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Problemas del desarrollo

Print version ISSN 0301-7036

Prob. Des vol.39 n.154 Ciudad de México Jul./Sep. 2008

 

Comentarios y debates

 

La crisis del sistema en el mundo capitalista: la coyuntura contemporánea y los desafíos de América Latina

 

Carlos Eduardo Martins*

 

* Doctor en sociología por la Universidade de São Paulo; investigador de la Rede y Cátedra de Economía Global y profesor del PPGEST/Ciencia Política, de la Universidade Federal Fluminense. Correo electrónico: cadu.m@uol.com.br.

 

Introducción

El trabajo tiene dos partes articuladas: la primera presenta un análisis de la coyuntura actual del sistema mundial capitalista con base en la perspectiva teórica de larga duración; la segunda analiza la inserción de América Latina en esta temporalidad, situando las posibilidades y perspectivas del tránsito hacia un nuevo socialismo en la región, que emerge del renacimiento del latinoamericanismo en la misma.

Describir las tendencias de la coyuntura mundial contemporánea es un formidable y necesario desafío en un mundo donde el tiempo histórico se acelera con la velocidad de las transformaciones materiales y sociales introducidas por la humanidad. Esta aceleración acentúa lo obsoleto que se vuelven los análisis que se restringen al plano del tiempo inmediato y exige la utilización de instrumentos conceptuales de larga duración, capaces de articular la prospectiva y la retrospectiva, para teorizar la historia como flujo.

Pero las determinaciones de larga duración no deben ser vistas como restricciones a la libertad de los hombres de crear su propia historia. Se basan en esta capacidad creativa que establece estructuras de poder de dimensiones económicas, sociales, políticas e ideológicas articuladas. Éstas presentan contradicciones en su desarrollo que abren el espacio para la guerra de posición y contrahegemonía que, en periodos determinados, pueden desdoblarse en el establecimiento de grandes rupturas.

Para nosotros, latinoamericanos, son colocadas algunas cuestiones decisivas: ¿cómo situar el tiempo presente y la coyuntura contemporánea? ¿De qué forma América Latina se sitúa en ese contexto y cuáles son sus grandes desafíos? ¿Qué instrumentos teóricos y metodológicos son capaces de responder estas preguntas?

En este ensayo pretendemos trazar en líneas generales las grandes tendencias de la coyuntura mundial y las perspectivas que se abren a América Latina para actuar sobre su desarrollo. Para eso partimos de la aproximación de las teorías del sistema mundial, de la dependencia y de la revolución científica-técnica y de sus vinculaciones con las múltiples dimensiones del tiempo. Los resultados a los que llegamos serán necesariamente polémicos. Pero buscan iluminar el horizonte nebuloso y de perplejidades, en que vivimos, y contribuir para las transformaciones sociales en defensa de los intereses de la humanidad, de las grandes mayorías sociales de nuestro planeta, y en particular, de nuestra región.

 

La coyuntura contemporánea y la larga duración

Fernand Braudel, en Historia y ciencias sociales (1958), señala que el tiempo expresa una larga duración que se constituye en una triple y simultánea dimensión: el tiempo de las estructuras, el tiempo de las coyunturas y el tiempo de lo cotidiano. El tiempo de las estructuras es cambio y irreversibilidad. Significa el lento desgaste de la arquitectura que organiza de forma suficientemente fija la relación entre la realidad y las masas sociales. El tiempo de las estructuras remite, por tanto, a los padrones civilizatorios que sustentan la formación y el desarrollo de los grandes procesos sociales. Éste puede ser aproximado al tiempo de los modos de producción, entendidos como procesos civilizatorios milenares y/o seculares. El tiempo de las coyunturas es el tiempo de las regularidades cíclicas que producen inflexiones significativas en las estructuras y las modifica, sin alterar sus componentes fundamentales. Y el tiempo de lo cotidiano es el tiempo anárquico del día a día, restringido, entre tanto, por las prisiones de larga duración de las cuales los hombres no se pueden emancipar.

Por tanto, las coyunturas combinan irreversibilidades, regularidades y situaciones imprevisibles. Pero el alcance de las últimas parece estar fuertemente limitado por las primeras que fijan sus márgenes de actuación. Se torna objeto crucial de la teoría social situar la combinación de irreversibilidades y regularidades para describir los marcos generales de las diversas coyunturas que se establecen. ¿Cómo situar entonces esta combinación de irreversibilidades y regularidades para describir la coyuntura actual?

La hipótesis es que la coyuntura contemporánea puede ser descrita como la de decadencia del moderno sistema mundial, que integra e impulsa la mundialización del modo de producción capitalista. Esta decadencia se inicia en los setenta y se manifiesta en varias dimensiones, entre ellas, la crisis del liberalismo, ideología mediante la cual el capital incorporó y neutralizó antagonismos a su hegemonía. Sin embargo, la decadencia no representa el fin inmediato de un sistema, pero sí un largo y doloroso periodo donde lo nuevo se insinúa y se establece sin la fuerza suficiente para superar en la guerra de posiciones la decrepitud de lo viejo y reconducir el sistema mundial a un nuevo proceso de civilización. El resultado es una profunda crisis de legitimidad de las instituciones contemporáneas que se proyecta como un panorama incierto, trayendo posibilidades y amenazas a la vida humana.

¿Pero cuáles son las razones profundas de esta evolución de la coyuntura que profundiza la decadencia del capitalismo contemporáneo como proceso de civilización? ¿En qué momento estamos de ese proceso de decadencia?

