patrias" y sus fundacionales gestas; los menos, marcharán a contracorriente y se dedicarán, en la más acerada tradición crítica, a debatir las discursivas nacionales latinoamericanas.1

Uno de los efectos de la enorme cantidad de escritos y alocuciones que generarán esas conmemoraciones será evidenciar la multiplicidad de voces que, durante los pasados doscientos años, han pretendido hablar a nombre de América Latina. Lo que equivale a decir que se manifestarán las diversas –y con frecuencia contradictorias–formas en que se ha concebido la "identidad latinoamericana", es decir, su "Ser". La manera de abordar esta cuestión, por supuesto, variará de acuerdo a las heterogéneas visiones y concepciones que durante las dos centurias pasadas han intentado representar la realidad latinoamericana. Política, ideología, antropología, historia, sociología, arte, literatura y filosofía contribuirán a formar un abigarrado coro de voces que intentarán, cada una en su registro, expresar su particular visión acerca del (supuesto) "Ser" latinoamericano.

La idea de América se inserta en ese orfeón. Su autor, José Luis Abellán, es una figura emblemática de la cultura española de las últimas décadas, posición que ha obtenido gracias a una amplia producción intelectual que se remonta a los años sesenta del siglo pasado, y que ha gravitado sobre todo en torno a la historia del pensamiento en y sobre España. Todo ello le ha valido reconocimientos, homenajes y laureles. La reedición de La idea de América –en versión revisada y actualizada– seguramente forma parte de ese designio de honrar a tan célebre intelectual. Publicada originalmente en 1972, esta obra se inserta en lo que el autor define como "historia de las ideas", parcela de la historiografía que ha sido cultivada por Abellán durante décadas. Nos encontramos, en fin, ante la reedición de una obra clásica que ha dejado una huella en los estudios americanistas en España. Como soy un fiel creyente en la lectura de los clásicos, no puedo menos que encomiar su publicación. Pero una cosa es leer a los clásicos y otra, muy distinta, suscribir sus fundamentos y argumentaciones, razón por la cual también soy partidario de debatirlos. Debido al papel central que ocupan los clásicos en los debates intelectuales, considero, además, que su discusión debe efectuarse sin concesiones. Y el caso es que tengo discrepancias radicales con esta obra.

De entrada, se encuentra la cuestión de la "historia de las ideas". Como es sabido, durante los años sesenta y setenta del siglo XX las ideas y el pensamiento en general fueron marginados en los estudios históricos; esto fue efecto del predominio de corrientes historiográficas que privilegiaban temas económicos y sociales. A lo sumo, en ciertos ámbitos se popularizó la historia de las "mentalidades" como resultado de las influencias de la denominada "tercera generación" de la Escuela de los Annales.2 Mas subrepticiamente se fue gestando una mutación historiográfica, generada por la confluencia de tendencias como el posmodernismo, la "nueva historia cultural", los "estudios subalternos", los "estudios poscoloniales" y el "giro lingüístico".3 Como resultado de todo esto, ha habido un renacer del interés por la historia de las ideas, del pensamiento, de los conceptos y de la cultura en general.

Tal reverdecer ha implicado el surgimiento de nuevas teorías y metodologías para el estudio de tales temas, así como de variadas corrientes intelectuales y "escuelas". La "historia conceptual" (de arraigo sobre todo en Alemania, aunque con irradiaciones en diversos países, incluso de América), la "historia socio-cultural" francesa (que entronca con los Annales), o la "historia intelectual" inglesa (practicada entre otros por Quentin Skinner) son algunas de las tendencias que, en las décadas más recientes, han nutrido el estudio de las ideas, el pensamiento y la cultura. Sin embargo, en el libro de Abellán no hay ni un ligero asomo de estas corrientes; no existe ni el más leve intento de elaborar una discusión en torno a ellas y, sobre todo, de distinguir su particular forma de concebir la "historia de las ideas" de esas otras escuelas o tendencias historiográficas. Tal ausencia provoca la sensación de que nos encontramos ante una obra envejecida en sus fundamentos teóricos y metodológicos, pese a anunciarse que ha sido "completamente revisada, actualizada y ampliada".

