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Problemas del desarrollo

versión impresa ISSN 0301-7036

Prob. Des vol.38 no.149 Ciudad de México abr./jun. 2007

 

Comentarios y debates

 

Cuarenta años de crisis: entropía, neguentropía y recomposición capitalista

 

Marcos Cueva Perus*

 

* Profesor-investigador del Instituto de Investigaciones Sociales (IIS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Correo electrónico: cuevaperus@yahoo.com.mx

 

Fecha de recepción: 8 de agosto de 2006.
Fecha de aceptación: 10 de octubre de 2006.

 

Introducción

Este trabajo se propone problematizar y periodizar la noción de globalización de modo que, a muy grandes rasgos, puedan identificarse las principales tendencias que han estado en juego durante las últimas décadas de crisis y las que alcanzan a vislumbrarse hacia el futuro. Si bien ha tendido a convertirse en un fetiche al que se recurre con demasiada frecuencia, el concepto globalización es muy complejo, así como la polémica sobre sus orígenes y características.

Posterior a ese debate, este comentario sugiere que el fenómeno se ha caracterizado por algunas modificaciones cuantitativas en las últimas décadas y, en cambio, cómo las cualitativas han sido más difíciles de precisar. Para delinear el argumento sobre las transformaciones cualitativas que podrían vislumbrarse en el futuro —hasta donde la analogía puede ser de utilidad y no un mero artificio retórico— hemos recurrido a dos términos que se originan en la termodinámica, entropía y neguentropía. La ley de la entropía sostiene que toda la energía de un sistema aislado o cerrado se mueve de un estado ordenado a otro desordenado; la neguentropía, en cambio, considera la energía como un medio que tiende a regular el comportamiento de la materia —hacia una mayor complejidad— para provocar en ésta una tendencia al orden.

Así pues, consideramos que, como el capitalismo tiende a convertirse en un sistema cerrado, ha desembocado en el caos y la autofagia; que para superarla ha necesitado históricamente incorporar espacios no capitalistas a su dinámica. Entre finales del siglo XIX y principios del XX, con el fin del reparto colonial y el arribo de nuevos países imperialistas, esa posibilidad se agotó. Las pugnas entre potencias condujeron a la Primera Guerra Mundial y a un periodo que algunos han considerado de desglobalización —hasta la segunda posguerra—. Ahora bien, quizá no sea casual que, como lo han hecho notar Hopkins (2002:1) y Reynolds (2002:245), la noción de globalización haya proliferado a partir de la última década del siglo pasado. En este trabajo deduciremos que el fin de la guerra fría le abrió nuevos mercados al capitalismo en espacios hasta hace algún tiempo no capitalistas y, en este sentido, permitió que algunos pensaran en un supuesto nuevo orden. Sin embargo, esa misma apertura ha vuelto a convertir al mundo, por lo menos en tendencia, en un mundo cerrado y, por ende, proclive al caos y al desorden. Si así fuera, el peligro de la autofagia podría resurgir. Con todo, uno de los puntos de debate consiste en saber cuál será el papel que conservará el Estado nacional en el futuro, en la medida en que, al decir de Hopkins —quien no necesariamente comparte esta postura—, algunos autores consideran que se encuentra, incluso, en el origen de la globalización (Hopkins, 2002:19). Si dicho Estado sigue jugando un papel importante, la recomposición capitalista puede entonces pensarse de otro modo, por lo menos temporalmente. Al abrirse, los antiguos sistemas cerrados autárquicos podrían revertir el desorden, encabezado por el "imperio del caos" (Amin, 2003) para volverse factores de orden y de recomposición económica. Como se sugerirá, es sólo una posibilidad entre muchas otras.

 

