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Historia y grafía

versão impressa ISSN 1405-0927

Hist. graf  no.34 México Jan./Jun. 2010

 

Ensayos

 

¿Debemos seguir escribiendo historias de la literatura?

 

Shall We Continue to Write Histories of Literature?

 

Hans Ulrich Gumbrecht

 

Department of Comparative Literature Stanford, California

 

Resumen

El título-pregunta es serio, es decir, no está adaptado para producir una respuesta autocongratulatoria en la tradición de los estudios literarios ni de su trabajo histórico. Pero la razón de que la pregunta sea seria tiene poco (si no es que nada) que ver con los movimientos interiores de la disciplina de "estudios literarios". Más bien este ensayo parte de la tesis de que, en las pasadas tres o cuatro décadas, el "cronotopo" (la construcción del tiempo) en que nosotros (la cultura "occidental", y probablemente incluso la "cultura global") vivimos está sufriendo una profunda transformación; y ésta vuelve obsoleta la asunción central que funda no sólo la "historia literaria" como género por más de dos siglos –es decir, la asunción de que uno puede "aprender", aprender cómo se hacen pronósticos del desarrollo histórico de cualquier fenómeno, poniendo a la "literatura" como eminente caso de la cuestión–. Si este cronotopo "historicista" ya no es el nuestro, entonces la pregunta que surge es qué parte de nuestras nuevas relaciones con el cuerpo textual llamado "literatura" puede calificarse de específicamente "histórico" y qué tipos de los nuevos discursos puede impulsar.

Palabras clave: historia literaria, observador de segundo orden, teoría y crítica literaria, historicidad, literatura.

 

Abstract

The title-question is serious, i.e. it is not geared to produce a self-congratulatory answer for the tradition of literary studies and its historical work. But the reason that makes this question serious has little (if anything) to do with interior movements in the discipline of "Literary Studies." Rather, this essay departs from the thesis that, over the past three or four decades, the "chronotype" (the construction of time) in which we (the "western" cultures, and perhaps even "global culture") are living, has undergone a profound transformation; and that this transformation makes obsolete the central assumption that had founded not only "Literary History," as a genre, for more than two centuries -- i.e. the assumption that one could "learn" (learn how to make prognostics) from the historical unfolding of any phenomenon, with "literature" being an eminent case in point. If this "historicist" chronotope is no longer ours, then the question arises of what among our new relationship to the textual body called "literature" may qualify as specifically "historical," and which types of new discourses they might enhance.

Key words: Literary History, second order observer, theory, literary criticism, historicity, Literature.

 

El título de este ensayo parece anunciar una repetición del que considero uno de los peores hábitos en los estudios literarios y en las humanidades en general. Por esto podría parecer, con toda certeza, una de esas cuestiones tan dramáticamente autorreferenciales que a los críticos les gusta plantear, con la promesa implícita de llegar a las respuestas más fáciles; respuestas fáciles que vuelven las cosas peores, ya que sus méritos parecen crecer gracias a la pretensión de abrirse, por un momento, a la visión de un futuro inquietante. Yo puedo asegurar ciertamente que mi propia pregunta tiene una intención más directa y que producirá muchas menos predicciones optimistas por una variedad de razones. En primer lugar, creo que las humanidades han subsistido (más que existido) hasta hoy en un ambiente institucional, económico, político e incluso cultural donde ciertas interrogantes, que suelen ser "abiertamente retóricas", pueden haberse convertido, a nuestras espaldas, en preguntas perfectamente serias y hasta incluso amenazantes. En segundo término, en este sentido, hay que poner atención en el hecho, en sí mismo banal, de que todas las instituciones, entre ellas las disciplinas académicas en que estamos trabajando, tuvieron sus comienzos históricos y llegarán también un día a su fin histórico. En tercer lugar, esto último es específicamente obvio en el caso de una disciplina como la nuestra, cuyo origen histórico, como trataré de demostrar, era en particular improbable. Después de todo, si estamos listos para admitirlo sin pena alguna, los críticos literarios sabemos bastante bien que la humanidad podría sobrevivir fácilmente sin la crítica literaria, e incluso sin las humanidades en general.

Con estos más que cándidos comentarios de inicio (espero), he trazado ya la estructura del argumento que voy a intentar desarrollar, es decir, qué podemos hacer y qué debemos hacer en el estado actual, utilizando la herencia intelectual discursiva de la "historia literaria". Específicamente, mi respuesta tendrá cinco partes: comenzaré con una breve descripción (1) del surgimiento histórico, en los inicios del siglo XIX, de los estudios literarios, como una disciplina académica (cuya forma institucional de inicio, –es muy importante subrayarlo–, no contenía todavía el subcampo de la "historia literaria"). Con estas bases, mostraré cómo, décadas después y en el contexto epistemológico al que hemos estado haciendo referencia, desde Michel Foucault, con "la crisis de representación", la historia literaria aparece como una fascinación intelectual específica y como una posibilidad discursiva (2). En la tercera parte, la central, de esta narrativa, hablaré sobre la situación de los estudios literarios hacia fines del siglo XIX, cuando, paradójicamente, una primera crisis de esta forma institucional no sólo desencadenó la irrupción de la teoría literaria como un subcampo adicional de la disciplina, sino también inauguró la edad de oro de la historia literaria merced a una proliferación extraordinaria de nuevas perspectivas y preguntas. En el apartado siguiente (4), mantengo que la tan específica forma de historicidad situada en las bases de la emergencia de la historia literaria en el comienzo del siglo XIX desapareció hace muy poco tiempo, a partir de las últimas décadas del siglo XX. Esta tesis, bastante obvia, nos regresa a nuestra situación inicial, a nuestro final y a nuestra cuestión fundamental (5) –nos lleva de regreso a la cuestión de qué podemos hacer, hoy, con el legado intelectual e institucional de la historia literaria–.

