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Perfiles latinoamericanos

versión impresa ISSN 0188-7653

Perf. latinoam. vol.24 no.47 México ene./jun. 2016

https://doi.org/10.18504/pl2447-010-2016 

Artículos

 

Desafección política y estabilidad de los resultados electorales en Chile, 1993-2009

 

Political Disaffection and Stability of Electoral Results in Chilean, 1993-2009

 

Octavio Avendaño,* Pablo Sandoval**

 

* Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Florencia, Italia. Académico del Departamento de Sociología de la Universidad de Chile y del Departamento de Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad Alberto Hurtado.

** Sociólogo por la Universidad de Chile. Investigador asociado al Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES).

 

Recibido el 4 de marzo de 2013.
Aceptado el 24 de octubre de 2014.

 

Resumen

El presente artículo analiza el fenómeno de la estabilidad electoral en su relación con el aumento del voto no estable, en el periodo que comprende entre las elecciones parlamentarias de 1993 y las de 2009. A diferencia de lo interpretado por otros autores, que conciben la baja volatilidad en función de una supuesta permanencia en el comportamiento de los votantes, aquí se afirma que la continuidad en los resultados electorales es consecuencia de un efecto autocompensado que va generando el cambio en el comportamiento de los electores. Los datos reflejan una importante caída de los votantes fijos y un cuadro de movilidad en el electorado, demostrando que la estabilidad es consecuencia del conjunto de cambios que experimenta el comportamiento de los votantes.

Palabras claves: Chile, sistema de partidos, elecciones, volatilidad, voto no estable.

 

Abstract

This article analyses the electoral stability vis à vis the increase of unstable votes in 1993 and 2009 parliamentary elections in Chile. In contrast with other academic works which conceive little volatility as corollary of a persistent voter's behavior, we argue that the electoral results are consequence of the electoral system which in fact generates change in electoral behavior. We have named this phenomenon as "self-compensation". Data analyzed in this paper show an important decrease in stable voters and that mobility exists. Nevertheless, the special characteristic of the electoral mobility is what gives stability to voter's behavior during this period.

Keywords: Chile, party system, elections, volatility, vote not stable.

 

Introducción1

Durante el periodo comprendido entre 1989 y 2009, la competencia electoral en Chile estuvo marcada por la notoria estabilidad en los resultados de cada uno de los eventos destinados a renovar los cupos parlamentarios. Dicha estabilidad llevó a que el sistema político chileno fuera calificado como parte de aquellos que presentan los menores niveles de volatilidad electoral en América Latina (Alcántara, 2004; Jones, 2005; Mainwaring & Torcal, 2005). Al mismo tiempo, se asumió que la baja volatilidad podría entenderse como consecuencia de un comportamiento estable por parte del electorado. Sin embargo, el marcado hincapié en la baja volatilidad que mostraban las elecciones legislativas en Chile, junto a la supuesta estabilidad en la preferencia de los votantes, diferían de una tendencia que se fue imponiendo cada vez más en el electorado, la que se hizo visible con su distanciamiento de coaliciones y partidos.

Desde la segunda mitad de los años noventa, el comportamiento del electorado experimentó una notoria caída en la identificación con los partidos, un aumento de la desconfianza hacia ellos y un incremento de la desafección política (Morales, 2010). Algunos estudios, incluso, lograron demostrar que esa desafección llegó a ser superior en Chile respecto al de otras democracias latinoamericanas (Luna & Altman, 2011). De manera que la escasa variación en los resultados de las votaciones, junto al incremento de la desafección, configuraron una "paradoja de la estabilidad", de acuerdo a la expresión utilizada en algunos diagnósticos que analizaron con más detalle lo subyacente a la continuidad electoral (INAP-SEGPRES, 2008; Joignant & López, 2005; López, 2008).

Tomando en cuenta el comportamiento manifestado por la ciudadanía, además de lo planteado en estos últimos diagnósticos, consideramos pertinente formular en términos de pregunta de investigación ¿cómo se mantiene la estabilidad electoral en un periodo en que aumenta la desafección? A fin de dar respuesta, planteamos como hipótesis que el carácter estable de los resultados electorales se mantiene en paralelo a una caída en la adhesión partidaria y a la creciente desafección. Esta forma de explicar lo sucedido en las elecciones parlamentarias efectuadas entre 1989 y 2009, se sustenta en las críticas efectuadas sobre la volatilidad en tanto indicador de asentamiento de las preferencias electorales individuales.

Al respecto, Crewe & Denver (1985), así como Bartolini & Mair (1990), señalaron que la existencia de bajos índices de volatilidad no implicaba que gran parte del electorado mantuviera un comportamiento de voto estable. Por un lado, sostuvieron que del conjunto de votantes que modifican su decisión entre una elección y otra se pueden producir transferencias de votación de signo inverso, las cuales se verían "compensadas en el valor de volatilidad a nivel agregado. Así, bajos e incluso nulos niveles de volatilidad pueden esconder un alto, pero auto-compensado, nivel de cambio en las preferencias del electorado" (Roblizo, 2001: pp. 96-97). Por otro, los cambios en la composición del electorado efectivo, producto de variaciones en la participación o en el padrón de votantes, pueden incidir en el nivel asumido por el índice de volatilidad (Bartolini & Mair, 1990).2 Ambas tendencias configuran lo que en el presente artículo se denomina "voto no estable".

