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Política y cultura

versión impresa ISSN 0188-7742

Polít. cult.  no.23 México ene. 2005

 

Cambio global y migración laboral

 

Multiactividad y migración campesina en el poniente de Morelos, México

 

Elsa Guzmán Gómez*
Arturo León López**

 

*Universidad Autónoma del Estado de Morelos, México
elsaguzmang@yahoo.com.mx

**Universidad Autónoma Metropolitana, México
jaleon@correo.xoc.uam.mx
leonguzm@cableonline.com.mx

 

Recepción del original: 25/05/04
Recepción de artículo corregido: 07/01/05

Resumen

Este trabajo analiza la movilidad y migración campesinas en el poniente de Morelos como búsquedas laborales ante la crisis agrícola y falta de empleos locales que se llevan a cabo como alternativas complementarias a las actividades agrícolas locales y opciones laborales regionales. La región presenta múltiples ofertas laborales en tanto se encuentran ciudades y pueblos grandes circundantes, vías de comunicación, servicios y comercios que retienen la fuerza de trabajo y permiten la persistencia de la casa familiar en el pueblo. La migración se presenta, no como una respuesta única, sino como componente de una estrategia multiactiva y diversificada de reproducción.

Palabras clave: Multiactividad laboral, migración, reproducción campesina, campesinado y poniente de Morelos

 

Abstract

This paper studies mobility and migration among campesinos in western Morelos as part of the search for work they undertake, because of the farming crisis and the absence of local jobs, as complementary alternatives to local farming activities and regional employment options. The region has a plentiful labor supply, in that it has large cities and surrounding towns, good communications, services, and businesses that retain workers and allow family households to still prevail among the people. Migration is offered not as a sole response, but as a component in a multiactive and diversified strategy for reproduction.

Key words: Labor multiactivity, migration, peasant reproduction, campesinos, western Morelos

 

INTRODUCCIÓN

La movilidad de las poblaciones en busca de lugares de residencia y de labor distintos a los de su origen es un fenómeno cada vez más recurrente en el mundo. En México, desde hace varias décadas se distinguió el incremento de los flujos migratorios desde localidades rurales hacia las ciudades, destacando las dificultades que las familias campesinas enfrentan en sus propias tierras con el fin de obtener los recursos necesarios para su reproducción y el sostenimiento de condiciones básicas de vida sin restricciones, incluida la alimentación misma.

En las últimas décadas, dichas dificultades continúan y la pobreza rural se ha acentuado ante la poca redituabilidad de las actividades agrícolas, la falta de inversiones productivas y del sostenimiento del dinamismo en el mercado agropecuario. Los pequeños productores, especialmente de granos básicos y otros cultivos, han sido marginados de la participación en el mercado y ya no pueden sostener su economía a partir de la actividad agrícola. Esto ha llevado a que los campesinos busquen otras formas de subsistencia, que se están dando en un contexto de grandes transformaciones en el ámbito rural.

Si bien las migraciones campo-ciudad constituyeron los primeros flujos rurales relevantes, a éstos se agrega hoy una gran movilidad de la población rural en distintos sentidos, incluyendo destinos igualmente rurales. Se dan múltiples movimientos pendulares a distintos plazos temporales, circuitos estacionales siguiendo nichos de oferta de fuerza de trabajo, igualmente existen flujos unidireccionales temporales o definitivos, en el país o hacia el extranjero, individual o familiar. Es decir, el panorama de la migración rural es sumamente complejo, con variaciones de acuerdo con las condiciones de cada región, localidad y unidad familiar. Estos movimientos de población implican grandes transformaciones tanto en los lugares de procedencia como en los de llegada y en los procesos de traslado; se establecen cambios sociales y culturales en los distintos ámbitos que participan directa o indirectamente, es decir, entre los migrantes, en los pueblos, en las ciudades, en las relaciones y organizaciones familiares, en las dinámicas comunitarias, en los procesos de identidad, en las relaciones laborales, etcétera.

De esta manera, resulta interesante abordar la migración desde las condiciones particulares, al explicar los procesos que sostienen este fenómeno en un lugar determinado, así como los que a su vez genera, como procesos constituyentes de las formas de vida y reproducción de los grupos campesinos.

Consideramos que la migración es una respuesta que se adopta y adecua ante un conjunto de condiciones y va tomando diversas formas de acuerdo con decisiones que se gestan desde las unidades familiares. De esta manera, el presente trabajo aborda la movilidad laboral de la población campesina en la región del poniente de Morelos, desde las lógicas que definen las decisiones y las maneras de llevarlas a cabo, las relaciones con otras actividades en las localidades y familias, con su organización, así como las retribuciones de los ingresos generados al conjunto del ingreso total.

Este trabajo es producto de una investigación más amplia sobre las estrategias de reproducción campesina, en la cual se llevaron a cabo 120 entrevistas abiertas en las unidades familiares, en cuatro comunidades campesinas del poniente de Morelos y durante el periodo de 1998 a 2001.


CAMBIOS EN LA POBLACIÓN DE MORELOS

La población de Morelos —actualmente de 1 552 878 habitantes—1 ha mantenido en las últimas décadas un ritmo de crecimiento continuo, y estas dinámicas han ido modificando sus características. Este ritmo ascendente se ha registrado después de una severa disminución durante los años de la Revolución, en que disminuyó 45%, llegando a 99 140 habitantes en 1918, con una etapa inicial de recuperación de la población hasta finales de la década de 1930. A partir de 1940 la dinámica poblacional se inscribe en las tendencias nacionales de desarrollo, las cuales incluyen procesos de modernización tecnológica, crecimiento económico y estabilidad política, que se traducen en posibilidades de aumento demográfico y perfilan procesos de urbanización. Además de las caídas de las tasas de mortalidad y el aumento de las de natalidad, se observan, en el estado de Morelos, procesos de inmigración. Por ejemplo, entre la década de los treinta y los cuarenta, campesinos de los estados de Guerrero y de México ingresan a Morelos para incorporarse a los solicitantes de tierra en las ampliaciones ejidales, o al menos para trabajar en las tierras ya dotadas. Posteriormente, a partir de los cincuenta, la ampliación del mercado nacional de hortalizas y la proliferación de cultivos comerciales en tierras morelenses impulsó el movimiento de jornaleros agrícolas desde regiones marginadas, como la Mixteca de Oaxaca y la Montaña de Guerrero. En los años subsiguientes se llevaron a cabo flujos de migración desde los pueblos rurales hacia las grandes urbes, de la misma manera que las cabeceras municipales concentraron mayor población que los pueblos circunvecinos, ante el crecimiento de los sectores de servicios e industrial que ofrecieron empleos. En general, todos los centros urbanos crecieron, de manera especial Cuernavaca y Cuautla, pero también Jiutepec, Temixco, Yautepec y Jojutla. Asimismo, las zonas rurales fueron creciendo y superando la dimensión demográ- fica convencional asignada a las localidades rurales de 2 500 habitantes, por ejemplo, Coatetelco, pueblo campesino de 8 796 habitantes.2 De igual manera, a partir de los años ochenta se dio una ola importante de migración proveniente de otros estados de la república a distintas ciudades y regiones del estado de Morelos, con lo que se incrementó aún más su concentración. Esta tendencia de inmigración se distingue en las estadísticas del Enadid (Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica) de 1992 y 1997, en las que se marca a Morelos como receptor importante calculado en los saldos de emigración e inmigración.3

