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Perfiles latinoamericanos

versión impresa ISSN 0188-7653

Perf. latinoam. vol.23 no.46 México jul./dic. 2015

 

Ensayos

 

José Revueltas: el presente de una ilusión

 

José Revueltas: The Moral Voice of Dissent

 

José Antonio Aguilar Rivera*

 

* Doctor en Ciencia Política por la Universidad de Chicago. Profesor-investigador de la División de Estudios Políticos del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE).

 

Recibido el 4 de febrero de 2015.
Aceptado el 20 de abril de 2015.

 

Resumen

Este trabajo presenta un análisis del desarrollo intelectual y político de José Revueltas en un intento de valorar adecuadamente la relevancia de su pensamiento y obra. Esta se deja entrever en la obra literaria y política de un comunista heterodoxo que, a pesar de lucubrar con la idea de la violencia como partera de la Historia y defender su función revolucionaria, puso siempre en su actuar político las palabras antes que las armas. Sus estancias en prisión, así como las diferencias con la Unión Soviética y el Partido Comunista Mexicano, influenciaron su formación marxista para dar respuestas distintas a las del resto de sus camaradas a los retos planteados por el fracaso de la Revolución de octubre. La democracia cognoscitiva, en la cual la crítica es parte fundamental, y una teoría de enajenación donde la sociedad capitalista afecta no solo a los trabajadores sino a todas las manifestaciones de la vida humana, son parte del legado de Revueltas. Su vida también es una lección cautelar sobre la entrega religiosa a la acción política.

Palabras clave: José Revueltas, comunismo, socialismo, ideología, literatura, democracia cognoscitiva, alienación, marxismo, libertad.

 

Abstract

This work presents an analysis of the intellectual and political legacy of José Revueltas in an attempt to properly assess the relevance of his thought and work. This can be elucidated through his literary and political work as an heterodox communist, who always placed words before weapons, although he toyed with the idea of violence as the midwife of History and defended its revolutionary role. His time in prison as well as his differences with the Soviet Union and the Mexican Communist Party influenced his marxist outlook and provided him with a different set of answers to the questions posed by the failures of the October Revolution. Cognitive democracy, a concept developed by Revueltas and alienation theory (in which capitalist society affects not only the working classes but every manifestation of human life) constitute his legacy. His life is also a cautionary tale about religious commitment and politics.

Keywords: José Revueltas, communism, socialism, ideology, literature, cognitive democracy, alienation theory, marxism, liberty.

 

Si la libertad quiere decir algo, es el derecho
de decir a los demás lo que no quieren oír.
George Orwell

 

Cuando el gobierno mexicano masacró a un grupo de estudiantes que se manifestaban en la plaza de Tlatelolco en 1968 Octavio Paz, entonces embajador de México en la India, renunció en protesta. Después de los asesinatos, varios líderes estudiantiles fueron encarcelados acusados del delito de "disolución social". Ese año vio el surgimiento de un movimiento estudiantil crítico de las políticas autoritarias del gobierno dirigido por el presidente Gustavo Díaz Ordaz.1 El gobierno dijo ser víctima de una conspiración comunista en su contra en las vísperas de los juegos olímpicos que se celebrarían ese año. Junto con muchos jóvenes estudiantes fue encarcelado un viejo escritor comunista: José Revueltas. Él era la prueba viva, aducía el fiscal del caso, de que existía un complot de signo comunista. A Revueltas se le consignó por robo, perturbación de la paz pública, destrucción de propiedad ajena, etc. Para proteger a los líderes del movimiento, el escritor asumió toda la responsabilidad. Más tarde recapituló: "estaban tan satisfechos de haberme aprehendido que entonces quise asumir una responsabilidad que sustrajera a la persecución a compañeros de la facultad de Filosofía que estaban en peligro de ser aprehendidos" (Poniatowska, 2001a: 64). Permaneció casi tres años en la tristemente célebre prisión de Lacumberri, donde escribió una novela, El apando, y muchos ensayos políticos.

Cuando Revueltas fue encarcelado ya era un héroe de la generación de jóvenes universitarios de clase media. Los estudiantes lo escuchaban embelesados mientras dictaba cátedras informales sobre teoría marxista en la cafetería de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. La prisión no era cosa nueva para Revueltas, pues había estado preso en dos ocasiones previas en la colonia penal de las islas Marías. Sin embargo, esta fue la más larga de sus prisiones. En 1970, cuando todavía estaba en Lecumberri, Octavio Paz escribió una nota de pie en su famoso ensayo político Postdata sobre la represión del gobierno al movimiento estudiantil: "todavía están en la cárcel 200 estudiantes, varios profesores universitarios y José Revueltas, uno de los mejores escritores de mi generación y uno de los hombres más puros de México" (Paz, 1994: 252).

Cuando Revueltas murió en 1976, cinco años después de haber sido liberado, a la edad de 62 años, recibió un sentido homenaje por parte de cientos de jóvenes que lo recordaron en su entierro. Ahí, el secretario de Educación del presidente Luis Echeverría, Bravo Ahuja, quien intentó dar un discurso, fue corrido a gritos por los estudiantes. Para muchos jóvenes de la generación de 1968, Revueltas no era nada menos que un héroe de tamaño mítico, una figura de un gran peso moral. Fue el gurú de algunos de los jóvenes escritores de "la Onda", como José Agustín y Gustavo Sainz. En su novela Pasaban en silencio nuestros dioses, Héctor Manjarrez rememora el efecto que Revueltas tuvo en su generación. Uno de los personajes afirma sobre el escritor: "ni militante, ni líder, ni tampoco guía: presencia viva del pasado" (Manjarrez, 1987: 136). Revueltas era -significaba- muchas cosas resumidas en un personaje:

el escritor José Revueltas, el revolucionario sin victorias José Revueltas, el fiel a su apellido José Revueltas; el hereje, el dogmático, el estalinista, el cuasi trotskista; el preso reincidente, el sartreano, el puritano, el voraz bebedor; el cien veces expulsado y readmitido y escindido de las sectas de la izquierda; el dostoievskiano, el santo, el adolescente eterno, el espartaquista; el que cargó desde la pubertad la cruz de la culpa y pregonó la esperanza del socialismo y vio flaquear su fe con los Procesos de Moscú y los campos de Stalin y las invasiones a Hungría y Checoslovaquia y la dogmatización de Cuba y la estulticia de los comunistas mexicanos -y siguió creyendo en la esperanza, aunque es cierto que en tonos cada vez más y más apocalípticos-: el atormentado; el mexicano hasta la pared de enfrente, y de regreso; el profeta sin pueblo; el contradictorio, el autogestionario, el incomprendido, el incomprensible, el cursi, el iluminado, el loco, el táctico, el agitador, el extraviado, el sin embargo lúcido, el sin embargo necio, el genial, el mediocre, el intermitente, el romántico, el anticuado, el simple; el novelista, el dramaturgo, el cuentista, el guionista de cine, el teórico, el filosofador; el último de los grandes de la familia que tuteaban a La Revolución y creían en ella como se cree en La Mujer, La Religión, La Esperanza... Crédulo, creyente (Manjarrez, 1987: 119-120).

Y Revueltas correspondió el amor de los jóvenes exaltándolos. A los estudiantes presos del 68 les dijo:

ustedes compañeros, nosotros, somos jóvenes, nuestro Movimiento es joven. Todo lo que lucha, todo lo que no se deja vencer, todo lo que combate es joven en tanto brega por el imperio de la razón y de la dignidad humana. Mediten hondamente en el significado de nuestra actitud [...] y asimismo en lo que significa en la vida de un hombre el ser un preso político a una edad tan temprana. Esto indica el espíritu de entrega y de sacrificio de una generación nueva, despierta, viva, combatiente, que ha rechazado la abyección y a la que no ha podido cegar el espejismo ignominioso del triunfo oportunista y fácil, ni de la vida sin vicisitudes ni tropiezos (Revueltas, 1978a: 89).

Como dice Sainz: "para mí, como para muchos, Revueltas era más que un intelectual de quien se aprendían ideas en cualquier momento y, si es posible, más que un guía ético y político" (Sainz, 2001: 190). Revueltas, como hombre político, era el modelo del intelectual que desafiaba al poder con la verdad. Y "el poder" no solamente era el gobierno oligárquico o la burguesía. Concebía el papel del escritor en esos términos. En una entrevista en 1974, dos años antes de su muerte, afirmaba sobre el trabajo del disidente ruso Solzhenitsyn: "[... ] la verdad es siempre revolucionaria, no importa de dónde ni cómo surja. Solzhenitsyn tenía que decir su verdad y esa verdad, de una u otra forma, dentro de este o cualquier otro sistema político nos alimenta a todos [...] La obligación primera del escritor es decir la verdad" (Solares, 2001: 128-129). Revueltas era un pensador comunista herético. Se opuso al Partido Comunista Mexicano (PCM) y se convirtió en un crítico, primero del estalinismo y después también de la Unión Soviética misma, pero a diferencia de George Orwell, Arthur Koestler u Octavio Paz, Revueltas nunca renunció al marxismo. Se veía a sí mismo como un crítico interno del comunismo: "me considero un marxista sin partido", afirmó en 1973 (Saldaña, 2001: 125). Su vida estuvo dedicada a la Revolución.