Dicha sensación se acentúa al pasar revista a los temas que examina el autor y a los argumentos que elabora en su libro. Entre esos argumentos se encuentra lo que Abellán define como la "tesis fuerte" de su obra: "que la idea de América como unidad continental es un producto hispánico por excelencia, en la medida en que nuestra cultura está especialmente dotada para la síntesis y la integración" (p. 13). Nos topamos aquí con una tesis que, vertida a lo largo del tiempo en diferentes formas, ha nutrido ciertas concepciones acerca de la historia de España en América. Décadas ha nutrido incluso algunas interpretaciones acerca de la esclavitud en las Américas. Según tal lógica, los sistemas esclavistas en las colonias españolas se habrían diferenciado de los existentes en otras regiones de América —como las posesiones inglesas y francesas en el Caribe y el Sur de Estados Unidos— debido a esa supuesta propensión de la cultura española a "la síntesis y la integración". En la obra comentada, el autor lleva su tesis central hasta el límite, llegando a afirmar que la alegada "inclinación hacia el socialismo en los países latinoamericanos [...] es consecuencia de una reinterpretación universalista del viejo humanismo de origen hispánico" (p. 290). Pero el caso es que igualmente se podría afirmar que el socialismo latinoamericano es un derivado del mesianismo judaico, del colectivismo indoamericano o de las ideas ilustradas (francesas) acerca del "buen salvaje". Sin ser totalmente falsas, tales afirmaciones implican un elevado grado de generalización y abstracción, por lo que resultan deficientes como explicaciones de un fenómeno histórico concreto. Como historiadores, ¿nos sentiríamos cómodos con la aseveración de que el régimen de Hugo Chávez, el más reciente vástago del "socialismo latinoamericano", es una "reinterpretación universalista del viejo humanismo de origen hispánico"?

Otro de los fundamentos de Abellán estriba en el contraste entre la colonización en América del Norte (i.e. Estados Unidos) y las posesiones españolas en el Nuevo Mundo. Éste también es un antiguo tópico, del que se han valido estudiosos de diversas escuelas e ideologías para explicar desde las divergencias políticas y económicas entre unos y otros territorios, tanto en la época Colonial como en el presente, hasta sus discrepancias sociales, demográficas, étnicas, culturales y "espirituales". En el libro comentado, lo que debería constituir un riguroso ejercicio de historia comparativa deriva, lamentablemente, hacia fórmulas manidas, algunas de las cuales reiteran ciertos estereotipos o arriban a fórmulas genéricas que, nuevamente, poco explican. Por ejemplo, la afirmación de que "la colonización anglosajona tiene un carácter fundamentalmente religioso y comercial" (p. 40) podría aplicarse, con igual propiedad, a la colonización española. Por otro lado, el poblamiento anglosajón del territorio norteamericano –efectuado incluso en detrimento de la República de México– es descrito, recurriendo a una imagen que no deja de ser caricaturesca, como una "mancha de aceite" que avanza inexorablemente hacia el Oeste. En contraste, la colonización española y portuguesa habría sido efectuada bajo el signo de "una Monarquía católica y universalista, que imprime carácter casi cósmico al hecho del descubrimiento, y, posteriormente, de la conquista y la colonización" (p. 41).

Ese tipo de contraste se basa en modelos que se construyen a priori y cuya oposición se admite como absoluta; manejados de tal forma, dichos arquetipos terminan siendo meras marionetas. Pero cuando se cotejan esos modelos con la evidencia histórica comienzan a revelarse los sofismas que los sostienen. Así, Abellán convierte en virtudes de la colonización española en América lo que desde otras perspectivas se puede considerar como aspectos deplorables. Tal es el caso de la afirmación de que "para la colonización ibérica el prójimo [es decir, el indígena y, luego, el africano esclavizado] era una auténtica necesidad, puesto que era el fin primordial de la misma" ya que se le necesitaba "para convertirlo [salvando su alma] y aun para vivir y convivir con él" (p. 42). A partir de tal paralogismo, lo que fue un requerimiento de la dominación del Nuevo Mundo –la necesidad, sí, de obtener mano de obra y tributos– se convierte en un rasgo piadoso de la colonización española con la intención de engrandecerla de cara a la anglosajona. Algo similar se puede afirmar acerca de "los matrimonios y uniones que fueron base del mestizaje iberoamericano" (p. 42). Aquí se pasan por alto las condiciones específicas en que ocurrieron tales "uniones", buena parte de las cuales ocurrieron como resultado de la violación, el estupro, el ejercicio de la autoridad y los abusos de todo tipo ya que, seguramente, para muchos españoles ayuntarse con las nativas o las africanas fue producto, no de ninguna consideración metafísica o piadosa ante el prójimo, sino de la concupiscencia y de la urgencia de desfogar los ardores del cuerpo. No obstante, según Abellán, la colonización española sentó las bases para que en sus antiguas colonias el "problema racial" fuera solucionado de manera "humanista y fraternal", mientras que en Estados Unidos éste "ha permanecido vivo y sangrante" (p. 42).

