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Política y cultura

Print version ISSN 0188-7742

Polít. cult.  n.23 México Jan. 2005

 

Opresión política y reconfiguración cultural

 

Migraciones, exilios y traumas síquicos

 

Enrique Guinsberg*

 

*Universidad Autónoma Metropolitana, México
gbje1567@correo.xoc.uam.mx

 

Recepción del original: 27/05/04
Recepción de artículo corregido: 21/01/05

 

Resumen

Luego de hacer una diferenciación entre migraciones y exilios, se considera que ambos requieren ser estudiados desde una perspectiva transdisciplinaria, lo que muy poco se ha hecho hasta ahora al privilegiarse visiones sociales, políticas, económicas o históricas. Aceptando y reconociendo la importancia central de todas éstas, en este artículo se analizan las consecuencias sicosociales y traumas síquicos que esos fenómenos producen en quienes los viven.

Palabras clave: Migraciones, exilios, sicoanálisis, transculturalidad y traumas síquicos

 

Abstract

After differentiating migration from exile, the article states that both need to be studied from a cross-disciplinary approach; this has been rare to date, with emphasis instead given to social, political, economic, or historic views. Accepting and recognizing the key importance of all these, the paper analyzes the psychosocial consequences and psychological traumas that these phenomena generate among those who undergo them.

Key words: Migrations, exiles, psychoanalysis, transculturality, psychological traumas.

 

El tema de exilios, migraciones y todo tipo de cambios de residencia es tan viejo como actual: éstos se han producido desde el inicio de la historia y nunca han dejado de existir, aunque con diferentes vicisitudes. Con las herramientas teóricas y conceptuales de cada época se observaron y estudiaron sus causas —políticas, económicas, sociales, culturales— y sus consecuencias, pero las sicosociales que ellos producen comenzaron a ser analizadas apenas en las últimas décadas por la conjunción del desarrollo de las disciplinas sicológicas y el incremento de situaciones de salidas forzosas de los países de origen en los últimos tiempos. Ambos aspectos alcanzan un nivel importante en la década de los ochenta, periodo de auge del exilio latinoamericano, donde los estudios e investigaciones —este artículo se apoya en ellas y en la práctica concreta realizada— alcanzaron su madurez cuantitativa y cualitativa.1 Es entonces una problemática que debe ser estudiada desde una categórica perspectiva transdisciplinaria, es decir, como un todo que incluye muchas visiones disciplinarias, o sea, como una síntesis de múltiples determinaciones.

En efecto, como correctamente se sintetiza en un reciente trabajo publicado en México, y del que luego se tomarán datos y ejemplos muy expresivos,

hablar de exilio [esto también vale para las migraciones] lleva implícita la figura del exiliado, categoría moldeada por la subjetividad, la ambigüedad e incluso la contradicción. Ante los exilios registrados en un tiempo y espacio precisos, surgen las fases subjetivas de los entes históricos. Entonces, estudiar cualquier éxodo implica también comprender al exiliado, tomar en cuenta dimensiones sicosociales y sociológicas. Ello permitirá entender mejor cómo ha sido vivida la experiencia, pese a las visiones parciales y limitadas [...] Todo investigador que se interese por el tema del exilio, inmediatamente habrá de percibir que, para comprenderlo en toda su amplitud, su riqueza y vicisitudes, debe recurrir a las diversas áreas de la sensibilidad y el conocimiento. Asimismo, tendrá que privilegiar lo subjetivo e individual frente a los hechos fríos y precisos. Importa menos saber la cantidad de exiliados que sus motivaciones; las estadísticas y las gráficas que la economía y la sociología tanto exaltan, en este caso deben emplearse como mera referencia. Se trata de llegar al corazón de las experiencias y las vivencias únicas e irrepetibles; de recuperar los sentimientos, las esperanzas, las desilusiones, los alientos y las formas diversas de reconstrucción de las vidas.2

En la convocatoria para este número de la revista sólo se mencionan las migraciones, por lo que es preciso hacer mención también de los exilios: ambos tienen características similares y diferentes, por lo que es importante comprender las significaciones de cada cual, lo que no siempre resulta fácil. Para la Enciclopedia Británica, exilio es “una ausencia prolongada del propio país impuesta por las autoridades competentes en calidad de medida punitiva”, definición que tiene un sentido histórico —en griegos, romanos, anglosajones— con un valor de castigo para quienes violaban la ley y eran “arrojados fuera”, o sea, condenados al ostracismo. Hoy es diferente, ya que raramente es un castigo impuesto por la ley, sino más bien una elección del exiliado para no sufrir las consecuencias que le acarrearía quedarse en su país, y generalmente se produce en conocidas condiciones de riesgo, inseguridad o clandestinidad.3 Por ello, una de las definiciones posibles sería que “exiliado es aquel que está obligado a expatriarse por imposición (ya sea ésta declarada o no, elegida o no) del poder político dominante, so pena de ser detenido o permanecer indefinidamente en prisión, o ser torturado o eliminado (él y/o sus familiares, allegados o amigos)”.4

Entonces, en los exilios hay un “precario elemento volitivo [...] Se opta por exiliarse cuando no se está de acuerdo con el régimen político y económico imperante en donde se ha nacido; cuando se ha intentado sin éxito un cambio y se ha adquirido el carácter de opositor del gobierno y, por ende, de enemigo suyo y perseguido por él”.5 El factor político es por tanto lo central en la diferenciación con las migraciones, fenómeno que responde básicamente a causas socioeconómicas, es decir, a carencias vitales para los hombres y sus familias (alimento, trabajo, etc.) que los impelen u obligan a buscar otros rumbos, y no a imposiciones como las apuntadas. En este sentido, el caso mexicano es un claro ejemplo, donde el traslado de decenas de millones de personas a Estados Unidos —al igual que de centroamericanos y de múltiples naciones— no responde a riesgos políticos, sino a la búsqueda de condiciones de trabajo y de vida negadas en sus países, a un imaginario respecto a posibilidades de “progreso” (reales o fantasiosas), etc. Se trata de una salida que puede ser permanente o momentánea, en la que existen posibilidades de regreso permitidas y sin riesgos.

Pero, como todo intento de definición, lo anterior no es absolutamente claro y son muchas las situaciones en las que ambos fenómenos son comunes. Sin entrar en sutilezas, puede decirse que, en última instancia, las migraciones también responden a causas políticas pero distintas a las del exilio, al ser producto de formas de gobierno o culturales que no ofrecen condiciones de vida satisfactorias a sectores de su población. Por otra parte, puede verse que muchas veces un emigrado o grupos de ellos se convierten en exiliados o, a la inversa, éstos en emigrados cuando desaparece la razón política causante de su situación originaria (sea por razones de tiempo y asentamiento en el país, por ventajas económicas y formas de vida, por establecimiento de un marco familiar, etcétera).