En el transcurso de este incremento, la población del estado se ha transformado, pasando de ser eminentemente rural a predominantemente urbana, pues hasta los años cuarenta la población rural representaba tres cuartas partes del total, entre 1959 y 1960 llegó a ser de casi 50%, y para el censo de 2000 se registró en sólo 17%.4 Esta transición ha llevado a un decremento de la representatividad relativa de la población económicamente activa (PEA) agropecuaria, la que ha cambiado de eje, pues se puede ver en que la proporción de PEA en el campo ha disminuido en forma paulatina respecto a la PEA total: representó 66% en 1950, 47% en 1970, 20% en 1990 y 13% en 2000, en tanto se registraron aumentos en la PEA del sector secundario y terciario, con lo que se llegó al último dato de 25.8% y 57.0% respectivamente.

Sin embargo, la población rural en números efectivos no ha disminuido, y actualmente, sin ser la predominante, al menos 226 574 personas habitan aún en localidades de menos de 2 500 habitantes, y 145 569 personas más viven en localidades que cuentan entre 2 500 y 5 000 habitantes, es decir, prácticamente 372 143 personas,5 esto es, 25% de la población morelense habita en localidades rurales, y en su vida y actividad productiva estas personas sostienen, entre otras, formas campesinas y agrícolas de vida y trabajo. Entonces, las familias mantienen su residencia fija en las localidades rurales, y desde ellas reciben y vinculan a una población móvil que labora y habita por tiempos distintos fuera de los pueblos, del estado o del país, representando su punto de retorno y relación familiar.

La vida rural en Morelos se ha ajustado a los cambios agrarios y a la disminución de la presencia de políticas gubernamentales de impulso a la producción agrícola, como en general en todo el país se había dado, y que se une a la vulnerabilidad de los campesinos ante los mercados, así como a los múltiples procesos de intensificación de la presión sobre los recursos de los campesinos por las vías del crecimiento de los centros urbanos, el aumento de los fraccionamientos en el norte del estado,6 los corredores industriales, la mejoría de las comunicaciones, como carreteras federales y estatales, un aeropuerto federal, etc. Es decir, la relación desigual que el campesino ha tenido frente a la sociedad se ha acentuado, y se refleja en las grandes dificultades para obtener retribución económica de la actividad agrícola, así como en el deterioro de las condiciones de los recursos y de vida de las familias rurales y de las comunidades, frente a una condición de minifundización y restricción del acceso a la tierra de la mayoría de los campesinos. Ante esto, las familias campesinas han buscado alternativas para subsistir dentro de las posibilidades que ofrece la cercanía y gran demanda de fuerza de trabajo por parte de los sectores industriales y de servicios en las zonas cercanas a las rurales, y en otras más alejadas; la actividad productiva se ha diversificado, incluyendo la multiactividad laboral no agrícola, dentro y fuera de las comunidades y regiones de origen.

Dicha movilidad también incluye la migración hacia Estados Unidos. Ésta se ha dado desde hace 30 o 40 años, de manera que algunas familias tienen parientes que trabajan allá, algunas reciben ingresos que complementan de manera importante los gastos domésticos y productivos, que cubren gastos específicos, como estudios o construcción de una casa, o representan el sostén económico básico. Este fenómeno tiene distintos pesos en cada región y comunidad, especialmente de acuerdo con la historia de migración en cada una de ellas, lo que se refleja en los datos del número de hogares con actividad migratoria o que reciben remesas de Estados Unidos; en los municipios del noroccidente de Morelos se calcula un promedio de 7.45%, entre los ubicados en los valles centrales 7.0%, los del nororiente 10.6%, los del poniente 14.6% y los municipios ubicados en el oriente sur 16.5 por ciento.7

La migración presenta diferencias: por ejemplo, en Tlalnepantla se puede considerar que la baja migración (2.7%) se debe a que el auge del cultivo del nopal ha retenido a la fuerza de trabajo, mientras que Axochiapan (22.9%) y Coatlán del Río (28.2%) han encontrado en la migración hacia Estados Unidos una alternativa laboral importante, aunque en municipios aledaños el porcentaje es menor. Es una actividad que se integra a aquellas con las que las familias campesinas complementan su subsistencia, bajo las lógicas adecuadas a cada lugar en particular, con diferencias en la importancia y el ritmo de incremento en cada caso particular, entre comunidades en el interior de cada municipio, y del estado en general.


SOBRE LA REGIÓN EN ESTUDIO

La región en estudio se encuentra al sur de Cuernavaca, la capital del estado de Morelos, aproximadamente a 30 km, en la parte poniente del mismo. Colinda con la carretera federal México-Acapulco, y ésta es la principal vía de interconexión regional hacia las carreteras secundarias y caminos locales que vinculan a todas las ciudades y pueblos circundantes. A lo largo de esta carretera y los puntos de entronque con las otras vías se encuentran algunos balnearios, unidades habitacionales, múltiples comercios pequeños, restaurantes de diferentes tamaños, mercados sobre ruedas, gasolinerías, varios bancos, puestos de elotes, caña, jícama, rosas, otros productos agrícolas, y, por supuesto, gran afluencia en ambos sentidos de automóviles particulares, autobuses, minibuses de pasajeros, taxis, traílers, camiones y camionetas de carga de todo tipo de productos, que pasan con fines de traslado e intercambio entre los poblados, o solamente de tránsito, que interactúan comercial, doméstica o turísticamente en distintos puntos de la misma.

