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Política y cultura

versão impressa ISSN 0188-7742

Polít. cult.  no.35 México Jan. 2011

 

Reseña de libros

 

La vergüenza de Günter Grass*

 

Mario Rivera Ortiz**

 

* Günter Grass, Pelando la cebolla, Madrid, Punto de Lectura, 2008.

 

** Médico cirujano neumólogo. Universidad de Guadalajara. Doctor en ciencias sociales, UAM–Xochimilco.

 

GÜNTER GRASS INGRESA A LAS CORPORACIONES CIVILES
Y MILITARES DE LA ALEMANIA NAZI

 

Pelando la cebolla es una de las más recientes publicaciones literarias de Günter Grass y quizá la más importante desde el punto de vista político de cuantas ha producido. Se trata de un informe–memoria autobiográfico del autor, en el que se detalla su militancia en las filas del nazismo alemán, sus fuentes literarias constitutivas, su quehacer en el campo de varias disciplinas artísticas, un ilustrativo recorrido por sus propias obras publicadas, sus viajes a Italia y Francia, sus interiores y exteriores sentimentales y sus apetitosas recetas de cocina, sobre todo la cabeza de jabalí gelatinizada.

Los diferentes aspectos que trata Günter Grass en dicha obra, la convierten en una producción de interés global, digna de ser analizada y discutida ampliamente por expertos en esas especialidades, además de sus ricas aportaciones formales en la literatura. En nuestra reseña, sin embargo, nos concentraremos en la parte política de ella, por la importancia que encierra para el mundo actual.

Günter fue un hijo de una familia casubo–alemana pequeñoburguesa, predominantemente católica, típica de la ciudad de Danzing. Nació y vivió su niñez al amparo de papá y mamá, un matrimonio de tenderos que poseían una bodega en el barrio que actualmente se denomina Gdansk–Wrzeszcz.

Por los primeros treinta, la gran crisis económica mundial en Europa había llevado a las clases medias al borde de su aniquilamiento, de manera que cuando aparece el partido nazi en Alemania con su oferta populista, nacionalsocialista, sin muchos esfuerzos logra atraparla en sus redes orgánico–ideológicas, junto a parte importante de la clase obrera y el campesinado. Las clases medias de la ciudad de Danzing, en su mayoría, antes de que entraran las divisiones Panzer SS, ya estaban ganadas para el fascismo.

Cuenta Günter que un año apenas antes de comenzar la guerra, la violencia social claramente iluminaba la luz del día, no digamos la sombra de la noche, en la tarea de exterminar la oposición política.

No era sólo el uniforme lo que atraía. La divisa hecha a medida. "¡La Juventud debe dirigir a la juventud!", concordaba con lo que se ofrecía: acampadas y juegos al aire libre en los bosques playeros, fuegos de campamento entre rocas erráticas convertidas en lugares germánicos de asamblea en las tierras onduladas del sur de la ciudad, celebraciones del solsticio de verano y del alba bajo el cielo estrellado y en claros del bosque abiertos hacia el este. Cantábamos, como si los cánticos hubieran podido hacer al Reich más y más grande.1

Poco después los altavoces hablaban del incontenible avance de "nuestra Volkempfänger" en la profundidad de la estepa rusa, de las atrocidades de sus Messerschmitts contra la población civil y del regreso victorioso de los submarinistas nazis, noticias edulcoradas con les préludes de Liszt.

Redoblaban los tambores, tremolaban las banderas con la suástica. Los muchachos y las muchachas entonaban himnos nazis: "Avanzan, avanzan, resuenan las claras trompetas, avanzan, avanzan, ya llegan los nuevos atletas...".

Todo ello me seducía para salir del aire viciado pequeñobuergués de las coacciones familiares, apartarme del padre, del parloteo de los clientes ante el mostrador de la tienda, de la estrechez del piso de dos habitaciones del que sólo me correspondía el nicho plano que había bajo el alfeizar de la ventana derecha del cuarto de estar, que debía bastarme.2

En este contexto sociopolítico el muchacho Günter Grass se convirtió voluntariamente, sin ningún esfuerzo, en un joven nazi y se incorporó a las Juventudes Hitlerianas a los 13 años de edad. Pero también afirma que antes de creer en el Führer, creía en la mitología católica en forma más o menos pagana.