La decadencia y, en particular, su etapa actual, se explica por la articulación de tres movimientos de larga duración: a) la revolución científico-técnica, sus impactos sobre la tasa de ganancia y las tendencias seculares del capitalismo; b) la fase descendiente del ciclo sistémico, expresada en la crisis de hegemonía de Estados Unidos; c) y el surgimiento de un nuevo ciclo de Kondratiev en la economía mundial desde 1994.

La revolución científico-técnica y la crisis de hegemonía ejercen efectos depresivos sobre la tasa de ganancia, los cuales son parcialmente contenidos por la fase ascendente del Kondratiev. Pero ésta posee límites para contener el movimiento depresivo de las primeras. La convergencia entre la inversión cíclica del Kondratiev y los movimientos depresivos anteriores podrán abrir una crisis revolucionaria en el sistema mundial y poner fin a la prolongada decadencia, cuando se decida el formato de un nuevo sistema mundial. Para que éste sea socialista y democrático es de gran importancia el avance del movimiento popular en la guerra de posiciones que se desenvuelve durante la decadencia. Deberá impedir la profundización del caos sistémico y el establecimiento de una nueva guerra mundial que amenaza la sobrevivencia de la humanidad. Veamos a detalle estos movimientos de larga duración y cómo su articulación diseña una coyuntura específica.

La revolución científico-técnica significa una modificación radical en las fuerzas productivas que actúa sobre las tendencias seculares del capitalismo –asociadas a la acumulación ilimitada y a la tendencia decreciente de la tasa de ganancia– con profundos impactos civilizatorios. Ésta pone en crisis la revolución industrial cuyo origen nos lleva a los siglos XVIII y XIX. La ciencia, su principal componente, asume el protagonismo sobre la tecnología y la técnica y sustituye el principio productivo mecánico por el automático. Su mundialización se establece a partir de la microelectrónica, en los años setenta, y reinventa el fundamento de la productividad. La revolución industrial se basó en la productividad de la organización del trabajo colectivo fundamentada en la descalificación de los trabajadores manuales. Éstos eran apartados de las tareas de concepción, tenían sus saberes simplificados y reducidos a un mínimo de movimientos para aumentar su intensidad. El sistema de máquinas organizaba este proceso y el resultado era el aumento del valor de trabajo y, simultáneamente, la desvalorización de la fuerza de trabajo, en relación con la complejidad tecnológica, impulsando la tasa de plusvalía. El capitalismo encontró allí la base de su expansión mundial y conquistó el globo al final del siglo XIX, derrumbando la Muralla China, con la artillería pesada de las mercancías baratas, incorporando a Asia, África y Oceanía. Pero la revolución científico-técnica, al redefinir la base social de la productividad, amenaza la plusvalía y la expansión de la civilización del capital. La automación establece una trayectoria de eliminación progresiva del trabajo manual, de la misma forma que la mecanización lo hizo con el trabajo rural al desalojar a la humanidad del campo para la ciudad, sobre todo las poblaciones de los países centrales, donde la industrialización se desarrolló más ampliamente. La intensidad del trabajo deja de ser el fundamento de la productividad. Éste se traslada para la calidad del trabajo, y para desarrollarla será necesario no más la reducción relativa del valor de la fuerza de trabajo, pero sí su inverso: el incremento del valor de la fuerza de trabajo en relación con el valor del trabajo. La elevación de los niveles de educación y la de democratización del poder se tornan los fundamentos de un proceso indisociable de acceso y generación del conocimiento que somete la técnica y las tecnologías a las subjetividades.

La revolución científico-técnica, al impulsar la aproximación entre los valores del trabajo y de la fuerza de trabajo, presiona negativamente las tasas de plusvalía y de ganancia, en un movimiento de largo plazo que el capital sólo puede negar parcialmente. La necesidad de mantener en expansión la tasa de plusvalía, principal fundamento de la acumulación de capital, torna al capitalismo incapaz de realizar la conversión en masa del trabajo predominantemente manual al trabajo intelectual. La incorporación del aumento del valor de la fuerza de trabajo se realiza mediante altos niveles de desempleo que llevan a la caída de los precios de la fuerza de trabajo debajo de su valor, neutralizando la presión negativa sobre la tasa de plusvalía al generalizar la superexplotación del trabajo. El alto grado de concentración del desempleo mundial en los jóvenes indica la operatividad de este mecanismo. Sin embargo, los resultados sobre la tasa de ganancia son contradictorios. El aumento de la tasa de plusvalía profundiza sus contradicciones con la masa de plusvalía, y al restringirla al medio y largo plazos pone en crisis la relación salarial, llevando a la máxima realización de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia, la ley más importante de la economía política, según Marx.

Esta restricción se basa no apenas en el alto dinamismo del desempleo, su forma más aguda y abierta, que restringe la masa de trabajadores, sino también en la precariza-ción del trabajo, que lo traslada para los sectores de baja productividad, en razón de su expulsión de los segmentos de punta, y limita la generación de masa de plusvalía. Otro movimiento de larga duración, aunque sin el mismo alcance secular y civilizatorio de la revolución científico-técnica, es el de la crisis de hegemonía de Estados Unidos.