Al poniente de dicha carretera se localizan los municipios de Miacatlán, Mazatepec, Tetecala y Puente de Ixtla, municipios colindantes entre sí, que incluyen las comunidades en estudio: Coatetelco, Cuauchichinola, Cuautlita y Ahuehuetzingo, respectivamente, y que a su vez confluyen en un paisaje que comparten. Este paisaje cuenta con tierras casi planas, de clima cálido semihúmedo, suelos delgados y preferentemente arenosos, y vegetación espinosa. Es un ecosistema de selva baja caducifolia, con pocos espacios con vegetación original; la precipitación es más bien escasa, de 900 mm anuales, concentrada principalmente entre junio y septiembre. Esta región forma parte de la cuenca del río Tembembe, cuyas aguas provienen de las escorrentías de la región del Chichinautzin, al norte del estado, y dan lugar a aguas subterráneas, manantiales, y las superficiales del río y otros pequeños brazos, aunque éstas corren casi exclusivamente en el periodo de lluvias. El uso agrícola del suelo ha tenido que adecuarse a dichas condiciones de restricción de agua, así como a su poca fertilidad.

En el municipio de Miacatlán se encuentran dos lagunas que se alimentan de aguas broncas, es decir, de lluvias, de donde la población local recurre a la pesca de tilapias, aunque en los últimos años se ha visto disminuida su producción. Las zonas de riego en la región son pequeñas, y se encuentran en el municipio de Mazatepec, alimentadas por canales que provienen del río y de algunos pozos, en donde se extrae el agua por bombeo.

Igualmente, como parte del paisaje, se distingue una red de caminos que comunican a todos los pueblos de la región y vinculan a regiones del Estado de México hacia el poniente, y de Guerrero hacia el sur. En las carreteras de accesos principales a las localidades, y que atraviesan campos de cultivo, se tiene la presencia importante de servicios y comercios, desde puestos pequeños hasta comercios medianos. De esta manera, en el poniente de Morelos encontramos la conjunción de recursos naturales, productivos y de servicios diversos y heterogéneos, de orígenes locales y foráneos, rurales y urbanos, que constituyen un panorama intrincado y complejo dentro del cual las comunidades campesinas establecen múltiples intercambios laborales, comerciales y de subsistencia, desplazamientos y transformaciones, con los que resuelven su reproducción.


AGRICULTURA Y MULTIACTIVIDAD

Los pueblos del poniente son considerados campesinos, de acuerdo con la opinión de sus mismos pobladores, pues la agricultura se lleva a cabo en prácticamente toda la tierra disponible, y se utiliza primordialmente para el cultivo del maíz. Como en todo el estado de Morelos, los pueblos tienen una historia agraria intensa de reivindicación de la tierra, al ser cuna del movimiento revolucionario, además de un reparto de la tierra relativamente temprano, en relación con el reparto nacional, pues para 1929 éste ya se había concluido. Estos elementos han influido en el arraigo que los campesinos tienen hacia la tierra y la agricultura, manteniéndola como una actividad vigente, a pesar de las grandes dificultades para hacerla de manera redituable frente a la falta de inversiones en el campo y a un mercado controlado.

Sin embargo, la restricción de tierras es igualmente una realidad en la región, como resultado del proceso de minifundización que las parcelas han sufrido desde la dotación ejidal a lo largo de las sucesiones generacionales, en que parte de los hijos de los ejidatarios fueron heredando porciones cada vez más pequeñas de las parcelas originales o se quedaron sin ellas. Así, mediante las entrevistas pudimos percibir que, en promedio, en las cuatro comunidades de estudio, por cada tres campesinos con tierra, cinco no la tienen. Además, calculamos que entre 60 y 80% de los que sí tienen tierra no cuentan con más de una hectárea. Estos datos los comparamos con las certificaciones en cada ejido, y a reserva de efectuar un análisis más detallado, que no corresponde a los alcances del presente trabajo, son básicamente coincidentes.

De esta manera, los campesinos que cultivan la tierra de manera independiente son los que cuentan con tierra y los que la rentan; los últimos representan alrededor de 60% de los que no tienen tierra. La actividad agrícola en dichas parcelas representa la producción de maíz que las familias utilizan para autoconsumo durante un periodo que va de cuatro a seis meses, y para el conjunto de bienes secundarios que obtienen de hojas, tallos, granos y olotes; igualmente cultivan, en menor medida, una diversidad de productos como flores, calabacita, elote, tomate y caña que se destinan al mercado, que si bien proporcionan ingresos en especie y dinero, no llegan a ser suficientes para el sostenimiento de las familias campesinas. De tal manera que los campesinos se ven obligados a desarrollar otras actividades remunerativas no agrícolas que les permitan obtener los ingresos económicos complementarios que se requieren para solventar los gastos de manutención, dando lugar a un ámbito de multiactividad. Es decir, dichas comunidades campesinas mantienen una multiactividad, integrada por opciones agrícolas y laborales no agrícolas y extralocales, tanto en la ocupación de un mismo productor, como en el nivel familiar y dentro del conjunto de la comunidad. Como dato se tiene que en las cuatro comunidades 50% se dedica como actividad económica principal a actividades agropecuarias, 18% a actividades del sector secundario y 29% a las del terciario.8

Así pues, la búsqueda de empleo forma parte de las preocupaciones, expectativas y realidades de gran parte de los jóvenes y de la población en general de estos pueblos. La primera opción de búsqueda de empleo es el trabajo a jornal local. En las entrevistas se encontró que 12% de los campesinos se dedica como actividad económica básica a esta actividad; éstos representan a una parte de los campesinos sin tierra, cuya proporción es distinta en cada comunidad. Así, en Cuautlita una quinta parte de los campesinos que no tienen tierra trabajan a jornal como actividad básica; en Cuauchichinola y Ahuehuetzingo los jornaleros encontrados en las entrevistas son la tercera parte de los campesinos sin tierra, mientras que en Coatetelco la proporción de campesinos que sólo trabajan a jornal, frente a los que cuentan con actividades alternas, es de 1 a 1, siendo la mayor en comparación con las otras comunidades. Se pudo comprobar que cuando el jornaleo es la base del ingreso de las familias, lleva a una situación de vulnerabilidad a las mismas, pues coincide con las situaciones de mayores difi- cultades para resolver las necesidades cotidianas de alimentación, vivienda, posibilidades de estudio para los hijos, poca solvencia económica, persistencia de enfermedades, etc. En Coatetelco la mayor parte de la población tiene condiciones de vida precarias y falta de recursos, de modo que no pueden plantearse como alternativa cultivar.