Abellán alega que en Estados Unidos prevalece un "sentido atomizado e individualista de la vida" que se refleja en "la estructura inorgánica de [sus] ciudades" (p. 42), las que supuestamente se diferencian de las hispanoamericanas. Para ilustrar este argumento se usa un recurso cuestionable –empleado no sé si por criterio del autor o de la editorial responsable de la publicación del libro– y que estriba en reproducir, por un lado, dos grabados del periodo colonial —correspondientes a la ciudad de Cuzco en 1556 y a México en 1528 (pp. 43-44)— y, por el otro, dos fotos contemporáneas de autopistas estadounidenses, las que son descritas como "símbolo visible más característico del país" (p. 60); es decir, como emblemas de lo que pretendidamente no es la ciudad (y la sociedad) hispanoamericana: atomizada, disgregada, individualista, fragmentada. Creo que una recta metodología requiere que se compare lo comparable, no lo que a todas luces resulta inconmensurable. Por ejemplo, sería totalmente legítimo comparar las ciudades coloniales hispanoamericanas y norteamericanas; o comparar México, Bogotá, Caracas, Lima, Santiago y Buenos Aires con Nueva York, Boston, Filadelfa, Chicago y Los Ángeles en (A presente. Pero resulta inapropiado comparar las ciudades de un periodo con las del otro. Siguiendo tal procedimiento, se podría argumentar exactamente lo contrario de lo que se intenta demostrar con meramente invertir la prueba utilizada; en otras palabras, mostrando grabados de Boston o Filadelfa en el siglo XVII y fotos de autopistas de casi cualquier país hispanoamericano. ¿O serán las autopopistas y los pantagruélicos embotellamientos en México, Bogotá, Caracas, Lima o Buenos Aires indicadores de una estructura social orgánica, integrada, solidaria?

En el trazado que efectúa Abellán, basado en una visión dicotómica entre Estados Unidos y América Latina, esta última, en tanto que hispánica, es una especie de comunidad virtuosa, mientras que el país norteño es su perfecta antítesis. Para posibilitar esta construcción, el autor incurre en simplificaciones extremas, contradiciendo lo que debe ser una verdadera reflexión intelectual, basada en el pensamiento complejo y no en la trivialización ni en la banalización. Hasta el rastreo que efectúa Abellán del "Ser" de América Latina padece de tal defecto. Más aún, la defensa que realiza el autor de Latinoamérica y de lo latinoamericano no es otra cosa, en el fondo, que una apología de España, del "Ser" hispánico. Con el viejo colonialismo español hemos topado, Sancho. De hecho, Abellán regresa al viejo tópico de que "las Indias no fueron colonias" (p. 69) y que América y España mantuvieron una relación original, si bien no define en qué consistió esa supuesta originalidad. Lo que posiblemente hubiese implicado ilustrar cómo se distinguió esa "original relación" de las que mantuvieron las demás potencias europeas con sus propias posesiones –seguramente también definidas por sus respectivos apologistas como originales o especiales.

El solapado panegírico que hace Abellán de España, amparado en su examen del "Ser" de América, se evidencia en varias de las interpretaciones que ofrece acerca de personajes y sucesos históricos o de tendencias intelectuales. Así, "Martí es el símbolo de una futura emancipación económica" ya que siguió "una tradición intelectual española" (p. 68). En lo que a la independencia se refiere, el autor afirma que algunas de sus causas –y por la manera en que lo plantea parecería que se trata de sus causas fundamentales– "están dentro de la tradición española" (p. 81) afirmación que en sí misma es inobjetable si no fuera por el hecho de que tal tipo de aserto también podría ser válido para la independencia de las Trece Colonias en Norteamérica, para la de Brasil, o para la de Saint Domingue/Haití. Más adelante llega a decir: "Los hispanoamericanos no se rebelaban tanto contra la Corona española como contra la misma invasión francesa [a la Península Ibérica]" (p. 82). Por lo demás, en la nota número 5 que aparece en esta misma página de su libro, Abellán alega que en torno a la independencia y a su trasfondo habría que estudiar varios temas –como la difusión en América del pensamiento liberal español o la marginación política de los criollos– que cuentan con una respetable bibliografía en los estudios americanistas.