Por lo que toca a la formación literaria de Günter, su texto incluye un catálogo de los libros que nutrieron su cerebro niño y adolescente. ¿Qué leía aquel chico de 14 años? Todo lo que por suerte estaba al alcance de mi mano en la biblioteca de mi madre, refiere, y luego la literatura mezclada y variopinta de las bibliotecas de Danzing. Y no lo dice Günter, pero es muy posible que como buen joven nazi haya leído también Mi lucha. La ilustración del niño y del adolescente Günter estuvo delimitada, pues, desde el punto de vista ideológico, por los dogmas católicos, las consignas fascistas y el liberalismo de todos los matices; no obstante, ello no impidió a Günter orientarse, dentro del amplio campo del arte, particularmente en la escultura, el dibujo, la poesía y la música por las vertientes más progresistas de la época. Günter no tuvo interés en conocer el marxismo, si acaso leyó algunos párrafos del Manifiesto comunista, su producción literaria no refleja ningún elemento que sugiera esta ideología, que dicho sea de paso fue una característica dominante en la literatura del siglo XX. Este vacío ideológico, explica precisamente la tardía autocrítica moralista de Günter.

Definitivamente, el ambiente cultural alemán de la década de 1930 no podía sino generar una juventud apta para ser utilizada como ejecutora de la quema de libros y la "limpieza literaria". De esta manera, la clase media alemana y parte importante de la clase obrera fueron cooptadas por el Partido Nazi y las fuerzas armadas alemanas, adormecidas con los augurios hitlerianos sobre su inevitable dominio sobre el planeta Tierra, algo que años después, el propio Günter develaría como un absoluto fracaso en la historia de la pareja de Alexander y Alexandra en Malos presagios.3

Alemania se fue a la guerra como Mambru, con una mala montura y una pésima causa.

Llegados a este punto, cabe comentar que los nazis no inventaron nada. Desde que se inició la modernidad, las repúblicas y las monarquías burguesas de todas partes del mundo echaron a andar las guerras de conquista imperialistas para aplastar la lucha de clases en su interior y procurarse excedentes para comprar la buena voluntad de los obreros e intelectuales socialdemócratas. Tampoco en materia de organizaciones sociales y la propaganda política aportaron nada. Copiaron mucho de aquí y de allá, pero sobre todo de las formas de organización de masas soviéticas, mientras ocultaban lo mejor que podía su afán de súper explotación a los trabajadores. Siguiendo ese modelo crearon el Frente de Trabajo Alemán, la Asociación de Estudiantes Alemanes, las Juventudes Hitlerianas, las Mujeres del Reich y el propio Partido Nazi, que llegó a agrupar 8.5 millones de afiliados. Todo por el Gran Reich, la infalibilidad del Führer y la victoria final.

Al fin y al cabo fui de las Juventudes Hitlerianas y joven nazi. Creyente hasta el fin. No precisamente con fanatismo al principio, pero sí con mirada inconmovible, como un reflejo, en la bandera, de la que se decía que era "más que la muerte", permanecí en filas, experto en llevar el paso. Ninguna duda afectaba a mi fe... Más bien veía a la Patria amenazada, al estar rodeada de enemigos.

Lo cierto es que me presenté voluntariamente al servicio de las armas. ¿Cuándo? ¿Por qué? Como no sé ninguna fecha ni puedo recordar el tiempo... A esas circunstancias no se les pueden agregar atenuantes. Lo que hice no puede minimizarse como tontería juvenil [como la que llevó a Ferdinad Bardamu al ejército francés, en la Place Clichy de París, según Céline].4

Günter, primero se desempeño como auxiliar de la Luftwaffe, en servicio que no era voluntario, luego solicitó, infructuosamente, convertirse en submarinista de la flota del Reich, en seguida tuvo que cumplir el Servicio de Trabajo durante el cual fue dedicado a construir galerones de madera para alojar a supuestos trabajadores "voluntarios" en las afueras de Danzing.

En 1944, habiendo cumplido los 17 años de edad, terminó ingresando como artillero de tanque en la corporación militar conocida con las palabras Waffen–SS (Guardia de Protección Armada). Después fue prisionero de guerra en Bad Aibling, Baviera, y luego ciudadano libre socialdemócrata, en la República Federal Alemana.

