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Revista de la Sociedad Química de México

versión impresa ISSN 0583-7693

Rev. Soc. Quím. Méx vol.44 no.2 Ciudad de México abr./jun. 2000

 

Obituario

 

Recordando al doctor Jacobo Gómez Lara

 

Hugo Eduardo Solís

 

Departamento de Ciencias Básicas. Universidad Autónoma Metropolitana, Azcapotzalco. Avenida San Pablo 180, Azcapotzalco, México 02200, D.F.

 

Llegué al Instituto de Química de la Universidad Nacional Autónoma de México en agosto de 1969. En aquél entonces estaba de viaje el doctor Jacobo Gómez Lara y había cierta expectación por su pronto regreso. Efectivamente, bastó el primer seminario que impartió para que los alumnos de la nueva generación nos diéramos cuenta del porqué de esa expectativa. Hombre joven, de 34 años en ese momento, de hablar tranquilo pero fluido, amable, de ideas profundas, sólido criterio, y una poco frecuente habilidad para relacionar los temas de investigación en química inorgánica y los que en ese momento se relacionaban con sus aspectos fundamentales. Lo mismo ocurrió durante el transcurso de la maestría en química inorgánica (1973-74) en la Facultad de Química de la Universidad de Guanajuato, en la cual el doctor Gómez Lara fungía como coordinador académico y, desde luego, como profesor de química inorgánica. Durante el transcurso de cada semana, los catorce profesores integrantes de esa generación de maestría nos la pasábamos estudiando (el Huheey, el Cotton y Wilkinson, entre otros libros), analizando, discutiendo, y fomentando nuestras dudas, mas que resolviéndolas, en la espera del fin de semana que llegara Jacobo, y en un par de horas ocurría que se resolvían las dudas, y además, nos hacía reflexionar sobre temas adicionales no explícitamente planteados en los libros.

Tuve la oportunidad de desarrollar mi tesis de maestría en el laboratorio de química inorgánica del Instituto de Química, a cargo de Jacobo, pero bajo la dirección del Dr. Raúl Cetina (1920-1999). A través de aquellos años tuve la oportunidad de percatarme de varias circunstancias: que en el laboratorio siempre hubo estudiantes jóvenes en distintas etapas de formación, Yolanda Falcón y Raymundo Cea estaban haciendo sus tesis de Maestría, Juan Manuel Fernández la de doctorado; Telésforo Jesús Morales, Modesto Rodríguez Pastrana, Hermilo Goñi Cedeño y Jorge Héctor Vázquez Rojas desarrollaban sus tesis licenciatura, entre otros compañeros que ahora no logro recordar. También era fácil ver que Jacobo tenía siempre tiempo para atender las preguntas de cualquier persona, fuera su estudiante o no. Tenía siempre tiempo para conversar con quien se lo solicitara, fuera miembro del Instituto o no. Era muy fácil ver que su presencia atraía profesores, alumnos, visitantes, colegas, trabajadores universitarios, etc. Los estudiantes, los visitantes, los preguntones y demás, proveníamos de la ciudad y de las provincias, de la nación y de otras naciones.

El entusiasmo de Jacobo Gómez Lara por la enseñanza y difusión de la química en general, y de la química inorgánica en particular, no tuvo límites. Participó activamente en la gestión para la creación de la maestría en química inorgánica de la Universidad de Guanajuato, promovió la creación de la Academia Mexicana de Química Inorgánica, de la cual fue Presidente en dos ocasiones, en la ocasión de su fundación (1981) y en 1991. Además, se interesó por escribir textos que cumplieran con la misión de divulgación, y tradujo o revisó traducciones de libros de texto que tuvieron impacto en la educación química. Durante muchos años, hasta el viernes anterior al domingo que falleció, estuvo relacionado con los programas de difusión de la ciencia (domingos en la ciencia) de la Academia Mexicana de Ciencias (antes Academia de la Investigación Científica). Deseo destacar el hecho de que la Sociedad Química de México le otorgara en 1986 el Premio Andrés Manuel del Río como reconocimiento a su labor académica. Sin embargo, Jacobo no era solamente un reconocido científico, un espléndido docente y un entusiasta difusor de la química: era un orientador y sembrador de vocaciones. Su plática fluida y la profundidad de sus expresiones inducían al oyente a continuar el hilo de sus pensamientos, como ocurre cuando uno asiste a la exhibición de una buena película, y se queda con la sensación del discurso inacabado, y que uno mismo es el destinado a terminarlo.

Jacobo era un ser social. Su trato con cuantos le rodeaban resultaba cálido, amigable y enriquecedor. Vivía en el presente y era capaz de descubrir las razones de los fenómenos que ocurrían en la sociedad en cada momento. La disección que hacía de las vivencias sociales era tan completa como la que hacen los libros de historia acerca de los fenómenos sociales en otras épocas. Por supuesto que le tocó vivir activamente movimientos sociales, en particular, los que han ocurrido en la Universidad Nacional desde su época de estudiante en la entonces Escuela Nacional de Ciencias Químicas, en 1952, hasta los actuales momentos de desencuentro entre los diferentes actores del conflicto universitario.

El árbol bueno da frutos buenos, dice la Biblia, y Jacobo fue un árbol de gran sombra a juzgar por la cantidad de estudiantes y profesores que solicitamos y recibimos su guía, su compañerismo y su amistad.

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