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Política y cultura

Print version ISSN 0188-7742

Polít. cult.  n.46 México Sep./Dec. 2016

 

Significados y aproximaciones teóricas sobre el tema de la violencia

Los gestos de la violencia

Beatriz Ramírez Grajeda* 

* Profesora-investigadora del Departamento de Educación y Comunicación, UAM-Xochimilco. Impulsora de la Red de Investigadores y Estudiosos sobre Adolescencia y Juventud, miembro del Seminario Interinstitucional, Cultura, Educación e Imaginario Social, México [bgrajeda@correo.xoc.uam.mx].


Resumen:

La violencia se gesta en la institución social. No es nueva, aislada o privativa de algunos sectores sociales, es ejercida en nuestras prácticas y decires. Las palabras actúan forjando saberes y certezas sobre los otros, incluso en las más inocuas, irrelevantes o aceptadas se establecen juegos de desconocimiento/reconocimiento. Odio y temor a los otros la potencian, dan paso a guerras y exterminio, pero también a sutiles mecanismos de desconocimiento de las diferencias lo que ha hecho crear a las sociedades dispositivos de socialización que configuran identidades; sancionando sus diferencias y replegando a los sujetos a ser objetos de uso, abuso o destrucción.

Palabras clave: violencia; psique; desconocimiento; diferencia; subjetividad

Abstract:

The gestures of the violence. The violence is gestated in the institutions, it is a human creation: It is not new, isolated nor privative of some social sectors; it is exercised in our practices and speeches everyday. This actions and speeches produce knowledge and certainties about the others. Even the more innocent, irrelevant or accepted words, establishes games of recognition/ unknowledge. Fear and hatred towards the others set up the base for extermination practices and for subtle mechanisms meant not to acknowledge the differences between the individuals. Allowing to the societies the creation of socialization and alienation dispositives that configure to the individuals as objects of use, abuse and destruction.

Key words: violence; psyche; unknowledge; difference; subjectivity

Intenciones y puntos de partida

Nos proponemos una reflexión que incorpore elementos teóricos del psicoanálisis, pues coincidimos con Follari1 en que éste constituye la columna vertebral de la psicología social en tanto que es el que nos permite comprender las dinámica de las pulsiones y los juegos que establece la psique en el mundo social, capaz de engendrar los intersticios, los pliegues, los agujeros desde donde reconocer o desconocer la diversidad. No obstante, pretendemos escapar de visiones psicologistas que desvanecen la complejidad de un fenómeno como el de la violencia; focalizando en la singularidad del sujeto el poder abolirla, así como también revocar interpretaciones psicoanalíticas reducidas que ciñen el vínculo social al modelo del complejo edípico.

Reconocemos a la psicología social más que como un conjunto de técnicas que promueven la adaptación o readaptación de los sujetos al pensamiento hegemónico, como un campo de elucidación que nos permite reconocer la complejidad de por qué se es de una manera y no de otra; clarificando los modos de la socialización, los dispositivos que emergen en una sociedad y las formas de negociación de la psique para darse lugar a sí misma en un mundo instituido. Ahí donde el pensamiento ingenuo vería exclusivamente imperio de lo social por un lado y un pensamiento aún más ingenuo que el primero, enfatizaría que para transformar el mundo basta simplemente con una voluntad que no requiere de consenso, vínculo o ejercicios de poder, poniendo así el acento en el empoderamiento de las personas; nosotros reconocemos la necesidad de realizar un trabajo teórico, una lectura de los procesos de subjetivación que no están al margen de condiciones sociales, movimientos del mercado, políticas internacionales, modos de ser posible para un sujeto. Es necesario, pensamos, evitar importaciones impertinentes de distintos campos teóricos que, si bien indudablemente pueden alimentarse, también es necesario un trabajo que no les disminuya la valía teórica que tienen en sus respectivos campos disciplinarios. Frecuentemente con intenciones transdisciplinarias, se bosquejan lecturas incomprensibles, contradictorias o banales.

Sostenemos que el tema de la violencia merece un trabajo de elucidación que nos permita comprender tanto lo que pasa en la dinámica interna de la singularidad, como la forma en que ésta se expresa en su vínculo social; expresión de una complejidad que comienza en el mismo universo lingüístico cuyo destino es la multivocidad, el equívoco, el quid pro quo, en el que se han creado, se han pactado, se han repetido modos de regulación y sofocamiento de las pulsiones; cuyo afán por preservar la vida implica la muerte, la limitación, la exigencia de reconocimiento de sí y el desconocimiento de otros que contradicen los modos de darnos vida.

Antes de pensar la socialización como influencia, condicionamiento, aprendizaje de lo otro, lo extranjero, lo exterior, es necesario preguntarnos por los modos en los que la institución se da lugar en los territorios de la psique y cómo ésta entra en conflicto pues las pulsiones de vida que la sostienen reclaman realización y reconocimiento; ello configura una serie de juegos, tensiones con lo instituido, que se confrontan con la búsqueda de reconocimiento de los otros.

Sobre la violencia y sus expresiones

Haciendo un breve recorrido por diferentes estudios sobre la violencia se puede observar una tendencia generalizada a hacer clasificaciones de diversa índole, según la perspectiva teórica o disciplinaria en las que se inscriban, de tal suerte el lector puede encontrar referencias hacia la violencia física, la simbólica, la institucional, la psicológica, la verbal, etcétera. No es nuestro interés en este espacio abonar a tal trabajo, pues sostenemos que un esfuerzo así nos llevaría a un trabajo de clasificación infinito y toda vez insuficiente, ya que, con frecuencia, tratar de comprender una nos lleva necesariamente a las otras, en tanto que son parte de los mecanismos que posibilita y legitima la institución social; de tal suerte que expresiones violentas están imbricadas en ejercicios de gobierno, en tendencias educativas, en modos de regulación, en prácticas, en discursos, en sucesos cotidianos y palabras (aparentemente inocuas y legítimas) cuya función nominativa entra en el juego de reconocimiento y desconocimiento de los sujetos.

Antes que una clasificación de la violencia y sus modos de expresión o de emitir juicios de valor que nos ponen en el riesgo de desconocer la especificidad de los contextos y sancionar expresiones o acontecimientos que no tienen que ver con ella sino con expresiones posibles de reconocimiento (como en el caso de los rituales), antes de pensar en estrategias profilácticas del vínculo humano orientadas a subsanar la violencia, evitarla, regularla, sofocarla, etcétera, como apuestan las perspectivas de derechos humanos o educación para la paz, para quienes se trata de un trabajo cognitivoconductual, racional y voluntario; pensamos que es necesario cuestionar la propia condición del vínculo, elucidar lo que son los sujetos en él, las calidades de su expresión y su recurrencia a lo largo de la historia.