Relata Günter cómo y dónde ocurrió su adscripción formal al ejército nazi:

En Dresde [...] cerca de la ciudad nueva, y concretamente en el piso alto de una villa de la alta burguesía, situada en el barrio del Ciervo Blanco, se concretó la unidad a la que yo debía pertenecer. Mi siguiente orden de marcha decía claramente que el recluta que llevaba mi nombre debía ser adiestrado como artillero de tanque, en un lugar de entrenamiento militar de la Waffen–SS (cuerpo militar perteneciente a la División Panzer SS Frandsberg), muy lejos, en los bosques de Bohemia. La pregunta es: ¿me gustó lo que en aquella oficina de reclutamiento no se podía pasar por alto, lo mismo que todavía hoy, después de 60 años, me resulta horrible esa doble S en el momento en que escribo?5

 

AUTOCRÍTICA DE GÜNTER GRASS

La autocrítica de la ignominia no es un ejercicio inútil, máxime cuando se trata de hombres que se han ganado una amplia audiencia, como Günter Grass. En estos casos toda palabra, dicha o escrita, puede tener repercusiones positivas o negativas para la historia. Pero la autocrítica sincera no es una práctica frecuente ni común en este mundo, por la sencilla razón que la culpa es una mercancía que se compra y se vende en el mercado. Para que alguien confiese su participación, mayor o menor, en los crímenes que concretan la violencia de clase, por ejemplo; se requiere un claro convencimiento sobre la responsabilidad propia, gran honestidad y valor personales. Por ello, la autocrítica individual, como la de Günter, debe ser saludada y respetada, aunque con ella no se alcance el perdón de los ofendidos.

A continuación Günter Grass señala algunos de los recursos sicológicos y literarios del yo para evadir la culpa y la autocrítica:

Sin embargo, como hubo tantos que guardaron silencio, resulta grande la tentación de prescindir por completo de la falta propia, acusar sustitutivamente a la culpa general o hablar de sí mismo sólo, irrealmente, en tercera persona: fue, vio, hizo, dijo, calló [...] Y de hacerlo para uno mismo, donde tanto sitio hay para jugar al escondite.

Y es que el yo, esencialmente no es, paradójicamente, un ente abstracto y particular, es algo concreto y plural, una suma de relaciones, como la cebolla de Gunter, que se concreta en la lucha de clases. Y ya lo hemos dicho antes, en la coyuntura de la década de 1930 la gran masa pequeñoburguesa alemana se realizó claramente en la lucha violenta contra el proletariado internacional. El yo de Günter, pues, es un yo en el que, de alguna manera, pesa la historia y el ser de su clase, desde mucho antes que él marchara en las Juventudes Hitlerianas.

La cebolla tiene muchas pieles. Existe en plural. Apenas pelada, las pieles se renuevan. Cortándola, hace saltar las lágrimas. Sólo al pelarla dice la verdad. Lo que ocurrió antes y después de terminar mi infancia llama ahora a la puerta con hechos y trascurrió peor de lo deseado, quiere ser narrado unas veces así y otras asá, e induce a contar historias embusteras.6

Ello explica, en parte, porqué en la lista de los que sintieron vergüenza por su participación en los crímenes cometidos por el Gran Reich Alemán no están muchas personas conocidas y menos aún los que se suicidaron al pie de la horca; vamos, ni siquiera la mayoría de los 10 capitostes fascistas que subieron al patíbulo de Nuremberg. De entre ellos Hans Frank, el que había sido gobernador general nazi de Polonia, agredida y ocupada, fue uno de los pocos que hizo un balbuciente intento de autocrítica; "pasarán mil años y no borrarán de Alemania esta culpa".7 Tampoco los que escaparon inexplicablemente al juicio del tribunal de Nuremberg pudieron golpearse el pecho, como fueron algunos de los más grandes beneficiarios de la guerra que desató Alemania, verbigracia el magnate de la industria militar, Gustavo Alfredo Krupp y su familia.

Y para leer su pasado, Günter pasa de una hoja a otra más profunda de la cebolla, o si no, al ámbar más transparente del Mar Báltico. Dicho en otras palabras, lucha contra su propia conciencia de clase, sabiéndolo, o no.

Así pues, evasivas suficientes. Y sin embargo, durante decenios me negué a admitir esa palabra y esas dos letras (Waffen– SS). Lo que había aceptado con el tonto orgullo de mis años jóvenes quise ocultármelo a mí mismo después de la guerra, por una vergüenza que surgió después. No obstante, la carga subsistía y nadie podía aligerarla.8

La de Günter parece una vergüenza sincera, que sólo un hombre honesto puede sentir, yo no tengo la menor duda, independientemente de lo que digan las Actas de Stasi.9 El escritor polaco–alemán es de los pocos ex nazis que se autocritican clara y francamente; por lo tanto, su acción en sí misma es meritoria y doblemente, por el contexto en el que lo hace, es decir, precisamente cuando de manera tórpida, como el cáncer, se reinstala, en el seno de la democracia burguesa de varios países, diversas formas de fascismo, en el marco de la preparación de la tercera guerra mundial. Y agrega Günter:

La verdad que durante mi adiestramiento en la lucha de tanques, que me embruteció durante el otoño y el invierno, no se sabía nada de los crímenes de guerra que luego salieron a la luz, pero la afirmación de mi ignorancia no podía disimular mi conciencia de haber estado integrado en un sistema que planificó, organizó y llevó a cabo el exterminio de millones de seres humanos. Aunque pudiera convencerme de no haber tenido una culpa activa, siempre quedaba un resto, que hasta hoy no se ha borrado, y que con demasiada frecuencia se llama responsabilidad compartida. Viviré con ella los años que me queden, eso es seguro.10

Aunque en algunas hojas de la cebolla se encuentran frases que matizan el sentimiento de culpa, el sarcasmo contra sí mismo llega al grado de la autoflagelación:

Lo reconozco: es un dolor de intensidad menor. Sin embargo, lamentaciones como: ay, si yo hubiera tenido un padre firme como Wolfgang Heinrichs, y no uno que ya en los treinta y seis, cuando en el Estado Libre de Danzig la coacción era todavía moderada, entró en el Partido, resultan poco convincentes y, en el mejor de los casos, sólo tienen como consecuencia esa carcajada que suelta el burlón que hay en mí en cuanto se oyen subterfugios análogos: si entonces hubiéramos hecho [...] Si entonces hubiéramos sido.11.

Günter en su más tierna infancia fue casi un monaguillo católico que pronto evolucionó al paganismo; de adolescente, un joven nazi que llegó a vestir las rulas cruzadas; como prisionero de guerra derrotado pensaba como un nacional–demócrata y en la década de 1960 apoyando a Willy Brandt se hizo hacia la socialdemocracia alemana. Sin embargo, en la obra que comentamos, sin explicaciones teóricas de ningún género, se ha confiado a la humanidad. Honesto y valeroso, porque con su autocrítica está enfrentando al gran poder de los premiadores y libreros, quienes desde las monarquías burguesas y las repúblicas democráticas de hoy, se abrogan el derecho de decir quién es y quién no. Günter es un hombre digno de ser comprendido a pesar del Nobel. No digo absuelto de sus grandes culpas, puesto que ni él mismo se ha perdonado.

En el caso de Günter y semejantes hay que puntualizar que la vergüenza por la ignominia no alcanza para el indulto absoluto, sólo sirve para una atenuación mínima de la pena a la que se ha hecho acreedor. Se requiere, quizá, para lograr el perdón definitivo, que los autoinculpados —además de la autocrítica— participen en la lucha activa contra quienes siguen promoviendo, ejecutando genocidios de guerra y de "paz", ya que este problema más que un asunto moral es una cuestión política.

Y como este punto es sumamente delicado ilustrémoslo con dos casos muy conocidos y sentidos en México, aunque no necesariamente iguales al de Günter: los de Fernando Gutiérrez Barrios y Phillip B. Agee, personas que como se sabe, durante sus vidas se involucraron en la tortura, el asesinato y la desaparición de centenares de estudiantes mexicanos, antes, durante y después de los Juegos Olímpicos de 1968. Agee y Gutiérrez Barrios pueden, incluso, haber sido benditos por algunos gobernantes de otros países, pero en México tienen una factura vigente, impagable, por los siglos de los siglos [...] amén.

En el siguiente párrafo Günter concluye su autocrítica política:

Pasó tiempo hasta que comprendí a empujones y admití vacilante que, sin saber o, mejor, sin querer saber, había participado en un crimen que con los años no disminuye, que no quiere prescribir y que todavía padezco [...] Como del hambre, puede decirse de la culpa y de la vergüenza que la sigue que es algo que corroe.12

 