 

I

Si es absolutamente cierto que ha habido numerosas maneras profesionales de relacionarse con los textos llamados "literarios", desde la época del helenismo, pienso que estas prácticas, casi fiológicas, no son identificables con el comienzo de la "crítica literaria" –ya que no se relacionan con nuestro presente ni con ninguna continuidad institucional e intelectual– Una fuerte reivindicación de nuestra tradición puede justificar el retorno a un número de universidades alemanas (más precisamente prusianas) de la segunda y tercera décadas del siglo XIX.1 El amplio contexto sociohistórico de este desarrollo creó una tensión creciente en los inicios de los Estados "burgueses" postrevolucionarios y posreformados, y esta tensión se estableció, por un lado, entre una imagen nueva y normativa de la sociedad y de las relaciones sociales que ellas habían transmitido, y, por otro, la prevaleciente experiencia cotidiana de esas sociedades en que las ilusiones se fueron diluyendo rápidamente. Como una forma de mediación y compensación en este conflicto, una limitada esfera de ocio comenzó a establecerse en cuanto tal, donde, en las condiciones institucionales de juego y ficción, todas aquellas nuevas promesas implícitas en la imagen normativa de la sociedad fueron "conservadas" y "hechas verdad". Si, por ejemplo, la igualdad de oportunidades, como parte de los valores fundamentales de los nuevos Estados, estaba lejos de ser una realidad cotidiana, algunas formas de ocio la ofrecieron como experiencia ilusoria.

Actualmente, tenemos razones empíricas para creer que la escritura literaria y, sobre todo, la lectura literaria, a principios del siglo XIX, desempeñó un papel central en el núcleo de la institución del ocio. Este rol ciertamente puede explicar el interés del Estado prusiano en lanzar y financiar una disciplina académica (es decir, los estudios literarios, en la forma de "Germanistik"), cuya función principal fue desarrollar una cultura nacional y una forma de lectura a través de la cual la nueva tarea mediadora de la literatura en el contexto del ocio se garantizaba, además de alentar el uso de textos literarios como un repertorio para ilustrar y ejemplificar la nueva imagen igualadora de la sociedad. Durante las siguientes décadas, los estudios literarios comenzaron a desarrollarse, dentro del amplio contexto europeo y estadounidense, de acuerdo con dos diferentes premisas estructurales y en dos diferentes formas institucionales. En todos aquellos lugares en que la nueva sociedad burguesa se vio a sí misma como el resultado de una revolución exitosa –como lo fue en Gran Bretaña, en Francia y en Estados Unidos–, el horizonte normativo de referencia donde las experiencias cotidianas debían ser mediatizadas por la lectura de literatura, éstas se apoyaron en conceptos abstractos y tendencialmente metahistóricos como los de "liberté", "egalité", "fraternité". Hubo un hábito preponderante en este contexto, que consistió en leer textos literarios como alegorías de los valores y conceptos abstractos, y los primeros protagonistas de la nueva disciplina fueron Matthew Arnold, en Inglaterra, por ejemplo, y Paulin Paris, en Francia, quienes desempeñaron un papel público como pedagogos lectores, más que como académicos altamente especializados (antes de convertirse en profesores, Matthew Arnold había sido inspector de educación secundaria y Paulin Paris, librero).

Sin embargo, en los contextos nacionales donde las reformas burguesas habían sido emprendidas como una reacción a una experiencia nacional de derrota y humillación –como la de los países germanos y posteriormente la de Italia, Rusia o España–, el horizonte normativo de la sociedad estaba típicamente ocupado por una imagen idealizada del pasado de cada país, cuya condición produjo una lógica necesaria para que los textos literarios fueran presentados y leídos como documentos que ilustraban ese glorioso pasado. Así fue como eruditos (más que pedagogos) como Jacob y Wilhelm Grimm emplearon sus grandes habilidades flológicas. Pero mientras el énfasis de sus trabajos con textos individuales se puso siempre en la historización, la mayoría de ellos no se interesó entonces por escribir historias de sus literaturas nacionales.

 

2

Aun en el contexto prusiano de los primeros estudios literarios, a pesar de su fuerte y bastante sofisticada tendencia a la historización, la "historia literaria" no se convirtió en una preocupación ni en una forma discursiva antes del advenimiento, en el segundo cuarto del siglo XIX, de la crisis epistemológica que Michel Foucault denomina "crisis de la representación". Tomando prestado un concepto central de la filosofía de Niklas Luhmann (aun que el mismo Luhmann nunca lo usó en una forma estrictamente histórica), yo propongo referirme al mismo síndrome histórico como "emergencia del observador de segundo orden".2 La posición de observador de segundo orden, en tanto se convirtió en una realidad institucional dentro de la cultura occidental durante la segunda mitad del siglo XIX, es una relación donde quien observa el mundo debe observarse a sí mismo en el acto de observación. Es el rol de autorreflexividad, en tanto que ya estaba probablemente disponible, en estado de una opción, para todas las culturas humanas, el que se vuelve una institución, pero ahora es transformado en una institución, en una ley estructural.

Como una nueva e inevitable condición para cualquier clase de apropiación, la emergencia del observador de segundo orden tuvo un gran número de largas consecuencias dentro de la epistemología del siglo XIX. La que aquí nos interesa puede ser llamada "perspectivismo". Un observador que se observa a sí mismo en el acto de observación descubrirá que su percepción y experiencia del mundo dependen de su perspectiva (en ambos sentidos: literal y metafórico), y su descubrimiento pronto lo guiará hacia una comprensión de que, para cada objeto de referencia del mundo, hay tantas formas potenciales de experiencia, de conocimientos o de representación como perspectivas observadoras haya. La consecuencia potencial más extrema de estar sumergido en esta proliferación de perspectivas es por supuesto el temor de desvanecer (e incluso de una no existencia) cualquier "objeto de referencia" fuera del observador mismo del mundo.