A lo largo de este artículo se busca mostrar que la estabilidad electoral se mantiene junto con el aumento del voto no estable, el cual deriva de la creciente desafección política. Asimismo, se evidencia que la baja volatilidad, entendida como el nivel de cambio en las votaciones obtenidas por cada bloque en dos elecciones consecutivas, es consecuencia de un efecto autocompensado originado en las características del sistema electoral. Existen estudios que permiten avalar estos supuestos (Huneeus, 2002; Joignant & López, 2005; López, 2008; López & Baeza, 2011). En todos ellos se constata que el porcentaje de electores que modifica su decisión sería más alto que lo expresado en los índices de volatilidad electoral. De resultar efectiva la hipótesis formulada, será posible reconocer tres tendencias: i) la mantención de bajos índices de volatilidad electoral; ii) la disminución del porcentaje de votantes que mantiene un comportamiento estable ("votantes fijos"), y iii) el carácter autocompensado del conjunto de cambios de movilidad electoral y de composición en el electorado.

Para abordar lo que ocurre con el comportamiento del electorado, el artículo se concentra en las elecciones chilenas con las que se renovó la Cámara de Diputados, en el periodo que sigue luego de la recuperación democrática hasta las celebradas en 2009. Tal lapso de tiempo coincide con la vigencia del sistema de inscripción voluntaria y de voto obligatorio, así como con la presencia de un padrón que se había establecido a propósito del plebiscito de 1988. Dicho sistema es reemplazado en 2012, cuando se aprueba el proyecto de inscripción automática y el voto voluntario, generando así un cambio significativo en el padrón electoral. Además de la presente introducción, el artículo contiene otros cuatro acápites. El segundo de éstos da cuenta del debate sobre la estabilidad electoral en Chile, destacando el aporte de autores que han analizado los alcances conceptuales y metodológicos del fenómeno de la volatilidad. En un segundo apartado de este mismo acápite, se enfatiza en la desafección política y su contribución a la estabilidad electoral. El tercer acápite se dedica a establecer una tipología de los votantes y a definir las estrategias metodológicas adoptadas en la investigación que sustenta este artículo. En el cuarto, se analizan los datos con los que se caracteriza el comportamiento de los electores en las sucesivas elecciones parlamentarias que siguieron a la recuperación democrática. Finalmente, se presentan las conclusiones y principales hallazgos del estudio.

 

Interpretaciones y discusiones acerca de la estabilidad

El diagnóstico de la estabilidad electoral

Existen distintas estimaciones sobre la volatilidad electoral en Chile las que, al utilizar como medida el Índice de Pedersen, tienden a ser notoriamente coincidentes. Así, por ejemplo, los trabajos de Mainwaring & Scully (1996) y de Alcántara (2004) estiman porcentajes cercanos al 15% en las elecciones parlamentarias que tuvieron lugar desde los inicios de la década del noventa hasta 2001. Mediciones que cubren un periodo más amplio, como las de Joignant (2010) y Jones (2005), entregan cifras en torno al 7.8%. A nivel de los resultados obtenidos por las principales coaliciones en las elecciones de diputados, Jones (2005) y Joignant (2010) constataron una volatilidad inter-bloque cercana al 6%, entre las elecciones de 1989 y de 2005.3

Con base en estas cifras, se asume que la continuidad en los resultados electorales obedece a que gran parte de los electores votaría por la misma opción política entre una y otra elección. En su versión más simplificada, esta asociación propone una equivalencia entre el valor que proviene del Índice de Pedersen y el porcentaje de votantes que modifican su comportamiento de votación entre dos elecciones sucesivas. Con ello se acepta que una volatilidad de 6% indica que sólo un 6% de los electores cambiaría su preferencia de votación en el intervalo electoral correspondiente.

Pese a que en gran parte de los análisis se observan coincidencias en la interpretación de los niveles de volatilidad registrados, aparecen diferencias sobre cómo se configuran los alineamientos partidarios. Para autores como Scully & Valenzuela (1993), Scully (1996), Mainwaring & Scully (1996) y Valenzuela (1995, 1999), con el retorno de la democracia reaparecen los alineamientos configurados hacia mediados del siglo XX -tales como el de clase-, que se expresan en cada uno de los tercios que representaban la izquierda, el centro y la derecha. En opinión de estos autores, a partir de los años noventa, dichos alineamientos se mantienen a pesar del cambio de rótulo de varios partidos y su agrupamiento en coaliciones políticas distintas a las que existieron hasta 1973.

Una explicación alternativa la formulan quienes vinculan la estabilidad electoral a un nuevo tipo de alineamiento derivado de la experiencia autoritaria (Huneeus, 2003; Tironi, Agüero & Valenzuela, 2001). Esto cobra importancia luego de los análisis que constataron la preponderancia de identidades políticas asociadas a la fisura autoritarismo/democracia, junto al debilitamiento experimentado por los alineamientos más tradicionales, en tanto determinante del comportamiento de voto durante el ciclo inaugurado en 1989 (Angell, 2005; Gutiérrez & López, 2007; Huneeus, 2003; Joignant, 2010; Joignant & López, 2005; López, 2004, 2008; Ortega, 2003).

Finalmente, se advierte una tercera interpretación que sostiene que los bajos índices de volatilidad se atribuyen a la vigencia del sistema binominal, constituido con la finalidad de evitar la fragmentación de los partidos e incentivar la competencia de grandes bloques o coaliciones políticas (Gamboa, 2006; Ortega, 2003). Al obstaculizar la institucionalización de opciones alternativas, el binominal ha concentrado la representación en las dos grandes coaliciones afianzadas con el retorno de la democracia. Por ende, la continuidad de los resultados electorales se explicaría en virtud de la delimitación de la oferta político-programática inducida por esta institucionalidad electoral.