Sostenemos que el vínculo es, no que se establece con otro; pues ello presupone dos instancias distintas y separadas, pero para poder hablar de mí, supongo mi diferencia respecto a otros. Me defino en torno a lo que el otro es. Esta perspectiva nuestra, como hemos anunciado, tiene su cimiento en los planteamientos de la teoría psicoanalítica. Si bien no se ciñe a la sugerencia de Freud, quien advirtió una pulsión agresiva en los seres humanos, responsable de la vida y de la subsistencia, retomaremos lecturas de corte psicoanalítico que contribuyen a una analítica de la subjetividad en la institución social.

Las diferentes lecturas psicoanalíticas nos permiten tener lucidez sobre el vínculo humano, aunque estamos conscientes de lo que implica hacerlas dialogar, sobre todo porque algunas de éstas desconocen flagrantemente el trabajo ético del psicoanálisis o bien cimientan sus desarrollos en la teoría de Freud pero proponen un proceder técnico y metodológico opuesto. Tal es el caso de la lectura humanista del psicoanálisis de Fromm,2 o la intención profiláctica que propone Ana Freud3 al plantearse como tarea terapéutica el fortalecimiento de los mecanismos de defensa del yo o la insistencia en el reconocimiento de las pulsiones a partir de la fantasía que lleva a Klein4 a un trabajo interpretativo particular.

Habremos de dejar de lado la técnica desde las distintas perspectivas psicoanalíticas y retomaremos aquí algunos de sus desarrollos teóricos en la inteligencia que favorecen nuestra comprensión sobre el vínculo humano que se expresa en ejercicios de poder, prácticas de violencia o solidaridad. Nos interesa fundamentalmente señalar cómo opera todo el tiempo en la vida cotidiana de los sujetos; se expresa, aseguramos, en múltiples gestos formados, posibles, vividos en la institución.

En el ámbito de las ciencias humanas, la violencia ha sido considerada como constitutiva de las sociedades (Clastres,5 Hobbes,6 Lévi-Strauss, Sofsky7). Pero habiéndonos propuesto cimentar nuestras reflexiones en la perspectiva psicoanalítica habremos de retomar los planteamientos de Freud, Melanie Klein, Piera Aulagnier,8 Cornelius Castoriadis,9 de donde derivamos la aseveración de que la violencia tiene su raíz psíquica en una dinámica desconocimiento/reconocimiento del otro.

Sigmund Freud, en "El malestar en la cultura"10 reconoce una pulsión agresiva en los seres humanos, ésta es irremediable y además necesaria puesto que gracias a ella el organismo logra afianzarse a la vida, valiéndose de lo que hay a su paso, lo quiera o no el otro. Sin embargo, en el momento en que el niño es lanzado a la cultura tiene que negociar la satisfacción de sus pulsiones (irrestrictas en principio en el seno materno) con los otros que le preexisten organizados en una cultura donde se han creado instancias desde las que se convoca a los recién llegados a ser reconocidos, sancionados, clasificados, nombrados mediante sus representantes (los padres). La cultura surge, según Freud, debido a tres condiciones: la superioridad de la naturaleza, los otros que se presentan como enemigos o aliados y la fragilidad de nuestro propio cuerpo frente al imperio de esa naturaleza; así, el aparato psíquico se construye con base en una dinámica de relación con los otros (dada su dependencia e inmadurez fisiológica) que paulatinamente transita de un placer engarzado a lo orgánico a un placer de representación.

Según Seagal,11 Melanie Klein reconoce que el nacimiento está acompañado de una serie de tensiones coexistentes que obligan al yo a un complejo trabajo de organización con los otros que se presentan como objetos desde el comienzo de la vida, y a los que el inmaduro yo es incapaz de reconocer diferenciados del propio cuerpo. De tal suerte que las relaciones que se establecen con el mundo externo son relaciones de objeto y serán modeladas por los mecanismos de proyección, introyección y escisión.

Estos mecanismos le permitirán al yo la función de hacer frente a las ansiedades surgidas de exigencias orgánicas y la mediatez de las respuestas del medio que son asociadas con la pulsión de muerte. Es decir, las necesidades de alimento, abrigo, contención (que no se vivían antes del nacimiento, dado que la pulsión agresiva le permitía alimentarse de lo que había a su paso, independientemente del deseo materno) se viven como impulsos destructivos que se le presentan persecutorios (como se vive indiferenciado del mundo, las pulsiones agresivas y persecutorias se viven en sí) sin la posibilidad de cohesión y en una alternancia permanente entre las tendencias de integración y las vivencias de desintegración. En síntesis, el yo se vive desintegrado.

En esta fantasía de omnipotencia, el yo es incapaz de reconocer a la madre como un otro diferenciado de sí mismo, es vivida como una extensión de sí. La mediatez de la acción en la satisfacción de las necesidades del recién nacido incrementa la ansiedad, por lo que el yo primitivo desarrolla mecanismos de defensa contra ella. Hay temor al impulso destructivo que se enlaza a las ansiedades primarias derivadas del trauma de nacimiento, las frustraciones derivadas de las exigencias pulsionales, las necesidades corporales y las experiencias desagradables que producen angustia y rabia; el yo las proyecta, las expulsa de sí, generando una experiencia de placer al reconocerlas como provocadas por objetos externos, desconociendo así la fuente interna que las produce. El yo se ve en la necesidad de proyectar fuera de sí lo que vive displacentero y amenazante, reconociendo como bueno todo aquello que le procure placer, integración y sentido. En resumen, el yo expulsa parte de sí, y retiene aquello que le procura integración.

Los mecanismos de escisión, proyección-introyección resultan fundamentales en la constitución de todo sujeto, pues son los que le permitirán la diferenciación entre yo-no yo.

Paulatinamente, gracias a la socialización por una parte, y a la madurez del cuerpo por otra, esta fantasía de omnipotencia se transforma en el reconocimiento del otro, que se erige como objeto idealizado, lugar de refugio del niño ante la frustración y la ansiedad, lo que le procura una condición dependiente y subordinada; que el yo vive con profundo desvalimiento, en palabras de Freud, y que Klein reconocerá como posición depresiva.

La noción de posición en Melanie Klein es nodal pues se refiere a una configuración específica donde relaciones objetales, ansiedades básicas y mecanismos de defensa establecen una dinámica en la que el yo esfuerza un trabajo de integración, de cohesión de lo que se le presenta caótico, pujante y contradictorio. Gracias a los mecanismos defensivos -proyección, introyección, escisión- el yo enfrenta las exigencias del cuerpo y del mundo. La actividad fantástica por ello, no es propia o exclusiva del alienado, el niño o el loco, es una actividad permanente en todo sujeto.

