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Política y cultura

Print version ISSN 0188-7742

Polít. cult.  n.26 México Jan. 2006

 

Nación y política cultural

 

Critica de la teoría de la cultura política

 

Roberto García Jurado*

 

* Profesor–Investigador de la UAM–Xochimilco.
Dirección electrónica: rgarcia@correo.xoc.uam.mx

 

Resumen

El presente artículo realiza una reflexión crítica sobre la teoría de la cultura política, partiendo del hecho de que a lo largo de la historia del pensamiento político la teoría de las formas de gobierno han utilizado los más diversos razonamientos para explicar la existencia de un determinado gobierno en una sociedad. Aunque desde hace unas cuantas décadas se ha puesto un acento notable en las teorías culturalistas, las cuales destacan la importancia de la cultura política de una sociedad para determinar su forma de gobierno.

Palabras clave: teoría de la cultura política, gobierno, sociedad, razonamientos, teorías culturalistas.

 

Abstract

The present article makes a critical analysis on the theory of the political culture, starting off on the fact that throughout the history of the political interpretation, the theory of the government form has uses the diverse reasoning to explain the existence of a certain government in a society. Although for a few decades a remarkable accent in the cultural theories has been put, which emphasize the importance of the political culture of a society to determine their form of government.

Keywords: Theory of the political culture, government, society, reasoning, culturalistic theories.

 

INTRODUCCIÓN

¿Porqué unos países son democráticos y otros no? No es fácil responder a una pregunta de este tipo; puede parecer desesperantemente ingenua, o bien, abrir el camino para una larga y compleja exposición de consideraciones que conciernen a la materia de las formas de gobierno. Para la ciencia política, una pregunta de estas características corresponde a la que en economía se formularía así ¿Porqué unos países son ricos y otros no?

A lo largo de la historia del pensamiento político la teoría de las formas de gobierno ha utilizado los más diversos razonamientos para explicar la existencia de un determinado gobierno en una sociedad, recurriendo desde explicaciones basadas en la riqueza social, la propiedad de la tierra o el carácter, hasta consideraciones sobre la diferencia de razas o la ubicación geográfica de la sociedad en cuestión. En la ciencia política contemporánea se han examinado las causas y justificaciones de diferentes tipos de gobiernos, tales como el totalitarismo, las dictaduras o los diversos tipos de autoritarismos, aunque ya desde hace algún tiempo, la atención parece concentrarse exclusivamente en los regímenes democráticos.

Para explicar la instauración y permanencia de una democracia frecuentemente se ha recurrido al criterio del desarrollo económico, destacando la importancia que tiene la situación económica de la sociedad para las instituciones políticas. En otros casos se han privilegiado aspectos que tienen que ver con la religión, la educación, o las comunicaciones, aunque desde hace unas décadas se ha puesto un acento notable en las teorías culturalistas, las cuales destacan la importancia de la cultura política de una sociedad para determinar su forma de gobierno.

La teoría de la cultura política que Gabriel Almond y Sydney Verba formularon hace más de cuarenta años en su estudio The civic culture sigue siendo una de las más relevantes.1 De hecho, en muchos sentidos podría considerárseles como los fundadores de este campo de estudio en la ciencia política moderna. Sin embargo, y debido precisamente a la importancia de esta teoría, un torrente de críticas se ha precipitado desde su publicación, por lo que en este escrito se trata de recuperar algunas de las más relevantes y agregar las que a juicio propio considero más pertinentes, destacando sobre todo la obra personal de Gabriel Almond, quien tanto antes como después de la publicación de este libro, ha ofrecido otras contribuciones teóricas de gran interés.

 

EL ENFOQUE PSICOCULTURAL

Una fuente importante de la teoría de la cultura política se nutre de las reflexiones y la discusión que se suscitó a mediados del siglo xx sobre la teoría de la personalidad política, sobre todo acerca del concepto de la personalidad autoritaria. No obstante que el concepto de personalidad remite a la disciplina de la psicología y el de cultura al de la antropología, la ciencia política los ha conjuntado para darle contenido al concepto de cultura política, el cual ha llegado a considerarse como una suma del conjunto de actitudes, características y prácticas específicamente políticas de una comunidad. Más aún, en la primera mitad del siglo XX proliferaron los estudios que aplicaban a la ciencia política lo que se denominó el enfoque psicocultural, caracterizado por tratar de derivar las actitudes políticas de las no políticas, para lo cual se concentraban los esfuerzos en el estudio y análisis de los factores que se consideraba podían incidir en la conducta política, tales como la socialización infantil, las motivaciones inconscientes y los mecanismos psicológicos de ajuste.2

Derivándose de este enfoque, una de las bases teóricas más importantes del trabajo de Almond ha sido la presunción de que las instituciones y la conducta política de una sociedad podían explicarse en buena medida a partir de una serie de actitudes no políticas. Al decir del propio Almond, la atención que dirigió a estos temas a partir de la segunda guerra mundial respondió de alguna manera a las interrogantes planteadas por la caída de la República de Weimar, el ascenso del fascismo italiano y la inestabilidad de la cuarta república francesa, acontecimientos que planteaban una interrogante sobre la solidez de las instituciones democráticas y la relación de éstas con las costumbres, ideas y valores políticos de la sociedad.3

Asimismo, la atención que Almond dirige al tema de la cultura política en esta época se debe también en buena medida a la contraposición entre el totalitarismo y la democracia, los dos tipos básicos de regímenes políticos que luego de la segunda guerra mundial eran identificados como la disyuntiva a la que se enfrentaba el mundo, cuya oposición no parecía reducirse a la forma en que se estructuraban sus instituciones políticas, sino también al tipo de personalidad y cultura política que existía en uno y otro. Así, en tanto The appeals of communism había tratado de aproximarse y definir la personalidad política del totalitarismo comunista, The civic culture se proponía identificar y explicitar los rasgos más sobresalientes de la cultura política democrática.4

Almond publicó junto con Sydney Verba The civic culture en 1963. No obstante que frecuentemente se analiza e interpreta esta obra de manera aislada, es pertinente tomar en cuenta que se ubica dentro de toda una corriente de la ciencia política estadounidense, y de otras latitudes, que al cabo de la segunda guerra mundial se volcó tanto hacia los estudios de política comparada como a los estudios de caso de los más diversos países; desarrollados y subdesarrollados, occidentales y orientales, modernos y tradicionales, etc.5

De hecho, en la misma vorágine de la guerra, el gobierno de Estados Unidos promovió la investigación y análisis de los países con los que estaba en guerra, siguiendo la idea de que una mejor comprensión de sus instituciones y su cultura le ayudaría a combatirlos. Ese es el origen nada menos que de uno de los estudios antropológicos más conocidos de la época, El crisantemo y la espada (1946), que Ruth Benedict emprendiera por encargo específico de la Oficina de Información de Guerra y que tenía el propósito de desentrañar los códigos y rasgos más importantes de la cultura japonesa, incluidos obviamente los políticos.6 El mismo Almond ocupó un cargo destacado en los servicios de información gubernamentales, llegando a tener bajo su mando al mismo Herbert Marcuse, quien colaboró especialmente en lo relativo a la exploración y definición de las instituciones y la cultura alemanas. A partir de esta misión, Almond elaboró y publicó varios estudios sobre la oposición alemana al nazismo, la resistencia europea a la ocupación alemana y los partidos políticos democratacristianos europeos.7