Esta crisis es parte del movimiento cíclico superestructural que acompaña el desarrollo del capitalismo, analizado y denominado sistémico por Giovanni Arrighi e Immanuel Wallerstein. La gran contribución de la teoría del sistema mundial, fundada por estos autores, fue la de apuntar en el sistema interestatal la superestructura política del modo de producción capitalista. Este sistema se basa en un conjunto de unidades políticas que al reconocerse entre sí tienen sus soberanías limitadas. El sistema interestatal es atravesado por flujos de capitales y mercancías de una economía mundial, que constituye su base, y no dispone de ningún instrumento político central para someter su funcionamiento al monopolio legítimo de la violencia. Los Estados, incapaces de internalizar por la violencia de esos flujos, tienden a apoyar los intereses del capital que se tornan protagónicos en el conjunto del sistema. Sin embargo, para que la acumulación se realice mundialmente es necesario evitar la anarquía política en la economía internacional, por medio del desarrollo de mecanismos de coordinación del sistema interestatal. Esta coordinación se realiza mediante el Estado hegemónico que establece la moneda mundial, capaz de dinamizar la circulación de mercancías y capitales en la economía del mundo, y los paradigmas ideológicos que fijan el derecho internacional, los límites de la diplomacia, de la paz y de la guerra.

A diferencia del imperio que ejerce su poder por la fuerza, la hegemonía es ejercida por la combinación entre coerción y persuasión. Para que un Estado establezca su hegemonía es necesario que alcance un liderazgo productivo incontestable en la economía mundial, que permita vender sus productos en los países a precios más baratos que éstos lo hacen en su propio mercado interno. Este liderazgo se desdobla entonces en liderazgo comercial, financiero, ideológico y militar. Sin embargo, para el ejercicio de la hegemonía no es necesaria la convergencia de todos estos liderazgos. La hegemonía se divide en ciclos donde, en su fase expansiva, hay de hecho la convergencia de estas dimensiones de liderazgo. Durante el descenso, el país hegemónico pierde su liderazgo productivo, comercial y a veces militar, incontestable y se apoya en un liderazgo financiero e ideológico. Durante esta fase, la valorización de la moneda del país hegemónico compensa el deterioro de su poder productivo manteniendo, para su burguesía, una fuente de riqueza independiente. Esta valorización profundiza el deterioro productivo, generando déficit comerciales y en cuentas corrientes que se acumulan, y a partir de cierto momento no pueden ser más financiados por la sobrevalorización monetaria, fuente de atracción para el país hegemónico del capital que circula en la economía mundial.

Se abre entonces un periodo de caos sistémico, cuando se establece una bifurcación en la economía mundial que expresa la lucha entre los poderes estatales para sustituir la hegemonía anterior y reconducir el sistema para una etapa superior de expansión. Esta etapa ha implicado guerras mundiales de 30 años para decidir: en 1618-1648, la sucesión del protagonismo español-genovés; en 1792-1815, la sucesión de la hegemonía holandesa, y en 1914-1945, la sucesión de la hegemonía británica. Durante el caos sistémico, se han desarrollado históricamente dos proyectos: a) el del liberalismo político que es impulsado por el grupo que reconduce al sistema interestatal al nivel superior, y es normalmente apoyado por la antigua potencia hegemónica en busca del lugar privilegiado en el orden a ser establecido; y b) el imperial, impulsado por el grupo que termina por ser derrotado en la lucha por la hegemonía y busca compensar por la fuerza la desventaja económica que posee en relación con el bloque anterior. A diferencia de éste que usó el imperialismo en las periferias del sistema para anexar regiones externas a la economía-mundo capitalista, pretende usar la fuerza en el interior del sistema llevándolo al centro de la economía mundial, como los casos de la Francia napoleónica y de la Alemania fascista.

El periodo que vivenciamos en el presente momento es una trayectoria avanzada de crisis de hegemonía de Estados Unidos. Ésta se inicia entre 1968 y 1973 y posee varias etapas. Entre 1968 y 1979, cuando el deterioro del liderazgo productivo estadounidense se expresa en una tasa de crecimiento inferior a la economía mundial, en modestos déficit comerciales y en la derrota político-militar de Estados Unidos en Vietnam. Entre 1980 y 1993, que Arrighi denomina como el último brillo del otoño, cuando Estados Unidos reacciona a su crisis de hegemonía mediante la financiarización y el neoliberalismo. Se eleva unilateralmente el valor del dólar, también las tasas de intereses y se libera la circulación de mercancías y capitales. Estados Unidos drena gran parte de la liquidez mundial y retoma, por esta razón, un crecimiento superior a la media mundial. Destruye los segmentos más atrasados de su economía, eleva el desempleo y reduce los salarios internos, que pasan a ser contenidos por los impactos de la competencia de las mercancías baratas que se exportan desde la economía mundial sobre los precios y la tasa de ganancia estadounidense. Pero su reestructuración presenta grandes fallas: no detiene el deterioro de su liderazgo productivo, ni impide el traslado del dinamismo económico mundial para el este asiático y crea abultados déficit comerciales, o en cuenta corriente, y un enorme endeudamiento internacional mediante la venta de títulos de deuda pública. Una tercera etapa se establece entre 1994-2015/20(?) y se vincula al desarrollo de la fase de ascensión de un nuevo ciclo Kondratiev en la economía mundial. Ésta traslada para la tasa de ganancia la prioridad de las inversiones en la economía mundial, impulsa un nuevo periodo de crecimiento de largo plazo del capitalismo, pero profundiza la decadencia de la hegemonía estadounidense.