Para Piera Aulagnier, el lenguaje constituye una violencia necesaria en la constitución psíquica del sujeto quien, en su primer sorbo de leche, genera una experiencia primera con el mundo (placentera por cuanto la preserva y le propone un sentido) que la psique asociará afectivamente con objetos, representantes de la cultura. Este primer encuentro será matriz de sentido en la dinámica de la psique a la que Klein le delega un trabajo de metabolización representativa encargado de hacer homogéneo lo que se le presenta heterogéneo, constituido por objetos diversos que no guardan relación entre sí y se le presentan a la psique como excesos: de información, de frustración, de placer, de protección, etcétera, que debe metabolizar haciendo homogéneo lo que es heterogéneo.

Una experiencia de placer es un encuentro con los objetos y es el resultado de tres procesos que realiza la psique: el originario, el primario y el secundario, cada uno de éstos le propone un material con el cual trabajar. En el originario, la psique trabaja con pictogramas que por sí mismos no tienen sentido alguno, pero cuya coexistencia, al estar asociados con los afectos y la satisfacción de necesidades que procuran protección y sentido, son vividos como placenteros. La materia prima del proceso primario no son sólo pictogramas sino fantasías que, asociadas con afectos y representaciones, son capaces de generar un pensamiento homogéneo que hace coexistir armónicamente aquello que no tiene sentido. El proceso secundario trabaja con pictogramas, con representantes y con ideas o enunciados que ya no dependen exclusivamente del espacio originario o primario del vínculo sino que acontecen en espacios secundarios, donde la psique tiende a preservar y a reencontrar una experiencia de placer en los procesos de conocimiento, las expresiones artísticas, el desarrollo de capacidades motoras, el vínculo con los otros, la creación y los juegos de lenguaje. Si bien estos procesos se suceden unos a otros, ello no implica que actúen de manera dividida; pues, una vez que se han afianzado, coexisten siempre en el trabajo de la psique, independientemente del espacio y del tiempo con el que se confronte.

Piera Aulagnier reconoce que la violencia primaria tiene que ver con la invasión de la madre en el espacio del recién nacido; en la acción de amamantarlo, la madre no sólo invade el cuerpo del niño sino que impone un sentido a sus necesidades. De esta manera la representación de objeto se transforma y le da cimientos al niño para mantener una relación de identidad.

Conforme el niño transita en los espacios fuera del círculo materno (primario), se vuelve a vivenciar una coexistencia de objetos totalmente heterogéneos, excesos de información, de frustración, de sentidos, de excitaciones que le ofrece la cultura y que no tienen que ver con su historia ni con su experiencia, pero que la preexistencia de los mismos le imponen sentidos a su propia vida, reencuentro con la violencia primaria que, constitutiva, potencia la creación y la recreación social de la psique.

Estos planteamientos son retomados por Castoriadis, quien va a reconocer que la psique se clausura sobre sí misma; lo que constituirá una matriz de sentido a la que denominará monada psíquica. En ésta, afirma, sujeto y objeto son idénticos, pues representación, afecto y deseo son parte de la misma cosa. "[...] el deseo es, inmediatamente, representación (posición psíquica) de lo deseado y, por lo tanto, afecto del placer (lo que es la forma más pura y más fuerte de la omnipotencia del pensamiento). Tal es el sentido que la psique buscará para siempre, que nunca podrá alcanzarse en el mundo real".12 A lo largo de la vida, la psique encontrará sustitutos y construirá largas cadenas de mediación o visiones míticas donde ilusiona sentido.

Castoriadis sostiene que la mónada psíquica se resquebraja gracias al proceso de socialización, de tal suerte que la energía inicial dirigida hacia sí mismo se escinde en tres partes:

  • a) Una parte se queda invistiendo el núcleo psíquico y es capaz de impregnar todas las fases posteriores del desarrollo del sujeto incluyendo la edad madura. Esto queda como remanente, se traduce en un egocentrismo imposible de erradicar y llega a dominar todos nuestros actos y pensamientos, de tal suerte que el mundo es nuestra representación.

  • b) Otra se transfiere bajo la forma de sí mismo, por ejemplo: el pecho se introyecta y se convierte en soy el pecho. El remanente y el odio dirigido hacia lo externo producen ambivalencia porque por una parte se ama aquello que alimenta y abriga, pero también se odia porque, estando a merced de la omnipotencia del otro, se depende de él y lo que antes era inmediatez deviene en espera; la frustración, derivada de la espera o el sofocamiento y la asfixia, derivada de su omnipotencia, se viven como amenazas de destrucción y derrumbe de la psique. Siguiendo a Piera Aulagnier, Castoriadis asegura que esa amenaza de destrucción se ve paliada por creaciones imaginarias, por ejemplo, la alucinación del pecho que sustituye la falta de sentido.13

Hay falta de sentido, como consecuencia de la angustia y la rabia; carencia del pecho, agujero; por lo que se tiende a destruir real o imaginariamente el objeto y ello produce más angustia. No obstante, el otro, en tanto impositor de sentido, calma la angustia del bebé. La repetición, la regularidad de esa imposición establece un lazo entre ese agujero y el recuerdo del objeto lleno de atribuciones opuestas: de pecho bueno y pecho malo a los que se refería Klein.

Resulta también importante y ambivalente el hecho de que como resultado del proceso de maduración-socialización se logre la formación de un individuo social que es en sí mismo un objeto extraño, extranjero desde el punto de vista de la mónada. De tal suerte, el yo real está destinado a la ambivalencia de los afectos.

Para Castoriadis existen dos vectores del odio: el primero es un odio del otro real que es el reverso de la investidura mental, está presente en formas colectivas de odio y desprecio. De manera tal que uno a sí mismo se reconoce como el bien y a los otros como el mal. El segundo vector es el odio a sí mismo, dado que el yo es uno de los primeros extranjeros14 y lo que es expulsado para la psique implica que Yo es otro. Movimiento que tiene un carácter universal y que será desplazado e identificado hacia otros objetos verdaderamente externos; este desplazamiento sirve al sujeto para conservar lo que le da sentido, logrando reconocerse no como extranjero amenazante y destructor sino como el bien, productor del sentido que da contención a la psique.

Castoriadis afirma que el lazo entre la raíz psíquica y la social, en el caso del odio es fundamentalmente constituido por el proceso de socialización que se le impone a la psique, pues ésta se ve forzada a aceptar a la sociedad y a la realidad en un gesto que impone interpretación (violencia primaria para Aulagnier) otorgando seguridad y contención de la angustia y la rabia a partir de sus límites, sus posibilidades. Esas limitaciones, embalsamadas de afecto, pensamos, cumplen con la necesidad primordial de la psique de crear sentido. La socialización se constituye sobre la necesidad biológica, pero quizá más importante es la necesidad psíquica de sentido (para Freud la pulsión está en el límite entre lo orgánico y lo psíquico).15

Desde esta perspectiva, socializar significa investir a la institución y sus significaciones imaginarias: llámense dioses, espíritus, mitos, tótem, tabúes, familia, soberanía, ley, Estado, dinero, mercado. Ellas serán resignificadas permanentemente y gestarán significaciones propias de las instituciones segundas16 entre las que indudablemente se encuentra la escuela, el trabajo y las instancias jurídicas.