Como se desprende, el análisis de la estabilidad electoral registrada entre los años 1989 y 2009 ha complementado las proposiciones que apelan a la vigencia de un determinado tipo de clivaje y a la incidencia del sistema binominal. En todas estas explicaciones se observa, como denominador común, la concepción de la estabilidad electoral como consecuencia de un comportamiento estable en los votantes. Quienes analizan la institucionalización de los sistemas de partido (Mainwaring & Scully, 1996; Mainwaring &Torcal, 2005; Mainwaring & Zoco, 2007), consideran al sistema de partidos chileno como uno de los más institucionalizados de la región, debido a los bajos niveles de volatilidad que registra la competencia electoral. Nuevamente, autores como Mainwaring & Scully (1996) sostienen que los bajos índices de volatilidad indicarían un arraigo de las preferencias electorales en torno a las principales opciones de representación instituidas a partir de 1989.

 

Desafección política: la "paradoja de la estabilidad"

Desde una perspectiva contraria a quienes explican la baja volatilidad en relación a los niveles de vinculación de las organizaciones partidistas, existen otras evidencias que dan cuenta de un progresivo aumento de la desafección y pérdida de confianza en ese tipo de instituciones por parte de la ciudadanía (Angell, 2005; Huneeus, 1999; Luna, 2008; Luna & Altman, 2011; Morales, 2010; Ortega, 2003; Siavelis, 1999). Como ya se ha señalado, se trata de una tendencia que se viene observando desde mediados de los años noventa, y que se reconoce a través del debilitamiento de la identificación, el aumento del abstencionismo y del "voto de protesta" en los sucesivos eventos electorales. Además, según se ha comparado, los índices de desafección en Chile sobrepasan los niveles registrados en otras democracias latinoamericanas.4

Los análisis realizados por Luna (2008), López (2008) y Morales (2010), han relevado el carácter contradictorio del efecto que tiene el aumento de la desafección en un contexto de estabilidad electoral. Tomando como referencia los trabajos de Kitschelt (2000) y Kitschelt & Wilkinson (2007), Luna explica esa contradicción centrando su atención en la relación entre partidos y sociedad. Según Luna (2008: p. 112), desde el inicio de la recuperación democrática, en 1989, se produjo una diversificación de los vínculos, la cual deriva del tránsito desde vínculos de tipo programáticos hacia nuevas formas de anclaje, en las que se entremezclan aspectos programáticos y no programáticos, institucionales e informales.

A pesar de lo sugerente que puede resultar esa interpretación, la "paradoja de la estabilidad" es abordada sólo de un modo descriptivo sin desarrollar una explicación más completa. Luna logra advertir la erosión del vínculo programático y lo que eso puede significar para la permanencia del clivaje político predominante desde 1989. Si se produce esa erosión, que puede redundar en una progresiva desafección del electorado, ¿por qué los resultados electorales se mantienen estables? En opinión de Luna & Altman (2011), la volatilidad electoral no refleja la real magnitud de las transferencias electorales individuales, pudiendo esta última asumir valores superiores a los reflejados por el Índice de Pedersen. En el estudio efectuado por Luna & Altman se añade una crítica al concepto de volatilidad, como indicador de institucionalización del sistema de partidos (PSI).5 Por tanto, la "paradoja", entendida en función de la coexistencia entre estabilidad en los resultados y el fenómeno de la desafección, sería consecuencia de un uso erróneo de la volatilidad en cuanto indicador de arraigo de las lealtades partidarias (Luna & Altman, 2011: p. 22). Como bien señalaron previamente Crew & Denver (1985), así como Bartolini & Mair (1990), la estabilidad de los resultados electorales puede llegar a convivir con un importante nivel de cambio en el comportamiento de votación del electorado.

 

El aumento del voto no estable

Por voto no estable se entiende aquel cambio que manifiestan los electores frente a determinadas opciones políticas entre una elección y otra. Dicho fenómeno fue abordado por primera vez en Chile por Martínez & Palacios (1991), en un análisis del comportamiento de los votantes en las elecciones parlamentarias de 1989. Martínez & Palacios detectaron la presencia de un electorado retraído y apático respecto de los partidos, el cual se componía sobre todo de sectores excluidos y marginales. Con posterioridad a ese evento electoral, otros estudios constataron una expansión del comportamiento de voto no estable que sobrepasaba a quienes tenían la condición de la marginación social. Tironi, Agüero & Valenzuela (2001: p. 86), por ejemplo, advierten un aumento del "voto migrante" desde fines de los años noventa, que cobra notoriedad en los segmentos socioeconómicos medio-bajo y en los de menor nivel educacional.

Otra constatación de la movilidad electoral la registra Huneeus (2002), cuando observa el flujo de una parte de los votantes del Partido Demócrata Cristiano (PDC) hacia el principal partido del bloque derechista, la Unión Demócrata Independiente (UDI), entre fines de los noventa e inicios de la primera década del siglo XX. Huneeus establece la distinción entre "desencantados activos" y "desencantados pasivos", correspondiendo los primeros a exvotantes del PDC que transfirieron su votación hacia otros partidos, como la UDI; en cambio, los segundos transformaron su desencanto en abstención. Pero el aumento del voto no estable no afectó sólo al PDC. De acuerdo con Huneeus (2002: p. 2), entre las elecciones parlamentarias de 1997 y 2001, se produjo un 40% de movilidad de los electores que afectó a todos los partidos. Estimaciones posteriores indican que el 35% de los electores no sería estable en su comportamiento de votación, al lado de un 65% que reconoce votar por los candidatos de un mismo partido (INAP-SEGPRES, 2008; López, 2008).