Pero en uno o otro caso es incuestionable que son problemas actuales de gran envergadura en todo el mundo. Sin analizar todos y cada uno de ellos, es posible ver que en nuestro continente existieron y existen los que ya pueden considerarse clásicos de las también clásicas dictaduras de hace pocas décadas: recuérdese que Uruguay llegó a tener 20% de su población fuera de su país (por exilio o migración) y Chile 10%,6 mientras que se mencionaba un porcentaje similar a este último para Argentina en tiempos de la dictadura militar. En cuanto a migraciones —en condiciones de legalidad o ilegales—, también son clásicas las de bolivianos y paraguayos a Argentina, las citadas de centroamericanos y mexicanos a Estados Unidos, etc.; y en estos momentos se producen conocidas mutaciones donde países clásicos de recepción de una inmigración que constituyó parte muy importante de su bagaje cultural, como es el caso de Argentina, se convierte en lo inverso por causas de una crisis económica de larga duración que hace que se incremente la búsqueda de nuevas oportunidades en todos los terrenos (económico en primer lugar, pero sin olvidar el social y cultural).7

Cuando las magnitudes de estos fenómenos alcanzan cierto relieve se convierten también en problemas para los países receptores que, más allá de aprovechar en muchos casos mano de obra barata o en tareas que no realizan sus habitantes, y como uso político en otros (actualmente, y como ejemplo, la de los cubanos en Estados Unidos), los “resuelven” generalmente de dos maneras, cada una de ellas con sus consecuentes aspectos sicosociales para los que buscan ingresar a esos países: la primera, poniendo límites o cuotas, con la significación que esto ocasiona (condiciones de ilegalidad y persecución para los que no entran legalmente, la señalada conversión en mano de obra explotada y sin derechos, etc.); la segunda es una muchas veces no escrita discriminación social y de clase, mediante la cual generalmente se acepta o se prefiere a intelectuales, profesionales, empresarios, inversionistas, deportistas exitosos, etc., mientras se evita el ingreso de obreros, campesinos y sectores populares. Caso claro actualmente en Estados Unidos, y de alguna manera también en México, de modo similar a como ocurre en Europa con turcos, africanos, asiáticos, etc.; en este último caso, con la cada vez mayor xenofobia de algunos países (Francia, Alemania, Austria, España, etc.), donde no pocos consideran que los migrantes les quitan sus trabajos, contaminan sus culturas, etcétera.8

Los cambios que desde hace años están produciéndose en el mundo con la llamada “globalización” y la economía de mercado neoliberal también producen sus efectos en esta problemática. Por sólo mencionar dos, el primero de ellos es tanto el conocido aumento de la brecha riqueza-pobreza entre naciones y sectores internos de cada país, con las cada vez peores condiciones de empleo y subsistencia, así como el deseo de superarlo y alcanzar el “paraíso” que la publicidad del sistema hace de los países desarrollados o más avanzados que el propio, o para al menos poder sobrevivir. El segundo es una cruel paradoja que puede verse como un analizador, en el sentido que le da la sicología institucional a este término: mientras el modelo neoliberal y globalizador propugna una total libertad de entrada y salida de capitales, productivos y financieros, en todos los países del mundo, limita y regula cada vez más la entrada de personas a ellos; en este sentido, la conocida actual ley de inmigración española es un claro ejemplo, y hay que estar muy atento a lo que tal vez muy pronto se produzca en nuestro continente de concretarse el proyectado ALCA (Acuerdo de Libre Comercio de las Américas), tiempo atrás aprobado en la Cumbre de Quebec.

Otra diferencia entre exilio y migración tiene gran importancia para lo que se verá posteriormente: no significa lo mismo para quienes lo viven y sufren como consecuencia de su práctica ideológico-política, que para quienes están obligados a ello por razones económicas y que no siempre entienden a qué obedece el forzado desarraigo de una sociedad en la que se formaron, a la cual estaban integrados y en la que tenían su familia, etc. Situación similar a la de quienes deben exiliarse por la brutalidad de sistemas dictatoriales que no discriminan entre reales opositores y quienes caen por cercanía a éstos y son inocentes del activismo de que se les acusa. En muchos casos esto dificulta o imposibilita la integración al país de refugio, al no tenerse la fuerza que provoca una convicción o una práctica política.

Otro aspecto tiene que ver con el momento en que se produce no la migración sino el exilio: es muy diferente salir en circunstancias de avance y triunfo de un proyecto político que hacerlo cuando predominan el retroceso o la derrota. Si en el primer caso existe casi siempre un deseo de mantenerse en su práctica política, sea buscando el regreso o realizando actividades dentro del país receptor —como ocurrió por ejemplo, con la mayoría de los exiliados nicaragüenses en México a fines de 1978 e inicios de 1979, época de la ofensiva final del sandinismo—; en el otro caso no pocas veces ese deseo desaparece o se relativiza, con sus consecuencias en personas que deben reconstruir su vida sin la base que produjo el exilio: a la pérdida de su país se suma la de su pertenencia ideológico-política (o crisis de ésta), con diversas formas de culpa y angustia consecuentes.

Es innecesario decir que lo anterior podría ser ampliado en gran medida, y es sabido que existen múltiples análisis e investigaciones al respecto, por lo que lo indicado puede servir como formulación general para el estudio de algunos de los problemas de adaptación, transculturalidad, identidad, etcétera.

LOS MÚLTIPLES “TRAUMAS” SICOSOCIALES

Aspectos síquicos y culturales son inseparables, tanto en perspectivas sociales y antropológicas como en el marco teórico sicoanalítico aquí considerado.9 Por ello, todo cambio cultural conlleva inevitablemente modificaciones en la dinámica subjetiva individual, grupal, familiar, etc., en un complejo proceso de continuas readaptaciones que pueden ser resueltas en diferentes medidas y formas, o tener consecuencias patológicas, también en diferentes escalas. Y si esto ocurre permanentemente, es comprensible que los cambios que el sujeto tiene en marcos sociales, políticos, económicos y culturales siempre serán importantes y con efectos considerables en todos los aspectos de su vida. Máxime cuando, en algunos casos, pueden tocar aspectos vitales tan arraigados como formas de vida, costumbres en general, códigos existenciales y éticos, vínculos familiares y amistosos, hábitos alimenticios, idioma, prácticas políticas y posibles restricciones a éstas en virtud de normas legales, limitación en ciertos derechos en relación con los de los habitantes del nuevo país, etcétera.

No corresponde analizar ahora la definición o las significaciones de cultura, término que aquí se utiliza en su amplio sentido antropológico de formas de vida de una sociedad o grupo social. Si a Freud le es suficiente para su formulación teórica señalar que es “toda la suma de operaciones y normas que distancian nuestra vida de la de nuestros antepasados animales, y que sirven a dos fines: la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres”,10 otros autores requieren una mayor precisión. Así, y para los objetivos de esta presentación, es pertinente ofrecer sólo tres de las existentes: la que entiende por cultura “los procesos de producción y transmisión de sentidos que construyen el mundo simbólico de los individuos y la sociedad”;11 la que la define como “esa memoria colectiva que hace posible la comunicación entre los miembros de una colectividad históricamente ubicada, crea entre ellos una comunidad de sentido (función expresiva), les permite adaptarse a un entorno natural (función económica) y, por último, les da la capacidad de argumentar racionalmente los valores implícitos en la forma prevaleciente de sus relaciones sociales (función retórica, de legitimación/desligitimación); 12 y la que la entiende como “...el conjunto de significados que constituye la identidad y las alteridades de un grupo humano [siendo] la visión del mundo y de la vida a partir de lo cual los hombres dan sentido a su quehacer y definen su lugar en la historia”.13