Los ciclos de Kondratiev están asociados a cambios de paradigmas tecnológicos, duran entre 50 y 60 años y se dividen en: fases A, de expansión y centralidad de la tasa de ganancia, cuando las innovaciones tecnológicas radicales son acompañadas de cambios organizacionales e institucionales adecuados a gerenciarlos; y fases B, de crisis, cuando no hay esta convergencia institucional y la acumulación se traslada a la tasas de intereses y a la financiarización. Estos ciclos han sido estudiados por un amplio conjunto de autores, los principales: Nicolai Kondratiev, Van Gelderen, Joseph Schumpeter, Ernst Mandel, Christopher Freeman, Carlota Perez y Theotónio dos Santos, aunque con sustantivas diferencias teóricas y analíticas de enfoque.

Uno de los puntos más decisivos para el análisis de estos ciclos es el estudio de su morfología. Para una interpretación más precisa de la coyuntura debemos profundizar sus divisiones y etapas. Schumpeter ya había postulado la necesidad de un modelo analítico que lo desdobla en cuatro subfases, donde la expansión se dividiría en recuperación y prosperidad, y la crisis, en recesión y depresión. En la misma dirección de este autor postulamos el detalle del análisis de estos ciclos, dividiéndolo en seis importantes subfases.

Tanto Nicolai Kondratiev como Schumpeter, al analizar sus determinantes, destacaron, entre ellos, la periodicidad de la renovación de los medios de producción básicos o las innovaciones primarias, denominados en la literatura contemporánea como paradigmas tecnológicos. Estas innovaciones básicas y primarias se desdoblarían en innovaciones secundarias y terciarias, las cuales se articularían, estableciendo trayectorias tecnológicas vinculadas. La llave para este desdoblamiento es la generación y renovación de los medios de producción del tiempo medio que, como señalaba Nicolai Kondratiev, están en la base de los Juglars, periodos de oscilación de aproximadamente 10 años. Cada oscilación del Kondratiev comportaría tres Ju-glars y podríamos caracterizarlas de la siguiente forma: la fase de expansión, que se dividiría en retomada, prosperidad y madurez; y la de la crisis, en recesión, depresión y recuperación. El pasaje de cada subfase a la siguiente es caracterizado por una pequeña oscilación descendiente que desorganiza la tendencia prevaleciente para institucionalizar a la nueva.

En el ámbito económico, los principales indicadores de los acontecimientos de este ciclo son las variaciones de la tasa de crecimiento del PIB per capita, de la tasa de ganancia y de las tasas de intereses. Periodos cíclicos de expansión implican el dislocamiento del eje de acumulación para el sector productivo y presentan la aceleración consistente del PIB y el alta sustentada de la tasa de ganancia. En estos periodos, en su conjunto, la tasa de ganancia supera la del interés real que está limitada por el crecimiento del PIB. Los intereses sufren una caída abrupta al final de la recuperación que antecede la larga expansión, se propagan lentamente a partir de la retomada, ganan mayor aliento durante el conjunto de la propalación, al aproximarse el agotamiento de cada subfase, particularmente al final de la madurez, cuando sobrepasan las tasas de expansión del PIB. Durante la crisis de corta duración, que intermedian la transición para cada subfase de la expansión, los intereses son nivelados debajo de las tasas de crecimiento para estimular la recuperación económica. La expansión eleva las inversiones, el nivel de empleo, la organización de la clase trabajadora, y tiende a reducir la deuda pública.

De manera inversa, durante la crisis de larga duración, las caídas del crecimiento económico y la tasa de ganancia dislocan la acumulación para las tasas de intereses. Su elevación se desarrolla principalmente durante la depresión, una vez agotadas las tentativas de las políticas anticíclicas, y conduce al desempleo, a la caída de la inversión productiva, a la desorganización de la clase trabajadora y a la centralización financiera tendiendo a elevar la deuda pública.

Una vez presentados, en líneas generales, los instrumentos conceptuales para el análisis de la coyuntura contemporánea, conviene hacer dos advertencias metodológicas antes de abordarlas más directamente:

a) El esquema general de los ciclos y tendencias seculares necesariamente simplifica la realidad. Los ciclos y las tendencias seculares no son fuerzas automáticas que actúan de forma independiente de la voluntad humana.

Son expresiones relacionales de ciertos padrones sociales dominantes de organización de la vida humana y afirman la dinámica más profunda del desarrollo del capitalismo. Su expresión histórica supone importantes contradicciones que hacen parte de su propia temporalidad y pueden desarticularla. Situamos, a partir de Marx, la teoría como un movimiento que parte de lo abstracto a lo concreto de una totalidad que se desarrolla. En el pasaje de lo simple a lo complejo surgen contradicciones que pueden ser incorporadas a las tendencias fundamentales y ampliar su escala y fuerza de actuación, o, inversamente, desarticularla para construir una nueva totalidad. De esta forma, los ciclos y tendencias seculares expresan no sólo movimientos económicos, sino también políticos, sociales e ideológicos.

b) La coyuntura contemporánea debe ser descrita por la articulación de estas tres tendencias de larga duración que se condicionan y se modifican recíprocamente al integrarse para la creación en un contexto histórico determinado. Las de largo alcance ejercen, entre tanto, los efectos condicionantes más potentes y las de menor duración sufren mayor alteración en su funcionamiento.

De esta forma, podemos situar en la economía mundial contemporánea, entre 1974 y 1993, la crisis de un ciclo de Kondratiev que se inicia en 1939. A partir de 1994, se establece un nuevo Kondratiev, cuya retomada podemos localizarla entre 1994 y 2000. El 2001 es año de crisis y transición para la fase de prosperidad que se inicia en 2002 y deberá tener una duración similar a la retomada. Es probable que la fase de madurez se inicie en la próxima década y se agote en su segunda mitad.