PENSANDO EN TORNO A LA CEBOLLA

Primero es necesario traer a colación que aunque el Tribunal de Nurember absolvió al pueblo alemán por el exterminio de millones de prisioneros de guerra, de judíos y gitanos, la esclavización de cinco millones de trabajadores eslavos, el fusilamiento de rehenes y otros crímenes de lesa humanidad, hubo una parte importante de ese pueblo, instruido en la obediencia incondicional, que se comportó como un rebaño de ovejas apoyando al "nuevo orden". Esa parte del pueblo alemán culpable fue cuando menos la mayoría de la generación que llevó y sostuvo a Hitler en el poder durante más de una década. Pero ciertamente, no fueron todos. Günter señala importantes excepciones dentro de su entorno y cita varios ejemplos de personas que fueron asesinadas y desaparecidas en la ciudad de Danzing debido a su resistencia a la invasión nazi, entre ellas su propio tío. Tampoco hay que olvidar algunos luchadores sociales alemanes que, muy a tiempo, advirtieron de la noche que se avecinaba: Ernest Thaelmann, por ejemplo, desde 1932, declaró: "Quien vota por Hitler, vota por la Guerra". Y hubo otros que posteriormente resistieron al fascismo dentro de Alemania, los comunistas Willy Gall, Otto Nelte, Robert Uhri, Anton Saefkow; socialdemócratas honestos, como Otto Brass, Franz Kûnstler y Adolf Reichwein; antifascistas burgueses como Harro Schulze–Boysen; antihitlerianos cristianos como Dietrich Bonhoeffer y Bernhard Lichtemberg, y los sectores antinazis que colaboraron con Claus Graf Schenk von Stauffemberg. Todos ellos dijeron no a Hitler y la mayoría pagó con sus vidas.

En el texto que comentamos, Günter destaca el caso de uno de sus jóvenes compañeros durante el Servicio de Trabajo, un chico rubio de ojos azules, de perfil de raza "pura", probablemente un adventista, quien una y otra vez musitó: "nosotros no hacemos eso", mientras dejaba caer el fusil a tierra cuantas veces se lo ofrecía el oficial de turno. Los güevos del valiente güerito ese, hicieron tambalear el sostén ideológico de Günter, pero aún pudo remendarlo, dice.

Luego, un segundo problema imposible de soslayar: en la autobiografía de Günter se insinúan algunas inculpaciones contra las tropas soviéticas que liberaron la ciudad de Danzing, ya casi al final de la guerra. Es probable que los supuestos abusos contra la dignidad del hombre y de la mujer (violaciones), hayan sido ciertos en algunos casos; nosotros, los que vivimos esa época ya no somos los mismos que éramos entonces, cuando creíamos a los miembros del Ejército Rojo santos varones revolucionarios, incapaces de nada malo. Es posible que Grass sugiera algo cierto, pero como afirma él mismo: "El odio acumulado en la guerra se descarga cuando llega la ocasión", máxime cuando los pueblos sufren ataques gratuitos y despiadados como fueron los pueblos soviéticos y centroeuropeos, además que, en Danzing, todo el mundo sabía que los Grass no eran una familia neutral.

En relación con la conducta moral de los militares en al guerra, Marx comenta el fusilamiento sin ningún juicio previo del general represor Clement Thomas, consumado por sus propios soldados, en París 1871: "Naturalmente, las costumbres inveteradas adquiridas por los soldados bajo la educación militar que les imponen los enemigos de la clase obrera no cambian en el preciso momento en que estos soldados se pasan al campo de los trabajadores".13

Es necesario tener en cuenta, además, que en la crítica a los soviéticos y a los comunistas que viene de cierta intelectualidad, suele percibirse un tufillo versallés; entonces, conviene analizar con cuidado los hechos denunciados, las pruebas —si las hay— y, sobre todo, su orientación y finalidad políticas. Hay que tener presente, en todo momento, que la burguesía es incansable como inventora de provocaciones e historietas anticomunistas y que su santo y seña predilecto es el antiestalinismo furibundo, entre otros. Además, no es lo mismo la crítica desde posiciones revolucionarias, que aquella, siempre envenenada, vendida por los intelectuales perfumados de la academia.

No obstante, eso de nosotros no hacemos eso siempre es muy relativo, sobre todo hablando de la lucha de clases y del lado de la burguesía y sus jenízaros. Tal es la experiencia histórica desde 1848.

Llegados a este punto, hay que replicar, como desquite merecido, a los escritores de la generación de Günter que se asentaron cómodamente en las riberas del lago de Constanza o en las tierras llanas del norte de Alemania, que los actos de violencia y los errores, en todas sus variantes, cometidos por el Estado soviético, incluidos los que se atribuyen a Lenin y Stalin, quedan inscritos en la contra–violencia a la que se hicieron acreedores quienes agredieron a la URSS desde su fundación, en octubre de 1917.

Sí, porque la factura mínima es de 55 millones de muertos sólo en la Segunda Guerra Mundial + Treblinka + Oswiecim (Auschwitz) + Ravensbrück + Terezín, + los guettos judíos, etcétera. Evidentemente, los 10 criminales de guerra ahorcados en Nuremberg no cubren esa factura.

