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Política y cultura

versión impresa ISSN 0188-7742

Polít. cult.  no.42 México dic. 2014

 

Movimientos culturales y contraculturales

 

El anarquismo argentino y la Gran Guerra

 

Diego Gabriel Echezarreta y Alejandro Martín Yaverovski*

 

* Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires, Argentina [dechezarreta@gmail.com] [neoalejandro2020@hotmail.com].

 

Artículo recibido el 12-11-13
Artículo aceptado el 30-09-14

 

Resumen

El estallido de la Primera Guerra Mundial provocó en el anarquismo un profundo e intenso debate que no se circunscribió a sus secciones europeas, ni a la publicación del pro-Entente Manifiesto de los Dieciséis de Kropotkin, Malato y Grave, sino que comenzó apenas iniciada la guerra y se expandió por todo el mundo. En Argentina, el anarquismo se encontraba muy dañado como consecuencia de la represión del Centenario, y los debates que se produjeron por la contienda agudizaron los problemas. Cómo interpretar la guerra y qué papel debía cumplir la minoría revolucionaria, eran las cuestiones que animaron el debate.

Palabras clave: anarquismo, Gran Guerra, neutralismo, política, debates.

 

Abstract

The outbreak of the World War I caused in anarchism a deep and intense debate was not limited to its European sections, or the publication of the pro-Entente Manifest of the Sixteen of Kropotkin, Grave and Malato, om fact it started just begun the war and expanded worldwide. In Argentina, anarchism was badly damaged as a result of the repression of the Centenary, and discussions that were produced by the war, exacerbated the problems. So the issues that impelled the debate were how to interpret the war and what role should the revolutionary minority have.

Key words: anarchism, World War I, neutralism, policy, discussions.

 

INTRODUCCIÓN

El 28 de junio de 1914, los nacionalistas serbios asesinaron al archiduque Franz Ferdinand, sobrino del emperador austrohúngaro Franz Josef, y heredero al trono en Austria-Hungría, detonando una serie de acontecimientos que el imperialismo y el rearme prepararon durante el último cuarto del siglo XIX y la primera década del XX, pero que nadie en Europa efectivamente esperaba como algo que fuera a suceder en el corto plazo. En los últimos días de julio, media Europa entró en guerra, y en los meses siguientes, muchos otros países se unieron a esta brutal carnicería humana.1

Muchos asumieron que la guerra demarcaba un sistema binario en el que se debía tomar partido: por un lado se oponía a las democracias contra los imperios, la libertad contra el autoritarismo y el militarismo prusiano. Por otro, y en términos culturales, la guerra oponía a una Civilización occidental, fruto del iluminismo, el liberalismo y la Revolución Francesa, contra una Kultur enraizada en las tradiciones de Alemania. Incluso en los países que no se involucraron directamente en la guerra, que mantuvieron su neutralidad al menos los primeros años, la opinión pública también se fragmentó entre aquellas fuerzas proclives a la Entente (muchas veces ocultando a la Rusia zarista), y las que respondían a los Imperios de Europa central.

Argentina era uno de estos países. El censo nacional de 1914 reveló que la población extranjera en el país era del 30% y en la capital federal ese porcentaje ascendía al 50 por ciento.2 Aunque la mayoría de los extranjeros provenían de Italia y España, países que no participaron en la guerra durante 1914, esta enorme proporción de europeos puso a la sociedad argentina expectante de los acontecimientos del Viejo Mundo. Con este panorama, el mantenimiento de los vínculos comerciales con el conjunto de los países europeos, seguramente fue lo que llevó a Victorino de la Plaza a mantener la neutralidad del país en la conflagración, decisión que mantuvo el radical Hipólito Yrigoyen.3

La posición ante la guerra de la clase obrera, la condición social del grueso de los inmigrantes de la capital, a todas luces iba a ser fundamental, y también lo iba a ser la posición que tomaran las corrientes que se disputaban su representación: el socialismo, el sindicalismo y el anarquismo, sobre todo este último, que hasta 1915 dominó a la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), la central que nucleaba a la mayoría de las asociaciones gremiales argentinas y que a partir de su Quinto Congreso (1905) había adoptado el comunismo anárquico como orientación.4 Sin duda, la historiografía no ha estudiado equilibradamente el rol de estos tres movimientos, y esto se capta al sopesar la bibliografía que estudia al socialismo durante la guerra, con la que estudia al sindicalismo y al anarquismo. En efecto, los debates internos del Partido Socialista entre rupturistas y neutralistas, las insinuaciones pro-Entente de sus cuadros dirigentes y finalmente el llamado a la ruptura de relaciones con Alemania, han sido temas trabajados intensamente por la historiografía, pero mucho menos lo fueron las discusiones existentes en el seno del sindicalismo y el anarquismo.5 Esto sin duda no es justificable a sabiendas de la importancia que adquirirían los sindicalistas a partir de estos años, y la que aún mantenían los anarquistas, incluso luego de la feroz represión que sufrió el movimiento en el Centenario.6 Este trabajo intenta ayudar a remediar esta situación analizando al anarquismo porteño. Estudiamos las múltiples posiciones que albergó sobre la Gran Guerra, examinando las notas publicadas en La Protesta -periódico fundado en 1897 como La Protesta Humana, y que en 1903 se transformó en La Protesta, la publicación más importante del anarquismo militante argentino, y la única de esa corriente que alcanzó una regularidad diaria-, y en Ideas y Figuras -revista cultural de arte y literatura anarquista, fundada en mayo de 1909 y dirigida por Alberto Ghiraldo, que no tuvo el mismo éxito que La Protesta, ni en el espacio militante -aunque fue rica en las discusiones culturales y políticas- ni en los años de presencia, ya que dejó de publicarse en 1916, cuando Ghiraldo se fue a España.7

Sin duda, la gran cantidad de artículos publicados en La Protesta nos obliga a restringir nuestro estudio hasta la navidad de 1914, periodo en el que sin embargo se definieron las posturas que asumirían sus cuadros intelectuales hasta el final de la contienda. El objetivo del trabajo será desarrollar algunos ejes que resultan relevantes para el estudio del mundo de las ideas.

Buscaremos observar cómo los intelectuales libertarios:

a) Explicaron las causas de la conflagración.

b) Decidieron el rol a cumplir por la minoría revolucionaria.

Este trabajo lo encuadramos en la historia intelectual.8 Intentamos dilucidar las posiciones novedosas que construyeron los propagandistas libertarios al calor del incendio europeo. Analizamos estos debates donde se cruzaron el materialismo, las explicaciones centradas en la política y la ideología, e incluso cierto racismo cultural; vemos publicaciones donde convergieron las explicaciones multicausales o sistémicas, con las unilaterales. Encontramos anarquistas que sintieron esperanzas con la guerra, y luego se desilusionaron, otros que la detestaron desde un inicio y otros que rápidamente tomaron partido por Francia cuestionando todo lo proveniente de Alemania.

Cierto es que en el anarquismo, mucho más que en el socialismo, las explicaciones y las tomas de posición fueron muy variadas. Esta multiplicidad de apreciaciones se explica porque el anarquismo no respondía a una ortodoxia teórica incuestionable ni a una dirigencia política ya instalada, es más, incluso podría decirse que durante la guerra, y por sus tomas de posición, cayeron en desgracia muchos de los líderes anarquistas. En cierto sentido, podría sostenerse que en el movimiento hubo tantas explicaciones posibles de la guerra como anarquistas con espacio editorial y ganas de explicarla.

 

LA REPERCUSIÓN LOCAL DE UNA FRACTURA INTERNACIONAL

El anarquismo europeo ante el estallido de la guerra se fracturó en dos tendencias claramente delimitadas. La primera estuvo encabezada por un grupo de figuras radicadas en Londres, entre ellas Malatesta, Goldman y Berkman; y la otra por Kropotkin y un grupo de anarquistas franceses, entre éstos, Malato, Grave y muy tangencialmente Faure.9 Brevemente reseñaremos algunos ejes de este debate que partió aguas en el mundo libertario, a través de la lectura de los principales documentos colectivos de ambas tendencias.

En Londres, en febrero de 1915 se redactó y publicó un manifiesto firmado por Malatesta, Goldman y otros, intitulado "La Internacional Anarquista y la guerra", que pretendía responder a los artículos que Kropotkin y Grave publicaban en Freedom defendiendo a la Entente. El conjunto del manifiesto era una denuncia de la guerra, que se consideraba "la consecuencia fatal de un régimen que se basa en la desigualdad económica y el antagonismo". Para estos anarquistas, ningún gobierno en particular era responsable de la guerra, ya que ésta era la consecuencia inevitable del capitalismo y, en ese sentido, ni Francia ni Inglaterra ni Alemania se distinguían en lo más mínimo. Tampoco consideraban que la Civilización cabalgara a la batalla llevando un estandarte nacional, por supuesto no el de Alemania, Austria y Rusia, pero tampoco el de Inglaterra y Francia, en cuyas colonias se comportaban como gobiernos retrógados, y en sus países utilizaban las armas para reprimir huelguistas. Los Estados y el capitalismo eran los responsables de esta masacre, y los anarquistas no debían confiar en los gobiernos, sino proclamar que sólo una guerra es valorable: la guerra que liberaría a los oprimidos de los opresores.10

En febrero de 1916 salió a la luz el primer documento colectivo de los anarquistas defensistas,11 el Manifiesto de los dieciséis. El texto estaba firmado por Kropotkin, Grave y Malato, además de otros intelectuales que sostenían su posición desde varios periódicos,12 y era abiertamente pro-Entente y belicista: no había que dudar al confrontar contra los intereses de Alemania. El manifiesto sostenía que el pueblo alemán había sido engañado, y lanzado por sus dirigentes a una guerra de conquista. Lo ideal, para los firmantes del documento, era que el pueblo alemán dejara de pelear, pero hasta que esto no sucediera la guerra no podía cesar, Alemania debía ser arrojada por fuera de las fronteras de sus vecinos y pagar por los daños ocasionados. En ese contexto, "hablar de paz", sostenían éstos, "era hacerle el juego a Alemania", y adscribían completamente a la teoría de la guerra justa anglofrancesa: la guerra la había iniciado Alemania y Occidente sólo se estaba protegiendo de un ataque bárbaro. Además, para estos anarquistas, y a diferencia de los radicados en Londres, existía un abismo que separaba lo que representaba Francia de lo que representaba Alemania: un triunfo alemán pondría fin a la emancipación y la evolución humana, y retrasaría a la Civilización al menos unas cuantas décadas; así, era deber del anarquismo colaborar en la lucha hasta recomponer las fronteras y expulsar al conquistador teutón, porque sólo así la Civilización sobreviviría.13 Por supuesto, el Manifiesto no decía nada del zarismo aliado a Francia e Inglaterra, que claramente hubiera complicado la justificación de su toma de partido "civilizatoria".