De esta manera, se puede ver que el trabajo agrícola a jornal es mayoritariamente complementario del ingreso, y no se puede entender como único, pero es una opción muy socorrida y cercana en varios sentidos, pues representa un trabajo que todos los campesinos saben hacer, y que incluso combinan con sus propios trabajos agrícolas, lo consiguen mediante las relaciones en su comunidad o en los pueblos aledaños, no les implica la necesidad de desplazarse o de residir fuera de su pueblo, y representa una dinámica de movilidad constante en todas las comunidades, entre ellas, y en la región durante los periodos de cultivo.

Se ha constituido una demanda a la que gran parte de la población se encuentra vinculada, sea como productor que contrata jornaleros o como jornalero que se emplea con otros campesinos, o incluso en ambas situaciones en distintos momentos. Prácticamente no existen inmigrantes de otras regiones que se desplacen para buscar este trabajo: puede decirse que la demanda es cubierta por los mismos campesinos de cada comunidad, o por los de la región; incluso a veces consideran que el trabajo escasea, es decir, que existe una sobreoferta de fuerza de trabajo agrícola que no logra ser absorbida completamente por el empleo regional.

Buena parte de los jóvenes que se quedan en el pueblo viviendo del campo lo hacen mediante esta práctica, como parte complementaria del trabajo que puedan hacer en las tierras de familiares o trabajando con sus padres, rentando tierras o sembrando a medias. También hay quienes anteriormente atendían cultivos propios, alternando o no con trabajo asalariado, pero con el tiempo y la edad avanzada, se les hace pesado continuar de esa manera, sea porque sus hijos ya no trabajan con ellos y no lo pueden hacer solos, o porque ya no pueden asumir la responsabilidad y desgaste de estar al frente de un cultivo, de tal suerte que prefieren sólo jornalear por tiempos, para ir sacando algo, mientras que reciben otro tipo de ingresos, por ejemplo, las ayudas de los hijos que viven en el exterior.

Las posibilidades del trabajo a jornal dibujan un panorama intrincado, defi- nido por la diversidad de tiempos y labores de los cultivos múltiples, los tiempos de demanda, cíclicos y temporales, las restricciones de tierra y decisiones de los distintos campesinos, así como por las relaciones de parientes, comunitarias y laborales. Estas condiciones dan lugar a que dicho jornaleo se engarce dentro de la multiactividad que se ha ido construyendo en la región, y mantenga a cierta población en una intensa movilidad, permaneciendo u oscilando dentro de los contornos de la vida productiva de las propias comunidades.

Ante este panorama, la búsqueda de trabajo no agrícola se torna indispensable en estos pueblos, pero los límites de búsqueda deben ampliarse constantemente ante la escasez de empleos en el espacio circundante a cada comunidad, de tal manera que la distancia a la que se recurre a trabajar implica recorridos, ausencias y estancias distintas, y a su vez requiere ajustar la estrategia general y la organización familiar. Prácticamente en cada una de las familias entrevistadas, al menos una persona, bien sea mujer, hombre, joven o adulto, obtiene ingresos extraagrícolas, ya sea de empleos en los alrededores regionales o de envíos que algunos migrantes realizan desde Estados Unidos.

Para las mujeres, por ejemplo, las opciones de trabajo no son muy diferentes de las que tienen los hombres, sino que se llevan a cabo en condiciones especiales, sobre todo en lo que respecta a la permisibilidad y las costumbres en el seno de las unidades familiares. Ciertamente, la movilidad de las mujeres es menor, pues de acuerdo con las entrevistas, las referencias de empleos que llevan a cabo hombres de la familia frente a las mujeres son de dos a una, ya que ellas tienden más bien a estar a cargo de los aspectos domésticos de la unidad, lo cual requiere mayor presencia —en especial las madres de familia, pero también las hijas solteras.

Si bien en las pláticas y entrevistas resulta muy claro que el papel de la mujer es asumir el trabajo doméstico dentro de la organización familiar, y esto ocurre de manera determinada antes de las elecciones personales, las opiniones también van aceptando maneras distintas de adoptarlo, y los comentarios entre las diferentes entrevistadas nos hablan de nuevos intereses y necesidades que plantean la posibilidad del trabajo fuera del hogar. Entre las condiciones para que las jóvenes lo hagan, según el parecer de las mujeres y jefes de familia entrevistados, se pueden definir tres variantes: la primera es si en el periodo posterior a la terminación de estudios, que puede ser alrededor de los 15 años, la joven quiere trabajar y encuentra una manera aceptable de hacerlo, es decir, en un lugar cercano, con amigos o parientes, etc.; la segunda es si hay varias jóvenes mujeres en la casa que pudieran justificar la salida de una de ellas; y la tercera se refiere a que la situación económica de la unidad familiar sea muy precaria, por lo que antes de que la misma joven decida trabajar, la familia defina que se contrate.

Las mujeres que trabajan fuera del pueblo se trasladan diariamente a poblados cercanos o a las cabeceras municipales circundantes para integrarse a empleos en comercios, maquilas, servicios domésticos, etc.; o bien, se quedan con familiares durante la semana, y sábados y domingos regresan a su casa, aunque estos arreglos suelen ser temporales. La mayoría de estos casos se dan mientras las mujeres están solteras, y dejan la actividad laboral en el momento de casarse; pero también se observan casos en que las mujeres dejan a sus pequeños hijos al cuidado de su madre mientras ellas trabajan fuera, en caso de ser madres solteras, separadas, o cuando el esposo se halla fuera del país.

Entonces, a pesar de que la organización tradicional asigna el espacio doméstico y reproductivo a la mujer, no todas lo ocupan, y se vislumbran procesos de cambio importantes en la organización y en la división del trabajo familiar, como se considera que es el sentir y vivir de las familias en general y de las propias mujeres, dadas por opiniones y especialmente por aquellas ocupaciones a las que las mujeres jóvenes se van abocando.