Si se produce un aumento del voto no estable, la idea de la estabilidad del votante como causa de la estabilidad agregada se pone en tela de juicio. Al respecto, sostenemos que el comportamiento del voto no estable aumentó desde la segunda mitad de los noventa, pero al presentar flujos de modificación de distinto signo, la tendencia fue compensada en el valor de la volatilidad de nivel agregado. Así, la "paradoja de la estabilidad" se explicaría por un conjunto de tendencias reconocibles; pero también radicaría en un plano heurístico, como han señalado Luna & Altman (2011), debido a la equiparación realizada por parte del modelo de institucionalización del sistema de partidos (PSI) entre volatilidad electoral y nivel de cambio en las decisiones del electorado.

 

Aspectos metodológicos

De acuerdo a lo indicado, cabe reconocer si los bajos niveles de volatilidad en la competencia electoral responden a la estabilidad en el comportamiento de voto del electorado, o si tras la estabilidad agregada se esconden altos índices de voto no estable. Para cumplir con este objetivo se decidió comparar el comportamiento de voto del electorado entre cada par de elecciones parlamentarias sucesivas celebradas desde 1989. Pero existen dificultades metodológicas. Como lo han indicado especialistas internacionales, las condiciones óptimas para llevar a cabo una comparación como la propuesta dependen de la posibilidad de disponer de una muestra de panel de votantes sobre la cual contrastar en el nivel longitudinal (Powell & Tucker, 2009; Roblizo, 2001; Shair-Rosenfield, 2008). No obstante, y tal como lo dicen investigaciones previas a este trabajo (INAP-SEGPRES, 2008), en Chile no existe ese tipo de encuestas. Una alternativa entonces consiste en trabajar con encuestas electorales que incluyan preguntas retrospectivas, lo que ocurre precisamente con las encuestas proporcionadas por el Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea (CERC), utilizadas en esta investigación.

Las encuestas del CERC poseen una cobertura a nivel nacional, e incluyen preguntas sobre intención de voto por partido político en aquellos años en que corresponde renovar a los representantes de la Cámara de Diputados. Adicionalmente, las encuestas contienen otra pregunta con la que se solicita al entrevistado recordar el partido por el cual votó en la elección parlamentaria anterior. Pero el CERC no recogió este tipo de datos para el periodo 1989-1993, lo que obligó a circunscribir el análisis al intervalo de votaciones celebradas entre 1993 y 2009.

 

Tipificación del electorado

En lo que respecta al análisis de los datos, se procedió a cruzar el comportamiento de voto declarado para cada par de elecciones efectuadas en el periodo mencionado. Así fue posible discernir una tipología de los electores según mantuvieran concordancia o discordancia con el conteo de los resultados en ambos comicios. A modo de ejemplo, pensemos si se configura un escenario donde se presentan dos opciones políticas, A y B, que compiten en dos elecciones consecutivas (tabla 1). En un escenario como éste, la composición del electorado se aborda en la elección 2.

Los electores tipo 1 votan por la misma opción política en ambas elecciones, serían los "votantes fijos". Los electores tipo 2, en cambio, modifican su preferencia de votación, de modo que su comportamiento de voto en la elección 2 favorece a una opción política diferente a la escogida en la elección precedente, con lo que se transforman en "votantes móviles". Los electores tipo 3 son los que votan en una de las dos elecciones consideradas, debido a que no forman parte del padrón en la elección 1, o que no votan por una opción política en alguna de las dos elecciones; es decir, no concurren a votar o no emiten un voto válido.6 Por su parte, los electores tipo 4 no votan o no emiten un voto válido en ninguna de las dos elecciones, pese a que forman parte del padrón en ambos comicios; son así los "votantes desvinculados". Finalmente, los electores tipo 5 son aquellos que no votan en ninguna de las elecciones, puesto que no formaban parte del padrón en la elección 1 y luego no emiten un voto válido en la elección 2.

El conteo, en la tabla 1, del total de los casos pertenecientes a cada perfil de electores origina indicadores con los cuales es posible evaluar las diferentes hipótesis del problema estudiado. Así, la estabilidad del votante se verificaría cuando las casillas correspondientes al elector tipo 1 se acerquen a concentrar el 100% de los casos del total de la tabla; o bien, al complemento de 100% del nivel de volatilidad electoral para el intervalo electoral correspondiente. En la medida en que la distribución de la tabla se aleje de una estructura como la descrita, la hipótesis de la estabilidad del votante debería descartarse. Por el contrario, una presencia importante de electores tipo 2 y/o 3, esto es, de voto no estable, indicará un considerable nivel de cambio en el comportamiento de los votantes. Con base en esto último, la estrategia de interpretación de los datos opera bajo la siguiente lógica: si la presencia de electores fijos no es todo lo predominante a lo esperado, y si los resultados electorales siguen siendo estables, se deduce que la estabilidad se origina por un efecto compensatorio dados los flujos de modificación de los votantes tipo 2 y/o 3, así como por la presencia de electores tipo 4 (Avendaño & Sandoval, 2011).7 El esquema 1 ilustra cómo se genera esa "estabilidad dinámica".

El esquema 1 refleja las posibles "direcciones" del voto no estable para la competencia entre dos bloques A y B. Los flujos horizontales representan los cambios de movilidad electoral, asumida por electores tipo 2, mientras que los verticales corresponden a los cambios de votantes tipo 3. Al respecto, nuestra hipótesis sostiene que la estabilidad electoral se produciría en Chile como resultado neto del conjunto de estos cambios.