Es así como los considerados sujetos —término que denota una sujeción— son formados y determinados por las múltiples culturas, no estáticas sino en constante cambio, que imprimen en cada uno las características centrales de un marco social, sobre las que cada individuo teje sus variaciones personales. Idea básica que un conocido teórico y político alemán conceptualiza en su tesis de que “la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo, [sino] en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales”,14 y que luego diferentes teóricos del campo sicológico buscan definir en distintas concepciones de identidad común, como son la de carácter social (Fromm), personalidad básica (Kardiner), personalidad aprobada (Benedict), personalidad de status (Linton), de clase (Filloux), etcétera.15

Es entonces incuestionable que todo cambio de marco social implica modificaciones en todas y cada una de las significaciones de las nociones de cultura indicadas. Se modifica, parcial o totalmente, la inscripción en el mundo real y simbólico, con todo lo que esto implica para las diferentes formas de adaptación al mundo nuevo que se abre. Por tal motivo, en todo cambio de residencia —y esto vale tanto para los exiliados como para los migrantes—, y como señalan distintos autores, “se vive una sensación de fragilidad, de ruptura”,16 tratándose de “una situación extrema, en el sentido definido por B. Bettelheim, ineludible, de la cual es imposible escapar, teñida de una gran angustia y sobre la cual no se tiene ningún control; es probablemente una experiencia que marca, quizás definitivamente, a quienes la han vivido”.17 Más concretamente, y desde una perspectiva sicoanalítica kleiniana,

implica la pérdida de casi todos los objetos externos, y se puede definir como una situación de cambio extremo [donde] la identidad, que se va formando en una cadena de elaboración y asimilación constante de cambios parciales, se tiene que enfrentar con la pérdida de su marco de referencia externo. El proceso de cambio es masivo y profundo, tanto en cantidad como en calidad, e implica la pérdida concomitante de partes del Yo. Las estructuras sicopatológicas, las situaciones de conflicto y las relaciones tempranas de objeto reciben un impacto tal que, al verse el individuo despojado de su marco de referencia y de los instrumentos cotidianos que permiten encubrirlas, afloran con gran intensidad.18

Surgen así conflictos individuales que, por lo señalado, tienen la condición de ser sociales y colectivos. No por casualidad, otros estudiosos de estas situaciones hacen hincapié en la idea de cotidianidad planteada en el último párrafo citado, que J. C. Carrasco entiende de la siguiente manera:

La cotidianidad consiste en la unidad inseparable del hombre y de la calle por la que camina, del café donde toma un trago, de las informaciones que recibe, de las relaciones que establece. Cotidianidad que es a su vez una percepción y vivencia de la experiencia compartida en un mundo compartible grupalmente. Cotidianidad que supone continuidad de tiempo y espacio, repetición de significaciones, reconocimiento de sí y de la propia experiencia sin cortes ni rupturas [...] Esta cotidianidad que constituye un modelo global y básico de existencia puede ser expresada a través de categorías sicológicas tales como: las características y naturaleza de las representaciones que el hombre elabora de sí mismo, de las cosas y de su mundo existencial. Se nos traduce también por la cualidad de sus percepciones, por la manera como califica y valora situaciones y cosas, por las relaciones que entre ellas concibe y describe, por las relaciones que establece con dichas cosas y con los hombres, por las cosas en que cree, por el tipo de sentimientos y el estilo de vínculos que desarrolla. 19

Para Lira y Kovalskys “el concepto de identidad no es otra cosa que una conceptualización referida al individuo de lo que hemos venido estudiando bajo el nombre de cotidianidad”, que por supuesto se modifica, a veces radicalmente, en los cambios de residencia como los aquí estudiados, por lo que “reelaborar una nueva identidad significa construir a niveles del Yo una nueva percepción del sí mismo de partida de un cambio en la experiencia de la vida cotidiana”.20 Aunque no se menciona por considerarse parte integrante de la situación, implica el vínculo con una nueva realidad que primero debe reconocerse y luego asimilarse.

Un conjunto de profesionales del Colat (Colectivo Latinoamericano de Trabajo Psicosocial) de Bruselas ilustra la situación con la metáfora de Jano, diosa romana representada con rostros opuestos que le permiten mirar simultáneamente en dos direcciones inversas: uno hacia el pasado, que expresa la ruptura, la pérdida, la separación, la nostalgia, el duelo y cierto grado de fragmentación de su experiencia; esto puede ser vivido como su muerte social, rubricada por la imposibilidad del regreso; el otro, que mira hacia el futuro, confronta al sujeto con un medio desconocido, extraño a sus prácticas sociales e impenetrable a su lenguaje, lleno de peligros reales e imaginarios, pero también un lugar en el que es posible cierta recreación.21

El impacto mayor de esta nueva situación se da en los inicios de vida en otra sociedad, donde son comunes la desconfianza ante las formas de vida y los habitantes del nuevo país, pero también ante compatriotas que los precedieron —desconfianza que puede tener rasgos paranoides—, temor a la soledad y a lo desconocido, etc. Y también es común que a esto siga un periodo de “alivio” al comprenderse que no tiene por qué ser así, lo que brinda un sentimiento de bienestar, búsqueda de nuevas relaciones afectivas y posibilidades de actividad, etcétera.22

Otros autores entienden que el cambio puede ser “catastrófico en la medida en que ciertas estructuras se transforman en otras, a través de los cambios, pasando por momentos de desorganización, dolor y frustración; estas vicisitudes, una vez elaboradas y superadas, darán la posibilidad de un verdadero crecimiento y evolución de la personalidad”. Pero “no siempre sucede así, ya que, a veces, en lugar del ‘cambio catastrófico’, doloroso pero evolutivo, la experiencia puede terminar en catástrofe, pero no sólo para los que emigran, sino para algunos de los que se quedan”.23 Ha sido y es muy general sentir miedo tanto por una salida hacia lo más o menos desconocido, como en muchos casos por tener que hacerse en condiciones de manera inesperada o súbita y dejando todo lo que se tenía (material y social) para ingresar en situaciones que se viven como riesgosas. Un posterior éxito o adaptación no es incompatible con esas vivencias de inicio, desmintiendo ese lugar común de quienes se quedaron en los distintos países y han hablando de “los azares del exilio” respecto a quienes salieron de sus países, sin tener en cuenta que, más allá de las vicisitudes de cada uno, “la terrible experiencia del exilio es imborrable”24 y siempre deja huellas.

Todos los que han trabajado e investigado esta problemática coinciden en que, en diferentes grados, se trata de lo que Freud considera una experiencia traumática, causada por un acontecimiento importante e impresionante o por numerosos sucesos traumáticos parciales. Para los Grinberg,

la migración, justamente, no es una experiencia traumática aislada, que se manifiesta en el momento de la partida-separación del lugar de origen, o en el de llegada al sitio nuevo, desconocido, donde se radicará el individuo. Incluye, por el contrario, una constelación de factores determinantes de ansiedad y de pena [...]. Creemos, entonces, que la migración, en cuanto experiencia traumática, podría entrar en la categoría de los así llamados traumatismos “acumulativos” y de “tensión”, con reacciones no siempre ruidosas y aparentes, pero de efectos profundos y duraderos.25

Es interesante destacar el resumen que ofrecen estos autores, sicoanalistas de una línea ortodoxa e institucional clásica en la que los factores políticos, ideológicos y sociales ocupan un nulo o mínimo lugar,26 que pueden ver las consecuencias aunque con lo que esta omisión acarrea en una problemática esencialmente política (al menos en el caso del exilio):