La sociedad se instituye, se preserva, asegura su pensamiento en las significaciones imaginarias creadas como esfuerzos de sentido en cada institución segunda, es dadora de sentido y, aparte de multidimensional y compleja, consiste en crear el propio mundo, el mundo de esa sociedad, al que se desconoce como creación humana.

Una de las principales dimensiones de la institución es el lenguaje, pero desde esta perspectiva no se le concibe como un instrumento de comunicación, pues esto concebiría que los sujetos son iguales, están en las mismas condiciones y que solamente necesitan un instrumento para comunicarse. El lenguaje, por el contrario, es el elemento que establece objetos, procesos, estados, cualidades y distintas clases de relaciones y lazos entre éstos. Es en el lenguaje donde el sujeto tiende a construir identidad; en ese sentido debemos reconocerle una cualidad poiética, pues la psique crea, recrea y cree; y tiende a diferenciarse de los otros mediante un proceso conjuntista identitario por medio del que se da sentido a sí misma y a los otros, reconociéndose en la diferencia. Resultado de una compleja dinámica de reconocimiento-desconocimiento, de lo que es ella misma y de lo que no es.

Lo interesante es elucidar cómo cada sociedad se clausura de diferentes maneras al grado de establecer territorios, fronteras precisas, límites diferenciadores. Castoriadis se pregunta por la clausura del sentido que hacen las sociedades para definirse y fundarse como territorios posibles, divisibles, decibles; creaciones imaginarias que dan contención a los sujetos.

En todas las sociedades se observan dos imperativos: el primero, la necesidad de fundarse y de tener garantía extrasocial de la institución; y el segundo, la necesidad de que resulte imposible el cuestionamiento de la institución deteniendo así toda discusión sobre sus fundamentos últimos. Las sociedades que se crearon mediante clausuras (nichos metafísicos de sentido) fueron las religiosas y ocultaron el hecho de su autoinstitución impulsando así la concepción de que su creación está fuera de ella misma o que era efecto de instancias extrasociales.

  • c) La última se transforma en odio hacia el mundo exterior, distinto de la mónada. De tal suerte las colectividades sustituyen a la mónada. Castoriadis insiste en que las dos expresiones psíquicas del odio, es decir, el odio a sí mismo y el odio al otro, tienen una raíz común que es la resistencia de la mónada psíquica a aceptar lo que le es extranjero (el individuo socializado en el que ha devenido y los individuos sociales que coexisten y a los que tiene que aceptar).

En un mundo de significaciones que está clausurado, afirma, lo extranjero es en la medida en que las significaciones aparecen ajenas, y toda pregunta que se realiza desde éste tiene respuesta o bien, no tiene ningún sentido.

Convocatorias de identidad: entre pictogramas, representaciones y certezas

Una sociedad completamente cerrada requiere de una fuerte identificación de sus miembros. Una alienación efectiva, pensamos, se asegura procurando un pensamiento homogéneo que desvanezca cualquier intención de fractura o división, lo que implica dotar de sustituciones de sentido a la psique y en eso consiste el proceso de identificación que primero inviste a los sujetos más inmediatos y más tarde a objetos del espacio secundario, cada vez más complejos e incluso a distintas formas de colectividad instituidas y posibles por las significaciones imaginarias efectivas de una sociedad.

Hemos anotado que hay una tendencia conjuntista-identitaria, un esfuerzo que la psique realiza para darse sentido a sí misma y que eso es irremediable porque funda su identidad en la diferencia. Un trabajo permanente de sentido, de identificación de lo que es ella misma y de lo que no es o de lo que rechaza ser. La angustia, el temor, el miedo, la rabia que la psique proyecta en los objetos permite el trabajo de clasificar, nombrar, representar; proyectar lo displacentero, identificarse con lo que le puede dar contención, equilibrio y seguridad; de otro modo estaría en continua tensión y no tendría recursos para darse un lugar en el mundo.

En el complejo proceso de socialización se configuran convocatorias identitarias, lugares de sentido para la psique, interpelaciones contradictorias y coexistentes con las que el sujeto dialoga y negocia construyéndose un lugar en la institución. Cada dispositivo de socialización se engrana con otros que aseguran el pensamiento hegemónico, alienación, seguridad y certeza porque prometen a la psique reconocimiento (esfuerzo imaginario de reconocer lo propio desconociendo lo otro proyectado fuera de sí) reduciendo la angustia que produce el desvalimiento, el caos y la desintegración; el trabajo de la psique es un juego de representaciones, fantasías, ideas y certezas donde el sujeto cree encontrar un lugar, una función, un rol desde el que reclama reconocimiento.

El proceso de socialización asegura domesticar o domar las dos dimensiones del odio de manera tal que se desvía permanentemente la tendencia destructiva hacia fines sociales aceptados o constructivos comunes; religión, ciencia, arte y cultura, antaño rostros del acuerdo, tienen reminiscencias en nuestra sociedad y coexisten con nuevas creaciones en aras de encontrar homogeneidad, organización y placer. Se configuran nuevos rostros que actúan engarzándose y fortaleciendo el pensamiento hegemónico. Oficios, profesiones, instituciones, dispositivos mediáticos son intersticios creados por los hombres, proyectados a la institución social que oculta que es expresión de la creación humana. Se erigen como pliegues, intersticios de realización de la pulsión, negociación con las imposiciones del mundo, donde se encuentran gestos de reconocimiento y valía.

Así, por ejemplo, discursos como el de las competencias, la eficiencia o el progreso, prácticas donde el cuerpo es protagonista, ideologías que producen la ilusión de valía, son asideros que la institución ha construido para sus sujetos, a quienes convoca con muecas de reconocimiento que se le prometen a la psique, pero cuyo precio es la alienación (desconocimiento del deseo propio que se empeña al otro).

La psique apuesta a los sentidos, creándolos y creyendo en las posibilidades de su realización pulsional en ellos, configura derroteros, de acuerdo con las circunstancias sociales donde acontece su experiencia; de tal manera que condiciones de posibilidad adversas, engarzan sus destinos en la maldad, la dominación, la crueldad, la banalidad, etcétera, proyección del yo, paradójica pues para calmar la angustia de que eso es parte de sí, el sujeto se aliena desconociéndose.

Esos intersticios que la institución otorga a la psique para la realización de las pulsiones, siempre mantienen un residuo de odio y de destructividad que se reservan y que yacen listos para ser transformados en intervalos regulares o no, en actividades destructivas con anuencia de la institución. Ésta se ve amenazada por colectivos que la tensan al emerger como diferencias que anuncian otro modo de ser posible. Lo que generalmente deriva en guerra.