Lo cierto es que entre el grupo de Londres y los firmantes del Manifiesto de los dieciséis había una diferencia conceptual: mientras los primeros consideraban a la guerra como una consecuencia de un régimen social (el capitalismo), los segundos consideraban que era un enfrentamiento cultural e ideológico entre los representantes de la Civilización, de los que se veían antes que opositores, profundizadores, y por otro, los representantes de los imperios y los militarismos. El triunfo de la Entente, resultaba ser el mal menor.14

Podríamos añadir que esta experiencia traumática, no sólo golpeó al anarquismo sino también al sindicalismo revolucionario europeo. Wayne Thorpe en "The European Syndicalists and War, 1914-1918"15 ha sostenido que el defensismo de la Confederación General del Trabajo francesa ha ocultado toda una rica práctica internacionalista y opositora a la guerra que ha primado en el sindicalismo revolucionario europeo, en especial en Alemania, España, Italia, Holanda y Suecia, lo que le permitió convertirse en "el único movimiento que sobrevivió a la guerra con sus credenciales revolucionarias intactas".16 De todas formas, Ralph Darlington matiza las conclusiones de Thorpe y nos presenta un mapeo más variado, compuesto de experiencias que no estudió Thorpe, como Gran Bretaña, Irlanda y Estados Unidos. Darlington nos muestra que, en Irlanda y España, los sindicalistas se mantuvieron opositores a la guerra, y con cierto auge entre la clase obrera, mientras que en Italia y Francia, países beligerantes, el movimiento estuvo plagado de luchas internas, siendo mayoría el defensismo, y reprimidas las tendencias antibeligerantes; por otro lado, nos muestra una Gran Bretaña y Estados Unidos, donde si bien el sindicalismo pudo organizar varias huelgas no pudo imponerse como una oposición internacionalista a la guerra debido a su tradición antipolítica que terminó minando su influencia.17 Este mapa variado y plagado de disputas internas, con minorías que discutían a las opiniones mayoritarias, también lo observamos entre los libertarios argentinos. Esto nos impide hablar de una posición unívoca del anarquismo frente a la guerra, y nos obliga a pensar en la existencia de múltiples apreciaciones y tomas de posición; y a discutir sentencias como las del reciente libro de Ramón Tarruella, quien sostiene que "[e]n la Argentina, el anarquismo se posicionó al lado de las ideas de Malatesta [...] En el anarquismo vernáculo no había demasiadas divisiones al respecto y se mantuvieron al margen del entusiasmo proaliado que surgió a partir de 1917",18 desconociendo así los arduos debates que ahora analizamos.

Efectivamente, los intercambios que se produjeron en el anarquismo argentino no fueron menos intensos que los que se dieron internacionalmente y, de hecho, tanto Kropotkin como Malatesta contaban con una multiplicidad de discípulos a nivel local, el primero por su teoría anarco-comunista de gran calado en el mundo libertario porteño, a la que también adhería Malatesta, que además había residido en estas tierras entre 1885 y 1889, editando La Questione Sociale y haciendo una enorme labor organizando a los inmigrantes europeos.19 Ahora estos dos grandes referentes se hallaban enfrentados.

Como en general sucedió con los demás movimientos, la guerra tomó por sorpresa a los anarquistas porteños que se encontraban intentando resolver la competencia sindicalista de cara a la organización del movimiento obrero, y pendientes del Congreso anarquista de Londres donde las internas internacionales buscaban resolverse, aunque finalmente, por la misma guerra, no pudo desarrollarse. El movimiento ya venía muy golpeado luego de la dura represión que se desplegó en Argentina durante el Centenario de la Revolución de Mayo. Luego de la Semana Roja de 1909, cuando se reprimió un acto por el 1 de Mayo organizado por el anarquismo en la Plaza Lorea, se desarrollaron en Buenos Aires varios atentados que las autoridades asociaron con el conjunto del movimiento anarquista (el más resonante fue el atentado perpetrado por Simón Radowitzky contra el jefe de Policía Ramón Falcón; luego, en 1910 una bomba estalló en el Teatro Colón, y las autoridades rápidamente responsabilizaron del evento al anarquismo, aunque nunca pudo probarse tal acusación) y que llevaron a la aplicación de la Ley de Residencia (sancionada en 1902) y a la aprobación de la Ley de Defensa Social de 1910, que fueron utilizadas para expulsar militantes al extranjero y desarticular al movimiento localmente, mediante la prohibición de la propaganda libertaria.20

Sin duda, el Centenario significó un quiebre en la historia del anarquismo argentino.21 Juan Suriano nos menciona como causa de este declive, no sólo la represión estatal, sino también la fuerte competencia sindicalista en la organización del movimiento obrero, los cambios en las dinámicas políticas de la Argentina a partir de la Ley Sáenz Peña y, finalmente, las disputas en el seno del movimiento anarquista.22 Existen algunos trabajos que han puesto en duda este declive del anarquismo, aunque resulta innegable que la enorme influencia que tenían los libertarios en el movimiento obrero entró en crisis en 1910 y se fue profundizando. En 1915, en el Noveno Congreso de la FORA, los sindicalistas le arrebataron al anarquismo la dirigencia gremial.23

Sin duda, en este contexto las discusiones generadas por la Gran Guerra no aflojaron tensiones sino que las agudizaron. Apenas iniciado agosto, la reacción fue de desconcierto, pero enseguida el anarquismo local se fracturó como también lo hizo internacionalmente, entre aquella posición que pretendía convertir la guerra en una revolución y la pro-Entente. De todas formas, estas dos tendencias no tuvieron un espacio equiparable en las dos publicaciones aquí analizadas: en La Protesta dominó claramente el neutralismo, pero en algunas ocasiones publicó notas pro-Entente, mismas que tuvieron más espacio en Ideas y Figuras, más que por su director, un claro antibelicista, por el protagonismo que fue adquiriendo Juan Carulla.24

 

LAS DIFERENCIAS INTERPRETATIVAS: LAS RAZONES DE LA GUERRA

El mundo anarquista durante esos años fue un auténtico hervidero. Probablemente, entre los libertarios hubo discusiones sobre cada una de las cuestiones relativas a la Gran Guerra, por esa misma razón los dichos de Diego Abad de Santillán, quien indicó que cuando estalló la guerra los anarquistas del país casi unánimemente no vacilaron y mantuvieron un punto de vista en perfecta armonía con las concepciones clásicas del anarquismo, apenas si son aplicables al diario La Protesta y sólo sobre ciertos ejes.25

En las fuentes rápidamente comprobamos que en el anarquismo hubo distintas explicaciones sobre las causas de la conflagración, que se vincularon con diferentes maneras de comprender la sociedad. Sin embargo, las explicaciones existentes no sólo respondían a la distinción entre las concepciones marxistas (o "economicistas" de la historia) y las anarquistas (relacionadas al rol de la política y el Estado) sino también a la existente entre las visiones monocausales, y las multicausales; es decir, entre aquellas que encontraban un sólo responsable de la guerra y aquellas que encontraban más de una razón para la conflagración. Sin embargo, probablemente la distinción más importante, aquella que tuvo más incidencia política, fue la que existió entre las explicaciones sistémicas (vinculada a cuestiones que fueran comunes a todos los países involucrados en la guerra) y las explicaciones unilaterales.

Alberto Ghiraldo fue una figura fundamental del anarquismo intelectual rioplatense. Se destacó como poeta, periodista y dramaturgo, y fue director de Ideas y Figuras y de La Protesta hasta 1906. Tuvo un pasado en la Unión Cívica de Leandro N. Alem y en el socialismo (movimiento con el que siempre buscó coincidencias, estando Ghiraldo en el espacio libertario), y se convirtió al anarquismo en 1900 debido a la obra del criminólogo italiano y también anarquista Pietro Gori, durante una campaña contra la pena de muerte. La de Ghiraldo, fue una de las primeras voces que se manifestaron a favor del monocausalismo en su versión economicista.26 El 21 de agosto, en su nota "Europa en Guerra", presentó sus razones de la conflagración:

La causa principal de esta guerra ha sido una causa económica, como la de las producidas anteriormente en su mayoría. No el gesto del kaiser loco, pues; sí, la situación crítica y sin perspectiva halagüeña de la industria alemana; no la necesidad de la guerra por espíritu de revancha, por odio innato o por idiosincrasia de los pueblos, sí el presupuesto elevadísimo para elementos bélicos, de peso irresistible para las espaldas de los contribuyentes después de cuarenta años de aumento progresivo; no el reto fanfarrón del oso blanco [Rusia] sino el cálculo financiero y político de un gobierno tiránico que se encuentra frente a un conflicto interno [... ] acallado fiera y aviesamente con la guerra.27