Una buena parte de la inquietud e interrogantes que planteaba a Estados Unidos el enfrentamiento con enemigos cuyas instituciones y cultura eran desconocidas, o poco conocidas, se debía sin duda al tradicional aislamiento diplomático de este país. Pero este interés se alimentó también de otras fuentes, como la "explosión nacional" que propició la descolonización posterior a la guerra y la recomposición del orden mundial. Inclusive, estas mismas preguntas e inquisiciones se revirtieron a la propia sociedad estadounidense, que aunque desde hacía tiempo se venía interrogando sobre el "carácter americano", recibieron un nuevo impulso por la contraposición con otras sociedades y su nueva posición en el escenario internacional.8

A diferencia del siglo XIX y principios del XX, cuando las indagaciones sobre el "carácter nacional" de los estadounidenses y otros pueblos se hacían sobre todo por parte de escritores, historiadores y antropólogos, el período de la posguerra señaló el inicio de la exploración de este campo por parte de sociólogos y politólogos, quienes inspirados por el entonces novel enfoque conductista, examinaron la cuestión con instrumentos distintos a los de sus antecesores; en lugar de apoyarse en la erudición, la observación y la interpretación, recurrieron a instrumentos metodológicos más sofisticados y complejos, sobre todo a la técnica del muestreo de la opinión pública, cuyo ejemplo paradigmático, al menos en el campo de la ciencia política, fue precisamente The civic culture.

Sin embargo, antes de este libro ya se habían realizado importantes trabajos de investigación basándose precisamente en la técnica de la encuesta. Los tres que podrían considerarse los más prominentes vinculados a este tema fueron The lonely crowd (1950) de David Riesman, un incisivo y penetrante análisis sobre las conductas sociales de los estadounidenses; The passing of traditional society (1958) de Daniel Lerner, un interesante análisis comparativo de los efectos de la modernización en algunas sociedades del medio oriente; y The american voter (1960) de Angus Campbell, Philip E. Converse, Warren E. Miller y Donal E. Stokes, un estudio sobre el comportamiento electoral de los estadounidenses que, aun ahora, sigue siendo el parteaguas de los estudios relacionados con la conducta electoral. Cada uno de estos libros se convirtió en un clásico en su área respectiva, pero tenían algo en común muy importante; su metodología, sobre todo la técnica de la encuesta.9

The civic culture tenía entonces estos importantes antecedentes teóricos y metodológicos. En su caso, el propósito más importante era mostrar que la estabilidad de la democracia en un país no dependía sólo de sus instituciones democráticas, sino también, y sobre todo, de las actitudes políticas y no políticas de la población. Más aún, trataba de demostrar que este tipo de actitudes de los británicos y estadounidenses eran determinantes en la estabilidad democrática de sus respectivos países, en tanto que la carencia correspondiente en otras sociedades hacía inestable e inseguro su régimen democrático.

 

LA PRUEBA EMPÍRICA DE LA TEORÍA

Para demostrar esa hipótesis, Almond y Verba decidieron aplicar un extenso cuestionario a una muestra representativa de la población de cada uno de los cinco países que consideraban analizar. El estudio incluía además la realización de una serie de entrevistas a fondo con algunos individuos seleccionados de la muestra, con las cuales pretendían construir lo que llamaban las "historias de vida" de éstos, y utilizarlas para ilustrar y argumentar algunas de sus afirmaciones.

Originalmente habían seleccionado a Estados Unidos, Gran Bretaña, Alemania, Francia y Suecia para realizar el estudio, sin embargo, en el trayecto del diseño, decidieron sustituir a los dos últimos por Italia y México, pues consideraban que las inestabilidades de la cuarta república francesa distorsionarían el análisis y la inexistencia en Suecia de un instituto experimentado de opinión pública lo dificultarían insuperablemente.10

Sobre la incorporación de México, Almond y Verba dijeron que consideraron interesante incluir a un país poco desarrollado políticamente, pero no dieron mayor explicación sobre la inclusión de Italia. No obstante, lo que revelaba esta nueva selección de casos era que se ajustaba muchísimo mejor a los supuestos de su teoría, pues les permitiría comparar la cultura política de las dos democracias que consideraban más exitosas, Estados Unidos y Gran Bretaña, con las dos que habían experimentado el derrumbe más estrepitoso de sus instituciones políticas en el período de entreguerras, y que incluso, ante los ojos de muchos, habían sido las principales responsables del estallido de la segunda guerra mundial: Alemania e Italia. La hipótesis del estudio quedaría así convenientemente corroborada: las democracias de Estados Unidos y Gran Bretaña eran las más estables y sólidas gracias a la fortaleza de sus culturas políticas, en tanto que las democracias de Alemania e Italia eran inestables y frágiles debido a la fragilidad de éstas.

Sin embargo, la selección de países que hicieron Almond y Verba no fue la más afortunada. En primer lugar, a pesar de que en la parte introductoria del estudio decían que una condición que habían puesto a la selección de países era que se tratara de regímenes democráticos, no hicieron mayor distinción entre modelos de democracia, niveles de desarrollo político u otro tipo de indicadores sociopolíticos.11 Por esta razón, llama inmediatamente la atención que desde el principio del estudio se refieran a Estados Unidos y Gran Bretaña como a las democracias más exitosas, sin explicar nunca esta distinción. Al parecer, este juicio lo expresaban atendiendo más a la continuidad de estos gobiernos que a la calidad o antigüedad de la democracia.12 De haber atendido a otros criterios, se habrían encontrado con que todavía en esa época en Estados Unidos un sector significativo de la población, los negros del sur, estaban prácticamente imposibilitados de ejercer sus derechos políticos; o que hasta hacía muy poco tiempo se había conservado en Gran Bretaña el aristocrático voto plural.

No obstante, tal vez el mayor desatino en la selección de países, y el que ha sido más criticado, sea la inclusión de México. Este desatino puede llegar casi a la incongruencia si se atiende al hecho de que por esta época la abrumadora mayoría de los especialistas en política comparada y en política nacional mexicana coincidían en que México estaba lejos de poder ser incluido entre los sistemas de gobierno democrático, o bien, que sólo podía ser considerado un régimen democrático de estatuto muy especial . Así, siendo que Almond y Verba habían puesto como condición de su selección que se tratara de países democráticos, no deja de extrañar que hayan pasado por alto semejante restricción.

Además, es muy probable que de los cinco países incluidos México sea el país que los autores menos conocían, pues es lo que parecen indicar sus interpretaciones erróneas y desafortunadas de la realidad política mexicana. Uno de los ejemplos más notables de esto es la interpretación que dan a la respuesta de los entrevistados sobre el sentido de su voto en las elecciones de 1958.