La globalización: problemas de definición

Gerbier (1997:27) ha argumentado que pueden leerse numerosos textos sobre el tema de la globalización sin toparse jamás con una definición precisa de lo que es. Algunos autores, como Estefanía (2002:39), con base en Braudel, sostienen que se remonta muy lejos en la historia. Ferrer (2002) y algunos autores marxistas han insistido en que los comienzos del proceso —que los franceses todavía prefieren llamar mundialización— se remontan a la llegada de Colón a América. Diversas observaciones de Marx y Engels en el Manifiesto comunista (1970:27) se ubican en una perspectiva similar. Por otra parte, autores como De la Dehesa (2004:14) y Guillochon (2003:25) han sugerido, de manera más acotada, que en la historia económica del capitalismo se han producido básicamente dos grandes oleadas de globalización: una entre finales del siglo XIX y principios del XX; otra, desde la segunda posguerra hasta la actualidad. A su vez, tomando en cuenta los intercambios que en un pasado remoto tenían África, el mundo asiático —China en particular— o el islámico, Hopkins (2002:25-41) distingue cuatro formas de globalización: la arcaica, la protoglobalización, la moderna (a partir de 1850) y la poscolonial (a partir de 1950). Hopkins, para quien el fenómeno no debiera reducirse a Occidente, quizá no consideró que la ausencia del continente americano, probablemente aislado hasta el siglo XVI, podía dejar en tela de juicio cierta perspectiva del término. Desde 1820, la globalización moderna no deja de coincidir con la aceleración del crecimiento, que comprueba Maddison (1997:21), para quien de 1500 a 1820 sólo pueda hablarse de "protocapitalismo" —lo cual parece bastante acertado—. Hopkins (2002:41-42) hace notar que otros autores curiosamente ubican el arranque de la globalización hacia 1973 y algunos que subrayan, entre otros factores, la transición hacia la economía posindustrial, con el auge de los servicios; el aumento del tamaño y la velocidad de los mercados de capital y de los instrumentos financieros supranacionales. Hasta aquí probablemente lo más prudente sea quedarse con las definiciones de Lemus (2005:154 y 161), sobre que la globalización no puede disociarse del surgimiento de la burguesía —comercial, en un principio, en los siglos XV y XVI— y, en ese sentido, tampoco del Estado-nación, ahora cuestionado. Lejos de pensar en un ascenso rectilíneo, Lemus ha sugerido que la globalización debiera entenderse como un proceso "no totalizante", abierto, sujeto a múltiples bifurcaciones y, por lo tanto, complejo y no rectilíneo (Lemus, 2005:166).

Con todo, la pregunta sigue abierta: ¿por qué la noción no surgió, sino hasta la década de los noventa en el siglo pasado? Reynolds (2002:246) quizá tenga su parte de razón al hablar de la existencia de un "globalismo estadounidense", de origen Atlántico en los siglos XVII y XVIII, que considera la "protoglobalización" que desemboca en el "siglo estadounidense", el siglo XX. Aunque dicho autor sugiera que la globalización no se agota en el siglo pasado, no puede negarse que fue el del liderazgo de ese país. Desde ese punto de vista, la clasificación de Hopkins es sugestiva, en la medida en que la globalización, a partir de 1950, tuvo un carácter poscolonial. Por lo pronto, si algo cabe reprochar a todas esas polémicas es que, salvo en el caso de Hopkins (2002:22), quien reconoce que la autarquía y la planificación han dejado de presentarse en la actualidad como opciones, no tomen en cuenta que lo que Reynolds (2002:245) ha llamado el "culto" a la globalización haya coincidido con el desplome de la Unión Soviética y la acelerada apertura china al capitalismo; no obstante de haber mantenido cierta planificación estatal, contra lo sugerido por Hopkins.

 

La globalización: el problema de algunos datos duros

Gerbier considera que muchos de los elementos que llegan a darse por novedades de la globalización actual ya estaban presentes hacia el final del siglo XIX. Hobsbawm ha sugerido que las corrientes migratorias actuales no son significativamente mayores a las que se produjeron entre finales del siglo XIX y principios del XX (Saborido, 2001:28); Giussani (2000:302), por su parte, ha demostrado que algunos de los países de la OCDE —algo menos que 80% del producto mundial bruto— para las décadas de los ochenta y noventa del siglo XX estaban menos internacionalizados que en vísperas de la Primera Guerra Mundial. A partir de un conjunto de evidencias empíricas que sería demasiado largo reproducir aquí, Giussani considera que en realidad se ha confundido una caída a largo plazo del crecimiento (desde la década de los setenta, hasta la de los noventa) con una fase supuestamente nueva en la historia del capitalismo y que la "globalización" no sería más que una noción ideológica (2000: 321).