La migración es una experiencia potencialmente traumática caracterizada por una serie de acontecimientos traumáticos parciales y configura, a la vez, una situación de crisis. Esta crisis puede, por otra parte, haber sido el disparador de la decisión de emigrar, o bien la consecuencia de la migración. Si el yo del emigrante, por su predisposición o las condiciones de la migración, ha sido dañado demasiado severamente por la experiencia traumática o la crisis que ha vivido o está viviendo, le costará recuperarse del estado de desorganización a que ha sido llevado y padecerá distintas formas de patología síquica o física. Por el contrario, si cuenta con capacidad de elaboración suficiente, no sólo superará la crisis, sino que, además, ésta tendrá una cualidad de “renacimiento” con desarrollo de su potencial creativo.27

También es una coincidencia prácticamente unánime que en este proceso de crisis “se vuelven a tocar problemáticas infantiles, dando origen a regresiones, a estados muy arcaicos”.28 Los Grinberg consideran común que se recurra al mecanismo de disociación, “idealizando —por ejemplo— todas las experiencias y aspectos nuevos correspondientes al ambiente que lo acaba de recibir, al mismo tiempo que atribuyendo todo lo desvalorizado y persecutorio al lugar y a las personas que ha dejado; esta disociación le sirve para evitar el duelo, el remordimiento y las ansiedades depresivas que se agudizan por la misma migración, sobre todo cuando se trata de una migración voluntaria”. Así se evitan o minimizan los efectos dolorosos de las pérdidas sufridas, pero también puede ocurrir lo inverso, idealizándose con toda clase de virtudes lo anterior y perdido, y estigmatizándose lo nuevo del país de llegada: esto porque “en caso de fracasar la disociación surge inexorablemente la ansiedad confusional, con todas sus temidas consecuencias: ya no se sabe quién es el amigo y quién el enemigo, dónde se puede triunfar y dónde fracasar, cómo diferenciar lo útil de lo perjudicial, cómo discriminar entre el amor y el odio, entre la vida y la muerte”.29

El señalamiento del duelo y aspectos depresivos responde a lo indicado de la pérdida del mundo de referencia propio de migrantes y exiliados, con todos sus objetos externos y la consiguiente pérdida de las identificaciones establecidas, partes del yo que no desaparecieron. La depresión, por supuesto, es por la pérdida de tal mundo y, en no pocos casos, por sentimiento de culpa de dejar a familiares, amigos, compañeros de militancia, perspectiva de derrota si es que la hubo, etc. Como señalan algunos autores ya citados, “el trabajo de duelo incluye una serie de reacciones tendientes a aceptar la pérdida y permitir la readaptación del Yo frente a la nueva realidad que se le ofrece”; tal elaboración del duelo tiene dos características: “1) la identificación con aspectos de la patria perdida, principalmente con aspectos socio-culturales, y 2) el ajuste a las pautas de conducta del nuevo país”.30 Es interesante señalar que tales pérdidas socioculturales muchas veces se condensan en aspectos secundarios que actúan como símbolos sobreidealizados, que pueden ser algunos hábitos alimenticios con productos o comidas no existentes en el país de recepción (lo que refuerza la nostalgia y la actividad por su reemplazo o creación), diferentes conductas interpersonales, etcétera.

Tal condición produce situaciones angustiosas, que pueden ser paranoides —el cambio y sus condiciones pueden producir pánico, a lo que se suma el proceso de readaptación, búsqueda de ocupación, muchas veces nuevo idioma, etc.—, o confusional, ante la dificultad de diferenciación de sentimientos ambivalentes ante el país nuevo y el propio, y en ambas angustias el proceso puede dar lugar a múliples evoluciones, desde la que puede entenderse como “sana”31 hasta la más clara patología psicótica. Es aquí donde puede producirse la conocida sobreadaptación maniaca, es decir, la idealización de lo nuevo y el olvido de lo anterior, buscándose una adecuación exagerada y poco real hacia formas de vida del país de recepción, sin faltar tampoco lo que autores ya citados llaman “síndrome de la depresión postergada”, es decir, luego del periodo maniaco anterior, que puede tener formas somáticas tipo infarto del miocardio, úlceras gástricas, etc. De modo inverso, en otra postura extrema, se busca el refugio en guetos donde se construyen formas de vida similares a las del lugar originario, con la mayor prescindencia posible de vínculo con personas y formas de vida del nuevo ámbito de residencia.32 En este aspecto, es importante señalar que los colegas del Colat en su trabajo hacían gran hincapié en lo que definían como “integración crítica”, es decir, una especie de síntesis entre ambas posturas extremas: no perder las características propias, pero sin dejar de compartir muchas de las formas de vida y relacionales nuevas,33 lo que por cierto no siempre es fácil, sino que representa un proceso muy complejo con algunas pérdidas que los Grinberg entienden como el equivalente de una castración síquica.34

En toda esta perspectiva, no hay que olvidar el lugar que ocupa el idioma cuando la migración o exilio obligan al aprendizaje y uso de uno nuevo, con todas las vicisitudes que esto puede producir. Incluso cuando se utiliza el mismo pero se sabe que las mismas palabras pueden tener diferentes significados, con las confusiones que esto produce. En las entrevistas que son la base del libro de Meyer y Salgado hay múltiples referencias a este problema, que pueden resultar humorísticas al ser leídas o al recordarse mucho tiempo después, pero que en su momento tuvieron otro sentido, como parte del complejo proceso de adaptación. En no pocos casos el lenguaje va tomando una forma sincrética tanto en el uso de los términos como en la pronunciación, y si el lenguaje es un aspecto constitutivo del siquismo, es evidente que puede ser visto como representante de las mutaciones que se van produciendo en los sujetos. También aquí se reitera que hubo ocasiones en las que quiso mantenerse el lenguaje del país de origen sin aceptar el nuevo o, a la inversa, se abandonó el propio para asumir el nuevo, aunque en general se produce el indicado sincretismo como expresión categórica de lo que una estudiosa de los exilios define como “la pertenencia a dos culturas como conflicto de lealtades o experiencia de pluralidad, planteada desde una lógica disyuntiva (o, o) en oposición a la lógica aditiva (y, y)”.35

Por supuesto, el problema no se reduce al lenguaje, sino que este verdadero, mayor o menor, “choque de civilizaciones” alcanza múltiples aspectos y códigos, que van desde los ya indicados hábitos alimenticios hasta otros más importantes y trascendentes, como son el manejo del tiempo, las formas de relaciones laborales y personales, en no pocos casos las comunicaciones y los vínculos entre hombres y mujeres y sus proyecciones en el cuidado y trato con hijos, así como en las características familiares. Todos y cada uno de estos puntos (y muchos otros) darían para una casi infinita enumeración de análisis y descripción de casos y ejemplos que llenarían libros enteros, pero que más allá de lo pintoresco o antropológico inciden de manera altamente significativa en un proceso que indefectiblemente viven emigrantes y exiliados. Y no puede dejar de mencionarse un aspecto tal vez secundario pero nada desdeñable, como es el que, de manera similar al que viven campesinos que llegan a una gran ciudad, lo hacen también ciudadanos de un país pobre o pequeño que arriban a megaurbes desarrolladas que, a más de todo lo sicológico antes expuesto, suman la adaptación a algo que les cuesta entender y a lo que deberán habituarse, y que explícita y gráficamente plantearon en grupos sicoterapéuticos nicaragüenses que llegaron a México en 1978: no podían comprender una ciudad que tenía muchos más habitantes que todo su país, y menos aún la complejidad de su transporte en el que, decían, a la multiplicidad de vehículos se sumaban aviones por arriba y el metro por debajo.