La pulsión agresiva que pugna por realizarse, se confronta con condiciones sociales, prácticas, discursos, juegos de diferencia que le anuncian lo extranjero, lo diferente de sí. Siguiendo con Castoriadis, esta confrontación con lo social extranjero tiene tres posibles destinos de sentido:

  • 1. Lo extranjero es superior.

  • 2. Nosotros somos iguales a ellos.

  • 3. Los otros son inferiores a nosotros.

Las dos primeras son intolerables a la psique, lo que da paso sólo a la tercera posibilidad, es decir, que los otros son inferiores y por lo tanto hay que conquistarles, desproveerlos. Incluso esto es así en sociedades religiosas plenamente cerradas, donde se instauran prácticas crueles contra la población, porque se teme su potencia como sujetos, se gestan así diferentes dispositivos de desconocimiento.

La violencia como deconocimiento del otro y desconocimiento de sí

Proponemos concebir a la violencia como desconocimiento del otro y, si somos congruentes con el planteamiento de Klein (el yo se ha escindido expulsando su parte caótica, persecutoria, quedándose con la parte que produce la experiencia de sentido) el desconocimiento del otro es a su vez desconocimiento de sí.

Ahora bien, Castoriadis afirma que el reconocimiento de la alteridad comienza con el rompimiento de la clausura de las significaciones, lo que cuestionaría y resquebrajaría los sentidos de la institución social. Este cuestionamiento de la institución, en Grecia y en Francia, asegura, dio paso a la filosofía y a la democracia. La autonomía y la democracia encuentran grandes obstáculos, pues el odio se disemina refrendándose ante la diferencia. El planteamiento de Castoriadis nos obliga a pensar que es la conciencia reflexiva la que llevaría a la humanidad a un proyecto de libertad universal.

No obstante, este no ha sido el destino de advertir a los otros que cuestionan los modos, sus legitimidades y su posición en el mundo. Desde el mismo pensamiento europeo, reconocer a sociedades distintas ha producido, y sigue produciendo, prácticas de desconocimiento, destrucción y exterminio, pues a los otros no se les da valía alguna, se erigen como posibles enemigos a los que hay que desaparecer. La técnica sirve para este propósito, desvaneciendo sus significaciones, aboliendo sus creencias, debilitando a sus dioses, imponiendo sentido, así se avasalla toda dignidad humana: domesticando sus potencias y sofocando sus diferencias. Las disciplinas, la tecnología y la educación contribuyen a la formación de esos sujetos que amarán la servidumbre,17 la tecnología y el dinero y pugnarán por ser valorados a partir de su uso, su posesión y su desconocimiento.

La violencia, entonces, siguiendo el planteamiento de García Canal,18 desconoce a los hombres como sujetos de poder y los coloca como objetos de uso, de abuso y de destrucción.

Existen muchos modos de desconocer a los otros, múltiples de ellos, paradójicamente en la acción de reconocerles en la institución social de manera parcial, sólo por las funciones que cumplen, de ahí que discursos y prácticas les deleguen en los intersticios sociales un lugar como objetos de funcionamiento que hacen prevalecer a la institución.

Los gestos de la violencia

La violencia está presente en los discursos que reclaman superioridad sobre otros. Discursos racionales, científicos, legítimos, que apuntalan creencias, dioses, normas, modos de regulación que desconocen los modos posibles de ser y que, según la sociedad de que se trate, son sancionados como indeseables, malévolos, diabólicos o deseables, aceptables y refrendables.

El cuestionamiento, la invasión, la imposición de ideas y las creencias religiosas, actuaron como depredadoras de culturas aparentemente sólidas y, en su hibridación con las nuevas ideas, ensayaron nuevos modos de dominio, sometimiento y exterminio, expresiones del odio de lo que se vive como ajeno.

Incluso en los discursos racionales, científicamente aceptados, tecnológicamente deseables, artísticamente presentados, se han instituido prácticas de desconocimiento, exterminio, exclusión, desigualdad y fragmentación que son cada vez más sutiles y se han desconocido como creación y efecto de la relación entre los hombres.

En el ámbito de las ciencias, la comunicación, la economía y la educación, lo mismo que en el de las prácticas cotidianas e íntimas, se establecen modos de regulación que crean y recrean la diferencia en la institución social; en busca de identidad y reconocimiento de la misma, se alientan distintas expresiones de la violencia, la primera estrategia es la de la nominación19 que abre el camino a la clasificación y la jerarquización20donde se establece un juego de reconocimiento/desconocimiento en el que, insistimos, las ciencias no están exentas de participar. Así, las ideas de desarrollo amparadas en la normalidad, la blanquitud, la desindigenización, la riqueza, convocan a ensayos científicos, lo mismo que a acciones de discriminación, exclusión, marginación; que justifican el uso, abuso o exterminio de individuos o poblaciones.

Advirtamos la violencia en algunas acciones: a la psicología se le demanda la realización de baterías psicológicas desde las que, aplicadas en el ámbito laboral, educativo o de salud, se emite un veredicto: "sirve o no sirve", "apto o no apto", "sano o enfermo", etcétera. Lo que es una práctica aceptable, esperable, idealizada, tecnológicamente desarrollada, es un acto de desconocimiento de las potencias del sujeto, ahí donde el psicólogo responde tecnológicamente "aceptado o no aceptado", ejerce un acto violento. Desconocimiento que denigra, excluye, margina y que habilita la violencia no sólo para otros, sino para sí (el mismo profesional). Es decir, sin advertirlo, se convierte no sólo en alguien que ejerce violencia sino, con ese hecho, él mismo se constituye en posible objeto de uso, abuso y poder; pues ha ayudado a sustentar, autorizar o constituir, reconociendo y nombrando poblaciones de desecho. Contribuye a instituir prácticas de reconocimiento/desconocimiento, donde a unos se les acepta como adecuados y a otros se les asegura como débiles, inferiores e incapaces. Pero tal acción no es aislada, ideas contiguas son alentadas desde perspectivas epistemológicas compartidas por las ciencias (sociología, antropología) o prácticas (educación, economía, religión) actúan acompañando la formación de los sujetos, asegurando así su inferioridad en la institución, despojándolos de toda valía y potencia.

En el ámbito político, algunos programas de apoyo al campo, a la mujer, a la educación, exhiben una condescendencia que fomenta desvalimiento de las poblaciones, configurándolas como desecho, irresponsables de su condición. Asimismo, la tendencia desindigenizadora de la conquista, sigue siendo un aspecto que se observa, incluso en comunidades indígenas. Como lo señala Echeverría,21 la "blanquitud" es señal de progreso económico y revocación de atraso. De tal suerte que los más jóvenes de esas comunidades exigen a sus pares hablar en castellano, menospreciando su vida y su lengua: "no hables como perro" suelen decirse.