El desarrollo de los medios de comunicación y de las infraestructuras estaría creando hoy una aldea planetaria, pero la expresión atribuida a McLuhan data del siglo XIX. La reorganización de las relaciones entre naciones dista mucho de ser una novedad, ya que desde el final decimonónico Estados Unidos y Alemania comenzaron a poner en jaque la dominación británica. El cuestionamiento de la soberanía en numerosos territorios tampoco es nuevo, si se piensa en el fenómeno colonial, o en la Europa de entreguerras; finalmente, los new comers también buscaron en el pasado —como Japón en la década de los ochenta— aprovechar la "mundialización" de las leyes de funcionamiento de las industrias, la baja en los costos del transporte y la ampliación de los espacios de competencia (Gerbier, 1997:27-28). A esos cuatro elementos, Gerbier añade uno más: el aumento de los flujos internacionales de bienes, servicios y capitales, pero al mismo tiempo recuerda que, hacia el final del siglo XX, la tasa de apertura de las economías, medida por el comercio o por la inversión, no había alcanzado el nivel que tenía para las grandes economías occidentales en la primera década del mismo siglo (Ibid:28). En realidad, desde algunos autores mencionados por Hopkins hasta otros, como Estefanía, muchos son los que consideran que la etapa actual se caracteriza sobre todo por una globalización financiera, que aparece además como un intento por preservar la dominación estadounidense y por la transferencia sistemática de valor (riqueza social) desde los países dominados hacia el dominante (Arriola, 200:142).

 

Capitalismo y espacios no capitalistas

Marx y Engels destacaban la capacidad del capitalismo para terminar con la barbarie —entiéndase precapitalismo- pero, sobre todo, con las regiones y naciones que "se bastaban a sí mismas". ¿No fue bastarse a sí mismos lo que intentaron hacer durante parte del siglo XX los países a los que Desai (2002) se refiere como "socialismos de Estado"? Con base en este autor, para quien el capitalismo ha demostrado gran dinámica y capacidad para superar las crisis, pensemos en que sería como si Marx se hubiera tomado la revancha con los países ya mencionados, al incorporarlos dentro del capitalismo al que se habían opuesto por décadas. Hasta aquí, basta con observar que tanto la Unión Soviética como China buscaron una autosuficiencia —de sistemas cerrados— que podía entenderse como autarquía. Amin (2003:2324) ha sugerido que el sovietismo y el maoísmo construyeron un "capitalismo sin capitalistas" que, en vez de superar al propio capitalismo, se propuso darle alcance. La Unión Soviética y China buscaban ante todo —con una importante herencia precapitalista— edificar estados nacionales potentes y soberanos. Por cierto que la enseñanza y la asimilación de Marx no siempre fue el fuerte del sovietismo —dedicado en buena medida a la dogmatización del leninismo— y, mucho menos del maoísmo —con el culto al pequeño libro rojo y la personalidad de Mao Zedong.

Desde los primeros años del siglo XX, Luxemburgo observaba que, para reproducirse y expandirse, desde sus orígenes, el capital había necesitado del ambiente de espacios no capitalistas, en particular, de lo que ella llamaba la "economía natural" precapitalista. El capitalismo no se habría desarrollado como un sistema cerrado, por lo menos hasta principios del siglo XX, sino que habría tenido la necesidad de apropiarse de los recursos --naturales y humanos-- de otras formaciones sociales.

La tesis de Luxemburgo es interesante en la medida en que el capitalismo entró en una crisis estructural —particularmente en Estados Unidos y la antigua Comunidad Económica Europea (CEE)— hacia los últimos años de los sesenta, al cabo de dos décadas de años locos; por ende, antes de que se hicieran visibles los límites de las formaciones sociales cerradas soviética y china. Al mismo tiempo, a principios de la década de los setenta, en medio de una competencia creciente entre Estados Unidos, la cee y Japón, los mercados del Tercer Mundo comenzaron a mostrar sus propios límites. El periodo colonial se acabó con la independencia de un gran número de países de Asia y África. Una parte del Tercer Mundo se volvió superflua y otra intentó aliarse con los socialismos de Estado a los que se refiere Desai; mientras que el Sur adquirió cierta capacidad de negociación al formarse agrupaciones como la OPEP (Organización de Países Exportadores de Petróleo). En ese entonces, la situación de Estados Unidos no podía ser peor; debía enfrentar una creciente competencia industrial japonesa y la CEE había perdido la guerra en Vietnam (1975). Ello atrajo el temor de un efecto dominó en el patio trasero del Sur americano por la influencia de la revolución cubana. Por otra parte, Estados Unidos se encontraba en un virtual empate en la carrera armamentista con la Unión Soviética, por lo que intentó el acercamiento con China, en 1972. Nadie habría pensado, entonces, que el planeta se encaminaba hacia la unificación del mercado mundial. En cambio, Estados Unidos parecía estarse convirtiendo en un sistema cerrado, incapaz de ampliar sus mercados y de superar sus contradicciones internas, que estallaron en 1971, con el fin del patrón oro-dólar. En 1912 Luxemburgo señalaba (1967):

el capitalismo es la primera forma económica con capacidad de desarrollo mundial. Una forma que tiende a extenderse por todo el ámbito de la Tierra y a eliminar a todas las demás formas económicas, que no toleran la existencia de ninguna otra. Pero es también la primera que no puede existir sola, sin otras formas económicas de qué alimentarse y que, al mismo tiempo que tiende a convertirse en forma única, fracasa por la capacidad interna de su desarrollo (1967:363).