Las conmemoraciones siempre implican un riesgo: la tentación hagiográfica. La canonización de un santo. En Estrella de tres puntas: André Breton y el surrealismo, homenaje al poeta francés en el centenario de su nacimiento, Octavio Paz escribió: "André Breton no amaba las conmemoraciones. Le parecían, con razón, ceremonias casi siempre vanas y aun ridículas. Sin embargo, la conmemoración puede tener otro significado: es una manera de decirnos que un autor desaparecido todavía está vivo y que la mejor manera de recordarlo es conversar con él, a través de la lectura de sus obras" (Paz, 1996: 7). Ese es el mejor homenaje que se le puede rendir hoy a José Revueltas. Un ejercicio cabal de crítica, como los que él se impuso. No la conmemoración hagiográfica, repetición de loas y lugares comunes -ceremonias vanas y ridículas-, sino la conversación que ejerce la crítica como punto de partida. Revueltas fue muchas cosas -escritor, agitador, teórico, guía y conciencia de un tiempo- y cada una de ellas merece atención en sus propios términos.

¿Cuál es la importancia de José Revueltas después de la caída del muro de Berlín y el fin del socialismo? Muerta la profecía, ¿qué queda del profeta? ¿Qué significa Revueltas en un México incipientemente democrático y descreído de las utopías que un día fueron su razón de ser? Qué está vivo de su legado. Qué le susurra José Revueltas a los huérfanos de una ilusión.

 

El redentor en su laberinto

José Revueltas nació en la ciudad de Durango el 20 de noviembre de 1914. Una fecha revoltosa. Era el hijo de un comerciante en el pequeño pueblo de Santiago Papasquiaro. Era el noveno de doce hijos y tuvo dos hermanos mayores prominentes en las artes: Silvestre, un notable compositor, y Fermín, un talentoso pintor. La de Revueltas era una familia católica. Cuando José tenía seis años se mudaron a la Ciudad de México. Ahí fue a la escuela primaria. Al principio la familia tenía una posición de clase media y los niños podían ir a escuelas privadas. Sin embargo, al poco tiempo, el padre de Revueltas murió en 1923 y la familia pasó tiempos difíciles. Se mudaron al barrio de La Merced. El joven José tuvo que cambiarse a una escuela pública y pasaba los días vagando por la ciudad. La pobreza y la suciedad que encontró lo perturbaron profundamente (Ruiz, 1997: 47-60). Fue durante una de esas excursiones que descubrió el anfiteatro de la ciudad. El mundo lo sorprendió como un lugar injusto. Abandonó la escuela. Revueltas fue un autodidacta que se educó en la biblioteca pública local. Cuando tenía trece años su madre, Romana, lo mandó a trabajar haciendo mandados en una ferretería del barrio. La familia, que pasaba penurias, necesitaba el ingreso adicional. José también se volvió aprendiz en una imprenta. En la ferretería, Revueltas conoció a un compañero de trabajo al que apodaban "Trotsky". Trotsky adoctrinó a otros trabajadores en el almacén del negocio. Ahí Revueltas encontró el discurso socialista.

Los orígenes religiosos de las creencias ideológicas en Revueltas son explícitos. Desde una edad temprana experimentó una crisis espiritual. Como le dijo a Elena Poniatowska:

de los nueve a los once años fui muy religioso y tuve una crisis espiritual grave, muy seria, muy intensa: al extremo de que (como en el cuento de Bernard Shaw que buscaba a Dios) empecé a buscar a Dios en todas las religiones; me pasé tres años en la biblioteca estudiando religiones para ver cuál era la que me convenía y así encontré el materialismo vulgar, luego el materialismo dialéctico socialista de Kautski, hasta caer en el marxismo propiamente dicho (Poniatowska, 2001b: 140-141).

Una noche, después de una reunión política en el almacén de la ferretería, Revueltas tuvo una revelación: dedicaría su vida a la causa del socialismo. Había sido persuadido, seducido, tal vez, por la causa de la redención: "esto merece que le entregue yo mi vida entera". El socialismo era una causa que prometía, en el lapso de una o dos generaciones, nada menos que "la salvación terrenal, la destrucción del valle de lágrimas y la construcción de la Ciudad del Hombre" (Ruiz, 1997: 55). Como señala su biógrafo, Ruiz Abreu, Revueltas "queda arrobado; ya no le importará conseguir o no un empleo, ganar algunos centavos para llevárselos a su madre; él solamente vivirá por y para la lucha de los comunistas, ciego de fe, clarividente al fin" (Ruiz, 1997: 56). Desde entonces intentó convertirse en miembro del Partido Comunista Méxicano (PCM). En un inicio no lo admitieron, probablemente por sus ligas con "Trotsky", así que ingresó a otra organización hermana, el Socorro Rojo Internacional, hasta que en 1929 el PCM finalmente le abrió sus puertas, justo cuando este se volvía una organización clandestina.

El día que Revueltas cumplió quince años, el partido se manifestó en el Zócalo de la Ciudad de México. Los militantes izaron una bandera roja en el astabandera de la plaza. El gobierno respondió duramente. Revueltas no estaba en la manifestación sino en un mitin en otro lugar, pero a pesar de ello fue aprehendido junto con otros militantes comunistas. Debido a su edad fue remitido al reformatorio. Así comenzó la primera de sus varias prisiones. Purgó seis meses de condena. Revueltas "encontró en el reformatorio la solidaridad entre hombres del mismo credo, y la apatía, la indiferencia y el olvido de todo principio humano, de quienes no se apoyaban en nada" (Ruiz, 1997: 65). Cuando fue liberado, ya se había probado a los ojos del liderazgo del PCM.

En 1931, Revueltas fue arrestado de nueva cuenta en el transcurso de una manifestación y llevado a las islas Marías junto con otros camaradas. En esa ocasión pasó cinco meses recluido en la colonia penal. Unos años más tarde, en 1934, Revueltas fue arrestado de nueva cuenta cuando participaba en una huelga de trabajadores agrícolas de Nuevo León. Tenía 29 años. Esta vez pasaría diez meses en las islas Marías haciendo trabajos forzados. Fue liberado en 1935 como resultado de la amnistía a presos políticos decretada por el presidente Lázaro Cárdenas. Como resultado de estas experiencias carcelarias, Revueltas escribió su primera novela, Los muros de agua, en 1941.

Durante los siguientes 35 años José Revueltas sería una presencia constante en el medio político y literario de México. Tanto sus actividades políticas como su literatura serían motivo de acaloradas disputas. Su sello de agua era el disenso. En 1943, Revueltas publicó su primera novela ambiciosa, El luto humano, la cual ganó el premio a mejor novela extranjera de la editorial norteamericana Farrar & Rinehart. Fue traducida a tres idiomas. En inglés la novela se tradujo como The Stone Knife.2 El libro describe en términos faulknerianos a un grupo de campesinos atrapados después de una inundación. Abandonan toda esperanza y terminan muriendo en el techo de una casa.

Revueltas era un marxista poco convencional porque no era un optimista, particularmente en lo que hace a su literatura. Sus personajes, ladrones, prostitutas, asesinos y campesinos están más allá de la redención. Se encuentran abandonados a sus tristes destinos; son víctimas de sentimientos de culpa y de castigos eternos. En su literatura, Revueltas hurga en el "lado moridor" de sus personajes (Escalante, 1990). A menudo su literatura ha sido descrita como "existencialista", a pesar de que con frecuencia Revueltas rechazó el adjetivo. Octavio Paz (1987: 575) aducía que Revueltas experimentaba el marxismo como un cristiano, esto es, "como agonía, duda y negación". En la literatura de Revueltas no había finales felices.3 Rechazó las edificantes enseñanzas del realismo socialista convencional, con su retrato maniqueo de nobles trabajadores triunfando sobre malévolos capitalistas. En la ficción de Revueltas ni siquiera el desinteresado comunista está libre de pecado. La degradación moral se encuentra por doquier. Como resultado de esta perspectiva filosófica, Revueltas fue a menudo denunciado por otros comunistas como pesimista, reaccionario y existencialista. Aunque tal vez estas acusaciones sean excesivas, es cierto que Revueltas era un marxista heterodoxo. El sufrimiento ocupaba un lugar central en su perspectiva filosófica. Algunos aducen que dicha perspectiva es completamente consistente con los escritos del joven Marx en sus Manuscritos de 1844, un trabajo que Revueltas leyó ávidamente al comienzo de su vida política (Fuentes, 2001). Sin embargo, su idea del sufrimiento, como algo que más que superado debe ser preservado, parecería ser realmente ajena a la naturaleza ilustrada del marxismo.

Un año antes de su muerte, dijo a unos entrevistadores:

la civilización ha sido creada para luchar contra el sufrimiento. En cambio, la cultura por naturaleza, tiende al sufrimiento [...] un verdadero hombre, es decir, un hombre que constantemente sigue recreando la vida y la prolonga, no sólo en el sentido físico, sino también espiritual y moral, jamás renuncia -como decía Dostoievski- a un auténtico sufrimiento; por consiguiente, nunca podrá librarse de la destrucción y el caos. En otras palabras, no desiste de ser una apasionada y terrorífica conciencia del infinito. (Samsel, y Rodowska, 2001: 160).