A partir del capítulo vi de su libro, Abellán efectúa una especie de trazado del pensamiento hispanoamericano, aunque obviando temas y épocas importantes, y ofreciendo, por ende, interpretaciones discutibles sobre varios asuntos. Por ejemplo, de la coyuntura de la independencia salta sin transición al positivismo, doctrina que tuvo su auge en América Latina durante las últimas décadas del siglo XIX. Esta peculiar cronología pasa por alto un periodo histórico de algo más de medio siglo, época en la cual se suscitaron intensos debates en torno a la constitución política de las naciones americanas y, por ende, en torno a su "Ser", definido en ese contexto no tanto como una entidad etérea, como una aventura espiritual, sino como una entidad política concreta. En esos años, en efecto, ocurrieron los más agudos conflictos —tanto retóricos como militares— en torno a la naturaleza de las naciones hispanoamericanas. Pero nada de esto deja huellas en la obra de Abellán.

Por lo demás, resulta debatible la aseveración de que el positivismo constituyó "una primera toma de conciencia" de América y un "primer paso hacia una expresión original de esa idea de América que vamos buscando" (p. 85). Mas —continúa Abellán— dado que tal ideología "no daba expresión a la verdadera idiosincrasia y la auténtica particularidad de [sus] países", hacia el año 1900 se inició "una reacción antipositivista", que tuvo entre sus voceros a José Enrique Rodó, José Vasconcelos y Antonio Caso (p. 87). A continuación, Abellán se concentra en el arielismo, del que alega que es la "expresión filosófica del modernismo" (p. 103), pero, además, que fue una "devolución enriquecida de lo que España llevó al continente descubierto [sic]" (p. 111). Esto no es sino otra forma de reiterar el argumento central que subyace a la obra comentada: que todo lo notable y recuperable de la cultura iberoamericana es un desprendimiento, un derivado o una emanación de su "Ser" hispánico.

Dentro de la historia que construye Abellán en torno a la "idea de América", juegan papeles destacados los filósofos españoles José Ortega y Gasset y José Gaos. En lo que a Ortega y Gasset se refiere, Abellán le adjudica, debido a su doctrina del "circunstancialismo" —comprendida en primera instancia como la identificación del hombre (o la mujer) con sus circunstancias nacionales—, haber inspirado a una nueva generación de pensadores hispanoamericanos, como Samuel Ramos. Esa influencia fue potenciada por Gaos, español "transterrado" que, gracias a sus investigaciones y a su labor pedagógica, estimuló en América la historia de las ideas, actuando como correa de transmisión entre Ortega y Gasset y la generación de pensadores latinoamericanos que, hacia mediados del siglo XX, se destacaron por reflexionar en torno al "Ser" americano. A tono con lo anterior, en los siguientes capítulos Abellán indaga las reflexiones acerca de "lo autóctono" en el pensamiento latinoamericano, dedicando sendos capítulos a México, Centroamérica, el Caribe, Perú, la Gran Colombia, el Cono Sur, los "países mediterráneos" (es decir, Bolivia y Paraguay) y Brasil. Como es de esperarse en una síntesis tan apretada, es poco lo que en profundidad se dice en esas páginas. A lo sumo, se realiza una especie de inventario de autores y obras, acompañado de breves comentarios más descriptivos que analíticos. Además, como suele ocurrir en ejercicios de tal índole, se incurre en superficialidades y hasta en errores garrafales, como afirmar que en República Dominicana "prácticamente no existen negros", o que debido a que "los dominicanos no sienten dudas sobre su identidad" –pretendidamente de origen hispánica– en ese país "no hay una literatura que la ponga en cuestión ni un ensayo que especule sobre la misma" (pp. 185-186).4