 

Ajuste de datos

El análisis implicó una agrupación previa de los partidos en las coaliciones y bloques políticos predominantes durante el periodo estudiado, debido a que las preguntas formuladas en las encuestas CERC refieren a los partidos individuales. Las respuestas fueron codificadas en cuatro opciones: i) Concertación, ii) Alianza, iii) Izquierda, y iv) Otros. Se optó por este nivel de análisis a causa de que se trabaja con información de elecciones de la Cámara de Diputados, en las cuales -por la incidencia del sistema electoral binominal-, las variaciones de votación entre partidos del mismo bloque resultan menos expresivas de la problemática estudiada que los cambios a nivel de bloques. Cabe recordar que la Concertación es el nombre que recibe la coalición de partidos de centro-izquierda que estuvo en el gobierno entre 1990 y 2010. Por su parte, la Alianza -actual Coalición por el Cambio- agrupa a los partidos de derecha y centro-derecha. En ese mismo periodo, la Izquierda estuvo integrada por aquellos partidos que no formaban parte de la Concertación, y que carecieron de representación parlamentaria hasta las elecciones de 2009. Finalmente, en la categoría Otros se clasificaron las candidaturas y organizaciones electoralmente débiles, con una existencia más bien efímera, y no integraron ninguno de los tres bloques anteriores.

Para lograr los resultados esperados mediante el uso de encuestas con preguntas retrospectivas es preciso sortear distintas limitaciones. Entre las más importantes, el fenómeno del ocultamiento en la intención de voto en la segunda elección, o el olvido de la decisión adoptada en la elección anterior. Ambos problemas pueden aparecer de forma independiente o conjunta, invalidando así la comparabilidad de la información sobre la que se pretende contrastar el comportamiento electoral. Frente a ello, se optó por trabajar con los casos sin problemas de respuesta en ambas preguntas,8 lo que correspondió a cerca del 75% de la población seleccionada en las muestras de cada encuesta, ponderándolos luego según los resultados reales de la segunda elección. Para esto último se consideraron los resultados a nivel de la totalidad del electorado, vale decir, contemplando votos válidamente emitidos, votos nulos, blancos y el número de electores que no acudieron a sufragar (estos tres últimos agrupados en la categoría "Ninguno"). Además, el análisis de los datos opera bajo el supuesto de que las submuestras de casos sin problemas de respuesta mantienen en lo sustancial la representatividad del universo de votantes una vez ponderados los resultados.

Cabe advertir que el trabajar con submuestras de casos sin problemas de respuesta introduce sesgos en las estimaciones, independientemente de que los resultados sean ponderados. Si bien la ponderación ajusta la distribución de los resultados de la segunda elección de acuerdo con lo real, distorsiona los de la elección anterior. A ello contribuye que en la muestra estén ausentes los casos representativos de los segmentos de votantes que salen del padrón. Considerando estas limitantes, el análisis de los indicadores derivados del recuento sobre los diferentes perfiles de votantes se realiza en búsqueda de tendencias generales -las que, se supone, se mantienen en la muestra pese a los ajustes que se le realizaron- y no de porcentajes o cifras exactas.

Finalmente, fue calculada la volatilidad electoral interbloques a partir de las cuatro opciones políticas señaladas, para cada par de elecciones de la Cámara Baja efectuadas desde 1993. El cálculo se realizó con base en el Índice de Pedersen a nivel de conglomerados. En el análisis de abajo se contrastan dichos índices de volatilidad con la composición del electorado, siguiendo la tipología ya presentada, con el fin de evaluar el sustento de la estabilidad electoral agregada en el plano del comportamiento de los votantes.

 

Comportamiento electoral 1993-2009

Estabilidad electoral y voto no estable

El cálculo de la volatilidad electoral interbloques, para cada par de elecciones desde 1993, permite reconocer la estabilidad de los resultados de votación a nivel de conglomerados, aunque se evidencian algunas fluctuaciones (tabla 2). Entre las elecciones de 1993 y 1997 la volatilidad alcanza al 5.3%. Con posterioridad, entre las elecciones de 1997 y 2001, ésta experimenta un alza para alcanzar un valor de 8.0%, y luego descender de nuevo entre 2001 y 2005 a 5.5%. La mayor volatilidad del periodo se registra entre el último par de elecciones, 2005-2009, donde el índice de Pedersen llega a 10.2 por ciento.

Las cifras de volatilidad muestran que la primera gran alteración se produjo entre las elecciones de 1997 y 2001, y luego entre 2005 y 2009. ¿Qué factores explican dicho aumento? Se puede referir al menos tres. En primer lugar, el descenso en la inscripción y participación electoral, aspecto muy documentado en la bibliografía más especializada (Angell, 2005; Altman & Luna, 2011). En segundo lugar, el carácter más desafiante que fue adoptando la derecha, desde la segunda mitad de los años noventa (Avendaño, 2011), con lo que consigue penetrar en nuevos segmentos del electorado. En tercer lugar, la escisión de sectores otrora parte del bloque Concertación, incrementando así la importancia electoral del sector "Otros" en la elección de 2009. Ahora bien, pese al aumento de la volatilidad, ésta todavía se da de forma más bien moderada.

Según la interpretación tradicional de la volatilidad, la estabilidad se debe a que la mayor parte de los electores vota por la misma opción política entre una elección y otra. De ser efectiva esta interpretación, los electores tipo 1 serían los predominantes en cada una de las contiendas parlamentarias que se produjeron en el periodo analizado. Sin embargo, los datos de las encuestas CERC indican que el porcentaje de electores que mantienen un comportamiento de voto estable (votantes tipo 1) no supera el 60.2% en el conjunto de elecciones realizadas (tabla 7). Para la elección de 1997, el porcentaje de votantes fijos alcanza el 58.2% y para la de 2001 el 60.2%. En la elección de 2005 los votantes tipo 1 alcanzan el 53.1% del total del electorado, y luego el 54.3% en la última elección de 2009. Por tanto, el porcentaje de votantes fijos dista considerablemente de alcanzar el complemento de 100% del nivel de volatilidad electoral interbloques, observado para cada par de elecciones. Con ello se descarta la hipótesis acerca de la estabilidad del votante como causa de la estabilidad de los resultados electorales. ¿Cómo se originan entonces estos bajos índices de volatilidad electoral? Para responder la pregunta es necesario observar la distribución del cruce del comportamiento de voto declarado para cada par de elecciones.