Así, las primeras opciones laborales no agrícolas a las que jóvenes, mujeres y varones, recurren en sus comunidades están conformadas por los distintos servicios; en primer lugar se encuentra el comercio, pues las pequeñas tiendas de abarrotes representan ingresos cotidianos, aunque mínimos, pero igualmente con inversiones reducidas. De acuerdo con algunos dueños de tienditas con ventas al menudeo, los movimientos semanales de dinero no pasan de $500.00, y otras apenas alcanzan los $1 000.00, lo cual nos ilustra el nivel de las ganancias y que los ingresos complementarios a las actividades agrícolas por esta vía, si bien pueden ser constantes, no son altos. En Ahuehuetzingo y Coatetelco, en las zonas centrales, encontramos negocios más grandes, con ingresos seguramente en escala mayor, pero que en general no pertenecen a agricultores que complementan sus ingresos con negocios en pequeña escala, sino a comerciantes medianos o prestadores de algún otro servicio.

El transporte público representa otra posibilidad de empleo detectada a la que recurren miembros de las familias entrevistadas. Así, los carros para servicio colectivo que pertenecen a la comunidad (como el caso de Ahuehuetzingo y Cuauchichinola) son manejados por medio de contratos temporales a los que en distintos momentos recurren los jóvenes, especialmente fuera del temporal o cuando no encuentran trabajo cercano. Asimismo, el servicio de taxis con carros particulares que manejan hombres de las comunidades es utilizado como actividad complementaria, la cual poco a poco puede irse haciendo definitiva en caso de que exista un convenio con el dueño del taxi, o que mediante éste se establezcan contactos para trabajar en rutas más amplias; encontramos a varios agricultores a los que cultivar de tiempo completo les resultaba muy pesado por su edad relativamente avanzada o por lo caro de los insumos, por lo que este empleo se da por temporadas o por horas y constituye un complemento adecuado, aunque tampoco les significa ingresos seguros cuando no se realiza de tiempo completo.

Como alternativa regional, especialmente durante el temporal, se registra el trabajo en las ladrilleras de la zona; las condiciones de trabajo son difíciles y desfavorables, pues se requiere estar con los pies sumergidos en agua durante varias horas al día, lo cual daña la salud. Campesinos de Ahuehuetzingo, Cuautlita y Coatetelco que realizan este trabajo refieren que como consecuencia de ello se presenta el reumatismo; sin embargo, al no encontrar otra alternativa de empleo, en éste aseguran un salario en épocas en que difícilmente pueden obtener otro. Asimismo, es difícil saber cuántos campesinos acuden a este empleo: se encontró que 5% de los entrevistados lo hacen temporalmente, los cuales están entre las unidades más marginadas de las comunidades. En las dos ladrilleras detectadas, una entre Mazatepec y Cuautlita y la otra al suroriente de Ahuehuetzingo, el número de trabajadores en este campo, al parecer es fluctuante e irregular; de cualquier modo, representa una posibilidad de empleo para algunos campesinos, e incluso se detectó que algunas familias que llegan de fuera del estado, en este caso de Guerrero, se asientan improvisadamente y de manera temporal en las cercanías de las ladrilleras para emplearse.

Entonces, los empleos locales constituyen posibilidades laborales y complementarias de ingresos familiares, pero no representan seguridad alguna; los empleos preferentes son inestables e irregulares; el registro creciente de actividad laboral en el sector terciario (28% en promedio en las comunidades) da cuenta de la participación en los servicios existentes en la región y en otras aledañas, principalmente, pero no garantiza estabilidad. Así, puede verse, por ejemplo, que la población derechohabiente del IMSS o del ISSSTE es aproximadamente 24% de la población de las comunidades,9 cuando se observa que casi 50% está inserta en un mercado laboral extraagrícola, de lo cual se deduce que una parte importante de ella no cuenta con derechos laborales de este tipo.

La inestabilidad laboral es causa de que la demanda de trabajo no agrícola de las comunidades no sea satisfecha, por lo que las búsquedas se amplían hacia distancias más amplias y la movilidad es más intensa; aquí se incluye el cambio de residencia temporal o definitiva.


MIGRACIÓN, SALIDAS Y RETORNOS

Prácticamente en todas las familias entrevistadas, al menos una persona obtiene ingresos extraagrícolas fuera del pueblo, o alguna vez lo ha hecho, y en la mitad de las familias, al menos un miembro trabaja fuera del pueblo de manera permanente y retribuye ingresos como parte del grupo, sean obtenidos en empleos en los alrededores o como envíos que migrantes realizan desde Estados Unidos. En los otros casos las salidas son más irregulares, por temporadas, o se han llevado a cabo anteriormente.

Las modalidades de relación con empleos externos son variadas. Algunos salen y regresan el mismo día, pues trabajan en urbes cercanas como Mazatepec, Puente de Ixtla, Cuernavaca; en negocios en los alrededores, como restaurantes sobre las carreteras, o como albañiles en lugares variables pero cercanos. Estos casos refieren la inconveniencia del gasto en pasajes y lo largo de la jornada desde que salen de su casa hasta que regresan, pero se tiene la sensación de correr con suerte al poder contar con un ingreso seguro —especialmente si se le compara con la agricultura— y no tener que buscar otra residencia, es decir, mantenerla en el núcleo familiar. Estas actividades las llevan a cabo los y las jóvenes, los jefes de familia —especialmente en las situaciones temporales— y en ocasiones las mujeres.

Las industrias textiles, llanteras y automovilísticas de Cuernavaca han sido receptoras de mano de obra campesina desde su instalación, y actualmente los habitantes del poniente de Morelos continúan recurriendo a las mismas. De acuerdo con las opiniones de los entrevistados, éstas ofrecen la ventaja de tener estabilidad en el trabajo y diferentes prestaciones, aunque en realidad lo que aprecian es poder tener servicio médico para ellos y para su familia. También acuden a otros tipos de empleo en zapaterías, taquerías, fondas, maquilas pequeñas, lavanderías, o en el comercio de productos varios en distintos lugares.