Aquí, los autores encontraron no sólo que los mexicanos estaban empatados con los británicos y estadounidenses en su disposición a revelar la decisión tomada en las elecciones locales, ya que en los tres casos tan sólo el 1% se había negado a proporcionar esta información, sino además encontraron que los mexicanos habían superado ligeramente a los británicos y estadounidenses en este mismo indicador correspondiente a las elecciones nacionales. En tanto que los italianos fueron los que calificaron más bajo en este indicador, pues el 32% se negó a revelar su voto, Almond y Verba interpretaron sencillamente que los mexicanos, a diferencia de los italianos, ¡no tenían nada que ocultar, en tanto que la mayoría de ellos votaba por el entonces partido dominante, el PRI! Así, de haber conocido un poco más el caso mexicano, se habrían percatado de que por aquel entonces el PRI no era sólo un partido dominante, sino prácticamente hegemónico, cercano a la exclusividad. En esa época, los analistas de la política mexicana sabían muy bien que las estadísticas electorales eran todo menos un instrumento confiable para analizar el comportamiento político de los mexicanos, además de que las elecciones se celebraban generalmente bajo un clima de coacción y persecución. Cierto, una de las restricciones más importantes de la política comparada es la imposibilidad humana de conocer a fondo cada país, pero en este caso, el desconocimiento de un hecho tan notable provoca una interpretación más que imprecisa.13

Otro de los elementos que ilustran lo desatinado de la inclusión de México o, al menos, de su tratamiento, es la restricción metodológica que se advierte desde la Primera parte del libro, en donde se explica que debido a las precarias condiciones de la infraestructura de comunicaciones en el país el estudio se aplicó sólo en las poblaciones que tenían más de 10 000 habitantes. Así, no se consideró, o no se tomó seriamente en cuenta, que en un país abrumadoramente rural como era México en esa época, con más del 60% de la población ubicada en el medio rural, una discriminación de este tipo produciría importantes distorsiones en los resultados. Muy probablemente el sesgo que ello produjo explica el hecho de que varios de los indicadores y cuadros elaborados con los resultados ubiquen a México por encima de Alemania e Italia, o incluso, como se ha mostrado, encima de Estados Unidos y Gran Bretaña, lo cual habría llamado inmediatamente la atención a los investigadores familiarizados con la sociedad mexicana, quienes habrían percibido el claro desajuste de la imagen que proyecta el estudio.14

 

LA FORMULACIÓN TEÓRICA

Independientemente de lo desafortunado de la selección de países, The civic culture se convirtió en una de las grandes aportaciones a la ciencia política en el siglo XX. Uno de sus mayores méritos es explicar, sistematizar y aplicar una teoría de la cultura política que contribuya al esclarecimiento de los procesos políticos, labor que a pesar de venirse realizando con anterioridad, no había recibido todavía un tratamiento similar al que le dieron Almond y Verba.

Como lo resumiría claramente después Almond, la teoría de la cultura política que sustenta al estudio consta de cuatro elementos básicos:

1. La cultura política es el campo de orientaciones subjetivas hacia la política de una determinada población nacional, o bien, de un segmento de ella.

2. La cultura política tiene componentes cognitivos, afectivos y evaluativos (que incluyen conocimientos y creencias sobre la realidad política, sentimientos con respecto a la política y compromisos con ciertos valores políticos).

3. El contenido de la cultura política es el resultado de la socialización infantil, la educación, la exposición a los medios de comunicación y las experiencias adultas con el desempeño gubernamental, social y económico.

4. La cultura política afecta la estructura y el desempeño político y gubernamental; la constriñe, ciertamente, pero no la determina. Las vinculaciones causales entre cultura y estructura y desempeño van en los dos sentidos.15

El primer elemento de esta definición especifica dos condiciones de la cultura política: uno, que se trata de orientaciones subjetivas, y el otro, que éstas pueden corresponder al conjunto de la población general, o bien, sólo a un segmento de ella, es decir, constituir una subcultura.

El énfasis de que se trata de orientaciones subjetivas resulta fundamental para la teoría de la cultura política ya que en este caso el adjetivo "subjetivo" se refiere tanto al individuo como a su percepción personal de las cosas, no objetiva.16 Almond considera que una de las contribuciones más importantes de esta teoría es que señala la diferencia entre la realidad y la percepción individual de la política, es decir, que aunque exista una realidad política institucional, efectiva y operante, ésta no necesariamente se corresponde con la percepción que tienen de ella los individuos de una sociedad. Se desprende de ello que los fundamentos de la estabilidad de un régimen no se encuentran exclusivamente en las instituciones y prácticas políticas efectivas, sino también, y en buena medida, en lo que los individuos perciban de ellas. En el caso de los gobiernos democráticos, esto significa que no basta con que sus instituciones se comporten como tales, sino que es necesario que los individuos así lo crean.17

No obstante la importancia de considerar los aspectos subjetivos de la cultura, Almond pasa por alto que la cultura se compone no sólo de lo que la gente piensa, sino también de lo que hace. Una parte fundamental del análisis cultural es sin duda alguna la diferenciación e identificación de ambos aspectos, pero la interpretación de una cultura que se base sólo en uno de ellos corre el riesgo de mostrar una imagen parcial. Almond y Verba corrieron ese riesgo al describir la cultura política de los cinco países que incluyeron en el estudio basándose tan sólo en impresiones subjetivas, en las respuestas que daban los individuos a sus preguntas. A pesar de que pudieron haber confrontado muchos de sus resultados con diferentes registros y estudios sobre la conducta real y verificable de los individuos de esos países, lo cual habría dado una imagen más amplia de su cultura, no lo hicieron así, ofreciendo tan sólo un panorama exclusivamente subjetivo.18

¿Porqué no cotejaron los resultados arrojados por el estudio acerca de la membresía en organizaciones sociales con el índice de afiliación sindical o partidista en cada país, por ejemplo; o el grado de cognición política con la circulación de periódicos; o la disposición a influir en las autoridades políticas con el número de manifestaciones públicas, o bien; el grado de confianza interpersonal con los índices de criminalidad? En un país como Estados Unidos en donde los índices de criminalidad superan a la mayor parte de las sociedades occidentales y donde el número de abogados y demandas civiles destacan también por su cuantía, debe sorprender, o requerir una explicación adicional, el hecho de que los individuos manifiesten un grado de confianza interpersonal mayor que muchas otras sociedades donde estos indicadores están muy por debajo.

La segunda condición que específica este primer elemento de la definición es que la cultura política puede referirse a toda la población nacional, o bien, sólo a un segmento de ella, a una subcultura. Esta especificación establece una clara diferencia con respecto a los estudios y las tipologías que hasta ese momento se venían haciendo sobre el "carácter nacional". Esa tradición se caracterizaba generalmente por atribuir al carácter nacional una distribución homogénea entre la población, estableciendo así un estereotipo de lo que debía considerarse lo francés, lo inglés, lo alemán o lo japonés. Almond, que considera precisamente a Ralph Linton el creador del concepto de subcultura, incorpora a su propia teoría la idea de que las características culturales de una población no son homogéneas, sino por el contrario, frecuentemente resultan bastante heterogéneas. En el caso de la cultura política, no sólo se percató de esta divergencia, sino que pudo observar cómo en algunas ocasiones la subcultura política de ciertos segmentos de la sociedad se encontraba mucho más próxima a la de los segmentos similares de otras sociedades que al resto de la población de su propio país.