Yo creo que, desde la década de 1820, el brusco cambio de un como-espejo ("uno-hacia-uno") a un principio narrativo de la representación del mundo se volvió la solución exitosa, a largo plazo, de este problema, y fue la base de lo que hemos llamado desde entonces "Historicismo del siglo XIX". Pero ¿cómo puede la historización volverse una solución a los retos del perspectivismo? Esto se da porque un discurso donde la nación es identificada a través de su historia (o en la que una especie es identificada a partir de su evolución) será siempre capaz de integrar, dentro de una secuencia narrativa (el infinito potencial de), sus diferentes representaciones. Dentro de este amplio contexto, se vuelve plausible usar no sólo textos literarios individuales como puntuales "evocaciones" de un glorioso pasado nacional, sino ver las historias de literaturas nacionales como objetos intencionales y como formas discursivas con derecho propio, una fórmula, e incluso el camino ideal que podría brindar acceso a una verdadera comprensión de la identidad de una nación.

Sobre todo en el contexto germano, aunque indudablemente no de manera exclusiva, las posibilidades formales de la historia literaria como discurso parecen haberse desarrollado, desde la mitad del siglo XIX, entre dos posibilidades opuestas. Sin sorpresa, habría un tipo de literatura histórica fuertemente teleológica, visiblemente "hegeliana", que trataba de dar forma a la historia de la literatura nacional como una trayectoria hacia la autorrevelación de la identidad nacional. Los escritos de Georg Gottfried Gervinus3 y, algunas décadas después, los de Wilhelm Scherer trataron de explorar esta posibilidad. El otro estilo puede caracterizarse como "antropología histórica" y recurrir a diferentes tipos y formas de literatura de distintos momentos del pasado nacional para constituir una imagen completa de la nación en turno, sin tener una tesis central sobre la identidad nacional o una idea de su desarrollo sistemático. Los libros de Gustav Freytag sobre la cultura germánica (y probablemente la mayoría de los de los nuevos historiadores de la literatura) pertenecieron a esta variedad.

Actualmente, junto con la formación del historicismo discursivo y en parte desde él, surgió una compleja estructura de tiempo imaginaria, a partir de la cual se dio el cambio de experiencia, el cual fue tan universalmente aceptado que la gente pronto tendió a confundirlos con la "consciencia histórica" en el sentido de una condición metahistórica.4 Su rasgo más elemental era la asimetría entre un futuro abierto vivido como horizonte de expectativas y un pasado que, en el tiempo en curso, en cada momento, parecía dejar detrás un espacio de experiencia cerrado. Entre ese futuro y este pasado, el presente parecía ser, como Charles Baudelaire dijo alguna vez, "un imperceptible pequeño momento de transición", un momento de transición, y también una condición necesaria para la existencia del Sujeto y de sus funciones específicas. Por esto se esperaba que la tarea del Sujeto, dentro de este pequeño presente, fuera la de adaptar la experiencia del pasado a las condiciones del presente y proyectarlas en el futuro en una situación de expectación. La topología dentro de la cual todos esos aspectos venían juntos era la de un momento que progresiva y constantemente dejaba atrás el pasado para cruzar el siempre renovado umbral entre presente y futuro.

Desde nuestra perspectiva, el aspecto que importa entender es que, desde la emergencia del observador de segundo orden, y subsecuentemente del historicismo del siglo XIX, todo texto literario se ha vuelto un elemento potencial para posibles historias de literatura nacional. La posibilidad de que fueran realmente usadas dependía ante todo de los amplios contextos políticos. Finalmente esto se dio, es decir, las historias de literatura nacional se convirtieron en una institución dondequiera y cuando quiera que las naciones experimentaran un momento de derrota y de humillación. En el caso francés, por ejemplo, podemos asociar este comienzo con el momento exacto de la derrota de la nación en la guerra franco-prusiana de 1870-1871.5 Pero hubo otras naciones, Inglaterra por ejemplo o los Estados Unidos, donde, por la misma razón (o, más precisamente, por la razón opuesta, es decir por la falta de un momento de derrota nacional),6 la historia de la literatura nunca se volvió una opción discursiva para la crítica literaria. Sería una tarea fascinante investigar en qué específicos horizontes de autorreferencia nacional el proyecto de reconstrucción de Antonio Candido sobre la "formación de la literatura brasileña" se puso en marcha.

 

3

Sin duda alguna, el siglo XIX fue la edad feliz de la crítica literaria en general y de la historia literaria en particular; para esta última fue un tiempo en que, como Wolfang Iser dijo una vez, si la literatura tendió a cumplir la tarea de religión nacional, nuestra disciplina sirvió como su teología. En esta forma y estado, la crítica literaria experimentó su primera crisis hacia el final del siglo XIX, pero el trance resultó productivo en un doble sentido. En un primer momento, provocó el surgimiento de la "teoría literaria" dentro de la crítica literaria y, en segundo lugar, produjo a partir de la historia literaria gran número de nuevas cuestiones y preocupaciones que dispararon la motivación para experimentar, desde principios del siglo XX, con distintas formas discursivas y nuevas funciones de la historia literaria.