Al observar lo que ocurre con el electorado en 1997, la Concertación obtuvo las preferencias de un 36.3% del total del electorado, correspondiente al 50.5% del total de votos válidamente emitidos (tabla 3).9 El 32.5% del total de votantes de dicho año era un electorado fiel a la Concertación, pues proyectaba votar por dicho conglomerado en aquella elección, habiéndolo hecho en 1993. Dicho porcentaje alcanzó el 20% en el caso de la Alianza, el 4.7% para la Izquierda y el 1% para el de Otras opciones políticas. La suma de estos porcentajes origina el 58.2% de votantes fijos para la elección de 1997. En tanto un 6.5% del electorado manifiesta un comportamiento móvil (votante tipo 2), pues proyecta votar en la elección de 1997 por candidatos de un conglomerado diferente al escogido en la votación precedente. Dentro de este porcentaje observamos que un 2.3% del electorado cambió su preferencia de votación de la Concertación en 1993 a la Alianza en 1997, mientras que sólo un 0.6% realizó el cambio inverso. Nótese que ningún elector cambia su preferencia de la Alianza en 1993 a la Izquierda en 1997 (tabla 3).

Por su parte, el electorado tipo 3 alcanza al 19.7% del total de votantes en 1997.10 De ese porcentaje, la tendencia que más destaca es el 10.3% del electorado que votó por la Concertación en 1993 y que proyecta no emitir un voto válido en la elección de 1997. En total, los votantes tipo 3, que podrían catalogarse como "desencantados pasivos" -dado que votan en 1993 y no lo hacen en 1997-, ascienden al 12.5% del electorado de la elección de 1997. Y aquellos que recorren el camino inverso -no votan en 1993 pero sí en 1997-, que se podría llamar "reencantados",11 alcanzan el 7.2% del total de electores. Por otra parte, un 14.3% del electorado se mantendría desvinculado de los procesos electorales, al no votar por ninguna opción política en ambas elecciones (votante tipo 4). Finalmente, el electorado tipo 5 asciende al 1.3% del total de inscritos en 1997.

Entre 1993 y 1997, se observa una importante cantidad de votantes no estables en la composición del electorado. En conjunto, los votantes tipo 2 y 3 agrupan el 26.2% del total del padrón electoral de 1997. Ambos tipos tienen en común que su situación, para efectos del recuento electoral, es diferente en los dos comicios, de tal modo que su presencia podría generar cambios en las votaciones de las diferentes coaliciones políticas, a menos que su comportamiento -en alguna medida- muestre un carácter autocompensado. Esto último es lo que se observa en los datos (tabla 3). Todos los conglomerados pierden y ganan votantes, por lo que los resultados de votación varían efectivamente, pero lo hacen en términos moderados. Los resultados indican que el cambio moderado en los porcentajes de votación entre 1993 y 1997 (volatilidad 5.3%) no responde a una situación de estabilidad en el voto que emite el electorado, sino a la existencia de cambios de votación de signo inverso (movilidad), y a variaciones en la concurrencia en 1997.

Una tendencia similar se observa en las elecciones restantes. En la contienda parlamentaria de 2001, el porcentaje de votantes fijos fue de 60.2% del total del electorado, mientras que los móviles llegan al 8.1% (tabla 7). Por su parte, el electorado tipo 3 llega al 18.6% del total de votantes, cifra en la que 10.4% corresponde a desencantados pasivos y 8.2% a reencantados. Asimismo, el electorado desvinculado suma 12.2% y 0.3% el tipo 5. En conjunto, los votantes tipo 2 y 3 llegan en 2001 al 26.7% del total de electores de dicho año, cifra similar a la de 1997. De ahí que, nuevamente, la estabilidad de los resultados de votación en este intervalo electoral (volatilidad de 8%) deba ser atribuida al carácter autocompensado de los cambios asociados a la presencia de ambos perfiles de votantes.

La tendencia se repite en la elección de 2005 (tabla 7), aunque en esta oportunidad el porcentaje de voto estable disminuye a 53.1%, lo cual se relaciona con un decrecimiento en el porcentaje de votantes fijos correspondientes a la Alianza (tablas 4 y 5). Por su parte, los votantes móviles constituyen 9.9% del total del electorado de 2005, porcentaje que mantiene una tendencia al alza, considerando lo observado en las dos elecciones anteriores. El porcentaje de votantes tipo 3 alcanza en esta elección el 30.8% del total del electorado, incremento causado por un aumento en el porcentaje de votantes reencantados, los que suman en esta elección 17.1% del total de votantes, versus 13.8% de desencantados pasivos. Es probable que la confluencia de las elecciones de la Cámara de Diputados con presidenciales haya favorecido una mayor participación en el primer tipo de comicios, lo que se confirma también por el decremento en el porcentaje de votantes desvinculados (tipo 4), los cuales reportan en esta elección sólo 4.7% del total de votantes. Adicionalmente, en la elección de 2005 se observa un crecimiento del porcentaje de voto no estable, lo cual se explica porque aumenta el porcentaje de votantes reencantados. Conjuntamente, los votantes tipo 2 y 3 alcanzan el 40.7% del total del electorado.