Como vemos, su explicación no solamente fue economicista sino sistémica, y esto orientó su toma de posición política. El mismo día en La Protesta, Fernando Gonzalo publicó una nota intitulada "El hambre del hierro", donde descartó las explicaciones de la guerra centradas en las razones personales e indicó: "la guerra es un hecho perfectamente económico".28 Casi un mes después, Eduardo Gilimón les respondió, especialmente al director de Ideas y Figuras. Gilimón fue un militante que, como Ghiraldo, antes del anarquismo tuvo paso por el socialismo, aunque a diferencia de este último, tuvo una ruptura más traumática con el Partido Socialista, ya que desde La Protesta Humana (periódico antecesor de La Protesta) cuestionó constantemente la opción parlamentarista y conciliadora del socialismo. Fue una de las figuras fuertes del equipo de redacción de La Protesta, y por su relevancia, también fue víctima de varias deportaciones fruto de la represión del Centenario a los libertarios porteños. Entre tantas idas y vueltas, entre España, Uruguay y Buenos Aires, en 1920 se le perdió el rastro.29

De razones económicas de la guerra, Gilimón no quería ni hablar. Cuestionó duramente el economicismo de Ghiraldo, reavivando una vieja lucha interna que había comenzado en 1906 y que terminó con el alejamiento de Ghiraldo de La Protesta: "nada más equivocado que la aseveración hecha irreflexivamente en una revista bonaerense por su director, sobre la situación crítica y sin perspectiva halagüeña de la industria alemana", y afirmó que consideraba "errónea la causal económica aludida". De todas formas, Gilimón no pudo despegarse de la explicación monocausal de la guerra, la diferencia estuvo en que lejos de encontrar su causa en la economía, lo hizo en la ideología. El 25 de septiembre publicó en La Protesta un análisis en el que el "principal factor de esta guerra (era) el patriotismo", que según el autor es una "pasión que los gobernantes estimulan en las escuelas cada vez más y que sustituyen con ventajas a la pasión religiosa".30 ¿Por qué Gilimón rechazó el reduccionismo económico? Porque no encontraba un "interés económico capaz de declarar la guerra", ni capaz de querer mantener la "paz armada". Para éste, la guerra era pesada y costosa, y nadie la iniciaría para buscar un beneficio.

Siguiendo con la óptica monocausal, el 21 de agosto de 1914 Martínez Paiva manifestó en Ideas y Figuras una visión fatalista donde la guerra no era otra cosa que "una tácita obediencia a las leyes de la evolución histórica y nada más", en el que el militarismo tenía el protagonismo. Para Martínez Paiva, esta era una guerra esperada porque "Europa había trabajado cincuenta años para la muerte", y sólo se necesitaba "el soplo de la fatalidad [... ] para que la razón desapareciese y diese paso a la locura". La guerra resultaba así la clara consecuencia de "medio siglo de parasitismo militar, en el que no se ha economizado fuerza ninguna", que agotó las "fuentes productivas, malogró el progreso y detuvo su evolución ante la enorme muralla de bayonetas".31

Juan Carulla, de quien nos ocuparemos luego con más detalle, en el mismo número de Ideas y Figuras, compartió la opinión de Paiva sobre la bélica Espada de Damocles que desde hacía años cundía sobre Europa. En ese artículo, lamentó que las mayorías "se hayan dejado arrastrar por el chauvinismo de los gobernantes y de las clases superiores" y luego negó que la guerra haya sido producto "solamente [de] los intereses y las especulaciones financieras de unos cuantos potentados".32 De este modo se alejó del economicismo vinculado al materialismo y consideró que la guerra se debía a una "multitud de contingencias imposibles de prever, ni de evitar", acercándose así a una posición multicausal de la contienda:

Antiguas cuestiones de raza y de religión, y modernas diferencias de civilización y de ideales progresivos han venido a hacer de la guerra que se desarrolla ante nuestros ojos, uno de los más grandes acontecimientos que registra la historia humana.33

Sin embargo, una vez asumida su posición pro-Entente, encontró una nueva causa de la guerra en el "agresivo militarismo alemán" que había invadido Francia y Bélgica, lo que significó su giro al monocausalismo.

Por otro lado, una de las más completas críticas al monocausalismo (en sus distintas versiones) la encontramos en un editorial de La Protesta del 5 de noviembre de 1914, titulado "Los simplificadores".34 Ahí se cuestionó a todas las explicaciones unilaterales que no tenían una visión del conjunto. Se indicaba que para algunos pensadores "el materialismo histórico [...] explica(ba) suficientemente la colosal hecatombe" y que "la guerra actual tiene por motivo motor un interés puramente económico", pero se los cuestionaba ya que esta explicación "quita a los actores principales de la tragedia, a los gobiernos, toda responsabilidad". Era claro que para los autores, la economía no era más importante que la política a la hora de explicar la conflagración. Tampoco dejaban de criticar a aquellos "otros [que] explican la guerra teniendo en cuenta solamente los factores de raza y la diferencia de cultura", los que oponían el latinismo con el germanismo, el primero fuerte y el segundo débil, ya que esto significaba caer en el fatalismo de la raza, y la conquista de una nación por la otra. También la crítica de los redactores alcanzaba a los "partidarios del hombre heroico" que "atribuyen al carácter enérgico de pocos hombres todos los sucesos de la vida que conmueven a los pueblos". Para los redactores de La Protesta no había que "hablar de la responsabilidad de los héroes", no podía explicarse la guerra por un único factor, y de hecho se proponía todo lo contrario, "en todos los fenómenos históricos intervienen un cúmulo de factores diversos que no pueden ser encerrados en una fórmula".35

Esta visión multicausal de la guerra puede ser considerada dominante en La Protesta. De hecho, anteriormente también Blas Barri se había manifestado en contra de considerar que la guerra pudiese ser explicada únicamente por un factor;36 para él resultaba "un error considerar al factor económico como causa principal de la guerra actual y sostener que los demás factores son secundarios", porque "el Hombre y los grupos humanos combaten también impulsados por la ambición o por ideas; no importa que éstas sean prejuicios como el de casta, de raza, el patriótico, el religioso, etcétera".37 Sin embargo, Blas Barri reconoció que existió un factor principal a la hora del estallido de la contienda: "los sueños de grandeza de los mandones rusos y prusianos"; otras causas "han contribuido a ello pero ésta es la principal".38

Finalmente, consideramos relevante para este análisis no excluir la obra del doctor Víctor M. Delfino, porque ésta era promocionada con mucha insistencia en La Protesta, y nos revela la clara elección por el multicausalismo de sus redactores. Esta obra es un claro representante de la explicación multicausal de la guerra; en las primeras páginas, al momento de describir su método de análisis, advierte al lector:

Cuidaremos de no ser unilaterales, haciendo el estudio de un sólo factor. Intentaremos presentar la contextura geográfica, política, económica, etnográfica, religiosa, diplomática, histórica y sociológica de Europa contemporánea. Esperamos que de todo este estudio surja, no como una fatalidad sino como lógica consecuencia de la situación creada por esos factores orientados en cierta dirección, la guerra europea.39

Concluyó, al igual que los redactores de La Protesta, que:

Las causas anteriores de la historia, la evolución de la diplomacia, los preparativos bélicos, la configuración geográfica, que los congresos han otorgado a la Europa; los odios concentrados y ancestrales de raza y religión; la política exterior; el militarismo; la rivalidad estratégica de los estados mayores militares; los nacionalismos morbosos y desplantes apasionados hasta el delirio de un patriotismo malsano y estúpido; todo ese conjunto enorme y complejo de causas, actuando juntas, que involucran la vida entera de la humanidad, son las que han precipitado y preparado al Continente europeo la lucha trágica.40

Estos debates nos alertan sobre las diferencias interpretativas que existieron en el seno del mundo libertario a la hora de explicar el suceso. El problema se agudizó cuando estas diferencias hermenéuticas se tornaron diferencias políticas. En efecto, y esto no podía ser de otro modo, algunas explicaciones de la guerra convergieron en determinadas tomas de posición política: aquellos que vieron las razones de la guerra en causas sistémicas, como el capitalismo, el patriotismo y el militarismo, se volcaron hacia el neutralismo, lo mismo ocurrió con aquellos que explicaron la guerra desde una multiplicidad de causas. En cambio, aquellos que explicaron la guerra en términos culturales o por el ansia de conquista alemán, no tardaron en apoyar a la Entente. Sin embargo, vale aclarar que no es fácil saber si en el caso de los pro-Entente, su compromiso político se derivó de una explicación de la guerra, o si la explicación se moldeó a su compromiso. Probablemente, lo segundo. A continuación observamos cómo se partió políticamente el espacio libertario.

 

LAS DIFERENCIAS POLÍTICAS: NEUTRALISTAS REVOLUCIONARIOS Y ANARQUISTAS PRO-ENTENTE

Los neutralistas revolucionarios: "convertir la guerra en una revolución"

La tormenta de acero que estalló en Europa no siempre se presentó al orbe anarquista como un hecho negativo. Efectivamente, las primeras apreciaciones que aparecieron en la prensa libertaria fueron optimistas ante el desastre que se desataba, y sin duda esto se vinculaba a las enseñanzas de Bakunin relativas al acto creativo que va unido a la destrucción. Muchos propagandistas llegaron a celebrar el estallido de la contienda al considerar que esta sería la última gran guerra que padecería la humanidad, y el final de las masacres en gran escala.41 Para el anarquismo las formas de alcanzar la "última guerra" eran múltiples: mientras algunos críticos del capitalismo, los más idealistas, consideraron desde un mirada no-pacifista que esta sería la última guerra porque instantáneamente se desataría una revolución que acabaría con los causantes de todas las guerras (el capitalismo y el militarismo) otros anarquistas llegaron a la misma conclusión desde un sendero que no estaba determinado por el giro revolucionario: esta sería la última guerra porque después de tamaño desastre y riego de sangre, nadie en el mundo querría nunca más levantar un fusil. En este último caso, la salida revolucionaria ya no era una certeza sino apenas una posibilidad.