Yo creo que lo que provocó esta crisis disciplinaria fue el creciente escepticismo frente a la tradicional situación ontológica de conceptos e imágenes que, desde fines del siglo XVIII y principios del XIX, habían ocupado los horizontes normativos de diferentes sociedades y naciones como marcos de referencia en los primeros momentos institucionales de nuestras disciplinas. De repente, los valores condensados en conceptos morales de la tradición de la Ilustración o la circunstancia real de las imágenes románticamente idealizadas de diferentes naciones ya no fueron tan obvios y plausibles como lo habían sido por casi un siglo completo –y este proceso de devaluación emocional y ontológica se intensificó, evidentemente, en forma exponencial, por efecto de la Primera Guerra Mundial como crisis institucional (para las naciones victoriosas casi tanto como para las derrotadas)–. Si la crítica literaria perdió su horizonte de referencia original en este proceso, una nueva serie de cuestiones y preocupaciones autorreflexivas sobre la disciplina tuvieron que surgir, y desde entonces delimitaron la teoría literaria como un nuevo subcampo.7 Si durante el siglo XIX la mediación entre el concepto normativo de sociedad y su realidad cotidiana había sido el marco de referencia para los estudios literarios, ahora la cuestión que surgió como una problemática primordial para la teoría literaria (y todo esto dentro del creciente escepticismo respecto a este horizonte de referencia) fue la función y autoasignación que debería tener la crítica literaria. Pero si, en el siglo XIX, cualquier texto que pudiera funcionar mediado por la selección de la crítica literaria era llamado "literatura", el problema surgió, repentinamente, como si fuera posible definir coherentemente la literatura y, más aún, definirla en términos metahistóricos y transculturales (esta inquietud, desde su primera materialización, parece haber movido, sobre todo, distintas teorías literarias; por ejemplo, desde la fundación del "formalismo ruso" durante los años que precedieron la Primera Guerra Mundial y en la Revolución de octubre). Otra pregunta de la "teoría literaria", dentro una infinidad de nuevas preocupaciones potenciales, trataría de determinar el estado de la historia literaria en relación con otras "series históricas" (como los formalistas solían decir), es decir, la historia de la música o del arte, pero también la historia política o la historia económica.

En la historia literaria, específicamente, la crisis no iba acompañada todavía de una pérdida completa de credibilidad de sus distintas facultades explicativas. Al contrario, lo que pareció haberla afectado fue la "naturalidad" con que, desde las fundaciones románticas y, más explícita y decididamente, desde la emergencia del observador de segundo orden, se favoreció la historicidad de la literatura y los discursos de la historia literaria como camino ideal hacia las diferentes identidades nacionales. La crisis de la crítica literaria y la aparición de la teoría literaria incrementaron la complejidad de una nueva preocupación sobre los diferentes caminos en que la identidad fenoménica y discursiva de la "Literatura" determinaría las posibilidades específicas tanto de su comprensión como de su percepción histórica. Si la productividad de cierta ingenuidad que floreció con la historia literaria durante el siglo XIX se desvaneció para siempre, una nueva exactitud en la reflexión sobre el estado de la historia literaria apareció en el uso de su potencial epistemológico como compensación de lo perdido. Como consecuencia, podemos observar, desde el principio y casi hasta fines del siglo XX, el surgimiento de un amplio rango de nuevas reflexiones y de nuevas perspectivas, unas y otras en los más "teleológicos" y "antropológicos" discursos inspirados por la historia literaria.

Entre ellos, uno de los primeros y más influyentes intentos fue el de Georges Lukács, en su Teoría de la novela (1920), que determina la específica relación entre la literatura y el proceso de la historia, basada en la reflexión de la forma literaria. Para Lukács, el rasgo específico del discurso de la literatura, sobre todo en comparación con la historiografía, fue su poder de "concretud" y, en consecuencia, su poder demostrativo. Gracias a ellos, Lukáccs creyó que la literatura era capaz de identificar ciertas regularidades (ciertas "leyes") dentro del cambio histórico, antes y con más profundidad que incluso los más intelectualmente atrevidos historiadores –y muy a menudo contra los principios de las orientaciones políticas de los historiadores literarios–.

El ejemplo favorito de Lukács era la profunda comprensión del monarquista Balzac sobre cómo iba tomando forma el mundo capitalista de principios del siglo XIX. De la misma manera, uno podría tratar de establecer un vínculo entre una dimensión redentora de nuestro acercamiento del pasado (del que Walter Benjamin, una buena década después, habla en su Tesis de la filosofía de la historia) y, por otro lado, una capacidad específica de los textos literarios para conjurar mundos dejados atrás. La "recepción de la historia", desde fines de los sesentas, era el sueño académico para identificar el efecto de la literatura en un mundo cambiante a través de la mediación de su efecto en los lectores. Con el estudio histórico de la literatura como forma mediática, surgió finalmente un nuevo movimiento, durante la década de los ochenta,8 que ofreció establecer una conexión con aquella idea de que, dentro de la evolución de la humanidad, la historia de la tecnología aparecía como una continuación de la evolución biológica con diferentes significados. Dentro del contexto brasileño, y genealógicamente, sería desde luego una tarea importante analizar la posición específica de la concepción de Antonio Candido sobre la "formación" de la literatura nacional, ya que parece atribuir a la literatura un papel más activo e incluso motivacional, más que una mera función representacional desnuda.