Finalmente, para la elección parlamentaria de 2009, el porcentaje de votantes fijos representa 54.3%, manteniéndose en el rango de la elección de 2005 (tabla 7).12 En esta misma elección, el porcentaje de votantes móviles constituye el 8.8% del total del electorado, por lo que se mantuvo en el rango de la elección de 2005. El porcentaje de votantes correspondientes al tipo 3 llega en la elección de 2009 al 28.1%, donde de nuevo se aprecia más votantes reencantados (19.8%) que desencantados pasivos (8.3%) -lo que responde a un considerable incremento en la participación electoral de votantes no inscritos en la elección del 2005-. En relación a lo observado en 2005, se replica el porcentaje de votantes desvinculados, los cuales corresponden en 2009 al 5.3% del total del electorado.

En las elecciones de 2009, el porcentaje de votantes tipo 5, los "votantes alternos", alcanzan el 6.9% del total del electorado (tabla 7). Probablemente se trata de electores que se inscribieron en los registros electorales con interés de participar sólo en las elecciones presidenciales, razón por la que no emiten un voto válido en las elecciones parlamentarias aquí analizadas. Conjuntamente, los electores tipo 2 y 3 alcanzan en 2009 el 36.9% sobre el total del electorado. Ello significa un decrecimiento respecto a lo observado en 2005. No obstante, si se analiza el dato en el contexto de todo el periodo en estudio se concluye que el voto no estable mantuvo una tendencia al alza en el transcurso de las elecciones parlamentarias realizadas entre 1997 y 2009.

Los datos de las tablas 4, 5 y 6 permiten observar que entre las elecciones que se suceden entre 1997 y 2009, los bloques y coaliciones existentes ganan y pierden electores en comparación con el evento anterior. Tal situación refleja, una vez más, el carácter autocompensado que se genera por los votantes no estables. La Concertación es la que experimenta una mayor fuga de sus votantes hacia las opciones de sus principales adversarios, representados en el bloque de derecha y centro-derecha.

 

 

Síntesis de resultados

La tabla 7 sintetiza la composición del electorado por tipo de votantes para las elecciones de entre 1997 y 2009. Los votantes fijos oscilan entre 53.1% del total de votantes en 2005 y el 60.2% en 2001, mientras que la presencia de votantes móviles se incrementa desde 1997 hasta un 8.8% en la última elección de 2009.

De acuerdo a la tabla 7, el incremento del peso relativo de votantes tipo 3, junto con el decrecimiento de electores desvinculados, es la tendencia más destacada por los datos. Ello indica que los cambios de concurrencia electoral y de composición del electorado efectivo se tornan relevantes en el transcurso del periodo, tendencia marcada por el incremento del porcentaje de votantes reencantados en comparación con un decremento de los desencantados pasivos y de los votantes desvinculados. El gráfico 1 muestra la composición del votante tipo 3 en las votaciones analizadas.

Contrastando estos resultados con las hipótesis iniciales del estudio, se concluye que: a) la volatilidad electoral interbloques mantiene niveles bajos o moderados en el conjunto de las votaciones analizadas; b) a medida que se suceden las elecciones, el porcentaje de votantes fijos disminuye en la composición del electorado, y c) entre cada par de elecciones analizadas, todos los bloques ganan y pierden votación, por lo que se concluye que el voto no estable presenta un carácter autocompensado.

En conjunto, los votantes tipo 2 y 3 (voto no estable) han pasado del 26.2% del total del electorado en 1997 al 40.7% y 36.9% en 2005 y 2009, respectivamente. Tal presencia de votantes, que no mantienen estabilidad en su comportamiento de votación, indica que los resultados electorales tienen bajos índices de volatilidad producto del carácter autocompensado del voto no estable a nivel agregado.

 

Conclusiones

A diferencia de los marcos interpretativos que señalan que la continuidad en el comportamiento de los electores produce la estabilidad en los resultados de la competencia entre los bloques, este artículo ha mostrado que la presencia de votantes fijos decae de modo considerable en el periodo en estudio. Incluso, la cantidad de tales votantes sería inferior a lo aportado por trabajos previos realizados en Chile sobre el incremento del voto no estable (Huneeus, 2002; INAP-SEGPRES, 2008; López, 2008). A nuestro juicio, esto tiene diversas implicancias para las problemáticas aquí planteadas.

Como primera implicancia, destacamos que, frente a la caída de los votantes fijos, la estabilidad en los resultados es atribuible sólo a los efectos auto-compensados generados entre cada bloque. Los datos indican que los bloques captan votantes al mismo tiempo que pierden parte de sus electores. El saldo positivo o negativo es lo que produce la variación que experimenta cada bloque o coalición política.

Los datos muestran que los votantes fijos descienden durante el periodo en estudio, aunque ello ha sido menos de lo esperado. Este tipo de votantes nunca supera el 60% en las elecciones analizadas. Mantiene un porcentaje mayoritario sin llegar a ser predominante; de hecho, en las últimas elecciones su disminución fue de 5%. Por su parte, los votantes móviles se incrementaron en un rango similar a la disminución del voto estable. En la última elección efectuada en 2009, cerca del 10% del electorado -es decir, del total de personas en ese entonces inscritas- votó por una opción política diferente a la escogida en 2005. La disminución del votante fijo y el aumento del móvil muestran una disminución de la incidencia de la estructura de clivajes en la determinación del comportamiento electoral en Chile. Sin embargo, que casi 50% del electorado haya votado de forma estable hasta las elecciones de 2009 refleja que ese clivaje sigue vigente para buena parte de los electores. Para los votantes móviles, en cambio, el clivaje predominante desde 1989 parece haber perdido tal vigencia.