En estas condiciones, y en coherencia con lo indicado de la regresión que muchos hacen a etapas infantiles de su vida, es importante rescatar las observaciones de que “la mayor agresión que puede infligirse a un ser humano es reducirlo a la situación de desamparo que, en su grado extremo, lleva al aniquilamiento”, por lo que no es sorprendente que en estos casos el individuo requiera que alguien —otra persona, grupo, institución, país— asuma funciones de “maternaje” para poder sobrevivir y reorganizarse.36

Una parte posterior de este proceso puede plantear otros problemas: caminos diferenciados entre distintos miembros de una familia, donde unos —sobre todo niños y adolescentes, pero no exclusivamente— se adaptan o sobreadaptan fácilmente y otros hacen lo contrario;37 similar situación se observa en el mundo de compatriotas con las fuertes contradicciones que esto produce, impacto del éxito o fracaso económico, y si éste se alcanza, sus efectos en cuanto a identidad y valores anteriores, deseo de retorno, etc. Un aspecto muy particular es que muchas veces las nuevas condiciones de vida replantean los vínculos familiares y de pareja, permitiendo aflorar conflictos y contradicciones previamente encubiertos por la persecución o mala situación que se vivía, lo que ha producido un porcentaje de separaciones en parejas muy superior al que se ha dado en otros ámbitos. Una hipótesis personal respecto al exilio es que una importante cantidad de parejas se constituyeron en la práctica militante o ambos la compartieron, existiendo por ello tanto un proyecto como un enemigo común que fortalecía el vínculo y minusvaloraba las diferencias y crisis; el exilio, junto con la sentida como derrota política, en muchos casos pone en crisis ese proyecto, y la nueva residencia abre un camino crítico del mismo, de perspectivas de futuro, y desaparece ese enemigo común. La práctica clínica ha mostrado cómo en múltiples casos los miembros de una pareja toman caminos diferentes, donde es común la reaparición de posturas ideológicas antes repudiadas y la imposibilidad de ver contradicciones antes negadas que impiden la continuidad; por otra parte, en no pocos casos las condiciones del exilio/migración producen vínculos demasiado demandantes del otro/a en los que se “se trata de buscar en la pareja todo lo que se perdió y todo lo que dejó en el país de uno... Y no hay ser humano que pueda dar abasto, que pueda abastecer todo esos roles... sin dejar..., sin descuidarse uno mismo”.38

Por supuesto que, para todo lo aquí planteado, las reacciones de migrantes y exiliados dependen no sólo de las características síquicas preexistentes, sino también de niveles culturales y capacidad de comprensión emocional e intelectual de las nuevas condiciones de vida y estado económico con los que se llega al nuevo país, existencia en éste de otras personas que lo antecedieron y crearon ámbitos de recepción y un micromundo propio que permite conservar algo de lo perdido, posibilidades de inserción en el campo laboral, de estudio o lo que fuere, la concordancia con lo esperado y experiencias previas,39 si se llega solo o acompañado, etc. Esto puede ser obvio, y podrían darse múltiples ejemplos de cada aspecto, pero es necesario remarcarlo por las diferencias que provoca en cada migrante o exiliado, que no siempre tienen características tan serias y graves para todos como aquí se menciona. También es obvio que —y sólo se trata de un ejemplo tal vez extremo— un artista, intelectual de prestigio o destacado deportista tiene posibilidades mucho mayores. Igualmente, debe señalarse que frente a fuertes condiciones represivas o de vida paupérrimas y sin salida en su propio país, la llegada a otro abre expectativas que, más allá de conflictos inevitables por todo lo apuntado, puede producir condiciones más o menos favorables a mediano o largo plazo.

Y, por supuesto, no puede olvidarse que en todo lo anterior incide de una manera muy importante —tal vez en mayor grado en quienes salen de sus países por causas económicas— las posibilidades de obtener un trabajo que no sólo permita la subsistencia personal y del marco familiar, sino también tenga gratificaciones narcisistas. Como se plantea en un texto ya citado, esto actúa como un factor organizador y estabilizador de la vida síquica: “En lo más inmediato y manifiesto, reafirma la autoestima del inmigrante al permitirle solventar sus gastos y reasumir una de sus funciones de adultez, después del periodo regresivo de la llegada. Por otra parte, le hace sentir que tiene un ‘sitio’ en la nueva sociedad. Finalmente, trabajar significa, profundamente, poner en juego la capacidad creativa, con contenidos reparatorios para el propio self y los objetos abandonados o perdidos”.40 El problema del trabajo debe verse al menos desde dos perspectivas: la primera, el tenerlo; y la segunda, que sea acorde con los deseos, capacidades e historia de cada uno; es cierto que ambas valen para todos, pero en el caso de migraciones y exilios no han sido extraños los pasos de una importante labor académica o profesional en el país de origen, a una tarea muy diferente y menor en el de llegada, sin negarse que también se han dado muchos casos en los que, en el último, las condiciones laborales y económicas subieron notoriamente.

Esto último, si bien no elimina la problemática sicosocial aquí planteada, sin duda aporta un elemento favorable al proceso de inserción en la nueva realidad y tiene efectos benéficos, como también lo son muchos otros que de manera alguna pueden ni deben desconocerse. Entre ellos la solidaridad y el apoyo que en muchísimos casos encuentra el exiliado (más que el emigrado), el contacto con una nueva realidad que abre perspectivas tal vez antes inexistentes e insospechadas, que ha hecho que se piense y diga que se ha “ganado otra patria”,41 y el reconocimiento de vínculos antes poco o nada conocidos entre ciudadanos de países vecinos que se encuentran en un país receptor (caso de los conosureños —argentinos, chilenos y uruguayos— en México y otros países, que tuvieron contactos fraternos con base en la coincidencia frente a una represión compartida, que se mantuvo incluso ante conflictos entre los gobiernos de esos países, como lo fue, por ejemplo, el de límites en el canal de Beagle entre Argentina y Chile). O sea que el reconocimiento de los “traumas” que aquí se han mencionado no significa, de manera alguna, que todo sea negro y negativo, sino que también existen aspectos que pueden ser altamente recuperativos frente a lo indicado. Sin olvidar, por lo que es importante reiterarlo, que cada persona vive el proceso de acuerdo con su historia y características personales.