Dentro del largo paradigma discursivo que he caracterizado como "antropología histórica", localizaría, por ejemplo, la obra maestra de Erich Auerbach, Mimesis, en tanto que trata de ilustrar cómo el "realismo literario", desde la época del cristianismo temprano, había tenido una convergencia paradójica entre el más "humilde" nivel de discurso decoroso (sermo humilis) y el más sublime contenido de la existencia humana, es decir, el sabor trágico de la cotidianidad. Sólo dos años después de la aparición del libro de Auberbach en 1946, Ernst Robert Curtius afirma haber documentado, en su trabajo monumental sobre La literatura europea en la Edad Media latina, cómo la presencia continua de cierto repertorio de formas retóricas y literarias proveyó las raíces de la moderna cultura occidental en una tradición milenaria, más necesitada en la lóbrega situación existencial que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Al regresar inadvertidamente a una práctica que reúne la temprana historiografía literaria en la época del romanticismo, hubo la tendencia, desde la década de los setenta y la de los ochenta, de usar la historia literaria como medio para trazar y producir identidad.9 Mientras Michail Bachtin (con los conceptos de "carnaval" y "diálogo") y Wolfang Iser (con el concepto de "ficción") trataron de ofrecer los topoi de convergencia y comparación para los acercamientos a la literatura, ansiosos de ilustrar la variación histórica dentro un marco estable de condiciones, el famoso ensayo de Michel Foucault titulado "¿Qué es un autor?" se presenta como una motivación para la tendencia contraria, es decir, para los más sofisticados y más rigurosos tipos de historización conceptual en el análisis de la literatura y de sus instituciones. Fue gracias a este esfuerzo de diferenciación histórica extrema, sobre todo, como durante la década de los ochenta y los primeros años de los noventa, la posibilidad de construir un verdadero concepto metahistórico y transcultural de literatura –como la teoría literaria había querido hacer desde sus orígenes, a comienzos del siglo XX–, se volvió un tema que suscitaba creciente escepticismo. Debido al nuevo ímpetu en la práctica de la historización, se comenzó a problematizar el concepto metahistórico de "Literatura" que implícitamente había dado continuidad a todos los intentos previos en la escritura de historia literaria.

 

4

En la sección anterior, mi propósito era mostrar cómo la crisis de la forma y función de la historia literaria que había predominado durante el siglo XIX y alrededor de 1900 se volvió una fuente de enorme productividad tanto intelectual como discursiva. Desde el lado de la crítica literaria como un hecho institucional, esta proliferación tuvo más bien un efecto centrífugo, que, como hemos visto, produjo dudas acerca de la legitimidad epistemológica de cualquier concepto de "Literatura" capaz de ofrecer la fundación de una disciplina académica. Pero si todos éstos fueran problemas del tipo de los que pueden ser fácilmente revertidos en "méritos intelectuales", comenzamos a entender que, justo antes de la culminación del segundo milenio, entramos en un proceso de transformación epistemológica que, en un modo mucho más profundo y radical, socavó para siempre las premisas de que la "Historia", como nuestra moderna relación con el pasado, había dependido.

Me refiero a ese amplio debate en que la identificación del presente, en tanto "posmoderno" o como "continuación de la modernidad", parecía estar en juego.10 Ahora, visto retrospectiva e independientemente de las emociones (y agresiones) políticas que atraviesan esta discusión, podemos ver que había con frecuencia una reacción confusa frente a estos dos cambios espistemológicos tan fundamentales y diferentes. Sobre todo, ello marcó el fin de la suposición de que la emergencia del observador de segundo orden resolvía problemas planteados por el historicismo del siglo XIX y, en definitiva, también el fin de la creencia de que el principio narrativo era el medio para identificar el fenómeno, y capaz de absorber y de ese modo neutralizar todos los problemas del perspectivismo. De ahí la insistencia en los tempranos diagnósticos del "momento posmoderno", primero en La condición posmoderna de Jean-François Lyotard sobre la inviabilidad de toda (en su mayor parte hegelianas) clase de grandes narrativas (grand récits). De manera suplementaria, respecto a esta escéptica historización como herramienta epistemológica, surgió una nueva apreciación de las características literarias en la escritura de la historia, bellamente argumentada e ilustrada por Hayden White en su libro Metahistoria –que más tarde se transformó en un muy respetable estilo intelectual y académico que hemos venido llamando "nuevo historicismo"–. La variación literaria en la representación del pasado se ha vuelto ley hasta ahora, en tanto que ninguna reivindicación de verdad referencial se ha vuelto a hacer.

La pregunta que autores como Lyotard y White han venido planteando y que, asombrosamente, de alguna manera, no se había formulado en siglo y medio, es por qué la "gran narrativa" debería ser más independiente desde su perspectiva que cualquier descripción más pequeña; y también la cuestión de por qué no debería haber una infinidad de narrativas posibles para identificar, por decir un ejemplo, la nación Letona, en tanto que hay desde luego una infinidad de definiciones e imágenes para el mismo objeto de referencia. Es interesante registrar cómo esta nueva manera de tratar con el pasado coincide, al menos cronológicamente, con una verdadera fobia respecto a la historia y cualquier forma discursiva que pudiera llamarse "narrativa"; esto era central en el trabajo y notorio en la persona pública de Jacques Derrida.

En el plano epistemológico, una segunda transformación contemporánea, mucho más importante aún, fue el cambio que la topología básica de "historia" e "historicismo" experimentaba ahora, en relación con el modo en que había surgido a principios del siglo XIX. De ser esto así, determinar en qué formas específicas de crisis están interconectados los grands récits y el cambio en la topología del "historicismo" era una cuestión que debería ser trabajada sin descanso y discutida por futuras reflexiones e investigaciones. Pero es muy claro que, durante las décadas finales del siglo XX y dentro de la cultura occidental, al menos, el futuro perdió progresivamente su cualidad de ser un "horizonte abierto de expectativas" y se convirtió en una zona ahora al parecer inaccesible para nuestras predicciones y tendencialmente sin atractivo para nuestros deseos. Al mismo tiempo, nuestras capacidades tecnológicas y artesanales se fueron desarrollando hasta el infinito, para preservar y reproducir artefactos del pasado. Así, de esta manera, se volvía posible, de un modo bastante literal, que en vez de constantemente "dejar el pasado detrás de nosotros", sumergirnos ahora, en un sentido bastante material, en el mundo que nos ha precedido. Entre un futuro que parece estar cerrado y un pasado abierto para inundar nuestro presente, éste ha empezado a expandirse desde ese "imperceptible pequeño momento de transición" en una amplia dimensión de simultaneidades.11 Pero ¿por qué debería ser esta transformación epistemológicamente relevante?