Pero el infinito no tiene conciencia. En ocasiones Revueltas sonaba como el Salvaje de Aldous Huxley en Un mundo feliz, quien reclamaba el derecho a ser infeliz. Como el Salvaje, el escritor mexicano criticaba la aspiración del mundo moderno de "librarse de todo lo desagradable en lugar de aprender a tolerarlo". Inspirado por Dostoievski, José Revueltas reclamaba el derecho a sufrir.

De igual forma, el Salvaje reivindicaba su derecho "a envejecer y volverse feo e impotente; el derecho a tener sífilis y cáncer; el derecho a tener poco que comer; el derecho a ser piojoso: el derecho a vivir en constante inquietud por lo que ocurrirá mañana; el derecho a contraer el tifo, el derecho a ser atormentado por indecibles dolores de todas clases" (Huxley, 1998: 139).

No sorprende que muchos de los compañeros de ruta de Revueltas fueran impresionados por esta reivindicación del sufrimiento: era muy cristiana, pero no muy marxista. Theodor Adorno, un marxista de la Escuela de Frankfurt, fue un crítico de Huxley (quien no era marxista) y afirmaba que el autor de Un mundo feliz mantenía una admiración reaccionaria por el mundo del Salvaje. Uno podría alegar que Revueltas, como Huxley, renegó de la promesa humanista de la civilización. Adorno aducía que para Huxley la exaltación del sufrimiento no era solamente un rasgo de irreducible individualismo, sino una apelación a la metafísica cristiana que concedía la salvación solo en el más allá y en ese caso solo a cambio de sufrimiento (Adorno, 1998: XX). Sin embargo, en el caso de Revueltas no había vida después de la muerte ni salvación posible.

El mismo año en que fue publicado El luto humano (1943), Revueltas fue expulsado del PCM. Chocó con la dirigencia en temas tanto teóricos como prácticos. Aunque era un convencido leninista, no era capaz de seguir la estricta disciplina del partido. Nunca renunció a ejercer su derecho a ejercer la libertad de expresión y la "crítica" en toda suerte de asuntos. Entre otras cosas, criticó la falta de autonomía del PCM frente a Moscú.

En 1949 la política y la literatura chocaron cuando Revueltas publicó su tercera novela, Los días terrenales. En ese libro Revueltas criticó acremente a sus antiguos amigos comunistas. Los comunistas en la novela han claudicado de su fe en la posibilidad de la redención. Ya no creen en el brillante futuro prometido por el socialismo soviético y se rebelan contra toda esperanza (Ruiz, 1992: 235). Los personajes son movidos por bajas pasiones y dogmas. La reacción del establishment comunista contra Revueltas fue rápida y brutal. Varios críticos adujeron que la ficción de Revueltas denigraba a los seres humanos en general y calumniaba a los camaradas comunistas en particular. Su literatura, acusaba el crítico comunista Ramírez y Ramírez, presentaba "un panorama cerrado y oscuro, sin ninguna posibilidad de cambio [...] presenta a los comunistas como seres abyectos". Tal era la obra del existencialismo, una filosofía de la burguesía decadente, "utilizada magníficamente por los mercaderes de la guerra para envenenar a las masas y aplastar todo espíritu de lucha" (Ruiz, 1992: 226-228). Otros críticos alegaron que aunque tal vez Revueltas con su libro hubiese ganado como artista, se había perdido como hombre y como revolucionario: "al atribuir a la condición humana, la miseria física y moral que proviene de determinadas circunstancias históricas y al negar la posibilidad de la redención humana, Pepe no traiciona sólo a su pueblo, a sus antiguas teorías, a sus antiguos compañeros. Pepe traiciona a su apellido y traiciona a su hermano, Pepe traiciona a Silvestre" (Ruiz, 1992: 230).4 Se trataba de un golpe bajo.

Revueltas sintió profundamente estos ataques. Como respuesta publicó una apología: "amo y respeto a la Unión Soviética y no tengo dudas respecto a cuál será mi puesto en caso de que el imperialismo desate una guerra contra los países socialistas". Al mismo tiempo retiró de la circulación Los días terrenales y una obra de teatro que había suscitado una crítica similar: El cuadrante de la soledad. La condena de su novela lo deprimió profundamente. Aunque ya no era un miembro activo del PCM, se sintió expulsado de una religión en la cual aún creía de todo corazón. En 1954, después de cinco años, Revueltas escribió un extenso mea culpa y solicitó ser readmitido en el seno del PCM, una especie de "iglesia comunista". Adujo que "el escritor no está hecho, no está formado, tan sólo por lo que su obra es, sino también -¿o diré fundamentalmente?- por su pensamiento, aunque no llegue a escribirse; por su actitud espiritual, aunque ésta no llegue a convertirse en libros. Para mí, el escritor es ante todo un hecho moral, un problema de ética [...]" (Revueltas, 1984a: 86).

Revueltas alegó que la mayoría de sus libros eran inocuos y solo un par de ellos estaban infectados por el virus de una filosofía burguesa decadente. Respecto a su novela afirmó:

Los días terrenales parten de una consideración negativa, antidialéctica, antimarxista, que es la de considerar al hombre como un ser sin finalidad alguna sobre la tierra. Los días terrenales juzgan al hombre valiéndose de la misma medida con que se juzgan los demás fenómenos de la naturaleza, es decir, como si el hombre fuera una entidad inconsciente. Aquí radica el error básico mecanicista, que me hizo caer de lleno en una filosofía reaccionaria y pintar un mundo falso de seres abyectos, deshumanizados, extravagantes, enfermos moral y físicamente, para quienes no hay ninguna salida, fuera del suicidio. Es lógico que una novela semejante no tenga otro resultado que un efecto desmoralizador y que no tienda -de igual modo que la literatura decadente actual, que es inspirada por el imperialismo y sufragada por él- sino a desarmar al proletariado, calumniar a los comunistas y a predicar la disolución y quiebra de todos los valores (Revueltas, 1984: 91).

Uno se pregunta cómo una novela tan densa y compleja como Los días terrenales podía "desarmar al proletariado". En cualquier caso, sus disculpas fueron aceptadas y en 1956 el camarada Revueltas fue readmitido una vez más en el redil del PCM.

Seis años después de que regresara al seno del partido, Revueltas fue expulsado de nuevo. Esta vez de manera definitiva. Al comienzo de la huelga de ferrocarrileros de 1959 denunció que el partido comunista no era, de hecho, "la conciencia organizada del proletariado". Según Revueltas, el PCM había dado la vuelta a los trabajadores. Después de su expulsión, Revueltas se dedicó junto con algunos de sus amigos disidentes a organizar en 1960 un nuevo partido: la Liga Leninista Espartaco. Sin embargo, al poco tiempo también se encontró en conflicto con la organización que había fundado. Sus opiniones públicas respecto a la política internacional fueron duramente criticadas por sus camaradas espartaquistas y fue expulsado en 1963 (Ruiz, 1992: 348-350).

Cinco años más tarde, Revueltas encontró una nueva causa (o la causa lo encontró a él): el movimiento estudiantil. Para ese momento su segundo matrimonio había naufragado y el escritor se hallaba casi en la inopia y vivía con amigos que lo acogían. En 1964 publicó su última gran novela, Los errores, donde finalmente Revueltas reconoció los crímenes de la era estalinista. Uno de los personajes se pregunta: "[...] sobre nosotros, los comunistas verdaderos -miembros o no del partido- descansará la terrible, la abrumadora tarea de ser los que coloquen a la historia frente a la disyuntiva de decidir si esta época, este siglo lleno de perplejidades, será designado como el siglo de los procesos de Moscú o como el siglo de la revolución de octubre" (Revueltas, 1964: 223). Veinticinco años después, la caída del socialismo real daría una amarga respuesta a esa pregunta. Como señala Francis Furet, "ni siquiera los enemigos del socialismo imaginaban que el régimen soviético pudiera desaparecer, y que la Revolución de Octubre pudiese ser 'borrada'; y menos aún que esa ruptura pudiese originarse en ciertas iniciativas del partido único en el poder" (Furet, 1995: 9).