El segundo elemento de la definición da cuenta de la compleja mezcla de creencias, ideas y sentimientos que confluyen en la cultura política. Desde esta perspectiva, la cultura política de un individuo implica una amplia gama de impresiones subjetivas; desde las cognitivas, que dan cuenta de lo que un individuo sabe y conoce de las cuestiones políticas de su país, lo que da un margen muy pequeño a la valoración subjetiva, hasta las cuestiones afectivas, que pueden considerarse las actitudes más subjetivas, pues se refieren simplemente a la manera en que un individuo percibe los objetos políticos de su sociedad, sin que haya ningún parámetro para juzgar su certeza, justificación o legitimidad.

El tercer elemento de la definición constituye una de la principales conclusiones de The civic culture. Como ya se ha dicho antes, Almond reconoce que su teoría de la cultura cívica debe mucho a los intelectuales alemanes que emigraron a Estados Unidos huyendo del nazismo, quienes le permitieron profundizar el contacto con las ideas en torno a la personalidad política, particularmente a la personalidad autoritaria.

La teoría de la personalidad política que proponían muchos de estos intelectuales alemanes, como Horkheimer, Fromm, Adorno y Marcuse debía mucho, a su vez, a la teoría psicoanalítica de Freud, para quien la etapa infantil del individuo contenía la experiencia y el momento definitorio del carácter correspondiente a la vida adulta. Infancia es destino, como suele comprimirse este principio del psicoanálisis.19

Almond también recibió la influencia de Harold Lasswell en este mismo sentido, y como se ha dicho ya en el inciso anterior, su propia teoría de la personalidad y la cultura política se basó originalmente en la idea de que la socialización infantil resultaba determinante para el carácter de la vida adulta, como lo muestran sus planteamientos en How to observe and record politics, The appeals of communism, American people and foreign policy y The political attitudes of wealth. Sin embargo, como se ha dicho, en The civic culture se aleja de este planteamiento inicial y otorga a la socialización infantil una importancia secundaria, terciaria en realidad, en la conformación de la cultura política.

El cuarto elemento de la definición toca uno de los temas más complejos y espinosos de la teoría: la relación entre cultura y estructura política. En este enunciado se expresa claramente que no hay una relación unidireccional determinante entre cultura y estructura, sino que ambas se influyen recíprocamente.

No obstante, una lectura atenta de The civic culture evidencia que una de sus hipótesis más importantes era que la cultura política ejerce una influencia determinante sobre la estructura.20

Esta hipótesis no sólo se menciona explícitamente en el libro, sino que además, si se atiende al planteamiento general del estudio, puede también deducirse. Como puede desprenderse claramente del recuento histórico que sobre cada país hacen en el capítulo 14, Almond y Verba atribuían a la cultura política una continuidad y perdurabilidad notables. Con esta presunción teórica como base, los resultados empíricos que previsiblemente arrojaría el estudio, reflejando una cultura política democrática más sólida en Estados Unidos y Gran Bretaña de la que había en la Alemania e Italia de esta época, finales de los cincuentas, explicarían convincentemente porqué los gobiernos de los primeros se habían conservado mientras que las instituciones políticas de los segundos habían cedido a los embates del fascismo, con lo cual se confirmaría su hipótesis sobre la preeminencia de la cultura sobre la estructura.21

Sin embargo, Almond cambió de opinión sobre este aspecto a lo largo de los años. Debido tal vez a la crítica, o a las enseñanzas que obtuvo de la propia experiencia, las últimas versiones que ha dado de la teoría de la cultura política rechazan esa crítica y afirman que el planteamiento original siempre ha sido la influencia recíproca entre cultura y estructura.22 Del mismo modo, Almond también parece haber cambiado de opinión en lo que respecta a la continuidad y perdurabilidad de la cultura política, pues en tanto que éste parecía ser uno de los rasgos más característicos de la teoría, sus posteriores reformulaciones aceptan que ésta es muy variable y flexible, cambio de opinión que se debió en buena medida, como él mismo lo expresa, a las convulsiones políticas que experimentó el mundo, y su propio país, en las décadas de los sesentas y setentas.23 No obstante, es difícil explicarse porqué si acepta este cambio de opinión, no reconoce del mismo modo al primero, lo cual sería igualmente legítimo.24

Aunque Almond y Verba dedican un amplio espacio a explicar la congruencia que debe existir entre la cultura y la estructura política de una sociedad, esta relación nunca fue del todo esclarecida. Su planteamiento básico a este respecto consistía en que estructura y cultura debían ser congruentes, pues de lo contrario se generaría una inestabilidad en el régimen político, que forzaría a que tarde o temprano se ajustara uno de los dos polos para recuperar el equilibrio del régimen.

Un claro ejemplo de la inconsistencia de la explicación teórica sobre la congruencia entre cultura y estructura son los casos de Alemania e Italia. Siguiendo este principio, parecía pertinente la explicación de que la incongruencia entre ambos aspectos en la Alemania e Italia de entreguerras había forzado un ajuste necesario: teniendo ambos países fuertes ingredientes autoritarios arraigados en sus culturas políticas, había sido imposible sostener las instituciones democráticas que se habían creado, tensión que había conducido al ajuste por la vía del elemento más moldeable, las instituciones políticas, dando paso así a los regímenes fascistas.

Pero si esta explicación se deducía lógicamente de los principios teóricos contenidos en The civic culture, la posterior reformulación de la teoría, que admitía la influencia recíproca entre cultura y estructura, no explicaba del todo la etiología de la cultura política un tanto autoritaria que Almond y Verba encontraron a finales de los cincuentas. ¿Acaso era ésta producto de los regímenes fascistas que estos países recién habían sufrido? Si este hubiera sido el caso, se estaba frente a una situación en la cual la estructura había determinado a la cultura, tal como lo admite la versión revisada de la teoría, pero entonces había que echar por tierra la formulación original de ésta junto con la mencionada explicación histórica de la formación cultural alemana e italiana que Almond y Verba habían ofrecido en el Capítulo 14 de The civic culture, en donde sugieren que ya estaban ahí las semillas del autoritarismo, por lo que no había que atribuírselas al fascismo. Como puede observarse, la aceptación de la versión reformada de esta parte de la teoría cuestionaría las bases estructurales de todo el estudio, en tanto que la conservación de la formulación original es, según el propio Almond, insostenible, por lo que no es sencillo elegir entre una y otra.25

Entonces, como no es fácil conciliar las dos presentaciones de la teoría de la cultura política, si hay que hacerle caso a la formulación más reciente que de ella ha hecho Almond, habrá que quedarse con la idea de que la estructura y la cultura se determinan recíprocamente y no hay en ninguna de ellas un factor condicionante de la otra. Desde esta perspectiva, entonces tampoco parece tan acertada y justificada la crítica que se hace en la Primera parte del libro a la tradición formalista e institucionalista de la ciencia política, la cual había concentrado su atención exclusivamente en los aspectos estructurales de la política, descuidando los aspectos culturales, sociales y psicológicos que el conductismo vino a rescatar.