 

5

Epistemológicamente es relevante por la desaparición de ese estrecho pasado que la modernidad se llevó, y con el que se acabó la marcada posición límite que solía ser la parte estructural y la condición funcional de eso que llamamos el "Sujeto". Lo que está en el centro, entonces, es lo que explica (y, yo pienso, justifica plenamente) el título de este ensayo, o sea la inmediata necesidad de repensar nuestra relación con el pasado en un ambiente intelectual cambiado, donde ya no podemos confiar en lo "moderno", es decir, en la tradición "cartesiana" de un Sujeto-fundamento filosófica y epistemológicamente. Es un desafío para nuestras maneras de experimentar y pensar el mundo que sobrepasa, por mucho, los límites de la cultura histórica de nuestra "Historia" como disciplina académica; es un reto, finalmente, dentro de toda la complejidad de nuestros problemas como historiadores de la literatura que parece comparativamente marginal (¿y por qué no decir, simplemente, poco importante?). Al señalar este desafío, he llegado al aspecto principal que quería en mi ensayo, es decir, a la observación de que el último rango de los problemas filosóficos con que la escritura de los historiadores de la literatura se confronta ahora es el de que se requerirá un esfuerzo mucho más importante y profundo para pensar y reconsiderar todas las provocaciones surgidas de la centrífuga, aunque igualmente productiva, proliferación de preguntas y nuevos paradigmas en la historia literaria durante el siglo XIX. Ahora se vuelve más claro que un nuevo inicio de la historia literaria presupondría una serie de discusiones, preguntas y soluciones que no pueden producir los estudios literarios únicamente.

Entonces, de nuevo, la implicación deductiva de la frase anterior (es decir, que tenemos que resolver ciertamente algunas cuestiones epistemológicas antes de afrontar problemas disciplinarios y discursivos "más pequeños") no puede comprender por completo cómo funciona en realidad la vida intelectual, y no sólo las disciplinas académicas. La verdad es que ya en la actualidad podemos ver a los historiadores de la literatura trabajando con eficacia en soluciones "de base" en el nivel epistemológico,12 en algunos casos incluso sin haber evaluado y comprendido la magnitud de los problemas filosóficos implicados. Sin embargo, iniciando otra vez, con el merecido rigor deductivo y con la inestable posición del Sujeto como un problema epistemológico, debemos preguntarnos cuáles son exactamente las nuevas incertidumbres que siguen de la dilución de ese "pequeño presente" que solía ser el hábitat del Sujeto. Yo puedo ver dos cambios mayores.

En primer lugar, la posición de los nuevos observadores frente-a-frente al mundo ya no es más una posición externa. No se está más en el límite (y en consecuencia doblemente en la exterioridad) del pasado y del presente, al igual que tampoco nos parece estar más en una posición externa al mundo de los objetos. En segundo lugar, si nuestra posición de observadores no es más una posición de exterioridad en relación al mundo de los objetos, entonces el tradicional estado ontológico contrasta entre un observador cartesiano que es sólo espíritu-conciencia y el mundo de los objetos como un mundo puramente material que se va borrando y que al final desaparecerá. El nuevo "sujeto fragmentado" (ésta es una frase con que Luiz Costa Lima se refiere al mismo problema) no puede estar más como un sujeto puramente cartesiano, ya que incluiría componentes físicos (somáticos) y por lo tanto se (re)establecería un contacto sensual más fuerte con el mundo de los objetos. Es como si de pronto nos encontráramos en la mitad del tiempo y en la mitad de los objetos con un deseo de volverse parte de este mundo material (y tal vez, más aún, de su temporalidad) cuya experiencia, por una completa carencia de familiaridad, es muy confusa para nosotros. En otras palabras: tenemos que aprender qué es ser un observador que permanece, con su cuerpo, en medio de un mundo material para ser observado.

Probablemente, esta situación explica el nuevo y aún creciente deseo entre los historiadores y sus lectores (y yo hablo de un vago pero poderoso deseo, más que de un "paradigma") de sumergirse ellos mismos en mundo pasado como mundo material. El Memorial del Holocausto, de Peter Eisenman, en Berlín, no es un símbolo, no es una representación del más desoído de los crímenes en la historia de la humanidad. Es un campo irregular de bloques concretos de cemento, capaces de producir, como los campos de concentración nazis, sentimientos de terror y angustia en quienes caminan alrededor de ellos. Eso puede ser una buena afinidad entre este monumento y algún experimento mucho más inofensivo organizado por curadores y autores. Yo hablo de experimentos que tratan de producir efectos de completa "inmersión histórica", inmersión que afectaría, lo más posible, el estado corporal y emocional de los visitantes o de los lectores.13 Ahora parece haber un consenso entre quienes han emprendido tales experimentos con textos "literarios" (y yo no regresaré aquí a ese problema sin salida de la imposibilidad de definir "literatura") que son en particular buenos para hacer el pasado presente, presente en tanto impresión de un ambiente material y sensual. ¿Por qué esto ocurre así? Ello tiene que ver con el inherente potencial de muchos textos literarios que nosotros hemos pasado por alto y por los cuales nos estamos volviendo más sensitivos, en las actuales condiciones específicas cotidianas de autorreferencia que nosotros queremos encontrar siempre con todo lo "cartesiano" (porque algunas veces sentimos que no somos sino una fusión de conciencia y programación informática).

