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Historia y grafía

versión impresa ISSN 1405-0927

Hist. graf  no.35 México jul./dic. 2010

 

In memoriam

 

Katz, la historia, la alegoría

 

Ilán Semo

 

Departamento de Historia-UIA

 

Friedrich Katz nació en Viena el año de 1927. Su padre, Israel Leib Katz, fue un intelectual que abandonó los estudios rabínicos para unirse a los empeños pacifistas del Partido Socialista Austriaco (PSA) durante el comienzo de la Primera Guerra Mundial. Su madre, una asidua militante de Hashomer Hatzair, provenía de Galitzia, una de las regiones rurales más marginadas del Este europeo. Inspirada en los ideales socialistas, Hashomer Hatzair había sido fundada en Polonia en 1913 con el propósito de encontrar una tierra propia para los judíos. Leib creció y se formó en una de las fronteras más explosivas y pobres que separaban a la extensa geografía del Imperio Austro-Húngaro de la región de los Balcanes: los pequeños poblados rurales que hacían de línea limítrofe con Rumania.1 Digamos que una de las fronteras donde terminaba Europa Central y comenzaba Europa del Este: un territorio violento donde, en las primeras dos décadas del siglo XX, se encuentran y desencuentran el mundo de la modernidad y el antiguo régimen. Ya en Viena, en 1914, ingresa a la universidad. En 1918, frente a la escisión provocada por la III Internacional que divide a los socialistas austriacos, decide sumarse a las flas del Partido Comunista Austriaco. En 1920, obtiene su doctorado con una tesis sobre la historia de los judíos en Alemania en el siglo XVI y cambia su nombre por el de Leo Katz. Leo fue muchos hombres a la vez: novelista, ensayista, celoso guardián del yiddish, organizador político, luchador social, procurador de armas para la República Española. En suma: un intelectual centroeuropeo signado por la utopía comunista.

Friedrich Katz, hijo único, creció y se educó en un hogar en el que se entrecruzaban así tres culturas: la sofisticada intelectualidad de Viena, la militancia de izquierda y una fascinación por el mundo rural y su resistencia contra las inflexiones de la modernidad. Una resistencia que si no compensaba de alguna manera dignificaba, así fuese con la ironía de una justicia original, las imborrables heridas que el antisemitismo austriaco habría de causar a sus ciudadanos de origen judío. Hay una suerte de quid pro quo en esta melancolía: nada tan lacónico en la decadencia del Imperio como los rebeldes y las rebeliones de las profundidades del mundo del súbdito rural que acabaron por convertirlo en un inválido.

El antifascismo militante de sus padres obligó a la familia a emigrar a Francia en 1933, donde fueron a su vez expulsados para dirigirse a Nueva York. Friedrich aprendió inglés y se encontró por primera vez con el mundo estadounidense; un encuentro que se repetiría hasta fijar ahí su residencia definitiva después de 1971, que para los Katz significaría un país que no acabaría por expulsarlos. Pero en 1938 tendrían que abandonar Estados Unidos. John Coatsworth sostiene que las autoridades de inmigración habían ya cerrado el paso a los judíos europeos; Womack asegura que fue más bien al anticomunismo de esas autoridades lo que los llevó finalmente a buscar refugio en México. Tal vez ambos tengan razón.2 Sea como sea, la familia llegó en ese año al Distrito Federal, con el beneplácito de las autoridades cardenistas.