Ciertamente, la crítica del conductismo iba en el sentido de la concentración exclusiva en las instituciones, no en su estudio, el cual siempre consideró importante. Más aún, en la mayor parte de los trabajos que ha dedicado al tema de la historia de la ciencia política, Almond ha sido muy cuidadoso para no desestimar la importancia del estudio de las instituciones políticas, sin embargo, más allá de esta declaración de principios, una breve revisión de las obras típicas de los conductistas, incluidas por supuesto las del propio Almond, mostraría claramente que ellos también han incurrido en un exceso, precisamente el opuesto, dado que con su insistencia en el estudio del comportamiento político real de los individuos han prestado poca atención al efecto real de las instituciones en ellos.

 

LA CULTURA CÍVICA

Hasta ahora se ha hecho alusión en este escrito a la cultura política democrática, pero esto no es del todo preciso, no al menos en los términos de Almond y Verba que escribieron The civic culture precisamente con la intención de crear ese nuevo concepto, la cultura cívica. El propósito explícito del estudio fue mostrar que la cultura política congruente con el gobierno democrático no era la cultura democrática planteada por la teoría clásica, ya que ésta supone una cultura de participación política intensa y activa, lo cual no sólo es ajeno a la realidad cultural de las sociedades democráticas, sino que en caso de que se diera, constituiría más un factor de amenaza y acoso para el gobierno democrático que de apoyo.

Declarándose en repetidas ocasiones admirador y seguidor de Aristóteles, Almond ha dicho que así como éste llegó a la conclusión de que el mejor gobierno era el mixto, del mismo modo él había concluido que la mejor cultura política era la mixta, la que combinaba lo tradicional con lo moderno, o en los términos que junto con Verba acuñó, aquella que mezclaba las orientaciones parroquianas, subordinadas y participativas. Del mismo modo, el ciudadano democrático ideal para Almond no es aquel plenamente participativo, sino igualmente el que combinara esas tres orientaciones.

¿En qué medida o proporción deben mezclarse estas tres orientaciones para que una determinada cultura pueda considerarse cívica? Bueno, esa es una cuestión que Almond nunca abordó satisfactoriamente en The civic culture. En un pasaje de este texto, plantea que una cultura política puede considerarse cívica cuando en una gran proporción de los individuos de esa sociedad predominan las orientaciones participativas, sin embargo, no dejó del todo claro en qué proporción debían estar presentes este tipo de individuos.26

Es verdad que la elaboración de un índice que indicara las proporciones exactas que debían agregarse para integrar una cultura cívica no era algo sencillo, sin embargo, un tiempo después, en Comparative politics today, Almond abordó nuevamente esta cuestión para dar índices precisos de las mezclas de orientaciones políticas correspondientes a una serie de modelos de culturas políticas. En este texto, se establecen cuatro tipos distintos de culturas políticas a las que corresponde una mezcla específica de orientaciones. Para el primer modelo, la Democracia industrializada, se determina que aproximadamente el 60% de los individuos tienen una orientación participativa, el 30% una de súbdito y el 10% una parroquiana; al segundo modelo, la Autoritaria industrializada, corresponde un 10% con orientación participativa, un 80% de súbditos, y un 10% de parroquianos; para el tercer modelo, la Autoritaria en transición, se considera un 10% de orientación participativa, un 60% de súbditos y un 30% de parroquianos; y para el cuarto modelo, la Democrática preindustrializada, se plantea un 10% con orientación participativa, un 30% de súbditos y un 60% de parroquianos.27

No obstante esta clasificación de modelos de culturas políticas, bastante más explícita que los comentarios que en torno a ello se habían hecho en The civic culture, Almond ha dejado irresueltos algunos problemas relevantes.

En primer lugar, como ya se ha dicho, Almond y Verba plantean, sin explicar sus razones, que Gran Bretaña y Estados Unidos son las democracias más exitosas, también las que más se acercan a la cultura cívica. No obstante, si acuñaron el concepto de cultura cívica para diferenciarlo del modelo ideal de cultura política democrática, y encontraron que en estos dos países se daba la mezcla de orientaciones que le atribuían, no deja de resultar paradójico que no determinen llanamente que estos dos países son ejemplos prácticos de cultura cívica y no los que más se le acercan. Así como, por ejemplo, Robert Dahl creó el concepto de poliarquía para referirse a los sistemas democráticos realmente existentes y diferenciarlos del ideal, con lo cual podía decir claramente que algunos países eran poliarquías y otros no, del mismo modo debía servirles el concepto de cultura cívica a Almond y Verba.

En segundo lugar, Almond y Verba evadieron un problema complejo al no tratar de establecer un indicador o un mecanismo preciso para determinar si una cultura política era cívica o no. Para hacer esto, probablemente hubieran tenido que hacer algo así como lo que hizo Almond en Comparative politics today, sin embargo, aún la elaboración de un modelo semejante habría planteado el problema de elegir un indicador específico o una variable para determinar la orientación política predominante en cada individuo, ya que son varios los que se usan en The civic culture; algo que tampoco resultaba nada sencillo.

Además, a pesar de la clasificación ofrecida en Comparative politics today, queda pendiente otro problema. En tanto que la cultura política de las sociedades modernas se compone de una mezcla de orientaciones políticas, cuyas proporciones indican cuáles son cívicas y cuáles no, está claro que aún las sociedades que tienen algún tipo de régimen autoritario poseen alguna medida de orientaciones participativas, sobre todo aquellas que ya han tenido la experiencia histórica de un gobierno democrático, como España y Portugal en los años sesenta, o bien, como la Alemania e Italia de entreguerras, cuyo régimen autoritario había desplazado a gobiernos democráticos. Así, es muy probable que de haberse incluido en The civic culture regímenes autoritarios de este tipo, como el español o portugués, Almond y Verba se hubieran encontrado con un mezcla compleja de orientaciones, tal vez similar a la alemana o italiana, lo cual les hubiera planteado el dilema de qué tipo de cultura se trataba, de una próxima al civismo o de una cercana al autoritarismo, o bien, siguiendo la clasificación de Comparative politics today, de una perteneciente al modelo de la Autoritaria en transición o de la Democracia industrializada. Ante tal dilema, y a juzgar por la metodología que siguieron Almond y Verba, muy probablemente habrían tenido que considerarlas culturas autoritarias, pues así como se guiaron esencialmente por el tipo de instituciones políticas para considerar si era o no democrático el régimen político de los países que incluyeron, como hicieron con México, del mismo modo tendrían que haber hecho lo respectivo con los países de instituciones políticas autoritarias, es decir, poner en el primer plano de observación a las instituciones, lo cual, desde la perspectiva conductista del estudio, no deja de tener un cierto aire de ironía.