Este efecto al que yo me he referido pertenece a la dimensión estética de la literatura y puede llamarse su "concretud".* Una "concretud" de la literatura no simplemente en el sentido de Lukács, de textos y sus contenidos que ilustran conceptos abstractos, sino "concretud" como la capacidad de dar a los lectores el sentimiento de estar rodeados por un mundo material y de estar inscritos en su transformación rítmica.14 Sentimos que estamos envueltos (y nosotros estamos de hecho envueltos) por sonidos del siglo XVII cuando recitamos un soneto shakesperiano o los versos de Las luisiadas, aunque también, incluso, textos en prosa como El hombre sin atributos de Robert Musil logran hacernos sentir rodeados por las atmósferas de sus mundos pasados e inmersos en ellas.15

Ahora, si es correcta mi impresión de que lo que muchos de nosotros buscamos en la historicidad de la literatura en las condiciones epistemológicas actuales (una visión de) es un sensual sentimiento de ser parte de y de estar inscrito en el mundo material que nos rodea, entonces esta función se encuentra tan lejana como uno puede imaginar, desde la tarea que las primeras historias nacionales de la literatura querían alcanzar. Esto es, desde la tarea –muy hegeliana– de desarrollar, a través de una extensa narrativa, la imagen y el concepto de una nación. El gran número de lectores y académicos que parecen estar interesados en el ahora, más que en concepciones de identidad colectiva, significa, para decirlo una última vez, el sentimiento puntual de estar inscrito en el (no sólo) mundo material. En cuanto es un sentimiento preciso, un sentimiento que tiene que ser encontrado y establecido en cada caso específico, yo lo asocio fuertemente con un nuevo tipo de historia literaria fragmentada en cientos de pequeñas "entradas", debido a esta en extremo densa contextualización histórica que nos vuelve a la vida y a la presencia de lo que llamamos "eventos literarios";16 y si esas pequeñas "entradas" usan textos literarios para conjurar mundos pasados, ellas no convergen sin embargo en ningún concepto amplio que trate de capturar la identidad de una nación.

Desde luego no estoy diciendo que ésta sea la única forma de experimentar la historicidad específica de la literatura en las condiciones epistemológicas de hoy. Yo también imagino, por ejemplo, que, en medio de este amplio presente nuestro, textos literarios canonizados pueden volver a ser puntos de concentración porque, como los hoyos negros en la física, han absorbido y ahora cargan consigo muchas capas históricamente diferentes de interpretación y recepción. Mejor que retraducir esas condensaciones de capas de sentido en narrativas de recepción histórica, los textos clásicos, como "hoyos negros" de significado del pasado, pueden volverse un lugar ya de otro tipo y de otra dimensión de historicidad.

¿Cómo la concretud de la literatura y de los textos literarios como hoyos negros de significado, cómo esas nuevas maneras de experimentar la historicidad de la literatura pueden relacionarse una con otras?... No lo sé. Yo no tengo un plan maestro o un programa para el futuro de la historia literaria. Como he dicho al principio, aún yo no estoy seguro de cómo vendría el futuro. Nosotros tenemos que pensar, experimentar y esperar, si tenemos el interés de seguir escribiendo historias de la literatura. Lo único que creo seguro es que no encontraremos ninguna solución realmente acabada para nuestros problemas en los trabajos de nuestros grandes predecesores. Tampoco incluso en los trabajos de héroes como Erich Auerbach ni en Walter Benjamin, porque ellos, también, vivieron en condiciones epistemológicas que ya no son las nuestras.

Traducción: Norma Durán

 

Bibliografía

1) Hans Ulrich Gumbrecht, "Un soufé d'Allemagne ayant passé", Friedrich Diez, Gaston Paris, and the Origin of National Philologies, en Romance Philology, núm. 40, 1986, pp. 1-37.         [ Links ]

2) Hans Ulrich Gumbrecht, "Historia da literatura, fragmento de uma totalidade perdida", en Heidrun Krieger Olinto, Historias da literatura. As novas teorías alemas, Río de Janeiro, Editora da Pontificia Universidade Catolica Rio de Janeiro, 1996, pp. 223-40.         [ Links ]

3) Jefrey Schnapp, "Prefacio", en R. Howard Bloch/ Stephen G. Nichols (eds.), Medievalism and the Modern Temper; Baltimore, Johns Hopkins Press, 1996.         [ Links ]

4) Hans Ulrich Gumbrecht, ensayo "Cascais de Modernização", en João Cézar de Castro Rocha (ed.), Interseções. A materialidade da comunicação, Río de Janeiro, Editora de UERJ, 1998, pp. 23-39.         [ Links ]

5) Reinhart Koselleck, en Vergangene Zukunfit. Zur Semantic geschcchtlicher Zeiten, Frankfurt, 1979 (Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993).         [ Links ]

6) Hans Ulrich Gumbrecht, "Gaston Paris en 1871", en Michel Zink (ed.), Le Moyen Âge de Gaston Paris, París, Odile Jacob, 2004, pp. 69-80.         [ Links ]

7) Hans Ulrich Gumbrecht, "¿El futuro de los estudios literarios?", en New Literary History, núm. 26, verano de 1995, pp. 499-519 (trad. al portugués en mi libro Corpo e Forma, Río de Janeiro, Editora UERJ, 1998).         [ Links ]

8) Friedrich Kittler, Discourse Networks 1800/1900, Stanford, Stanford University Press, 1990 (version original en alemán, 1985),         [ Links ] y Hans Ulrich Gumbrecht y K. Ludwig Pfeifer (eds.), Materialities of Communication, Stanford, Stanford University Press, 1994.         [ Links ]

9) José Luis Jobim, Literatura e identidades, Río de Janeiro, Editora UERJ, 1999.         [ Links ]

10) Reallexikon der deutschen Literaturwissenschaft, Berlín, Gruyter, 2003.         [ Links ]

11) Hans Ulrich Gumbrecht, "Die Gegenwart Wide (immer) Breiter", en Merkud, núms. 629/630, 2002, pp. 769-84. (trad. portuguesa en Palabra, núm. 9, 2002, pp. 53-69).         [ Links ]

12) Luiz Costa Lima, A consciência hóbrida: "Historia/Ficção/Literatura", São Paulo, Top Books, 2006.         [ Links ]

13) Hans Ulrich Gumbrecht, In 1926. Living on the Edge of Time, Cambridge, Harvard University Press, 1997 (trad. brasileña, Em 1926. Vivendo no limite do tempo, Río de Janeiro, Record, 1999; trad. en español, En 1926. Viviendo al borde del tiempo, México, Universidad Iberoamericana, 2004).         [ Links ]