Para sobrevivir y superar sus contradicciones endógenas, desde el final de la década de los sesenta, el capitalismo en crisis habría tenido la necesidad de incluir en su órbita a los sistemas cerrados no capitalistas y autárquicos del socialismo de Estado. La apertura china (1978) y la caída soviética (1989-1991) desembocaron en la creencia de que, por fin, al abrirse los antiguos sistemas autárquicos, se habría consolidado la tendencia a la unificación del mercado mundial. Según Reynolds, el "culto" a la globalización surgió por las mismas fechas en que Estados Unidos proclamó el advenimiento de un nuevo orden mundial (1991, con la guerra del Golfo Pérsico).

 

¿Qué salida para la crisis?

A pesar de que existen suficientes elementos para pensar que la crisis capitalista está por alcanzar los 40 años de duración, en ocasiones pareciera como si para los partidarios de la globalización el fenómeno hubiese dejado de existir. Hasta cierto punto, es entendible. Los beneficiarios de la crisis —que los hay— no tienen por qué pensar que las cosas debieran o pudieran cambiar; por otra parte, el desplome de la Unión Soviética reconfortó a los mismos beneficiarios, que de cierto modo han dejado de sentirse potencialmente desafiados. A grandes rasgos, es como si los partidarios de la globalización, a la manera de los antiguos líderes soviéticos, se hubieran instalado cómodamente a disfrutar de sus privilegios y a esperar que la Historia siga su curso natural.

Para periodizar la crisis, nos parece útil el concepto sistema productivo que fuera trabajado en Grenoble, Francia, por el Groupe de Recherche sur la Regulation en Economie Capitaliste (GRREC, por sus siglas en francés). La ventaja de dicho concepto es que, a diferencia de la noción globalización, da por sentado que "toda realidad económica se desenvuelve en un espacio concreto y en un tiempo histórico. No puede haber análisis económico que no tenga una dimensión espacial y temporal" (De Bernis, 1988:29). En general, un sistema productivo capaz de generar su propia dinámica de "autorregularse" puede definirse como "un conjunto coherente de trabajo y del proceso de producción 'que se corresponde' con la manera de producir un excedente apto para ser acumulado" (De Bernis, 1988:29). Hasta el final de la década de los sesenta no existía, desde luego, ningún sistema productivo mundial (con su moneda), sino —dentro del espacio capitalista— un conjunto de sistemas productivos nacionales y una economía internacionalmente dominante, la de Estados Unidos. Durante los periodos de estabilidad estructural, cada sistema productivo organiza su propia división internacional del trabajo (DIT); las fronteras del sistema productivo no coinciden con las de la nación, y dicho sistema se organiza como un conjunto de relaciones entre un centro y una periferia (Borrelly, 1990:73). Durante los periodos de crisis, la coherencia de los sistemas productivos nacionales tiende a resquebrajarse por razones internas a cada uno, tanto en el centro como en las periferias. El trabajo de crisis se convierte entonces en un proceso de descomposición y recomposición espacial y temporal del capitalismo y de los sistemas productivos, al grado que resulta difícil hablar de sistemas productivos durante la misma crisis.

a) inmediatamente después del fin de la guerra fría, distintos analistas creyeron encontrar una fuerte contradicción entre las tendencias que apuntaban hacia la unificación del mercado mundial y otras que lo hacían en dirección de una creciente regionalización.