Sin embargo, Revueltas creía que los socios de Stalin, que habían sido enjuiciados, eran todavía comunistas de corazón y que luchaban por salvar al comunismo de un tiránico régimen al exponer con su acusador silencio las injusticias que sufrían. En efecto, en cierta manera Revueltas pensaba que los procesados estaban dispuestos a "sacrificarse" por la causa del comunismo.5

En el movimiento estudiantil de 1968 Revueltas halló la energía social y política que, pensaba, le faltaba al proletariado. En 1971 afirmó: "los estudiantes representan el único 'escape de conciencia' en un país donde el pensamiento ha estado monopolizado durante cuarenta años por un Estado que ha reprimido toda oposición -sea sinarquista, Henriquista, comunista- con sangre" (Torres, 2001: 93). "Nosotros", añadió, "creemos que al perder su independencia el proletariado, su conciencia ha revertido a la Universidad, y es ahora la Universidad la que desea que esa conciencia revierta en todo el país". Cuando Revueltas se percató de la oportunidad que se le presentaba para realizar sus ideales la tomó de inmediato y acampó en la cafetería de la Facultad de Filosofía. Ahí impartió cátedra, escribió manifiestos y discutió estrategias con los líderes estudiantiles.6

Rememorando, Revueltas afirmó hacia el fin de su vida: "para mí, 1968 fue la explosión y el alerta revolucionarias más importantes que he visto. Cuando analicé sus posibilidades, me dije: tú tienes que estar aquí de pies a cabeza. Y tienes que luchar, porque esto es el renacimiento de un México nuevo, al que hay que apoyar con toda tu alma" (Hernández, 2001: 185). Cuando el gobierno reprimió el movimiento y mató a decenas de estudiantes en la plaza de Tlatelolco el 2 de octubre de ese año, Revueltas supo que pronto sería apresado. En efecto, fue aprehendido y llevado a la prisión de Lecumberri. Para ese momento, el escritor era ya una figura pública bien conocida. Asumió personalmente toda la responsabilidad del movimiento estudiantil para evitar que los dirigentes fueran a la cárcel. De todas las prisiones de Revueltas, esta fue la más larga: treinta meses. Cuando gracias a una amnistía fue liberado, se convirtió en un héroe para la generación del 68. Pero sobre todo se erigió como un ejemplo moral. Cinco años después de su liberación, murió de una enfermedad relacionada con su alcoholismo. Para entonces la leyenda de José Revueltas estaba firmemente arraigada.

 

Una crítica del desprendimiento

¿Cómo puede entenderse la afirmación de Octavio Paz de que Revueltas era uno de los hombres "más puros de México"? Si Revueltas hubiera renunciado al comunismo, y no solo al estalinismo, en el transcurso de su vida, como lo hizo Paz, tal vez sería más sencillo ubicarlo en el horizonte moral de la Guerra Fría. No lo hizo. Aunque se volvió profundamente escéptico de los partidos socialistas en general (y del PCM en particular) y crítico de la Unión Soviética y de otros regímenes comunistas, siempre se consideró a sí mismo como un marxista y un leninista hasta el final. Y con todo, creía que el socialismo había fallado. En 1971 le dijo a un entrevistador: "creo personalmente que el socialismo ha fracasado en escala mundial. Ha fracasado en el aspecto humano, por el burocratismo y el estatismo. Creo que la experiencia histórica ha fusionado dos grandes fracasos, la democracia burguesa y el socialismo estatal". Si ambas alternativas habían fallado, ¿qué quedaba? Revueltas intimaba una respuesta, un anhelo: "deseamos extraer una síntesis. Queremos un socialismo democrático y libre, sin mordazas. A nosotros nos interesan más la libertad y la democracia que la socialización de los medios de producción. Eso deseamos en México" (Torres, 2001: 95). Este era el inicio de una revalorización. Es sorprendente la vocación de Revueltas de recuperar, del quebrado liberalismo, elementos libertarios y democráticos. Después de todo, no todo el bagaje de la democracia burguesa debía tirarse al basurero de la historia.

El siguiente año Revueltas expresó sus dudas sobre la posibilidad de construir un verdadero partido de la clase trabajadora. En otra entrevista reconoció:

las intenciones por crear el partido de la clase obrera han sufrido un fracaso continuo. Hemos luchado en ese sentido por más de veinte años y hemos fracasado. Ahora tenemos que buscar nuevas rutas. Es imposible que esa tarea pueda ser resuelta por un grupo. Se necesita crear un movimiento de izquierda socialista independiente, al margen de todos los partidos [...] este movimiento de izquierda ha de ser un movimiento fluctuante. No debe estar circunscrito dentro de un contexto fijo e inmutable, sino que debe concertar la lucha de tendencias en su seno, tendencias también fluctuantes respecto a los problemas que se vayan presentando, dentro de una verdadera democracia -lo que yo llamo una democracia cognoscitiva, democracia del conocimiento político y del conocimiento en general (Villafaña, 1984: 245).

Revueltas reconoció que el cartabón leninista para la construcción de un partido de vanguardia había fracasado miserablemente en México. Sin embargo, no había abandonado del todo la idea, la seducción, de la Revolución. Se mostraba ambivalente frente a un futuro democrático. Al mismo tiempo que descreía de los esfuerzos por construir un nuevo partido que agrupara a los trabajadores, avizoraba

una larga etapa de lucha ideológica en el terreno político que desemboque en la organización de diferentes núcleos de ciudadanos en forma de partidos. Esto nos permitirá a la gente de izquierda y a los marxistas integrar la vanguardia revolucionaria, muy difícil dentro de la atmósfera que nos agobia en el sistema político mexicano de hoy. Preveo una etapa de transición que nos permitirá una acción política más libre. De ahí deduzco ya la necesidad de luchar por una amplia democracia política y una libertad de expresión cuyo instrumento radica, a mi juicio, principalmente en la lucha que libran las universidades. Por eso mi trabajo se concentra en las universidades. Un trabajo si tú quieres puramente teórico, pero que puede despejar un tanto el camino hacia una acción práctica ulterior (Villafaña, 1984: 244-247. Las cursivas son mías).

¿Cuál era esa "acción práctica ulterior"? ¿Era la democracia "política" solo un medio, un expediente instrumental? Se concebía, al parecer, como una etapa de transición que favorecería la aparición de nuevas organizaciones que integrarían una "vanguardia revolucionaria", que haría... la Revolución.

Revueltas, como George Orwell, siempre tuvo la esperanza de que el socialismo pudiera ser compatible con la libertad, aun si el socialismo mismo albergara tendencias burocráticas y autoritarias. Con todo, a diferencia de Orwell, el escritor mexicano no tuvo la capacidad de discernir claramente el componente tiránico arraigado en algunas de sus teorías más queridas y en sus autores de cabecera. Esto es cierto en el caso de su admiración incondicional por Lenin y las teorías leninistas. Cuando Revueltas fundó la Liga Leninista Espartaco en 1960, afirmó:

la democracia leninista en el partido (y después en la sociedad sin clases y en el comunismo) representa el nivel más elevado a que ha podido llegar democracia alguna en la historia de la humanidad: se trata de una democracia cualitativa, ajena en absoluto a la democracia cuantitativa, que sacrifica el proceso racional del conocimiento a la simple opinión (o suma de opiniones) mayoritaria como si el mayor número de opinantes acordes respecto a un fenómeno, bastara para dar a éste su connotación objetiva real. Como democracia cognoscitiva, la democracia leninista del partido es, sobre toda las cosas, una democracia racional, cuya ley de tendencia es la razón y el ejercicio libre de la razón [...] (Revueltas, 1984b: 47).

De la misma forma, al comienzo de los procesos de Moscú, Revueltas estaba en la Unión Soviética, pero no se percató de lo que estaba teniendo lugar en ese momento. Orwell, a diferencia de Revueltas, adujo que "tales horrores, como las purgas rusas, nunca me sorprendieron porque siempre sentí que eso -no exactamente eso, pero algo como eso- estaba implícito en el dominio bolchevique" (citado por Hitchens, 2002: 59).

En realidad, por muchos años Revueltas mantuvo la fe en la promesa del socialismo realmente existente. Aun después del estalinismo. Durante un largo periodo se consideró a sí mismo como un comprometido combatiente de la Guerra Fría. En 1957, un año después de que fuera readmitido en el PCM, Revueltas hizo un viaje a la URSS y a varios países del este de Europa. En Berlín visitó el Comité Central del Partido Comunista. Quedó deslumbrado por la organización y la disciplina que ahí encontró. Le escribió a su esposa en México: "¡amo el socialismo con toda mi alma!" Incluso pensó que, de alguna manera, lo que había visto lo curaría de su alcoholismo: "dile a mis queridos amigos que ya no bebo, porque en la Unión Soviética y en las democracias populares me dieron una medicina para no beber jamás. Esa medicina ha sido el respetarme y el creer en mí" (Ruiz, 1992: 285-286).