En tercer lugar, una cuestión todavía más seria es la que se refiere al tipo de participación política que Almond y Verba tomaron en cuenta. Como puede deducirse a partir de una observación general, la participación política en las sociedades modernas puede adoptar muchas formas y canales de expresión, que incluyen manifestaciones en espacios públicos, bloqueos de vías de comunicación, cartas o mensajes a agencias gubernamentales o medios de comunicación, participación en organizaciones sociales, emisión del voto, etc. Sin embargo, aun cuando Almond y Verba no son muy explícitos en esto, todo parece indicar que el tipo de participación política que tomaron más en cuenta, y que consideraron determinante para evaluar la orientación participativa de la cultura cívica, fue la participación en organizaciones sociales. Obviamente esto no es casual, pues este tipo de participación política es el que se considera más importante en los países anglosajones, modelo a partir del cual evaluaron a las otras instituciones y culturas políticas. No obstante, si Almond y Verba hubieran tenido en cuenta otros canales de participación política, como las elecciones, por ejemplo, que sin duda alguna puede considerarse el más obvio, común y legítimo, no sólo podrían haber tenido más elementos de juicio para evaluar a estas culturas políticas, sino tal vez habrían tenido que modificar sus conclusiones.

Así, de haber considerado los resultados electorales de la época se habrían encontrado, por ejemplo, que en la elecciones generales italianas de 1958 se tuvo una concurrencia del 94%; en las elecciones al Bundestag de Alemania de 1961 la participación llegó al 88%; en las elecciones británicas para la Cámara de los Comunes de 1959 se alcanzó una votación de 79%; en las elecciones intermedias de México de 1961 se llegó al 68%; y en las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 1963 se alcanzó solo el 63%. Como puede verse, si se hubieran atendido a esta modalidad de participación política, Almod y Verba habrían comprobado y habrían tenido que explicar porqué Gran Bretaña ocupaba el tercer lugar y Estados Unidos el último; y porqué Italia y Alemania, los países que consideraban más atrasados y más fragmentados en su cultura política, obtenían las primeras posiciones.28

En cuarto lugar, otra distorsión notable que se produce debido a la adopción del modelo democrático anglosajón tiene que ver con la mezcla de orientaciones políticas en el propio individuo. En la parte final del libro Almond y Verba plantean que los individuos de una democracia pueden tratar de influir en las decisiones políticas por dos vías: dirigiéndose directamente a las autoridades políticas, especialmente a los representantes populares, o bien, dirigiéndose a las autoridades administrativas, particularmente a los funcionarios públicos de las agencias gubernamentales. Desde su perspectiva, la primera vía constituye la etapa más avanzada de la maduración histórica y política del individuo; la que los convierte en plenos ciudadanos, mientras que la segunda debe considerarse una etapa previa; una actitud más característica del súbdito que del ciudadano. No obstante, no reparan en que esta diferencia de inclinaciones puede deberse en buena medida a las dinámicas de los distintos sistemas electorales que operan en las democracias, es decir, que no son necesariamente una secuencia de evolución histórica de la cultura política.

Sabido es que el sistema electoral anglosajón se caracteriza por la representación mayoritaria: la elección de un representante popular por cada uno de los distritos electorales en que se divide el territorio del país. En este tipo de sistema, desde la misma campaña electoral, se da una relación directa entre el representante popular y los electores del distrito, quienes no sólo pueden plantearle directamente sus demandas políticas, sino tratar de que éste se comporte como un fideicomisario. Más aún, el sistema puede degenerar hasta convertirse en una relación clientelar. En cambio, en los sistemas de representación proporcional los electores no eligen directamente a una persona, sino que votan listas electorales elaboradas por los partidos políticos para distritos plurinominales, o incluso, para el conjunto de la nación, por lo que el elector no tiene nunca una relación directa con el representante. Así, en el sistema mayoritario es perfectamente factible y útil que los ciudadanos se dirijan a sus representantes populares, las autoridades políticas, para plantear sus demandas, pero en un sistema proporcional esto no sólo es poco factible, sino tal vez sea mucho menos efectivo que dirigirse directamente al gobierno, a las autoridades administrativas. Como puede verse, la adopción del modelo político anglosajón provoca una distorsión más, sugiriendo en este caso que las diferencias entre dos sistemas electorales se interpreten como fases secuenciales de la evolución en la madurez política de los ciudadanos.

 

ENCUESTAS Y CULTURA POLÍTICA

Finalmente, no sería conveniente concluir estas reflexiones sobre el concepto de cultura cívica sin hacer dos comentarios adicionales sobre los problemas metodológicos del estudio, particularmente sobre la técnica de la encuesta, base no sólo de The civic culture, sino muy probablemente el recurso metodológico por excelencia del conductismo.

El primero de ellos tiene que ver con la conexión entre las percepciones subjetivas de los individuos y el estado de las instituciones políticas. Almond y Verba están plenamente conscientes de que las percepciones de los individuos no necesariamente corresponden con la realidad social, pues hay entre ambos una brecha en la cual los procesos subjetivos pueden distorsionar las percepciones. No obstante, esta precaución no parece aplicarse adecuadamente a la interpretación de muchos de los resultados. Esta incongruencia puede observarse claramente en la interpretación de las respuestas que dan los individuos sobre la injerencia de las agencias gubernamentales en sus vidas cotidianas; por ejemplo, el trato que reciben por parte de la policía. Las respuestas distintas de las personas entrevistadas de los cinco países en cuestión se interpretaron siempre como un problema de percepción individual, de la situación de la cultura política, cuando muy probablemente se trataba de diferencias objetivas del desarrollo de las instituciones gubernamentales, de los aparatos de seguridad pública, en este caso, y del trato que éstas dispensan a los ciudadanos. Del mismo modo, Almond y Verba no parecen reparar en que los ciudadanos británicos probablemente perciban más claramente y en mayor medida la acción del gobierno porque éste realmente incide más en sus vidas que en otros casos. Como lo explican autores como Daniel Lerner o Samuel Huntington, un signo de la modernización política es precisamente que los gobiernos, ya sean locales o nacionales, interfieren en mayor medida en la vida cotidiana de las sociedades modernas que de las tradicionales. En resumen, no parece advertirse que las percepciones subjetivas pueden ser producto de la diferencia entre las propias instituciones y no del estado de la cultura política.29

El segundo comentario tiene que ver con la pertinencia de sumar las opiniones individuales para inferir los rasgos culturales de una sociedad. Este es un procedimiento común y aceptado de la técnica de la encuesta; preguntar a los individuos su opinión con respecto a un asunto particular y luego sumar las respuestas positivas, negativas o neutras para deducir de ahí la opinión pública al respecto. Este es uno de los recursos más importantes para la elaboración de encuestas electorales, las cuales si bien en algunas ocasiones fallan en sus pronósticos, su técnica ha mejorado al grado de que frecuentemente aciertan en su previsión.

No obstante, hay muchos otros aspectos de la vida pública y privada que pretenden explorarse por medio de esta técnica que no parecen tan susceptibles a ella; hay una serie de comportamientos en la familia, la escuela o el trabajo que no se desarrollan en la realidad de acuerdo a la opinión que el mismo individuo tiene de ellos.30 En estos casos, no sería conveniente despreciar del todo la función de observación e interpretación del propio investigador de la conducta social.