Entre los residentes actuales de las unidades familiares se encuentran, igualmente, jefes de familia e hijos que realizan salidas laborales semanalmente, mientras el resto de las familias residen en los pueblos. Se calculó que la cuarta parte de las entrevistas familiares reportan al menos un miembro en este caso (incluyendo salida de mujeres). Los empleos son en Cuernavaca y en el Distrito Federal, predominantemente, y son de distinta índole: en fábricas, comercios, talleres, construcciones, etcétera. Los inconvenientes son los gastos de alojamiento y alimentación, pues tienen que vivir en cuartos o habitaciones rentados; frente a esto dicen preferir “el aire de su pueblo”, pero la necesidad de empleo les impone esta situación. Algunos viven con parientes, especialmente si son mujeres solteras, aunque esto no es forzoso, de modo que algunas han decidido actuar por su cuenta y buscar otras opciones. Ciertamente, si el jefe de familia trabaja fuera durante la semana, el tiempo de ausencia es mayor que el de residencia, pero la decisión de mantener la casa familiar en el pueblo garantiza la continuidad como miembros de la comunidad, la utilización de los recursos locales con que cuentan en ella, así como la posibilidad de que algún miembro de la familia se integre a alguna actividad local para complementar el ingreso global.

Algunos confiesan haberse cansado de vivir fuera de sus pueblos, diciendo: “...me harté de estar metido en la fábrica”, dice uno; “eso de pagar todo, todo..., mejor en el pueblo de uno”, comenta una mujer. Con opiniones parecidas, muchos decidieron regresar al campo, con todos sus riegos e inconvenientes, ante la falta de empleos. Aunque la salida puede derivar en ausencias mayores o definitivas, por las relaciones y los nuevos intereses formados en el trabajo externo: la familia cambia de residencia o se producen rupturas o nuevos arreglos, que los llevan a decidir no regresar al pueblo, e intentar establecerse, a largo plazo o de manera permanente, en lugares distintos y distantes.

Estas opciones alternas ante las restricciones internas en las comunidades permiten que los que se quedan o regresan lo hagan con cierto margen de oportunidades de empleo y de espacio. Es una salida emergente ante la desilusión de ser productores sin obtener ganancias, de asumir un trabajo pesado y riesgoso sin muchas posibilidades de mejorar la vida, sin tener opciones distintas para los diferentes miembros de la familia, con grandes dificultades para estudiar, para obtener empleos diversos, para elegir una vida desde su propio pueblo de origen.

Cuando se sale del pueblo a buscar trabajo, se corren riegos, que se van enfrentando y resolviendo de distintas maneras. La primera es el lugar de residencia: se buscan lugares donde pueda haber empleo, aunque de acuerdo con los relatos, cuando salen se dirigen a un lugar del que ya existe cierta referencia o posibilidad de empleo, ya sea por el contacto con parientes o amigos que están trabajando en ese lugar, o cuando se abre una fábrica, se inicia una obra grande que ofrece contrataciones de personal, etc. Las salidas sin rumbo fijo no se mencionaron en ninguna de las entrevistas, pues tal parece que se buscan opciones en torno a posibilidades cercanas, como parte de una estrategia frente a los riesgos. Posteriormente se deberá resolver el asunto de la habitación, lo cual implica enfrentarse a situaciones que se confrontan con las de su pueblo, pues más que las condiciones materiales de la habitación, que pueden ser mejores o peores que la propia, los puntos que remarcan como inconvenientes —al menos quienes habían trabajado fuera y regresaron tiempo después a su pueblo— son la necesidad de pagar una habitación, de no poder vivir en algo propio teniendo su vivienda en el pueblo, así como el sentirse apretado en un espacio urbano, frente al paisaje rural como entorno de la cotidianidad.

Este tipo de salidas o de migración temporal requiere que en el seno familiar la organización se reajuste, los roles se reestructuren y la participación de los diferentes miembros se modifique. Con la salida de los hijos se quedan ciertas actividades vacías, como la ayuda en el trabajo del campo, que deberá ser sustituida por el pago de peones, o dejar de sembrar, es decir, la estrategia tiene que ser modificada completamente. El caso de las hijas es diferente, porque su ausencia no cambia ninguna actividad, sino implica más bien la sobrecarga de trabajo en la madre, pues en general las hijas cubren una parte del trabajo doméstico, y en algunos casos encontramos que las hijas pequeñas se vean obligadas a incorporarse más pronto a las labores de la casa.

Cuando los jefes de familia son los que salen, las responsabilidades que normalmente cubren ellos son asumidas por la esposa: las mujeres añaden a sus labores y obligaciones habituales tanto las cargas productivas como los compromisos comunitarios; se encargan de la renta de la parcela o del convenio “a medias” cuando cuentan con tierra, y del cultivo, para lo cual contratan jornaleros cuando la mujer de alguna manera ha participado en la producción, pues conoce las necesidades y puede hacerse cargo de su ejecución; en ninguno de los casos se encontró que ellas renunciaran a estas tareas o disminuyeran su dedicación a las labores domésticas que venían realizando antes de la partida del jefe de familia.

Los estudios pueden convertir las salidas temporales en definitivas. Así, enfermeras y maestros pueden emplearse fuera del pueblo donde haya plazas; algunos con estudios técnicos en mecánica o electrónica —manifestado en las entrevistas—, e incluso con estudios superiores —los menos, ciertamente—, no encuentran el espacio para ejercer en sus propios pueblos, de modo que se establecerán en donde encuentren trabajo, por lo que pueden plantearse no residir más en sus pueblos. Se mencionaron como lugares de destino las ciudades de Oaxaca, Querétaro, Puebla, el Distrito Federal y Cuernavaca; en fin, ciudades grandes con amplios espacios de servicios y empleos en diferentes niveles que permiten no depender más del campo y de sus restricciones. Se registraron algunos casos en los que las mujeres regresaron al casarse y dejaron su profesión para dedicarse al trabajo doméstico.

Como se mencionó, la falta de opciones de empleo es un factor de angustia y preocupación permanente, por lo que obtener uno, aunque sea fuera, resulta bastante ventajoso frente al potencial desempleo local, de tal manera que esta forma de emplearse ha sido absorbida por las distintas organizaciones familiares, las cuales se reajustan a las necesidades y ausencias que aquélla implica. La posibilidad de obtener empleo en las regiones aledañas a los pueblos de origen facilita la decisión de acudir al trabajo externo, frente a la opción de cruzar la frontera, lo que representa mayores gastos, riesgos y lejanía, aunque también mayores ingresos; podría decirse que existen opciones y condiciones diversas para llevar a cabo las salidas.

La migración hacia el norte, a Estados Unidos, es igualmente una opción laboral que se considera factible en la región del poniente de Morelos. Es algo que en los últimos cuarenta años poco a poco se ha ido estableciendo y aumentando, según lo refiere la gente de las localidades.