Sin embargo, este Kondratiev tiene características especiales, pues no presenta la fuerza económica, social, política e ideológica del Kondratiev anterior, que inicia al final de los años treinta del siglo pasado. Sobre él pesan fuerzas depresivas de mayor duración que limitan su capacidad de inflexión histórica. Esta limitación se manifiesta en la mediocridad de sus resultados económicos, políticos e ideológicos. En el plano económico, aunque haya una significativa elevación del crecimiento del PIB per capita, éste no alcanzará los niveles del periodo anterior –sobre todo en el Occidente– ni tendrá su extensión temporal.1

En el plano político e ideológico su radicalidad es contenida por la incapacidad de desarticular las fuerzas que prolongan la decadencia del hegemón, a partir del poder que éste detenta sobre la institucionalidad mundial, creada bajo el liderazgo estadounidense. Hay un paralelo entre la fase de ascenso del nuevo Kondratiev y la que se desarrolló durante la crisis de la hegemonía británica. Ésta no consiguió superar las tensiones políticas y sociales que derivaban de la crisis de organización imperialista de la economía mundial, liderada por Gran Bretaña, y que se expresa en la forma aguda que adquiere la conquista y división del mundo en los años 1870-1890. Apenas, con la organización de un nuevo ciclo sistémico y el establecimiento de una nueva hegemonía, asociada a un nuevo Kondratiev, se reformuló ampliamente la institucionalidad de la economía mundial.

De la misma forma, el presente Kondratiev parece incapaz de generar fuerzas sistémicas que reformulen significativamente la organización institucional, política e ideológica de la economía mundial. El neoliberalismo permanece como la fuerza ideológica dominante del mundo contemporáneo. Adoptado por Estados Unidos, a partir de 1979, y de la victoria neoconservadora de Reagan, como instrumento para solucionar la crisis de hegemonía, fracasa en sus objetivos más profundos, pero la prolonga y aumenta su gravedad. La opción ideológica que el nuevo Kondratiev creó en relación con las fuerzas que dirigen la trayectoria de la crisis de hegemonía es la tercera vía, que no rompe con los fundamentos básicos del paradigma neoliberal, pero que busca atribuirle mayor significado social. En su actual formulación significa un conjunto de fuerzas que, más allá de que mantenga la libertad de circulación de capitales y de mercancías o la sacralidad de los derechos contractuales de los mercados, busca limitar la financiarización, reduciendo la escalada de los intereses y de la deuda pública, y los efectos más excluyentes de la competición monopólica al crear un espacio limitado para las políticas compensatorias. La hegemonía ideológica del neoliberalismo restringe ampliamente la posibilidad de realizar una reformulación institucional del mundo contemporáneo para democratizar los espacios intergubernamentales de poder: la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el Fondo Monetario Internacional (FMI), el Banco Mundial y la Organización Mundial del Comercio (OMC). Y el fracaso de la tercera vía como opción política genera una profunda crisis de legitimidad en el sistema del mundo capitalista, aproximando el neoliberalismo del terror y del fascismo como forma de ocultar sus fracasos en la agenda económica social, para garantizar una base popular que lo sustente.

Sin embargo, el Kondratiev genera posibilidades políticas no sólo sistémicas, sino también antisistémicas. Si las primeras buscan reformular el moderno sistema mundial para renovar la vitalidad de su componente más fundamental, la acumulación de capital, las últimas buscan superarlo y crear otro sistema mundial. Nicolai Kondratiev, socialista, interesado en demostrar la existencia de ciclos, destacó sobre todo las primeras que se desencadenaban en la transición de la crisis para una nueva fase expansiva. Ernst Mandel, por otro lado, preocupado en viabilizar las opciones revolucionarias, resaltó las perspectivas antisistémicas que se configuraban en la primera década de la crisis, que cerraba la larga expansión. Podemos afirmar que el balance histórico de los siglos XIX y XX favorece a Nicolai Kondratiev.

Las fuerzas transformadoras de la economía mundial actuarán predominantemente en la dirección capitalista, pero es importante mencionar que no tendrían éxito si lo hiciesen de manera aislada y unilateral, sin capturar, en su favor, elementos antisistémicos y socialistas. El desenlace de un nuevo Kondratiev a mediados del siglo XX y la reorganización mundial de la economía capitalista no pueden ser explicados sin la victoria del socialismo en la Unión Soviética y su expansión en dirección a Occidente para derrotar al fascismo europeo.

Vencida la guerra, su existencia y la supuesta "amenaza" que provocaba a "Occidente", fue el pretexto engendrado para que el gobierno de Estados Unidos hiciera viable junto al Parlamento estadounidense el nuevo papel internacional y hegemónico de su Estado, financiando la recuperación de zonas estratégicas del sistema mundial. Y desde el punto de vista de la gestión de la economía, el alto nivel de intervención del Estado, indispensable para la generación del Kondratiev de postguerra, se basó ampliamente en la experiencia soviética de planeamiento estatal.