• En la segunda posguerra (1950-1973, de acuerdo con la clasificación de Maddison, 1997:120), con la excepción de Bangladesh, Asia destacó por sus espectaculares ritmos de crecimiento, y ello seguramente explica que para la década de los ochenta se haya admirado al "Japón que podía decir no" y a los países de reciente industrialización (New Industrialized Countries, NIC, por sus siglas en inglés) como Corea del Sur, Taiwán, Hong-Kong y Singapur. Sin embargo, Japón entró en una fuerte crisis entre 1990 y 2001, y no alcanzó a crear realmente un bloque yen; ni siquiera fue al rescate de las naciones del sureste asiático que podían esperarlo en la crisis de 1997. La economía del archipiélago comenzó a recuperarse en los primeros años del siglo XXI, sin renunciar a una fuerte intervención estatal, pero, en buena medida, esa recuperación se ha vuelto dependiente de los intercambios con China. Hacia el inicio del siglo XXI existían mayores posibilidades de asociación entre ese país y los de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ANSEA) que, de concretar un acuerdo, los convertirían en la zona de libre comercio más grande del mundo. La crisis de 1997 dio al traste (sobre todo en Corea del Sur, con numerosos escándalos de corrupción, pero también en indonesia o Tailandia) con la moda de los cuatro dragones y otros tigres asiáticos.

• La Europa alemana, que se antojaba plausible al principio de la década de los noventa, no se realizó. Hasta los primeros años del siglo XXI Alemania no había generado un milagro económico para salir de su estancamiento y resolver los problemas planteados por la reunificación con el territorio oriental. En ese mismo orden de ideas, y a diferencia del antiguo colonialismo y del modelo de panregiones que elaborara Alemania en la década de los treinta, la Unión Europea pareciera haber dejado al África subsahariana a su suerte —y a la de una creciente influencia estadounidense, interesada en los recursos petroleros del golfo de Guinea— y, a la fecha, no ha concretado acuerdos transmediterráneos duraderos con los países del Magreb. Además, la Unión Europea ha dado preferencia a los antiguos satélites soviéticos por encima de las aspiraciones de adhesión de Turquía. Por otra parte, la negativa francesa con base en el referéndum sobre la Constitución europea —seguido del rechazo holandés— puso un alto a la tentativa por crear una Europa de las transnacionales. No obstante de la aparición del euro, la Unión Europea no se ha consolidado como un bloque dominante en el mercado internacional, además carece de cohesiones política y militar propias.

• Maddison (2003:113) ha puesto de relieve hasta qué punto el impacto de la Conquista representó un cataclismo para lo que hoy es América Latina y el Caribe, al grado de que la experiencia económica de la región entre 1500 y 1820 fue muy diferente del resto del mundo. El subcontinente americano comenzó a recuperarse en el siglo XIX, y tuvo un desempeño mejor que otras regiones del orbe, entre 1913 y 1950 (Ibid.:120). El autor no parece tomar en cuenta los efectos nocivos de la crisis de la década de los treinta; pues la edad de oro de la segunda posguerra no fue tal para América Latina, y luego el subcontinente entró en un desempeño deficiente, desde 1973 hasta por lo menos 1994 (Idem.:122). América Latina, hasta cierto punto, se ha desintegrado: una parte se sumó a los acuerdos de libre comercio con Estados Unidos (México, RD-CAFTA,1 Colombia, Perú, Chile); otra parte hizo suya la iniciativa venezolana del ALBA (Cuba, Venezuela, Bolivia), 2 y un grupo más (Argentina, Brasil) sigue prefiriendo el MERCOSUR al ALCA,3 este último de factura estadounidense, como quedó demostrado en la Cumbre de Mar del Plata en 2005.

b) A lo sumo, al principio del siglo XXI, el mundo se encontró encajonado entre los anhelos de Estados Unidos por mantenerse como la economía internacionalmente dominante —con métodos informales y no siempre militaristas, poscoloniales, como los ha llamado Hopkins— y una mutipolaridad floja. El surgimiento del grupo bric (Brasil, Rusia, India y China), germen de la multipolaridad, parece limitado. Brasil, en particular, no ha conseguido un auténtico liderazgo latinoamericano. Y en la Tríada,4 tanto Japón como la Unión Europea no han logrado sacudirse el paraguas estadounidense heredado de la guerra fría.

c) Entonces, nuestro argumento fundamental es que al principio del siglo XXI las tentativas de recomposición capitalista pasaron a depender de la conversión de la antigua esfera soviética y de China en sistemas abiertos.

• Como lo ha demostrado Andreff, la apertura de los países de Europa del Este venía preparándose desde mucho antes de 1989. Las inversiones extranjeras directas (IED) de las multinacionales y el crecimiento de los intercambios con el mercado capitalista europeo comenzaron en 1967, en Yugoslavia; en 1971, en Rumania; en 1972, en Hungría; en 1976, en Polonia y en 1980, en Bulgaria, de tal forma que estos países tuvieron que adoptar políticas de austeridad desde el comienzo de la década de los ochenta. Las aperturas de la Unión Soviética y Checoslovaquia fueron posteriores a la IED (1987), y la de la República Democrática Alemana (RDA), más tardía aún (1990) (Andreff, 1997:42).