Almond, en un famoso ensayo sobre las distintas corrientes y escuelas de la ciencia política, divide la metodología de los estudios sociales en blanda y dura, atribuyendo la primera al tipo de estudios clínicos "densamente descriptivos" como los de Clifford Geertz, y la segunda a los estudios de carácter cuantitativo y estadístico del tipo de la encuesta o la teoría formal de la política.31 Sin embargo, cabe preguntarse qué tan blanda es la metodología que usan investigadores como Clifford Geertz, cuando el mismo Tocqueville escribió un libro sobre la cultura política de los estadounidenses usando esta metodología, el cual sigue siendo admirado por lo atinado de sus juicios; o bien, qué tan dura puede considerarse una metodología que se basa en la encuesta considerando las fallas antes señaladas en los estudios hechos por Almond? Es verdad que no hay muchos observadores de la talla y agudeza de Tocqueville, así como también es cierto que los errores metodológicos de las encuestas pueden evitarse y reducirse a un mínimo; en todo caso, lo mejor sería no separar tan drásticamente los recursos metodológicos en blandos y duros, sobre todo estando conscientes de que la combinación y uso alternativo de todos ellos puede servir mejor a los propósitos de la ciencia social.

 

REFERENCIAS

1 Almond, Gabriel y Sydney Verba. The civic culture. Princeton University Press, Princeton, 1963.        [ Links ]

2 El mismo Almond llegó a considerarse miembro de este enfoque. Véase: Almond, Gabriel A. Political development. Essays in heuristic theory. Little, Brawn and Company, Boston, 1970, p. 154.         [ Links ] Véase también: Price–Williams, Douglass R. Por los senderos de la psicología intercultural. FCE, México, 1975;         [ Links ] y: Hyman, Herbert H. Political socialization. A study in the psychology of political behavior. Free Press, New York, 1959        [ Links ]

3 Véase: Rosenbaum, Walter A. Political culture. Praeger, New York, 1975.        [ Links ]

4 Almond, Gabriel. The appeals of communism. Princeton University Press, Princeton, 1965 (11954).        [ Links ]

5 Véanse los escritos reunidos en el libro de Ward, Robert E. (et. al.), Studying politics abroad. Field research in the developing areas. Little, Brown and Co., Boston, 1964.        [ Links ]

6 Benedeict, Ruth. El crisantemo y la espada. Alianza, Madrid, 2002 (11946).        [ Links ]

7 Véase Almond, Gabriel A. "The resistance and the political parties of Western Europe" Political Science Quarterly, Vol. 62, No. 1, Mar. 1947;         [ Links ] Almond, Gabriel. "The christian parties of Western Europe" World Politics, Vol. 1, No. 1, Oct. 1948;         [ Links ] Almond, Gabriel A. "The political ideas of christian democracy", The Journal of Politics, Vol. 10, No. 4, Nov. 1948;         [ Links ] Almond, Gabriel A. y Wolfang Krauss. "The size and composition of the anti–nazi opposition in Germany" PS: Political Science and Politics, Vol. 32, No. 3, Sep. 1999.        [ Links ]

8 En un ensayo clásico, Margaret Mead plantea que el afán comparatista de la academia norteamericana se debe en alguna medida a la carencia de una larga historia nacional. A diferencia de las sociedades europeas, que buscan frecuentemente la esencia de su carácter nacional en esa herencia, los estadounidenses, al carecer de ella, se afanan en comparar su sociedad con otras, sin tener siempre en cuenta las diferencias que a veces puede producir esa pesada carga que es una larga historia nacional. Véase Mead, Margaret. "The study of national character" en The policy sciences. Lerner, Daniel and Harold D. Lasswell (eds.) Stanford University Press, Stanford, 1951.        [ Links ]

9 Lerner, Daniel. The passing of traditional society. Modernizing the Middle East. Free Press, Glencoe, 1964 (11958);         [ Links ] Riesman, David, Nathan Glazer y Reuel Denney. The lonely crowd. A study of the changing american character. Doubleday Anchor Book, New York, 1953 (11950);         [ Links ] Campbell, Angus, Philip E. Converse, Warren E. Miller y Donald E. Stokes. The american voter. John Wiley & Sons, New York, 1965 (11960).        [ Links ]

10 Almond proporciona una serie de interesantes datos y anécdotas sobre el proyecto y su teoría en "The intellectual history of the civic culture concept." Almond, Gabriel, A. y Sidney Verba (eds.)The civic culture revisited. Little, Brown and Company, Boston, 1980;         [ Links ] y en "The Civic Culture: Retrospetct and Prospect" y "Civic Culture as Theory" Almond, Gabriel. Ventures in political science. Op cit.

11 A pesar de que en otras obras Almond llegó a establecer una extensa tipología de sistemas políticos democráticos, y que incluso se refirió a Alemania e Italia como a democracias inmovilistas y a México como una democracia tutelar, en The civic culture no hay mayor alusión a este tipo de clasificaciones y distinciones. Véase Political development. Op. cit., pp. 156, 177; Almond, Gabriel A. y James S. Coleman (eds.) The politics in the developing areas. Princeton University Press, Princeton, 1960. p. 53;         [ Links ] y Almond, Gabriel y G. B. Powell. Política comparada. Una concepción evolutiva. Paidós, Buenos Aires, 1978 (11966) pp. 219–220.        [ Links ]

12 Una amplia crítica en este sentido puede encontrarse en Lijphart, Arend. "The structure of inference" en Almond, Gabriel y Sydney Verba. The civic culture revisited. Op cit.

13 Hay dos ilustraciones más de lo poco familiarizado que está Almond con el caso mexicano. Una se puede encontrar en las conclusiones que escribió junto con Robert Mundt para el libro Crisis, choice and change. Historical studies of political development. Little, Brown and Company, Boston, 1973, p. 637,         [ Links ] el cual editaron junto con Scott C. Flanagan, y donde llegan a confundir a los Cedillistas con los Callistas, lo que no carece de significación para cualquiera que conozca la historia política de la época cardenista en México. La otra se encuentra en Política comparada Op. Cit., p. 226, en donde llama al sector popular del PRI el "sector público" lo cual, carente de relevancia en la interpretación general de ese texto, constituye otra confusión significativa en la historia política mexicana.

14 La crítica de este aspecto particular del estudio puede encontrarse en Hansen, Roger D. La política del desarrollo mexicano. Siglo XXI, México, 1990,         [ Links ] especialmente en el Capítulo 7; y en Craig, Ann L. y Wayne A. Cornelius. "Political culture in México: Continuities and revisionist interpretations" en Almond, Gabriel y Sydney Verba. The civic culture revisited. Op. cit.

15 Esta enumeración puede encontrarse en Almond, Gabriel A. " The study of political culture" en Berg–Schlosser, Dirk y Ralf Rytlewski (eds.). Political culture in Germany. Macmillan, St. Martin's, 1993.        [ Links ]

16 "La cultura política es el patrón de actitudes individuales de orientación con respecto a la política para los miembros de un sistema político. Es al aspecto subjetivo que subyace en la acción política y le otorga significado." Política comparada. Op. cit. p. 50.