En las comunidades estudiadas se registró migración hacia Estados Unidos desde hace varias décadas. En las entrevistas comentaron, por ejemplo, que de Cuautlita y los pueblos vecinos “se van para California, se van para Laredo, a Matamoros, a Tijuana, a cualquier frontera... y ya que pasan se acomodan donde haya compañías. En Texas en lo que se trabaja es haciendo casas, pura construcción, o se van para Florida para los campos, para norte Carolina, para cortar las yardas [jardines]”. Las redes de vinculación entre las localidades y los centros de trabajo en Estados Unidos son difusas, aunque seguramente poco a poco se van consolidando.

Las razones para ir al norte no las cuestionan, bien pueden ser aportes constantes a la economía de la unidad familiar o posibilidades de inversiones, que de cualquier modo significan cambios importantes en la condición económica de las familias, como explicaba un señor de la comunidad de Cuauchichinola: “ese señor [señala a un vecino] estaba bien pobrecito, tenía una casita como esa [muestra un jacal de adobe y paja derruido], y ahora tiene su casa de dos pisos, y allá abajo un casón, y además dos tortillerías. Él se fue antes, y ahora tiene a sus hijos allá”.

Otro señor de la misma comunidad nos ilustra el cambio de actitud obligado ante las nuevas circunstancias: “Hace tres años ni me imaginaba que mis hijos se iban a ir para allá, ahora están allá, un hijo que quería llorar cuando se fue, le buscaba harto, no te vayas, le decía, y él decía: —Si algo me ha de pasar es que me tenía que pasar—, pero yo no lo quería dejar. Y luego me habló y me dijo: —Ya pasé—. Y ahorita está ganando un montón de dinero”.

Encontramos familias en las que casi todos los hijos han estado o están en el norte, pero también algunas en las que ningún integrante ha ido ni quiere ir. Esto implica dos aspectos: uno, que la aventura requiere una influencia directa, una recomendación y convencimiento familiar cercano, es decir, una red de contactos y ayuda para pasar la frontera, conseguir trabajo, alojamiento y compañía una vez que se han instalado; asimismo, se tiene como condición para migrar la búsqueda de una mejor situación laboral ante las restricciones locales existentes. Pero también notamos que la situación económica determina el tipo de planes. Para pasar la frontera sin papeles tienen que pagar a un “pollero”; éste les cobra, según cuentan, alrededor de 2 700 dólares, cantidad que no todos pueden pagar o que algunos ni siquiera se proponen juntar. Es claro que las familias con menores recursos no se plantean siquiera la alternativa de salir, pues no pueden solventar los gastos que representan el viaje y el riesgo. Se necesita cubrir al menos dos condiciones: una, restricciones de oportunidades y empleo, y dos, posibilidades económicas en un balance especial que resulte ser un estímulo y una realidad para ir a Estados Unidos.

Las opciones familiares de ocupación muestran ciertas tendencias en las diferentes comunidades. En general, de acuerdo con las entrevistas realizadas en Cuauchichinola y Cuautlita, se dice que en el pueblo se queda la misma proporción de hijos que la que viaja al norte, mientras que en Ahuehuetzingo y Coatetelco la migración es preferentemente al interior del país. Vemos cómo en las dos primeras comunidades la opción de salida del pueblo se canaliza hacia Estados Unidos; en ambos pueblos existen redes entre algunas familias, mediante las cuales los futuros migrantes establecen los primeros contactos. En estas familias se tiene la idea de que en cada familia del pueblo existe por lo menos un miembro que trabaja en Estados Unidos. Aunque nosotros no encontramos tal correspondencia, es claro que en estas comunidades la migración fuera del país es mucho más palpable que en las otras dos.

Mientras tanto, en Ahuehuetzingo y Coatetelco no encontramos entre los entrevistados quienes tuvieran hijos en Estados Unidos en ese momento, pero decían haber estado allá alguna vez, de manera temporal, o tener amigos, primos, hermanos o sobrinos fuera del país. De igual manera, las construcciones y camionetas que se observaban, al decir de los entrevistados, se habían conseguido con dólares. En Ahuehuetzingo la restricción de la tierra es menor que en las otras comunidades. La minifundización es menos severa, y aunque el número de ejidatarios es reducido en relación con la población total —como en toda la región—, las posibilidades de rentar tierra son mayores. Por el contrario, en Coatetelco la falta de acceso a la tierra es severa, pero las restricciones económicas —según dice la gente que no migra— les impiden trabajar en Estados Unidos, puesto que no podrían sufragar los gastos del viaje.

Para los padres significa gran pesar que los hijos formen sus familias y sus espacios de residencia tan lejos, pues saben que las visitas escasean y las ausencias se prolongan, los vínculos con las familias políticas y con los nietos se debilitan. Por eso suelen pensar —y desear— que la residencia de sus hijos en aquel país sea temporal, pues según parece nadie se va con la idea de permanecer allí, especialmente los más jóvenes, o los que dejan a su esposa e hijos en el pueblo.

Entre las familias entrevistadas, los jefes de familia que habían ido con anterioridad a trabajar a Estados Unidos comentan que no volverían a intentarlo, bien sea por los peligros que el viaje les representó, por las penalidades en el pase de la frontera, por las dificultades para encontrar trabajo y conseguir un alojamiento, o simplemente porque la vida y el trabajo de fábrica o lejos de sus familias no les gustó.

Pero hay quienes se interesan por irse nuevamente, y entre los viajes que logran hacer van definiendo poco a poco su estancia definitiva; especialmente cuando la experiencia ha sido favorable, se llevan a su familia, se casan allá o regresan al pueblo sólo por temporadas, y a veces obtienen permisos de residencia. Trabajar con salarios en dólares representa mucho mejor pago que cualquier otro al que los campesinos de estas comunidades pudieran aspirar en México: consideran que allá pueden ganar en un solo día lo que aquí ganarían en una semana si tuvieran trabajo. Ante esto, algunos piensan que la diferencia bien vale el viaje y el riesgo que implica, y entre los entrevistados mencionan que el envío periódico u ocasional de los migrantes da lugar a construcciones de casas, inversiones en los cultivos o manutención de los padres, cuando éstos son de edad avanzada.