• La apertura soviética comenzó en 1991; el inicio del siglo XX habría de desembocar en lo que Isbell (2006) ha llamado "el desplazamiento del centro de gravedad geopolítico del mundo hacia el eje central de Eurasia". El gran creciente euroasiático (Oriente Medio y la ex Unión Soviética), con 72% de las reservas mundiales de petróleo y gas, se ha convertido en la franja de tierra con más recursos de hidrocarburos del planeta, y en un envite crucial para la Unión Europea, Estados Unidos, Japón y China. Rusia, que en los tiempos soviéticos se limitaba a autoabastecerse, así como a Europa Oriental en un sistema cerrado, se ha convertido en el principal exportador mundial de gas natural y el segundo de crudo. Para Isbell, ha surgido la cuestión clave de saber "hasta qué punto competirán los países de Asia y Europa (incluso Estados Unidos) por los suministros rusos, y hasta qué punto el nuevo sector energético de Rusia estará dispuesto a manipular estos suministros de forma estratégica" (2006:109).

• Por otra parte, la apertura china comenzó en 1978, hasta desembocar en una verdadera euforia para el comienzo del siglo XXI. En perspectiva histórica, el ascenso de China no es una novedad, sino un regreso: para 1820, cuando apenas empezaba el siglo británico, el país asiático era —como lo ha demostrado Maddison— el más rico y grande del planeta, posición que había conseguido desde 1600 con la dinastía Ming (Saborido, 2001:74). Puede señalarse que las más grandes migraciones del mundo actual no son las internacionales, sino las que han estado produciéndose con los éxodos de campesinos a las ciudades chinas. El éxito de ese país ha sido en buena medida cuantitativo, por la masa demográfica que atrae a todos los negocios internacionales imaginables. Pero de la misma manera en que la antigua Unión Soviética se modernizó echando mano de una superestructura feudal —con la brutalidad del estalinismo— China se ha abierto al mercado sin renunciar a un monopolio del partido comunista que, en algunos aspectos, recuerda a los mandarinatos letrados y las burocracias pre-capitalistas, que ahora aseguran la docilidad de la mano de obra. A diferencia de Rusia, prácticamente sin intercambios con Estados Unidos y resuelta a sostener el desafío militar de Washington, China —incapaz de enfrentar militarmente a Estados Unidos, según Hobsbawm (Saborido, 2001:94)— se encuentra apuntalando a la economía estadounidense, por el mercado ofrecido a las multinacionales, la vinculación del yuan al dólar, la acumulación de reservas en moneda estadounidense, por las inversiones financieras en los Estados Unidos y por lo que Fishman llama el "financiamiento al despilfarro" de la superpotencia (2006:365).

El capitalismo no ha conseguido recomponerse —ni a distintos sistemas productivos— sobre la base de los bloques comerciales, con la pequeña salvedad de la Unión Europea, aunque su ampliación hacia el Este —con la que la Unión Europea pasó de un sistema cerrado a uno relativamente abierto— no haya bastado para integrar un sistema productivo europeo. De acuerdo con nuestro planteamiento, para intentar resolver sus contradicciones internas y sobrevivir a ellas, el capitalismo de la Tríada habría tenido la imperiosa necesidad de abrir los mercados de los antiguos socialismos de Estado. Su ambición consistiría en asegurarse de que ninguno de los antiguos socialismos de Estado pueda revertir o reorientar la apertura en beneficio propio. En esa misma medida, por lo menos hasta la década de los noventa, el hecho de que la antigua Unión Soviética y China hayan acelerado su integración al capitalismo, las expuso a la descomposición del sistema cerrado global (saqueo mafioso en la Rusia de Yeltsin, desigualdades sociales y regionales flagrantes en China).