Habiendo llegado al final de esta parte del trabajo, es importante reiterar que se trata de una visión general en la que sin duda faltan múltiples aspectos, así como la necesidad de profundizar en cada uno de ellos, y al menos mencionar nuevamente la particularidad con que deben verse los casos diferenciados de niños, adolescentes, ancianos, familias y parejas. Lo mismo que el también conflictivo proceso inverso al aquí descrito, el del retorno al país de origen cuando se han superado las condiciones productoras del exilio y la migración, para lo cual es interesante recordar el lúcido señalamiento de Mario Benedetti de que “el desexilio es un nuevo exilio”,42 así como lo hoy ya muy trabajado de la clínica sicoterapéutica para todos estos casos, algo también muy nuevo y casi desconocido hace veinte años, pero sobre lo cual ahora existe una muy amplia bibliografía producida por profesionales e instituciones que fueron surgiendo en tal época para responder a una necesidad acuciante, muchos de los cuales continúan en esa tarea.43

Pero no es posible terminar sin recordar que todas estas problemáticas, sin duda muy serias, deben inscribirse en el contexto que provoca y determina las condiciones señaladas: la gravedad de situaciones económicas y políticas que hacen preferibles estas consecuencias a las que se producirían de quedarse en los países de procedencia, donde eran enormes las posibilidades de prisión, desaparición, tortura, clandestinidad y persecución, en el caso de los exiliados, y miseria, hambre y desamparo en el de los que emigran. Los riesgos que asumen conscientemente quienes emprenden esas aventuras no obedecen a masoquismo alguno, sino que nacen de una imperiosa necesidad, como ocurre tanto en quienes se lanzan a los peligros de las zonas desérticas de Arizona y enfrentan a los cada vez más feroces y sanguinarios guardias fronterizos estadounidenses —donde las posibilidades de éxito son cada vez menores—, como en cada vez más lugares del mundo.44

LOS (A VECES) DRAMAS DE LA INSERCIÓN LEGAL

Si lo expuesto muestra los claroscuros síquicos de los procesos de emigración y exilio, en muchos casos a ello deben agregarse los avatares legales de la reinserción en los países receptores, que van desde una (al menos relativa) sencillez y facilidad —los señalados casos, entre otros, de Suecia, y a veces de España e Italia para exiliados, sobre todo con familiares de ese origen, o Israel para judíos—, hasta complicaciones o trámites burocráticos más o menos complejos y constantes. Esto útimo puede repercutir en que los impactos apuntados “se hacen más intensos cuando la sociedad de acogida le pone obstáculos y barreras para comenzar su nueva vida, para integrarse sin perder sus raíces ni su identidad”, 45 aunque debería agregarse que disminuyen cuando ocurre lo contrario, es decir, cuando los países receptores ofrecen buenas condiciones para el proceso estudiado. Y es sabido que los incrementos migratorios han provocado y provocan una similar respuesta de restricciones a los mismos, incluso en países que antes los favorecieron, o al menos no los limitaron, como ocurre actualmente mucho más que antes.46

En este sentido, el caso concreto de México tiene características específicas. Seguramente lo primero que hay que señalar es todo lo planteado respecto al problema de la transculturalidad: México, Argentina y todos los países de América Latina nacieron con tal característica al ser producto de lo que puede llamarse mestizaje, hibridez, etc., que el primero siempre asumió, y oficialmente, al proponer que la conmemoración del 500 aniversario de la llegada de los españoles al continente se hiciera con la idea de “encuentro de dos mundos”. Esto, sin olvidar que la propia composición del país es producto de la integración de múltiples etnias, a las que se sumaron, a lo largo de los tiempos, también múltiples personas y grupos de otras nacionalidades.

En esta perspectiva, y como ocurre prácticamente sin excepciones, México ha abierto sus puertas a amplios sectores que migraron, pero también ha habido dificultades. Respecto a lo primero, no es necesario recordar tal apertura para, como ejemplos destacados, la de los republicanos españoles en la década de los treinta y los cuarenta, la de diferentes países sudamericanos en la de los setenta, o de algunos sectores centroamericanos perseguidos en los setenta y ochenta, en todos los casos con posibilidad de continuar los trabajos políticos, para los exiliados, y de trabajo. Aspectos de por sí muy importantes y seguramente fundamentales, tal como se apuntó previamente, pero a los que debe agregarse otro también sustancial: más allá de los permisos para ello de las sucesivas instancias gubernamentales —o junto con ellos—, existió una acogida fraternal por parte de importantes sectores de la población e instituciones de todo tipo en los que, salvo las excepciones de rechazo que siempre existen por múltiples seudorrazones, escasamente hubo que soportar los términos despectivos que existieron en otros países (por ejemplo, el de “sudacas” en España). Más aún, es conocido que muchas veces existen dos tipos de reconocimiento y de “nacionalización”: la oficial y legal, y la que otorgan quienes, con base en el tiempo de residencia en el país, señalan de manera categórica “ya eres de los nuestros”. Claro que, al menos en el caso de los argentinos, previamente hay que escuchar los conocidos cuentos de difusión general.

Pero el problema de la transculturalidad no es nada fácil, y ha traído dificultades también conocidas. México es un país muy complejo, por lo que primero conocer sus códigos, para luego adoptarlos, no es tarea fácil, sino que lleva mucho tiempo. Sobre esto vale todo lo escrito previamente, de alguna manera aumentado por la creencia, al menos para los iberoamericanos, de tener un idioma común, que luego se comprueba que no es tan así. Seguramente amenizaría la lectura de este texto incluir aquí los múltiples equívocos producidos por el uso de determinados términos, la polisemia de otros, las confusiones sobre algunas costumbres, lo novedoso de no pocas prácticas tradicionales, el recordar las afirmaciones de que éste es un país “surrealista” o “kafkiano”, etcétera.

Todo eso no debe hacer olvidar que se trata de un país “atrapante”, es decir, que logra primero el interés por conocer sus múltiples expresiones culturales —en el amplio sentido del término— y turísticas, luego todo ello y su población provocan un inocultable aprecio (la mayoría de las veces, porque siempre e inevitablemente hay excepciones), y en definitiva se convierte en un lugar imposible de olvidar o de no compartir. Esto es importante decirlo cuando, en la época de los exilios, otros países ofrecían mayores ventajas económicas, pero sin la calidez y encanto de éste, lo que no pocas veces provocaba la salida de aquéllos. Tampoco deben olvidarse los importantes grados de tolerancia y respeto a las diferencias existentes, al menos para no escasos sectores intelectuales y políticos.

Una dificultad no menor —al menos hace aproximadamente 20 años, o sea, en la época del exilio— fue lo difícil, engorroso y angustiante de los trámites migratorios: a veces fáciles, otras muy complicados, contradicción aplicable tanto a distintas personas como a la misma.47 No es ninguna exageración decir que, en esas épocas, el edificio de la simplificadamente llamada “Migración” era por mucho el más conocido y concurrido de la ciudad y lugar de constante encuentro de quienes vivían la misma odisea por largos e interminables años. Tampoco es éste el lugar para contar infinidad de anécdotas y chistes al respecto, ni para recordar las alegrías por tener en la mano el FM-3 o FM-2, vistos como documentos seguramente más importantes y sagrados que la Biblia, el Corán o la Torah (aunque muchas veces había que comenzar de nuevo el trámite pocos días después), o los sinsabores cuando se sucedían las solicitudes de nuevos trámites. Hoy esto se cuenta así, de manera tal vez humorística aunque gráfica, pero en esos momentos se utilizaban palabras que en los libros se llaman “irreproducibles”, y seguramente tales situaciones fueron la causa de la búsqueda de sicólogos o siquiatras, y probablemente de la utilización de algún electrochoque o del consumo acelerado de sicofármacos.

De todo esto pueden verse claras y categóricas muestras en las entrevistas que fueron base del libro de Meyer y Salgado. Posturas como la que indica que “yo amo profundamente a México, excepto tres o dos manzanas, que las odio, que es Gobernación y todo lo que está alrededor... yo lo odio, lo odio [...]. Te citaban, no sé, el papelito, el trato, las descalificaciones”, la denominación como “Margaret Tatcher”, por dura, a una directora de Migración, o las acusaciones a funcionarios que exigían “mordidas”. Pero, inversamente, otros destacan el apoyo y buen trato de otros funcionarios, aunque para las autoras del libro todo esto producía una situación “sostenida con alfileres”,48 lo que repercutía en inestabilidad, sensación de riesgo y gran esfuerzo y gasto de tiempo, lo que en parte era superado por la idea de que, en definitiva, casi siempre todo se arreglaba y los casos negativos fueron mínimos (no para todos, sino para ciudadanos de ciertos países).