En el ámbito educativo, no cesan de inscribirse estigmas, prejuicios, acciones violentas relacionadas con el racismo y la pobreza. Los alumnos se valoran por la apariencia, el color de la piel o la clase social a la que pertenecen según la percepción de sus profesores y compañeros. Así, son dables los clubes de blancos que sancionan la "negritud" de otros y cuyos miembros corren el riesgo de ser desconocidos por el club si se relacionan con un compañero al que consideran "no blanco". Esto es llamativo, sobre todo porque en las poblaciones donde se identifica este fenómeno, no son comunes las personas rubias o albinas.

También hemos observado el gran temor de jóvenes de primaria y secundaria por ser considerados pobres, de manera que ello suele ser un criterio para la elección de amigos y una clasificación donde se hace lo posible por no pertenecer. Ser nombrado "pobre" es algo que no se puede tolerar o aceptar, al grado de que hay padres o tutores que deciden cambiar a su hijo o hija de escuela, para librarlos del prejuicio de la pobreza. Los indicios de distinción los constituyen la forma de vestir y calzar, las adquisiciones tecnológicas que se exhiben, los lugares de diversión que se frecuentan, los modos de hablar, la pose con que se hacen reconocer por otros. La preocupación por enfatizar si son ricos o pobres, si se hacen amigos del más rico o el más blanco o el más atractivo, se convierte en el cimiento de los vínculos de algunos niños y niñas, más preocupados por ser reconocidos como ricos que por disfrutar de sus amistades.22

A la ciencia, la tecnología, la creación artística socialmente aceptadas se engranan la publicidad, la manipulación informativa, la naturalización de las diferencias. Al ser detentadas por un sector social, aparecen no como una creación propia, humana sino extranjera o divina, a la cual hay que alienarse pues se le reconoce poder, superioridad, ideal inalcanzable.23

La institución comunicativa24 promueve, refrenda y gesta prácticas de discriminación, exclusión, marginación e incluso de exterminio, pues configuran a las poblaciones dignas de reconocimiento y las que no lo son.

El trabajo de edición establece otra cantidad de juegos de lenguaje cuya violencia se vela en la imagen espectacular. De manera maniquea se presentan, se promueven y se juzgan modos de ser y de hacer, se dan cita en los medios de comunicación masiva, principalmente en la televisión que sigue siendo uno de los más vistos a pesar de la fuerza que han adquirido las redes sociales. Acciones pacíficas o viles tienen el mismo estatus: un asesinato, una masacre, un genocidio tiene la misma difusión que un vínculo amoroso o una ficción. Fortaleciendo siempre un modo de ser que, en general, responde a enaltecer la imagen de la "blanquitud", la riqueza, la superioridad. Así se exhibe lo ideal y lo repugnable, lo superior y lo inferior, lo que es digno de admiración y lo que está destinado a la exhibición para su burla o rechazo. Nuevamente el lenguaje tiene un papel princeps. La palabra asociada con la imagen no sólo nomina sino banaliza, exhibe, omite, evade, hace mofa de la condición de los otros, de aquellos cuyas cualidades escapan a la imagen instalada como ideal, derivada de las múltiples conquistas, así se legitima: invasión de territorios, imposición de sentidos, destituciones de lenguas, desconocimiento y odio de la propia otredad en la que se ha devenido.

Como hemos indicado, la psique está continuamente haciendo un esfuerzo de sentido que le procure reconocimiento en el tejido social, agreguemos que esto es así, independientemente del lugar de reconocimiento o desconocimiento que se tenga en los intersticios de la institución. Los dispositivos se van engranando azarosamente, son solidarios de acuerdo con el pensamiento hegemónico que la institución se esfuerza por hacer difundir y hacer reconocer.

Estos reclamos de reconocimiento indiscriminado hacia los otros encuentran su límite justamente en la misma intención de los otros de reclamar reconocimiento para sí mismos. Lo que hace entrar en una lucha, en una pugna por ser mirados de una determinada manera; se busca la mirada de otro, al cual se le concibe inferior u objeto, lo que actúa como secuela en el establecimiento de nuevos vínculos del sujeto.

Los vínculos humanos acontecen en un campo de tensiones de reconocimiento-desconocimiento que encuentran asidero y fuerza en la institución social, creación que se muestra autónoma a la acción humana ocultando la potencia creadora de los individuos que la constituyen, la fortalecen y la preservan. A partir de instancias funcionales, dispositivos y estrategias se ofrecen lugares, se convoca a los sujetos a modos de ser, de hacer y de estar en el mundo. La psique negocia con ellos, ocupa lugares donde halla expresión, realización de pulsiones cortejadas por muecas, gestos que prometen reconocimiento y valía en la institución social.

El vínculo constituye así un juego permanente de reconocimiento y desconocimiento del otro, cuya diferencia se sanciona, se forma en miradas, palabras, prácticas, saberes posibles en los intersticios de la institución (escuela, familia, amigos, redes sociales, mercado, medios masivos). Lucha de dicciones, interdicciones y contradicciones que, por una parte reclaman reconocimiento y por otra no se está dispuesto a otorgar.

Cuando se logra un sincretismo entre la búsqueda de reconocimiento y los intersticios, las palabras o las miradas de la institución social, se produce un efecto de identidad (síntesis imaginaria de la psique que encuentra constituyendo sentido a lo que hace, habla o ve) que permite ocupar un lugar en el mundo. La psique se forja un mundo para sí, alienándose a la institución social y configurando una identidad donde crea y cree ser alguien para otros. Pero ese encuentro es temporal, pues la pulsión buscará nuevos objetos para su realización, es indomeñable, insiste.

Mientras esa búsqueda de identidad encuentra mirada que la conforme, la reconozca o la constituya, el vínculo deviene en calidades disímiles desde las más fortuitas hasta las más significativas.25

Ese reconocimiento, por una parte, tiene que ver con una calidad performativa de la mirada del otro (que convoca y otorga a su vez un lugar), pero también con una condición alienada del sujeto mismo a la institución social. Alienación a una imagen, a las convocatorias de la institución que desconocen diferencia y deseo colocando a los sujetos en posición de servi-dumbre, inferioridad, desvalimiento; pues se desconoce su potencia, su autonomía, su libertad, su acceso al placer fuera de las lógicas del mercado, la competencia, etcétera, que la institución se ha encargado de fortalecer.

El desconocimiento de las propias potencias y el reconocimiento de un lugar de servidumbre o inferioridad asegura la superioridad de otros, la refrenda, le da valía. El sujeto queda alienado, posición subjetiva que la instancia social reconoce y acepta mientras no se haga presente su diferencia, porque en el momento que ésta emerja traba conflictos que tratan de sofocarse de diferentes modos por medio de las ciencias, la institución educativa, religiosa o comunicativa.