Con el correr de los meses, la posibilidad de convertir la guerra en una revolución, y que así esta conflagración se convirtiera en la última de las guerras, se fue diluyendo en el océano de los acontecimientos. Esto no quiere decir que en la prensa no siguieran apareciendo textos que llamaban a la revolución, pero esta posibilidad aparecía cada vez más alejada de la realidad, con menores certezas que en el primer mes de la guerra. Dos fenómenos fueron fundamentales para que esto sucediera:

a) El primero fue el inconmovible sentimiento patriótico y belicoso de los pueblos europeos que parecían no aceptar razones para abandonar los frentes de lucha. Podríamos definirlo como "el triunfo del nacionalismo" en los pueblos.

b) El segundo motivo fue el sorpresivo compromiso de muchos líderes del movimiento ácrata internacional con los intereses de las potencias de la Entente, entre ellos Kropotkin, Grave y Malato.

Pronto los redactores de La Protesta, los principales promotores en Argentina de convertir la guerra en una revolución, le quitaron vehemencia a esta esperanza y fue la lucha interna con los pro-Entente la que dominó las discusiones sobre la guerra. En Ideas y Figuras, la crisis de lo que se podría considerar la "tercera posición" revolucionaria de la contienda fue contemporánea a La Protesta, aunque a diferencia de esta última, donde la crisis se correspondió más a una frustración que a un cambio de perspectiva, en Ideas y Figuras su principal redactor sobre el acontecimiento bélico, indicó que el deber del anarquismo era abandonar el idealismo y sumarse a las fuerzas de Occidente. A continuación desarrollamos los argumentos, las variantes, y el ocaso durante el primer año de guerra, de esta tercera posición que invitaba a convertir la guerra nacional en una guerra revolucionaria.

En los primeros días de agosto sorpresivamente se presentó una guerra que no parecía tan negativa. El 4 de agosto, un artículo firmado por Dante (p),42 enunció las posibilidades que abría el estallido europeo:

Si la guerra y sus consecuencias son un medio propicio para la liberación de los pueblos, en buena hora aceptémosla como un augurio de victoria para la realización de nuestras caras aspiraciones. Una revuelta política, o una declaración de guerra, pueden ser muy bien la chispa iniciadora de una saludable revolución social.43

Dingo (p), el 6 de agosto mencionó la posibilidad de que las minorías anarquistas dirigieran un ataque contra los causantes de la guerra,44 y el día 8, Eduardo Gilimón redactó una nota intitulada "¡Al fin...!", que era un alegato sobre las posibilidades que abría la guerra.45 Esta nota comenzaba con una demostración de satisfacción ante el acontecimiento: "¡Al fin la guerra! La esperaba como los creyentes al Redentor, cual los náufragos atisban en el horizonte la vela salvadora". Gilimón aseguraba que la guerra "es la liberación, es el poderío brutal que va a quebrarse", y obrará felizmente: "sólo la guerra puede destrozar al militarismo, su mayor enemigo es él mismo"; esta guerra también será la última, porque con el capitalismo caerá el militarismo: "en la catástrofe, en la singular hecatombe, caerán tronos y gobiernos, capitalistas y ejércitos. Es el parto de la sociedad capitalista. Es el nacimiento de la anarquía ¡al fin!". Sin duda, Gilimón era de los más hábiles propagandistas anarquistas, y este alegato además de ser muy optimista, tenía grandes ribetes literarios. Además de Gilimón, Dingo (p) y Dante (p), Lino Nema (p) también coincidió en que de la guerra saldría la revolución,46 y E. Sanchez, el 14 de agosto definió el rol que debía cumplir la minoría revolucionaria: "nuestro deber nos llama también a la guerra, pero hacia la guerra final que terminará con todos los Estados y sus privilegios instaurando en definitiva sobre la tierra la verdadera paz universal: la anarquía".47 El 30 de agosto, Petit Gavroche (p) indicó que la obra de los anarquistas no debía ser tomar partido por alguno de los países enfrentados, sino esperar que el desgaste de los bandos dejara la situación propicia para la revolución. "¿Qué haríamos entonces?", se preguntó: "aprovechar sencillamente del cansancio y de la sorpresa que le causaría nuestra intervención inesperada, para asestarle el golpe de gracia. Esta y no otra deberá ser nuestra actitud".48 La guerra, en este sentido, para muchos anarquistas en este momento de incertidumbres, generó optimismo.

De todas formas, otros anarquistas, como Blas Barri, no parecían tan exultantes e indicaban que era necesario esperar y ver cómo se desarrollaban los acontecimientos.49 Lino Nema (p) ya en la primera semana sostenía que aunque era deber del anarquismo convertir la guerra en una revolución, sería trabajoso batallar contra la "sugestión de las masas", quitar al pueblo de la "fiebre nacionalista", convencido además de que esas semanas eran clave, ya que la revolución sólo sería posible en los inicios de la guerra y no después.50 Este temor se hizo concreto cuando transcurrieron los meses y los pueblos acrecentaron su compromiso con la contienda, que Michael Neiberg explica por los efectos de la propaganda patriótica y el deseo de vengar las bajas.51

Esta posición alternativa dominó los sentimientos de los anarquistas hasta fines de septiembre, incluso en la más heterodoxa Ideas y Figuras.

En el número 114 del 21 de agosto de 1914, C. Martínez Paiva fue el encargado de expresar este sentimiento en Ideas y Figuras. Su nota se titulaba "La última hecatombe" y comenzaba de la siguiente manera:

Por encima del dolor y por encima aun de la visión macabra que origina la actual contienda, hay que poner el corazón para que libre el cerebro de ataderos sentimentales pueda ver a través de esta hemorragia que la Humanidad se salva, y como nadie lo previó, gracias al baño de sangre en que hoy se anega el mundo. Porque de esta guerra colosal, la más hermosa porque será la última y la más trascendental, el hombre saldrá de ella maldiciendo de su error.52

Auguraba para las naciones nuevos gobiernos, que por supuesto devendrían de la acción popular: la república para Alemania, una confederación de Comunas para Francia, y concluía: "Europa arde, pero qué importa si de ese fuego saldrá purificado el mundo. ¡Miremos el incendio!". Juan Emiliano Carulla, tampoco despreciaba las posibilidades que abría la guerra, pero no por la confianza en la existencia de un giro revolucionario, sino porque de ella todos saldrían maldiciendo al militarismo, esto era lo que explicaba que "esta hecatombe guerrera sea la última de las de su índole":

Así como ciertas enfermedades curan de golpe, después de una evidente reagravación de todos los síntomas, así Europa y con ella nuestra América, herida también por el cáncer militarista, advendrán al ritmo normal de la verdadera paz, después que los mares y las tierras se tiñan abundantemente de sangre y después que en los campos devastados y en las ciudades reducidas a escombros haya resonado el primer quejido del hambre, de las mujeres y los niños.53

Cuando le tocó mencionar la posibilidad de una revolución, Carulla ya no estaba tan seguro: "nuestras previsiones no pueden ir tan lejos". Carulla, por supuesto, no fue el único que vio la posibilidad de la última guerra en un "despertar de conciencias" antes que por una obra de política revolucionaria. Max J. en La Protesta, pronto sostuvo que:

[...] algo está muriendo entre el estrépito de la guerra y ese algo es la guerra misma [y que] era preciso un periodo de locura universal, en que la vida se hallara frente a frente con la muerte, para que la terrible pesadilla, impuesta por algunos hombres, exaltados defensores de las ideas ancestrales, se disipara como un mal sueño.54

Carulla fue de los primeros en abandonar la opción antimilitarista, y pronto sumó sus esfuerzos al bando anglo-francés, en tanto que las figuras de La Protesta, sin nunca renegar de la posición contraria a los dos bandos, fueron haciéndose más pesimistas a la hora de imaginar un quiebre revolucionario de la guerra. El 10 de septiembre, Gilimón, el mismo que un mes antes celebraba el estallido de la guerra, ahora indicaba:

Me debato impaciente, cual si luchara contra fantasmas imaginados en molesta pesadilla, sin lograr que esa muchedumbre poseída por sus prejuicios, acalle sus gritos de irrazonable neurasténica [...] Y al ver cómo el sentimiento (el patriotismo) perdura y se sobrepone al raciocinio, me invade un pesimismo torturador, y dudo a veces que algún día pueda la razón guiar a los hombres sensata y cuerdamente, poniendo freno al instinto primitivo, a todos esos sentimientos que hoy los arrastran a la barbarie de la guerra y al gozar con el relato horrible de las escenas de sangre y dolor.55

Gilimón así comenzaba a notar que el patriotismo no era algo que pudiese subestimarse. Unos días después, el problema fue otro. El 24 de septiembre, Blas Barri indicó que la guerra y la posición de los socialistas y sindicalistas ante ella resultaban sorprendentes, pero según él, era más sorprendente la postura de ciertos anarquistas que estaban tomando partido por Francia: "cosas inauditas pasan en estos tiempos nuestros, un huracán de locura arrastra y perturba hasta los cerebros más equilibrados; por eso nos sorprenden noticias que si son ciertas son sorprendentes de veras. Y por eso los burgueses se ríen, por ahora".56 Los días de la algarabía revolucionaria se esfumaban. Ahora los anarquistas buscaban explicar por qué los pueblos no abandonaban la confrontación y declaraban la revolución.