La autocrítica sincera exige, pues, en casos como el de Günter, que la denuncia de las culpas personales y las "compartidas", llegue explícitamente más allá de la autoflagelación moral y alcance plenamente el cuerpo de la clase y del sistema social genocida y se devele lo que realmente suelen significar palabras como "patria", "pueblo", "república", "parlamento", "raza" "orden", "familia", "religión", "libertad", "democracia", "comunidad internacional", "derechos humanos", "seguridad", etcétera.

Y fue en Dresden, exactamente en el barrio de Cuervo Blanco, en 1944, donde, teniendo Günter 17 años, fue adscrito como soldado raso en las Waffen–SS, para combatir en las filas de un ejército derrotado y en retirada, que caminaba inexorablemente a la capitulación incondicional. Destrozada su unidad acorazada por los órganos de Stalin en el primer combate que sostuvo, para Günter la guerra, en lo sucesivo, todo fue huir en desbandada para salvar la vida. Las tropas soviéticas del general polaco Konstantin K. Rokossovski, comandante del Grupo de Ejércitos del Don, después de liberar Danzing, no le daban respiro.

¿Tuvo conciencia aquel chico de diecisiete años del comienzo del fin, de lo que luego se llamaría el derrumbamiento, en todo su declive y proporción? [...] ¿Qué evasiones mentales me sustrajeron a lo que realmente sucedía o se desmigajaba en aburrimiento? ¿Sufría sólo por mí o por la situación del mundo y, en especial, por lo que, en minúsculas o mayúsculas se llamaba la culpa colectiva alemana?14

Ya como prisionero de guerra, cuenta Grass, que en confusión poco adulta se veía más vencido que liberado. Medio libre, medio prisionero, en la zona de ocupación norteamericana.

En tales condiciones Günter entró a trabajar a la mina de potasio Siegfried I, que se encontraba cerca del pueblo de Groff Giesen, en la circunscripción de Sarstedt. Ahí se hizo minero del subsuelo, a 950 metros de profundidad y recibió de la empresa su lámpara de carburo, un par de zuecos de madera e implícitamente su ingreso formal, aunque transitorio, a una nueva clase social.

[...] ya bajo tierra mi encapsulamiento político –la cáscara vacía– fue agujereado y rasgado. Tomaba partido tentativamente. De esa forma, la mina de potasio Siegfried I me dio gratis clases particulares, que se plasmaron de distintas formas: vacilante como el juego de luces y sombras de las cumbreras altas como catedrales, unas veces me decidía a favor de algo y otras en contra, estaba unas veces de este lado y otras de aquél, pero seguí siendo sordo cuando los toda–vía nazis trataban de convencerme.15

No sabemos exactamente cuánto tiempo trabajó Günter Grass en la mina, pero dice que en las discusiones que tenían lugar en el subsuelo durante los cortes de luz, nunca lo convencieron los mineros nazis, pero tampoco los comunistas. A cielo abierto, dice, le metieron a la fuerza algunas ideas, pero como alguien que no tenía una posición firme y se veía agitado por todas partes, hubiera podido ser incluido algunas veces en este grupo y otras en aquel, "Y como era esto y aquello, podía ser al mismo tiempo lo contrario de todo ello".16

 

NOTAS

1 Günter Grass, Pelando la cebolla, Madrid, Punto de Lectura, 2008, p. 33.         [ Links ]

2 Ibid., p. 3.

3 Reseña de Malos presagios, Mario Rivera Ortiz, La Jornada, 30 de abril de 1993.         [ Links ]

4 Günter Grass, Pelando la cebolla, op. cit., pp. 50 y 83–84.

5 Ibid., p. 137.

6 Ibid., p. 14.

7 Excélsior, 2 de enero de 1997, 9–AO.         [ Links ]

8 Ibid., p. 138.

9 Stasi, policía política de la extinta RDA, cuyas actas en relación con GG se publicarán el próximo mes de marzo, según anunció la prensa.

10 Günter Grass, Pelando la cebolla, op. cit., pp. 138–139.

11 Ibid., p. 31.

12 Ibid., p. 239.

13 Karl Marx, La Guerra Civil en Francia, La Habana, Cuba, Biblioteca del Pueblo, p. 52.         [ Links ]

14 Günter Grass, Pelando la cebolla, op. cit., pp. 146–147 y 252.

15Ibid., p. 279.

16Ibid., p. 378.

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