Friedrich, que apenas contaba con 13 años, asistió al Liceo Franco Mexicano, donde consolidó su conocimiento del francés. La memoria que guardó toda su vida de su primer exilio en México se resume en una frase que gustaba repetir: "Tuvimos que huir de Viena, París y Nueva York para llegar a México... Y nos dijimos: ¡Caray, qué gente tan civilizada!".3 Fue una impresión que signó de alguna manera no sólo su vida sino, paradójicamente, el destino de su obra: si algo inspira como leitmotif a su pensamiento no sólo es mostrar la copiosa complejidad de las culturas de nuestra antigüedad, sino el peculiar proceso que hizo de la Revolución Mexicana un fenómeno tan singular y distinto al de las revoluciones del siglo XX en Rusia, Occidente y la mayor parte de América Latina. Después de concluir el Liceo en 1945, se dirigió al Wallace College en Staten Island, donde permaneció tres años. Finalmente regresó a México en 1948 para cursar un año en el posgrado de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. En esa época, la ENAH se había convertido en uno de los centros más sensibles de la cultura nacional. Los artífices que habían codificado la recuperación de las culturas antiguas desde los años veinte impartían clases y laboraban como investigadores. No es improbable que esa atmósfera académica e intelectual impregnara su decisión de elegir como tema de su tesis de doctorado, que cursaría en la Universidad de Viena, el estudio de los órdenes sociales y políticos del Imperio azteca. El texto se publicó en Alemania en 1956, y en español apareció en 1966 bajo el título: Situación social y económica de los aztecas durante los siglos XV y XVI. El tema central del ensayo es una pregunta que, vista desde el punto de vista historiográfico, condensa la apertura de un camino que explorará a lo largo de sus investigaciones posteriores: la pregunta por la diferencia o, en los términos de Markow –uno de los historiadores más inexplicablemente olvidados que ejerció una vasta influencia sobre él–, el dilema de la singularidad.4 ¿Por qué los mexicas, sin contar con la técnica, ni con la escritura, ni con la mayoría de los atributos que harían del "progreso" europeo una suerte de imagen teleológica de la historia, lograron constituir un imperio tan eficaz e instituciones tan sólidas como las que habían sostenido a los imperios europeos a partir del siglo XIII? En rigor, el texto desemboca en una crítica al telos etnocéntrico de la trama de la Antigüedad, sólo que con las herramientas de la historia social. Katz abundaría en esta crítica en un cuantioso libro que puede ser considerado como un clásico de la historia social de las culturas antiguas: THe Ancient American Civilizations, 1969. Aquí la pregunta sobre las instituciones mexicas se amplía y se hace más compleja en una comparación con los incas. La investigación que redundaría en esta segunda aproximación social y crítica a la teleología del progreso transcurriría después de que opta por una cátedra en la Universidad Humboldt de Berlín en 1956, en la extinta República Democrática Alemana. En rigor, Katz habría de realizar algunos de sus principales trabajos en un país que ya no existe más, un sentimiento que no debe resultar tan extraño para un historiador que creció bajo la permanente incertidumbre en la que, durante el siglo XX, un europeo no podía saber con qué mapa se despertaría a la mañana siguiente.

¿Por qué emigró de Austria a Berlín Oriental en los años 50? Tal vez por las mismas razones por las que había tenido que abandonar Austria con su familia en 1933, sólo que ahora bajo la paradoja de un régimen democrático: en esta ocasión no era el fascismo sino la Guerra Fría la que condenaba su filiación con la izquierda (siempre se puede decir que la Guerra Fría fue más light, pues en ella la izquierda moría del olvido (o del ostracismo) y no en los campos de concentración), y el antisemitismo nunca dejo de afilar navajas en territorio austriaco. O tal vez algo más íntimo, como la muerte temprana de su padre en 1954, tuvo algo que ver con ello.

En la Universidad Humboldt, impartió cátedra e investigó durante casi quince años. Allí confeccionó uno de los estudios que acabaría siendo una de las antesalas de sus textos esenciales sobre la Revolución Mexicana: Mexiko, Diaz, und die Mexikanische Revolution. Este libro, que explora la política que siguió Alemania frente a los gobiernos de Porfrio Díaz y Francisco Madero inaugura el territorio que habría de codificar lenta y muy gradualmente en la segunda parte de su historia intelectual (la que empeñó en el estudio de la primera mitad del siglo XX): la relación entre la historia diplomática y la historia social, es decir, la forma en que la relación entre Estados afecta a la relación entre un Estado y su nación. Pero en el centro de esta aproximación se encuentra una operación mucho más relevante, digamos más espectacular: Mexiko, Díaz, und die Mexikanische Revolution no nos remite a una historia conceptual; menos a una registro dramático o épico, tal y como acostumbraba el nacionalismo historiográfico de los años 50. Tampoco es un estudio, como los que se hacían en la época, que se proponga establecer la lógica de la Revolución a partir de desglosarla en el colapso de órdenes estructurales o sistémicos. Es la historia convertida en una fábrica de la alegoría: Díaz, el gobernante que pierde la conciencia del límite; Madero, el reformador devorado por la reforma; Zapata, el retorno a la utopía de la comunidad; Villa, la violencia revolucionaria. El de Katz es el arte de la alegoría histórica. Una arte que cobra toda su plenitud en La guerra secreta en México, publicado en los años 70. Aunque su preparación se realiza en los años 60 con múltiples viajes a México, el texto fue redactado cuando la Universidad de Chicago le ofreció una cátedra como profesor. Una vez más, en 1970 abandonaba un país, la República Democrática Alemana, por motivos políticos. La diáspora continuaba. Al igual que el sector más sensible de los años 60, Katz emprende a partir del 68 una crítica doble: al estalinismo y a los regímenes que propició. Es decir, no una crítica a la izquierda y a sus móviles en general (siempre se sintió identificado con ellos), sino a una de sus variantes más específicas: la que había hegemonizado a la izquierda radical hasta 1968.