 

Dos tendencias de la descomposición

Georges Canguilhem, quien inspirara la elaboración de la teoría de la regulación del GRREC, escribió: "a fuerza de observar a las sociedades de la edad industrial, uno puede preguntarse si su estado de hecho permanente no es la crisis, y si ello no sería un síntoma franco de la ausencia de un poder de 'autorregulación'" (Le Blanc, 1998:93). Bien cabe interrogarse por el momento en que empezó la descomposición del capitalismo: la prosperidad —periodos de estabilidad estructural— se redujo en el siglo XX a unos pocos años previos y posteriores a la Primera Guerra mundial y a dos décadas posteriores a la segunda conflagración internacional. Para volver sobre el problema de la "salida" a la crisis, caben señalar las opciones siguientes con base en De Bernis:

• El peligro de guerra o del surgimiento de un nuevo fascismo o "una solución política comparable" (De Bernis, 1988:203-204).

• Una salida no capitalista acaso habría podido estructurarse con la alianza entre las clases trabajadoras de los países centrales, los países de "socialismo de Estado" y las "fuerzas progresistas" del Tercer Mundo (De Bernis, 1988:202). Sin embargo, esa posibilidad se agotó en las dos primeras décadas de la crisis, por el resquebrajamiento de la unidad de los trabajadores de los países centrales —que en realidad nunca fue tal, según las características de los obreros japoneses y estadounidenses, menos combativos que los europeos—, la desintegración del Tercer Mundo y la desaparición del sovietismo y el maoísmo.

• La "imposibilidad de los protagonistas para imponer una salida al combate", hasta que se llegue al empantanamiento generalizado y una larga transición —el autor recuerda que la guerra de cien años fue necesaria en Europa para dar luz al mundo moderno.

También es posible destacar de manera sucinta algunas tendencias a la descomposición que podrían haberse hecho presentes con la crisis, al haberse llegado al sistema cerrado: el capital es una relación social y para producir beneficio se necesita teóricamente de una sociedad, como lo hiciera el mercado en el siglo XIX. El de finales del siglo XX y principios del XXI parece haber comenzado a erosionar la cohesión social un poco por doquier:

• Con la crisis se ha agudizado la tendencia a la descomposición internacional de los procesos productivos, lo cual resquebrajó la antigua coherencia de los sistemas productivos. Las deslocalizaciones industriales, lejos de haber conducido a la formación de un proletariado mundial ascendente y compacto, han debilitado las conquistas obreras, entre otras cosas, al poner a los propios trabajadores a competir entre sí a escala internacional. Mandelbaum y Haber (2005:10) lo captan a la perfección cuando señalan que los occidentales —atraídos por el oportunismo chino— han caído en la trampa de la globalización: Occidente, motivado por la lógica del beneficio a corto plazo y en detrimento de la perdurabilidad, ha ido desmantelando con sus industrias una de las fuentes esenciales de creación de riqueza, para beneficio de China. Con ello se ha precarizado el empleo en los países centrales, puestos a competir con trabajadores sin mayores prestaciones y con bajos salarios; también con los inmigrantes provenientes del Sur. Las empresas-sede en los países centrales, a su vez, se han concentrado en la administración rapaz de los super CEO (Chiefs Executive Officers, por sus siglas en inglés) (Roszak, 2004:57) y en la especulación financiera. Ha comenzado a asomar la posibilidad de que los países centrales —Estados Unidos en particular— se conviertan en Estados rentistas (rentnerstaat), tendencia a la que ya se había referido Lenin en 1917, en El imperialismo, fase superior del capitalismo (1965:129). Una diferencia fundamental entre finales del siglo XIX y del XX se encuentra en el hecho de que se invirtió la pirámide de empleo de la población económicamente activa; es decir, del predominio agrícola, seguido por el industrial y una pequeña franja de servicios, ahora es lo contrario. Por ejemplo, el sector servicios emplea 80% de la fuerza laboral en Estados Unidos, contra 10% en Etiopía (Sutcliffe, 2005:37).

• Los Estados nacionales han empezado a perder su principal atribución de la segunda posguerra del siglo XX, la de mediar entre el capital y el trabajo a escala nacional. Al incitar a competir a los trabajadores entre sí, en el ámbito internacional, el Estado ha ido adaptándose cada vez más a las necesidades de los empresarios; pero de manera contradictoria. Para sostener a las firmas nacionales en los países centrales, el Estado ha empezado a promover el desarrollo del empleo en el extranjero, con lo cual está agravando la fractura social interna. Al mismo tiempo, para atraer inversiones extranjeras y capitales de las más diversas partes del globo, el Estado recurre cada vez más a la flexibilización del empleo nacional. La nación ha dejado de ser así una comunidad de destino compartida entre el capital y el trabajo.