Si el balance histórico de las fuerzas transformadoras, en los siglos XIX y XX, favoreció a la dirección capitalista, ¿también será verdad para el siglo XXI ? En nuestra opinión, difícilmente. Junto al desarrollo del Kondratiev en curso, avanzan las tendencias seculares depresivas, impulsadas por la revolución científico-técnica. Éstas hacen inviable la reproducción ampliada de los ciclos sistémicos y de Kondratiev y abren el espacio para que las fuerzas antisistémicas tengan efectivamente protagonismo mundial. La revolución científico-técnica no sólo entra en contradicción creciente con la relación salarial, como mencionamos, fundamento del modo de producción capitalista, sino también con las hegemonías, pilar fundamental de su superestructura política. La ciencia es altamente intensiva en difusión y contradice la concentración del monopolio tecnológico y su sustentación en un Estado. La aceleración tecnológica de la economía mundial viene reduciendo la extensión de los ciclos sistémicos, pero con el desarrollo de la revolución científico-técnica y la globalización, que ésta impulsa, se crea un fenómeno nuevo, pues la difusión deja de ser apenas un componente para tornarse en el eje dinámico del progreso técnico.2

Durante el desarrollo del Kondratiev en curso deberán armarse las fuerzas sociales antisistémicas que, frente al agotamiento del moderno sistema mundial, buscarán configurar un poderoso bloque histórico capaz de establecer un nuevo sistema mundial, basado en una civilización planetaria que expresará un nuevo tipo de socialismo. Éste estará fundado en la democracia radical para reformular los espacios mundiales, regionales, nacionales y locales, y en la diversidad cultural. Cuanto más avance el Kondratiev, en sus subfases, en la dirección del agotamiento de su expansión, mayor será su necesidad histórica. Este proyecto se coloca como una posibilidad estructural, cuyo éxito, sin embargo, dependerá de su capacidad ideológica, política y organizativa.

El cambio del panorama político al final de la retomada que inicia el nuevo Kondratiev pone en evidencia esa necesidad y expresa la creciente radicalización política y social que acompaña su agotamiento. Del pensamiento único y de la victoria de la civilización liberal preconizada por Fukuyama, en el comienzo de los años noventa, pasamos a partir del final de la década a las manifestaciones globales contra el neoliberalismo, a la organización del Forum Social Mundial, al atentado del 11 de septiembre contra el World Trade Center y el Pentágono, a las protestas globales contra la guerra y la ocupación estadounidense en Irak. En América Latina presenciamos una amplia crisis de legitimidad del neoliberalismo y la conquista de gobiernos por fuerzas de centroizquierda o nacionalistas que se dividen entre el compromiso con versiones de la tercera vía, abandonando una importante oportunidad histórica, o radicalizan, con aparente éxito, sus posiciones delante de las resistencias de las oligarquías internacionales y nacionales, casos de Hugo Chávez, en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador y, en menor medida, de Néstor Kirchner, en Argentina.

Todavía, si el Kondratiev, que se inicia en 1940, precisó incorporar elementos socialistas para su realización, una reformulación socialista de la economía mundial necesita, a la vez, incorporar elementos del capitalismo. Esto implica que la lucha por un sistema mundial socialista sólo puede obtener éxito a partir de la conquista de posiciones socialistas en el ámbito de la economía mundial capitalista. La construcción de un sistema mundial socialista exige una colosal articulación de fuerzas estatales, partidos políticos y movimientos sociales. Dicho sistema deberá ultrapasar los límites de la civilización capitalista y proceder a la democratización radical de las relaciones internacionales y de los Estados nacionales.

Los caminos históricos de esta construcción son de difícil previsión, aunque partirán de la anarquía relativa de la economía mundial capitalista para combinar guerras de posición y de movimientos en dimensiones locales, nacionales, regionales y globales. Entre los desafíos del movimiento socialista está el de garantizar la paz en esta transición e impedir que la tentativa de sustituir la hegemonía por un imperialismo global de carácter fascista –que parte del sector más agresivo de la alta burguesía estadounidense, delante de las dificultades de preservar la hegemonía o de apostar en nuevos ciclos que le garanticen un lugar privilegiado en el sistema mundo– dirija a la humanidad a una nueva guerra mundial que la aniquile.

¿Cómo debe situarse a América Latina en este contexto? Ésta es la cuestión que buscaremos responder en la próxima sección.

 

América Latina y la coyuntura contemporánea

Situada en la coyuntura contemporánea, del punto de vista sistémico, como zona de hegemonía regional de un hegemón decadente, América Latina desarma el proyecto desarrollista que se estableció entre 1930-1980, cuando se proyectó como una región destacada de la periferia de la economía mundial, y pasa a tener uno de los peores desempeños económicos y sociales de su historia, perdiendo relevancia política e ideológica.

En el origen de este desempeño está la nueva posición sistémica de su dependencia regional. Si esta dependencia, a pesar de sus importantes contradicciones, fue útil en los años 1950-1970, de ascenso hegemónico, para redefinir el modelo de sustitución de importaciones y prolongar sus límites, desde los años ochenta, cuando Estados Unidos propaga el neoliberalismo para responder a su decadencia, se convierte en una importante restricción al desarrollo de la región.

La difusión del neoliberalismo en América Latina por parte de Estados Unidos tiene por objetivo mejorar su posición competitiva en la economía mundial, lo que retarda y prolonga su decadencia. Ello se realiza mediante los siguientes mecanismos:

a) Inicialmente, durante la fase depresiva del ciclo de Kondratiev, por la apropiación de importantes excedentes financieros por mecanismos especulativos. A ello corresponde la brutal elevación de las tasas de intereses en Estados Unidos, 1979-1990, y sus impactos en la deuda externa de la región. En este periodo, América Latina, en su mayor parte, mantiene la estructura proteccionista de la sustitución de importaciones, pero compromete sus superávit con el pago de los intereses y servicios de la deuda externa;