Estaba verdaderamente complacido con lo que había visto. Cuando visitó Hungría había pasado un año desde que la Unión Soviética había intervenido en ese país. Revueltas culpó de tal evento a los "fascistas" húngaros y a la "contrarrevolución", que había obligado a la Unión Soviética a intervenir. Considerándolo todo, creía, las acciones de la urss habían estado completamente justificadas (Ruiz, 1992: 287-289).7

Como muchos en la izquierda en América Latina, Revueltas saludó la Revolución cubana. En 1967, cuando el Che Guevara fue asesinado en la selvas de Bolivia, escribió un artículo intitulado "El Che Guevara o de la confirmación del ser humano en la esperanza".8 El sobretono religioso es evidente. Revueltas halló en Ernesto Guevara no solo a un líder político, sino la bondad misma encarnada. En el texto hizo las loas de Guevara como escritor. El Che era "un héroe que no se acepta como héroe". Pero sobre todas las cosas el legado de Guevara era "esa estremecida ternura con la que invadía el ser de todas las cosas que lo rodeaban -que lo rodean- en este planeta amargo y en su historia". El trabajo literario del guerrillero-ministro "traspasa sus materiales con la misma contenida emoción humana de las lentas lágrimas que ruedan por las mejillas del guerrero justo después que ha vuelto del campo de batalla" (Revueltas, 1983: 175). Para Revueltas "no hay nada que sea noble y hermoso que pueda ser ajeno al Che". El escritor conocía muy bien el lado sangriento y homicida del Che como verdugo del régimen revolucionario cubano, pero aun así lo halló sin mácula.9 Según Revueltas, el predicamento del Che era verdaderamente trágico: "era en este tono mayor, a nivel de la tragedia clásica, como el Che asumía la realidad de la literatura y de la vida, indiscutibles ambas: la violencia es un mal que el hombre ha de aceptar como necesario y que se le ha impuesto por las circunstancias zoológicas que aún reviste la existencia social" (Revueltas, 1983: 175). En consecuencia, el Che "no amaba la violencia ni la muerte; no las rehuía tampoco. Las aceptaba como una condena que debe cumplir con sencillez y sin desplantes" (Revueltas, 1983: 176). Revueltas pensaba que, al hacer esto, Guevara "supo cumplir su amada sentencia y supo encontrar, en medio de las contradicciones históricas, ese punto luminoso de lo humano, ese detalle fugaz y deslumbrante, ese indicio promisorio con los que el ejemplo de su vida y la grandeza de su muerte, reafirmaron la convicción del hombre en su victoria inevitable" (Revueltas, 1983: 176).

Conmovido, Revueltas recordó los primeros días de la Revolución en Cuba. Rememoró la "increíble bondad de Fidel, acaso su rasgo más característico entre sus otras virtudes y defectos" y la "conmovedora ternura" del Che. Estos jefes políticos y militares eran "grandes caudillos en el sentido más limpio de la palabra, estos hombres de Estado, sabían ser, lo eran, lo son, sencillos, verdaderos, auténticos seres humanos" (Revueltas, 1983: 178). A Revueltas lo sacudió "la belleza de espíritu de los revolucionarios cubanos y sus dirigentes, la rectitud franca y sin rodeos de sus procedimientos, su sincero amor por la verdad y esto, esto, lo bondadosos que son, siempre me han parecido, de un modo invariable, las cualidades que los definen en un solo trazo humano". Al final del día, "ante el maloliente y agusanado cuerpo del imperialismo que la rodea, la luz de la revolución cubana eleva sobre la oscuridad de nuestro tiempo" (Revueltas, 1983: 178-179).

Cuba se convertía así "en el centro de gravedad de la lucha histórica universal por el rescate y la vigencia del internacionalismo proletario, por la aplicación y observancia creadoras del marxismo-leninismo, por la vuelta a Lenin y a los principios del partido de clase del proletariado, por la restitución de los principios de la revolución proletaria mundial." Cuba "demuestra y demostrará que la quiebra histórica de los partidos comunistas no es la quiebra del marxismo-leninismo, sino que, por el contrario, de esta crisis surgirá más potente, más combativo, más resuelto y más eficaz en el cumplimiento de sus tareas históricas" (Revueltas, 1984c: 201-211).10

Ciertamente, Revueltas cambió sus opiniones con el paso del tiempo. Llegó a percatarse, como hemos visto, que el socialismo realmente existente era un fracaso y renegó de muchos de los juicios que había pronunciado. Lamentó una parte de la violencia "necesaria" que había justificado en los cincuenta. En particular, revisó su creencia temprana sobre la justicia de la intervención soviética en la Hungría de 1956. En 1964, Revueltas le dedicó su novela Los errores al líder húngaro Imre Nagy, uno de esos "fascistas" que en 1957 había condenado fácilmente y que murió a manos de los invasores rusos. Explicó sus razones en un artículo. Nagy tal vez se hubiera equivocado, argumentaba ahora Revueltas, pero eso no justificaba su ejecución, pues era un comunista leal y honrado. Por tanto, el escritor mexicano dedicó su libro a la memoria de todos los comunistas "que no traicionaron jamás la causa de los proletarios pero que han debido sufrir muerte infame e injusta a lo largo de las últimas, atroces décadas en que sobre la verdad, la razón y el examen crítico entre camaradas, prevalecieron el dogmatismo y la clerecía inquisitorial de los burócratas". Revueltas concluía que el socialismo y el comunismo "deberán sustentarse, por su propia esencia, en el principio del sumo respeto a la dignidad del ser humano. De lo contrario, aun en un mundo donde se haya abolido la propiedad privada y la explotación del hombre por el hombre, se podrá decir que la historia no se ha realizado todavía" (Revueltas, 1984d: 166-168).Estas palabras serían proféticas. Sin embargo, sus viejos amigos de la Liga Espartaco pensaron que Revueltas se había ablandado en lo que hacía a la violencia, esa severa partera de la Historia, y lo atacaron en consecuencia en su folletín Hoja Proletaria. Su artículo, intitulado "El proceso de deformación de José Revueltas", rezaba:

Revueltas se duele, fundamentalmente, de los excesos de la violencia. En realidad vivimos aún en la prehistoria humana, como decía Marx. El asesinato político necesario que se efectúa para construir el socialismo, es decir, una sociedad liberada de la violencia y los antagonismos de clase, forma parte de esa prehistoria humana [...] Porque no será lamentándonos, no será deseando formalmente otro mundo en el que la violencia no exista, como podamos abolir definitivamente la violencia sobre la tierra (Revueltas, 1984d: 280-281).

Revueltas había roto, finalmente, con los apologistas de Stalin y el homicidio. De igual manera, aunque nunca le dio la espalda a Cuba, como muchos otros intelectuales lo hicieron en los setenta, Revueltas mantuvo una posición crítica hacia algunas de las acciones represoras del régimen de Castro. Por ejemplo, en 1971 se unió a Mario Vargas Llosa, Juan Rulfo, Carlos Fuentes y varios importantes escritores latinoamericanos para condenar la persecución por parte del régimen cubano del poeta Heberto Padilla.11

Hacia el final de su vida, y como resultado de su propia experiencia política, Revueltas había terminado por apreciar cabalmente la libertad irrestricta de expresar opiniones críticas. La herejía política era el aire que respiraba: aire en libertad. Por esa razón salió en defensa de las minorías judías en la Unión Soviética. Cuando se le preguntó por qué había defendido a Heberto Padilla contra la "increíble bondad" del gobierno cubano, Revueltas dio esta explicación: "siempre lucharé por la libertad y el libre criterio en cualquier país sea socialista o capitalista. Me pareció exagerada la actitud del gobierno cubano hacia Heberto Padilla y protesté desde la cárcel, así es que no podrá decirse que fui un contrarrevolucionario. Me llevaron el poema de Heberto Padilla y no le encontré nada; lo único que le encontré fue un pesimismo real".12

Es necesario decir que Revueltas mantuvo cierta ambigüedad respecto al uso de la violencia, ambivalencia que le acompañó hasta el final de su vida. Como un revolucionario comprometido difícilmente podría haber sido de otra manera. En efecto, en 1971, en su celda en Lecumberri, celebrando y pensando un aniversario más de la gesta de octubre, Revueltas creía todavía firmemente en la promesa de la Revolución bolchevique. Creía en la "verdad del poder soviético obrero-campesino y su naturaleza esencialmente democrática", pervertida por Stalin y sus sucesores. Creía en la necesidad del "rescate de esa verdad de manos de los epígonos burocráticos" del régimen soviético. Reconocía a Trotsky, pero sobre todo a Lenin y su "extraordinario proyecto" democrático, que consistía, según Revueltas, en "la dirección racional-consciente de la historia, uno de los más ambiciosos propósitos de la humanidad que a través de sus más grandes pensadores, desde Platón, se realiza, primero, en el partido bolchevique, como democracia cognoscitiva, y después en el poder de los soviets, como democracia en la sociedad" (Revueltas, 1986: 218-229).

Un mes después de que fuera puesto en libertad, en junio de 1971, ofreció una entrevista. Cuando le preguntaron si pensaba que los internos que habían sido arrestados en posesión de armas y que tenían intenciones de iniciar una rebelión armada eran prisioneros políticos, Revueltas respondió sin ambages: "nosotros creemos que la violencia es también, en muchos casos, un arma política, así incurra en infracciones de un orden legalista" (Torres, 2001: 92). Al ser interrogado sobre su posición frente al gobierno de Luis Echeverría, Revueltas respondió, parafraseando a Marx, que "una verdadera actitud crítica frente al gobierno es su negación. Negarlo con las armas de la crítica hasta que llegue el momento de la crítica de las armas" (Torres, 2001: 93). Esta afirmación provocó una enojada respuesta de Octavio Paz, el hombre que un año atrás había llamado a Revueltas "uno de los hombres más puros de México". Paz alegó que la alternativa revolucionaria en México era una quimera. El poeta reclamó a Revueltas:

lo que quiere la mayoría es una reforma democrática. No vivimos la crisis final del sistema. [...] México quiere cambiar su vida política porque han aparecido nuevas fuerzas sociales y han envejecido muchas estructuras políticas y económicas.