Algunos como Gilimón buscaban la explicación en el nacionalismo inculcado al pueblo, otros al plantear que la guerra capitalista se había convertido en una guerra civilizatoria. El 1 de noviembre de 1914, Pierre Quiroule (p)57 lo explicó haciendo hincapié en la estrategia de la guerra como una "guerra defensiva". Pierre Quiroule, había nacido en Francia en 1867, y llegó a la Argentina a muy temprana edad. Como Ghiraldo, tuvo un breve paso por la Unión Cívica aunque pronto se acercó al anarquismo, colaborando con los primeros periódicos de esa orientación. Dentro de La Protesta era uno de los redactores más importantes, junto a Gilimón, Sux y González Pacheco, aunque como algunos de ellos, tuvo varias idas y vueltas con el diario. En 1917 escribió una obra con un claro mensaje antimilitarista, El gran crimen europeo, y luego, como muchos otros anarquistas, abrigó esperanzas con la Rusia soviética, la primera experiencia que rompió con la Gran Guerra en Europa. En noviembre de 1914 ya se preguntaba: ¿por qué la guerra moviliza tanto?, ¿cómo los gobiernos la justificaron frente a los pueblos?:

¡Se aprovecharon de los sentimientos antiguerreros de las masas para incitarlas en la lucha contra el militarismo! (del militarismo alemán, se entiende) [...] Una vez que presentaron la guerra como una guerra defensiva [...] afirmaron que no habría paz hasta que quede aplastado para siempre el poder militar alemán.58

El 12 de noviembre los redactores de La Protesta hablaban de un triunfo de la diplomacia, ya que había convertido a los pacifistas en auténticos belicosos:

[...] hay que reconocerlo, aunque ello sea vergonzoso, la diplomacia ha engañado a las inteligencias más elevadas, a los hombres más confiados en su personalidad: ha hecho ver lo blanco negro y aún esta haciéndolo ver [...] la adhesión de los hombres intelectualmente más avanzados; era necesario esto para librarse de responsabilidades terribles, de juicios desfavorables que pusieran en peligro sus planes [...] los hombres libres, los de claro ingenio, los que nos dieron pruebas de inteligencia, deberían sonrojarse; la diplomacia ha logrado engañarlos, a ellos, a los grandes, a los inteligentísimos.59

En noviembre, no sólo el pesimismo minaba la posibilidad de una revolución en Europa, sino la posibilidad de que esta guerra fuera la última de su naturaleza. El 15 de noviembre, los redactores de La Protesta publicaban un editorial titulado "La guerra futura", donde se sostenía que "algunos dicen que esta será la última guerra, pero si el Estado y el capitalismo quedan en pie, nos parece que en el futuro, y no en un futuro lejano, se desarrollará una guerra que dejará chiquita a la actual", porque la competencia entre países se intensificará y crecerán el nacionalismo y el racismo.60 Proféticamente indicaban que "se tiende a una división hostil, a hacer que gane terreno la idea de la superioridad de una raza sobre otra".

[Todo esto, sumado a los factores económicos] que ya hemos hablado, encenderán la guerra más espantosa que conozca la historia [... ] si después de la guerra actual prevalecen el Estado y el capitalismo, la guerra que profetizamos será un hecho, una fatalidad ineludible, una imposición de las cosas que habrán llegado a un punto sumamente difícil.

Con el mismo pesimismo se expresó F. Canosa, cuando explicó que pasado el temblor inicial el sistema se ha estabilizado, lo que hacía más difícil convertir la guerra nacional en una guerra social:

El caso es que con esta enorme sangría, ya salvado el momento crítico, el régimen se ha estabilizado por el nuevo vigor adquirido [... ] Y el sistema, rejuvenecido después de esta sangría, con sólo relativas transiciones con el pueblo, salva y asegura la perduración del privilegio [...] Ahora hay que esperar una nueva conflagración que determine nuestra guerra social.61

El pesimismo y la desesperanza comenzaron a dominar estas mentes, que antes de ser pacificistas agitaron "guerra a la guerra", que quisieron que la contienda derivara en revolución, y que sin capitalismo se anularan las contradicciones sociales. El triunfo del nacionalismo y que figuras del anarquismo tomaran partido, les hizo darse cuenta que no sólo los socialistas y los sindicalistas franceses e italianos habían claudicado, sino que ellos mismos habían fallado a la hora de dar una respuesta contundente al militarismo europeo.62 A partir de octubre, los artículos estuvieron destinados a cuestionar que fueran auténticos anarquistas aquellos que tomaban partido por Francia, a denunciar a "aquellos que preferían los monumentos en pie antes que a las vidas",63 o bien a intentar convencerlos de que la Civilización no se ponía en riesgo. En enero de 1915, J. Albar, abierto partidario de la Entente, directamente menospreció esta idea que sinceramente dominó el primer mes y medio de la guerra en el mundo anarquista, cuestionando además a todos aquellos que denunciaban la posición de Kropotkin, Grave, Malato, y otros célebres anarquistas europeos:

Nuestros angelicales idealistas parecen habitar en la luna. Hasta han llegado a suponer que era posible declarar la revolución social al pronunciarse la conflagración [y al anatemizar] la actitud asumida por la minoría revolucionaria, llegan a decir que el pueblo nunca perdonará su claudicación. ¡Pobres ilusos! [conminaba al mundo anárquico] Dejémonos de precipitaciones irreflexivas y desconfianzas injustas.64

La mayor parte de los propagandistas de La Protesta, aunque fueron víctimas del pesimismo al ver que la guerra, lejos de modificarse se consolidaba y que la posibilidad de la revolución se diluía, no corrieron en manada a tomar partido por Francia, y se mantuvieron en una posición neutralista, recuperando a las figuras de Bakunin y Malatesta, contra los anarquistas franceses, italianos y Kropotkin.65 Como afirma Darlington para el caso de los sindicalistas revolucionarios, que el país no estuviera involucrado en la contienda favorecía la salida neutralista. Pero una minoría que tenía más espacio en Ideas y Figuras, en cambio decidió seguir el rumbo de Kropotkin, y privilegió el lazo que unía al anarquismo con el legado de Occidente.

 

Los anarquistas tomando partido. Los pro-Entente

En octubre comenzaron a aparecer en la prensa libertaria las primeras posiciones amistosas con la Entente. Esta toma de posición tan temprana nos revela que ésta no se debió a una simple imitación del compromiso de los líderes anarquistas franceses, sino que tuvo un origen local, y quizás fue una opción ineludible para aquellos anarquistas heterodoxos ligados mediante su profesión con la cultura inglesa, y sobre todo la francesa. En cierta medida, no resulta tan sorprendente que en Ideas y Figuras, una revista de arte y literatura libertaria, la posición dominante haya sido más proclive a la Entente que a los Imperios de Europa Central y el neutralismo, ya que la cultura libertaria hundía sus raíces en la cultura francesa posterior a la Revolución Francesa. En cambio La Protesta, un diario de denuncia más vinculado con la propaganda y la organización del movimiento obrero que con las obras puramente culturales, dio menor cabida a las posiciones pro-Entente, siendo preponderante el neutralismo negativo, por momentos más belicoso y por momentos más pacifista. En Ideas y Figuras, la tendencia pro-Entente no la originó Alberto Ghiraldo, su director, que era un pacifista contrario a cualquier toma de posición, sino Juan Emiliano Carulla, un escritor cuya profesión era la medicina, un oficio que mayoritariamente estaba más vinculado con la cultura francesa que con la alemana.

La historia de Carulla es bastante singular: en 1916 no sólo continuaba apoyando los esfuerzos franceses mediante el trazo de su pluma, en la que se destacaba notablemente, sino que partió hacia Francia para estar en el frente desempeñándose como médico. Una vez en Francia, y ya culminada la guerra, renegó de la izquierda política y se acercó fuertemente a la derecha morrasiana (la Action française) nacionalista y monárquica. De regreso en Argentina, tejió vínculos con Leopoldo Lugones, Ernesto Palacio y los hermanos Irazusta, y trabajó desde la tribuna periodística para el derrocamiento de Yrigoyen, y el ascenso de Uriburu. Renegando de todo su pasado progresista, además cuestionó a la democracia y la consideró un legado de la Revolución Francesa, que era poco adaptable a estas tierras.

Sin embargo, hasta 1916 Carulla fue un anarquista con un peso no menor. En 1910 colaboró con El Libertario, una publicación de corta vida que se publicó casi íntegramente en la clandestinidad. Supo establecer una estrecha relación de amistad con Ghiraldo, y desde 1914 tan sólo se dedicaba a escribir artículos sobre la guerra europea, que volcaba en su serie "Alemania debe ser vencida". Siempre había sido muy crítico de lo que consideraba un sectarismo autoritario de ciertos anarquistas que encerrados en las teorías estaban completamente alejados del mundo real, pero eso no hacía prever que una década después estaría defendiendo ideas de derecha.

Carulla no fue el único que tomó partido por la Entente. Hasta enero también lo hicieron Julio Barcos, el pedagogo anarquista, impulsor de las escuelas racionalistas creadas por Francisco Ferrer, que luego de terminada la guerra se alejó del anarquismo para acercarse al comunismo primero y luego al yrigoyenismo, y J. Albar en Ideas y Figuras.66 En La Protesta este rol le cupo a Roberto D'Angio. Este viejo anarquista italiano llegó a Buenos Aires a comienzos de 1907, como un viejo militante, amigo de Jean Grave, que había sido propagandista en muchos otros países, como Francia y Egipto. A finales del mismo año fue expulsado del país aunque siguió colaborando con La Protesta, siendo responsable de las noticias italianas. Se retiró de la vida política a comienzos de la década de 1920, probablemente motivado por el fracaso de un proyecto tendiente a agrupar a los anarquistas pro-Entente luego de culminada la contienda (publicación La Protesta, 1919).

Las diferencias entre neutralistas y pro-Entente, además de políticas eran conceptuales. Mientras que los primeros consideraron que la guerra era producto o bien del capitalismo o bien del militarismo —pero ambos comunes a Francia y Alemania—, para los segundos la guerra había estallado por un deseo conquistador alemán, y ésta definiría el lugar de la Civilización en el mundo. Para unos, la guerra había tenido causas sistémicas, para otros la guerra tenía una causa unilateral: el militarismo alemán. Para los neutralistas, esta guerra no tenía nada que ver con la Civilización, a la que, por cierto, también cuestionaban por hipócrita; en cambio, para Carulla y Albar esta guerra oponía a la Civilización francesa con el barbarismo teutón. Por otro lado, si los redactores de La Protesta consideraban que en esta guerra no había víctimas, porque las guerras son siempre entre Estados, Roberto D'Angio, también en La Protesta, consideró que el imperio alemán no había atacado al Estado francés sino directamente a su pueblo, por eso había que apoyar a la Entente.67 Finalmente, si para Gilimón tomar partido implicaba el triunfo del sentimiento irracionalista, para los pro-Entente lo racional era tomar partido por los países que habían elevado a la Razón a la altura de guía de todo pensamiento válido.