Otro aspecto que tampoco puede dejarse de lado, y que resaltan muchos de los entrevistados en ese libro, han sido las limitaciones que la legislación mexicana pone a los extranjeros respecto a participación política. Si bien esto puede ser válido y comprensible en cualquier país, no puede negarse cómo ello afecta a exiliados que lo son precisamente por su práctica política, aunque ésta lo haya sido en sus países de origen. Pero en este sentido debe reconocerse que tal limitación, en general, no alcanzó a actividades vinculadas a las situaciones que produjeron los exilios, por lo que argentinos, brasileños, chilenos, nicaragüenses, salvadoreños, uruguayos, etc., desarrollaron aquí constantes denuncias y prácticas vinculadas a la situación en sus propios países.

Para terminar, es importante recordar que las condiciones actuales del mundo en general son extremadamente cambiantes y ocurren a una velocidad mayor a la que hubo en toda la historia, además de las significaciones de la llamada “globalización” que impone criterios y leyes antes inexistentes en todos los ámbitos, donde las fronteras nacionales, las nociones clásicas de soberanía, etc., hoy son diferentes y es difícil saber cuáles serán mañana. Es evidente que éste es el nuevo contexto de los procesos migratorios, individuales y colectivos, que seguramente traerán nuevas problemáticas y conflictos para todos los países del mundo que sean lugares de búsqueda de radicación o de tránsito a otros. Y así como las prácticas sociales, políticas y económicas actuales están en permanente mutación —con el clásico atraso que respecto a ellas tienen las normas jurídicas—, no es nada aventurado prever que algo similar pasará con los tránsitos de personas, problema claramente vinculado al proceso de desarrollo de cada marco social.

Pero lo que muy difícilmente cambia son consecuencias como las apuntadas en este trabajo, por lo que sin duda su estudio debe continuar como parte de un fenómeno político, social y económico que, por lo enunciado, no puede limitarse a tales aspectos, aunque sean centrales.

 

1 Véase un desarrollo mayor sobre este proceso en mi trabajo “Psicoterapias con víctimas de las dictaduras latinoamericanas”, Subjetividad y Cultura, núm. 13, México, 1999.         [ Links ]

2 Eugenia Meyer y Eva Salgado, Un refugio en la memoria. La experiencia de los exilios latinoamericanos en México, Facultad de Filosofía y Letras, México, UNAM/Océano, 2002, pp. 11 y 17.         [ Links ]

3 Hasta mediados de la década de los setenta existió en Argentina la opción de salida del país para quienes eran detenidos “a disposición del Poder Ejecutivo” durante la vigencia del estado de sitio.

4 Tomado de la ponencia de Ignacio Maldonado, “Algunas reflexiones acerca de la psicología del exilio”, presentada en la Conferencia Internacional sobre Exilio y Solidaridad en América Latina en los Años Setenta, Caracas-Mérida, octubre de 1979.        [ Links ]

5 E. Meyer y E. Salgado, op. cit., p. 24.

6 Ana Vázquez, “Algunos problemas psicológicos de la situación de exilio”, ponencia presentada en la reunión de nota 4.

7 Actualmente, muchas embajadas en ese país no se dan abasto en la solicitud de visas o de otorgamiento de nacionalidad cuando sus leyes permiten dársela a hijos de antiguos migrantes de los mismos (casos de España e Italia en particular).

8 En general, la xenofobia nunca desaparece, ni siquiera donde hay una buena recepción a los que llegan, por lo que es algo siempre presente o potencial, una especie de espada de Damocles, aunque en diferentes medidas. Meyer y Salgado ofrecen datos y testimonios al respecto en el caso de México: “En general, prevaleció un espíritu solidario de apoyo pero, al mismo tiempo, muchos se preguntaban por qué se ayudaba a quienes venían de fuera, limitando las oportunidades a los mexicanos, marginándolos de pronto para dar cabida a extranjeros” (p. 171). Claros ejemplos actuales son el del constante rechazo de Hugo Sánchez a entrenadores extranjeros en este país —por causas que no corresponde analizar aquí, y en el que olvida que él mismo fue aceptado y valorado en España—, con las repercusiones sobre la población en general de sus constantes declaraciones a la prensa; lo mismo en la insistente mención como “empresario argentino” del procesado como corruptor Carlos Ahumada. Todo ello tiene un conocido impacto sobre todos los extranjeros que residen en un país, e incrementa la sensación xenofóbica.

9 Por supuesto, éste no es el lugar indicado para un desarrollo y discusión sobre esta afirmación, que puede verse en otros trabajos, en particular en “La relación hombre-cultura: eje del psicoanálisis”, Subjetividad y Cultura, núm. 1, México,         [ Links ] y en el libro Normalidad, conflicto psíquico, control social, México, Plaza y Valdés/Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, 1a ed., 1990, 2a. ed., 1996         [ Links ](tal artículo se reproduce en la 2a. edición de este libro).

10 Sigmund Freud, “El malestar en la cultura”, en Obras completas, Buenos Aires, Amorrortu, 1976, t. XXI, p. 88.         [ Links ]

11 José Joaquín Brünner, Alicia Barros y Carlos Catalán, Chile: transformaciones culturales y modernidad, Santiago, Flacso, 1989, p. 21.         [ Links ]

12 Armand Mattelart, La comunicación-mundo: historia de las ideas y de las estrategias, México, Siglo XXI, 1996, p. 338.         [ Links ]

13 Gilberto Giménez, citado por Delia Crovi Druetta, Ser joven a fin de siglo, México, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM, 1997, p. 44.        [ Links ]

14 Karl Marx, “Tesis sobre Feuerbach”, en Marx-Engels, Obras escogidas, Moscú, Progreso, s/f, t. 2, p. 402.         [ Links ]

15 Un panorama de estas conceptualizaciones puede verse en Jean-Claude Filloux, La personalidad, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1960.         [ Links ]

16 Augusto Murillo, “Una experiencia de trabajo psicosocial con refugiados políticos latinoamericanos en Europa (Bruselas, 1976-1984)”, en Mónica Casalet y Sonia Comboni (coord.), Consecuencias psicosociales de las migraciones y el exilio, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, 1989, p. 55.         [ Links ]

17 Marie-Claire Delgueil, “Una experiencia psicoterapéutica con exiliados”, en ibid., p. 87.

18 Laura Achard de Demaría y Jorge Galeano, “Vicisitudes del inmigrante”, en ibid., p. 112.

19 J. C. Carrasco, “Juntos lograremos amanecer”, Santiago, 1980, citado por Elizabeth Lira y Juana Kovalskys, “Retorno: algunos aspectos psicosociales del proceso de reinserción”, en varios autores, Escritos sobre exilio y retorno (1978-1984), Santiago de Chile, Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (FASIC), 1984, p. 89.         [ Links ]

20 Ibid., p. 92.

21 Jorge Barudy, Jorge Serrano, Johanna Martens y Eduardo Durán, “El mundo del exiliado político latinoamericano”, en Así buscamos rehacernos: represión, exilio, trabajo psico-social, Bruselas, Colat/CELADEC (Comisión Evangélica Latinoamericana de Educación Cristiana), 1980, p. 39.         [ Links ] Reproducido en Grupo Colat, Barudy, Corral, Martens, Páez, Serrano, Murillo y Vieytes, Psicopatología de la tortura y el exilio, Madrid, Fundamentos, 1982, p. 39.