La [...] alternativa revolucionaria es quimérica. No lo es la segunda: la violencia reaccionaria. Los halcones y otros grupos paramilitares no son entelequias: son realidades brutales y despiadadas. Tampoco son fantasmas los poderosos grupos políticos y financieros que están detrás de los halcones. Se necesita mucha ligereza mental y moral para decir, en estos días, que hay que emplear "las armas de la crítica mientras llega el momento de la crítica de las armas" (Paz, 1971).

Paz acertaba en su lectura del flirteo revolucionario. El apoyo de Revueltas a la revolución armada en México era una cuestión de razonamiento abstracto. No era una pose, sino un tic. Para un revolucionario, por supuesto, la Revolución es una cosa buena por principio, siempre y cuando sea posible en una determinada situación. Sin embargo, Revueltas sabía muy bien que en México las condiciones necesarias para la lucha armada no existían. Cuando se le preguntó si había llegado el momento de la "crítica de las armas", respondió: "No, no hay condiciones. Creo que en mucho tiempo no habrá una revolución". La razón de ello era que no existían "fuerzas potencialmente revolucionarias. La UNAM es ahora la única capaz de catalizar esas fuerzas y sacar a la superficie las demandas y aspiraciones, pero ni los estudiantes ni los intelectuales quieren organizar o dirigir a los trabajadores" (Torres, 2001: 94).

Algunos de los opositores de 1968 llegaron a la conclusión, después de la represión violenta del 2 de octubre por parte del gobierno, de que no había más camino que la lucha armada. Ciertos grupos decidieron asaltar bancos y secuestrar empresarios para financiar sus actividades. Cuando a Revueltas se le preguntó en 1972 sobre estas acciones, criticó abiertamente a los grupos que las realizaban llamándolos "ultraizquierdistas", y afirmó que esos expedientes no llevaban a ningún lugar (Revueltas, 1984d: 246).

 

El presente de una ilusión

¿Qué vive del legado de José Revueltas? ¿Es relevante su voz para los problemas contemporáneos? Es tentador considerarla como la voz de los vencidos. Una especie de Popol vuh socialista del siglo XX. Tal vez esa visión le habría agradado al escritor. Sin embargo, creo que Revueltas es relevante por otras razones. Era un hombre de principios, puro, como afirmó Paz. Pero el ámbito natural de la pureza es el convento, no la política. Los riesgos de mirar con el ojo del santo pueden entreverse en sus líneas sobre Castro y el Che. Una ingenuidad que puede rayar en lo obsceno. Revueltas estaba dispuesto a sacrificar su bienestar (y el bienestar de su familia) por sus ideas políticas. "Para mí", le dijo a Elena Poniatowska, "la política ha sido una cuestión de dualidad y de personalidad: el entregarme a una causa que considero justa". "Amo", afirmó, "al ser humano por encima de todas las cosas. Me parece un valor que ha sido creado a través de la historia, el valor más importante que tenemos en la tierra" (Poniatowska, 2001c: 203). Se trataba de un asunto de consistencia filosófica y moral: "si luchas por la libertad tienes que estar preso, si luchas por alimentos tienes que sentir hambre" (Poniatowska, 2001c: 203). Su segunda mujer, María Teresa Retes, lo describe bien: "la situación social fue para Revueltas una preocupación constante. Casi podría decir, un tormento. Su desesperación llegaba a niveles místicos; la miseria y la explotación de los trabajadores, lo desgarra; al no poder cambiar esa realidad sufre hasta el delirio" (Ruiz, 1992: 217).

Es difícil no sentir admiración por la integridad moral de José Revueltas. En un mundo político regido por el egoísmo y el oportunismo, en el cual prevalece el autointerés, Revueltas ciertamente es un ejemplo edificante y atractivo y un faro para muchos. Dedicó su vida a una causa que le pareció justa. En este sentido, la vida de Revueltas constituye una lección en la legítima indignación. Su desinterés es aleccionador.

Con todo, esa actitud no está libre de dificultades. Para comenzar, al tiempo que reconocía su responsabilidad con la humanidad, Revueltas a menudo descuidaba sus responsabilidades más directas con sus hijos y su mujer (y sus exmujeres). Completamente inmerso en sus misiones políticas y literarias, pocas veces proveía suficientes medios para mantener a su familia. María Teresa Retes se quejaba de Revueltas: "no podía estar tranquilo; era un hombre ajeno a la responsabilidad familiar. Si él se trazaba una meta la cumplía, aunque pasara sobre el cadáver de su hijo, de su mujer, de su matrimonio" (Ruiz, 1992: 280). Revueltas siempre se sintió culpable por su incapacidad para ser un proveedor. No es necesario aceptar la perspectiva ideológica de un crítico conservador como Paul Johnson para convenir con él en que la forma cómo los intelectuales viven sus vidas privadas es relevante para dar cuenta de ellos moralmente (Johnson, 2007).

En segundo lugar, hay algo inquietante en la idea de que el dolor y el sufrimiento son necesarios para el artista y para el activista político. Revueltas creía que era necesario vivir una vida exaltada, sumida en la angustia y rechazó las comodidades de la vida burguesa. Como señala su biógrafo Ruiz Abreu, para Revueltas vivir realmente significaba el proceso de morir (Ruiz, 1992: 320-321). Y hay algo mórbido en ello. En efecto: "la muerte para mí es una cuestión completamente íntima y próxima. No me importaría morir en este instante [...] la muerte no me interesa en lo absoluto, es una sensación natural y te puedo decir que en cierto modo la amo", y "amar la vida es una canallada" (Torres, 2001: 138-139).

Si Revueltas es un ejemplo moral, no lo es por su exaltación de las figuras del Che y Fidel. Lo es por otra razón muy distinta. A pesar de que le rendía tributo a la idea de la Revolución, lo cierto es que en su vida -en sus acciones concretas- Revueltas se pareció más a Gandhi que a Castro. Por esa razón puede ser admirado por críticos completamente ajenos al marxismo. Aunque siempre sostuvo sus convicciones ideológicas firmemente, al grado de sufrir persecución, Revueltas nunca mató a nadie; no puso bombas y no sucumbió a las sirenas de la guerra de guerrillas. En cambio rechazó ese callejón sin salida: "[...] desde hace tiempo la guerrilla no es ninguna solución" (Solares, 2001: 129). Y a pesar del embrujo de la Revolución, Revueltas entrevió un espacio reformista, en el cual el cambio político podía ser pacífico. En un manuscrito fechado en junio de 1971, respondió a la vía guerrillera de esta manera:

la negación del sistema es la crítica; la aceptación de esta crítica por el sistema es la autocrítica, o sea, el sistema se niega a sí mismo por medio de las reformas. Aquí es donde se disuelve la disyuntiva entre reformas y revolución: si hay reformas, la transformación de "las armas de la crítica" en "crítica de las armas" queda aplazada por tiempo indefinido; pero más aún, si las reformas son revolucionarias, la necesidad de la "crítica de las armas" desaparece, la revolución será pacífica (Revueltas, 1978b: 158).

Revueltas no era un hombre violento. De ahí que sea un ejemplo de rectitud moral. Todas sus prisiones fueron injustas. Desde su primera reclusión en el reformatorio hasta Lecumberri, Revueltas fue un preso de conciencia, privado de su libertad por sus ideas políticas. En la cárcel siempre mantuvo una dignidad ejemplar. En 1968 fue procesado por diez cargos inverosímiles: sedición, robo, homicidio, etc. Revueltas en tono de chanza preguntó: "¿cómo roba un escritor?, ¿cómo despoja?, ¿cómo hace acopio de armas? Escribiendo, nada más. Está prohibido ser escritor; es un crimen ser escritor, porque sin salir de los ordenamientos constitucionales se hunden palacios, se derriban catedrales. El escritor es un acusador público; no se puede enajenar" (Padrés, 2001: 59). Aquí hay una reivindicación cabal del poder de la palabra escrita, del poder invisible de las ideas. Cuando finalmente fue puesto en libertad, Revueltas sentenció con razón: "nuestra libertad fue tan ilegal como nuestras sentencias".

Revueltas, a diferencia del Subcomandante Marcos, por ejemplo, nunca ocultó el rostro tras un pasamontañas y nunca envió a nadie a morir. La voz de Revueltas resuena con fuerza en este siglo porque, aunque fue un partidario de la idea de la Revolución, no intentó llevarla a cabo por medios violentos. No por falta de voluntad sino porque se dio cuenta de su imposibilidad práctica. Al final, esa imposibilidad se convirtió en una virtud. De esta forma Jaime Labastida se equivoca de pe a pa cuando alega que la vida de Revueltas constituía una lección de "conducta revolucionaria".

Revueltas es vigente hoy, a pesar de la caída del socialismo real y de los descalabros de la teoría marxista, porque su pesimismo existencial presente en muchas de sus novelas y cuentos, ese punto oscuro en lo humano, no cayó junto con el muro de Berlín. Vive lo que no es auténticamente marxista, o solo marxista, en Revueltas: una visión desencantada de la vida humana, un aleccionador recordatorio de que muy a menudo no hay finales felices, de que el ser humano "no tiene otro fin último que el de su propia desaparición. La historia de la humanidad no es sino la historia de tratar de sobrevivir la humanidad misma" (Sainz, 2001: 194).