En el caso de la negritud, por ejemplo, la televisión difunde estereotipos sobre sus modos de ser o sus modos de vida, como anotamos antes, la escuela sanciona a sus sujetos por el color de su piel y deriva un trato diferenciado: no merece placer, riqueza, estatus o bienestar. Ahí se configura la violencia en las prácticas y los vínculos cotidianos, la solidaridad de las distintas miradas o convocatorias coaccionan a la inmovilidad, al desconocimiento.

Violencia que aliena, paraliza y naturaliza las limitaciones; despojándolas de su condición histórica neutraliza la potencia creadora del sujeto, lo destina a la inmovilidad, lo configura, reconociéndolo como un objeto de uso, puesto que si es reconocido como sujeto amenaza el estado de jerarquías. La sola percepción de su diferencia atenta contra la institución social clausurada en sí misma, genera temor en quienes ocupan un lugar privilegiado en ella, los otros deben permanecer subordinados o despreciados, de otro modo ponen en tensión las certezas de la institución social.

Los destinos de la diferencia

Diferentes autores han referido los destinos de la diferencia. La otredad se ha sofocado con múltiples estrategias: Fouacult refiere que en la sociedad medieval los diferentes o los considerados opositores al soberano eran torturados y ejecutados en la plaza pública como castigo y escarmiento para la sociedad; en las sociedades disciplinarias los sujetos son sometidos a dispositivos de "ortopedia social" que buscaban modelar sus cuerpos y dirigir sus comportamientos, para normalizarlos: la vigilancia y el castigo son sus estrategias.26 Deleuze y Byung Chul Han sugieren que en las actuales sociedades de control se ponen en práctica dispositivos de vigilancia a campo abierto,27 de manera omnipresente e ininterrumpida someten a los sujetos a observaciones y evaluaciones modulando sus subjetividades28 para regularlos y sacar de ellos el mejor provecho.

Así, la institución crea los intersticios necesarios, construye instancias y dispositivos que aseguren la constitución de sujetos necesarios a las sociedades; solidarios entre sí, se engranan, se apoyan mutuamente apuntalando el ideal de sujeto que les permitirá preservarse. Los sujetos que quedan al margen de ese ideal, que asoman diferencia, aun cuando no sea radical, son considerados amenazas sobre las cuales se ejerce acción política, se moldean, se forman, enalteciendo su servilidad y obediencia al ideal.

El sujeto disidente se modula, se coacciona, ello le es pertinente al mercado, pues es usado como icono de innovación, cuya diferencia se desconoce al ofrecerlo como mercancía, objeto ideal de consumo y desecho. En sociedades totalitarias, esa diferencia se socava, se somete, se destruye dada la impotencia de reconocer en lo otro generosidad, hospitalidad o valía.

Es entonces imperante insistir en que estas instancias (que serán reconocidas por Cornelius Castoriadis como instituciones segundas) no son un conjunto de normas y reglamentos impuestos por alguien ajeno a la población que irremediablemente se subsume a ellas. La institución no opera sin la complicidad de sus sujetos, que al ocultar su participación desde distintos intersticios o lugares, se reconocen como víctimas irresponsables de su condición. Desconociéndose como institución, olvidan su potencia creadora tanto como su complicidad en la reproducción social. La institución que preservamos actualmente, siguiendo a Castoriadis, es creación y recreación social de vínculos donde se acepta que unos ocuparán el lugar de superioridad y otros el de servidumbre.

Superioridad y servidumbre atraviesan vínculos, se naturalizan en prácticas, en palabras, en actos, despojándoles de su condición histórica, desconociéndolas como creación social. Esto es lo que nos hace advertir que la humanidad no se ha movido un ápice de lugar en relación con los modos de vincularse, pues el sentido de la vida queda engarzado a la experiencia afectiva de la dependencia de otros.

El ser humano no sólo es uno de los más inacabados del reino animal sino el más dependiente, en primer lugar porque su existencia no sólo se la debe a la generosidad de otro que ha decidido no matarle, brindarle espacio, sino porque acepta su lugar dependiente y alienado a cambio de un lugar de reconocimiento en lo social. Pero eso es creación humana, no divina ni extranjera.

La multiplicidad de convocatorias que sotiene la institución social son contradictorias y confunden a la psique que busca encontrar una experiencia que sea homogénea, congruente a la experiencia de placer que ha sido cimiento de toda acción en su vida. Ante esta multivocidad de convocatorias contradictorias, se está en la misma condición que en etapas tempranas, sólo que en la imposición de sentidos, éstos se contradicen, los límites se debilitan, las clausuras se resquebrajan, se hacen importaciones de toda índole, donde todo tiene cabida: lo mismo la acción civilizada que la barbarie.

Así se es cómplice de la violencia que se ejerce sobre uno mismo porque la reproducimos, la autorizamos, la contemplamos, la justificamos en el otro, pero en ese mismo momento, autorizamos reproducirla en nosotros mismos.

Es necesario dejar de concebir a la violencia en función de las prácticas donde se expresan, pues tiene que ver con el vínculo que establecemos con nuestros congéneres, a quienes concebimos superiores y nos subordinamos o a quienes concebimos inferiores, justificando ejercer dominio sobre ellos; violentando así su propia potencia creadora, desconociendo su dignidad de sujetos, ignorando la responsabilidad que tenemos como consecuencia de ese desconocimiento en el trato que se da a nuestro cuerpo y a nuestra vida.

Existen muchos gestos de la violencia aceptados en nuestras modernas sociedades tecnológicas: distinguir a un sujeto por sobre otros (ponerle una estrellita en la frente a un niño, exhibir a un adolescente en el cuadro de honores o formar grupos de élite en las academias), desconocer las singularidades de su condición (tasándolos por sus resultados independientemente de sus condiciones), el trato masificado e indiferente (a partir del que se manipula a las poblaciones y se las ignora), el hecho de construir o constituir poblaciones de desecho por cuanto pueden ser sustituidas por otras sancionadas más eficientes, la medición de la dignidad humana en términos de grados, el tratarlos como objetos antes que como sujetos de acción, capaces de reconocer su deseo y de convenir en la acción política.

Dejo aquí esta reflexión que convoca a preguntarnos: ¿estamos destinados ineludiblemente a ser violentos o a desconocernos?, ¿será posible una sociedad sin violencia?, ¿seremos capaces de reconocer la otredad sin sentirnos amenazados?, ¿existirá un modo de vínculo que permita reconocernos diferentes y convivir con otros modos de vida?, ¿seremos capaces de reconocernos extranjeros y establecer vínculos fuera de la contienda y el exterminio?, ¿qué clase de vínculo debemos alentar?, ¿qué socialización requiere un hombre que no sólo reclame su valía sino acepte la de otro? Somos muchos, nos desconocemos todos e ignoramos tanto de nosotros mismos. Eso complejiza el esfuerzo de elucidación sobre lo que acontece a la institución social.