El 22 de octubre, en Ideas y Figuras, Juan Carulla inició el compromiso de un sector del anarquismo argentino con los países de la Entente. En su artículo "La guerra y la revolución. Reflexiones de un internacionalista", Carulla consideró que la contienda ya no era una guerra común y corriente, sino que se había convertido en una guerra civilizatoria que enfrentaba a las fuerzas del progreso contra las de la reacción.68 Con las cosas puestas de ese modo, era bastante evidente que Carulla defendería la postura de los avanzados franceses e incluso cuestionó a aquellos que igualaban a los socialistas franceses con la socialdemocracia alemana. Para Carulla, los primeros fueron obligados a ir a la guerra, siendo pacifistas hasta el último segundo, mientras que la socialdemocracia rápidamente se rindió a los intereses del Kaiser.

Otra cuestión era fundamental para un espacio interesado en medir la pureza doctrinaria de cada militante: "¿Tomar partido a favor de Francia, nos haría menos anarquistas?". Carulla negaba la pertinencia de tal acusación:

No por eso morirán nuestros ideales. Al contrario, es seguro y ello se está comprobando a medida que se desarrollan los acontecimientos, que la intervención de una parte de los revolucionarios contribuirá a acentuar el aspecto libertario de cruzada contra el militarismo y el espíritu de autoridad que ya tiene de por sí esta guerra.69

Por último, Carulla cerraba su artículo haciendo notar una diferencia sustancial entre una Alemania materialista y una Francia humanitaria. Una lucha que, en efecto, enfrentaba un bien contra un mal:

Un imperioso sentido de humanidad, o mejor dicho de conservación de todo aquello que los pueblos tienen de noble y de bueno, parece haber empujado a todos los pueblos de Europa contra el crudo materialismo guerrero de Alemania.70

En su serie "Alemania debe ser vencida", Carulla profundizó su compromiso con el bando anglofrancés, que era básicamente un compromiso culturalista.71 Efectivamente, cuando Carulla defendía a Francia lo hacía por su cultura, a la que consideraba, por un lado, diametralmente opuesta a la alemana (materialista) y, por otro, un patrimonio de la humanidad; en concreto, bien valía tomar las armas por ésta. Por otro lado, el 12 de diciembre explicó porqué consideraba obtuso que los anarquistas mantuvieran la neutralidad, y porqué había que descartar el purismo en los tiempos difíciles:

Las protestas y las declaraciones de los pocos obstinados en permanecer dentro de las fórmulas rígidas de los programas, que si bien pueden ser acatados durante las épocas de desarrollo normal, resultan estrechos e inhumanos en el momento en que un acontecimiento de la magnitud del que presenciamos viene a alterar lo que podría llamarse la monotonía de la historia.72

En La Protesta encontramos un solo texto pro-Entente durante todo el año 1914, lo que nos revela el poco calado que tuvo esta opción en el medio mayoritario del anarquismo. Incluso al día de publicarse esta nota, los redactores de La Protesta saltaron con los tapones de punta a cuestionarla.73 En concreto hablamos de la nota del 6 de noviembre, de Roberto D'Angió, donde se cuestionó una premisa que era común entre los neutralistas revolucionarios: que en las guerras no existían víctimas y sólo se enfrentaban Estados.74 En esta nota, D'Angió sostuvo que si bien los anarquistas no debían tomar partido a favor de las burguesías nacionales, sí debían hacerlo a favor de los pueblos que eran atacados por los Estados. Por otro lado, también hizo una defensa de Kropotkin, y llamó a no confundir el apoyo a un pueblo que se autodefiende, con la defensa de los intereses de la burguesía francesa, lo que pese a las denuncias habidas, nunca había hecho el longevo anarquista ruso.

 

A MODO DE CONCLUSIÓN

En este trabajo hemos presentado las diversas posturas que asumieron los principales propagandistas e intelectuales de la corriente anarquista en Buenos Aires durante los primeros meses de la guerra. Hemos visto que las diferencias no sólo se concentraron en las formas de comprender las causas de la guerra, sino que se trasladaron a los compromisos políticos, y entre unas y otros, creemos hubo cierta conexión. Observamos que aquellos que encontraron razones sistémicas (principalmente el motivo económico, el nacionalista, o el militarista) y multicausales para la guerra, que eran la mayoría y tenían el control de La Protesta, con convicción eligieron como estrategia política el neutralismo. Por otro lado, la minoría que estaba convencida que la guerra debía ser analizada como un conflicto cultural y civilizatorio entre dos opuestos irreconciliables, y que había estallado por un deseo de conquista alemán, decidió apoyar a la Entente, que se concentró en Ideas y Figuras.

También hemos visto que si bien en un comienzo la contienda despertó esperanzas en el conjunto de los intelectuales libertarios, y se llegó a sostener seriamente la posibilidad de que ésta fuera la última guerra del capitalismo, ya sea o bien debido al viraje revolucionario de la contienda, o bien a la toma de conciencia pacifista que generaría tal masacre; pronto ese optimismo se disipó debido a la voluntad popular de seguir luchando, y a que un sector del anarquismo tendió lazos hacia los intereses guerreros anglo-franceses.

Como vimos, las luchas internas que nunca dejaron de existir en el anarquismo, se manifestaron durante la guerra. Esto nos reveló que el anarquismo se mantuvo lejos de la cohesión neutralista que presentó Diego Abad de Santillán en el Certamen Internacional de La Protesta. En efecto, en este trabajo buscamos desmitificar la idea de la "unanimidad de posiciones" entre los anarquistas durante la Primera Guerra Mundial, que ciertos intelectuales del mundo libertario (como Abad de Santillán) quisieron mostrar frente a la quiebra de otros movimientos de izquierda, en especial el socialismo de la Segunda Internacional. Aquí pudimos ver que el anarquismo experimentó fracturas no sólo internacionalmente sino también localmente, asemejándose de esa forma a las experiencias de la socialdemocracia y el sindicalismo revolucionario, que no sólo se quebraron internacionalmente entre el defensismo y el neutralismo, sino también en sus estructuras nacionales, como ya lo demostraron los trabajos de Thorpe y Darlington analizando al sindicalismo francés e italiano. Aun con esta ruptura, el neutralismo fue mayoritario entre los intelectuales anarquistas argentinos, y si tuviéramos que buscar explicaciones para esta situación, entre las muchas mencionadas deberíamos hacer hincapié en la vieja tradición antimilitarista del anarquismo (que en la Argentina se manifestó particularmente en las críticas al Servicio Militar Obligatorio), y en que Argentina no solamente no fue un teatro de operaciones bélicas, como sí lo fue Francia e Italia, sino que se declaró neutral hasta el final de la contienda bélica.

Los anarquistas pro-Entente argentinos, si bien fueron claramente una minoría, de ninguna forma fueron figuras irrelevantes en el mundo libertario porteño. Barcos se destacó en la educación racionalista, y Carulla no solamente era amigo de Ghiraldo, sino también su vocero al momento de desarrollarse el Congreso de Londres. Por supuesto, también era la voz destacada sobre el acontecimiento bélico en la revista Ideas y Figuras, la segunda publicación más importante del anarquismo durante aquellos años.

La guerra estalló en un periodo sensible del anarquismo argentino. La represión del Centenario había ocasionado la expulsión al extranjero de muchos de sus militantes, y la clausura de su prensa y sus asociaciones. Las luchas internas por razones políticas y gremiales, además de las más banales pero no menos intensas rencillas personales, venían desgastando al movimiento. Las críticas de La Protesta a la presencia de Ghiraldo en el Congreso anarquista de Londres (que finalmente no se desarrolló) por una cuestión de fondos, ilustran la situación. En este contexto, las discusiones en torno a la guerra se colaron entre los múltiples problemas internos, que luego se agravaron con la llegada al poder de la Unión Cívica Radical en 1916, y en especial con la Revolución Rusa. Si debiéramos mencionar a la represión, a los sindicalistas, a los radicales, y a los revolucionarios rusos como causantes de periódicas sangrías en el anarquismo, no se podría omitir a la Gran Guerra como una gran experiencia traumática: ocasionó en algunos intelectuales la revisión de su compromiso político libertario (Carulla); coincidió con la clausura de ciertas experiencias editoriales (Ideas y Figuras); y llevó a ciertas figuras al ostracismo, como al mismo Kropotkin en el movimiento anarquista internacional.

Con el correr de los años, el debate se fue estancando. Pocos anarquistas abandonaron la posición que habían asumido en esos primeros meses de la guerra. Si bien los debates continuaron, nada novedoso apareció hasta que en 1917 estalló la revolución en Rusia, lo que trastocó irremediablemente el mundo de las izquierdas. La revolución le devolvió la esperanza a aquellos anarquistas que en los primeros meses de la guerra creyeron que ésta sería la última guerra del capitalismo. Al final, la realidad no fue tan benévola con estos libertarios. La revolución sólo se concentró en Rusia, y el comunismo en muchos países se convirtió en una alternativa tanto al socialismo como al anarquismo, ya que se mostró muy radical y exitoso.

En cuanto al anarquismo argentino, su época de esplendor fue consumiéndose. En 1915, en el IX Congreso de la FORA perdió la dirección de la federación gremial a manos de los sindicalistas. Por otro lado, muchos de sus intelectuales se apartaron de la escena política durante la Gran Guerra. Carulla, como se dijo, partió hacia Francia, y regresó siendo de derecha; Ghiraldo partió hacia España en 1916, dando por finalizada la experiencia de Ideas y Figuras en Argentina, y así también, por supuesto, a la tribuna proEntente del anarquismo argentino. Gilimón también se fue a España, y ahí se le perdió el rastro. El anarquismo, aunque mermado, llegaría a la década de 1920; también sus luchas internas, pero éstas serían aún más violentas. La década de su auge (1900-1910) nunca más se volvió a recuperar.