b) Posteriormente, se busca contener los déficit en cuenta corriente en Estados Unidos, talón de Aquiles de su hegemonía, mediante la generación de superávit comerciales con América Latina y la utilización de su fuerza de trabajo sobreexplotada para abaratar la elaboración de las partes y los componentes, incorporados a las mercancías finales estadounidenses, cuya producción es parcialmente descentralizada a la región. Esta estrategia envolvió la formación del Consenso de Washington y la exigencia de la aplicación de políticas neoliberales en América Latina, fundadas en la libertad comercial y financiera. Se establecen dos generaciones de políticas públicas: la primera, en donde América Latina practica el cambio fijo sobrevalorado, se da prioridad a la generación de superávit comerciales y se preserva la especulación como importante fuente de acumulación y apropiación de excedentes financieros, que repercute intensamente en sus deudas interna y externa; en la segunda, se utiliza el cambio fluctuante para generarse, por medio de la descentralización productiva a la región, el aumento de la competitividad en Estados Unidos. Esta última estrategia no elimina, para América Latina, el déficit comercial como su consecuencia, pero lo torna menos agudo. Durante las crisis, cuando el capital extranjero intensifica sus salidas de la región, se generan importantes saldos comerciales que financian los déficit comerciales y en cuenta corriente creados en los periodos de expansión. El resultado general de la balanza comercial tiende a ser negativo o, en la mejor de las hipótesis, un magro superávit incapaz de financiar los egresos de capital que predominan sobre las entradas en la balanza de pagos de una región dependiente.

Por tanto, el neoliberalismo genera en América Latina la insustentabilidad de su crecimiento económico por la incapacidad de establecer una arquitectura institucional para financiarlo. En consecuencia, se profundiza la desnacionalización, el endeudamiento y la superexplotación de la región. El futuro mediocre que nos ofrece la actual vinculación a la hegemonía en curso refuerza la necesidad de buscar otras opciones.

El desafío de América Latina, en cuanto región periférica del sistema mundial, es doble: de un lado, erradicar la pobreza y reducir las disparidades de renta y propiedad internas, y del otro lado, proyectarse en dirección al centro de la economía mundial para superar su condición de periferia. Si para el primer desafío, el socialismo nos puede dar la respuesta, el segundo desafío exige matizarlo sin abandonarlo. Para ascender al centro de la economía mundial es necesario que la región evite su aislamiento del sistema-mundo e invierta la relación que tradicionalmente estableció con el capital extranjero, tornándolo un instrumento de su capitalización y no de descapitalización. Pero ¿cómo hacerlo? Pues éste utiliza la región como un espacio de acumulación que le proporciona salidas de capital superiores a las entradas y lo auxilia al concentrar capital en los grandes centros de expansión mundial.

La única forma de invertir esta lógica es alterando la atracción de inversiones que América Latina ofrece a la economía mundial capitalista. Ella ha proporcionado activos baratos y de baja calidad que encuentran su principal expresión en la fuerza de trabajo sobreexplotada. Sin embargo, éstos limitan la continuidad de las inversiones, pues los bajos salarios restringen el mercado interno, y la exposición del subdesarrollo tecnológico competitivo presiona negativamente a la tasa de ganancia.

En una era de desarrollo de la revolución científico-técnica, la calidad de la fuerza de trabajo se torna en el principal activo tecnológico. Para proporcionarla, América Latina deberá romper con su sobreexplotación, pues ésta restringe la inversión en aumento de su valor al reducir sus precios. Pero la ruptura con la sobreexplotación también es la ruptura con el capitalismo dependiente en el cual ésta se articula. El aumento del valor de la fuerza de trabajo exige la liberación de los compromisos financieros externos e internos que impiden las fuertes inversiones en ciencia y tecnología, educación, salud, infraestructura habitacional, géneros de primera necesidad, cultura y ocio, capaces de elevar los niveles de vida y de consumo de los pueblos latinoamericanos.

Sustentamos que un proyecto de este tipo, que se inscribe en los marcos de transición al socialismo, aunque se confronte en un primer momento con las directrices dominantes del sistema mundial, tendrá amplias condiciones de imponerse en la economía mundial por dos grandes razones:

a) La erradicación de la miseria y de la pobreza, la elevación de los niveles de consumo popular y la limitación de los egresos de capital, combinadas a una gestión macroeconómica que garantiza un superávit estructural en la balanza comercial, elevarían las tasas de inversiones y abrirían una perspectiva de crecimiento intenso y sustentado en la región. La construcción de la equidad interna en un espacio de fuerte desigualdad garantizaría, por sí misma, una trayectoria intensa y prolongada de expansión por la homogeneización de los niveles tecnologicos que la superaría. Ello proporcionaría un papel estratégico a los países más avanzados de la periferia y a los procesos de integración regional por su mayor capacidad de combinar la articulación de las capacitaciones locales y revertir las desigualdades.

b) Una vez superado el choque con las estructuras internas y externas de la dependencia, el éxito económico del proceso de desarrollo garantizaría apoyo del capital extranjero para su expansión y renovación. Ello ocurriría porque la construcción de la equidad en América Latina crea para el capital internacional una fuerza de trabajo calificada y aún relativamente barata para los patrones en el mundo, reorientando sus inversiones y proporcionándole a la periferia más avanzada y a su influencia regional flujos sustentables de entrada de capital para invertir la lógica de las relaciones de dependencia.3 Como vimos, la revolución científico-técnica tiende a elevar el valor de la fuerza de trabajo en relación con la productividad y con presionar negativamente la tasa de plusvalía. Esta contradicción es resuelta en los países centrales con el desempleo y la precarización del trabajo que permite que los precios de la fuerza de trabajo caigan abajo de su valor. Pero este procedimiento genera una subinversión en estos países y una masa excedente de capital disponible a quien proporcione una fuerza de trabajo en el mercado mundial cuya relación valor-precio sea más atractiva al capital internacional. Los países periféricos, al liquidar su dependencia y su vínculo histórico con la sobreexplotación del trabajo, pueden elevar el valor de su fuerza de trabajo y aun –más que proporcionalmente– los precios de la misma, que serían al final incorporados al valor como dimensión histórico-moral más avanzada de la clase trabajadora.