A continuación, Abellán dedica otros capítulos al indigenismo, a "la idea de América en la ‘guerra fría’", y a la globalización y "su incidencia en la idea de América". En lo que al indigenismo se refiere, es poco lo que aporta dicho capítulo. Sobre el tema de América Latina en la época de la guerra fría, resulta sorprendente la afirmación de que la región "pudo salir adelante" y "sin grave menoscabo" durante esos años como resultado del sentido de identidad que generó el "boom de la novela latinoamericana" (p. 259). Desde tal lógica, las miles de vidas perdidas como resultado directo de los conflictos políticos y sociales que vivió América Latina en esos años, o que en la isla de Cuba luego de medio siglo sobreviva un decrépito régimen totalitario que es un engendro directo de la guerra fría, resultan muy poca cosa, ya que un fenómeno literario compensó las desgarraduras producidas por ella. Por su parte, la sección dedicada a la globalización reitera ideas generales que poco abonan a una reflexión compleja sobre su incidencia en América Latina. Abellán dedica su capítulo final a discutir un conjunto de obras que tienen como tema central el "Ser de América". En él, el autor insiste en la diferencia abismal entre la cultura hispanoamericana y la estadounidense, caracterizada esta última por su "atomismo" y "falta de unidad", lo que explicaría su "precariedad: la falta de ideal" (p. 270). En contraposición, la "cultura iberoamericana" se distinguiría por "su carácter universalista", derivado, por supuesto, del "sentimiento de continuidad con la cultura española" (p. 288) ¡Olé!

Si quien se aproxime a La idea de América estima inobjetables argumentos de tal índole, seguramente aceptará esta obra como una valiosa aportación. Pero quien considere que esos argumentos responden a simplificaciones extremas, a desconocimientos o hasta a prejuicios acerca de Estados Unidos (y, también, acerca de lo que es América Latina e, incluso, a una sobreestimación de lo que podría ser España y "lo hispánico"), entonces este libro resultará una lectura escasamente gratificante y poco provechosa. Yo, por supuesto, me encuentro decididamente entre este último grupo de lectores.

 

BIBLIOGRAFÍA

1) José Luis Abellán, La idea de América: Origen y evolución. Madrid/ Frankfurt Am Main/México, Iberoamericana/Vervuert/Bonilla Artigas Editores, 2009.

2) Mauricio Tenorio Trillo: Historia y celebración: México y sus Centenarios, México, Tusquets, 2009.         [ Links ]

3) Jorge Volpi: El insomnio de Bolívar: Cuatro consideraciones intempestivas sobre América Latina en el siglo XXI, México, Random House Mondadori, 2009.         [ Links ]

4) Rafael Rojas: Las repúblicas de aire: Utopía y desencanto en la Revolución de Hispanoamérica, México, Taurus, 2009.         [ Links ]

5) Peter Burke: La revolución historiográfica francesa. La Escuela de los Annales: 1929-1989, Barcelona, Editorial Gedisa, 1993.         [ Links ]

6) Luis Gerardo Morales Moreno (compilador): Historia de la historiografía contemporánea (De 1968 a nuestros días), México, Instituto Mora (Antologías Universitarias), 2005.         [ Links ]

7) Pedro L. San Miguel, La isla imaginada: Historia, identidad y utopía en La Española, San Juan/Santo Domingo, Editorial Isla Negra/Ediciones Manatí, 2ª ed., 2008.         [ Links ]

 

Notas

1 Entre estos últimos se encuentran: Mauricio Tenorio Trillo: Historia y celebración: México y sus Centenarios, México, Tusquets, 2009; Jorge Volpi: El insomnio de Bolívar: Cuatro consideraciones intempestivas sobre América Latina en el siglo XXI, México, Random House Mondadori, 2009, y Rafael Rojas: Las repúblicas de aire: Utopía y desencanto en la Revolución de Hispanoamérica, México, Taurus, 2009.

2 Peter Burke: La revolución historiográfica francesa. La Escuela de los Annales: 1929-1989, Barcelona, Editorial Gedisa, 1993, pp. 68-86.

3 Luis Gerardo Morales Moreno (compilador): Historia de la historiografía contemporánea (De 1968 a nuestros días), México, Instituto Mora (Antologías Universitarias), 2005.

4 Sobre el particular, véase: Pedro L. San Miguel, La isla imaginada: Historia, identidad y utopía en La Española, San Juan/Santo Domingo, Editorial Isla Negra/Ediciones Manatí, 2ª ed., 2008.

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