 

Notas

1 En Michael Neiberg, Dance of the Furies. Europe and the Outbreak of World War I, Cambridge, MA., Harvard University Press, 2011, pp. 10-233.         [ Links ] Véanse también los clásicos: Marc Ferro, La Gran Guerra (1914-1918), Madrid, Alianza Universidad, 1984;         [ Links ] Michael Howard, La Primera Guerra Mundial, Barcelona, Crítica, 2009, pp. 29-37;         [ Links ] Eric Hobsbawm, La era del imperio, Barcelona, Crítica, 2009, pp. 310-336.         [ Links ]

2 Guy Bourdé, Buenos Aires: urbanización e inmigración, Buenos Aires, Huemul, 1977, pp. 156-157.         [ Links ]

3 Véase Carlos Goñi Demarchi, Yrigoyen y la Gran Guerra: aspectos desconocidos de una gesta ignorada, Buenos Aires, Ciudad Argentina, 1998, pp. 121-134.         [ Links ] Un buen artículo que aclara la historiografía de la Gran Guerra y Argentina: Emiliano Sánchez, "Ecos argentinos de la contienda europea. La historiografía sobre la Gran Guerra en la Argentina", Política y Memoria, núm. 10, 11 y 12,         [ Links ] Historia Intelectual "homenaje a José Sazbón", 2011-2012. Para estudiar las reacciones de la sociedad civil porteña véase Hernán Otero, La guerra en la sangre: los franco-argentinos ante la Primera Guerra Mundial, Buenos Aires, Sudamericana, 2009, pp. 111-184.         [ Links ] Véanse también, María Inés Tato, "El llamado de la patria. Británicos e italianos residentes en la Argentina frente a la Primera Guerra Mundial", en Centro de Estudios Migratorios Latinoamericanos, Buenos Aires, 2011, pp. 273-292;         [ Links ] y "La disputa por la argentinidad. Rupturistas y neutralistas durante la Primera Guerra Mundial", Temas de historia argentina y americana, Buenos Aires, 2008, pp. 227-250.         [ Links ]

4 Véase Diego Abad de Santillán, La FORA. Ideología y trayectoria del movimiento obrero en la Argentina, Buenos Aires, Libros de Anarres, 2005, pp. 51-295.         [ Links ]

5 Aquí sólo citaremos dos trabajos: Magalí Chiocchetti, "La vanguardia y la Primera Guerra Mundial. Una construcción y confrontación de identidades políticas", Cuadernos de H Ideas, vol. 1, núm. 1, La Plata, 2007, pp. 59-90;         [ Links ] y Melisa Aita Camps y Sabrina Asquini, "El Partido Socialista Argentino y la cuestión nacional: conflictos partidarios en torno a la Primera Guerra Mundial (1914-1917)", Trabajadores. Ideologías y experiencias en el movimiento obrero, año 1, núm. 2, Buenos Aires, 2011, pp. 157-178.         [ Links ]

6 Para la historia del movimiento anarquista argentino véanse: Iaacov Oved, El anarquismo y el movimiento obrero en la Argentina, Buenos Aires, Imago Mundi, 2013, pp. 174-424;         [ Links ] Gonzalo Zaragoza Rovira, Anarquismo argentino 1876-1902, Madrid, Ediciones de la Torre, 1996, pp. 233-452;         [ Links ] Juan Suriano, Auge y caída del anarquismo. Argentina, 1880-1930, Buenos Aires, Capital intelectual, 2005, pp. 15-100;         [ Links ] Juan Suriano, Anarquistas: cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910, Buenos Aires, Ediciones Manantial, 2001, pp. 15-104;         [ Links ] Fernando López Trujillo, Vidas en rojo y negro. Una historia del anarquismo en la "Década Infame", La Plata, Letra Libre, 2005;         [ Links ] Mariana di Stefano, El lector libertario. Prácticas e ideologías lectoras del anarquismo argentino (1897-1915), Buenos Aires, Eudeba, 2013;         [ Links ] Andreas Doeswijk, Los anarco-bolcheviques rioplatenses (1917-1930), Buenos Aires, CeDInCI Editores, 2014.         [ Links ]

7 Para la trayectoria de Ideas y Figuras véase Armando V. Minguzzi (ed.), La revista Ideas y Figuras de Buenos Aires a Madrid (1909-1919), Buenos Aires, Cedindi, 2014, pp. 4-56.         [ Links ]

8 Para analizar las reacciones de los intelectuales europeos frente a la Gran Guerra pueden resultar útiles las siguientes obras: Aviel Roshwald, European culture in the Great War, Cambridge, Cambridge University Press, 1999,         [ Links ] introducción y capítulos 2, 12, 13 y 14, Christophe Prochasson, Les intellectuels, le socialisme et la guerre, 1900-1938, París, Seuil, 1993;         [ Links ] Anne Rasmussen, Au nom de la patrie. Les intellectueles et la Premiere Guerre Mondiale (1910-1919), París, La Dècouverte, 1996;         [ Links ] Pascal Ory y Jean-François Sirinelli, Los intelectuales en Francia. Del Caso Dreyfus a nuestros días, Valencia, Publicacions U. de València, 2007,         [ Links ] en especial el capítulo 2.

9 Para consultar varios de los textos que hicieron al debate sobre la guerra, véase sitio web [http://anti.mythes.voila.net/a_propos_du_mouvement_anarchiste/anarchistes_et_premiere_guerre_mondiale/anarchistes_et_premiere_guerre_mondiale.html], fecha de consulta: 3 de octubre de 2014.

10 Véase texto completo en [http://anti.mythes.voila.net/a_propos_du_mouvement_anarchiste/anarchistes_et_premiere_guerre_mondiale/londres_02_15.pdf], fecha de consulta: 1 de octubre de 2014.

11 En el sentido de plantear la guerra como una guerra "defensiva".

12 Michael Confino, "Anarchisme et internationalisme. Autour du Manifeste des Seize. Correspondance inédite de Pierre Kropotkine et de Marie Goldsmith, janvier-mars 1916", Cahiers du Monde russe et soviétique, vol. 22, núm. 2/3, abril-septiembre, 1981, pp. 231-249.         [ Links ]

13 Véase texto íntegro en [http://anti.mythes.voila.net/a_propos_du_mouvement_anarchiste/anarchistes_et_premiere_guerre_mondiale/manifeste_des_seize.pdf], fecha de consulta: 1 de octubre de 2014.

14 Paul Avrich, Los anarquistas rusos, Madrid, Alianza, 1967, pp. 15-124.         [ Links ] Dolores Marin, Anarquistas: un siglo de movimiento libertario en España, Madrid, Ariel, 2010.         [ Links ]

15 Wayne Thorpe, "The European Syndicalists and War, 1914-1918", Contemporary European History, 10(1), 2001, pp. 1-24.         [ Links ]

16 AA.VV., A History of Anarcho-Syndicalism, Unit 13: "Going Global. International Organisation, 1872-1922", 2001 [http://www.selfed.org.uk/node/2856], fecha de consulta: 3 de octubre de 2014.         [ Links ]

17 Ralph Darlington, "Revolutionary syndicalist opposition to the First World War: An international comparative reassessment", Revue Belge De Philologie Et D'Histoire, 12(4), 2006, pp. 983-1003.         [ Links ]

18 Ramón Tarruella, 1914, Argentina y la Primera Guerra Mundial, Buenos Aires, Aguilar, 2014, p. 115.         [ Links ]

19 Juan Suriano, Anarquistas: cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910, Buenos Aires, Ediciones Manantial, 2001, pp. 33-94 y 179-201.         [ Links ]

20 Sobre la represión del anarquismo véanse Gabriela Costanzo, Los indeseables. La Ley de Residencia y la Ley de Defensa Social, Buenos Aires, Ed. Madreselva, 2009, pp. 19-119;         [ Links ] Gabriela Costanzo, "El Diario de Sesiones y los debates sobre las leyes de Residencia y de Defensa Social: la criminalización del anarquismo", en Stella Martini y Marcelo Pereyra (comps.), La irrupción del delito en la vida cotidiana. Estudios sobre comunicación, opinión pública y cultura, Buenos Aires, Biblos, 2009;         [ Links ] Iaacov Oved, "El trasfondo histórico de la Ley núm. 4.144 de Residencia", en Desarrollo Económico, núm. 61, vol. 6, Buenos Aires, 1976, pp. 123-150;         [ Links ] Juan Suriano, Trabajadores, anarquismo y Estado represor: de la Ley de Residencia a la Ley de Defensa Social (1902-1910), Buenos Aires, CEAL, 1991, pp. 1-36;         [ Links ] Diego Echezarreta, "Represión del anarquismo en Buenos Aires. El rol de la policía de la capital en los orígenes de la Ley de Defensa Social de 1910", Revista Contenciosa, núm. 2, segundo semestre, Rosario, 2014;         [ Links ] Julio Frydenberg y Miguel Ruffo, La Semana Roja de 1909, Buenos Aires, RyR, 2012, pp. 147-209.         [ Links ]

21 Pueden verse las obras de Iaacov Oved y Juan Suriano ya citadas, además de los clásicos textos: Julio Godio, El movimiento obrero y la cuestión nacional. Argentina: inmigrantes asalariados y lucha de clases. 1880-1910, Erasmo, La Plata, 1972;         [ Links ] Edgardo Bilsky, La FORA y el movimiento obrero (1900-1910), Buenos Aires, 1985;         [ Links ] Jorge Solomonoff, Ideologías del movimiento obrero y conflicto social, Buenos Aires, Tupac, 1971.         [ Links ]

22 Juan Suriano, Auge y caída del anarquismo. Argentina, 1880-1930, Buenos Aires, Capital intelectual, 2005, pp. 59-99.         [ Links ]

23 Algunos de los trabajos que ponen en discusión la crisis del anarquismo en 1910 son: Luciana Anapios, "Compañeros, adversarios y enemigos. Conflictos internos en el anarquismo argentino en la década del 20", Entrepasados, núm. 32, 2007, pp. 27-28;         [ Links ] María Migueláñez Martínez, "1910 y el declive del anarquismo argentino. ¿Hito histórico o hito historiográfico?", en XIV Encuentro de Latinoamericanistas Españoles, pp. 436-452.         [ Links ]

24 Vale la pena aclarar la diferencia entre dos tipos de neutralismo. Mientras que uno lo fue en sentido positivo (como con matices lo fue el neutralismo argentino) ya que deseaba mantener buenas relaciones con ambos bandos, el neutralismo revolucionario del anarquismo lo fue en sentido negativo, ya que iba tanto contra la Entente como contra Alemania y Austria.