Hay, por tanto, cierto "espacio de consenso" para ser buscado por las naciones dependientes en la coyuntura internacional de la crisis sistémica del capitalismo, que remite a la combinación entre guerras de posición y de movimiento en el mundo contemporáneo, anteriormente referida. Estos países, al liquidar la sobreexplotación, fundamento de su dependencia, no estarían aislándose de la economía mundial, como supone la versión conservadora de la teoría de la dependencia, liderada por Fernando Henrique Cardoso, sino creando las condiciones para dirigir una ofensiva sobre el sistema mundial capitalista, a mediano plazo capaz de prolongar su decadencia, y simultáneamente de cuestionar una de sus bases más fundamentales: la división de la economía mundial entre centro y periferia. El papel de China en la construcción de un socialismo de mercado en la periferia parece sobre eso ejemplar, sin que se necesite tomarlo como modelo, e ilumina las complejidades de la transición del sistema mundial capitalista a una civilización superior.

Sin embargo, este socialismo de mercado debe desarrollar sus implicaciones internacionales: extenderse de los marcos de afirmaciones nacionales para los regionales e impulsar procesos de integración continentales de sur-sur que promuevan la cooperación tecnológica y financiera. Al hacerlo, restringidos los volúmenes de capital que sustentan la balanza de pagos de Estados Unidos, derrumbará la credibilidad del dólar, último pilar de la hegemonía estadounidense, y el neoliberalismo, poniendo al desnudo al tigre de papel, que mencionaba André Gunder Frank, para abrir el espacio a una amplia reconstrucción del sistema mundial. Es en este camino que debe inspirarse América Latina para dar fundamento a una política externa consecuente y sustentable, capaz de promover el sueño bolivariano de la solidaridad regional y mundial.

El socialismo, para buscar la hegemonía mundial y en nuestra región en el siglo XXI, deberá alcanzar ciertas metas políticas. Una es desarrollar la democracia de forma radical. Para ello debe volver a sus raíces teóricas, establecidas por Marx y Engels, y situar la superestructura, más que la definición publica o privada de la propiedad, como su componente más fundamental. Esta superestructura deberá democratizar radicalmente al Estado y conducir el protagonismo del poder popular en los planos político, social, económico e ideológico. Las experiencias recientes de emergencia popular y de desarrollo de la izquierda en America Latina, representadas por Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa son, a este respecto, de gran potencialidad. Dan prioridad a la gestión democrática del Estado y de la sociedad mediante la introducción de elementos y procesos de democracia directa, y vinculan la propiedad privada a la aceptación del protagonismo popular en la gestión económica de los recursos naturales y sociales. Se trata de un proceso que apenas empieza a desarrollarse, pero que deberá profundizarse en razón de las tendencias profundas de la coyuntura, que describimos, y podrá impulsar el socialismo a una nueva plataforma social durante la primera mitad del siglo XXI.

 

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Notas

1 Entre 1994-2001, periodo que indica la recuperación de la economía mundial y su intervalo para la prosperidad, el PIB per capita mundial se expande en 2.1%, por encima del desempeño alcanzado en 1974-1993, de 1.2%, con su dinamismo dislocándose crecientemente hacia Asia. Consideramos este periodo paradigmático para la prospectiva de crecimiento de la fase expansiva del Kondratiev y de su duración. Él asocia la expansión a sus pequeños intervalos recesivos, una vez que en 2001 la expansión del PIB per capita cae en niveles de crisis, alcanzando 1.6%. Un análisis comparativo pone en evidencia que presenta un desempeño inferior al alcanzado por la economía mundial en el periodo de larga duración de 1939-1973, cuando ésta atraviesa al final del caos sistémico y se expande en 2.3% y, principalmente, a su periodo dorado, entre 1950-1973, posterior al caos, cuando se expande en 2.9%. Atribuimos parte de la resistencia de los cientistas sociales en aceptar el ingreso a una nueva fase expansiva del Kondratiev a la mediocridad de sus resultados económicos en el Occidente y al hecho de que se toman como referencia de larga expansión los años dorados del Kondratiev anterior, y no, como debe ser, toda la extensión de su fase expansiva, lo que incluye la Segunda Gran Guerra del siglo XX (Groningen Growth and Development Centre, 2007) (Economic Report of the President, 2007) (Maddison, 2007, 2001 e 1997).

2 El dislocamiento del dinamismo de la economía mundial para el este asiático, región que concentra cerca de 40% de la humanidad, expresa esta tendencia y presenta fuerte restricción de las hegemonías. Éstas requieren instrumentos de gestión que garanticen el protagonismo de la lógica económica de la acumulación sobre las presiones sociales y políticas. Por ello, se basaron en Estados que nunca sobrepasaron 5% de la población del planeta y que rechazaron la centralización institucional del sistema mundial, por la vía del imperio o de la democracia global, medios por los cuales la lógica de la política tendería a prevalecer sobre la economía.

3 El alto grado de competición en la economía internacional que acompaña la crisis de hegemonía y la aceleración tecnológica sería otro factor relevante para postular el éxito de esta opción en América Latina y que dificulta la unidad política del capital internacional contra la región.

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