22 Ibid., p. 44.

23 León y Rebeca Grinberg, Psicoanálisis de la migración y del exilio, Madrid, Alianza Editorial, 1984, p. 87.         [ Links ]

24 Meyer y Salgado, op. cit., p. 293.

25 Ibid., pp. 23 y 24.

26 Sobre esta postura que considero de un sicoanálisis domesticado, véanse, entre otros, mis ensayos “La relación hombre-cultura: eje del psicoanálisis”, op. cit., y “Lo light, lo domesticado y lo bizantino en nuestro mundo psi”, en revista Subjetividad y Cultura, México, 14, 2000;         [ Links ] el segundo reproducido en La salud mental en el neoliberalismo, México, Plaza y Valdés, 2001.         [ Links ] También “Desde la lectura de El malestar en la cultura: los psicoanálisis ¿entre la peste y la domesticación?”, revista Imagen Psicoanalítica, México, Asociación Mexicana de Psicoterapia Psicoanalítica, núm. 9, 1997.         [ Links ]

27 Grinberg, op. cit., p. 27.

28 Sheriff Chalakani, “Exilio: proceso de muerte y de renacimiento”, en Consecuencias psicosociales de las migraciones y el exilio, op. cit., p. 135.        [ Links ]

29 Grinberg, op. cit., pp. 19 y 20. Más adelante estos autores señalan que “la disociación tiene por objeto contrarrestar tanto las ansiedades persecutorias como las depresivas, como así también evitar la amenaza de los sentimientos de confusión, por no tener bien discriminado aún lo viejo de lo nuevo” (p. 96).

30 Achard de Demaría y Galeano, op. cit., p. 114. Como destacan de manera gráfica, aunque tal vez mecánica, los autores de la nota anterior, se “puede hacer revivir la situación triangular edípica entre los dos países, como si representaran simbólicamente a los dos padres frente a los cuales resurgen la ambivalencia y los conflictos de lealtades. A veces es vivido como si se tratara de padres divorciados con fantasías de haber establecido una alianza con uno de ellos en contra del otro” (p. 108).

31 El entrecomillado de “sano” responde a la conocida polémica acerca de tal condición. Al respecto puede verse mi libro Normalidad, conflicto psíquico, control social, op. cit.

32 En el citado artículo del Colat se describe claramente esta postura: “La pérdida de los grupos de referencia primaria así como la necesidad de reconstituirlos en el exilio, fuerza al refugiado a crear concentraciones demográficas —grupos que viven en una zona próxima— en función de su medio político, social, religioso o regional. Esto nos recuerda, de alguna manera, el fenómeno de retribalización observado por Bastide entre los grupos africanos que viven en Francia. Esto, porque en estos grupos el refugiado se encuentra consigo mismo. La creación de estos guetos corresponde a la necesidad de seguridad y de preservación de la propia identidad que vive el refugiado político” (p. 42). Por supuesto, lo anterior es igualmente válido para los migrantes, máxime cuando residen en un país con cultura e idioma diferentes.

33 Sobre esto véanse los libros del Colat citados.

34 Grinberg, op. cit., p. 110.

35 Cristina Bottinelli, “La pertenencia a dos culturas: un aprendizaje para la vida”, en Gail Mummert (ed.), Fronteras fragmentadas, Morelia, Colegio de Michoacán, pp. 375-390.        [ Links ]

36 Ibid., pp. 184 y 93. En los casos del exilio latinoamericano de los años setenta y ochenta algunos países, por ejemplo Suecia, cubrieron genéricamente ese papel desde una nada difícil recepción, ofrecimiento de cursos para aprendizaje del idioma, facilidades laborales, rápida concesión de ciudadanía, etc., a lo que se contraponía un código y cultura de nada fácil reconocimiento y aceptación para quienes venían de nuestro continente; un ejemplo de ello lo plantea un entrevistado en el libro de Meyer y Salgado: “Las condiciones materiales son excelentes, pero son suecos, y los suecos quieren a su manera, es decir, con horario y con planeación de meses y punto” (p. 308). Algo similar hace Israel para los judíos del mundo, pero con base en una identidad compartida, aunque con otros riesgos.

37 Esto pudo verse más claramente cuando cambiaron las condiciones políticas y fue posible un retorno al país de origen: muchos no pudieron hacerlo o fueron obligados por deseos contrapuestos, con gran peso de la oposición de jóvenes que nacieron o se formaron en el país de recepción.

38 Testimonio en Meyer y Salgado, op. cit., p. 179.

39 No debe olvidarse que muchas veces personas con importante nivel profesional llegan a países, sobre todo desarrollados, donde están imposibilitados de ejercerlo por problemas legales o de mercado de trabajo, con las consecuencias que significa tener que buscar actividades que consideran atentatorias a su capacidad, dignidad o status.

40 Grinberg, op. cit., p. 116.

41 Expresión de esto es que muchos exiliados en México que regresaron a sus países no sólo recuerdan con nostalgia a este país, sino que regresan como viajeros, y en el caso de los argentinos, atiborran la embajada en Buenos Aires en fechas de conmemoraciones históricas.

42 El problema del retorno puede verse, entre muchos otros trabajos, en Eugenia Weinstein, “Problemática psicológica del retornado del exilio en Chile: algunas orientaciones psicoterapéuticas”, en Consecuencias psicosociales de las migraciones y el exilio, op. cit., en el libro del FASIC (Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas), Escritos sobre exilio y retorno (1978-1984), Santiago de Chile, 1984,         [ Links ] y también en las entrevistas realizadas en el libro de Meyer y Salgado, pp. 277- 280 y 285-287.

43 Sobre esto puede verse mi artículo “Psicoterapias con víctimas de las dictaduras latinoamericanas”, op. cit., donde se mencionan textos fundamentales en esta perspectiva.

44 Como un claro ejemplo al respecto, y seguramente no de los más graves, es interesante la lectura del artículo de Alí Bensaad, “Viaje al fondo del miedo con los clandestinos del Sahel”, en Le Monde Diplomatique, núm. 49, México, 2001, pp. 12-13.        [ Links ]

45 A. Murillo, Una experiencia de trabajo psicosocial..., op. cit., p. 55.

46 Estas restricciones y limitaciones ya existían antes del 11 de septiembre de 2001, o sea que son independientes de las acciones de ese día que han provocado mayores temores a las migraciones en general, y de algunos grupos nacionales, grupos étnicos y religiosos en particular.

47 Sobre esto, en el citado libro de Meyer y Salgado se transcribe una cita del autor de este artículo en la que se afirma que los argentinos se consideraban “hijos mimados en Gobernación” por las facilidades que tenían en los trámites migratorios (p. 170), frase sacada de su contexto, porque si bien fue así en determinados momentos, en otros fue todo lo contrario o similar a lo ocurrido a ciudadanos de otras nacionalidades.

48 Meyer y Salgado, op. cit., pp. 168-172.

 

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