25 Diego Abad de Santillán, Certamen Internacional de La Protesta, Buenos Aires, La Protesta, 1927, p. 62.         [ Links ]

26 Véase entrada "Ghiraldo, Alberto", en Horacio Tarcus (dir.), Diccionario biográfico de la izquierda argentina, Buenos Aires, Emecé, 2007, pp. 256-258.         [ Links ]

27 Alberto Ghiraldo, "Europa en Guerra", Ideas y Figuras, núm. 114, Buenos Aires, 21 de agosto de 1914, p. 3.         [ Links ]

28 F. Gonzalo, "El hambre del hierro", La Protesta, Buenos Aires, 21 de agosto de 1914, p. 2.         [ Links ]

29 Véase entrada "Gilimón, Eduardo" en Horacio Tarcus (dir.), Diccionario biográfico de la izquierda argentina, op. cit., p. 260; Eduardo Gilimón, Hechos y comentarios y otros escritos. El anarquismo en Buenos Aires (1890-1910), Buenos Aires, Terramar Ediciones, 2011, pp. 25-100.         [ Links ]

30 Eduardo Gilimón, "El factor principal de la guerra. Lo que se puede esperar", La Protesta, Buenos Aires, 25 de septiembre de 1914, p. 1.         [ Links ]

31 Martínez Paiva, "La última hecatombe", Ideas y Figuras, núm. 114, Buenos Aires, 21 de agosto de 1914, p. 4.         [ Links ]

32 Juan Carulla, "La guerra vista por un internacionalista", Ideas y Figuras, núm. 114, Buenos Aires, 21 de agosto de 1914, p. 5        [ Links ]

33 Idem.

34 Editorial, "Los simplificadores", La Protesta, Buenos Aires, 5 de noviembre de 1914, p. 1.         [ Links ]

35 Idem.

36 Blas Barri, "Causas de la guerra europea", La Protesta, Buenos Aires, 5 de agosto de 1914, p. 1.         [ Links ]

37 Blas Barri, "Causas de la conflagración", La Protesta, Buenos Aires, 29 de agosto de 1914, p. 3.         [ Links ]

38 Idem.

39 Víctor M. Delfino, La gran conflagración europea, La Plata, D. Martínez, 1915, p. 7.         [ Links ]

40 Ibid., p. 28.

41 Otras figuras del mundo intelectual mencionaron previa, durante y posteriormente a 1914, la posibilidad de una "última guerra", entre ellas Émile Zola en Travail: "La última guerra, ¡la última batalla!, fue tan terrible que los hombres para siempre rompieron sus espadas y sus cañones". Émile Zola, "La última guerra. Fragmento de un capítulo de Trabajo", Ideas y Figuras, núm. 119, Buenos Aires, 12 de diciembre de 1914, pp. 6-7;         [ Links ] o H.G. Wells, que en "La guerra que pondrá fin a las guerras", hacía depender esta posibilidad de la derrota del militarismo prusiano. The War That Will End War, Londres, Frank & Cecil Palmer, 1914, p. 110.         [ Links ]

42 A partir de ahora, utilizaremos la (p) cuando el nombre remita a un pseudónimo, y no a los nombres reales de los redactores, los cuales, en muchos casos desconocemos.

43 M. Dante, "La hecatombe europea", La Protesta, Buenos Aires, 4 de agosto de 1914, p. 1-2.         [ Links ]

44 Dingo, "La incógnita", La Protesta, Buenos Aires, 6 de agosto de 1914, p. 1.         [ Links ]

45 Eduardo Gilimón, "¡Al fin...!", La Protesta, Buenos Aires, 8 de agosto de 1914, p. 1.         [ Links ]

46 Lino Nema, "De la guerra y de nosotros", La Protesta, Buenos Aires, 8 de agosto de 1914, p. 1.         [ Links ]

47 E. Sanchez, "La Paz", La Protesta, Buenos Aires, 14 de agosto de 1914, p. 1.         [ Links ]

48 Petit Gavroche, "¡Preparémonos!", La Protesta, Buenos Aires, 30 de agosto de 1914, p. 2.         [ Links ]

49 Blas Barri, "Actualidad europea", La Protesta, Buenos Aires, 12 y 13 de agosto de 1914, p. 4.         [ Links ]

50 Lino Nema, "Sugestión y guerra", La Protesta, Buenos Aires, 7 de agosto de 1914, p. 1.         [ Links ]

51 Michael Neiberg, Dance of the Furies, Europe and the Outbreak of World War I, op. cit., pp. 180-207 (capítulo 7: "Hardening Attitudes").

52 Martínez Paiva, "La última hecatombe", Ideas y Figuras, núm. 114, Buenos Aires, 12 de agosto de 1914, p. 4.         [ Links ]

53 Juan Carulla, "La guerra vista por un internacionalista", Ideas y Figuras, núm. 114, Buenos Aires, 12 de agosto de 1914, p. 5.         [ Links ]

54 Max J.A., "La matanza", La Protesta, Buenos Aires, 25 de octubre de 1914, p. 4.         [ Links ] De todas formas, estos artículos podían coincidir en las revistas con otros muy distintos. De hecho, cuando Carulla y Martínez Paiva publicaron esto, Ideas y Figuras también publicó un artículo de Jean Jaurés donde se vaticinaba que de esta guerra no saldría una paz duradera, ya que ni Francia ni Alemania tolerarían una rendición sin honor, y pronto harían los preparativos para una guerra aún peor.

55 Eduardo Gilimón, "Los sentimientos contra la razón", La Protesta, Buenos Aires, 10 de septiembre de 1914, p. 1.         [ Links ]

56 Blas Barri, "Las sorpresas de la guerra", La Protesta, Buenos Aires, 24 de septiembre de 1914, p. 3.         [ Links ]

57 El verdadero nombre de Pierre Quiroule era Joaquín Alejo Falconnet.

58 Pierre Quiroule, "La causa que los impulsa", La Protesta, Buenos Aires, 1 de noviembre de 1914, p. 4.         [ Links ]

59 Editorial, "La diplomacia", La Protesta, Buenos Aires, 12 de noviembre de 1914, p. 1.         [ Links ]

60 Editorial, "La guerra futura", La Protesta, Buenos Aires, 15 de noviembre de 1914, p. 1.         [ Links ]

61 Francisco Canosa, "La conflagración europea y la minoría revolucionaria", Ideas y Figuras, núm. 118, Buenos Aires, 19 de noviembre de 1914, p. 3.         [ Links ]

62 "La innegable influencia de los grandes pensadores anarquistas está produciendo, con su extraña actitud del momento en favor de uno de los dos grupos de países que se hallan en guerra, un efecto desastrozo y nocivo entre buen número de partidarios de la anarquía". E. Gilimón, "La guerra y nosotros", La Protesta, Buenos Aires, 13 de diciembre de 1914, p. 1.         [ Links ]

63 Luis Rezanno, "La guerra y el arte", La Protesta, Buenos Aires, 4 de diciembre de 1914, p. 3.         [ Links ]

64 J. Albar, "Idealismo y realidad. La minoría revolucionaria y la conflagración europea", Ideas y Figuras, núm. 120, Buenos Aires, 4 de enero de 1915, p. 3.         [ Links ]

65 "Invito, pues, a los anarquistas y sobre todo a la prensa libertaria del mundo, a que se manifieste de una manera terminante sobre el proceder indigno de estos sociólogos que han perdido la cabeza" (Kropotkin, Grave, Malato, y D'angio). Alsupro, "El anarquismo y la guerra", La Protesta, Buenos Aires, 1 de diciembre de 1914, p. 2.         [ Links ]

66 Véase el texto de Julio Barcos, "En el umbral de dos civilizaciones", Ideas y Figuras, núm. 121, Buenos Aires, 27 de enero de 1915, p. 3.         [ Links ] Para un estudio sobre la pedagogía racionalista de Barcos véase Martín Acri y María Cáceres, La educación libertaria en Argentina y en México (1861-1945), Buenos Aires, Ediciones Terramar, 2011, p. 182-190.         [ Links ] J. Albar, "Idealismo y realidad...", op. cit., p. 3.

67 Roberto D'Angió, "La neutralidad italiana y los anarquistas", La Protesta, Buenos Aires, 6 de noviembre de 1914, p. 2.         [ Links ]

68 Juan Carulla, "La guerra y la revolución. Reflexiones de un internacionalista", Ideas y Figuras, núm. 117, Buenos Aires, 22 de octubre de 1914, p. 3.         [ Links ]

69 Idem.

70 Idem.

71 Juan Carulla, "Alemania debe ser vencida", Ideas y Figuras, núm. 120, Buenos Aires, 4 de enero de 1915, pp. 11-12.         [ Links ]

72 Juan Carulla, "La guerra europea", Ideas y Figuras, núm. 119, Buenos Aires, 12 de diciembre de 1914, p. 3.         [ Links ]

73 Editorial, "La guerra actual y los anarquistas", La Protesta, Buenos Aires, 7 de noviembre de 1914, p. 1.         [ Links ]

74 Roberto D'Angió, "La neutralidad italiana y los anarquistas", op. cit., p. 2.

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