Según Castoriadis, estamos frente a una condición trágica: la institución limita, regula, modula la expresión de nuestras pulsiones pero no podemos existir sin ella porque es fuente de contención y conocimiento. ¿Será la conciencia reflexiva la posibilidad de revocar la condición de la violencia?

Resulta fundamental, desde nuestra perspectiva, el cuestionamiento de nuestras prácticas, alentar el acto reflexivo que discierna-formando para la vida reconociendo su participación en la institución social.

La educación, que ha privilegiado la formación de los sujetos necesarios para la institución social bajo los ejes de propiedad, trabajo y economía de consumo, requiere desplazarlos, advertir otras dimensiones de la vida humana: la formación del cuerpo, la potencia, el ocio, la posibilidad de reconocer el deseo propio y asumir los costos que de éste se deriven (antes que ser fuente de vergüenza y represión), el reconocimiento de ser parte de la naturaleza que procura la vida, el respeto a esa otredad de la que se es parte, no dueño. Formar en el reconocimiento de las diferencias y las potencias antes que discriminar o fomentar la competencia, efecto de las lógicas del mercado.

Las escuelas, antes que centros de domesticación, se convertirían en espacios de exploración de las potencias de los sujetos, antes que sancionar, encarcelar o someter al espíritu investigativo, alentarían el amor al saber, la reflexión y el conocimiento de sí mismo y de los otros, antes que impulsar estrategias para contestar exámenes serían medio de experiencia y vínculo.

Referencias

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1Roberto A. Follari, "Consideraciones críticas acerca de la epistemología de la psicología social", Revista de la Educación Superior, vol. 43, julio/septiembre, 1982, México, ANUIES, pp 31-50.

2Erich Fromm, Ética y psicoanálisis, México, Fondo de Cultura Económica, 2003.

3Ana Freud, Pasado y presente del psicoanálisis (selección de Andrés Martinez Corzos), México, Siglo XXI Editores, Col. Mínima, 1985.

4Melanie Klein (1995), "Relato del psicoanálisis de un niño 4", Obras completas, México, Paidós, 2008.

5Pierre Clastres, Arqueología de la violencia: la guerra en las sociedades primitivas, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2009.

6Thomas Hobbes, Leviatán, Buenos Aires, Losada, 2003.

7Wolfang Sofsky, Tratado de la violencia, Madrid, Abada, 2006.

8P. Castoriadis-Aulagnier, La violencia de la interpretación. Del pictograma al enunciado, Buenos Aires, Amorrortu, 1997.

9Cornelius Castoriadis, Figuras de lo pensable (Las encrucijadas del laberinto VI), México, Fondo de Cultura Económica, [Filosofía], 2002.

10Sigmund Freud, "El malestar en la cultura", en Obras completas, vol. XXI, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1976.

11Hanna Seagal, Introducción a la obra de Melanie Klein, Buenos Aires, Paidós, 1981.

12Cornelius Castoriadis, Figuras de lo pensable..., op. cit., p. 184.

13Esa amenaza también genera otras creaciones como la alienación a la institución y a sus producciones de sentido, donde se engarzan exigencias sociales que condicionan y ofrecen al yo objetos para la psique o la actividad del pensamiento y la investigación, que derivan en placer de representación o en el vínculo, donde se busca reconocimiento.

14Recuérdese que la psique se escinde proyectando lo que produce displacer y angustia devenidas de las pulsiones y las exigencias biológicas que se viven como caóticas y la desintegran.

15Sigmund Freud, "Pulsiones y destinos de pulsión" (1915), Obras completas, tomo XIV, Buenos Aires, Amorrortu, 1988.

16Cornelius Castoriadis, "Institución primera e instituciones segundas", en Figuras de lo pensable..., op. cit., pp. 115-126.

17Véanse Etienne de la Boëtie, Discurso de la servidumbre voluntaria o el conta uno (traducción: José María Hernández-Rubio), Madrid, Tercer Milenio; y Beatriz Ramírez Grajeda, La servidumbre del amo. Paradojas del administrador. Una lectura psicoanalítica, México, UAM-Azcapotzalco, Biblioteca de ciencias sociales y humanidades, 2009.

18Ma. Inés García Canal, "Poder, violencia y palabra", Tramas. Subjetividad y Procesos Sociales, núm. 25, México, UAM-Xochimilco, 2006, pp. 113-128.

19Ma. Inés García Canal, "Poder, violencia y palabra", op. cit., pp. 120-121.

20Michel Foucault, "El sujeto y el poder", en Hubert L. Dreyfus y Paul Rabinow, Más allá del estructuralismo y la hermenéutica, México, UNAM, 1988, pp. 227-244.

21Quien reconoce un racismo constitutivo en la racionalidad capitalista, la cual demanda un tipo de hombre adecuado a la vida del capitalismo, una de cuyas características era la prioridad de la "blanquitud". Véase Bolívar Echeverría, "Imágenes de la blanquitud", en Diego Lizarazo et al., Sociedades icónicas. Historia, ideología y cultura en la imagen, México, Siglo XXI Editores, 2007.

22Estas observaciones derivan del trabajo empírico al que da lugar la investigación "Convocatorias de identidad en los mass media y sus expresiones en la formación de adolescentes y jóvenes" que pertenece al programa "Tiempo y formación. Trayectorias de la condición humana" y se lleva a cabo en la UAM-Xochimilco.

23El lector encontrará una reflexión sobre las formas de desigualdad y discriminación en Gonzalo A. Saraví, Juventudes fragmentadas: socialización, clase y cultura en la construcción de la seguridad, México, CIESAS, 2015.

24Véase Guillermo Orozco Gómez, Televisión, audiencias y comunicación, Buenos Aires, Ed. Norma [Enciclopedia latinoamericana de educación y cultura], 2001.

25Raymundo Mier Garza, "Calidades y tiempos del vínculo. Identidad, reflexividad y experiencia en la génesis de la acción social", Tramas. Subjetividad y Procesos Sociales, núm. 21, México, UAM-Xochimilco, 2004, pp. 123-159.

26Michel Foucault, Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión, México, Siglo XXI Editores [nueva criminologia y derecho], 1980.

27Véanse Byung Chul Han, Psicopolítica. Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder, Manuel Cruz (dir.), Barcelona, Herder, 2015; y La sociedad de la transparencia (traducción: Raúl Gabás), Barcelona, Herder, 2013.

28Gilles Deleuze, Conversaciones, España, Pre-textos (Ensayo), 2006.

Recibido: 29 de Febrero de 2016; Aprobado: 12 de Agosto de 2016

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