14) Hans Ulrich Gumbrecht, "Einlandung ins Reich der Sinne. Romanische Konkretion und romanistische Praegnanz", en Frankfurt Allgemeine Zeitung (Frankfurt), 28 de septiembre de 2005.         [ Links ]

15) Hans Ulrich Gumbrecht, "Erinnerung an Herkuenfte, Stimmungein vernachlaessigtes Thema der Literatur", en Frankfurter Allgemeine Zeitung, Frankfurt, 30 de noviembre de 2005.         [ Links ]

16) Denir Hollier (ed.), A New History of French Literature, Cambridge Harvard University Press, 1989,         [ Links ] y David Wellbery (ed.), A New History of German Literature, Cambridge, Harvard University Press, 2004.         [ Links ]

 

Notas

1 Para conocer versiones más detalladas e históricamente documentadas de las siguientes narrativas, véanse mis ensayos "Un soufé d'Allemagne ayant passé", Friedrich Diez, Gaston Paris, and the Origin of National Philologies, en Romance Philology, núm. 40, 1986, pp. 1-37; "Historia da literatura, fragmento de uma totalidade perdida", en Heidrun Krieger Olinto, Historias da literatura. As novas teorías alemas, Río de Janeiro, Editora da Pontificia Universidade Catolica Rio de Janeiro, 1996, pp. 223-40; Jefrey Schnapp, "Prefacio", en R. Howard Bloch/ Stephen G. Nichols (eds.), Medievalism and the Modern Temper; Baltimore, Johns Hopkins Press, 1996, pp. 475-81.

2 Véanse detalles más históricos y una mayor precisión conceptual frente a la emergencia del observador de segundo orden en mi ensayo "Cascais de Modernização", en João Cézar de Castro Rocha (ed.), Interseções. A materialidade da comunicação , Río de Janeiro, Editora de UERJ, 1998, pp. 23-39.

3 Me refiero a la "Geschichte der poestischen Nationalliteratur der Deutschen", de Gervinus (1835-1842). Respecto a los siguientes dos ejemplos, véase (en cuanto a Wilhelm Scherer), Geschichte der deutschen Literatur (1883) y (respecto a Gustav Freytag), Bilder aus der deutschen Verganganheit (1859-1863).

4 La detallada descripción y rehistorización de esta selección puede ser considerada el logro central de tiempo-de-vida de Reinhart Koselleck. Véanse sobre todo los ensayos recopilados en Vergangene Zukunft. Zur Semantic geschcchtlicher Zeiten, Frankfurt, 1979 (Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993).

5 Véase mi ensayo "Gaston Paris en 1871", en Michel Zink (ed.), Le Moyen Âge de Gaston Paris, París, Odile Jacob, 2004, pp. 69-80.

6 Es muy interesante, en este sentido, que los primeros impulsos hacia una preocupación seria de la historia de la literatura en las universidades americanas vino muy tarde, hacia 1960 y 1970 (con el trabajo de Michel Foucault como principal inspiración), lo cual significa que la historia literaria en Estados Unidos surgió en el momento de depresión nacional posVietnam.

7 Véase mi ensayo "¿El futuro de los estudios literarios?", en New Literary History, núm. 26, verano de 1995, pp. 499-519 (trad. al portugués en mi libro Corpo e Forma, Río de Janeiro, Editora UERJ, 1998).

8 Friedrich Kittler, Discourse Networks 1800/1900, Stanford, Stanford University Press, 1990 (version original en alemán, 1985), y Hans Ulrich Gumbrecht y K. Ludwig Pfeifer (eds.), Materialities of Communication, Stanford, Stanford University Press, 1994.

9 Como documentación de trabajo en esta dirección producida principalmente en Brasil, véase el volumen de José Luis Jobim, Literatura e identidades, Río de Janeiro, Editora UERJ, 1999.

10 Véase mi entrada a "Posmoderno", en Reallexikon der deutschen Literaturwissenschaft, Berlín, Gruyter, 2003, vol. III, pp. 509-13.

11 Véase mi ensayo "Die Gegenwart Wide (immer) Breiter", en Merkud, núms. 629/630, 2002, pp. 769-84. (trad. portuguesa en Palabra, núm. 9, 2002, pp. 53-69).

12 Véase como un eminente ejemplo, el último libro de Luiz Costa Lima, A consciência hóbrida: "Historia/Ficção/Literatura", São Paulo, Top Books, 2006.

13 Mi propio experimento en ese sentido fue el libro In 1926. Living on the Edge of Time, Cambridge, Harvard University Press, 1997 (trad. brasileña, Em 1926. Vivendo no limite do tempo, Río de Janeiro, Record, 1999; trad. en español, En 1926. Viviendo al borde del tiempo, México, UIA, 2004).

* El autor usa la palabra "concreeteness", inexistente en inglés, pero que refiere a la cualidad de concreto. Nota del trad.

14 Véase mi pequeño texto, "Einlandung ins Reich der Sinne. Romanische Konkretion und romanistische Praegnanz", en Frankfurt Allgemeine Zeitung (Frankfurt), 28 de septiembre de 2005.

15 El concepto germano que trato de referir con "atmósfera" es Stimmung. Véase el principio de las series en curso de las reflexiones sobre "Stimmung" en el artículo "Erinnerung an Herkuenfte, Stimmung – ein vernachlaessigtes Tema der Literatur", en Frankfurter Allgemeine Zeitung, Frankfurt, 30 de noviembre de 2005.

16 Véase Denir Hollier (ed.), A New History of French Literature, Cambridge Harvard University Press, 1989, y David Wellbery (ed.), A New History of German Literature, Cambridge, Harvard University Press, 2004.

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