Seguramente para algunos será muy tentador lanzarse en una misión de salvamento teórico; rescatar una parte del monumental edificio teórico marxista que Revueltas construyó al paso de los años. Sin embargo, lo que sobrevive son la obra literaria y la vida de Revueltas. Con todo, buena parte de su obra se compone de ensayos, folletos, artículos y manifiestos políticos. Sin su vida, sus escritos políticos -abultadas y sesudas contribuciones a la escolástica marxista- significarían muy poco. Un páramo dialéctico; estatuillas con valor solo para el arqueólogo de las ideas del siglo XX. Su literatura, sin embargo, está imbricada con sus ideas políticas. Para Revueltas, los elementos centrales de la doctrina marxista eran el análisis de la sociedad capitalista y "el descubrimiento del hombre como individuo social y como ser destinado a la libertad, que no es sino la superación de la necesidad" (Saldaña, 2001: 125). Por ejemplo, una de sus preocupaciones centrales fue la noción marxista de enajenación. Los personajes de las novelas de Revueltas, ladrones, prostitutas, campesinos miserables, asesinos, están todos enajenados. En el capitalismo, el hombre "para satisfacer sus necesidades naturales debe enajenarse a la naturaleza mediante el trabajo y manufactura [...] pero la depauperación del hombre tan aguda en el capitalismo, no ocurre solamente en el mismo proceso de trabajo, sino en todas las manifestaciones de la vida humana en la sociedad capitalista" (Fuentes, 2001: 166). Marx describió los efectos devastadores del dinero en la psique humana, pues ejercía una influencia cosificadora. Como señala Fuentes Morúa: "el corazón, los sentimientos sufren el mismo destino que el cuerpo, así todas las expresiones humanas que no pueden ser sometidas a la férula monetaria son inútiles [...] los personajes revueltianos, sobre todo aquellos descritos mediante su 'lado moridor' fueron dotados de rasgos característicos: egoísmo refinado hasta la perversión, por ejemplo Maciel en Los muros de agua o Adán en el luto humano" (Fuentes, 2001: 170).13 En su literatura, Revueltas describe la avaricia, el egoísmo y la codicia, "no sólo en relación al dinero, sino como derivaciones del poder monetario: la relación entre la codicia pecuniaria y la posesividad afectiva y emocional" (Fuentes, 2001: 174). El usurero en Los errores es un buen ejemplo de ello.

Revueltas halló la teoría de la enajenación en los escritos tempranos del joven Marx y en la rica tradición filosófica alemana. ¿Quiere decir esto que algo del marxismo -de la crítica marxista- sobrevive en la obra de Revueltas? La idea de la dictadura del proletariado tal vez esté quebrada, pero la aguda crítica del joven Marx queda. Tal vez sea así, pero lo cierto es que la idea de la alienación se remonta más atrás de Marx. Más aún, incluso, que a la tradición idealista de Hegel y Feuerbach. La preocupación por la alienación se puede rastrear, paradójicamente, hasta los escritos de Adam Smith en el siglo XVIII. En efecto, Smith advirtió que la deshumanización de los trabajadores, producida por la división del trabajo, constituía un grave peligro para la sociedad comercial. Para Smith, en La riqueza de las naciones, la destreza del trabajador en su oficio parecería ser adquirida "a expensas de sus virtudes intelectuales, sociales y marciales" (Griswold, 1999: 292). Smith pensaba que el trabajo repetitivo, mecánico, estupidizaba a los obreros; los volvía incapaces de concebir ningún sentimiento "generoso, noble o tierno" (Smith, 1776: 267-268). A Marx mismo le gustaba citar estos pasajes de Smith y muy probablemente sean la fuente de su idea de alienación, como señala Meek (Meek, 1977: 14).

Algo parecido ocurre con otra idea candidata a ser rescatada del naufragio: la "democracia cognoscitiva". Como hemos visto, Revueltas creía que este concepto había sido parte de la iluminada dirección política e ideológica de Lenin. Sin embargo, ¿qué es la "democracia cognoscitiva" una vez que omitimos la jerga dialéctica? Nada nuevo, a decir verdad. Se trata de "la libertad de crítica, el derecho a la oposición de las minorías, el libre juego de tendencias, el choque de opiniones, en el partido y los partidos que encarnan la conciencia racional" (Revueltas, 1986: 228). Es decir, el catálogo de libertades liberales burguesas.

Esta reivindicación del derecho a disentir nos lleva, en cambio, a uno de los legados más perdurables de Revueltas: su firme defensa de la libertad de expresión. Defendió su derecho a expresarse con enorme fervor. Esta reivindicación a menudo entró en conflicto con su militancia política. En efecto, como afirmó en una de sus últimas entrevistas: "yo te digo que soy un intelectual marxista y sé someterme, entre comillas, a una situación dada en la cual no puedo desenvolverme muy libremente, pero lo hago por conveniencia de la sociedad, del Estado y del partido, pero esto no quiere decir que deje de reclamar y ejercer mis derechos a la expresión del pensamiento de una manera libérrima" (Poniatowska, 2001c: 206). No es de extrañar que acabara metido en problemas con las organizaciones políticas en las que militó a lo largo de los años. Su instinto, su vocación como escritor, lo llevaba a la independencia crítica; su profesión de fe en cambio lo orillaba al claustro de la iglesia y al voto de obediencia. Revueltas vivía desgarrado entre ambas pulsiones. A pesar de lo que quería creer, el partido -ya fuera este el PCM, la Liga Espartaco, etc.- era un ente hostil a la libertad individual. Revueltas lo sabía en su fuero interno: "un espíritu crítico no se somete al rebaño de cualquier ideología" (Poniatowska, 2001c: 205). De igual forma, "la supresión de la libertad es el delito más grave que se puede cometer en una sociedad de clases" (Sainz, 2001b: 109). De acuerdo con Revueltas, una sociedad "sin libertad es la animalidad pura" (Flores, 2001: 74). Revueltas, que había sido privado de la suya varias veces, lo sabía muy bien. Y sabía que la libertad estaba amenazada no solo en el capitalismo:

la libertad debe ser irrestricta en un régimen socialista o capitalista. Tenemos que rescatar a la persona, que está amenazada completamente por un régimen de producción, de técnica, que cada día invade la personalidad de cada gente, en unos países como en otros. Tenemos que estar alerta respecto a esa libertad irrestricta que debe existir, porque la libertad no es libertinaje. Es un en sí de la personalidad humana. Si acabamos con ese en sí, acabamos con la personalidad humana misma, tanto en el capitalismo como en el socialismo (Flores, 2001: 74).

* * *

La fortuna le evitó a José Revueltas levantarse un día en 1989 y descubrir que su mundo había desparecido. Probablemente le habría alegrado que los regímenes autoritarios del socialismo realmente existente fueran barridos al basurero de la historia de una vez por todas. Pero con ellos moría también algo que le era constitutivo al escritor: la idea comunista. Tal vez es algo extremo afirmar, como lo hace Franijois Furet, que de la experiencia anterior de hombres como Revueltas no queda ni una idea. Para Revueltas, que veía en Lenin un gurú, un líder, un visionario, sería un duro golpe reconocer que su modelo político no dejó ninguna herencia. En efecto, "la Revolución de Octubre cierra su trayectoria no con una derrota en el campo de batalla, sino liquidando por sí misma todo lo que se hizo en su nombre" (Furet, 1995: 10). Y una buena parte de la vida de José Revueltas se hizo en su nombre. Contra lo que él creía, el siglo XX no sería recordado ni cómo el siglo de la Revolución de octubre ni tampoco como el de los procesos de Moscú. Sería recordado como el siglo en que un cometa, la ilusión comunista, pasó fugaz por el firmamento. La rápida disolución no dejó nada en pie: ni principios, ni códigos, ni instituciones. La tragedia, para sus huérfanos, es que el comunismo nunca concibió otro tribunal sino la historia: "helo aquí, pues, condenado por la historia a desaparecer en cuerpo y alma" (Furet, 1995: 570).

Revueltas creyó fervientemente en la ilusión del comunismo, una ilusión que ofreció al hombre perdido en la historia, además del sentido de su vida, los beneficios de la certidumbre. No fue algo parecido a un error de juicio, que con la ayuda de la experiencia se puede reparar, medir y corregir; más bien, fue "una entrega psicológica comparable a la de una fe religiosa, aunque su objeto fuese histórico" (Furet, 1995: 11). Esto explica por qué la idea de Revueltas de que el comunismo había cometido "errores" -epitomizada en su novela Los errores de 1964- era insuficiente en su alcance crítico. Pocos hombres en México como José Revueltas tuvieron una compenetración tan profunda con el comunismo como idea y esperanza. Era necesario que creyeran en la promesa de esa religión secular de acabar con el valle de lágrimas en la tierra. Solo uno de los hombres más puros de México podía, al fin y al cabo, encarnar cabalmente la Ilusión del siglo XX.