La guerra secreta, que es un festín de la alegoría histórica, supone tres operaciones esenciales que cabe destacar.

La crítica al positivismo: Si Ranke aspiraba a "contar la historia tal y como sucedió", Katz logró escribir una historia de algo tal y como no sucedió. La pregunta de por qué no estalló la guerra entre México y Estados Unidos a raíz del afaire del telegrama Zimmerman (pretexto por el cual Estados Unidos declaró la guerra a Alemania) es la columna de la digresión de todo el libro. En general, la construcción del personaje histórico comienza, para Katz, por explorar por qué renuncia a lo que renuncia. El resultado es una escena dotada de un minimalismo ético y un primado del pragmatismo.

La inversión de lo heroico: es costumbre, en el romanticismo latinoamericano, datar a lo heroico como aquello que desequilibra a las instituciones del poder. Katz procede a la inversa. El gran héroe de La guerra secreta es el mayor antihéroe del imaginario popular histórico mexicano: Venustiano Carranza. Es el único que está dotado con la visión de un nuevo Estado. Es obvio que Katz, a la hora de cifrar las jerarquías de la acción, prefiere las lecciones de Maquiavelo a las de los pensadores románticos.

El mal menor: Los saldos de la Revolución Mexicana no son equiparables a las transformaciones que produjeron las revoluciones en Occidente desde 1772. Pero fueron mucho más relevantes que los que el destino deparó a los cambios en Europa del Este que se inician en 1917 en Leningrado con la toma del Palacio de Invierno. Dentro de todas las catástrofes que pudieron haberle ocurrido a México en el siglo XX, la Revolución Mexicana fue un mal menor.

No hay espacio para comentar la obra central de Katz: The Life and Times of Pancho Villa. No era el propósito de estas palabras mínimas. Baste aquí con anotar que es la versión más lograda de la historia trágica de la Revolución Mexicana. Las obras son como la lluvia. Nunca se sabe en qué van a fructificar. Pero en un día del mes de diciembre de 2010, la historia mexicana del siglo XX cuenta entre sus filas con otro clásico.

Adiós, Friedl.

 

BIBLIOGRAFÍA

1) Werner Roeder y Herbert Strauss (comps.), Biographishes Handbuch der deutschprachigen Emigration nach 1933, 3 vols, en 4 K.G. Saur, Munich, 1980-83.         [ Links ]

2) John C. Coatsworth, "Semblanza de Friedrich Katz", en Javier Garcíadiego y Emilio Kouri (comps.), Revolución y exilio en la historia de México. Del amor de un historiador a su patria adoptiva: Homenaje a Friedrich Katz, El Colegio de México/Era, México, 2010.         [ Links ]

3) John Womack Jr., "En torno a Katz y su Pancho Villa", en Javier Garcíadiego y Emilio Kouri (comps.), Revolución y exilio en la historia de México. Del amor de un historiador a su patria adoptiva: Homenaje a Friedrich Katz, El Colegio de México/Era, México, 2010.         [ Links ]

4) Carlos Bravo Regidor, "La mirada de Katz", en La Razón, 25 de diciembre de 2010.         [ Links ]

 

Notas

1 Werner Roeder y Herbert Strauss (comps.), Biographishes Handbuch der deutschprachigen Emigration nach 1933, 3 vols, Munich, en 4 K.G. Saur, 1980-83, v.1, p. 352.

2 John C. Coatsworth, "Semblanza de Friedrich Katz", en Javier Garcíadiego y Emilio Kouri (comps.), Revolución y exilio en la historia de México. Del amor de un historiador a su patria adoptiva: Homenaje a Friedrich Katz, El Colegio de México/Era, México, 2010, p.15; John Womack Jr., "En torno a Katz y su Pancho Villa", en Javier Garcíadiego y Emilio Kouri, ibid., p. 81.

3 Carlos Bravo Regidor, "La mirada de Katz", en La Razón, 25 de diciembre de 2010.

4 Womack, Jr., "En torno a Katz...", op. cit., p. 82.

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