• Lenin comprobó la tendencia del imperialismo al expresar los intereses del capital financiero. Una de las grandes novedades cuantitativas de la globalización es la amplitud que han cobrado los movimientos especulativos a escala internacional y su capacidad para chantajear a las políticas económicas nacionales. Aun cuando en ese terreno los partidarios de la globalización también hablen de la tendencia a la unificación del mercado mundial, Chesnais (2001:20) ha hecho notar que la liberalización y la desregulación financieras —sin mayor supervisión ni control— no han suprimido los sistemas financieros nacionales. Dicho autor aporta otro dato de importancia, ya que el fetiche financiero no es nuevo, pese a las diferencias entre la mundialización financiera del periodo que culminó en 1914 y la de la fase presente. En términos reales, las inversiones directas permanecen en un nivel inferior al que habían alcanzado a principios del siglo XX (Ibid., 2001:21). La novedad estribaría en que dichas inversiones están mucho más concentradas que entonces y también mucho más inclinadas a deshacerse rápidamente de los compromisos. Otro rasgo que demuestra la incapacidad del capitalismo para regular los movimientos financieros se encuentra, como lo hace notar Plihon (2004:19), en la sucesión de escándalos bursátiles de fraudes.

De acuerdo con Roszak (2004:59), a principios del siglo XXI en Estados Unidos se produjo la mayor cantidad de fraudes comerciales y malversaciones en toda la historia de ese país. Para Plihon se trata de disfunciones del capitalismo. Éstas cuestionan la concepción de la empresa, ajena a considerarse como un establecimiento industrial para convertirse en un activo financiero que debe acrecentar su valor bursátil por cualquier medio, como recompras de acciones, fusiones-adquisiciones y montajes financieros dudosos (Plihon, 2004:20).

Luego de reconocer que la financiarización y la generalización de los movimientos especulativos constituyen una de las características básicas del capitalismo actual —pues la transnacionalización productiva tendría, en cambio, más de cien años de existir—, Carcanholo y Nakatani (2000:152) sostienen que ahora se ha impuesto el "capital especulativo parasitario" —el cual no debe confundirse con el capital ficticio— y ha "contaminado" a las empresas y corporaciones dedicadas a funciones productivas. El predominio de dicho capital especulativo parasitario se habría esbozado con la quiebra del patrón monetario internacional, a partir de 1970, y habría desembocado en la subordinación del capital productivo de las prácticas especulativas, como también lo sugiere Plihon. Las ganancias en la especulación ejercen una descomunal presión sobre el excedente-valor producido, al mismo tiempo que aumenta la explotación de los asalariados y el consumo desmedido de productos dispensables.

 

Conclusiones

Desde el inicio de la crisis actual, autores como Dangueville (1973) habían sugerido, como lo harían después Amin (2003) y Beinstein (2000), que el capitalismo podría haber entrado en una fase senil. La hipótesis suena atractiva, sobre todo porque la descomposición capitalista podría haber empezado desde el siglo XX. Sin embargo, esa hipótesis dice poco acerca de las posibilidades de periodización y, principalmente, de las formas que pudiera adoptar una eventual transición, que sería de larga duración y prácticamente imposible de anticipar. En apariencia, el triunfo de la globalización convertiría al capitalismo en un sistema cerrado; desde ese punto de vista, aceleraría su descomposición. Sin embargo, ya hemos sugerido que no existe tal cosa como un mercado mundial unificado; por lo tanto, el reordenamiento de las relaciones económicas entre naciones sigue teniendo una importancia decisiva. No puede confundirse cierta tendencia a la unificación del mercado mundial con el anhelo estadounidense por lograr la supremacía internacional; en otros términos, sin haberse resuelto las contradicciones surgidas a partir de la Segunda Guerra Mundial ni los problemas estructurales de la economía estadounidense. El intento de Washington por adueñarse de la globalización fue en apariencia lo que hizo que el sistema actual tendiera a cerrarse y a darle a la transición un carácter caótico. Con todo, otras tendencias están en juego y pueden producir orden. Mientras Estados Unidos suele convertirse en un Estado rentista y de servicios —sostenido por las asimetrías del sistema monetario internacional— la recomposición económica internacional ha desplazado los grandes polos productivos hacia el continente euroasiático y esta misma recomposición es la que Washington quisiera contener.

 

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Notas

1 Acuerdo de Libre Comercio para Centroamérica y República Dominicana.

2 Alternativa Bolivariana para la América.

3 Acuerdo de Libre Comercio de las Américas.

4 Integrada por Estados Unidos, Europa Occidental y Japón.

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