La historia de Revueltas constituye también una lección cautelar sobre la entrega religiosa a la acción política. En 2005 la argentina Claudia Hilb, vieja militante de izquierda y partidaria de la rebelión armada en los años setenta, se preguntó:

¿Qué habría sido de nosotros, de nuestras vidas y de nuestros valores, en el caso de que no hubiéramos sido derrotados, en el caso de que las organizaciones de las que formábamos parte o a las que apoyábamos hubieran triunfado? Quiero dejar de lado la pregunta acerca de si pensando como pensábamos y actuando como actuábamos hubiéramos podido triunfar: la imagen de revolución victoriosa en la que nos reconocíamos era la revolución cubana, que había triunfado, y la revolución vietnamita, que lo estaba haciendo. Quiero decir: más allá de los "errores y equivocaciones" que algunos se contentan con reconocer y atribuir a esas organizaciones, más allá de los "errores y equivocaciones" hubo otras organizaciones que, con ideas similares a las que nosotros apoyábamos, triunfaron. En una palabra: no fueron las ideas que llevaron al fracaso de la revolución en tanto tal. Hubo, con esas mismas ideas, revoluciones realizadas. (Hilb, 2005).

La Revolución cubana era un espejo en el cual era posible contemplar tal posibilidad. En efecto, como reconoce Hilb, "la Revolución Cubana representó, entiendo, la realización más cabal de aquello que anhelábamos". El tiempo le ha dado a la exiliada una atalaya crítica para mirar atrás:

¿Qué representó Cuba para nuestros anhelos, porqué lo que anhelábamos resultó en lo que es? ¿Porqué, incluso, pasados cuarenta años, sigue siendo Cuba en la izquierda argentina un tema casi tabú, a punto tal que cuando escribo "cuatro décadas de régimen totalitario" tengo que refrenar yo misma el impulso de suavizar la denominación? Creo que, en el destino de la Revolución Cubana, se pone de manifiesto de una manera especialmente flagrante que aquello que anhelábamos -una sociedad radicalmente igualitaria- sólo podía imponerse bajo la forma de un régimen totalitario, bajo un régimen de terror. Es porque Cuba anuda, en el destino de su revolución, lo mejor de nuestras esperanzas -el igualitarismo- bajo la peor forma política moderna -el totalitarismo- que creo que vale la pena desentrañar en ella el destino malogrado de nuestras utopías de justicia. (Hilb, 2005).

Este juicio no habría sorprendido a José Revueltas, que vivió el suficiente tiempo para mirar los horrores del archipiélago Gulag. Sin embargo, Hilb hace una conexión con el elemento religioso en el revolucionario moderno y ahí toca el centro de la teología política de José Revueltas. En efecto:

El ascetismo revolucionario, muchas veces férreamente cultivado entre los integrantes de las organizaciones armadas en los '60 y '70, ese ascetismo cuya imagen emblemática era el Che Guevara, era inseparable del ideal del hombre nuevo: de un hombre genérico que expresa la más alta de las capacidades humanas, que ha trascendido el egoísmo y el individualismo y que encuentra en la dedicación al Bien común la más alta felicidad. Extraña figura, terrible figura, la del asceta revolucionario moderno, que lejos de apartarse del mundo, como el estoico, se propone actuar sobre él para transformarlo a su imagen y semejanza. Para ello, empero, tendrá que lograr que los hombres, por la convicción o por la fuerza, se conviertan en aquello que deben ser: en hombres nuevos. No todos los militantes revolucionarios fueron, de hecho, ascetas revolucionarios -aunque sin duda algunos estuvieran cerca de serlo. Pero el discurso redentista del ascetismo revolucionario y de la transformación del hombre en hombre nuevo brindó el horizonte que hacía pensable y justificable el proyecto de moldear la arcilla humana- de moldear la arcilla, y de descartar el material inservible.

¿Qué habría pasado si Revueltas hubiese triunfado? Si el socialismo, la causa a la cual decidió dedicar su vida a los dieciséis años, hubiera triunfado en México por vía de la Revolución, como lo hizo en Cuba. Revueltas ya tenía una respuesta, habría estado en la oposición: "Yo, en lo personal, no sólo sería un oposicionista en este régimen, sino también en un país socialista, porque la tarea del pensamiento es la crítica de la realidad, para lograr su perfeccionamiento" (Torres, 2001: 94). Y es muy probable que hubiese seguido los pasos de Heberto Padilla y que los nuevos amos, hombres "bondadosos y tiernos", lo hubieran recluido en Lecumberri u otra prisión. Sin embargo, ¿se habría percatado, como Claudia Hilb, que habría contribuido a instaurar un régimen totalitario? No es claro, pues Revueltas nunca descreyó de la Revolución como estrella polar de la acción política.

En los últimos años de su vida su leninismo se tambaleó. Hay evidencia de que para 1972 había revisado algunas de sus "confianzas inexorables." A su hija le escribió: "creo firmemente que la teoría leninista del partido -así como la teoría del Estado y de la dictadura proletaria- deben, a la luz de las experiencias de esta segunda mitad del siglo XX, deben y pueden ser superadas" (Revueltas, Martínez, y Cheron, 2013: 30). Sin embargo, aun cuando en el ocaso de su vida el término "revolución" había adquirido un significado amplio y difuso, no repudió a esa vieja compañera de luchas. En 1975 Revueltas afirmó:

por revolución entiendo la participación de todos en la creación de valores, en la lucha por la configuración de la cultura. La sociedad moderna, la de la segunda mitad del siglo XX, cuyas premisas tenían, desde luego, raíces en el pasado, ha entrado en una nueva realidad que no responde a la antigua; y para mí que, hoy en día, [sea] ya un tanto utópica la consigna ("Proletarios de todos los países uníos") del internacionalismo proletario. El hombre no puede transformarse exclusivamente a través de una revolución social. La revolución tiene que ser una revolución espiritual, cultural (Samsel, y Rodowska, 2001: 162. Las cursivas son mías).

Al final de su vida, Revueltas se quedó apenas a un paso de abandonar el navío revolucionario. Acabó, paradójicamente, pareciéndose a los hombres del Ateneo de la Juventud de principios del siglo XX, quienes habiendo dejado de lado la ciencia del positivismo, abogaron por una renovación del Espíritu.

Todos los instintos de Revueltas lo alejaban de las materializaciones de sus más queridos ideales en el mundo real: el PCM (y todos los grupos y grupúsculos de comunistas), la Unión Soviética, etc. Sin embargo, hasta el final Revueltas fue uno de los más puros epígonos de una ilusión. Tal vez las respuestas teóricas de José Revueltas a algunos de los principales problemas de su tiempo estuvieran llanamente equivocadas, sin embargo, no lo estuvieron sus respuestas vitales. Esas, no la escolástica marxista, es lo que vive de José Revueltas. Un hombre digno y honesto que, a pesar de lucubrar con la idea de la violencia como partera de la Historia y hacer la apología de la violencia revolucionaria, puso siempre en su actuar político las palabras antes que las armas.

 

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Notas

1 Sobre la protesta estudiantil de la época, véase Jaime Pensado, 2013, Rebel Mexico. Student Unrest and Authoritarian Political Culture During the Long Sixties, Palo Alto, Stanford University Press.

2 José Revueltas, The Stone Knife: a novel, trad. de H. R. Hayes, Nueva York, Reynal & Hitchcock, 1947.

3 Por ejemplo, José Revueltas, Los errores, México, Fondo de Cultura Económica, 1964.

4 Silvestre también era un comunista convencido. Esta crítica era particularmente insidiosa, pues José Revueltas veneraba a su hermano mayor, muerto prematuramente.

5 Para una crítica de la interpretación de Revueltas de los procesos de Moscú, véase Christopher Domínguez Michael, 1997, "VII. José Revueltas, lepra y utopía", en Tiros en el concierto. Literatura mexicana del siglo V, México, Ediciones Era, pp. 391-394.

6 Sobre los escritos de Revueltas relacionados con el movimiento estudiantil, véase José Revueltas, 1978, México 68: juventud y revolución, México, Ediciones Era.

7 Sobre esto véase José Revueltas, "Carta de Budapest a los escritores comunistas", en José Revueltas, Cuestionamientos e intenciones, México, Ediciones Era, 1984, pp. 71-76.

8 José Revueltas, "El Che Guevara o de la confirmación del ser humano en la esperanza", Época, núm. 28, 15 de noviembre de 1967, pp. 44-77, en José Revueltas, Visión del Paricutín (y otras crónicas y reseñas), México, Ediciones Era, 1983, 175-179.

9 Véase Jorge G. Castañeda, La vida en rojo: una biografía de Che Guevara, México, Santillana, 2009.

10 El artículo es de julio de 1967.

11 En 1971, el poeta cubano fue puesto en prisión por haber criticado a la Revolución. Fue obligado a escribir una retractación pública de sus opiniones al estilo de los procesos de Moscú. El affaire Padilla, como se le conoció, puso fin al romance entre muchos escritores latinoamericanos y el régimen de Castro.

12 Cuando ocurrió el affaire Padilla, Revueltas todavía estaba preso en Lecumberri (Poniatowska, 2001c: 205).

13 Véase Evodio Escalante (1990).

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