17 Uno de los indicadores más importantes de los estudios posteriores sobre la cultura política es el grado de bienestar subjetivo que manifiestan los entrevistados, es decir, una medida que no precisamente indica sus condiciones objetivas de vida, sino la impresión subjetiva que de esta tienen los individuos. Véase Inglehart, Ronald. El cambio cultural en las sociedades industriales avanzadas. CIS, Madrid, 1991.        [ Links ]

18 No es fácil acogerse a una definición de cultura, el número que se ha dado de ella rebasa la imaginación, sin embargo, Ralph Linton, una de las principales influencias antropológicas de Almond, da una que incluye tanto los aspectos subjetivos como los objetivos: "Una cultura es la configuración de la conducta aprendida y de los resultados de la conducta, cuyos elementos comparten y transmiten los miembros de una sociedad." Linton, Ralph. Cultura y personalidad. FCE, México, 1983 (11945), p. 45.        [ Links ]

19 Almond planteó explícitamente que uno de los objetivos de The civic culture era poner a prueba ésta y algunas otras hipótesis del enfoque psicocultural. Véase Political development. Op. cit. p. 156.

20 Posteriormente, Almond negó dicha afirmación en estos términos: "La crítica de The civic culture que afirma que la cultura política causa la estructura política es incorrecta... Resulta bastante claro que la cultura política es tratada tanto como una variable dependiente como independiente, causando la estructura y siendo causada por ella." Almond, Gabriel. "The intellectual history of the civic culture concept." Op cit., p. 29. Sin embargo, los términos originales de su planteamiento no concuerdan del todo con esta reformulación, más aún, parecen inequívocos en el sentido contrario: "Los estadistas que tratan de crear una democracia política a menudo se concentran en la creación de una serie de instituciones democráticas gubernamentales y en la redacción de una constitución. O se concentran en la formación de un partido político que estimule la participación de masas. Pero el desarrollo de un gobierno democrático efectivo y estable depende, más que de la estructura política y gubernamental, de las orientaciones que la gente tiene hacia el proceso político –de la cultura política. A menos que la cultura política sea capaz de sustentar al sistema democrático, las oportunidades para el éxito del sistema son escasas." Almond, Gabriel A. y Sidney Verba. The civic culture. Op. cit. p. 498.

21 Una crítica reciente de este aspecto en particular y del conjunto de la teoría de Almond y Verba puede encontrarse en Przeworski, Adam, José Antonio Cheibub y Fernando Limongi. "Democracia y cultura política" Metapolítica, Num. 33, Vol. 8, ene–feb 2004.        [ Links ]

22 Una de las críticas más conocidas sobre este aspecto se debe a Barry, Brian. Los sociólogos, los economistas y la democracia. Amorrortu, Buenos Aires, 1974,         [ Links ] Capítulo 3.

23 Almond lo reconoce de este modo: "Lo que aprendimos de The civic culture revisited fue que la cultura política es plástica, multivariable, y que responde rápidamente al cambio estructural." Almond, Gabriel A. "The civic culture: retrospect and prospect" Op. cit., p. 201.

24 Algunos autores consideran que Almond nunca ha avalado este modelo determinista de la cultura sobre la estructura. Véase por ejemplo Diamond, Larry. "Introduction: Political culture and democracy" en Larry Diamond (ed.) Political culture and democracy in developing countries. Lynne Rienner, Boulder, 1993;         [ Links ] y Lijphart, Arend. "The structure of inference" en Almond, Gabriel y Sydney Verba. The civic culture revisited. Op cit.

25 La aplicación de esta teoría de la congruencia no está libre de interrogantes. Por ejemplo, en el caso de que las instituciones políticas autoritarias de una sociedad sean congruentes con su cultura ¿qué interpretación debe dársele a ello? ¿Acaso que los individuos de esa sociedad desean un gobierno autoritario? Martin C. Needler lo hace parecer absurdo: "De hecho, parece una especie de calumnia, que agrega el insulto a la injuria, suponer que la gente vive bajo regímenes dictatoriales debido a que de verdad prefiere este tipo de regímenes. Sin embargo, este es el punto de vista de una escuela de pensamiento que parece haber ganado amplia aceptación." Véase The concepts of comparative politics. Praeger, New York, 1991, p. 73.        [ Links ]

26 "La cultura cívica, hemos afirmado, es una cultura política en la cual un gran número de individuos son competentes como ciudadanos: lo que nosotros llamamos competencia política subjetiva" (en el original dice 'compence political competence', lo que seguramente es una errata). Véase The civic culture. Op. cit.

27 Véase Almond, Gabriel A, G. Bingham Powell, Kaare Strom y Russell J. Dalton. Comparative politics today. Op. cit. p. 52. Adicionalmente, es de gran interés el artículo de Bernard Berelson. "Democratic theory and public opinion", en donde no sólo puede apreciarse una teoría democrática muy similar a la que después desarrolló Almond, sino que además se plantea que de acuerdo a los estudios de opinión realizados en esa época, podía establecerse que "Hay un 20% de gente que son activos y discuten regularmente de política; otro grupo de 25% que ocasionalmente discute sobre política; otro 25% que discute sobre política sólo debido a eventos políticos dramáticos, y un grupo residual de 25 o 30% que nunca discute sobre política" Este artículo, publicado originalmente en la Public Opinion Quarterly, Vol. 16, Fall, 1952, se reimprimió en Eulau, Heinz, Samuel J. Eldersveld y Morris Janowitz (eds.) Political behavior. A reader in theory and research. Free Press, Glencoe, 1956, p.111.        [ Links ]

28 Esta información sobre la participación electoral en estos países ha sido obtenida de Hine, David. Governing Italy. The politics of bargained pluralism. Clarendon, Oxford, 1993;         [ Links ] Finer, S.E. (comp.) Política de adversarios y reforma electoral. FCE, México, 1980;         [ Links ] Colomer, Josep M. (Dir.) La política en Europa. Introducción a las instituciones de quince países. Ariel, Barcelona, 1995;         [ Links ] Gómez Tagle, Silvia. Las estadísticas electorales de la reforma política. El Colegio de México, México, 1990;         [ Links ] y Conway, Margaret M. La participación política en los Estados Unidos. Gernika, México, 1986.        [ Links ]

29 Véase Lerner, Daniel. The passing of traditional society. Modernizing the Middle East. Op. Cit.; y Huntington, Samuel. El orden político de las sociedades en cambio. Paidós, Benos Aires, 1992.        [ Links ]

30 Sobre estas limitaciones del método de la encuesta véase Boyd, Richard W. y Herbert H. Hyman. "Survey research". Greenstein, Fred I. y Nelson W. Polsby (eds.) Handbook of political science Vol. 7, Addison–wesley, Reading, 1975.         [ Links ] Además, una crítica todavía más penetrante sobre los métodos de medición de la opinión pública puede encontrarse en Gunn, J. A. W. "La 'opinión pública' en la ciencia política moderna." en Farr, James, John S. Dryzek y Stephen T. Leonard (eds.) La ciencia política en la historia. Istmo, Madrid, 1999.        [ Links ]

31 Véase "Mesas separadas. Escuelas y corrientes en las ciencias políticas" en Almond, Gabriel. Una disciplina segmentada. Escuelas y corrientes en las ciencias políticas. FCE, México, 1999 (11990).        [ Links ]

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