Las opciones son diversas, pero como se dijo, la construcción de redes sociales es un elemento importante en los procesos de migración. En la región se detectaron, en algunos casos, redes basadas en las relaciones familiares; en otros, redes un poco más amplias, pero no se encontraron vínculos concretos hacia ciudades o empresas empleadoras extranjeras que, como se ha visto en otras partes de Morelos, han sido elementos detonadores de redes de migración, como en Hueyapan y Coatlán del Río. Por el momento, en esta región la migración se integra a las estrategias familiares de reproducción dentro de una lógica de diversidad de actividades, ingresos y búsquedas; como un integrante necesario, y quizá crecientemente indispensable en las condiciones actuales, pero sin ser aún una sola estrategia regional.

De esta manera, la migración hacia Estados Unidos, sin llegar a ser la única posibilidad ni la aventura obligada, constituye un flujo migratorio irregular, cambiante, a veces difuso pero ciertamente creciente. Con frecuencia se afirma que todas las familias tienen un integrante —tío, sobrino, hijo, etc.— en el norte; para ilustrar, una señora decía: “...si parecemos como las hormigas, unos van mientras otros regresan...”.


A MANERA DE CONCLUSIÓN: ENTRE LA AGRICULTURA Y LA MIGRACIÓN

El panorama de las opciones laborales de los campesinos del poniente de Morelos se muestra como un mosaico heterogéneo y sumamente dinámico de soluciones con las que están enfrentándose las grandes dificultades por las que atraviesan sus familias y comunidades. El restringido acceso a la tierra, la falta de ingresos por la agricultura, el desempleo, y la carestía local en general, han llevado a que la subsistencia campesina se base en actividades y recursos más allá de los agrícolas y locales, lo cual genera una gran movilidad laboral y flujos migratorios.

Sin embargo, la movilidad y la migración se llevan a cabo dentro de un abanico de decisiones y ejercicios concretos, y no se ven como tendencias únicas en el desarrollo de las comunidades. Así, las búsquedas existentes y las decisiones tomadas desde las unidades familiares se multiplican, combinando y complementando las posibilidades y los recursos propios con las condiciones externas.

La actividad agrícola de autoconsumo y la comercial, a pesar de las deficiencias en que se desenvuelven, implican el uso de recursos y conocimientos propios, así como el ejercicio de prácticas arraigadas que conforman la cultura campesina, que se plasman en la seguridad de una parte de la alimentación. De igual modo, la persistencia de las casas familiares en las comunidades refuerza el arraigo a los pueblos y, concretamente, la residencia fija o temporal, así como las posibilidades de retornos, en caso de haber salidas.

Frente a las condiciones de restricciones y vulnerabilidad en que la vida campesina se lleva a cabo, la seguridad garantizada por el espacio doméstico y la actividad agrícola funciona como base de la reproducción campesina. A ésta se agregan las otras actividades necesarias para subsistir, pues ante la seguridad básica es posible arriesgar y buscar vínculos con espacios externos, a pesar de que éstos implican relaciones desventajosas y subordinadas para los campesinos; de esta manera las actividades no agrícolas, incluyendo las distintas modalidades migratorias, se realizan como complementos de una estrategia global.

Los servicios, industrias, comercios y dinamismo de las urbes circundantes a las comunidades permiten obtener empleos que posibilitan y refuerzan el uso de la tierra, la inserción al jornaleo agrícola local, y el sostenimiento de la residencia familiar en la comunidad. La generación de ingresos económicos fuera de los ámbitos de las comunidades compensa las limitaciones internas y posibilita la obtención de bienes básicos y de los servicios necesarios para la reproducción de la unidad familiar. De manera complementaria, la multiactividad y la migración permiten la subsistencia, algo que en la región se encuentra sumamente restringido, y reducen la competencia interna ante los recursos locales y regionales, es decir, atenúan la presión sobre la tierra y los procesos económicos y laborales.

Así, residencia local, agricultura, multiactividad, movilidad y migración son procesos que en el poniente de Morelos no pueden entenderse de manera aislada, pues en realidad son componentes de estrategias múltiples para la reproducción de las unidades familiares campesinas. Sólo en su conjunto pueden existir: se sostienen y recrean mutuamente, con lo que construyen un panorama abigarrado de posibilidades de subsistencia, de opciones, decisiones, acciones y combinaciones en cada una de las comunidades, y en su conjunto.

 

1 INEGI, XII Censo general de población y vivienda 2000, México, INEGI, 2001        [ Links ]

2 Idem.

3 El saldo para 1987 es de 121 187, para 1992 de 148 097 y para 1997 de 103 216. Rodrigo Pimienta y Martha Sanabria, “La migración rural-urbana en las encuestas nacionales de la dinámica demográfica”, en Arturo León et al., Migración, poder y procesos rurales, México, UAM-X/Plaza y Valdés, 2001.         [ Links ]

4 INEGI, Censos de población y vivienda de 1930 a 2000.

5 INEGI, XII Censo general de población y vivienda 2000, México, INEGI, 2001.

6 Scott S. Robinson, “Los altos centrales de Morelos: fraccionamientos, agua y municipios libres en el norte de Morelos”, ponencia presentada en el encuentro La gestión del agua en México: los retos para el manejo sustentable, UAM-I, 11-13 de septiembre de 2001.        [ Links ]

7 Datos promediados de los presentados municipalmente en G. Vásquez, “Mapa porcentaje de hogares con actividad migratoria y/o que reciben remesas de Estados Unidos, 2000”, información digital sin publicar, realizada a partir del indicador construido con datos del INEGI. Municipios considerados en la zona noroccidente: Huitzilac, Tlalnepantla, Cuernavaca, Tepoztlán, Tlayacapan, Totolapan, Atlatlauhcan; valles centrales: Cuautla, Yautepec, Jiutepec, Emiliano Zapata y Xochitepec; nororiente: Ocuituco, Tetela del Volcán, Zacualpan de Amilpas y Temoac; poniente: Temixco, Miacatlán, Tetecala, Mazatepec, Puente de Ixtla y Coatlán del Río; oriente sur: Tepalcingo, Jonacatepec, Jantetelco, Tlaquitenango, Amacuzac, Axochiapan, Ayala, Tlaltizapan, Zacatepec y Jojutla. El agrupamiento se realizó únicamente para ilustrar las diferencias en cuanto al parámetro señalado.

8 INEGI, 2000, op. cit.

9 Idem.

 

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