Los votantes desencantados, pasivos y desvinculados constituyen un segmento para el cual no sólo el contenido del clivaje, sino la dinámica misma del sistema democrático, parecen perder importancia. Pero no se trata de una desvinculación definitiva tal como lo demuestra el incremento en la presencia de votantes reencantados en la composición del electorado. Esto constituye una de las tendencias más destacadas de nuestros resultados e indica que, durante las últimas contiendas electorales, quienes no habían votado en elecciones precedentes han vuelto a sufragar, o se han inscrito para hacerlo. Al respecto se constató una relación entre el incremento del porcentaje de votantes reencantados y la coincidencia de elecciones de la Cámara Baja con elecciones presidenciales. Por tanto, los índices de desafección no se traducen en un alejamiento definitivo con el sistema democrático, sino que varían en función del carácter más o menos convocante de la competencia electoral.

El escenario pareciera estar marcado por una constante rotación del electorado. Electores que habían dejado de votar lo hacen de nuevo en elecciones que consideran más relevantes. Del mismo modo, lo hacen electores que con anterioridad no formaban parte del padrón electoral. Otros que habían votado dejan de hacerlo, tal vez declarándose desencantados con el sistema. El resultado neto de este conjunto de transferencias son los índices de volatilidad bajos o moderados observados en el sistema chileno, lo que es una característica a lo largo de todo el periodo. La diferencia entre el par de elecciones de 1997 y 2001 respecto de las últimas de 2005 y 2009 consiste en el incremento de los reencantados y el decremento de los desvinculados y desencantados pasivos. Más allá de esa diferencia, la estabilidad es el resultado neto del conjunto de cambios durante el periodo en cuestión.

 

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Notas

1 Este artículo fue elaborado en el marco de la investigación "Adhesión e identificación partidaria en Chile. Estudio acerca de la volatilidad y la movilidad electoral en el período 1989 a 2009" (Proyecto SOC 10/11-2), que contó con el financiamiento de la Vicerrectoría de Investigación y Desarrollo (VID) de la Universidad de Chile. Los autores agradecen al profesor Carlos Huneeus, por permitir el acceso a las encuestas del Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea (CERC), así como los aportes y comentarios que hicieron Gonzalo Robledo, Mauricio Morales y Mariano Torcal.

2 Así, por ejemplo, una coalición política puede perder un considerable número de votos por el abstencionismo, pero si en compensación capta el equivalente número sobre votantes ausentes en la elección inmediatamente previa, el cambio en su votación no habrá de ser significativo y por ende no se producirá variación en el nivel de volatilidad.

3 Un porcentaje similar ha sido estimado para la volatilidad interbloque en elecciones municipales celebradas entre 1996 y 2004 (Sandoval, 2008).

4 Según los resultados de la Encuesta lapop, en el periodo comprendido entre 2006 y 2010, los cuales han sido presentados y analizados por Luna (2008), Luna & Altman (2011) y Altman & Luna (2011), el electorado chileno experimenta una mayor lejanía con los bloques y partidos políticos, así como un alto nivel de apatía en los procesos electorales. Asimismo, dicho electorado tiende a presentar bajos índices de militancia partidaria, de participación ciudadana en campañas políticas y una débil adhesión hacia la democracia en cuanto forma de gobierno.

5 Como se ha indicado, esta perspectiva ha sido difundida a partir de los trabajos de Mainwaring & Scully (1996), Mainwaring & Torcal (2005) y Mainwaring & Zoco (2007).

6 Nótese que dentro de la clasificación de votantes tipo 3 se encuentra ausente el perfil de los electores que abandonan el padrón en la elección 2 debido a fallecimientos o abandonos. Esta es una limitante inherente a una estrategia de análisis con preguntas retrospectivas. En el marco de este trabajo, se parte del supuesto de que el no tener datos de este subsegmento no altera sustancialmente la composición de perfiles de votantes derivados del cruce de información correspondiente a ambos comicios.

7 Los flujos de modificación del comportamiento de votación pueden presentar dos direcciones autocompensadas: los cambios de sentido inverso de los votantes tipo 2, o de movilidad electoral (por ejemplo: A-B, B-A); y los cambios de sentido contrario de los votantes tipo 3, asociados a la composición del electorado efectivo (por ejemplo: A-Nulo, Nulo-A). Por el contrario, si el voto no estable mantiene una dirección sistemática (por ejemplo: B-A, Nulo-A), los resultados de votación sí experimentarán variaciones, acordes a su magnitud.

8 En este procedimiento se evaluó la posibilidad de asignar un comportamiento de voto a los casos con problemas de respuesta utilizando información adicional de identificación y tendencia política. Finalmente no se realizó este procedimiento por la introducción de sesgos de difícil evaluación durante el análisis.

9 Se obtendría este porcentaje si se excluyeran del conteo los casos que no emitieron un voto válido ("Ninguno").

10 Como ya fue señalado, el votante tipo 3 es aquel que vota en sólo una de las dos elecciones, pues en la otra, o bien no emite un voto por opción política -nulo, blanco, no concurrente-, o no forma parte del padrón en la elección de 1993.

11 La denominación resulta útil, pero es inexacta, pues forman parte de este segmento votantes no inscritos en la elección de 1993.

12 No obstante, existe un descenso en el porcentaje de votantes fijos adheridos al conglomerado Concertación versus un incremento de aquellos que votan por el bloque Alianza. Como vimos en los análisis previos, todas las elecciones anteriores se caracterizaron por la presencia de cerca de un 32.5% de votantes fijos adheridos a la Concertación. Pero en la elección de 2009 aquel porcentaje desciende al 26.9%, lo cual probablemente se relaciona con la escisión de parte de este bloque en opciones políticas ahora analizadas como parte del sector "Otros".

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